Serafin T. Meliujin

 

Posición del Materialismo Dialéctico en el Problema de la Infinitud del Espacio y el Tiempo*

 

 




LA FILOSOFÍA DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO fue la que dio la solución más profunda al problema de la infinitud del espacio y el tiempo. Engels recogió y ordenó en sus obras las ideas más valiosas expuestas al particular por la filosofía anterior, sobre todo por Kant y Hegel. Sin embargo, Engels no se limitó a repetir las tesis ya enunciadas, sino que dio un gran paso en la comprensión del problema. Al mismo tiempo, sometió a una severa crítica las concepciones idealistas expuestas por Kant, Hegel y otros filósofos sobre la infinitud del mundo.

 

        Las opiniones de Hegel sobre la esencia del espacio y el tiempo eran sumamente contradictorias. Por una parte, consideraba que el espacio y el tiempo no son el fondo exterior de los fenómenos, sino las condiciones radicales de existencia, y criticaba las ideas de la infinitud irracional. Mas, por otra parte, admitía, con un criterio idealista, que la existencia es posible fuera del tiempo, y señalaba un cierto comienzo del tiempo en relación con la materia. El punto de partida del sistema filosófico hegeliano era el concepto de la idea absoluta (absoluta, según la atinada expresión de Engels, por la mera razón de que Hegel no puede decir absolutamente nada concreto sobre ella). Esa idea absoluta o espíritu existe inicialmente en un estado invariable y homogéneo. Luego, debido a las contradicciones internas en él producidas, empieza a desarrollarse y forma la naturaleza. La idea se “enajena” y pasa a otra existencia, al estado de naturaleza. A continuación se desenvuelve en forma de naturaleza y de sociedad humana, hasta que vuelve en estado de espíritu, es decir, en el pensamiento y en la historia, a sí misma. No nos detendremos en los detalles del sistema hegeliano. Señalaremos únicamente que, según su autor, el tiempo empieza sólo en la segunda etapa de existencia del espíritu absoluto, cuando éste engendra la naturaleza; antes, el tiempo no existe.

 

        “La idea, el espíritu –escribe Hegel–, está por encima del tiempo, ya que constituye el propio concepto del tiempo. El espíritu es eterno, existe en sí y para sí, no es arrastrado por el flujo del tiempo, porque no se pierde en un aspecto del proceso.” (Hegel)

 

        “…Tan sólo los objetos de la naturaleza están subordinados al tiempo, en tanto que son finitos; lo verdadero, la idea, el espíritu, es, por el contrario, eterno.” (Hegel)

 

        No es difícil distinguir en estas concepciones un dogma religioso débilmente velado. La “enajenación” de la idea y su tránsito a la naturaleza no es otra cosa que la creación del mundo. Por lo que se refiere a la afirmación de que el tiempo es inaplicable al espíritu, coincide plenamente con el dogma religioso sobre Dios como un ser fuera del tiempo, que creó el tiempo a la vez que la naturaleza. Hegel, que admite formalmente la infinitud del espacio, hace pasar de contrabando la idea del carácter finito del tiempo y de la creación del mundo.

 

        No menos contradictorias e inconsecuentes son las concepciones de Kant, que fluctúa constantemente entre el idealismo y el materialismo. Por una parte, en su teoría cosmogónica, Kant razona la idea del desarrollo de la naturaleza basándose en el tiempo y expone la profunda hipótesis del “gran Universo”, infinito en el espacio. Mas, por otra parte, Kant pone en duda la veracidad del conocimiento humano y no considera suficientemente demostrada la infinitud del espacio y el tiempo. Esas fluctuaciones toman cuerpo en las antinomias o contradicciones insolubles que, según Kant, son propias de la razón humana. Una de esas antinomias se refiere precisamente al espacio y al tiempo. Kant considera igualmente demostrable la tesis de que el mundo no tiene principio en el tiempo y es infinito en el espacio y la de que tiene principio en el tiempo y límite en el espacio. Las demostraciones de ambas tesis son interesantes y originales, aunque contradictorias y un tanto forzadas. Engels analiza esas contradicciones de Kant en el Anti-Dühring,el criticar a Dühring, quien negaba la infinitud del espacio y el tiempo utilizando casi literalmente la argumentación de Kant, pero presentándola como suya propia. Kan razonaba del siguiente modo:

 

        “Tesis: el mundo tiene principio en el tiempo y está limitado en el espacio. Demostración: En efecto, si admitimos que el mundo no tiene principio en el tiempo, hasta cada momento dado habrá transcurrido una eternidad y, por consiguiente, ha transcurrido una serie infinita de estados sucesivos de cosas en el mundo. Pero la infinitud de cada serie consiste precisamente en que jamás puede terminar por medio de una síntesis sucesiva. Por lo tanto, la infinita serie universal ya pasada es imposible; de aquí se deduce que el comienzo del mundo es condición indispensable de su existencia; esto es lo primero que se quería demostrar.” (F. Engels, Anti-Düring)

 

        Kant demuestra la limitación del mundo en el espacio utilizando la hipótesis de la finitud del tiempo, que se admite por demostrada. Para que las partes del espacio infinito puedan unirse en un todo sería preciso un tiempo infinito, que ya tendría que haber pasado, pues admitimos la infinitud del espacio no como un proceso que continúa, sino como algo ya culminado y existente de hecho. Pero antes se había demostrado que el tiempo es finito y, por consiguiente, el mundo no puede ser infinito, sino que está enmarcado por ciertos límites.

 

        La premisa inicial de este argumento encierra ya lo que se quiere demostrar. Kant dice que en cada momento dado la serie infinita de estados transcurridos debe estar terminada, es decir, admite límite para el tiempo. Pero la existencia del límite es precisamente lo que se pretendía demostrar. Es cierto que Kant refiere ese límite al final y no al comienzo, mas eso no tiene gran importancia, pues lo que tiene fin debe tener, inevitablemente, principio, ya que el concepto de principio y fin están indisolublemente unidos entre sí y no existen el uno sin el otro. Por consiguiente, la propia premisa, relativa a la terminación de la serie matemática, contiene el objeto de la demostración. Una serie infinita no terminada continuaría en el futuro ilimitado, y por consiguiente ería imposible hablar de su comienzo en el pasado.

 

        Igualmente contradictoria resulta la demostración de que el espacio es limitado, ya que se basa en la aceptación de la finitud del tiempo.

 

        Es interesante señalar que Kant expone acto seguido demostraciones opuestas, que también considera irrefutables:

 

        “La antítesis dice: «El mundo no tiene ni principio ni término en el espacio: es infinito tanto en relación con el tiempo como en relación con el espacio».” Demostración: … “Supongamos que el mundo tenga principio. Como el principio es un estado al que antecede un tiempo cuando el objeto dado no existía, el comienzo del mundo debería estar precedido por un tiempo en el que no había mundo, es decir, un tiempo vacío. Pero en el tiempo vacío es imposible la aparición de ninguna cosa, ya que ninguna parte de ese tiempo contiene, con preferencia ante otra parte, ninguna condición diferenciada de la existencia frente a la de la no existencia. Por consiguiente, algunas series de cosas en el mundo pueden tener comienzo, pero el propio mundo no puede tenerlo y es infinito respecto al tiempo transcurrido.” (Hegel)

 

        Hegel demostró brillantemente la inconsistencia de este argumento. También en este caso Kant toma por base lo que se quiere demostrar. Afirma que el comienzo del mundo y la existencia real deben ir precedidos por algún otro tiempo y otra existencia, que él califica de vacío. El tiempo habitual lo continúa en el pasado, hace que penetre en el tiempo vacío, lo elimina y hace que continúe existiendo hasta el infinito. El dogma religioso, comparado con ese supuesto, resulta incluso más consecuente, ya que niega la existencia de todo tiempo anterior a la creación del mundo y manifiesta que el propio acto de la creación es lógicamente inexplicable e irracional.

 

        Con la misma inconsistencia demuestra Kant la infinitud del mundo en el espacio. Para Kant, la finitud del Universo es imposible porque el mundo, en ese caso, “se encontraría” en un espacio vacío e ilimitado y tendría cierta relación con él; pero esa relación del mundo con algo que no es un objeto es nada” (Hegel). Por lo tanto, hay que admitir que el mundo es infinito.

 

        También en este caso incurre en una petición de principio, al admitir la existencia de un espacio fuera de los límites del mundo, que tiene relación con ese espacio, que parece formar parte de él y continúa hasta lo infinito. Tanto la tesis como la antítesis parten de la admisión de un cierto límite que al mismo tiempo no es límite, ya que existe algo fuera de él. Kant veía una contradicción irresoluble en que ambas tesis se demostrasen de idéntico modo: la única solución era para él el negar la realidad objetiva del espacio y del tiempo, declarándolas formas apriorísticas, condiciones subjetivas de la intuición sensible. En nuestra conciencia puede haber contradicciones, pero en el mundo objetivo no existen.

 

        No puede ser más evidente el carácter metafísico e idealista de esas concepciones. La realidad objetiva del espacio y del tiempo viene demostrada por toda la práctica social e histórica de la humanidad, lo mismo que la existencia en el mundo de contradicciones multiformes, que constituyen la fuerza motriz del desarrollo. Y la circunstancia de que Kant se confundiese entre las contradicciones por él mismo creadas y fuese incapaz de resolverlas con argumentada lógica, no prueba todavía que el espacio y el tiempo carezcan de realidad objetiva. Es imposible demostrar la infinitud del tiempo tal como lo pretendía Kant, es decir, suponiendo que si el tiempo tuviese comienzo le habría antecedido algún otro tiempo. La infinitud del tiempo nos la demuestra, ante todo, el principio de que la materia y su movimiento son increados e indestructibles, principio que constituye una ley fundamental de la naturaleza y se halla confirmada por todos los datos de la ciencia y de la práctica.

 

        En efecto, si suponemos que el tiempo tuvo un comienzo, habremos de admitir la existencia de un estado del mundo sin tiempo. En dicho estado no podía existir movimiento alguno de la materia, ya que el movimiento presupone espacio y tiempo; y éste, según lo convenido, no existía. Como no había movimiento, la materia no podía tener propiedad alguna ni tampoco interactuar, ya que las interacciones se producen siempre como movimiento y las propiedades de los cuerpos son el resultado de sus interacciones. Pero la materia no puede existir sin propiedades, pues su existencia sin ellas es imposible. Por consiguiente, antes del comienzo del tiempo no podía existir ni materia ni movimiento. Se comprende fácilmente que “entonces” tampoco podía haber espacio, ya que el espacio real representa la extensión de la materia y esta última, como se ha dicho ya, no podía existir. Así, pues, al no haber tiempo resulta imposible toda existencia. Mas la no existencia, por su propio sentido, representa lo que no es nada y de lo que nada puede surgir. Por consiguiente, si el mundo no hubiese existido alguna vez, si no existiesen el tiempo y el espacio, tampoco podrían haber surgido. Y como la realidad del mundo es indudable, queda plenamente refutada la posibilidad de un comienzo de tiempo.

 

        La única objeción a esto no se apoya en argumentos lógicos y científicos, sino en el punto de vista religioso, pues la religión admite la creación sobrenatural e irracional del mundo a la vez que la creación del espacio y el tiempo. Esa objeción no se basa en ninguna prueba; se trata de un dogma, que ha de ser creído y no comprendido. Con el mismo fundamento podríamos afirmar que el mundo no existe realmente y que todo cuanto observamos no es más que un sueño. Algunos filósofos llegan justamente a esa conclusión (P. Jordan, Physics of the 20th century, N.Y., 1944). Pero si en nuestros razonamientos partimos de los datos de la ciencia y de la práctica, habremos de admitir inevitablemente la realidad objetiva de que la materia y el movimiento son increados e indestructibles, y de ahí la eternidad de la existencia del mundo en el tiempo y el espacio. La materia es la sustancia de las cosas, infinita e inagotable en sus propiedades, que se modifica constantemente en virtud de su existencia y que no precisa de ningún impulso exterior para ponerse en movimiento.

 

        Veamos ahora cómo puede demostrarse que el espacio es infinito. El argumento de los materialistas antiguos –la posibilidad del avance ilimitado más allá de la supuesta frontera del mundo– es correcto en principio, pero no exacto científicamente, ya que encierra, en forma tácita, la idea metafísica de la infinitud como repetición ilimitada de unas y las mismas operaciones y fenómenos. Sin predeterminar el contenido concreto de la infinitud del espacio, lo más lógico, a nuestro juicio, sería deducirla de la infinitud de la propia materia como sustancia del mundo. En la naturaleza existe una cantidad infinita de materia y esa materia posee ilimitada extensión. ¿Cómo demostrar que la cantidad de materia en el mundo es infinita? Del siguiente modo. Podemos descubrir la limitación de algo sólo en el caso de que podamos salir fuera de él y pasar a la región de otros fenómenos. Pero, en relación con la materia, esa operación es irrealizable de por sí, ya que en la naturaleza no existe nada más que la materia en sus múltiples formas. Y como es imposible rebasar los límites de la materia, no puede hablarse de su limitación, de lo cual se deduce que la materia es infinita.

 

        La idea de la infinitud del espacio es íntimamente contradictoria desde el punto de vista lógico. En efecto, la suposición de que el espacio es finito se deduce tácitamente de la existencia de cierto límite para el espacio, ya que la finitud de algo se puede demostrar en el caso de poder demostrar sus límites. Pero la propia definición de límite significa que se ha conseguido franquearlo y pasar a una región más amplia. Como esta operación puede repetirse infinitas veces, deducimos que el espacio es infinito.

 

        La idea del materialismo dialéctico sobre la infinitud del espacio y el tiempo se distingue radicalmente de la idea metafísica. En la física clásica se consideraba que el tiempo fluye independientemente de todas las modificaciones de la materia. Era un tiempo “puro”, sin mezcla alguna y, por lo tanto, verdadero. Newton formuló una concepción semejante, que fue compartida por casi todos los sabios hasta que apareció la teoría de la relatividad. Tal idea del tiempo entraña las contradicciones íntimas más arriba examinadas.

 

        La única manera de salvar esas contradicciones es relacionar el tiempo con el proceso de transformación de la propia materia. El tiempo es precisamente aquello que representa dicho proceso en el aspecto de su sucesión.

 

        No obstante, sería erróneo considerar el tiempo y los cambios en las relaciones de causa y efecto, es decir, plantear si el tiempo es la causa de los cambios o éstos la causa del tiempo. Los conceptos de causa y efecto son completamente inaplicables en este caso. Pues si consideramos que los cambios son la causa del tiempo, habremos de admitir que el tiempo puede surgir después de los cambios y, por tanto, que también éstos han ocurrido fuera del tiempo: sabemos que la causa es siempre independiente del efecto y le antecede. Igualmente erróneo sería afirmar que el tiempo es la causa de los cambios, ya que no se comprende en absoluto lo que puede representar el tiempo antes de los cambios. De aquí que el concepto de causa y efecto sea inaplicable al tiempo y a los cambios, que éstos no puedan hallarse en relación de causa y efecto.

 

        Lo más correcto, a nuestro juicio, sería considerar el tiempo como una forma de existencia de la materia que expresa el proceso de su transformación sucesiva. El tiempo es la duración de los objetos materiales en su propia existencia, duración que depende de las relaciones del cuerpo dado con otros cuerpos, así como del carácter de los procesos que en él se efectúan. El ritmo de esos procesos puede ser distinto para los diversos sistemas materiales, de forma que los sistemas que se mueven a grandes velocidades unos respecto de otros, o cualitativamente distintos por sus leyes internas, tampoco poseerán el mismo tiempo propio. Esta importante conclusión de la teoría de la relatividad ha sido ilustrada antes con detalle tomando el ejemplo de la desintegración de los mesones y otros procesos posibles con velocidades próximas a la velocidad de la luz. También tiene gran importancia en la Cosmología, para comprender el desarrollo del Universo en el tiempo. La infinitud del tiempo no debe comprenderse en el sentido de que en todo el Universo rige un tiempo único, del cual han transcurrido ya infinitas cantidades. La teoría de la relatividad afirma que ese tiempo único para todo el Universo no existe. Como la velocidad de propagación de interacciones es finita, los sucesos simultáneos en un sistema de coordenadas no serán simultáneos en otro sistema que se mueva con relación al primero; el ritmo del tiempo será distinto en dichos sistemas.

 

        Así, pues, la eternidad del tiempo no ha de comprenderse en el sentido de que el Universo es infinitamente viejo en un cierto flujo único de tiempo. La hemos de comprender, ante todo, en el sentido de que la materia, increada e indestructible, tuvo y tendrá una existencia infinita, independientemente del ritmo temporal en que cambien sus formas concretas.

 

        “Lo infinito es una contradicción –escribía Engels– y está lleno de contradicciones. Es ya una contradicción que lo infinito se componga solamente de magnitudes finitas y, sin embargo, así es” (F. Engels, Anti-Düring). Si lo infinito no se compusiera de magnitudes finitas, no podría existir, pues no sería real. “Precisamente porque lo infinito es contradictorio, constituye un proceso infinito que se desarrolla sin limitación en el tiempo y el espacio. El término de esa contradicción significaría el fin de lo infinito.” (F. Engels, Anti-Düring)

 

        El materialismo dialéctico niega asimismo la interpretación metafísica de la infinitud del espacio, según la cual por mucho que nos adentremos en el Universo siempre encontraremos relaciones espaciales homogéneas, con idénticos cuerpos y leyes ya conocidas por nosotros. Semejante homogeneidad estructural no es tan evidente, ni mucho menos. La unidad del mundo no se debe comprender en el sentido de que su estructura es uniforme. Por el contrario, la unidad del mundo presupone que es inagotable, tanto en el sentido de sus formas espacio-temporales como en cuanto a las leyes del movimiento de la materia. La Física actual nos proporciona muchas pruebas concretas de ese carácter inagotable, pero, hasta ahora, solamente en el plano teórico.

 

 

 

(*) Tomado del libro “El problema de lo finito e infinito”, de S. Meliujin, segunda parte, capítulo I: Base filosófica del problema de la infinitud del espacio y el tiempo. Editorial Grijalbo, México, 1960.

 

Fuente: creacionheroica1928.blogspot.se