Laura Sguazzabia

El patriarcado desde el punto de vista marxista


Patriarcado es una palabra muy utilizada en los debates sobre la condición de la mujer, con la cual se suele indicar la principal causa de la opresión de la mujer en el mundo. El término es utilizado por norma para referirse a todo lo que oprime o manifiesta la opresión de la mujer como tal en la sociedad, pero muy raramente quien lo usa tiene una idea clara de qué es o son capaces de dar una definición exacta. Esto porque no existe una única, común y coherente: las diversas variantes de la ideología feminista corresponden a diferentes interpretaciones de lo que debería ser esta estructura social llamada patriarcado, y de cómo abolirla. El patriarcado aparece más bien como una idea de aquello que hay que cambiar socialmente, pero una idea no siempre bien definida.

La teoría marxista ha hecho un uso muy cuidadoso del término patriarcado desde el inicio porque para los marxistas, hacer explícitos los conceptos, establecer los orígenes, la historia, los fundamentos, aclarar y especificar cómo un concepto nace y se adapta a la realidad histórica, y cambiante, es fundamental para avanzar no solo en nivel empírico sino, sobre todo, en la lucha de clases. En la obra en la cual se desarrolla principalmente la teoría marxista sobre el origen de la opresión de la mujer, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado publicada en 1884 [1], Engels utiliza el término «patriarcal» para caracterizar un cierto tipo de familia, en una época en la cual las familias eran comunidades. Y en un cierto punto habla de «comunidad familiar patriarcal»: se trata, en el análisis de Engels, de una forma transitoria que nace entre la familia fundada en el derecho materno (o lo que es erróneamente llamado matriarcado, más correctamente la familia matrilineal o matrilocal), y la moderna familia monogámica. La familia patriarcal es la que surge cuando la filiación femenina y el derecho materno son sustituidos por la filiación masculina y el derecho hereditario paterno, de modo que el padre se convierte en el jefe de la familia, y alrededor de él se constituye una gens paterna. La familia patriarcal se caracteriza por una creciente autoridad y poder del padre sobre el grupo y la incorporación de miembros independientes y sumisos en esta estructura de dominación. Este tipo de familia, para Engels, así como para los antropólogos de la época, sobrevive por una fase relativamente breve de la historia humana porque luego se produce un gran cambio que cristalizará la opresión de la mujer: muy rápidamente, con el desarrollo de las fuerzas productivas, se afirmará la sociedad dividida en clases y, así, un nuevo tipo de familia basada en el matrimonio monogámico, donde el hombre reduce a su mujer a una propiedad y establece así una autoridad firme y extendida en el sistema social.

El análisis marxista sobre la opresión de la mujer

La obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado se basa en gran parte en la investigación pionera del antropólogo del siglo XIX Lewis Henry Morgan. La investigación de Morgan, Ancient Society, publicada en 1877, puede considerarse la primera tentativa de tratar la evolución de la organización social humana desde un punto de vista materialista.

Morgan investiga, después de un extenso contacto con los indios iroqueses en Nueva York, un sistema de parentesco estructurado de modo completamente diferente de la moderna familia nuclear. El estudio de Morgan sobre los iroqueses muestra dos hechos: 1) que en el interior de este sistema las mujeres y los hombres tenían una rígida división del trabajo entre los sexos, pero 2) que las mujeres eran iguales a los hombres, con completa autonomía respecto de las propias responsabilidades y con poder de decisión al interior de la sociedad en su conjunto. Esta descubierta lo inspira a estudiar otras sociedades y lo lleva a descubrir a otros nativos americanos, situados a miles de millas de los iroqueses y estructurados con formas de parentesco notablemente similares. Morgan concluye que la sociedad humana evoluciona a través de sucesivas fases, basadas en el desarrollo de «sucesivas artes de subsistencia».

Engels se basa en la teoría de Morgan para escribir su obra y, como sugiere el título, para desarrollar la teoría de cómo el nacimiento de la sociedad dividida en clases había llevado al nacimiento del Estado, que representa los intereses de la clase dominante, y de la familia, como un medio a través del cual la clase dominante transmite las riquezas manteniendo la propiedad privada. El descubrimiento de Morgan confirma que el período del «comunismo primitivo» precedió por mucho tiempo a la sociedad de clases y ayuda a Engels a aclarar con precisión cómo nace la opresión de la mujer en concomitancia con el nacimiento de la sociedad dividida en clases.

En la obra de Engels se delinean tres períodos distintos, cada uno como un estadio progresivo del desarrollo social: estado salvaje, barbarie y civilización. Estos términos, que reflejan la terminología victoriana, han cambiado desde entonces pero mantienen válido el esquema de base: el estado salvaje se refiere a la caza y la recolección; la barbarie, a la fase en la que predomina la agricultura, primero a través de la horticultura (o práctica del «roza y quema»), y luego a través del uso de técnicas avanzadas como el arado y el riego en amplia escala; la civilización, a la evolución de la sociedad urbana y los inicios de la industria.

Estas tres fases abarcaron un período muy largo. Los primeros antepasados humanos probablemente aparecieron hace dos millones de años o más, mientras los humanos anatómicamente modernos lo hicieron entre 200.000 y 100.000 años atrás. Las primeras formas de agricultura no comenzaron hasta hace 10.000 años, y solo en los últimos mil años la sociedad humana ha tenido un desarrollo mucho más rápido en virtud de la tecnología. Esta periodización evolutiva significa que durante la mayor parte de la historia humana ha sido imposible acumular riqueza, ni había motivos para hacerlo. Para comenzar, no había algún lugar donde almacenarla: las sociedades de caza-recolección eran nómadas y se mantenían con la recolección de bayas y raíces, la caza y la pesca. Además, en la mayor parte de estas sociedades no era necesario trabajar más que lo necesario para procurarse lo que servía para el sustento. Incluso en las primeras sociedades hortícolas, no era realmente posible producir mucho más que lo sería consumido inmediatamente por los miembros del grupo.

Con la introducción de producciones agrícolas más avanzadas, a través del uso del arado y/o de sistemas de riego más avanzados, y con el nacimiento de comunidades permanentes, en algunas sociedades, los hombres pudieron obtener más que los medios de subsistencia. Esto lleva a la primera acumulación de excedentes o riquezas. Al inicio, el excedente es compartido con el clan entero, entonces la riqueza no es acumulada por un solo individuo o grupos de individuos. Pero, poco a poco, a medida que la comunidades crecen en tamaño y se vuelven organizaciones sociales más complejas, en la medida en que crece el excedente, la distribución de la riqueza se vuelve desigualdad y solo un reducido número de hombres se distingue por la riqueza y el poder por sobre el resto de la población.

Engels sostiene que el nacimiento de la sociedad de clase trae consigo no solo el crecimiento de la desigualdad entre gobernantes y gobernados, sino también entre hombres y mujeres. El centro de la teoría de Engels sobre la opresión de la mujer se basa en la relación entre la división sexual del trabajo y el modo de producción, que sufre una transformación fundamental con el surgimiento de la sociedad de clase. En la sociedad de cazadores-recolectores y horticultores había una división sexual del trabajo, un conjunto de responsabilidades rígidamente definidas entre mujeres y hombres. Y a ambos sexos le era concedido un grado elevado de autonomía en el desarrollo de estas competencias: la recolección y la distribución de comida en la tribu, por ejemplo, era realizada enteramente por las mujeres (elemento que aprendimos precisamente de la investigación realizada en tiempos de Engels), que podían decidir incluso no concederlo a quienes sintieran que no habían cumplido adecuadamente con su deber hacia el grupo. En la sociedades preclasistas, las mujeres estaban en condición de combinar maternidad y trabajo productivo, esferas entre las que no había una separación neta: en muchos casos podían llevar consigo a los hijos durante la siembra y la cosecha, o dejarlos al cuidado de otros adultos; al mismo tiempo, se ocupaban de producir muchas mercaderías en la casa. Desde el momento en que las mujeres eran fundamentales para la producción en estas sociedades preclasistas, la desigualdad sistemática entre los sexos no existía y se las tenía en muy alta consideración, incluso cuando eran ancianas.

Todo eso cambia con el desarrollo de la propiedad privada. El desarrollo de la producción agrícola aumenta notablemente la productividad en el trabajo, eso, por su parte, aumenta la demanda de trabajo: mayor es el número de trabajadores en el campo, mayor es el excedente. Por lo tanto, a diferencia de la sociedad de cazadores-recolectores que trataba de limitar el número de hijos, la sociedad de agricultores trataba de maximizar el potencial reproductivo de las mujeres porque la familia debía tener más hijos como ayuda para el trabajo agrícola. Así, mientras los hombres jugaban un papel siempre más exclusivo en la producción, las mujeres eran llamadas a desarrollar un papel más central en la reproducción. La estricta división sexual del trabajo sigue siendo la misma, pero la producción ahora alejada del hogar y la familia no sirve ya nada más que a la función reproductiva y, como tal, se convierte en una unidad económica de consumo. Las mujeres quedan atrapadas en sus familias individuales, como reproductoras de la sociedad, aisladas de la producción.

Estos cambios ocurren inicialmente en las familias que tienen propiedades, las de la clase dominante. Pero con el tiempo, la familia nuclear se convierte en una unidad económica de la sociedad en su conjunto. Además, estos cambios se verifican durante un período de miles de años y todas las sociedades del mundo, aunque no han experimentado una sucesión idéntica de cambios en el modo de producción, se han transformado. Es importante subrayar que la codicia no es la causa principal de la distribución desigual de la riqueza ni que el machismo es la razón por la cual el poder cae en manos de (algunos) hombres, mientras la autoridad de las mujeres se reduce drásticamente. No hay evidencia (y no hay razón para suponer) que las mujeres fueron forzadas a desempeñar este papel por los hombres: de hecho, para las familias que poseían riqueza, un excedente mayor habría sido del interés de todos los miembros de la familia.

En este contexto, la familia nuclear monógama como la conocemos hoy, inevitablemente comienza a tomar forma. Por un lado, asistimos a un desplazamiento del derecho de la línea materna (en este momento histórico, la mayoría de sociedades siguen siendo matriarcales o, mejor dicho, matrilineales) al paterno, de modo que la herencia no pasa por la madre, sino por el padre. Por otro lado, se impone la necesidad de una rigurosa monogamia que garantice el control absoluto sobre la descendencia para que el hombre pueda estar seguro de que los hijos nacidos de su mujer son suyos. De esta forma, el hombre llega a asumir el papel de jefe de su hogar.

Sin duda, Engels tenía razón, con más pruebas de apoyo hoy que cuando escribió al respecto, sobre que el nacimiento de la familia nuclear ha provocado una degradación social y la opresión de la mujer, desconocidas en las sociedades preclasistas. La familia moderna nace con el único propósito de transmitir la propiedad privada en forma de herencia de una generación a la otra: «Fue la primera forma de familia que no se fundó en condiciones naturales sino en condiciones económicas, precisamente en la victoria de la propiedad privada sobre propiedad común originaria y espontánea. La dominación del hombre en la familia y la procreación de hijos indiscutiblemente suyos, destinados a heredar sus riquezas: estos eran los fines únicos y exclusivos del matrimonio monógamo”[2]. Todas las imágenes románticas del amor verdadero, que desde entonces han contribuido a idealizar el matrimonio en la sociedad contemporánea, no pueden cambiar el hecho de que el matrimonio es esencialmente una relación de propiedad. La monogamia ofrece los medios por los cuales la propiedad se puede heredar individualmente, mientras que pasar al linaje paterno garantiza que la propiedad y las riquezas permanezcan en la nueva familia y no pasen al clan materno como en el pasado.

El análisis de Engels es simple y obvio: la división sexual del trabajo que existía en las sociedades preclasistas, cuando la producción para el uso era el modo de producción dominante, no tenía las implicaciones de la desigualdad de género. Las mujeres podían combinar sus roles reproductivos y productivos para que ambos sexos pudieran realizar un trabajo productivo. Pero con el surgimiento de la sociedad de clases, cuando comienza la producción para el intercambio y por el dominio, la división sexual del trabajo contribuye a erosionar la igualdad entre los sexos. La producción y el comercio tienen lugar cada vez más fuera del hogar, por lo que el hogar se convierte en un ámbito estrictamente reproductivo. Así, el origen de la opresión de la mujer deriva principalmente de su papel en la vida reproductiva dentro de la familia y del papel de la familia como unidad económica en la sociedad.

La contribución de Marx

El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado fue publicado en 1884 con la firma de Engels. La falta del nombre de Marx como autor del texto, ha sido utilizada estructuralmente por parte de numerosos detractores del marxismo para subrayar el desinterés del “Moro” en las cuestiones de la opresión de la mujer.

Aparte del hecho de que al momento de la publicación Marx había muerto hacía más de un año, hay que decir que, según admite el propio Engels, la obra resume una vida de investigación de ambos y se basa en gran medida en las notas recopiladas por Marx: su propia hija Eleanor, que había sido asistente de su padre mientras él vivía y editora de sus publicaciones después de su muerte, es consultada asiduamente por Engels tanto en la redacción como en la corrección de la obra. Por lo tanto, acusar a Marx de desinterés por la condición femenina no solo es intelectualmente incorrecto, sino más aún conceptualmente. Este trabajo único, que incluso hoy las feministas no pueden ignorar (en la mayoría de los casos para criticarlo), y que se basa en dos conceptos clave –que las primeras sociedades humanas fueron sin clases e igualitarias, y que la opresión de la mujer acompaña el nacimiento de las clases– constituye la culminación de una elaboración teórica y un compromiso militante que tanto Marx como Engels han prodigado a lo largo de todas sus vidas.

En La cuestión judía, publicado por Marx cuando tenía 25 años, se lee: «¡La misma relación sexual, la relación entre hombre y mujer, etc., se convierte en objeto de comercio!» En La Sagrada Familia, escrito más tarde en 1844, Marx parafrasea de modo aproximado a Fourier, tocando un tema al que a menudo vuelve por el resto de su vida: «El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general». En el Manifiesto del Partido Comunista, publicado en 1848, primer documento programático escrito para una organización política, sostiene que la clase dominante oprime a la mujer: «El burgués ve en la esposa un simple instrumento de producción. Escucha que se dice que las herramientas de producción deben explotarse en común y, por supuesto, no puede sino recordar que el destino de la comunidad también afectará a las mujeres. Ni siquiera sospecha que se trata de abolir la posición de la mujer como mera herramienta de producción».

Se podría continuar, pero basta con que desde los primeros años de su activismo tanto Marx como Engels hayan escrito sobre la cuestión de la opresión de la mujer pensando en lo que significó su participación activa para la clase obrera y para la lucha por una sociedad mejor. Este análisis sobre los escritos de Marx, lleno de consideraciones sobre la cuestión de la opresión de la mujer, es deliberadamente ignorado y en cambio se hace referencia exclusivamente a El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels. Pero ya en sus primeros trabajos, y luego en El Capital, la cuestión de la condición de la mujer es un tema recurrente. Incluso con las limitaciones de su época, Marx se encontraba entre los más avanzados en la cuestión de la opresión de la mujer: tenía claro los problemas que tenían que afrontar las mujeres y el trato por parte de los hombres.

También en la práctica, Marx se adelantó a todos. Inmediatamente después de ayudar a fundar la Primera Internacional, sugiere que la compañera de Engels, Lizzie Burns, se una inmediatamente, y su correspondencia muestra que insta a las mujeres a unirse independientemente de sus maridos. Marx fue el más consciente de todos los miembros del Consejo de la Internacional al poner el tema de la mujer en la agenda del día: lucha contra los anarquistas cuya sección francesa era francamente hostil a las mujeres que trabajaban en la industria, en línea con la infame proclama de Proudhon de que la mujer es ama de casa o cortesana; propone regularmente puntos en la agenda de los Congresos de la Internacional sobre la condición de la mujer y el niño; es el que impulsa a debatir la cuestión de la mujer en las reuniones de la Internacional, incluso cuando no podía asistir. En el Congreso de 1867, Marx presenta una propuesta para una discusión profunda sobre «los medios prácticos de acción para las clases trabajadoras, mujeres y hombres, en la lucha por su completa emancipación del dominio del capital». A partir de ese momento, cada declaración que escribe o edita se refiere a mujeres y hombres trabajadores. Después de la Comuna de París, cuando señala el importante papel de la mujer, propone en septiembre de 1871 que la Internacional establezca secciones femeninas: esto no para eliminar las secciones mixtas, sino por la evidente necesidad de las mujeres de organizar el creciente número de trabajadoras involucrado.

Marx pensaba en la opresión de las mujeres y se tomaba en serio su participación política. No solo abordó el tema teóricamente, sino que lo persiguió activamente en su actividad política cada vez que se presentaba la oportunidad. Sin embargo, el apoyo constante de Marx a los derechos de las mujeres es poco conocido o incluso mistificado. Shulamith Firestone, por ejemplo, en su libro La dialéctica del sexo aniquila a Marx como [siendo] «peor» que Engels porque, según su parecer, hay un prejuicio por parte de Marx contra las mujeres, por lo que su análisis de la opresión femenina es fruto solo de intuiciones accidentales.

Las críticas y las diferencias

La obra de Engels fue considerada, durante mucho tiempo y hasta hace unos años, como basura por varios científicos sociales ya que contenía la idea de que los seres humanos vivían en lo que Engels y algunos antropólogos como Morgan habían llamado «comunismo primitivo». La existencia del «comunismo primitivo» en las primeras sociedades humanas fue de hecho para los opositores del marxismo un elemento clave, peligroso y socavado: si los seres humanos hubieran vivido de hecho en sociedades colectivas igualitarias como las descritas por Engels y otros, entonces esto podría ser posible también en el futuro. Derrotar esta tesis de que las mujeres no siempre habían vivido en una posición subordinada que hoy se da por sentada, habría significado desconfiar del argumento basal según el cual la humanidad comenzó su vida social de modo no jerárquico e igualitario. Con los cambios en los debates, inicialmente influenciados por el radicalismo de los años sesenta y setenta [del siglo XX], ahora se acepta ampliamente que existían sociedades sin clases. Los estudiosos, incluso los no marxistas, han demostrado indiscutiblemente que los seres humanos vivían en pequeños grupos antes del nacimiento del Estado y el afianzamiento de la desigualdad social. En estas sociedades había propiedad común de la tierra y de los recursos, reciprocidad generalizada en la distribución de alimentos, y relaciones políticas relativamente igualitarias.

El análisis marxista define el momento histórico en el cual se consolida la opresión de la mujer, subvirtiendo así la teoría, muy difundida, de que las mujeres siempre han sido oprimidas, fundamentalmente a causa de su diferencia biológica con los hombres. Esta teoría contiene en sí dos prejuicios: el primero relativo a la inmutabilidad de la condición de opresión de la mujer, el segundo sobre la supuesta inferioridad biológica de la mujer, vinculada en particular a su capacidad reproductiva.

Con respecto al primer prejuicio, los estudios antropológicos, incluidos los recientes, han desmentido la teoría de que el control de los hombres sobre las mujeres siempre existiría y, en cambio, confirmaron la existencia de un sistema matrilineal o, como se define incorrectamente en la época de Engels, de un período de matriarcado: en las sociedades primitivas la única forma segura de trazar la línea de descendencia era partir de la madre, punto de partida indiscutible para saber con certeza quién descendía de quién. No existía otro medio científico que remitirse a la maternidad, única descendencia que se podía demostrar con certeza. A partir de esta necesidad, se generó el llamado «derecho materno» que dio a la mujer un papel muy importante en las comunidades de la época. Lo que Engels define como «la derrota histórica universal del sexo femenino» o «el derrocamiento del matriarcado» se produce cuando se concreta la dominación exclusiva del hombre, que no solo se ocupa de la actividad productiva sino que también toma el mando de la casa, subordinando a su esposa e hijos. Este pasaje se configura con el nacimiento de una forma intermedia de familia, la patriarcal, y también hace necesario cambiar el derecho: «así se derogó el cálculo de la descendencia por la línea femenina y el derecho hereditario matriarcal y se introdujo la descendencia por la línea masculina y el derecho hereditario masculino». Y como dice Engels algunas líneas arriba, el pasaje fue indoloro: «Bastó simplemente decidir».[3]

En cuanto a la supuesta inferioridad biológica de la mujer, en particular con respecto a la capacidad reproductiva, hay que decir que estudios antropológicos recientes han demostrado que en las sociedades primitivas se tenía en alta estima la función reproductiva y, por lo tanto, no se explica cómo esta diferencia biológica de la mujer con el hombre pueda ser la causa de su opresión. Evidencias arqueológicas y antropológicas de sociedades de cazadores-recolectores existentes en el momento de las invasiones imperialistas; investigaciones sobre las relaciones de género en sociedades indígenas en Australia antes de la invasión colonial; estudios de feministas como Karen Sachs, Christine Gailey y Ernestine Friedl, todos revelan sociedades en las que las mujeres no sufrieron discriminación ni opresión sistemática y de hecho dan testimonio de la enorme autonomía de las mujeres de la época en el manejo de su sexualidad y fertilidad: ahora, es cierto que las mujeres en el Paleolítico, por ejemplo, adoptaron formas de control de la natalidad y muchas veces, para evitar embarazos demasiado juntos, prolongaban el período de lactancia de los recién nacidos. La procreación no era un impedimento en las comunidades primitivas; así fue con el nacimiento y el surgimiento de la familia patriarcal, entonces monógama. El nacimiento de la propiedad privada y la afirmación del sistema capitalista –el estadio final del desarrollo de la sociedad de clases– no transformó las relaciones entre hombres y mujeres solo dentro del hogar sino que cambió radicalmente las relaciones políticas y económicas en la sociedad en general, creando las condiciones para la opresión de las mujeres incluso fuera del contexto doméstico: las mujeres, por lo tanto, fueron condenadas a su condición de oprimidas por las mismas fuerzas y relaciones sociales que llevaron a la opresión de una clase por de otra, de una etnia por otra y de una nación por otra.

En los debates y en los movimientos por la liberación de las mujeres, se escucha cada vez más a menudo que el patriarcado, y no el capitalismo, es la causa real de la opresión de la mujer: el patriarcado se configura así como un sistema estructural de la sociedad, paralelo e históricamente anterior al capitalismo, construido a lo largo del tiempo sobre la diferencia de género entre hombres y mujeres, y sobre el poder de los hombres sobre las mujeres. Derrocar el patriarcado, por lo tanto, se convertiría en una prioridad para las mujeres, a través de una lucha común de todas las mujeres contra todos los hombres, e incluso reemplazaría la necesidad de derrocar el capitalismo. De ahí la idea –apoyada en estas corrientes del feminismo pequeñoburgués– de que las mujeres deben organizarse, en un vínculo de hermandad que identifique al hombre como el verdadero enemigo a derrotar, o yendo al extremo de este vínculo, es decir, que las mujeres constituyen una clase que debe chocar con una contraclase, la masculina, para obtener su propia liberación. Ambas interpretaciones tienen limitaciones para los marxistas. La idea detrás de ambas, de que todas las mujeres en cuanto sexo tienen más en común que los miembros de la misma clase entre sí, es falsa: las mujeres de clase media tienen lazos muy fuertes con sus maridos, comparten sus intereses económicos, sociales y políticos, se unen a ellos en la defensa de la propiedad privada, el lucro, el militarismo, el racismo y la explotación de otras mujeres. Es cierto que todas las formas de sociedad de clases han sido dominadas por los hombres y que los hombres están entrenados desde el nacimiento para ser machistas, pero no es cierto que los hombres como tales sean el principal enemigo de las mujeres. De hecho, esto eliminaría la multitud de hombres oprimidos y explotados que son ellos mismos oprimidos por el principal enemigo de las mujeres, que es el sistema capitalista. Estos hombres también tienen interés en la lucha por la liberación de las mujeres; pueden y deben convertirse en aliados de las mujeres en la lucha por un nuevo sistema social, económico y político que permita a ambos una realización libre e igualitaria.

Sobre la base de esta coexistencia de dos sistemas, el patriarcado y el capitalismo, el primero más dañino que el segundo para la mujer, la obra de Engels ha sido mal entendida y denigrada por numerosas teóricas feministas por haber, según ellas, «reducido» la cuestión de la mujer de un ámbito general a otro más limitado, el económico: nada más lejos del enfoque de Engels, que siempre ha polemizado con las interpretaciones mecánicas del materialismo histórico (precisamente aquellas que reducen mecánicamente todos los aspectos de la vida social, cultural e ideológica al «factor económico»). En los años siguientes, a esto se sumó la acusación de que los marxistas no pusieron el patriarcado y el capitalismo en la relación correcta: ¿cómo es posible que el patriarcado sea producto del capital si históricamente lo precede? Es indiscutible que cuando hablamos de la opresión de la mujer no podemos utilizar solo categorías económicas: la opresión es un conjunto de factores psicológicos, emocionales, culturales, ideológicos que conforman la superestructura ideológica y cuya relación con la estructura económica de la sociedad es muy compleja y ha variado en diferentes períodos históricos. No hay correspondencia directa; sin embargo, en última instancia (aunque no mecánicamente) las leyes económicas condicionan las leyes ideológicas. En su «Prefacio» a la primera edición de 1884, es el propio Engels quien nos da una explicación más clara de esta relación: «Según la concepción materialista, el momento determinante de la historia, en última instancia, es la producción y la reproducción de la vida inmediata. Pero esta, a su vez, es de dos tipos. Por un lado, la producción de medios de subsistencia, de alimentos, de prendas de vestir, de vivienda y de herramientas necesarias para estas cosas; por otro, la producción de los hombres mismos: la reproducción de la especie. Las instituciones sociales en las que viven los hombres de una determinada época histórica y de un determinado país están condicionadas por ambos tipos de producción; del estadio de desarrollo del trabajo, por un lado, y de la familia, por el otro»[4].

El capitalismo, el sistema económico que la sociedad se ha dado en el tiempo, utiliza el patriarcado de manera instrumental y hace que la opresión de la mujer sea funcional para su propia supervivencia: no fue un proceso mecánico, sino solo consecuencia de la capacidad del capitalismo de asumir para sí instituciones y costumbres previas a su aparición –en la forma completa en que la conocemos– donde pueden serles útiles para obtener beneficios o para mantener estable el orden social (o deshacerse de ellas cuando no las necesitan más o son demasiado difíciles o caras de mantener). Valores culturales como la fidelidad y la monogamia no tienen de hecho un origen de carácter moral, pero están íntimamente ligados a la idea de funcionalidad: Engels de hecho demuestra que el desarrollo de la familia basado en una rigurosa monogamia no tiene nada que ver con moral. Según él, el ideal de la familia monógama se basa en una hipocresía fundamental, es decir, el valor de la monogamia solo para la mujer, pero no para el hombre, de modo de poder controlar la descendencia. Por lo tanto, junto con el desarrollo de los matrimonios monógamos, surgió la primera comercialización del sexo en forma de prostitución –ambos productos de la sociedad de clases–. La monogamia y la prostitución son dos caras de una misma moneda, aquello que Engels llama «contradicciones inseparables» del Estado social. En función de su origen y naturaleza, estas contradicciones no se pueden erradicar mediante una revolución que sea solo ética o de costumbres, sino material, económica. Marx y Engels argumentaban que la independencia económica de las mujeres era un paso crucial para el logro de los derechos políticos y la igualdad: entendieron que si bien era progresista para las mujeres tener un trabajo remunerado, esto también significaba problemas en la familia en cuanto al cuidado de los niños y el trabajo doméstico. Pero no pensaban, como afirman algunas teóricas feministas, que esto en sí mismo conduciría a la liberación de las mujeres –lo que solo podría producirse con un completo derrocamiento de las relaciones sociales del capitalismo–.

Por tanto, los marxistas no desean «reducir» la compleja y central cuestión de la opresión femenina únicamente al componente económico, sino la constatación de que el estatus jurídico de la desigualdad entre hombres y mujeres no es la causa de la opresión de las mujeres sino la consecuencia de la afirmación de la sociedad de clases. La verdadera cuestión que plantea Engels no radica en la variación de las relaciones de parentesco o filiación sino en el cambio del papel social de la familia, cambio provocado por factores puramente económicos. «Los capitalistas tienen muchas razones para glorificar la familia nuclear. Su pequeña familia es una mina de oro para todo tipo de vendedores ambulantes, desde agentes inmobiliarios hasta fabricantes de detergentes y cosméticos. Así como los automóviles se producen para uso individual en lugar de desarrollar medios adecuados de transporte masivo, las grandes empresas pueden ganar más vendiendo casas pequeñas en lotes privados para equiparlas con lavadoras, refrigeradores y otros artículos similares. Les resulta más rentable que construir viviendas en gran escala con alquileres bajos o desarrollar servicios comunitarios y centros de cuidado infantil. En segundo lugar, el aislamiento de las mujeres, cada una encerrada en una casa particular y vinculada a la misma tarea de cocina y guardería, impide que se unan y se conviertan en una fuerza social fuerte o una seria amenaza política para el establishment»[5].

Esta descripción despiadada del papel de la familia en su relación con el sistema capitalista, plantea otro problema de larga data: ¿qué solución es posible en este sistema para relevar a las mujeres del trabajo de cuidado y socorro al que inevitablemente están esclavizadas? Los marxistas están ciertamente a favor de una participación igualitaria de los hombres en las tareas domésticas, pero convencer a los hombres de que asuman una mayor parte del trabajo doméstico no es la respuesta ni la solución a la opresión de las mujeres, ya que la reproducción seguirá siendo privatizada. Es una solución que solo interesaría a las familias de la clase operaria. De hecho, esto no traería consecuencia alguna para las familias burguesas que tienen los medios para garantizarse el servicio doméstico mediante la explotación de otras mujeres. Lo que era cierto en la época de Engels lo es aún más hoy: la sociedad tiene una riqueza más que suficiente para transformar el trabajo doméstico y aspectos más pesados como la educación de los hijos o el cuidado de los ancianos y discapacitados en una industria social. Pero esto no puede suceder mientras la producción exista solo con fines de lucro. Con la transferencia de los medios de producción a la propiedad común, la familia dejará de ser la única unidad económica de la sociedad. El trabajo doméstico privado se transformará en una industria social. El cuidado y la educación de los niños se convertirán en un asunto público, la sociedad se ocupará de todos los niños por igual.

¿Por qué Engels tenía razón?

Algunas de las enunciaciones de Engels han debido ser revisadas, en virtud de todas las informaciones que no eran accesibles en su época. Sin embargo, esto no resta valor a su contribución: ha desarrollado un análisis histórico que no solo identifica la raíz de la opresión de las mujeres, sino que la ubica cronológicamente al interior de un transcurso evolutivo social más complejo. Y, al mismo tiempo, al integrarla en el marco más amplio de la lucha de clases, proporciona la estrategia para acabar con esta opresión.

«Como marxistas […] negamos que la inferioridad de la mujer estuviera predestinada por su constitución biológica o haya existido siempre. Lejos de ser eterna, la sumisión de la mujer y la amarga hostilidad entre los sexos no tienen más que unos pocos miles de años. Fueron producidos por los drásticos cambios sociales que ha traído la existencia de la familia, la propiedad privada y el Estado. Esta visión de la historia subraya la necesidad de una revolución no menos profunda en las relaciones socioeconómicas para erradicar las causas de la desigualdad y lograr la plena emancipación de nuestro sexo. Este es el objetivo y la promesa del programa socialista, y por esto estamos luchando».[6]

Sin embargo, aunque la liberación total de la mujer no pueda lograrse sin la revolución socialista, esto no significa que la lucha deba posponerse hasta entonces: las mujeres marxistas luchan en todas las acciones organizadas por objetivos específicos, y se ponen a la cabeza de las luchas tratando de involucrar a toda la clase trabajadora en el camino hacia la revolución socialista.

 

Notas:

[1] Además de la obra de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, los siguientes textos fueron fundamentales para la redacción del artículo: C. Toledo, Género y clase, Ediciones Marxismo vivo, 2016; F. Oppen, “El feminismo radical y el surgimiento de las teorías del patriarcado – Un punto de vista marxista”, en Marxismo Vivo, n. 7, págs. 175-198 disponible http://phl.bibliotecaleontrotsky.org/arquivo/mv07neept/mv07neept-19o.pdf

[2] F. Engels, L’origine della famiglia, della proprietà privata e dello Stato, Editori Riuniti, Roma, 2019, p. 102.

[3] Ídem, p. 92.

[4] Ídem, p. 36

[5] E. Reed, “Women: caste, class or oppressed sex”, in International socialist review, September 1970, Vol. 31, N.° 3, pp. 15-17 and 40-41; disponible en inglés, en: https://www.marxists.org/archive/reed-evelyn/1970/caste-class-sex.htm

[6] Ibídem.

Artículo original publicado en la revista de teoría y praxis marxista Trotskismo Oggi n.° 17, del Partido de Alternativa Comunista de Italia, diciembre de 2020.-

Traducción: Natalia Estrada.

Fuente: litci.org/es/