Karl
Marx
Prólogo
a contribución a la crítica de economía política
Estudio el sistema de la economía burguesa por este
orden: capital, propiedad del suelo, trabajo asalariado, Estado, comercio
exterior, mercado mundial. Bajo los tres primeros títulos, investigo las
condiciones económicas de vida de las tres grandes clases en que se divide la
moderna sociedad burguesa; la conexión entre los tres títulos restantes salta a
la vista. la primera sección del libro primero, que trata del capital, contiene
los siguientes capítulos: 1. La mercancía; 2. El dinero o la circulación simple;
3. El capital en general. Los dos primeros capítulos forman el contenido del
presente fascículo. Tengo ante mí todos los materiales de la obra en forma de
monografías, redactadas, con grandes intervalos de tiempo para el
esclarecimiento de mis propias ideas y no para su publicación; la elaboración
sistemática de todos estos materiales con arreglo al plan apuntado, dependerá
de circunstancias externas.
Aunque había esbozado una introducción general,
prescindo de ella, pues, bien pensada la cosa, creo que el adelantar los
resultados que han de demostrarse, más bien sería un estorbo, y el lector que
quiera realmente seguirme deberá estar dispuesto a remontarse de lo particular
a lo general. En cambio, me parecen oportunas aquí algunas referencias acerca de
la trayectoria de mis estudios de economía política.
Mis estudios profesionales eran los de Jurisprudencia,
de la que, sin embargo, sólo me preocupé como disciplina secundaria, al lado de
la filosofía y de la historia. En 1842-1843, siendo redactor de la Rheinische
Zeitung, me vi por vez primera en el trance difícil de tener que opinar acerca
de los llamados intereses materiales. Los debates de la Dieta renana sobre la
tala furtiva y la parcelación de la propiedad del suelo, la polémica oficial
mantenida entre el señor Von Schaper, a la sazón gobernador de la provincia
renana, y la Rhinische Zeitung, sobre la situación de los campesinos del
Mosela, fue lo que me movió a ocuparme por vez primera de cuestiones
económicas. Por otra parte, en aquellos tiempos en que el buen deseo de
"marchar a la vanguardia" superaba con mucho el conocimiento de la
materia, la Rheinische Zeitung dejaba traslucir un eco del socialismo y del
comunismo francés, teñido de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra
de aquellas chapucerías, pero confesando al mismo tiempo francamente, en una
controversia con la Allgemeine Augsburger Zeitung, que mis estudios hasta
entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del contenido
propiamente dicho de las tendencias francesas. Lejos de esto, aproveché
ávidamente la ilusión de los gerentes de la Rheinische Zeitung, quienes creían
que suavizando la posición del periódico iban a conseguir que se revocase la
sentencia de muerte ya decretada contra él, para retirarme de la escena pública
a mi cuarto de estudio.
Mi primer trabajo, emprendido para resolver las dudas
que me asaltaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del
derecho, trabajo cuya introducción vio la luz en los Deutsch-Franzosische
Jahrbücher, publicados en París en 1844. Mis investigaciones desembocaban en el
resultado que sigue:
Tanto las relaciones jurídicas como las formas de
Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general
del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones
materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los
ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de , y que la anatomía de
la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas, adonde
me trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot,
hube de proseguir mis estudios de economía política, comenzados en París. El
resultado general a que llegué, y que, una vez obtenido, sirvió de hilo
conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su
existencia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e
independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una
determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El
conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la que se eleva un edificio [Uberbau] jurídico y
político y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El
modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso de la
vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre
la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que
determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las
fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de
producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto,
con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta
allí.
De formas de desarrollo de las fuerzas productivas,
estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de
revolución social. Al cambiar la base económica se revoluciona, más o menos
rápidamente, todo el inmenso edificio erigido sobre ella. Cuando se estudian
esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales
ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse
con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas,
políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas
ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan
por resolverlo y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que
él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su
conciencia, sino que, por el comentario, hay que explicarse esta conciencia por
las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las
fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación
social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que
caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de
producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se
propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas
las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan, o,
por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su
realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas
progresivas de la formación económica de la sociedad, el modo de producción
asiático, el antiguo, el feudal, y el moderno burgués. Las relaciones burguesas
de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción;
antagónica no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un
antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos.
pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad
burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución
de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la
prehistoria de la sociedad humana.
Friedrich Engels, con el que yo mantenía un constante
intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo sobre
la crítica de las categorías económicas, en los Deutsch-Franzoisische
Jahrbücher, había llegado por distinto camino (Véase su libro La Situación de
la Clase Obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando en la
primavera de 1845 se estableció también en Bruselas, acordamos contrastar
conjuntamente nuestro punto de vista con el ideológico de la filosofía alemana.
En el fondo, deseábamos liquidar nuestra conciencia filosófica anterior. El
propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía
posthegeliana. El manuscrito -dos gruesos volúmenes en octavo- llevaba ya la mar
de tiempo en Westfalia, en el sitio en que había de editarse, cuando nos
enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En
vista de esto, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones,
muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias
ideas, estaba conseguido. Entre los trabajos dispersos en que por aquel
entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo
citaré el Manifiesto del Partido Comunista, redactado en colaboración con
Engels, y mi Discurso sobre el Libre Cambio. Los puntos decisivos de nuestra
concepción fueron expuestos por vez primera, científicamente, aunque sólo en
forma polémica, en mi escrito Miseria de la Filosofía, publicada en 1847 y dirigida
contra Proudhon. La publicación de un estudio escrito en alemán sobre el
Trabajo Asalariado, en el que recogía las conferencias dictadas por mí en la
Asociación obrera alemana de Bruselas, fue interrumpida por la revolución de
Febrero, que trajo como consecuencia mi alejamiento forzoso de Bélgica.
La publicación de la Neue Rheinische Zeitung, en
1844-1849, y los acontecimientos posteriores, interrumpieron mis estudios
económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres. Los inmensos
materiales para la historia de la economía política acumulados en el British
Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la observación de la
sociedad burguesa, y, finalmente, la nueva fase de desarrollo en que parecía
entrar ésta con el descubrimiento de oro de California y de Australia, me
impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome paso de un modo
crítico, a través de los nuevos materiales. estos estudios me llevaban, a
veces, por sí mismos, a campos aparentemente alejados en los que tenía que
detenerme durante más o menos tiempo. pero fue la imperiosa necesidad de
ganarme la vida lo que redujo el tiempo de que disponía. Mi colaboración desde
hace ya ocho años en el primer periódico anglo-americano, el New York Tribune,
me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en
casos excepcionales me dedico a escribir crónicas periodísticas. Los artículos
sobre los acontecimientos más salientes de Inglaterra y el continente formaban
una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a
familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de
la órbita de la ciencia económica propiamente dicha.
Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el
campo de la economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas,
cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por mucho que choquen con los
prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de largos años de
concienzuda investigación. Y a la puerta de la ciencia, como a la puerta del
infierno, debiera estamparse esta consigna:
Qui si convien lasciare ogni sospetto
Ogni viltá convien che qui sia morta
"Abandónese aquí todo recelo
Mátese aquí cualquier vileza".
(Dante).
Karl MARX
Londres, enero de 1859.
Fuente: https://www.marxists.org/espanol/m-e/index.htm