El materialismo dialéctico y la ciencia
(La continuidad de la
herencia cultural)
Leon Trotsky
Vuestro Congreso se reúne durante las fiestas de
celebración del segundo centenario de la fundación de la Academia de Ciencias.
Las relaticiones entre este Congreso y la Academia se refuerzan todavía más por
el hecho de que la ciencia química rusa no es de las que menos fama ha
conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas alturas la siguiente
pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las fiestas académicas? Poseen un
significado que va mucho más allá de las simples visitas a los museos y teatros
y la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos percibir este significado? No sólo
en el hecho de que sabios extranjeros -que han tenido la amabilidad de aceptar
nuestra invitación- hayan podido comprobar que la revolución en vez de destruir
las instituciones científicas las ha desarrollado. Esta
evidencia comprobada por los sabios extranjeros tiene un sentido propio. Pero
el significado de las fiestas académicas es mayor y más profundo. Lo diré como
sigue: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en las leyes de la revolución
de Octubre, toma posesión triunfalmente a los ojos del mundo entero de la herencia
cultural del pasado.
Puesto que de pasada me he referido a la herencia,
debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo para evitar cualquier
equívoco. Seríamos culpables de desacato al futuro, más querido para todos
nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato hacia el pasado, que
en muchos aspectos lo merece profundo, si hablásemos tontamente de la herencia.
No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el desarrollo de
la cultura humana no viene determinado por la simple acumulación. Ha habido
períodos de desarrollo orgánico, y también períodos de riguroso criticismo, de
filtración y de selección. Sería difícil decir cuál de esos períodos ha
terminado siendo más fructífero para el desarrollo general de la cultura. De
cualquier modo, vivimos una época de filtración y selección.
La
jurisprudencia romana estableció ya en la época de Justiniano la ley de la
herencia inventariada. Respecto a la legislación prejustiniana,
según la cual el heredero tenía derecho a aceptar la herencia siempre que
asumiera la responsabilidad de las obligaciones y deudas, la herencia
inventariada otorgó al heredero cierta posibilidad de elección. El Estado
revolucionario, representante de una nueva clase, es una especie de heredero
inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme que diga
con franqueza que no todos los quince mil volúmenes publicados por la Academia
durante sus dos siglos de existencia figurarán en el inventario del socialismo.
Hay dos aspectos, de mérito igual a todas luces, en las contribuciones
científicas del pasado que ahora son nuestras y que nos hacen sentir orgullo.
La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la adquisición del
conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda de las leyes de la evolución y
hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la materia a fin de
dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las cuatro paredes de un
laboratorio o una sala de conferencias. De ningún modo. Ha sido una función de
la sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la
naturaleza para subvenir a sus necesidades, al tiempo que exige una afirmación
de su derecho a ser lo que es, una justificación de sus instituciones
particulares; antes que nada, de las instituciones de dominación de clase del
mismo modo que en el pasado pedía la justificación de la servidumbre, de los
privilegios de clase, de las prerrogativas monárquicas, de la exceptuación
nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la herencia de las
ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selección
inventarial, todo cuanto es inútil para el conocimiento de la naturaleza; y no
sólo eso, sino también todo cuanto justifique la desigualdad de clases y toda
especie de falsedades históricas.
Todo nuevo orden social no se apropia de la herencia
cultural del pasado en su totalidad, sino según su propia estructura. Así, la
sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogió muchos elementos de
la filosofía clásica, pero subordinándolos a las necesidades del régimen feudal
y convirtiéndolos en escolástica, esa “criada de la teología”. De manera
similar, la sociedad burguesa recibió el cristianismo como parte de la herencia
de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma... o a la Contrarreforma.
Durante la época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo
necesitaba la investigación científica, por lo menos dentro de los límites que
requería el desarrollo de las fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su relación con la herencia científica y cultural,
mantiene en general, en un grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o
de aceptación pasiva. Se puede decir a este respecto: mientras mayor es la
confianza que deposita el socialismo en las ciencias dedicadas al estudio
directo de la naturaleza, mayor es su desconfianza crítica cuando se aproxima a
aquellas ciencias y pseudociencias que están íntimamente ligadas a la
estructura de la sociedad humana, a sus instituciones económicas, a su estado,
leyes, ética, etc. Estas dos esferas no están separadas, por cierto, por una
muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la
herencia en aquellas ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se
ocupan de la “materia” -las ciencias naturales en el sentido amplio de la
palabra, y la química por su puesto-, es de un peso incomparablemente mayor.
La necesidad de conocer la naturaleza viene impuesta a
los hombres por la necesidad de subordinar la naturaleza a sí mismos. Cualquier desviación en
este terreno de las relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de
la materia misma, las corrige la experimentación práctica. Sólo esto
libra seriamente a las ciencias naturales, a la investigación química en particular,
de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y semideliberadas, y contra
las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la investigación
social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la justificación de la sociedad
surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las “teorías
destructoras”, etc. De aquí emana el papel apologético de las ciencias sociales
oficiales de la sociedad burguesa y ésta es la razón por la que sus resultados
son de escaso valor.
Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo como una
“criada de la teología” sólo subrepticiamente podía producir resultados
valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como quedó señalado, fue durante
el régimen burgués cuando las ciencias naturales disfrutaron de la posibilidad
de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo como criada del
capitalismo. También esto es verdad, en gran proporción, por lo que arañe a la
psicología, que une las ciencias sociales con las ciencias naturales; y a la
filosofía, que sistematiza las conclusiones generalizadas de todas las
ciencias.
He dicho que la ciencia oficial ha producido poco de
valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la ciencia
burguesa para predecir el mañana. Hemos observado esta situación
en la primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias Lo hemos visto
también en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa
impotencia de la ciencia social oficial para medir en
su justo valor la situación europea, sus relaciones con los Estados Unidos de
Norteamérica y con la Unión Soviética; en su incapacidad para sacar
conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el valor de la ciencia reside
precisamente en esto: conocer a fin de prever.
La ciencia
natural -y la química ocupa uno de los lugares más importantes en este terreno-
constituye indiscutiblemente la más valiosa porción de nuestra herencia. Su
Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que
fue y sigue siendo el orgullo de la ciencia rusa.
Hay una diferencia en el grado de previsión y de
precisión alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la previsión -pasiva,
en algunos casos, como en la astronomía, activa como en la química y en la
ingeniería química-, la ciencia es capaz de cortejarse a sí misma y justificar
su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado en absoluto
por la aplicación práctica de su investigación. Mientras mayor sea su alcance,
mientras más audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad de las
necesidades prácticas diarias en sus operaciones mentales, tanto mejor. Pero la
ciencia no es una función de los hombres de ciencia individuales; es una
función social. La valorización social de la ciencia, su valoración histórica,
queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para
armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la Naturaleza. La
ciencia es un conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la
base de las “excentricidades” de la órbita de Urano, dedujo que debía existir
un cuerpo celeste desconocido que “perturba” el movimiento de Urano; cuando,
sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al astrónomo alemán
Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos en tal o
cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa dirección y descubrió al
planeta llamado Neptuno, en ese momento la mecánica celeste de Newton celebró
una gran victoria.
Esto
ocurría en el otoño de 1846. En el año 1848 la revolución se
esparció como un viento arremolinado a través de Europa, demostrando su
influencia “perturbadora” en los movimientos de los pueblos y de los Estados.
En el período intermedio, entre el descubrimiento de Neptuno y la revolución de
1848, dos jóvenes eruditos, Marx y Engels, escribían El Manifiesto comunista,
en el cual no sólo predecían la inevitabilidad de acontecimientos
revolucionarios en un futuro próximo, sino que analizaban por adelantado sus
fuerzas componentes, la lógica de sus movimientos, hasta la victoria inevitable
del proletariado y el establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en absoluto yuxtaponer este pronóstico con las
profecías de la ciencia oficial de los Hohenzollern, los Romanov, Luis Felipe y
otros, en 1848.
En
1869, Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del
peso atómico, estableció su ley periódica de los elementos. Al peso atómico,
como criterio más estable, Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y
características, arregló los elementos en un orden definido y entonces, a
través de este orden, reveló la existencia de cierto desorden, a saber, la
ausencia de ciertos elementos. Estos elementos desconocidos o unidades
químicas, como las denominó en cierta ocasión Mendeleyev, de acuerdo con la
lógica de esta “ley” deberían ocupar lugares específicos vacíos en ese orden. A esta altura, con el gesto autoritario de un
investigador que confía en sí mismo, golpeó a una de las puertas de la
Naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondió: “¡Presente!”
En realidad, tres voces respondieron simultáneamente, pues en los lugares
indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos
elementos denominados posteriormente galio, escandio y germanio.
¡Triunfo
maravilloso del pensamiento, analítico v sintético! En sus Principios de Química, Mendeleyev
caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico
creador, comparándolo con el establecimiento de un puente que cruza un
barranco: no es necesario descender al barranco y fijar soportes en el fondo;
sólo se requiere levantar una base en un lado y en seguida proyectar un arco
exactamente delineado, que encontrará apoyo en el lado opuesto. Algo análogo ocurre con el pensamiento científico. Sólo puede
reposar sobre la base granítica de la experimentación; pero sus
generalizaciones, como el arco de un puente, pueden levantarse sobre el fundo
de los hechos a fin de que luego, en otro punto calculado previamente, pueda
encontrar a este último. En esta etapa del pensamiento científico, cuando
una generalización se convierte en predicción -y
cuando la predicción es verificada triunfalmente por la experiencia- en ese
momento, el pensamiento humano disfruta invariablemente su más orgullosa y
justificada satisfacción. Así ocurrió en química con el descubrimiento de
nuevos elementos sobre la base de la ley periódica.
La
predicción de Mendeleyev, que produjo más tarde una profunda impresión sobre
Federico Engels, fue hecho en el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia
de la Comuna de París, en Francia. La actitud de nuestro
gran químico hacia este acontecimiento puede caracterizarse por su hospitalidad
general hacia la “latinidad”, con sus violencias y revoluciones. Como todos los
pensadores oficiales de las clases dominantes no sólo de Rusia y de Europa,
sino de todo el mundo, Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál es la fuerza
realmente directora que hay tras de la Comuna de París? No vio que la nueva
clase que crecía en las entrañas de la vieja sociedad se manifestaba allí
ejerciendo en su movimiento una influencia tan “perturbadora” sobre la órbita
de la vieja sociedad como la que ejercía el planeta desconocido sobre la órbita
de Urano. Pero un desterrado alemán, Carlos Marx, analizó en ese entonces las
causas y la mecánica interna de la Comuna de París y los rayos de su antorcha
científica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio Octubre y los
iluminaron.
Desde hace ya largo tiempo hemos considerado
innecesario recurrir a una sustancia más misteriosa, llamada flogisto, para
explicar las reacciones químicas. En realidad, el flogismo no servía sino como
generalización para ocultar la ignorancia de los alquimistas. En el terreno de
la fisiología ha pasado ya la época en que se sintió la necesidad de recurrir a
una sustancia mística especial, llamada la fuerza vital y que era el flogisto
de la materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de química y
de física para explicar los fenómenos fisiológicos. En la esfera de los
fenómenos de la conciencia no necesitamos ya por más tiempo una sustancia
denominada alma que en la filosofía reaccionaria desempeña el papel del
flogisto de los fenómenos psicofísicos. Para nosotros la psicología es, en
último análisis, reducible a la fisiología, y esta última, a la química, mecánica
y física. En la esfera de la ciencia social (es decir, el alma) es mucho más
viable que la teoría del flogisto. Este “flogisto” aparece con diversas
vestiduras, era disfrazado de “misión histórica”, ora de “carácter nacional”,
ora como la idea incorpórea de “progreso”; ora en forma de sedicente
“pensamiento crítico”, y así sucesivamente, ad infinitum. En todos estos casos
se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fenómenos
sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino
ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El marxismo
rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la
fuerza vital, o la química al flogisto.
La esencia del marxismo consiste en esto, en que
enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de investigación objetiva, y
analiza la historia humana como se haría en un gigantesco registro de
laboratorio. El marxismo considera la ideología como un elemento integral
subordinado a la estructura material de la sociedad. El marxismo examina la
estructura de clase de la sociedad como una forma históricamente condicionada
del desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las fuerzas
productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la
naturaleza circundante, y éstas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa
histórica por la tecnología del hombre, por sus instrumentos y armas, por sus
capacidades y métodos de lucha con la Naturaleza. Precisamente esta aproximación
objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión histórica.
Considérese la historia del marxismo aunque sólo sea
en la escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de vista de nuestras
propias simpatías o antipatías políticas, sino desde el punto de vista de la
definición de la ciencia de Mendeleyev: “Conocer para poder prever y actuar.”
El período inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la historia de
una lucha por establecer un pronóstico sociohistórico correcto contra los
puntos de vista oficiales gubernamental y de oposición. En los primeros años
del ochenta, la ideología oficial existía como una trinidad representada por el
absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo; el liberalismo soñaba de día en
una asamblea de zemstvos (es decir), en una monarquía semiconstitucional,
mientras que los narodniki (populistas) combinaban débiles fantasías
socializantes con ideas económicas reaccionarias. En esa época el pensamiento
marxista predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del capitalismo,
sino también la aparición del proletariado, que desempeñaría un papel histórico
independiente, tomando la hegemonía en la lucha de las masas populares; y que
la dictadura del proletariado arrastraría tras de sí al campesinado.
La diferencia que hay entre el método marxista de
análisis social y las teorías contra las cuales luchó no es menor que la
diferencia que hay entre la ley periódica de Mendeleyev con todas sus
modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de los
alquimistas por otro.
“La
causa de la reacción química reside en las propiedades físicas y mecánicas de
los componentes. “ Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente
materialista. En
lugar de recurrir a alguna fuerza supermecánica o suprafísica para explicar sus
fenómenos, la química reduce los procesos químicos a las propiedades mecánicas
y físicas de sus componentes.
La biología y
la fisiología se hallan en una relación análoga respecto de la química. La
fisiología científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza
vital supraquímica especial (a la que se refieren vitalistas neovitalistas)
para explicar los fenómenos que se desarrollan en su campo. Los
procesos fisiológicos son reducibles en último análisis a procesos químicos,
así como estos últimos a procesos mecánicos y físicos.
La psicología
se relaciona en forma análoga con la fisiología. No por nada
la fisiología ha sido llamada la química aplicada de los organismos vivos. Así
como no existe ninguna fuerza fisiológica especial, también es igualmente
verdadero que la psicología científica, es decir, la psicología materialista,
no tiene necesidad de una fuerza mística -el alma- para
explicar los fenómenos de su incumbencia, sino que halla que son reducibles en
último análisis a fenómenos fisiológicos. Esta es la escuela del académico
Pavlov; éste considera lo que se denomina alma como un sistema complejo de
reflejos condicionados, cuyas raíces residen totalmente en los reflejos
fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a través del potente stratum
de la química, en el subsuelo de la mecánica y de la física.
Lo
mismo puede decirse de la sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es
necesario aducir alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro
mundo. La sociedad es el producto del desarrollo de la
materia primaria, como la corteza terrestre o la ameba. De esta manera,
el pensamiento científico con sus métodos corta, como un diamante, a través de
los fenómenos complejos de la ideología social, en el lecho de roca de la
materia, sus elementos componentes, sus átomos, con sus propiedades físicas v
mecánicas.
Naturalmente
esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser reducido
directamente a la mecánica, y menos aún que cada fenómeno social sea
directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de
la mecánica. Puede decirse que éste es el supremo fin de la
ciencia. Pero el método de aproximación continua y gradual hacia este objetivo
es enteramente diferente. La química tiene su manera especial de enfocar a la
materia; sus propios métodos de investigación, sus leyes propias. Lo mismo que
sin el conocimiento de que las reacciones químicas son reducibles en último
análisis a las propiedades mecánicas de las partículas elementales de la
materia, no hay ni puede haber una filosofía acabada que una todos los
fenómenos en un solo sistema; por otra parte, el mero conocimiento de que los
fenómenos químicos se hallan radicados en la mecánica y en la física no proporciona
en sí la clave de ninguna reacción química. La química tiene sus propias
claves. Se puede elegir entre ellas sólo por la generalización y la
experimentación, a través del laboratorio químico, de hipótesis y teorías
químicas.
Esto es aplicable a todas las ciencias. La química es
un poderoso pilar de la fisiología, con la cual está directamente relacionada a
través de los canales de la química orgánica y fisiológica. Pero la química no
es un sustituto de la fisiología. Cada ciencia descansa sobre las leyes de
otras ciencias sólo en lo que se llama la instancia final. Pero al mismo
tiempo, la separación de las ciencias unas de otras está determinada,
precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo particular de
fenómenos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fenómenos
elementales tales que se requiere un enfoque especial, una técnica de
investigación especial, hipótesis y métodos especiales.
Esta idea parece tan incontestable por lo que se
refiere a las ciencias matemáticas y a la historia natural, que insistir en
ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia social ocurre
algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en el terreno,
digamos, de la fisiología no avanzarían un paso sin tomar en cuenta
experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones
hipotéticas, últimas verificaciones y otras medidas más, se aproximan a los
fenómenos sociales mucho más audazmente, con la audacia de la ignorancia, como
si reconocieran tácitamente que en esta esfera extremadamente compleja de los
fenómenos basta con tener sólo vagas tendencias, observaciones diarias,
tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios sociales comunes.
La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo
con un plan o sistema dispuesto previamente, sino empíricamente, a través de un
largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana por la
existencia, y luego, por conseguir un dominio cada vez mayor sobre la
Naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo de esto
y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo, fraccionario, en forma,
por decirlo así, de reflejos sociales condicionados que en el último análisis
son reducibles a las necesidades de la lucha del hombre colectivo contra la
Naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el desarrollo de la
sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos, o sobre la base de lo
que se llama opinión pública, etc., equivale casi a formarse un juicio sobre la
estructura anatómica y fisiológica de un lagarto en función de sus sensaciones
cuando se halla calentándose al sol o cuando sale arrastrándose de una grieta
húmeda. Es bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de
un lagarto y su estructura orgánica. Pero este lazo es objeto de investigación
por medio de métodos objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser
de lo más subjetivo en los juicios sobre la estructura y las leyes que
gobiernan el desarrollo de la sociedad humana en términos de lo que se da en
llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideología contradictoria,
desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas
comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de que la ideología social
se halla, después de todo, en un plano más alto que la sensación de un lagarto.
Todo ello depende de la
manera en que se aborde la cuestión. En mi opinión, no
hay nada paradójico en aseverar que de las sensaciones de un lagarto se podría, si fuera posible enfocarlas debidamente, sacar
conclusiones mucho más directas por lo que concierne a la estructura y la
función de sus órganos que en lo que concierne a la estructura de la sociedad y
su dinámica a partir de tales reflexiones ideológicas como, por ejemplo, los
credos religiosos, que ocuparon una vez y aún continúan ocupando un lugar tan
destacado en la vida de la sociedad humana; o a partir de los códigos
contradictorios e hipócritas de la moralidad oficial; o finalmente, por las
concepciones filosóficas idealistas que a fin de explicar los procesos
orgánicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la
responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las
cualidades de impenetrabilidad y eternidad.
La
reacción de Mendeleyev a los problemas de la reorganización social fue hostil y
aun despreciativo. Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado
de esta tentativa. En
vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que surgiría por medio de
las ciencias positivas y sobre todo de la química, que revelaría todos los
secretos de la Naturaleza.
Es interesante yuxtaponer este punto de vista al de
nuestro notable fisiólogo Pavlov, que opina que las guerras y las revoluciones
son algo accidental, resultado de la ignorancia del pueblo y que piensa que
sólo un profundo conocimiento de la “naturaleza humana” eliminará tanto las
guerras como las revoluciones.
Puede colocarse a Darwin en la misma categoría. Este
biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación de pequeñas variaciones
cuantitativas produce una “cualidad” (calidad) biológica enteramente nueva v
con esta prueba explicó el origen de las especies. Sin tener conciencia de
ello, aplicó de este modo el método del materialismo dialéctico a la esfera de
la vida orgánica. Aunque Darwin no estaba informado en filosofía, aplicó
brillantemente la ley hegeliana de la transición de la cantidad a la calidad.
Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo Darwin, para no
mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente ingenuas y
anticientíficas para aplicar las conclusiones de la biología a la sociedad.
Interpretar los antagonismos sociales como una “variedad” de la lucha biológica
por la existencia es como buscar sólo mecánica en la fisiología de la cópula.
En cada uno de estos casos observamos un único e
idéntico error fundamental: los métodos y logros de la química o de la
fisiología, violando todos los métodos científicos, son transplantados al
estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría aplicar sin
modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos al de las
moléculas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen una posición completamente
diferente hacia la sociología. Muy a menudo desdeñan la
estructura históricamente condicionada de la sociedad en beneficio de la
estructura anatómica de las cosas, la estructura fisiológica de los reflejos,
la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la vida de la sociedad
humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos lados de
procesos químicos, representa, en sí misma y en última instancia, una
combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad está
constituida por seres humanos cuyo mecanismo fisiológico se
puede reducir a un sistema de reflejos. Pero la vida social no es un proceso
químico ni fisiológico, sino un proceso social conformado por leyes propias,
sujetas a su vez a un análisis sociológico objetivo cuyo análisis debería ser:
conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la sociedad.
En sus
comentarios a los Principios de Química, Mendeleyev dice: “Hay dos fines
básicos o positivos en el estudio científico de los objetos: el de la
predicción y el de la utilidad... El triunfo de las
previsiones científicas tendría poco significado si no condujeran en última
instancia a una utilidad directa y general: la previsión científica basada en
el conocimiento dota al poderío humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las cosas por el canal deseado.”
Y más adelante añade con cautela: “Las ideas religiosas y filosóficas han
prosperado y desarrollado durante millares de años; pero las ideas que rigen
las ciencias exactas capaces de predecir se han producido sólo durante unos
pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han
transcurrido todavía dos siglos desde que la química forma parte de esas
ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por deducir de ellas por lo que
concierne a predicción y utilidad.”
Estas
palabras llenas de cautelas, “sugeridoras”, son notables en labios de
Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra la
religión y la filosofía especulativa, a las que compara con la ciencia. Según
dice, las ideas religiosas han prevalecido durante miles de años y son escasos
los beneficios que de ello ha sacado la Humanidad; con vuestros ojos, en
cambio, podéis ver la contribución de la ciencia en un breve período de tiempo
y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje anterior
incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres más
pequeños en la página 405 de sus Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era
un hombre cauteloso y rehuía cualquier querella con la opinión pública!
La química es una escuela de pensamiento revolucionario,
y no precisamente por la existencia de una química de explosivos. Los
explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre todo, porque la química es la
ciencia de la transmutación de los elementos; es enemiga de todo el pensamiento
conservador o absoluto que esté encerrado en categorías inmóviles.
Resulta
instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presión de la
opinión pública conservadora, defienda el principio de estabilidad e
inmutabilidad en los grandes procesos de la transformación química. Este gran hombre de ciencia insistió, incluso con terquedad, en el
tema de la inmutabilidad de los elementos químicos y en la imposibilidad de su
transmutación en otros. Necesitaba encontrar antes sólidas bases
de apoyo. Decía: “Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iván Petrovich. Cada uno de
nosotros tiene su propia individualidad; lo mismo ocurre con los elementos.”
Mendeleyev atacó más de una vez la dialéctica
menospreciándola. Pero no entendía por dialéctica la de Hegel o Marx, sino el
arte superficial de jugar con las ideas, que es a medias sofista y a medias
escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales de
pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es el
cambio de la cantidad en calidad. La química arranca sus raíces más profundas y
esenciales de esa ley. Toda
la ley periódica de Mendeleyev se basa en ella, al
deducir diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias
cuantitativas de los pesos atómicos. Engels vio la importancia
del descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de
vista precisamente. En el ensayo El carácter general de la
dialéctica como ciencia, escribía:
“Mendeleyev demostró que en una serie de elementos
relacionados, ordenados por sus pesos atómicos, hay algunas lagunas que indican
la existencia de elementos no descubiertos hasta ahora. Describió con
anterioridad las propiedades químicas generales de cada uno de estos elementos
desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus pesos relativo y atómico y su
lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma inconsciente la ley hegeliana de
la conversión de la cantidad en calidad, descubrió un hecho científico que por
su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta desconocido Neptuno
por Leverrier calculando su órbita.”
Aunque posteriormente modificada, la lógica de la ley
periódica demostró ser más poderosa que los límites conservadores en que quiso
encerrarla su creador. El parentesco de los elementos y su metamorfosis mutua pueden
considerarse empíricamente comprobados desde el momento en que fue posible
dividir el átomo de sus componentes con la ayuda de los elementos radiactivos.
¡En la ley periódica de Mendeleyev, en la química de los elementos radiactivos,
la dialéctica celebra su propia victoria deslumbrante!
Mendeleyev no poseía un sistema filosófico acabado.
Quizá ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habría enfrentado
inevitablemente con sus propias costumbres y simpatías conservadoras.
En Mendeleyev podemos ver un dualismo en cuestiones
básicas del conocimiento. Podría parecer que se orientaba hacia el
“agnosticismo”, cuando declaraba que la “esencia” de la materia permanecería
siempre más allá del alcance de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro
espíritu y conocimiento (¡). Pero casi al mismo tiempo nos da una fórmula
notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la
nota citada, Mendeleyev dice: “Acumulando de forma gradual su conocimiento
sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar,
también en función del grado en que lo hace, predicciones más o menos precisas,
comprobables por los hechos, y no se divisa un límite al conocimiento del
hombre y su dominio de la materia. “Resulta evidente que si en sí mismo no hay
límites para el conocimiento y el poder del hombre sobre la materia, tampoco
hay una “esencia” imposible de conocer. El conocimiento que nos dotan la
capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder
necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de la
materia. La llamada “esencia” incognoscible de la materia no es entonces sino
una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto de la materia. Es
un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la materia
desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definición
que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso.
Evidentemente, si llegamos a conocer el metal precioso de los fenómenos y
conseguimos darle forma, podemos permanecer indiferente respecto al “agujero”
de la sustancia; y hacemos de ello un divertido presente a los filósofos y
teólogos arcaicos.
Pese a sus concesiones verbales al agnosticismo
(“esencia incognoscible”), Mendeleyev es, aunque inconsciente, un dialéctico
materialista en sus métodos y en sus realizaciones en el terreno de la ciencia
natural, especialmente en la química. Pero su materialismo aparece ante
nuestros ojos tras una coraza conservadora que protegía su pensamiento
científico de conflictos demasiado agudos con la ideología oficial. Lo cual no
significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparazón conservador para
sus métodos; el mismo estaba atado a la ideología, oficial y por eso sentía una
aprensión íntima a tocar el filo de navaja del materialismo dialéctico. No
ocurre lo mismo en la esfera de las relaciones sociológicas. La tiran de la
filosofía social de Mendeleyev era de índole conservadora, pero de cuando en
cuando entre sus hilos teje notables conjeturas materialistas por su esencia y
revolucionarias por su tendencia. Pero al lado de estas conjeturas hay errores
de bulto, y ¡qué errores!
Sólo señalaré dos. Mendeleyev, rechazando todos los
planes o pretensiones de reorganización social por utópicos y “latinistas”,
imaginaba un futuro sólo mejor en el desarrollo de la tecnología científica.
Tenía una utopía propia. Según él, habría días mejores cuando los gobiernos de
las grandes potencias del mundo pusieran en práctica la necesidad de ser
fuertes y llegaran entre sí al acuerdo de eliminar las guerras, las
revoluciones y los principios utópicos de anarquistas, comunistas y otros
“puños belicosos”, incapaces de comprender evolución progresiva que se realiza
en toda la Humanidad. En las Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos
podía percibiese la aurora de esta concordia universal. Esos ejemplos son los
errores más graves de este gran hombre. La historia sometió la utopía social de
Mendeleyev a tina prueba rigurosa. De las Conferencias de La
Haya y Portsmouth derivaron la guerra ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes,
la gran matanza imperialista de las naciones y una aguda decadencia de la
economía europea; y de la Conferencia de Marruecos brotó la repugnante
carnicería de Marruecos, que recientemente ha sido ultimada bajo la bandera de
la defensa de la civilización europea. Mendeleyev no vio la lógica interna de
los sucesos sociales, o mejor dicho, la dialéctica interna de los procesos
sociales, y fue incapaz por ello de prever las secuelas de la Conferencia de La
Haya. Como sabemos, en la previsión reside sobre todo el interés. Si releéis
lo que escribieron los marxistas sobre la Conferencia de La Haya en aquellos
días, os convenceréis fácilmente de que los marxistas previeron correctamente
sus consecuencias. Por eso, en el momento más crítico de la historia
demostraron tener puños belicosos. Y de hecho no hay por qué lamentar que la
clase que se levanta en la historia, armada de una teoría correcta del
conocimiento y de la previsión social, demuestre finalmente que estaba armada
de un puño suficientemente belicoso para inaugurar tina nueva época de
desarrollo humano.
Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su
muerte, Mendeleyev escribió: “Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la
cultura y por la ética general bajo el “socialismo de Estado”.” ¿Eran fundados
sus temores? Hoy día, los estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado
a ver con claridad las vastas posibilidades que para el desarrollo del
pensamiento científico y técnico-científica ofrece el hecho de que este
pensamiento esté, por decirlo de alguna manera, racionalizado, emancipado de
las luchas internas de la propiedad privada, porque ya no tiene que someterse
al soborno de los poseedores individuales, sino que trata de servir al
desarrollo económico de las naciones como una unidad total. La red de
institutos técnico-científicos que ahora establece el Estado es sólo un síntoma
material a escala reducida de las posibilidades ilimitadas que se han derivado
de ello.
No cito estos errores para estigmatizar el gran nombre
de Dimitri Ivanovich. La historia ha dictaminado su fallo sobre los principales
puntos de la controversia y no hay motivo para reiniciarla. Pero permítaseme
añadir que los mayores errores de este gran hombre contienen una importante
lección para los estudiosos. Desde el campo de la química sólo no hay salidas
directas ni inmediatas para las perspectivas sociales. Es preciso el método
objetivo de la ciencia social. Este es el método del marxismo.
Si un marxista intentase convertir la teoría de Marx
en una llave maestra universal e ignorar las demás esferas del conocimiento,
Vladimir Ilich le habría insultado con el expresivo vocablo de “komchvantsvo”,
comunista fanfarrón. Lo cual, en este caso específico significaría: el
comunismo no es un sustitutivo de la química. Pero el teorema inverso también
es verdadero. El intento por descartar al marxismo, en base a que la química (o
las ciencias naturales en general) pueden resolver todos los problemas, no es
más que una “fanfarronería química” específica (komchvantsvo) que por lo que a
la teoría se refiere no es menos errónea y por lo que a los hechos afecta no es
menos pretencioso que la fanfarronada comunista.
Mendeleyev no aplicó método científico al estudio de
la sociedad y su desarrollo. Como escrupuloso investigador que era, se
verificaba una vez y otra a sí mismo antes de permitir que su imaginación
creadora diera un salto en el plano de las generalizaciones. Mendeleyev siguió siendo
un empirista en los problemas político-sociales, combinando las conjeturas con
una visión heredada del pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue realmente
de Mendeleyev cuando se relacionó directamente con los intereses científicos
industriales del gran hombre de ciencia.
El espíritu de
la filosofía de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo
técnico-científico. Mendeleyev orientó ese optimismo, que coincidía con la
línea de desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales,
contra los seguidores de Tolstoi y, en general, contra todo retroceso
económico. Mendeleyev
confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la Naturaleza. De ahí
su aversión al maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev. En todos sus escritos,
bien los de ciencia pura, bien los de divulgación sociológica, bien los de
química aplicada, lo resalta. Mendeleyev saludó con
efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa (1,5 por 100)
fuese mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la población
mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos años no
le preocupó, escribiendo: “No sólo 10.000 millones, sino una población muchas
veces mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante la aplicación del
trabajo, sino también por el persistente incentivo que rige el conocimiento. El
temor a que falte alimento es, en mi opinión, un puro disparate, siempre que se
garantice la comunión activa y pacífica de las masas populares. “
Nuestro gran químico y optimista industrial habría
escuchado con poca simpatía las recientes declaraciones del profesor inglés
Keynes, que durante los festejos académicos nos dijo que deberíamos
preocuparnos por limitar el aumento de la población. Dimitri Ivanovich la habría
contestado con su vieja observación: “¿Quieren los nuevos Malthus detener este
crecimiento? En mi
opinión, cuantos más haya tanto mejor.”
La agudeza
sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de fórmulas
deliberadamente simplificadas.
Desde
ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran
fetiche del idealismo conservador, el denominado carácter nacional. Escribió: “En cualquier parte donde la
agricultura predomine en sus formas primitivas, una
nación es incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: sólo
podrá trabajar de manera arbitraria y circunstancial. Queda
patente esto con toda claridad en las costumbres, en el sentido de que existe
una falta de ecuanimidad, de calma, de frugalidad; en todo hay inquietud y
predomina una actitud de dejadez acompañada por extravagancia, hay tacañería o
despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se
ha desarrollado la industria fabril en gran escala, puede verse que, además de
la agricultura esporádica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las
fábricas: ahí se consigue entonces una apreciación justa del trabajo, y así
sucesivamente.” En estas líneas es importante la consideración del
carácter nacional no como elemento primordial fijo, creado de una vez por
todas, sino como producto de condiciones históricas y, dicho con mayor
precisión, de las formas sociales de producción. Este, aunque sea parcial sólo,
es un acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Mendeleyev considera el desarrollo de la industria
como el instrumento de la reeducación nacional, la elaboración de un carácter
nacional nuevo, más equilibrado, más disciplinado y más autorregulado. Si
comparamos el carácter de los movimientos campesinos revolucionarios con el
movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del proletariado en Octubre y
en la actualidad, la predicción de Mendeleyev queda iluminada con suficiente
nitidez.
Nuestro industrioso optimista empleaba igual lucidez
al hablar de la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo,
y cualquier comunista suscribía sus opiniones al respecto. Mendeleyev escribió:
“El pueblo ruso ha comenzado a emigrar a las ciudades en masa... En mi opinión
es un disparate total luchar contra este desarrollo; el proceso se terminará
sólo cuando la ciudad por una parte se extienda de tal modo que incluya más
partes, jardines, etc.; es decir, cuando la finalidad de las ciudades no sea
sólo hacer la vida lo más saludable que se pueda, sino cuando provea también de
espacios abiertos suficientes no sólo para los juegos de los niños y el
deporte, sino para toda clase de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en
las aldeas y granjas, etc., la población no urbana se extienda de tal forma que
exija la construcción de casas de varios pisos, lo cual creará la necesidad de
servicios de aguas, de alumbrado público y otras comodidades de la ciudad. En
el transcurso del tiempo, todo esto conducirá a que toda área agrícola (poblada
con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con las casas
separadas por las huertas y los campos necesarios para la producción de
alimentos y con plantas industriales para la manufactura y la modificación de
estos productos.”
Mendeleyev ofrece aquí un testimonio convincente en
favor de las viejas tesis socialistas: la eliminación de las contradicciones
entre la ciudad y el campo. Pero
no plantea en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma
social de la economía. Cree que el capitalismo conducirá automáticamente a la
nivelación de las condiciones urbanas y rurales mediante la introducción de
formas de habitación más elevadas, más higiénicas y culturales. Ahí radica el
error de Mendeleyev. El caso de Inglaterra a la que Mendeleyev se refería con
esa esperanza lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase
las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se
había metido en un callejón sin salida. El paro corroía su economía. Los dirigentes de la industria inglesa
proponen la emigración, la eliminación de la superpoblación para salvar la
sociedad. Incluso el economista más “progresista”, el señor Keynes, nos decía
el otro día que la salvación de la economía inglesa está en el maltusianismo...
También para Inglaterra el camino para resolver las
contradicciones entre la ciudad y el campo es el socialismo.
Hay
otra conjetura o intuición formulada por nuestro industrioso optimista. En su último libro, Mendeleyev escribía:
“Tras la época industrial vendrá probablemente una época más compleja, que de
acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará
especialmente por una extremada simplificación de los métodos para la obtención
de alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta
extremada simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes
décadas.”
Palabras
notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas -contra la realización
de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera-, estas palabras esbozan las
perspectivas técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas
productivas que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos
de la obtención de alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría
claramente la oportunidad de reducir al mínimo los elementos de coerción en la
estructura social. Con
la eliminación de la voracidad completamente inútil en las relaciones sociales,
las formas de trabajo y de distribución tendrán un carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo no será precisa una
revolución, puesto que la transición depende por completo del progreso técnico
de la sociedad.
El
optimismo industrial de Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los
temas y problemas prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura
encontramos su pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los
problemas económicos. En
una de sus disertaciones, dedicada al problema de la disolución del alcohol con
agua, de gran importancia
económica hoy todavía, inventó una pólvora sin humo para las necesidades de la
defensa nacional. Personalmente se ocupó de realizar un cuidadoso estudio del
petróleo, y en dos direcciones, una puramente teórica, el origen del petróleo,
y otra práctica, sobre los usos técnico-industriales. Hay que
tener presente a esta altura que Mendeleyev protestó siempre contra el uso del
petróleo sólo como simple combustible: “La calefacción se puede hacer con
billetes de banco”, exclamaba nuestro gran químico. Proteccionista convencido,
participó de forma destacada en la elaboración de políticas o sistemas de
aranceles y escribió su Política sensible del arancel, de la cual no pocas
sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista del
proteccionismo socialista.
Los problemas
de las vías marítimas por el norte despertaron su interés poco antes de su
muerte. Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que
resolvieran el problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se
derivarían importantes rutas comerciales. “Cerca de ese hielo hay no poco oro y
otros minerales, nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo,
porque allí uno al menos no se pudre.” Estas palabras tienen un tono muy
contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba
sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente
con morir en una atmósfera de eterno frío.
Nunca se cansaba de repetir que la meta del
conocimiento era la “utilidad”. En otras palabras, abordaba la ciencia desde la
óptica del utilitarismo. Al tiempo, como sabemos, insistía en el papel creador
de la búsqueda desinteresada del conocimiento. ¿Por qué se iba a interesar
alguien en particular en abrir rutas comerciales por vías indirectas para
llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es un problema de investigación
desinteresada capaz de excitar pasiones deportivas de investigación científica.
¿No hay aquí una contradicción entre esto y la afirmación de que el objetivo de
la ciencia es la “utilidad”? En modo alguno. La ciencia cumple una función
social, no individual. Desde el punto de vista histórico social es utilitario.
Lo cual no significa que cada científico aborde los problemas de investigación
desde una óptica utilitario. ¡No! La mayoría de las veces los estudiosos están
impulsados por su pasión de conocer, y cuanto más significativo sea el
descubrimiento de un hombre, menos puede preverse con antelación, por regla
general, sus aplicaciones prácticas posibles. La pasión desinteresada de un
científico no está en contradicción con el significado utilitario de cada
ciencia más de lo que pueda estar en contradicción el sacrificio personal de un
luchador revolucionario con la finalidad utilitario de aquellas necesidades de
clase a las que sirve.
Mendeleyev podía combinar perfectamente su pasión de
conocimiento con la preocupación constante por elevar el poder técnico de la
Humanidad. De ahí que las dos alas de este Congreso -los representantes de las
ramas teórica y aplicada de la química- están con igual título bajo la bandera
de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva generación de hombres de ciencia
en el espíritu de esta coordinación armónica de la investigación científica
pura con las tareas industriales. La fe de Mendeleyev en las ilimitadas
posibilidades del conocimiento, la predicción y el dominio de la materia debe
convertirse en el credo científico de los químicos de la patria socialista. El fisiólogo alemán Du Bois Reymond
consideraba el pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en la escena de
las luchas de clase y lo definía con el lema ¡Ignoramus et ignorabimus!
Es decir, ¡nunca conocemos ni conoceremos! El
pensamiento científico, uniendo su suerte a la de la clase en ascenso, repite:
¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento consciente.
¡Alcanzaremos todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos todo!
* Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925,
ante el Congreso de Mendeleyev, por Trotsky como presidente del Consejo técnico
y científico de la Industria.