Imperialismo ecológico. El
interminable saqueo de la naturaleza y de los parias del sur del mundo
Renán Vega Cantor
En los actuales
momentos de expansión imperialista hasta el último rincón del planeta, ocurre
una acelerada destrucción de los ecosistemas y una drástica reducción de la
biodiversidad. Es un resultado directo de la generalización del capitalismo, de
la apertura incondicional de los países a las multinacionales, de la conversión
en mercancía de los productos de origen natural, de la competencia desaforada
entre los países por situarse ventajosamente en el mercado exportador, de la
caída de precios de las materias primas procedentes del mundo periférico, de la
reprimarización de las economías, en fin, de la
lógica inherente al capitalismo de acumular a costa de la destrucción de los
seres humanos y de la naturaleza.
El capitalismo es una
relación profundamente desigual y el gran desarrollo productivo y la capacidad
de consumo se concentran en los países centrales (Estados Unidos, la Unión Europea
y Japón), donde se producen también millones de toneladas de desperdicios. No
otra cosa son los automóviles, teléfonos, televisores, neveras, pilas… que,
rápidamente inservibles, van a parar a la basura... y a los países pobres
considerados receptáculo de las deyecciones que origina el consumo desenfrenado
de los opulentos del Norte. Según el ecologista Barry
Commoner, el planeta está dividido en dos:
El hemisferio norte
contiene la mayor parte de la moderna tecnosfera, sus
fábricas, plantas de energía eléctrica, vehículos automóviles y plantas
petroquímicas y la riqueza que la misma genera. El hemisferio sur contiene la
mayor parte de la gente, casi toda desesperadamente pobre. El resultado de esta
división es una dolorosa ironía global: los países pobres del sur, a pesar de
estar privados de una parte equitativa de la riqueza mundial, sufren los
riesgos ambientales generados por la creación de esta riqueza en el Norte [1].
Esa dualidad no es
resultado de cierta disposición divina o natural, sino que se convierte en uno
de los objetivos del nuevo desorden mundial capitalista y debe considerarse en
sentido estricto como una característica propia del imperialismo ecológico.
Así, (…) la explotación masiva del medio ambiente en el Tercer Mundo incluye la
conversión de residuos letales en mercancías, y el comercio internacional con
ellos. También involucra la imposición por parte del capital de trueques de
deudas por medio ambiente, la construcción de inmensos incineradores y
vertederos, y muchos otros proyectos aparentemente sin sentido [2].
Todas esas acciones
son mecanismos propios de la dominación imperialista, las cuales generan
resistencias por parte de los explotados y oprimidos del orbe enfrentando los
crímenes ambientales que están destruyendo nuestra madre tierra y poniendo en
peligro la supervivencia de nuestra especie. Para que el asunto no quede en
enunciación retórica, deben precisarse las principales características del
imperialismo ecológico, a fin de entender las novedosas formas asumidas por el
imperialismo contemporáneo: es lo que intentamos hacer en este ensayo.
1.
Destrucción acelerada de ecosistemas en los países dominados
La noción de
ecosistemas ayuda a entender la magnitud de los problemas ambientales que hoy
padecemos, en la medida en que su destrucción se constituye en la principal
manifestación de la inviabilidad ambiental del modo de producción capitalista.
Por ecosistemas puede entenderse a los conjuntos o escenarios en que se
reproduce la vida. Un ecosistema determinado está definido por "el medio
abiótico físico-químico y las manifestaciones bióticas a las que sirve de
soporte: microbios y bacterias, plantas, animales" [3].
Para las sociedades los ecosistemas han sido fuentes de riqueza y bienestar, en
la medida en que no solamente son ensamblajes de especies sino de
"sistemas combinados de materia orgánica e inorgánica y fuerzas naturales
que interactúan y se transforman". La energía que permite el
funcionamiento del sistema proviene del sol, siendo dicha energía (…) absorbida
y convertida en alimento por plantas y otros organismos que realizan la
fotosíntesis y que se encuentran en la base misma de la cadena alimentaria. El agua es el elemento crucial que fluye a
través del sistema. La cantidad de agua disponible, junto con los niveles
extremos de temperatura y la luz solar que un determinado sitio recibe,
determinan en lo fundamental el tipo de plantas, insectos y animales que
habitan en ese lugar y la manera en que se organiza el ecosistema [4].
Los ecosistemas
reportan beneficios directos e indirectos a los seres humanos. Entre los
directos se destacan la obtención de plantas y animales como alimentos y
materias primas o como recursos genéticos y los indirectos toman la forma de
servicios como control de la erosión, almacenamiento de agua por parte de
plantas y microorganismos o la polinización por dispersión de semillas por
insectos, aves y mamíferos.
Los ecosistemas tal y
como los conocemos en la actualidad han evolucionado durante millones de años y
no pueden ser sustituidos ni recuperados por procedimientos tecnológicos. La
desaparición de cualquier ecosistema supone eliminar posibilidades de
subsistencia para los seres humanos por la sencilla razón de que "los
ecosistemas hacen que la Tierra sea habitable purificando el aire y el agua,
manteniendo la biodiversidad, descomponiendo y dando lugar al ciclo de
nutrientes y proporcionándonos todo un abanico de funciones críticas" [5].
En términos
económicos inmediatos, el aprovechamiento de las riquezas naturales es una base
de subsistencia y de empleo, sobre todo en los países del sur, puesto que la
agricultura, la explotación forestal y la pesca generan uno de cada dos empleos
que existen en el mundo y, además, en todo el planeta las actividades
relacionadas con la madera, los productos agrícolas y el pescado son más
importantes que los bienes industriales. Por esta razón, la disminución de la
capacidad productiva de los ecosistemas tiene efectos devastadores sobre los
seres humanos y de manera directa sobre los pobres que dependen de aquéllos
para su subsistencia.
Existen antecedentes
históricos de que determinadas sociedades han colapsado por la destrucción de
la riqueza natural y de los ecosistemas (como los Mayas
en Mesoamérica). Sin embargo, tales colapsos fueron
completamente distintos a lo que está pasando en la actualidad en términos de
escala y velocidad, porque antes de la emergencia del capitalismo la
degradación ambiental afectó a sociedades perfectamente localizadas y fue un
proceso de deterioro gradual a lo largo de varios siglos, mientras que ahora la
destrucción de los ecosistemas se efectúa a un ritmo acelerado y cubre hasta el
último rincón del planeta tierra.
Los ecosistemas son
dinámicos y se regeneran constantemente en forma natural, pero en la medida en
que las fuerzas destructoras del capitalismo se generalizan pueden desaparecer,
en razón de que cada ecosistema interactúa de manera compleja con el ambiente y
la comunidad biológica que lo habita, lo cual a su vez lo hace particularmente
vulnerable. Las presiones generadas por la explotación intensiva de recursos
para satisfacer el consumo voraz de grupos reducidos de la población (las
clases dominantes de todo el mundo), y sobre todo de los países imperialistas,
destruyen los ecosistemas. Cada uno de los ecosistemas existentes ha sufrido un
notable deterioro, como se constata con algunas cifras elementales: el 75% de
las principales pesquerías marinas está agotado por el exceso de pesca o ha
sido explotado hasta su límite biológico; la tala indiscriminada de árboles ha
reducido a la mitad la cubierta forestal del mundo; el 58% de los arrecifes
coralinos está amenazado por destructivas prácticas de pesca, por el turismo y
por la contaminación; el 65% de los casi 1.500 millones de hectáreas de tierras
de cultivo que hay en todo el mundo presenta algún nivel de degradación del
suelo; y el bombeo excesivo de aguas subterráneas por parte de los grandes
agricultores en todo el mundo excede las tasas naturales de reposición en por
lo menos 160.000 millones de metros cúbicos por año [6].
Está perfectamente
establecido el diferente impacto de la acción de los opulentos y de los pobres
sobre recursos, materiales y energía. A nivel mundial existe una geografía
desigual del consumo, puesto que un habitante de un país "desarrollado"
consume el doble de grano y pescado, el triple de carne, nueve veces más papel
y once veces más petróleo que un habitante de un país neocolonial.
Es necesario subrayar que semejante diferencia en los niveles de consumo es
posible porque hay una apropiación directa de los recursos disponibles en todo
el mundo para disfrute de una escasa minoría, ya que ésta no gasta solamente
los recursos que encuentra en sus propios países (por el contrario, trata de
preservarlos durante más tiempo, o por lo menos eso es lo que afirman de
dientes para afuera). Incluso, en la mayor parte de las ocasiones el consumidor
del Norte ignora de dónde proceden los materiales y la energía que consume
diariamente y el impacto que su producción tiene en sus lugares de origen, como
se ejemplifica con el caso de las tuberías de cobre que se usan en las grandes
ciudades de los Estados Unidos:
Un constructor de
viviendas en Los Ángeles instala tuberías de cobre, pero no tiene forma de
saber que ese cobre proviene de la infame mina de Ok Tedi en Papúa Nueva Guinea. Esta
gigantesca mina, propiedad de un consorcio internacional, arroja diariamente
80.000 toneladas de desechos de minería sin tratar al río Ok
Tedi, lo que destruye la mayor parte de su vida
acuática y perturba los medios de subsistencia de la comunidad wopkaimin. La globalización implica que los propietarios
eventuales de las viviendas que se benefician de las tuberías de cobre no
tienen conocimiento de su nexo con la deteriorada cuenca del Ok Tedi ni cargan con sus costos
ambientales [7].
En la vida diaria,
unos pocos consumen mercancías que se han originado a partir de la explotación
intensiva de los ecosistemas de todo el mundo, como se ejemplifica con algunos
datos elementales: (…) un ciudadano estadounidense requiere más o menos cinco
hectáreas de un ecosistema productivo para mantener su consumo promedio de
bienes y servicios, comparadas con menos de 0,5 hectáreas que se necesitan para
sostener el consumo de un habitante de un país en desarrollo. Las emisiones per cápita anuales de CO2 ascienden a 11.000 kilogramos en
los países industrializados, donde hay muchos más automóviles, industrias y
electrodomésticos, comparados con menos de 3.000 kilogramos en Asia [8].
Sin embargo, quienes
más directamente dependen y viven con los ecosistemas, indígenas, campesinos y
mujeres, son los que menos disfrutan los productos que allí se generan, tienen
un peor nivel de vida y además se ven perjudicados en forma inmediata y directa
por su destrucción. Esto es causado por la apropiación privada de los
ecosistemas por parte del capitalismo, lo que da como resultado que quienes
detentan más capital y dinero tengan un mayor nivel de consumo y muchas más
posibilidades de beneficiarse de los bienes y servicios que originan los
diversos ecosistemas. Cuando se contamina un río o una costa, reduciendo la
pesca, quienes lo sufren en carne propia no son los consumidores de las
engalanadas mesas del Norte, sino los pescadores y sus familias que habitan en
las costas o en los ríos de los países del Sur.
Para concluir este
primer parágrafo puede decirse con plena seguridad que es imposible la
existencia de las sociedades humanas sin ecosistemas, ya que éstos son en
realidad "los motores productivos del planeta". En forma ineludible,
(…) los ecosistemas están a nuestro alrededor: bosques, praderas, ríos, aguas
costeras y profundidades marinas, islas, montañas e incluso ciudades. Cada uno
entraña la solución a un desafío particular de la vida, solución ésta que se ha
configurado a lo largo de los milenios; cada uno codifica enseñanzas de
supervivencia y eficiencia, a medida que incontables especies compiten por luz
solar, agua, nutrientes y espacio. Si se la privara de sus ecosistemas, la
Tierra se parecería a las imágenes desoladas y sin vida que proyectaron desde
Marte las cámaras de la NASA en 1997 [9].
Pretender que la vida
humana es posible sin los ecosistemas, tal y como afirman ciertos economistas y
tecnócratas, no pasa de ser una falacia justificatoria
del irracional modelo de acumulación capitalista, como si así se pudiera eludir
los límites naturales existentes que cuestionan la creencia absurda en un
crecimiento económico ilimitado. Sólo individuos cínicos o mentirosos,
engreídos por su culto a la tecnología y al consumo ostentoso, pueden decir
barbaridades que rayan en la demencia. Por ejemplo, Adrian
Berry llegó a sostener que (…) contrariamente a la
creencia del Club de Roma, no hay "límites al crecimiento". No hay
ninguna razón por la que nuestra riqueza global, o por lo menos la riqueza de
las naciones industriales, no siga creciendo indefinidamente a su promedio
anual actual de un 3 o un 5%. Aunque se demuestre finalmente que los recursos
de la tierra son finitos, los del Sistema Solar y los de la Gran Galaxia que lo
rodea son, para todos los fines prácticos, infinitos [10].
Tal nivel de
estupidez y de arrogancia con respecto a la naturaleza es notable pero no
sorprendente, porque ella hace parte de la lógica capitalista que se ha
enseñoreado del mundo. Esa lógica la expresan mejor que nadie los economistas
neoliberales, porque "quien crea que el crecimiento exponencial puede
durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista" [11].
2. La
acentuación del saqueo de materias primas y recursos naturales
En los últimos años
se ha acentuado la explotación de materias primas, incluyendo petróleo,
recursos forestales, cobre, café, banano, minerales, metales preciosos,
diamantes, a despecho de la propaganda sosteniendo que ya no son importantes
esas materias primas ni los recursos naturales, porque la sociedad posindustrial -en la que supuestamente nos encontraríamos-
ya no los necesita, dado que ahora lo que contaría es el conocimiento y la
información [12]. Esos supuestos de la "era
de la información" no tienen nada que ver con la realidad, ya que los
polos dominantes en el mercado mundial capitalista siempre deben recurrir a las
fuentes materiales de producción, porque para elaborar automóviles,
televisores, computadores, teléfonos portátiles y todo tipo de objetos no se pueden
violar las leyes físicas ni producir cosas materiales a partir de la nada. Es
necesario extraer la materia y la energía de los lugares donde se encuentre, e
incluso, en los casos en que se avanza en la producción de materiales
sintéticos que sustituyan a determinados productos, no puede eludirse la
dependencia material de otro tipo de recursos (si en la producción de
determinadas partes del automóvil se prescinde del hierro y se sustituye por
plásticos, eso supone la incorporación de mayores cantidades de petróleo).
Que los recursos
materiales son y seguirán siendo importantes para el capitalismo y el
imperialismo ha quedado demostrado en los últimos años con las guerras y
conflictos azuzados o llevados a cabo por las potencias imperialistas. Dado el
agotamiento de los recursos naturales no renovables y que otros renovables, en
razón de su explotación desaforada se están convirtiendo en no renovables
(plantas, animales y agua), los países imperialistas compiten entre sí para
usufructuar esos recursos. Los Estados Unidos, el país del mundo que más
consume y despilfarra materia y fuentes de energía, ha proclamado como un
asunto de seguridad nacional el control de las fuentes de petróleo y de
materias primas estratégicas, y las guerras y genocidios que ha organizado en
los últimos años están relacionados con la apropiación de importantes reservas
de crudo [13]. Basta recordar que en el
documento Santa Fe IV se sostiene que el control de los recursos naturales de
América Latina no sólo es una prioridad de los Estados Unidos, sino una
cuestión de seguridad nacional.
Desde luego, esa
guerra mundial por los recursos que se libra entre las potencias (pero no en
sus países sino en los territorios del Sur, convertidos en campos de batalla)
tiene consecuencias ambientales evidentes al aumentar la presión sobre los
ecosistemas, tendencia que es una continuación de procesos típicos del
capitalismo desde la Revolución Industrial, como se evidencia al recordar que
entre 1770 y 1995 la tierra perdió más de un tercio de los recursos existentes,
una cifra impensable en cualquier otro momento de la historia humana y que
"un 70% del bosque tropical seco ha desaparecido, junto con un 60% de los
bosques de la zona templada y el 45% de la selva tropical húmeda" [14].
El saqueo de los
recursos materiales y energéticos que se encuentran en los países dominados del
Sur y del Este se ha institucionalizado a través del impulso a las
exportaciones por la vía de los Planes de Ajuste Estructural, lo cual ha
producido un regreso a las economías primarias tradicionales en muchos países
del mundo. Eso explica que el culto a las exportaciones y al comercio exterior
haya adquirido tanta legitimidad política y justificación teórica (reviviendo
el mito de las "ventajas comparativas") y se haya convertido en parte
del imaginario político y económico de las clases dominantes de los países
periféricos, deseosas de regalar en forma rápida todos los recursos naturales
con que cuente el territorio de un país, en aras de ser competitivos en el
mercado mundial. Esta ideología exportadora -que cuenta como sus principales
exponentes al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y a la
Organización Mundial de Comercio- es justificatoria
del saqueo de materias primas y recursos naturales y oculta conscientemente los
impactos ambientales que eso produce o, lo que es todavía peor, pretendiendo
que eso beneficia los ecosistemas al dejarlos bajo la regulación del capital
privado para capitalizar la naturaleza a su antojo, lo que finalmente nos
beneficiará a todos. Este cinismo se encuentra detrás del discurso
"verde" de todos aquellos interesados en llevarse hasta el último
pedazo de selva virgen que pueda quedar en algún lugar del mundo, dejando a su
paso miseria y desolación.
3. Biopiratería y saqueo de la diversidad biológica y cultural
de los países dominados
El desarrollo de la
ingeniería genética y de la biotecnología se está haciendo a partir de la base
genética natural existente en los diversos ecosistemas del mundo, como las
selvas húmedas tropicales, los páramos y los manglares, muchos de los cuales
habían permanecido al margen del saqueo de compañías y estados imperialistas.
Con los avances tecnológicos en la investigación biológica y biomédica en los
laboratorios de las multinacionales -principalmente de los Estados Unidos-,
esos recursos naturales gestados durante miles o millones de años pasan a
convertirse en un ansiado botín mercantil de las multinacionales o los centros
científicos de investigación del Norte. En este sentido, puede hablarse de un
verdadero expolio de los recursos biogenéticos
existentes en el Sur del mundo por parte del Norte, donde las empresas
multinacionales empiezan a explotarlos comercialmente como expresión de lo que
se ha denominado capital genético. Este es un capital que parte de una base
natural ya existente, que debería pertenecer a los pobladores de las regiones o
localidades donde se encuentra pero es apropiado en forma fraudulenta por
grandes compañías, las que a partir de esa base genética desarrollan o
reproducen medicamentos o productos que luego son patentados y apropiados por
las compañías multinacionales. Así, la biodiversidad se ha convertido en el
nuevo coto de caza del imperialismo genético, cuyo interés fundamental es
apropiarse de esa riqueza. El nuevo colonialismo genético supone, desde luego,
un proceso de expropiación en el que existen, en términos sociales, ganadores y
perdedores. El bando de los ganadores está constituido por las grandes
compañías multinacionales de la biotecnología y sus investigadores y el bando
de los perdedores está formado por millones de campesinos e indígenas
(expropiados de sus saberes ancestrales, de sus
recursos, de sus plantas y animales) y la población pobre de los países
situados en el Sur del mundo. Desde este ángulo, existe un intercambio
genéticamente desigual, caracterizado por el traslado masivo y tramposo de la
riqueza natural que se alberga en los trópicos hacia los países imperialistas,
muy poco biodiversos y con una alta homogeneización
genética [15].
El ataque del imperialismo
genético contra la biodiversidad acentúa el ecocidio
contra las selvas y sus habitantes y reduce todavía más la maltrecha fuente de
alimentos de la humanidad, ya que el 90% de nuestra dieta cotidiana está
constituido por unas 15 especies agrícolas y 8 especies de animales. Con la
Revolución Biotecnológica se acentúa la homogeneización genética de los
principales cultivos, la desaparición de las variedades locales que aun existen
y la imposición del latifundismo genético, impulsado por las grandes empresas
multinacionales de la alimentación y los agroquímicos.
La expropiación de
las riquezas biológicas de las selvas y bosques tropicales forma parte de una
nueva fase de dominación imperialista, tan rapaz y genocida como los anteriores
períodos de saqueo colonialista del planeta. La expropiación genética
constituye uno de los soportes del tan alabado avance de la biotecnología en
los centros imperialistas, donde se consuma la reducción de los seres humanos y
de todas las formas de vida a simples mercancías para valorizar grandes
capitales, sin que importen los efectos perversos de esa lógica criminal y
depredadora.
4. El
traslado de desechos tóxicos (nucleares y radiactivos) del Norte al Sur
El capitalismo genera
una gran cantidad de desechos tras la obsolescencia de las mercancías. Si para
confeccionar productos se usan materiales tóxicos o radiactivos, como en efecto
sucede con la industria microelectrónica y otras ramas de la producción
industrial, es obvio que se originen desechos radioactivos. Para los países
capitalistas del centro se hace imprescindible liberarse de esos desechos
tóxicos y convertir su comercialización en una lucrativa industria y es
"una estrategia central del Nuevo Orden Mundial, una forma intencionada de
cercar tierras y recursos -el mismísimo aire que respiramos-, previamente de
propiedad común, y establecer el comercio en ‘derechos de polución’" [16].
El capitalismo "descubrió" que hasta los desechos tóxicos pueden
convertirse en una mercancía susceptible de ser vendida a los países más
desprotegidos y miserables, y ha procedido a poner en práctica esa estrategia
comercial, lo que ha dado como resultado que "prósperos empresarios"
de los países imperialistas, en alianza con sus respectivos estados, estén
asumiendo la tarea de envenenar el suelo, el mar y el aire de países enteros,
con la consiguiente enfermedad y muerte de seres humanos y animales.
Los Estados Unidos
encabezan la lista de países que anualmente envían miles de toneladas de
residuos tóxicos, encubiertos como fertilizantes, que son vertidos en las
playas y tierras productivas de Bangla Desh, Haití, Somalia, Brasil, y otros
países. La administración de Bill Clinton
(1993-2001), por ejemplo, aceptó que las grandes corporaciones estadounidenses
mezclaran cenizas de incineradores -que tienen altas concentraciones de plomo,
cadmio, y mercurio- con productos agroquímicos. Este veneno químico se vende a
agencias y gobiernos extranjeros que, o no sospechan de ese contenido o
simplemente hacen la vista gorda [17]. El traslado
de desechos tóxicos al Sur del planeta no es el resultado de imprevisiones o
fruto necesario del "progreso técnico", sino que hace parte de la
lógica de un explícito racismo ambiental que tiene como finalidad expresa la
contaminación de seres humanos y de países considerados como inferiores. La
lógica criminal del racismo ambiental se basa en el supuesto de que unos grupos
humanos tienen el derecho a consumir hasta el hartazgo, sin miramientos con los
que viven en condiciones infrahumanas de vida, y luego enviarles los residuos
tóxicos a sus territorios. Semejante práctica genocida se sustenta en la
convicción de las clases dominantes de todo el mundo de que su sola existencia
es beneficiosa para el planeta, y los otros seres humanos deben resignarse a
aceptar ese destino inexorable en el que sólo los ricos y opulentos tienen
derecho a una vida sana y limpia. Es la típica ilusión NIMBY (Not in My Blacyard-
No en mi jardín) que concibe como posible mantener al mismo tiempo un aumento
incontrolable en el consumo de productos y preservar el medio ambiente
circundante en condiciones adecuadas, para lo cual no importa contaminar el
jardín del vecino con tal de mantener limpio el mío.
El traslado de
residuos contaminantes a los países dominados se ha convertido en un lucrativo
negocio para ciertas compañías de los países imperialistas. Aunque la mayor
parte de las materias primas utilizadas en la producción de las mercancías
proceden del mundo pobre y dependiente -cuando esas materias tenían un valor de
uso, es decir, se podían utilizar- se convierten en basura inservible luego de
que han sido utilizados por los usuarios y consumidores del Norte y por sus
pocos émulos en los países del Sur. Y es en este momento cuando nuevamente se
piensa en esos países pobres como receptáculo de los desperdicios que origina
el consumo desenfrenado de los opulentos del Norte. Los países altamente
industrializados, se encuentran literalmente inundados de desechos y productos
tóxicos, tal y como sucede en los Estados Unidos. Sus ríos y lagos están tan
contaminados que las grandes empresas han abierto mercados para sus
"apetecidos" residuos tóxicos, como ya se hizo desde mediados de la
década de 1980 cuando vertieron miles de barriles de residuos de mercurio en
los ríos sudafricanos [18].
La exportación de
residuos tóxicos por parte de los Estados Unidos está estrechamente emparentada
con sus estrategias políticas ante los países pobres del mundo. La destrucción
ecológica, la pobreza forzada, la guerra de contrainsurgencia, la corrupción y
brutalidad política y el vertido de residuos tóxicos provenientes del
extranjero forman parte de la misma estrategia. El comercio de residuos tóxicos
es una estrategia central del nuevo desorden mundial con la finalidad de
apropiarse de las tierras y recursos de los pueblos más pobres, incluyendo el
propio aire que respiramos, para establecer el comercio de derechos de
polución. Pero, al mismo tiempo, es un medio de proletarizar a campesinos y
aldeanos, conduciéndolos a nuevas formas de explotación del trabajo y también
una manera de arrasar con los ecosistemas del Sur.
Mientras en el Norte
se hacen más fuertes las regulaciones ambientales, sus empresas y capitalistas
se encargan de impulsar la contaminación en el Sur y el Este del mundo. Los
Estados Unidos se oponen a la reglamentación del transporte de residuos
peligrosos y también han bloqueado las propuestas de otros países encaminadas a
prohibir los embarques de residuos hacia los países pobres. No es de extrañar,
pues, que al mismo tiempo haya convertido a martirizados países como Haití,
Guatemala, Salvador y Somalia en zonas de descarga de sus residuos
industriales, una forma premeditada de envenenamiento de los países neocolonizados.
5. El
desconocimiento de la deuda ecológica que el imperialismo le debe al mundo
dependiente
Por deuda ecológica
debe entenderse el no pago por parte de los países altamente industrializados
de los daños causados durante varios siglos por la explotación indiscriminada
de los recursos naturales destinados a la exportación, sin que se
contabilizaran los impactos negativos sobre los ecosistemas y el hábitat
locales. En forma más concreta se puede considerar como (…) la deuda contraída
por los países industrializados del Norte con los países del Tercer Mundo a causa
del saqueo de los recursos naturales, los daños ambientales y la libre
utilización de espacio ambiental para depositar desechos, tales como los gases
de efecto invernadero, producidos por esos países industrializados [19].
En consecuencia, los
verdaderos deudores son las clases dominantes de todo el mundo, en primer lugar
las de los países colonialistas e imperialistas.
En contra del sentido
común de los tecnócratas neoliberales, de los banqueros y de los representantes
del capital financiero y de las transnacionales, la noción de deuda ecológica
destaca que los países del Norte le deben a los pobres del mundo por haber
ocasionado un "déficit terrestre (...) provocado por el aniquilamiento de
los sistemas vitales básicos del planeta debido al abuso de su aire, sus
suelos, las aguas y la vegetación". La responsabilidad de este déficit
recae en forma desigual para los pobres y los opulentos, en la medida en que el
consumo y el nivel de vida son diferentes entre unos y otros. Por esa razón, la
deuda ecológica está relacionada con el racismo ecológico, ya que quienes más
soportan los efectos de la devastación ambiental son los pobres, los
campesinos, los indígenas, las mujeres humildes y los trabajadores. En otros
términos, para comprender la deuda ecológica es menester introducir un análisis
de clase, de género y de etnia, que permita determinar la forma como los más
pobres son afectados por la degradación ambiental.
En una perspectiva
histórica, durante los últimos cinco siglos los habitantes de los países imperialistas
han contraído una deuda con los pobres del mundo, como resultado de una
diversidad de procesos mutuamente relacionados entre los que sobresalen: la
extracción de los recursos (minerales, marinos, forestales y genéticos) en los
países del Sur; la consolidación de un intercambio ecológicamente desigual,
como resultado del cual se exportan bienes primarios sin evaluar económicamente
el impacto social y ambiental generado por su extracción o producción; el
saqueo, destrucción y devastación de hombres y culturas desde la era colonial;
la apropiación de conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas sobre
semillas y plantas medicinales, en los que se sustentan las modernas
agroindustrias y la biotecnología; la destrucción de las mejores tierras de
cultivo y de los recursos marinos para la exportación, debilitando la
autosuficiencia alimentaria y la soberanía cultural
de las comunidades del Sur; la contaminación de la atmósfera por parte de las
naciones industrializadas debido a la excesiva emisión de gases que han
afectado a la capa de ozono, provocando el efecto invernadero y
desestabilizando el clima; la apropiación desproporcionada de la capacidad de
absorción de dióxido de carbono que tienen los océanos y bosques del planeta;
la producción de armas químicas y nucleares, cuya puesta a punto se hace con
frecuencia en los países del Sur; y la venta de plaguicidas que no son usados
en el Norte y el almacenamiento de desechos tóxicos en los países del Sur [20].
Con respecto a las
relaciones entre deuda externa y deuda ecológica cabe destacar dos aspectos:
1º) los precios de las exportaciones no incluyen los diversos costos sociales y
ambientales, que no se contabilizan (es decir, son gratuitos) y los saberes (por ejemplo el conocimiento exportado desde
América Latina sobre el manejo de determinados productos, como la papa o el
maíz) tampoco se pagan. Pero al mismo tiempo las emisiones de gas carbónico que
se producen a gran escala en el Norte son absorbidas gratis por la vegetación o
los océanos de todo el mundo, incluyendo al Sur del planeta. Es como si los
ricos del mundo se hubieran "arrogado derechos de propiedad sobre todos
los sumideros de CO2, los océanos, la nueva vegetación y la atmósfera" [21];
2º) la cancelación de la deuda externa degrada la naturaleza, puesto que para
pagarla debe aumentarse la producción lo cual por lo común se hace a costa del
empobrecimiento de la gente y de una mayor extorsión de la naturaleza. En la
medida en que se dedican más recursos para exportación con la finalidad de
pagar la deuda externa, ésta aumenta y al mismo tiempo los países pierden sus
riquezas naturales. Esta es una muestra palpable de injusticia económica y
ambiental, propia del sistema capitalista e imperialista. Como parte de esa
injusticia, la deuda externa se sigue cobrando -y pagando, que es lo peor-
cumplidamente, pero la deuda ecológica contraída por los países imperialistas
nunca se menciona, como si no existiera.
Existe una estrecha
relación entre la deuda externa (financiera) que desangra a los países
dependientes y la deuda ecológica (nunca reconocida por los países dominantes
en el sistema mundial), debido a que las divisas destinadas al pago de los
intereses y amortizaciones de la deuda externa aumentan la extracción de
recursos naturales, para convertirlos en exportaciones al mercado externo con
el fin de obtener dinero para seguir pagando las deudas. El costo ambiental de
ese proceso se materializa en hechos como los siguientes:
- Acelerada
deforestación que destruye la biodiversidad y convierte en desiertos vastas
superficies de tierras anteriormente fértiles. "Desde 1970 las áreas
arboladas han disminuido de 11,4 kilómetros cuadrados por cada mil habitantes a
sólo 7,3 kilómetros cuadrados".
- La utilización de
las mejores tierras de cultivo para la exportación ha forzado a los campesinos
a cultivar tierras marginales. Por ejemplo, la utilización para el cultivo de
laderas escarpadas, vulnerables a la erosión, ha favorecido los fatales
deslizamientos de lodo que recientemente han afectado a Honduras, Nicaragua y
Venezuela.
- Incremento del uso
de plaguicidas y fertilizantes químicos. Por ejemplo, la industria bananera de
diversos países utiliza el plaguicida DBCP, que provoca esterilidad masculina.
- Destrucción de los manglares para la cría del camarón, favoreciendo así las
inundaciones en las zonas costeras. En Ecuador, el 70% de los manglares ha sido
destruido para instalar criaderos de camarón para la exportación, afectando con
ello la supervivencia de los pescadores tradicionales y aumentando las
posibilidades de inundaciones provocadas por el fenómeno de El Niño.
- Consumo excesivo de
combustible, disminución del valor nutricional e incremento del uso de
conservantes, provocados por el transporte de alimentos a grandes distancias.
- Sustitución de la
diversidad biológica por monocultivos y bosques artificiales. La explotación
comercial de las plantaciones forestales extrae la madera y destruye el resto
por considerarlo "desechos".
- Pesca excesiva:
"Las existencias mundiales de pesca están en declive, con una cuarta parte
ya agotada o en vías de serlo y otro 44% explotado al límite de su continuidad
biológica".
- Destrucción de hábitats naturales y humanos como
resultado de los riesgos de la extracción de petróleo. Por ejemplo, los daños
provocados por la Shell en el delta del río Níger,
hogar del pueblo Ogoni [22].
Un procedimiento
adecuado para sopesar la deuda ecológica contraída por los voraces consumidores
de los países imperialistas y los subconsumidores del
Sur consiste en comparar sus respectivas huellas ecológicas. Por huella
ecológica se entiende la cantidad de "tierra cultivable, zonas de
pastoreo, bosques, producción oceánica y capacidad de absorción de dióxido de
carbono que es consumida por una persona promedio en un área geográfica
determinada" [23]. Esa noción apunta a medir el
impacto de los modelos de consumo con relación a la capacidad de carga del
planeta, por lo cual se entiende el máximo de población de una determinada
especie que puede sobrevivir en cierto hábitat sin provocarle daños
irreversibles. En el caso de un país determinado, la huella ecológica mide la
superficie biológicamente productiva que es necesaria para mantener el nivel de
recursos de ese país y para absorber sus desechos:
Cuando la huella
ecológica de un país es mayor que su capacidad ecológica de carga, ese país
tiene que "importar" capacidad de carga de algún otro sitio y/o
consumir su capital natural a un ritmo mayor que el de la regeneración de la
naturaleza. Esto se logra importando alimentos, combustible o productos
forestales o agotando su provisión de recursos renovables y no renovables (por
ejemplo, combustibles fósiles). También puede "exportar" desechos,
como el exceso de emisiones de dióxido de carbono que su masa forestal o los
océanos circundantes no pueden absorber [24].
Se ha establecido que
la huella ecológica promedio de un habitante humano en el planeta es de 7,7
hectáreas, pero que los países altamente industrializados superan con creces
esa media en tanto que los países dependientes están sensiblemente por debajo
de la misma. De esta forma, por ejemplo, Canadá tiene una capacidad ecológica
de carga de 9,6 hectáreas per capita, mientras que en
el otro extremo Bangla Desh, con una huella ecológica de sólo 0,5 hectárea per cápita dispone de una
capacidad de carga de tan solo 0,3 hectárea por persona. Considerando los
resultados de la huella ecológica por países se encuentra que a escala mundial
el 77% de la población humana tiene una huella ecológica menor que la media, de
sólo 1,02 hectárea, pero el otro 23% -los verdaderos
deudores ecológicos- ocupa el 67% de la huella de toda la humanidad. Esto
quiere decir que sólo un quinto de la población utiliza dos tercios de la
capacidad de carga. Es esa quinta parte de deudores ricos la responsable de que
la humanidad esté consumiendo un 40% más de recursos de los que pueden
regenerarse sosteniblemente. Por cada persona que utiliza el triple de lo que
en justicia le corresponde de la capacidad de carga del planeta, hay tres que
sobreviven con sólo un tercio de lo que realmente les correspondería [25].
6.
Intercambio ecológico desigual
Cuando se analiza la
dominación imperialista suele hablarse del intercambio económico desigual
expresado en la célebre formulación teórica del deterioro de los términos de
intercambio, con lo que se quiere expresar que en el mercado mundial tienden a
depreciarse los productos primarios y a encarecerse los bienes manufacturados.
Mirada en el largo plazo esta tendencia perjudica a los países productores de
materias primas. Pero sin desconocer la importancia de este intercambio
desigual en términos económicos, es necesario considerar el intercambio
ecológico desigual, algo poco estudiado. Por tal puede entenderse el resultado
ambiental -negativo para los países dependientes- de la importación por parte
de los países altamente industrializados de productos del Sur a bajos precios,
que no toman en consideración el agotamiento y perennidad de tales recursos [26].
Esto sucede hoy con recursos naturales, como la madera (de la cual el Japón es
uno de los primeros compradores del mundo), minerales, petróleo y especies
exóticas. También debe considerarse como parte de ese intercambio ecológico
desigual el envenenamiento de aguas, aire, tierras y seres humanos que se produce
como resultado de la aplicación de plaguicidas en las plantaciones agrícolas de
empresas imperialistas en países dependientes (como hicieron en Nicaragua las
compañías bananeras). Mientras que las compañías transnacionales se llevan el
producto para ser vendido y consumido en su país de origen, en las zonas
productoras queda la desolación, la muerte y el veneno por todos lados.
En pocas palabras,
intercambio ecológicamente desigual "significa el hecho de exportar
productos de países y regiones pobres, sin tomar en cuenta las externalidades locales provocadas por estos productos o el
agotamiento de los recursos naturales, a cambio de bienes y servicios de
regiones más ricas" [27]. Y lo más importante
radica en que esa noción tiene implicaciones políticas, al destacar que la
pobreza y la carencia de soberanía y autonomía por parte de las regiones
exportadoras, debido a su condición dependiente y subordinada en el plano
mundial, están en la base de ese intercambio desigual que finalmente perjudica
a los pobres de dichas regiones, en virtud de la irremediable destrucción de
sus ecosistemas sin que la misma sea asumida por los países imperialistas y sus
empresas, que lucran con los productos que allí se generan.
7. Violación
de las aguas territoriales de los países dependientes por parte de las flotas
pesqueras de las grandes potencias
El ritmo infernal de
pesca que se ha practicado durante las últimas décadas, a medida que aumenta el
consumo de pescado o productos derivados en los países del Norte, ha agotado los
principales bancos de peces en todo el mundo, comenzando por los mares y ríos
de esos mismos países. Un buen ejemplo al respecto es el del bacalao, un
producto esencial para la subsistencia de miles de pescadores artesanales en
las costas canadienses de Terranova, que, por la acción de los grandes
pesqueros comerciales, ha sido diezmado, terminando no sólo con el recurso sino
también con los propios pescadores [28]. Como
resultado del agotamiento de los bancos de peces en las aguas del Atlántico
norte, grandes buques pesqueros de los países europeos, de los Estados Unidos y
de Japón, incursionan en las aguas de todo el mundo para depredar literalmente
todo lo que encuentran a su paso. Ahora, la pesca en alta mar está dominada por
grandes barcos que operan a gran velocidad y "llevan detrás inmensos
sistemas de redes que barren todo a su paso, sin tener en cuentas los cupos de
peces y con una total indiferencia hacia el medio ambiente" [29].
Esto ha ocasionado la extinción de cientos de especies marinas y una drástica
reducción del volumen de pesca a nivel mundial. También ha significado el
empobrecimiento o la ruina de los pequeños pescadores artesanales en diversos
lugares del mundo, una consecuencia dramática porque en los países de la
periferia existen millones de personas cuya vida se ha desenvuelto durante
cientos o decenas de años en torno a la pesca [30].
8.
Exportaciones forzadas de especies animales y vegetales
Este comercio
desigual que se hace siempre en la dirección Sur-Norte es realizado por mafias
organizadas y tiene como objetivo transportar mascotas de compañía o producir
mercancías exóticas a partir de partes animales (piel, marfil, dientes) para
adornar a la burguesía de los países industrializados. Este comercio ilegal es
tan significativo que se considera como la segunda actividad comercial
subterránea, solamente superada por el comercio de estupefacientes. Anualmente
circulan en forma ilegal 50 mil primates, 4 millones de aves, 350 millones de
peces tropicales, de todos los cuales mueren en el viaje entre el 60 y el 80%. [31].
Para que este negocio funcione existen complejas redes de traficantes de
animales, emparentadas con otras actividades como el narcotráfico, en las que
participan funcionarios estatales y empresarios privados tanto de los países
pobres como de los países ricos. Solo de esa forma pueden ser extraídos de la
Amazonía brasileña, para señalar el caso más aberrante de expoliación
imperialista, 12 millones de animales, de los cuales muy pocos llegan vivos a
su destino final, puesto que sólo uno de cada diez resiste las travesías, el
cambio de hábitat, la suciedad o el maltrato [32]. No
es coincidencia, entonces, que en el Brasil 208 especies están seriamente
amenazadas [33].
El mercado de los
animales y de las plantas exóticas está claramente definido en términos
económicos y geográficos: la oferta la suministran los países tropicales y la
demanda se concentra en los países industrializados. En estos últimos se
presenta un consumo insostenible de fauna exótica, abastecido por países en los
cuales los campesinos y los trabajadores soportan peores condiciones de
existencia. En ese mercado internacional existen consumidores conspicuos que
buscan ejemplares raros, pero también debe incluirse a la industria
farmacéutica, que compra por ejemplo especies venenosas como arañas y
serpientes para experimentar y producir nuevos medicamentos y productos.
La Unión Europea es
el principal consumidor de animales exóticos, siendo el primer importador
mundial de pieles de reptil, de loros, de boas y de pitones y el segundo
importador, después de los Estados Unidos, de primates y felinos. En ese
mercado internacional de seres vivos España desempeña un papel significativo,
por su posición geográfica que sirve de puente entre África Ecuatorial, América
Latina y el sudeste asiático, con los Estados Unidos y otros lugares de Europa.
9. A manera
de conclusión: el capitalismo y la ecología son mutuamente excluyentes
La crisis ambiental
de nuestro tiempo ha sido producida por el modo de producción capitalista,
debido a su carácter mercantil orientado a producir no para satisfacer
necesidades sino para incrementar la ganancia individual. Este hecho
aparentemente elemental que rige el funcionamiento del capitalismo constituye
la base del agotamiento de los recursos naturales, expoliados a un ritmo nunca
antes visto en la historia de la humanidad, al mismo tiempo que produce
desechos y contaminación de manera incontrolable. Desde este punto de vista el
capitalismo tiene dos características claramente antiecológicas:
la pretensión de producir de manera ilimitada en un mundo donde los recursos y
la energía son limitados; y originar desechos materiales que no pueden ser
eliminados -cosa imposible en concordancia con las leyes físicas- y que deben
ir a alguna parte, lo cual supone exportarlos a los países más pobres de la
tierra. Como bien lo dice James O’Connor (…) la
naturaleza es un punto de partida para el capital, pero no suele ser un punto
de regreso. La naturaleza es un grifo económico y también un sumidero, pero un
grifo que puede secarse y un sumidero que puede taparse. La naturaleza, como
grifo, ha sido más o menos capitalizada; la naturaleza como sumidero está más o
menos no capitalizada. El grifo es casi siempre propiedad privada; el sumidero
suele ser propiedad común [34].
Está absolutamente
demostrado por todos los indicadores de deterioro ambiental que la ecología y
el capitalismo son polos opuestos de una contradicción insalvable, puesto que
el capitalismo se basa en la lógica del lucro y de la acumulación sin importar
los medios que se empleen para lograrlo, ni la destrucción de recursos
naturales y ecosistemas que eso conlleve. Se podría argüir en contra de esta
afirmación que hoy el capitalismo tiene un discurso ecológico y preocupaciones "verdes".
Desde luego que sí, pero detrás de ese discurso se esconden los grandes grupos
corporativos interesados en expoliar hasta el fin al medio ambiente y de
convertirlo en una mercancía muy rentable que genere pingües
beneficios. En otros términos, hasta la ecología y el medio ambiente se han
convertido en una mercancía más, lo cual tiene implicaciones negativas sobre
las mismas posibilidades de existencia y reproducción de la vida en sus más
diversas manifestaciones, y esa mercancía ecológica (expresada en la retórica
insulsa del pretendido "desarrollo sustentable" y el "capital
verde") también se ha mundializado como resultado de la expansión
imperialista de las últimas décadas.
En esa perspectiva,
pueden señalarse los tres nudos problemáticos que, en términos ambientales, ha
generado el capitalismo, tal y como lo ha analizado en varias investigaciones
el teólogo brasileño Leonardo Boff: el nudo de la
extinción de los recursos naturales; el nudo de la sostenibilidad
de la tierra; y el nudo de la injusticia social mundial. En cuanto a la
extinción de los recursos naturales estamos asistiendo al más acelerado
exterminio de especies de seres vivos, la peor de los últimos 65 millones de
años, ya que diariamente desaparecen para siempre unas 10 especies y anualmente
unas 20.000. Esta cifra adquiere relevancia si se considera que en la última
gran extinción de especies desaparecían dos o tres por año. Otro de los
recursos que se agota rápidamente es la tierra fértil, convertida en desierto
rural o urbano, deforestada y seca. Al mismo tiempo, la sostenibilidad
de la tierra está seriamente en duda ante los procesos en curso, entre los que
sobresale el calentamiento global, con sus consecuencias nefastas de alteración
climática en todo el orbe, aumento en el nivel de los mares, inundaciones,
sequías, huracanes, etcétera, fenómenos todos que pueden llegar a alterar el
equilibrio químico-físico y biológico de la tierra. En lo que respecta a la
injusticia social mundial, que se manifiesta en la concentración del ingreso y
la prosperidad en reducidos sectores de las elites dominantes en todo el mundo
al lado de la miseria y la pobreza de millones de seres humanos, tiene una
relación directa con la apropiación de recursos y energía por esa minoría
opulenta [35].
En este artículo se
han descrito y analizado en forma apretada algunas de las características del
imperialismo ecológico, sin que hayamos considerado todos los aspectos que
pueden ser estudiados a partir del uso de dicha categoría. Simplemente, se ha
pretendido demostrar la utilidad de esta noción para entender y enfrentar
algunos de los problemas ambientales más álgidos de nuestro tiempo, los cuales
no son resultado, ni mucho menos, de catástrofes naturales o fuerzas
incontrolables, como se ha dicho tan reiteradamente durante todo el año 2005,
después del tsunami en el Océano Indico en diciembre de 2004 o del huracán que
asoló a Nueva Orleáns. Teniendo en cuenta los elementos expuestos, es evidente
que el imperialismo ecológico tiene múltiples dimensiones, que ameritan ser
consideradas, tanto para entender la voracidad del imperialismo contemporáneo
como para organizar luchas de resistencia y defensa de los ecosistemas por
parte de todos aquellos que sentimos que la naturaleza se ha convertido en el
último coto de caza de la mercantilización ecocida
del capitalismo mundial.
Notas
[1] Barry Componer (1992), En paz con el planeta, Barcelona,
Editorial Crítica, pág. 137.
[2] Mitchel Cohen "Residuos tóxicos y el
Nuevo Orden Mundial", en www.rebelion.org/ecologia/040128cohen.htm
[3] Ramón Tamanes (1983), Ecología y desarrollo.
La polémica sobre los límites al crecimiento, Madrid, Alianza Editorial, pág.
147.
[4] "El vínculo entra la gente y los ecosistemas", en www.agrovia.com/ambiente/pdf/MAB
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
10] Adrian Berry (1997),
Los próximos diez mil años, Madrid, Alianza Editorial, pág. 65.
11] Citado en J. Riechmann (2004), Gente que no
quiere viajar a Marte. Ensayos sobre ecología, ética y autolimitación,
Madrid, Libros de la Catarata, pág.133.
12] Entre los autores que enfatizan este tipo de concepciones podemos mencionar
a Jeremy Rifkin (2000), en
La era del acceso. La revolución de la nueva economía, Barcelona, Editorial Paidos, págs. 49 y ss.
13] Michael T. Klare (2003), Guerras por los
recursos. El futuro escenario del conflicto global, Barcelona, Ediciones Urano,
pág. 23.
14] Ibíd., págs. 37, 39.
[15] Vandana Shiva
(2001), Biopiratería. El saqueo de la naturaleza y el
conocimiento, Barcelona, Editorial Icaria, pág. 90; Isabel Bermejo, "El
debate acerca de las patentes biotecnológicas", en Alicia Durán y Jorge Riechmann (1997), Genes en el laboratorio y en la fábrica,
Madrid, Editorial Trotta, págs. 53-70.
[16] M. Cohen, op. cit.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] John Dillon,
"Deuda ecológica. El Sur dice al Norte: ‘es hora de pagar’", en www.debtwatch.org/cat/formacio/maleti/material/de/da/dillon.pdf
[20] Ibíd.
[21] Joan Martínez Allier y Arcadi
Olivares (2003), ¿Quién debe a quién? Deuda externa y deuda ecológica,
Barcelona, Editorial Icaria, pág. 43.
[22] J. Dillon, op. cit.
[23] Ibíd.
[24] Ibíd.
[25] Ibíd.
[26] Juan Martinez-Alier
(1996), "De l’economie politique
à l’ecologie politique",
Un siècle de marxisme. Bilan et prospective critique,
París, pág. 177.
[27] Joan Martínez Allier (2005), El ecologismo de
los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración, Barcelona,
Editorial Icaria, pág. 275.
[28] James Petras y Henry Veltmeyer(2003), Un sistema en crisis. La dinámica del capitalismo de
libre mercado, México, Editorial Lumen, págs. 171 y ss.
[29] Ibíd, pág.183.
[30] Joni Seager (1995),
Atlas de la terre. Le coût écologique de nos modes de vie, la politique des Etats: une vision d’ensemble, París, Autrement,
págs. 68-69 y 120-121.
[31] Ibíd, págs. 80-81 y 124-125
[32] Mario Osava, "Tráfico de animales, un
negocio millonario", en
web.chasque.net/informes/agosto-2001/info2001-08-15.htm; "Comercio
internacional de animales y plantas", en www.!españa.es/naturaeduca/conserva_comercio.htm;
"El tráfico ilegal de especies", en www.!españa.es/naturaeduca/hom_traficoespecies.htm;
"Animales y plantas en peligro de extinción", en www.anbientum.com.revista/2003_04/EXTINCION_imprimir.htm
[33] M. Osava, op. cit.
[34] James O’Connor (2001), Causas naturales.
Ensayos de marxismo ecológico, México, Siglo XXI Editores, pág. 221.
[35]Leonardo Boff, "La contradicción
capitalismo/ecología", en www.latinoamericana.org/2005/textos/castellano/Boff.htm
* Renán Vega Cantor es profesor de la Universidad Pedagógica
Nacional, Bogotá-Colombia, y colaborador de la revista Herramienta. Este
artículo fue publicado en Revista Herramienta Nº31-Buenos
Aires, marzo 2006 -Boletín informativo - Red solidaria de la izquierda radical
–y Ecoportal.net