CIENCIA Y SOCIALISMO
(Centenario de la muerte de
Federico Engels)
Pablo Rieznik
Federico
Engels, de quien se cumple en este año el centenario de su muerte, fue
posiblemente el primero que comparó a Marx con Darwin. Lo hizo en
circunstancias que le otorgan especial significación puesto que creyó oportuno
incluir tal analogía en el breve discurso que pronunciara en los funerales del
propio Marx, el 17 de marzo de 1883.
Engels señaló, entonces, que así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de
la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia
humana: el simple hecho, hasta entonces oculto por el excesivo desarrollo de la
ideología, de que la humanidad debe antes que nada comer, beber, tener un techo
y vestirse antes de poder dedicarse a la política, al arte, a la religión,
etc.; que, por lo tanto, la producción de los medios materiales de subsistencia
y, en consecuencia, el grado de desarrollo económico alcanzado por una época
dada son la base sobre la cual han surgido las instituciones del Estado, las
concepciones legales, el arte e inclusive las ideas sobre la religión del
pueblo en cuestión y a cuya luz deben ser pues, explicados, en vez de a la
inversa como había sido el caso hasta el momento.
Luego de
agregar que Marx descubrió también la ley particular del movimiento que rige el
mundo de producción capitalista -y valorar el significado de ambos
descubrimientos-, Engels concluyó: “este era el hombre de
ciencia".....(aunque) “no fuera ni la mitad el hombre"; Marx “era ante
todo un revolucionario y la lucha su elemento". Es indudable que para
Engels la ciencia y “la lucha” constituyen, en este caso, una unidad
indivisible. Sus palabras son un recuerdo oportuno para reflexionar sobre el
marxismo como ciencia, es decir, como teoría de la revolución social
contemporánea y como instrumento indispensable de la misma.
El título de
un célebre trabajo de Engels plantea inequívocamente que el “socialismo
científico” es la dimensión específica y
fundacional del marxismo como movimiento emancipador, lo que equivale a decir
como expresión conciente de los intereses históricos del proletariado moderno.
Una evidencia de lo que acabamos de señalar es el habitualmente poco
considerado capítulo del “Manifiesto Comunista” que distingue al socialismo
contemporáneo, reivindicando su carácter de apreciación rigurosa de la sociedad
burguesa, como aspecto esencial que lo diferencia ante los “socialismos”
preexistentes. El Manifiesto, como documento de una organización internacional
de trabajadores, es, en sí mismo, una prueba de que la estructuracíon del
movimiento obrero representaba para Marx y Engels la tarea práctica que
corresponde a la teoría del socialismo
“como ciencia". No había en esto nada de arbitrario. Ambos arribaron a
esta conclusión luego de examinar críticamente sus opiniones y puntos de vista
en el campo de la filosofía y del movimiento de los “jóvenes hegelianos".
Su adhesión militante al comunismo
constituye, entonces, la estación final del trabajo de “arreglo de
cuentas” con el pasado -y con su pasado-, conforme su propia definición. Se
trata de la tarea que acometieron en común cuando Marx y Engels se conocieron
en 1844.
La
originalidad propia de los jóvenes comunistas Marx y Engels no es, en
consecuencia, su aspiración igualitaria
ni, tampoco, la voluntad de suprimir la explotación clasista. La novedad es,
precisamente, su fundamento, que ya no son los deseos ni la voluntad, tampoco
el prejuicio, la ideología o la especulación filosófica sino la...ciencia.
Dicho de otro modo, las nuevas “premisas” son la historia y la vida real, como
se indica en las frecuentemente citadas páginas de “La ideología alemana".
Engels puso un énfasis especial en destacar que la labor emprendida con Marx
había consistido, en lo esencial, en sacar al socialismo del limbo de la
utopía. En contrapartida, más de cien años después, izquierdistas que se
pretenden “aggiornados” consideran que, en el umbral del siglo XXI, lo
apropiado es hablar del socialismo como una legítima... utopía. Es notable que
semejante declaración de fe pulule con especial insistencia entre la
intelectualidad pseudo-progresista que sabe mejor que nadie que la reiterada
palabra significa lo que no existe en ningún lugar. No menos significativo es
que la reunión de la izquierda latinomamericana en el denominado “Foro de San
Pablo", que agrupa en reuniones periódicas a sus partidos de todo el
continente, haya convenido en hacer de su “esperanza” en la “utopía socialista”
una declaración de principios. Habrá que reivindicar a Engels y el marxismo, al
socialismo científico, contra esta verdadera bancarrota teórica y política.
La crítica al
marxismo está frecuentemente dirigida, entre otros aspectos, a este rasgo
clave, a su naturaleza científica, lo que equivale a decir a su tendencia a
establecer una apreciación de conjunto y totalizadora, es decir, a avanzar
hacia una comprensión sintética y unitaria de la realidad social.
Es una
crítica, sin embargo que, excede el marco del propio marxismo para proyectarse
como un cuestionamiento, en realidad, al propósito de todo conocimiento
científico. El fin de la ciencia es, naturalmente, el de comprender el
movimiento del mundo y de las cosas, el de dar cuenta de la íntima conexión
entre objetos y procesos en su dinámica real. De este modo el científico busca
unir lo que parecía separado y aislado, avanza en explicaciones de conjunto
para comprender vínculos y relaciones
entre los fenómenos de la vida y del universo. La física moderna, de
hecho, ha empeñado sus mejores esfuerzos en las últimas décadas en la búsqueda
de una “fuerza unitaria” que relacione las cuatro fuerzas fundamentales que
determinan, hasta donde se conoce en la actualidad, la existencia y la dinámica
de la materia. Un principio en la
evolución del conocimiento científico consiste, exactamente, en el progreso que
evidencia mediante el descubrimiento de leyes de más amplio alcance, que
integren y superen las formuladas con anterioridad, con un dominio menos vasto
y profundo.
Esto último no
quiere decir que el propósito de la ciencia sea consagrar un saber absoluto, un
conocimiento acabado; como si tal finalidad de una ciencia definitiva y total
pudiera ser posible. Al contrario, la pretensión de que el marxismo represente
la búsqueda de una “verdad absoluta” es lo primero que liquidaron como
pretensión Marx y Engels en el mismo momento en que accedieron a definir al
socialismo como ciencia. El mismo Engels lo definió del siguiente modo: “apenas
conseguimos comprender(...) que la tarea que así se coloca la filosofía no
quiere decir sino que un filósofo individual debe realizar lo que sólo puede
ser realizado por el género humano entero en su desenvolvimiento gradual;
apenas comprendimos eso, toda la filosofía, en el sentido que hasta entonces se
dió a esta palabra, está terminada. Se abandona la verdad absoluta que no puede
ser alcanzada por ese camino ni por cualquier individuo aisladamente y se pasa
a buscar, al contrario las verdades relativas, accesibles a través de las
ciencias positivas y de la síntesis de sus resultados por medio del pensamiento
dialéctico".
Cuando se
ataca al marxismo de un modo vulgar por su supuesta pretensión de representar
una “verdad absoluta” lo que se revela, en consecuencia, es ignorancia o,
simplemente mala fe. Lo que es más importante es que, bajo esta forma de ataque
al supuesto “absolutismo” del conocimiento científico, se contrabandea un
planteo inadmisible ya que se impugna a la ciencia su propia naturaleza, esto
es, su tendencia a ser crecientemente abarcativa y comprenhensiva,
“totalizadora".
Es obvio que,
en la evolución del saber, aquello que se estimaba como cierto en un tiempo
determinado puede luego ser revisto, negado y/o superado por la visión más
amplia que surge de nuevos desarrollos en la investigación, del avance del
conocimiento, en definitiva, de una mejor aproximación a la dilucidación de lo
real y su movimiento. Pero en cualquier caso, nadie puede cuestionar el valor
científico de una determinada proposición apelando, en general, al argumento
anterior; es decir, negar la afirmación X porque la historia ha probado que, en
definitiva, en algún momento futuro, se comprobará la insuficiencia y la
limitación o, inclusive el error, de la tesis respectiva. La búsqueda de la
verdad es, naturalmente, una tarea infinita. Pero es una vulgaridad cuestionar
todo conocimiento por el hecho de que es seguramente provisorio, esta históricamente condicionado y que, por lo
tanto, en este sentido, revista la característica de lo relativo. Sin embargo,
es mediante la apelación a argumentos iguales o similares a los que se acaba de
señalar, que se presenta la reacción y el oscurantismo contemporáneo o
“postmoderno". El planteo central, es que las verdades científicas no deben tener un
caracter doctrinario, a riesgo de caer en el “totalitarismo".
Ahora bien, siguiendo la misma línea de argumentación
podría cuestionarse, para tomar un caso, la ley de la gravedad, por dar, en
determinado contexto, una explicación “única” del movimiento de los cuerpos en
el espacio. Con idéntico criterio podría impugnarse la “dictatorial” teoría de
la relatividad que establece que ningún cuerpo puede superar la velocidad de la
luz, violando el libre albedrío universal. Entonces, en nombre de la democracia o del pluralismo y,
por lo tanto, del “derecho” a una explicación alternativa podría exigirse que se incluya en la
educación de nuestros niños cualquier fantasía, mito o invención al respecto.
El problema
merece examinarse con cuidado porque los planteos que acabamos de indicar, en
una variante más sofisticada, se cultivan muchas veces con denodada devoción
entre algunos académicos y profesionales de las ciencias sociales que realizan
la apología del supuesto saber fragmentario, del conocimiento de lo particular
en oposición y hasta en negación de lo general y que, por lo tanto, han hecho
una suerte de profesión de fe del rechazo a una comprensión de conjunto,
unitaria, “totalizante” de los principales problemas del mundo moderno.
Un ejemplo de
semejante barbarie son los planteamientos de Ernesto Laclau, enfermizamente
antimarxistas, que para no dejar dudas al respecto repudian la pretensión
científica del marxismo y... el conocimiento científico en general. A este
último se lo impugna, precisamente, por su aspiración a la generalidad, a las
explicaciones unitarias y
“monistas". Laclau repudia el Renacimiento, el Ilumnisimo y, en
defintiva, la piedra basal de todo el desarrollo mismo de la ciencia moderna
cuando le adjudica el “pecado” de pretender entender y “representar” lo real.
La novedad “postmoderna” sería, al contrario, renunciar a comprender la
historia como totalidad. En oposición a este planteamiento, se debería afirmar,
laclausianamente, “el carácter de eventos aislados” como la sustancia del proceso
histórico. En verdad esto equivale a decir que no hay proceso ni hay historia.
Es necesario
no despreciar el nivel de barbarie epistemológica de tales “contribuciones”
que, a pesar de todo, pretenden el fuero
de ser reivindicados como la última palabra en materia de ciencia política y
social. Lo que se pone en duda y se critica es el fundamento mismo del mundo
moderno y los alcances revolucionarios que tuvo la irrupción del capitalismo,
liquidando los modos de producción preexistentes. Para esto se expone la
cuestión de la siguiente manera: a) en la Edad Media, dios y los depositarios de su fe son los encargados de
brindar, revelación mediante, el destino general de todo y de todos, que, al
fin y al cabo son el resultado de una creación única; b) los hombres de
ciencia, pensadores y filósofos que, destronado el poder de la Iglesia y sus
mitos, pusieron desde el siglo XVI los cimientos de la cultura moderna
cometieron, no obstante, el terrible error de intentar sustituir aquella
cosmovisión “divina” por una contrapartida terrenal. Esto significa que “se
equivocaron", precisamente, porque se propusieron, en consecuencia,
penetrar la realidad, avanzar en la comprensión racional de su universo y su
circunstancia. Textualmente, según el mencionado Ernesto Laclau: “en los
comienzos de los tiempos modernos, la razón va a ser llamada a cumplir un nuevo
rol totalitario, radical, mucho más fuerte que nada que hayamos visto en el
pensamiento (religioso) anterior (...) este es el proceso que vamos a ver
desarrollándose desde Descartes hasta Marx; es decir que en todos los casos se
va a ir reafirmando la radical racionalidad de lo real". Asi la barbarie se presenta en la actualidad
en el ámbito académico, bajo el disfraz del progreso de lo “post-moderno".
La pertinencia
de estos comentarios vale cuando recordamos los cien años de la muerte de quien
tanto hiciera en la lucha contra el agnosticismo, cuyas armas más nuevas de
combate acabamos de denunciar. Sucede que cuestionar la posibilidad de
“representar lo real” y cuestionar, también, la verdad del pensamiento en
términos de su verificación práctica y terrenal es una reiteración de los muy
viejos discursos sobre “lo incognoscible", la imposibilidad de acceder a
la “cosa en sí", lo inasible de la confrontación experimental de la
teoría, etc. Al respecto podemos citar aquí las palabras de un contemporáneo y,
al mismo tiempo, discípulo de Engels. Fue el italiano Labriola que indicó que
cuando los agnósticos insisten en la
imposibilidad de conocer la cosa en si, lo más íntimo de la naturaleza, la
causa última y el fondo de los fenómenos, llegan por otra vía al mismo
resultado “nuestro"; o sea al hecho de que no se puede pensar sino en lo
que podemos experimentar y...conocer. El mismo Labriola formuló una suerte de
ley al respecto: todo lo cognoscible puede ser conocido, y todo lo cognoscible
será realmente conocido en el infinito; y más alla de lo cognoscible no hay
nada que pueda importarnos en el campo del conocimiento puesto que es mera
fantasía admitir como existente una diferencia entre lo limitado que puede ser
conocido y el campo de lo incognoscible -que al menos habría que declarar como
conocido en cuanto incognoscible. En otras palabras: lo real que no puede ser
“representado", conforme los que quieren fundar una suerte de nueva
sociología del siglo XXI, es irreal, escapa al campo de la tierra y se nutre
solo del eventual imaginario onírico y celestial de los sociólogos
post-modernos.
La vigencia de
Engels y del marxismo en general se vincula a la esencia científica de sus
planteamientos y, en consecuencia, a la enorme capacidad predictiva de sus
análisis y caracterizaciones teóricas.
En otro texto ya tuve la oportunidad de desenvolver este concepto, explicando
el acierto sin precedentes del marxismo, cuando desde mediados del siglo pasado
trazó los grandes lineamientos de la dinámica de la sociedad capitalista y, más
tarde, de su fase imperialista en el siglo XX. No es menos notable el anticipo
sobre el derrumbe de la URSS, o más rigurosamente, sobre la inviabilidad del
socialismo en “un sólo país". Se trata de una caracterización compartida
en su momento por la totalidad de los líderes de la primer revolución obrera en
1917 y que, después, fuera rigurosamente desarrollada como tesis por la llamada
Oposición de Izquierda fundada por Leon Trotsky en los años 20 al interior del
Partido Comunista de la Unión Soviética. Que sirva lo que acabamos de afirmar
para distinguir al marxismo de esa deformación contrarrevolucionaria y
burocrática que se sitúa en las antípodas, denominada stalinismo.
El comentario
es también pertinente para recordar otra de las características del marxismo
como ciencia: su capacidad de preveer. En este sentido no es posible compartir
el criterio de algunos marxistas -como es el caso de Holloway-, que le niegan
al propio marxismo los atributos de toda ciencia, el de establecer leyes
objetivas del movimiento de la sociedad capitalista. Cabe precisar, de
cualquier modo, que la existencia de tales leyes objetivas no implica que los
hombres estén condenados a ser meros espectadores pasivos de su propia
historia. Al revés, aunque en “determinadas condiciones", son los hombres
quienes “hacen la historia". Un “hacer” que puede materializarse, o no,
conociendo y dominando las “leyes objetivas” que nos ha legado la propia
historia.
Toda la clave
en este asunto parece consistir en no introducir de contrabando la división
mecánica y propia del materialismo pre-marxista entre lo objetivo y lo
subjetivo. Como si el hombre no fuera objeto, naturaleza y como si la
naturaleza y el hombre como tal no fueran, en su interacción, el sujeto mismo
de la civilización. Toda la ciencia del marxismo tiene este punto de partida
que tan bellamente elaboraran Marx y Engels en su juventud y que encabeza las célebres “Tesis sobre
Feuerbach", escritas como apuntes por el primero y editadas por el
segundo. Allí se dice que “el defecto fundamental de todo el materialismo
anterior -incluído el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad,
la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación pero no como
actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo
subjetivo...(Feuerbach) sólo considera la actitud teórica como auténticamente
humana, mientras que concibe la práctica en su forma suciamente judaíca de
manifestarse...no comprende la importancia de la actuación 'revolucionaria',
'práctico-crítica'".
Como puede
verse, el concepto de ciencia en el marxismo supone no sólo una radical
“objetividad” sino también la concepción de teoría y práctica como proceso y
“unidad". Por eso, otra de las
célebres “Tesis...", la inmediatamente siguiente proclama que “el problema
de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un
problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre
tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un
pensamiento que se aisla de la práctica, es un problema puramente
escolástico". Parece evidente que estas afirmaciones corresponden al
conocimiento científico como tal, es decir que vale para las ciencias
denominadas “duras” o exactas como para la propia ciencia social que, en este
punto, contra la pretensión de muchos metodólogos y también marxistas, no
revisten diferencia alguna. En este aspecto los trabajos de Engels como el
"Anti-Duhring" y el propio "Ludwig Feuerbach y el Fin de la
Filosofía Clásica Alemana" son profundamente esclarecedores. Los
detractores del marxismo y del socialismo científico han desenvuelto una muy
extendida tarea de descalificación del compañero de Marx, lo han presentado
como esquemático e inclusive antimarxista en sus escritos de orden filosófico y
epistemológico. Lo cierto es que Adam Schaff recordó algunos años atrás que
tales escritos son prácticamente una coproducción y que, en particular, el
manuscrito completo del Anti-Duhring fue “enteramente” leído por Marx, con
anterioridad a su publicación.
Es
precisamente en estos trabajos donde Engels dice de un modo muy claro que la
historia de la sociedad difiere de la historia del desarrollo de la naturaleza.
En la historia social actúan hombres con su propia pasión, sus intereses, su
conciencia y voluntad. Dicho de otro modo se trata de una historia humana, por
oposición a la pura y estrechamente “natural". “Pero esta distinción, por
muy importante que ella sea, para la investigación histórica, sobre todo la de
épocas y acontecimientos aislados, no
altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes
generales de orden interno". El marxismo, como crítica y superación de la
llamada filosofía clásica alemana constituye una suerte de estación terminal
puesto que proclama el reino de la ciencia positiva en todos los dominios,
liquidando la filosofía preexistente que , en las palabras de Engels ya citadas
“queda terminada". Toda la conclusión de sus trabajos sobre el punto se
resume en esto: “esta interpretación pone fin a la filosofía en el campo de la
historia, exactamente lo mismo que la concepción dialéctica de la naturaleza
hace la filosofía de la naturaleza tan innecesaria como imposible (...) de la
filosofía desahuciada queda en pie sólo la teoría de las leyes del proceso de
pensar, la lógica y la dialéctica". Una formulación que quedaría
incompleta si no se comprende que la “terminación” de la filosofía es la
asimilación de lo mejor de toda la evolución filosófica del pasado e inclusive
su conversión en 'práctica'. Esto explica la última frase del “Ludwig
Feuerbach...", a modo de sentencia, cuando dice que “el movimiento obrero
de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana".
En
consecuencia el concepto de ciencia “positiva” del marxismo es completamente ajeno a la
filosofía positivista, en el sentido de una supremacía de la ciencia concebida
de un modo abstracto, no histórico ni social e, indudablmente, ajeno al
movimiento obrero y a la lucha de clases. En este punto el positivismo y sus
“alrededores” conciben la ciencia al modo “feuerbachiano”. El marxismo, en
cambio, concibe la actividad revolucionaria práctica como la realización
indispensable de una parte de la ciencia, que se abre paso “humanamente” en la
propia revolución social. Una ciencia que se consuma en la dictadura del
proletariado, es decir, en la condicion práctica -una vez más- para la
abolición del dominio del capital y para abrir paso a una sociedad
verdaderamente humana, donde no exista ya la explotación del hombre por el
hombre, donde se acaba con el “reino de la necesidad para pasar al reino de la
libertad".
En momentos en
que vuelve a establecerse una terrible
confusión entre la dictadura del proletariado y la dictadura burocrática
y contrarrevolucionaria que imperó en la ex-URSS, conviene precisar que fue el
Marx “humanista", esto es, el que habló de que el hombre debe “construir”
humanamente su circunstancia, fue ese Marx, entonces, quien se preocupó en
señalar que el aporte “nuevo” en materia de inteligencia de la historia moderna
fue justamente la conclusión de que la dictadura del proletariado era el punto
de llegada necesario del desarrollo de la sociedad contemporánea; esto como
tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases
(las clases sociales y aún la lucha de clases son un descubrimiento premarxista).
Otra moda
académica aún vigente, aunque de vieja data, consiste en atribuir al socialismo
científico los características propias de la ciencia del siglo XIX, dominada
por los avances y descubrimientos de la mecánica y de la física newtoniana. En
el mejor de los casos se trata de ignorancia y nuevamente es Engels el
encargado de desasnar al respecto al estudioso que obra sin rigor. El
mecanicismo es precisamente el defecto del materialismo pre-marxista, con su tendencia mediocre a reducir la
condición del hombre al de la máquina. Es lo que Marx y Engels rechazan: el
lado conservador, quietista, pasivo del viejo materialismo, para quien el
hombre estaba determinado en su “trayectoria” por las circunstancias que lo
dominan. Si en la historia el “lado activo” del hombre había sido impulsado por
el idealismo, los marxistas pueden
declararse legítimamente herederos de este impulso a la acción, de la confianza
en modelar el mundo a su imagen y semejanza. Fue, entonces, cuando el propio Marx indicó que si las circunstancias
formaban al hombre, se trataba ahora, ciencia mediante, transformación
revolucionaria mediante, de formar, las circunstancias “humanamente".
En los límites
de la mecánica y de la visión del mundo que
se le atribuye al genio de Newton, todo el universo concluyó por ser
aprehendido como una suerte de robot. El universo autómata, el universo-reloj,
en las palabras de Prigogine, era de conjunto la máquina inerte y perfecta. Aquí la
trayectoria y la posición de todos los cuerpos estaba predeterminada para
siempre. En la cumbre de su aprehensión del universo el hombre, en lugar de ser
“uno” con la naturaleza de la cual provenía, parecía una suerte de excepción,
algo esencialmente distinto e
irreductible puesto que no podía ser aprehendido él mismo, como máquina, como
robot o como reloj. Después de haber desalojado a Dios para comprender el
funcionamiento de la naturaleza el mismo parecía un Dios ante el universo que
descubría, como si se hubiera roto la “alianza” entre el hombre y la
naturaleza. Reaparece así la idea de alienación o enajenación del hombre
respecto al medio natural y a sí mismo. A partir de aquí el propio Prigogine
plantea que la posibilidad de una “nueva alianza” entre el hombre y la
naturaleza dependerá de los también nuevos y últimos desarrollos de la propia
ciencia, entendida en el sentido más restrictivo de ciencia de la naturaleza.
Se refiere a las investigaciones sobre la segunda ley de la termodinámica y la
entropía, a los descubrimientos de la física cúantica, a la incorporacíon del
tiempo en la evolución de la materia y sus procesos, etc. y a su capacidad por
brindar una explicación más completa y rica del cosmos, que la heredada del
pasado.
Lo que importa
subrayar en este caso es una cuestión, que puede denominarse metodológica, de
este intento que abarca a una corriente muy amplia del pensamiento
contemporáneo. Esto es, la tentativa de superar la enajenación del hombre por
la vía exclusiva o privilegiada de una adecuada comprensión de los descubrimientos
y desarrollos de ciencias como la física, la química, la biología, etc. En este planteamiento no se contempla a la
ciencia social, al marxismo y, consecuentemente, a la modificación de la
sociedad por una via revolucionaria, como una tarea “científica” en la
dimensión que en este trabajo se plantea. Omitir semejante dimensión al
problema implica, por lo tanto, plantearse una búsqueda errada, extraviada,
puesto que la alienación del hombre en relación a la naturaleza y, entonces,
también en relación a sí mismo, que es naturaleza, sólo puede ser resuelta en
la práctica por la revolución social, es decir, por la “actuación
revolucionaria, práctico crítica".
Se trata de un
extravío similar, aunque formalmente
aparezca como la contrapartida, de aquel otro que en los años 60 presentaba a
Marx como un “humanista", cuyo objetivo sería descubrir la “esencia” del
hombre en el reino de la especulación filosófica y de la teoría “pura” del
trabajo enajenado, pero ciertamente al margen de la lucha revolucionaria. Por
esto mismo ganó el favor de cierta audiencia intelectual, atrapada entonces con
algunas de las obras de Erich Fromm. Fromm presentaba a Marx como una suerte de
profeta ateo, no como integrante de las filas del movimiento proletario
revolucionario. En este caso, como en el anterior, asistimos, en tiempo
distintos a una reacción a la barbarie stalinista, basada en la incomprensión
del fenómeno de la degeneración del Estado que surgiera de la primera
revolución obrera triunfante en l917. Por eso tienen en común la omisión de la
revolución social, como si el “comunismo” oficial de la vieja URSS obligara a
evitar abordarla o a eliminarla de la
“agenda” de los problemas del mundo que nos toca vivir.
La conclusión
de todo esto es la siguiente: el planteo de que la ciencia es instrumento de
liberación del hombre sólo puede ser aceptado si se acepta, como parte del
propio conocimiento científico, la tarea revolucionaria de transformación
social que se ejecuta a partir de hipótesis y caracterizaciones teóricas sobre
la propia sociedad moderna. En este sentido el marxismo es la síntesis y
superación de las mejores tradiciones del pensamiento humano, en la definición
ya clásica dada por Lenin de sus “partes integrantes” que incluyen, a la
mencionada filosofía clásica alemana, al socialismo francés y a la economía
política inglesa.
Continuidad
El marxismo
-ciencia y práctica de la revolución social- se mantuvo vivo en el movimiento
de oposición a la burocracia staliniana que liderara Trotsky. Es sintomático que,
poco antes de ser asesinado por Stalin, el propio Trotsky consagrara sus
últimos escritos a defender irrestrictamente la base cientifica del marxismo y
al materialismo dialéctico como la cumbre actual de la evolución del
pensamiento humano. El rigor por la teoría y el desprecio por toda actitud
negligente en la materia en un hombre que apenas años atrás había dirigido al
formidable Ejército Rojo, (que él mismo construyera de la nada para defender
las conquistas del proletariado revolucionario) pinta de cuerpo entero al
último y más grande representante del socialismo científico en el siglo XX. Fue
el mismo Trotsky quien, al culminar una conferencia a estudiantes dinamarqueses
en l924, pronunció las palabras que aquí cierran este pequeño trabajo:
"La antropología,
la biología, la fisiología,la psicología, han reunido verdaderas montañas de
materiales para erigir ante el hombre, en toda su amplitud, las tareas de su
propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo ulterior. Por
la mano genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la tapadera del pozo
que, poéticamente, se llama el alma del hombre. Y ¿qué nos ha revelado? Nuestro
pensamiento conciente no constituye más que una pequeña parte de las oscuras
fuerzas psíquicas. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la
fauna misteriosa de las aguas. Para que el pensamiento humano descienda al
fondo de su propio oceáno psíquico debe iluminar las fuerzas motrices
misteriosas del alma y someterlas a la razón
y a la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerza anárquicas de su propia sociedad, el hombre se integrará
en los morteros, en las retortas del químico. Por primera vez la Humanidad se
considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como
una semifabricación física y psíquica. El socialismo significará un salto del
reino de la necesidad al reino de la libertad en el sentido de que el hombre de
hoy, plagado de contradicciones y sin armonía franqueará la vida hacia una
especie más feliz.”
*Artículo
publicado en la revista En defensa del Marxismo en el año 1995.