Josh
Holroyd y Laurie O’Connel
El orígen de la sociedad de clases
Durante cientos de miles de años los seres humanos
habitaron la tierra sin propiedad privada, clases, estados, ni ninguno de los
elementos que componen la sociedad de clases tal y como la conocemos. Y sin
embargo se nos enseña que la división de clases es una condición natural y
universal de la existencia humana. Como Josh
Holroyd y Laurie O’Connel explican en el siguiente artículo, la arqueología
moderna proporciona una plétora de evidencias que confirman que la división de
la sociedad en clases es un desarrollo relativamente reciente en la historia
humana. Y de la misma manera que surgió, los marxistas entendemos que
eventualmente desaparecerá.
Cuando miramos el mundo de hoy y vemos los miles de
millones de vidas atormentadas por la pobreza, la esclavitud y la opresión, es
fácil asumir que estos horrores han acompañado a la humanidad durante toda su
existencia. Después de todo, durante miles de años, reyes, filósofos y
sacerdotes nos han dicho que siempre ha estado en la naturaleza de los seres
humanos sufrir estos males. Sin embargo, un estudio serio de nuestro pasado
lejano demuestra lo contrario. Durante casi toda nuestra existencia como
especie, vivimos en bandas comunistas de cazadores-recolectores, sin señores ni
amos de ningún tipo.
Para los defensores del orden actual, este simple
hecho plantea una refutación demoledora a toda su visión del mundo. Muchos
historiadores y filósofos burgueses tienden, por tanto, a ignorar el tema por
completo. Aquellos que recogen el guante contra nuestro pasado comunista,
explican los orígenes de la desigualdad como la afirmación de nuestra
naturaleza codiciosa y opresiva después de miles de años latente. Debemos
entender esto por lo que es: la falsa imposición de la moral capitalista sobre
toda la historia humana. En realidad, como señala Marx en La miseria de la
filosofía: «toda la historia no es otra cosa que una transformación continua de
la naturaleza humana».
Si queremos adoptar un enfoque genuinamente científico
en relación al desarrollo de la sociedad, debemos entender el nacimiento de la
sociedad de clases, no como un accidente infeliz, ni como el despertar de
alguna “naturaleza humana” suprahistórica hasta ahora dormida, sino como una
etapa necesaria en la evolución continua de la sociedad, producida en última instancia
por quizás la mayor revolución en las fuerzas productivas de la humanidad jamás
conocida. Y esta no es de ninguna manera una cuestión académica. Comprendiendo
el nacimiento de la sociedad de clases, podemos captar la naturaleza real de
sus instituciones y descubrir los medios por los cuales podemos derrocarlas.
Hombre y naturaleza
Marx explicó que el rasgo más básico de toda sociedad
es la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Este no es un ideal
abstracto, sino un reconocimiento totalmente práctico del hecho de que para que
los humanos sobrevivan, siempre hemos necesitado recursos, que provienen del
mundo que nos rodea.
Nuestra relación con el mundo natural está mediada por
el trabajo, que realizamos socialmente. A través de este proceso extraemos
recursos y encontramos fuentes de alimento y refugio. Siempre ha sido el caso,
a pesar de la vergüenza de muchos arqueólogos modernos, que los humanos han
tenido que trabajar para sobrevivir. Como explica Marx:
“Como
creador de valores de uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es,… condición
de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo
que se da entre el hombre y la naturaleza”.
Pero si bien el hecho de que trabajamos permanece
inalterado a lo largo de la historia, la forma en que trabajamos y las
necesidades o deseos que nos esforzamos por satisfacer han cambiado mucho.
Durante millones de años, la humanidad ha desarrollado herramientas y técnicas
para lograr mejor sus fines. Pero el desarrollo de los medios para satisfacer
incluso nuestras necesidades más básicas conduce necesariamente a la creación
de nuevas necesidades, nuevas relaciones sociales y formas de vida totalmente
nuevas. Esta interacción constante ha decidido muchas cosas por nosotros, ya
sea que nos mudemos o nos quedemos en un lugar, si trabajamos todo el año o por
temporadas, e incluso ha afectado
nuestra fisiología y evolución. Por tanto, en todos los sentidos, al cambiar
nuestro entorno, nos cambiamos a nosotros mismos. En esto radica la base de
todo progreso humano.
Fue este principio fundamental del materialismo
histórico el que Engels resumió en su discurso junto a la tumba de Marx:
Así
como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx
descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo,
pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer
lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política,
ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de
vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase
económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual
se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las
ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a
la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se
había venido haciendo.
Marx escribe en El
Capital vol. 1: “El uso y la creación de medios de trabajo, aunque en
germen se presenten en ciertas especies animales, caracterizan el proceso específicamente humano de
trabajo”. Esto se puede observar arqueológicamente durante el tiempo que
los humanos modernos han estado en este planeta, e incluso antes. Algunos de
nuestros primeros antepasados homínidos, el Homo
habilis y el Homo ergaster,
fabricaron herramientas de piedra. El complejo de herramientas Olduvayense,
descubierto en la Garganta de Olduvai en Tanzania, se remonta a 2,6 millones de
años. A lo largo del período Paleolítico (que abarca aproximadamente hasta el
10.000 a. C.), vemos la aparición de un nuevo complejo de herramientas tras
otro: Achelenses, Musterienses, Chatelperronienses, etc. Incluso podemos
rastrear, junto con la producción de estas herramientas, el desarrollo de la
conciencia y el pensamiento complejo. En general, cada complejo de herramientas
es más simétrico y requiere una planificación más avanzada que el anterior, lo
que impulsa el desarrollo del cerebro de los humanos modernos a nuevas alturas.
Es una confirmación más del método materialista el que
incluso los arqueólogos no marxistas se vean obligados a periodizar el pasado
en términos de la cultura material que prevaleció en cada época. No en vano
hablamos del Paleolítico (del griego antiguo para «piedra vieja»), Neolítico
(«piedra nueva»), Edad del Bronce, etc. Todas estas denominaciones se refieren
a los materiales utilizados para fabricar las herramientas de las que dependía
la producción en ese momento. Como señala Marx en El Capital vol. 1:
“La
misma importancia que posee la estructura de los huesos fósiles para conocer la
organización de especies animales extinguidas, la tienen los vestigios de
medios de trabajo para formarse un juicio acerca de formaciones económico-sociales
perimidas [obsoletas]. Lo que diferencia unas épocas de otras no es lo que se
hace, sino cómo, con qué medios de trabajo se hace. Los medios de trabajo no
sólo son escalas graduadas que señalan el desarrollo alcanzado por la fuerza de
trabajo humana, sino también indicadores de las relaciones sociales bajo las
cuales se efectúa ese trabajo».
Esta idea simple pero revolucionaria no es aceptada de
ninguna manera por la academia. De hecho, este principio fundamental del
materialismo histórico encuentra en la facultad universitaria el mismo horror e
indignación que la teoría de la selección natural de Darwin encontró en los
salones victorianos.
El resultado es que la academia moderna está muy por
detrás incluso de los filósofos griegos antiguos en su comprensión de la
sociedad. Tanto Platón como Aristóteles reconocieron que existía una base
material para su tiempo libre. Como escribe Aristóteles en su Metafísica, las artes teóricas se
desarrollaron en lugares donde los hombres tenían mucho tiempo libre. “Así, las
ciencias matemáticas se originaron en las cercanías de Egipto, porque allí la
clase sacerdotal tenía tiempo libre”. Esto presupone necesariamente un cierto
grado de desarrollo de la productividad del trabajo y, con ello, una reorganización
de la estructura de la sociedad misma. Es a los comienzos de este desarrollo a
los que nos volcaremos ahora.
Comunismo primitivo
Los arqueólogos han encontrado muy poca evidencia de
desigualdad significativa antes del período Neolítico, que comenzó hace poco
menos de 12.000 años. La evidencia recopilada en los sitios paleolíticos de
todo el mundo pinta una imagen de sociedades pequeñas, abrumadoramente móviles,
que dependen de la caza, la pesca y la recolección para sobrevivir, en las que
apenas se pueden detectar diferencias de riqueza o estatus a partir de los
bienes enterrados con los muertos.
Por supuesto, nunca podremos decir exactamente cómo
eran en detalle las sociedades prehistóricas de cazadores-recolectores. Pero
los estudios antropológicos de sociedades de cazadores-recolectores existentes
como el pueblo !Kung del desierto de Kalahari ofrecen una idea de cómo pudieron
haber sido. El antropólogo Richard Leaky escribe:
«[L]os !Kung no tienen jefes ni líderes … nadie da
órdenes ni las recibe … el compartir impregna profundamente los valores de los
recolectores !Kung, al igual que el principio de ganancia y racionalidad es
fundamental para la ética capitalista».
Esta perspectiva está bien atestiguada en las
comunidades de cazadores-recolectores de todo el mundo y encaja perfectamente
con la evidencia proporcionada por los yacimientos del Paleolítico. Pero el
igualitarismo de nuestro pasado prehistórico no fue un fenómeno puramente
cultural o moral; en el fondo, se debía al hecho de que no había ni podía haber
propiedad privada más allá de la posesión de herramientas y otros artículos
personales. Estos grupos eran cazadores-recolectores hábiles y exitosos, pero
vivían día a día o año tras año, sin acumular ningún excedente significativo.
En consecuencia, no existía el concepto de propiedad de la tierra ni el de
herencia.
Esto se puede ver más claramente en las prácticas de
los aborígenes del desierto de Australia Central, ampliamente considerada una
de las culturas continuas más antiguas de la Tierra, que se remonta hasta
50.000 años atrás. En la década de 1960, el antropólogo Richard Gould pasó un
tiempo viviendo con cazadores-recolectores en el centro del continente
australiano. Señaló que toda la comida que se traía al campamento se “compartía
meticulosamente entre todos los miembros del grupo, incluso cuando no era más
que un pequeño lagarto”. Basado en la excavación de refugios rocosos locales,
Gould planteó la hipótesis de que los habitantes de esta región habían vivido
de esta manera desde la primera ocupación de la región por el Homo sapiens. El
principio detrás de esta forma extrema, incluso absoluta, de comunismo no es
difícil de descubrir: la escasez, causada en última instancia por el nivel
relativamente bajo de desarrollo de las fuerzas productivas y el bajo nivel de
control sobre el medio ambiente natural. Si bien otras sociedades de
cazadores-recolectores no enfrentaron condiciones tan duras, el mismo principio
se puede ver en funcionamiento en todo el mundo paleolítico.
Mujeres en el comunismo primitivo (en defensa de Engels)
Otro rasgo del carácter igualitario de la sociedad
paleolítica es la posición igualitaria de las mujeres. Como escribe Friedrich
Engels en su obra maestra, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el
Estado:
“Una
de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII
es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del
hombre. Entre todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en los
estadios inferior, medio y, en parte, hasta superior de la barbarie, la mujer
no sólo es libre, sino que está muy considerada».
Basándose en los estudios antropológicos más recientes
de la época, en particular el estudio de Henry Lewis Morgan sobre los
iroqueses, Engels propuso la idea revolucionaria de que la opresión sistemática
de las mujeres es de hecho un desarrollo relativamente reciente en la historia
de nuestra especie. Analizando no solo la sociedad iroquesa, sino también los
antiguos atenienses, romanos y germanos, argumentó que la «derrota histórica
del sexo femenino» tenía una base económica: la propiedad privada de los medios
de producción, en particular la tierra y los rebaños, y su acumulación en manos
de los hombres.
Además, si la opresión de las mujeres tuvo un
comienzo, concluyó Engels, debe tener un final. El establecimiento de una
sociedad comunista, sin propiedad privada ni explotación de clase,
restablecería la libertad y la igualdad de hombres y mujeres en un nivel más
alto que nunca. Es esta perspectiva la que ha armado e inspirado a los
marxistas en la lucha por la liberación de la mujer desde entonces.
Sin embargo, esta idea revolucionaria ha sido
descartada no solo por los defensores del sistema actual, sino incluso por las
teóricas feministas, que afirman que la interpretación de Engels de la sociedad
comunista primitiva no es más que un “mito reconfortante”. En los últimos años,
incluso los académicos aparentemente «marxistas» se han sumado a estos ataques
contra la base de la teoría de Engels. Christophe Darmangeat, de la Universidad
de París, por ejemplo, sostiene que «el monopolio masculino sobre la caza y las
armas ha dado a los hombres en todas partes una posición de fuerza en relación
con las mujeres», lo que significa que «las mujeres se encontraban en todas
partes en una situación en la que podían verse reducidas al papel de meros
instrumentos en las estrategias de los hombres”.
Lo notable de este argumento es que, aunque pretende
corregir a Engels sobre la base de investigaciones más modernas, logra repetir
exactamente la misma falsa suposición que Engels demolió hace más de 100 años.
La primera premisa de Darmangeat es que la caza y las armas siempre fueron un
monopolio masculino. Para que esta tesis sea válida, debe tener una aplicación
universal, es decir, debe significar que este supuesto monopolio ha existido
siempre y en todas partes, sin excepciones. Pero no se puede hacer tal
afirmación, ya que las investigaciones más modernas la contradicen, incluso en
las comunidades de cazadores-recolectores que continúan existiendo. Por
ejemplo, en los Agta de Filipinas, se sabe que las mujeres practican la caza
asistida por armas. Más atrás en el tiempo, la imagen se vuelve aún más
compleja, con el reciente descubrimiento de instrumentos de caza en la tumba de
una hembra adulta joven en los Andes, que data de alrededor del 7.000 a. C., y
representaciones de mujeres cazando con lanzas en las primeras pinturas
rupestres en Burzahom, India, que se remontan al año 6000 a. C. Sin embargo,
incluso si aceptamos que la caza ha sido un coto común para los hombres, el
argumento de Darmangeat contiene una falsedad mucho más perniciosa: la
suposición de que, dondequiera que sea este el caso, las mujeres se reducen a
“meros instrumentos”.
Ningún marxista negaría que existen diferencias
naturales entre hombres y mujeres y que, por tanto, ha existido alguna forma de
división del trabajo entre los sexos en todas las sociedades. El hecho de que
las mujeres carguen y den a luz a sus hijos es un ejemplo evidente de ello.
Dependiendo del entorno natural y los recursos de la comunidad, esto puede
haber significado que los hombres se desplazaban más lejos del campamento, por
ejemplo participando en expediciones de caza, mientras que las mujeres tendían
a concentrarse en recolectar recursos más cerca del hogar, llevando a los niños
con ellas. Tal división del trabajo se observó entre los !Kung, por ejemplo.
Sin embargo, el punto crucial es que en tales sociedades, ocupar una posición
diferente en la división del trabajo en esta etapa temprana no puede
presentarse como prueba de opresión o explotación por parte de otro sector de la
sociedad. Por el contrario, todas las pruebas disponibles apuntan a lo opuesto.
Refiriéndose a los !Kung, Patricia Draper escribe:
“Los
hombres y mujeres de los grupos recolectores son igualitarios en sus tratos
entre sí. Por lo general, se encuentran en grupos mixtos en el entorno del
campamento, aunque su trabajo generalmente se realiza en grupos del mismo sexo.
Las mujeres no muestran deferencia hacia los hombres. Al vivir en pequeñas
bandas sin roles de liderazgo bien desarrollados, llegan a decisiones por
consenso en las que las mujeres participan junto con los hombres”.
Las mujeres descritas aquí difícilmente podrían
describirse como «instrumentos» de nadie. En modo alguno. En muchos casos, como
el de los !Kung, las plantas recolectadas por mujeres “contribuyen hasta con el
80% de la ingesta diaria de alimentos de la comunidad” y “a diferencia de los
cazadores masculinos, las recolectoras forrajeras mantienen el control sobre la
distribución final de los alimentos que han recolectado”. El antropólogo Chris
Knight sostiene que, en muchas sociedades de cazadores-recolectores, “un joven
nunca adquirirá derechos sexuales permanentes en la mujer que visita
regularmente. En cambio, debe ganarse la aprobación continuamente entregando
toda la carne que caza a su suegra para que ella la distribuya como le plazca
«. Una vez más, ¿quién controla a quién aquí?
La posesión de armas, o una mayor fuerza, tampoco
conduce necesariamente a la violencia contra la mujer. Un estudio de 1989
encontró que los San tradicionales, nómadas o seminómadas eran “una de las seis
sociedades del mundo donde la violencia doméstica era casi desconocida”. Este
es un hecho absolutamente asombroso si se considera la pandemia permanente de
violencia contra las mujeres que se cobra decenas de miles de vidas cada año en
todo el mundo.
La imagen de los hombres como «proveedores» dominantes
y de las mujeres como «amas de casa» subordinadas es totalmente anacrónica: una
concepción de la prehistoria sacada directamente de Los Picapiedra. La persistencia
de esta idea no tiene nada que ver con la ciencia ni la investigación
histórica. Es simplemente un reflejo del hecho de que quienes divulgan este
mito son incapaces de elevarse sobre las nociones y prejuicios de la sociedad
de clases actual. Y si se aceptan los prejuicios de la sociedad de clases,
entonces se deben finalmente aceptar sus conclusiones, rechazando la
posibilidad no solo de la igualdad entre hombres y mujeres, sino del
establecimiento de una sociedad más igualitaria en general. Es decir, este
argumento supuestamente científico se reduce en última instancia a una sola
cosa: la existencia permanente de la sociedad de clases para siempre jamás,
amén.
Los inicios del cultivo
A veces se pregunta cómo se pudo haber pasado de esta
sociedad comunista primitiva aparentemente utópica a una en la que la gran
mayoría de la gente estaba oprimida. El antropólogo Marshall Sahlins incluso
acuñó el término “la sociedad próspera original”, basándose en su propio
estudio de los grupos de cazadores-recolectores, que concluyó que cada adulto
solo habría tenido que trabajar de tres a cinco horas al día para reunir los
recursos suficientes. Si bien esto es probablemente una exageración, basada en
una definición de trabajo demasiado estrecha, cuestiona la idea de que las
sociedades de cazadores-recolectores estaban permanentemente al borde de la
inanición. Pero así como deberíamos rechazar el mito hobbesiano de la vida como
siempre “desagradable, brutal y breve” antes de su liberación por la represión
civilizada del estado, también deberíamos tener cuidado de no doblar demasiado
el junco en la dirección opuesta.
La sociedad paleolítica no existía en un estado
edénico de salud y abundancia. Las poblaciones de la Edad de Hielo eran
necesariamente pequeñas, con poca certeza y control sobre las condiciones de su
existencia. La mayoría habría consumido su comida en horas o días, lo que
sugiere solo un excedente de producto muy limitado, si es que lo hubiera. La
mayoría de los grupos de cazadores-recolectores tenían una esperanza de vida
baja, así como una tasa de natalidad baja. Incluso después de que terminó la
última Edad de Hielo, alrededor del año 9.700 a. C., la escasez y las
dificultades continuaron siendo un desafío al que se enfrentaron las
comunidades de cazadores-recolectores. Para dar solo un ejemplo, en el
yacimiento de Mahadaha en la India, que data del 4000 a. C., la edad estimada
de muerte de los 13 esqueletos encontrados era entre 19 y 28, pero
“probablemente mucho más cerca de los 19”. Ninguno tenía más de 50 años.
Entonces, como ahora, el motor del desarrollo fue la lucha por los medios para
sobrevivir y prosperar frente a la adversidad: “la producción y la reproducción
de la vida inmediata”.
Así como la necesidad de mejorar la forma en que las
personas recolectaban recursos alentó el desarrollo de herramientas de piedra,
también impulsó a los seres humanos a buscar fuentes de alimentos más diversas
y confiables. Este proceso cobraría vida propia cuando el clima global comenzó
a calentarse hace aproximadamente 20.000 años. En este período, el aumento de
las temperaturas y los niveles de humedad, junto con el retroceso de los
casquetes glaciares, abrieron regiones enteras a los seres humanos y aumentaron
enormemente la cantidad y variedad de recursos disponibles. Estimulados por su
entorno cambiante, los cazadores-recolectores desarrollaron rápidamente medios
nuevos y más sofisticados para adquirir estos recursos, produciendo una
explosión en las fuerzas productivas de la humanidad.
Las herramientas de piedra más antiguas, como las
hachas de mano, fueron reemplazadas por «microlitos», herramientas de piedra
mucho más pequeñas, como taladros y puntas de flecha. Se moldearon huesos en
finas agujas para coser diferentes tipos de pieles, creando la ropa cálida y en
capas que los humanos usaron para colonizar las heladas tierras de Siberia. Se
tallaron arpones de astas de reno para aprovechar la mayor disponibilidad de
peces. Se hicieron jaulas de mimbre para atrapar anguilas. Este fue un salto
cualitativo, así como cuantitativo, en la productividad y el alcance del
trabajo humano.
Además de la caza y la pesca, la gente también
aprovechó los alimentos vegetales silvestres que comenzaron a florecer en el
clima más cálido y húmedo. La cosecha más antigua conocida de hierbas
silvestres se remonta a la última Edad de Hielo, alrededor del 21.000 a. C., en
Ohalo, en el Israel moderno. Alrededor del 14.000 a. C., se cultivaban en toda
la región el trigo, la escanda y la cebada silvestres. Este desarrollo, que en
ese momento puede haber parecido sólo una pequeña ganancia, marca los primeros
comienzos de un proceso que cambiaría irreversiblemente la relación de la
humanidad con el mundo natural y, con ella, la vida humana misma.
El primer cultivo de cereales y otras plantas estaba
todavía muy lejos de la producción agrícola del Neolítico. En la mayoría de los
lugares, habría sido mucho más parecido a una forma de «jardinería silvestre»,
mediante la cual los cultivadores visitarían regularmente los sitios donde se
sabía que crecían tales plantas para poder recolectar lo que estaba disponible.
Pero incluso a través de esta forma aparentemente pasiva de recolección, los
seres humanos estaban transformando activamente la naturaleza tanto de manera
consciente como inconsciente.
Muchas de las plantas y animales de los que dependemos
como alimentos básicos hoy en día no siempre han existido. El maíz, los
frijoles, la calabaza, los cereales básicos e incluso los cerdos, las ovejas y
el ganado bovino, como los conocemos hoy, evolucionaron debido a la
intervención humana en la naturaleza hace muchos miles de años. Por ejemplo,
las hierbas silvestres que se cultivaron en lugares como Ohalo poseían granos
mucho más pequeños que el trigo que consumimos hoy. El descubrimiento de granos
más grandes que el promedio en Jerf el Ahmar en la Siria moderna sugiere que,
ya en el año 13.000 a. C., la gente estaba volviendo a sembrar deliberadamente
las hierbas con granos más grandes para mejorar la productividad.
Aún más importante, las espigas de estas hierbas
antiguas se romperían y se dispersarían espontáneamente en diferentes momentos,
aumentando sus posibilidades de propagación exitosa. Pero lo que es bueno para
la hierba no es necesariamente bueno para el recolector. Una gran proporción de
la cosecha potencial se perdería incluso antes de que llegara el cosechador.
Los cultivos de cereales modernos tienen “raquis [tallos] que no se
desarticulan”, lo que significa que las espigas permanecerán en su lugar hasta
que alguien venga a cosecharlas. Esta transformación biológica fue producto de
la intervención e innovación de los seres humanos. En las condiciones
adecuadas, la presión selectiva potencial creada por las mejoras deliberadas en
la técnica de los recolectores se materializaría en la evolución de nuevas
especies de trigo y cebada, en sí misma un desarrollo espectacular de las
fuerzas productivas.
La Revolución Neolítica
Junto con los recursos cada vez mayores y las
herramientas y técnicas mejoradas de este período, comenzaron a aparecer los
primeros asentamientos. Es probable que primero fueran campamentos
semipermanentes o estacionales a los que la gente regresaba cada vez con más
regularidad, como Starr Carr en Gran Bretaña (que data aproximadamente del
9.000 a.C.). Pero eventualmente este período sería testigo de las primeras
aldeas permanentes del mundo. Un ejemplo temprano de esto se puede encontrar en
el sitio «Natufiense» de ‘Ain Mallaha en el Levante, (que data aproximadamente
del 12.500 a. C.), donde la gente se estableció de forma permanente,
dependiendo de la caza de gacelas junto con el cultivo de trigo y cebada
silvestres.
Sin embargo, incluso en las etapas más altas del
Epipaleolítico (literalmente «edad de piedra antigua tardía»), los
asentamientos permanentes eran muy raros y solo se pueden encontrar en sitios
con condiciones naturales excepcionalmente favorables, como ‘Ain Mallaha, o las
carreras de salmones en Poverty Point, en el Pacífico Noroeste. En esta etapa
era muy difícil y en algunos casos imposible crear condiciones similares en
otros lugares, por lo que, hasta cierto punto, la ubicación de los
asentamientos y los medios de subsistencia en última instancia quedó
determinada pasivamente por la naturaleza. Pero los acontecimientos que se
estaban produciendo en ese momento estaban preparando el camino para una
transformación dramática, en la que la excepción se convertiría en la regla.
A menudo, en la historia, las crisis han catalizado
los profundos procesos de cambio que se desarrollan bajo la superficie. Estas
crisis pueden ser tanto internas como externas. Antes del desarrollo de la
agricultura en el Cercano Oriente, el mundo se volvió significativamente más
frío, en un regreso a las condiciones glaciales conocidas como Dryas Reciente
(aproximadamente de 11.000 a 9.700 a.C.). A medida que se interrumpieron las
migraciones de los rebaños y la aparición de hierbas silvestres, la forma de
vida establecida para muchas personas se volvió imposible. Sin duda, algunos
habrían perecido, mientras que muchos habrían tenido que volver a una forma de
vida más móvil. Pero el desarrollo anterior, que se había ido acumulando
gradualmente durante miles de años, no se perdió.
A medida que la gente abandonaba los asentamientos
moribundos, se llevaban los granos cosechados y los sembraban en lugares
completamente nuevos. Se cree que la creación de nuevas parcelas y la mayor
dependencia que algunas comunidades depositaron en el cultivo de cereales con
hoces de pedernal aceleró el proceso de selección natural y artificial que
finalmente dio lugar al trigo totalmente domesticado, y con ello los medios
para superar las limitaciones de los antiguos asentamientos
cazadores-recolectores. Podemos ver este proceso claramente en Abu Hureyra, en
la Siria moderna, donde la gente respondió al clima frío con el cultivo
intensivo de centeno silvestre, lo que resultó en el grano de cereal
domesticado más antiguo encontrado hasta ahora, que data aproximadamente del
10.500 a.C.
Aproximadamente desde el año 9.500 a.C., los
habitantes del Levante y el sureste de Turquía volvieron a la vida sedentaria,
pero esta vez en un nivel cualitativamente superior, basado en cereales y
animales domesticados como ovejas y cabras, que también habían sido
transformados por la intervención consciente de los cazadores humanos convertidos
en pastores. Aproximadamente en el año 8.000 a.C., esta nueva forma de vida se
había extendido por el Cercano Oriente y pronto comenzaría a adoptarse en
Europa y el sur de Asia. La agricultura asentada aparecería en otras partes,
incluida China, varias partes de África, y América. El arqueólogo marxista V.
Gordon Childe se refirió a este proceso como la “Revolución Neolítica”.
Para los académicos burgueses, la descripción de
cualquier cosa como una «revolución» suena demasiado marxista para un libro de texto
de arqueología. En cambio, se argumenta que la domesticación y el desarrollo de
la agricultura deberían denominarse «transición neolítica», porque fue un
proceso que se desarrolló durante un largo período de tiempo. Esta es una forma
infantil de entender la historia. La explosión del Cámbrico (un período de
rápida diversificación de la vida animal compleja y multicelular) tuvo lugar
durante diez millones de años, pero aún fue explosiva en comparación con los
miles de millones de años de evolución increíblemente lenta que la precedieron.
La Revolución Neolítica fue una transformación igualmente masiva y rápida desde
el punto de vista de la sociedad humana. El Homo
sapiens existe desde hace alrededor de 300.000 años, pero estos desarrollos
tuvieron lugar durante solo unos pocos miles de años y fueron totalmente
trascendentales, dando lugar a una nueva forma de vida, un nuevo modo de
producción y, con ello, una nueva etapa en la historia de la raza humana.
El papel de las ideas
Otra objeción a la descripción «tradicional» de la
Revolución Neolítica ataca sus conclusiones materialistas. Mirando hacia atrás
a estos procesos desde una distancia de más de 10.000 años, es fácil ver el
profundo impacto que los desarrollos en el trabajo humano y la técnica tuvieron
tanto en la naturaleza como en la sociedad. Pero así como la noción de una
«revolución» neolítica huele demasiado a marxismo para el sistema académico
actual, esta confirmación de las ideas más básicas del materialismo histórico
es demasiado para que la soporten algunas mentes «científicas». Por ejemplo,
Anthony Giddens, el sociólogo detrás de la «Tercera Vía» de Tony Blair,
sostiene que debido a que el asentamiento es anterior a la llegada de la
agricultura en algunos lugares, el desarrollo de las fuerzas productivas no
puede considerarse el factor determinante en la Revolución Neolítica, y en la
historia en general. Giddens escribe:
“La
vida social humana no comienza ni termina en la producción. Cuando Mumford
llama al hombre un ‘animal que hace su mente, que se domina a sí mismo y que se
diseña a sí mismo’, y cuando Frankel ve en la vida humana una ‘búsqueda de
significado’, están más cerca de proporcionar la base para una antropología
filosófica de la cultura humana que Marx.”
Últimamente se ha afirmado que el yacimiento
recientemente descubierto en Göbekli Tepe en el sureste de Anatolia, en la
Turquía moderna, proporciona más evidencia de esta concepción idealista de la
historia. El sitio está fechado en el 9.600 a.C., justo antes del nacimiento de
los primeros asentamientos neolíticos, y presenta grandes altares de piedra que
sugieren claramente que hubo un grado de especialización y un excedente de
tiempo de trabajo para dedicar a la construcción del sitio. También hay mucha
evidencia que sugiere que este sitio estuvo en uso durante todo el año. Sin
embargo, la abundancia de huesos de animales salvajes y la ausencia de
domesticados sugiere que las personas que construyeron este «templo» eran
cazadores-recolectores. Este notable descubrimiento ha provocado una efusión de
artículos triunfantes que declaran la muerte del materialismo. En lugar de
establecerse debido al desarrollo de la agricultura, o cualquier otra causa
relacionada con la producción, se ha argumentado que la gente primero se
estableció con fines religiosos y luego desarrolló la agricultura como un medio
para alimentar a la congregación. «Creo que lo que estamos aprendiendo es que
la civilización es un producto de la mente humana», anunció el arqueólogo
principal del sitio, Klaus Schmidt.
Pero la idea de que la civilización es un «producto de
la mente» no es tan profunda como podría pensar su autor. La máquina de vapor
también era un producto de la mente, al igual que el sistema fabril. La hoz de
pedernal fue producto de la mente. Si hasta el materialista más militante se
prepara una comida, lo hace porque tuvo la idea de hacerlo. Pero esto no nos
dice absolutamente nada más allá del hecho indiscutible de que todas estas
cosas han sido creadas por seres humanos conscientes.
Como señala Engels, » Todo lo que mueve a los hombres
tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro
de ellas depende en mucho de las circunstancias». Es necesario preguntarse por
qué las personas que construyeron Göbekli Tepe eligieron construir un lugar de
culto tan grande y permanente en primer lugar, y luego por qué optaron por el
cultivo de trigo para mantenerse. La actividad ritual fue importante durante
todo el Paleolítico y más allá como un medio para comprender y controlar el
mundo natural, y la cosecha de trigo silvestre se remonta a 23.000 años,
entonces, ¿por qué no ocurrió un desarrollo similar durante la última Edad de
Hielo? La explicación de esto, en última instancia, solo se puede encontrar en
el desarrollo de las fuerzas productivas: la relación de la humanidad con la
naturaleza, mediada por el trabajo, sus instrumentos, organización y técnica.
Los medios para el cultivo permanente de cultivos y
animales domésticos se habían preparado dentro de la antigua sociedad de
cazadores-recolectores durante miles de años antes de la construcción de
Göbekli Tepe. Como se señaló anteriormente, los granos de centeno domesticados
se remontan hasta el 10.500 a. C. Además, excavaciones más recientes en el
yacimiento han revelado evidencia tanto de edificios domésticos como de consumo
de granos silvestres, que se les había escapado o había sido ignorada por la
concepción idealista de Schmidt. Esto significa que Göbekli Tepe no era solo un
templo: era un asentamiento, que finalmente se volvió hacia la agricultura como
un medio para superar las limitaciones de la producción de
cazadores-recolectores. Esto solo refuerza la conclusión de que los fascinantes
altares y prácticas religiosas de las personas que vivían allí tenían una base
material. Como la población de Tell Abu Hureyra, que se dedicó al cultivo
intensivo de centeno ante la adversidad, la cultura que creó Göbekli Tepe marca
un punto crucial de transición en este proceso, donde la necesidad de una nueva
forma de organización social se refleja en las acciones conscientes de los
individuos. Tal es el curso de cualquier revolución social genuina. Las ideas,
los deseos y las nociones religiosas de esos individuos no surgieron pasiva y
directamente de sus herramientas – fueron producto de las mentes de seres
humanos reales y vivos – y sin duda habrían tenido un efecto decisivo en la
forma que tomó este proceso. Pero el contenido real de este proceso todavía lo
proporcionan los cambios que se están produciendo en su entorno, su sociedad y
el trabajo sobre el que se fundó: “No es la conciencia del hombre la que
determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su
conciencia».
Un mundo nuevo
Marx escribe en El
Capital: «del mismo modo en que en la historia de la Tierra las épocas no
están separadas por límites rígidos, abstractos, tampoco lo están en la
historia de la sociedad». En este sentido, las primeras aldeas del período
Neolítico habrían parecido muy similares a algunos de los asentamientos de
cazadores-recolectores que habían surgido al final del Paleolítico. En algunos
casos, las comunidades neolíticas bien podrían haber sido relativamente
móviles, instalándose temporalmente para cultivar una parcela de tierra, solo
para mudarse a una nueva parcela después de que algunas temporadas hubieran
agotado el suelo, como observó Morgan entre los iroqueses. La caza, la pesca y
la recolección habrían persistido junto con el cultivo de cereales. Pasarían
varios cientos de años antes de que los cambios fundamentales que se estaban
produciendo en la sociedad se hicieran evidentes.
Uno de esos cambios fue un marcado aumento en el
tamaño y el número de asentamientos. Se cree que el asentamiento natufiense
promedio albergaba entre 100 y 150 personas: un número considerable para los
estándares de cazadores-recolectores, pero diminuto en comparación con los
asentamientos neolíticos que surgirían a partir de 9.500 a. C. en adelante.
Incluso una pequeña aldea neolítica tendería a albergar a unas 250 personas,
aproximadamente el doble del promedio natufiense. Jericó, quizás el
asentamiento más antiguo que aún existe, contaba con una población de hasta
1.000 habitantes aproximadamente en el 9.000 a. C., solo unos pocos cientos de
años después del comienzo del Neolítico. Esto solo podría haberse logrado sobre
la base de un salto dramático en las fuerzas productivas.
La agricultura asentada no solo favoreció una mayor
concentración de personas, sino que también fomentó el crecimiento de la
población en general. Esta ventaja reproductiva se vio sustancialmente
compensada por las tasas más altas de mortalidad infantil y la esperanza de
vida generalmente más baja de los agricultores neolíticos, causada por una
dieta más limitada y la explosión de enfermedades previamente desconocidas: el
lado más oscuro de una vida sedentaria que a veces coloca a miles de personas y
animales en estrecha proximidad. Sin embargo, a pesar de los problemas que
surgieron con la nueva forma de vida asentada, la mayor tasa de natalidad
continuó produciendo un mayor tamaño y extensión de los asentamientos agrícolas
a expensas de los grupos nómadas de cazadores-recolectores. En Gran Bretaña, se
cree que migrantes continentales introdujeron la agricultura desde
aproximadamente el 4.000 a. C., reemplazando la antigua forma de vida en toda
la isla en el espacio de 2.000 años, un período muy corto para los estándares
prehistóricos.
Con el cambio del modo de producción de la vida
material, también tomaron cuerpo nuevas formas ideológicas y religiosas. Un
ejemplo de esto es el surgimiento de lo que se interpretan como cultos a los
antepasados, como los cráneos enyesados encontrados en Jericó y el entierro de
familiares fallecidos en los pisos de las casas. La noción de que los
antepasados permanecen con la familia, a veces literalmente dentro de la casa,
y protegen a sus parientes vivos, también está bien atestiguada en la cultura
china desde tiempos muy antiguos. Esto encajaría bien con la continuidad y
permanencia prevista del hogar, trabajando las mismas tierras.
La transición a la agricultura sedentaria también
comenzó a afectar la división del trabajo dentro de la familia. Una tasa de
natalidad dramáticamente más alta habría significado que las mujeres pasaran
más tiempo embarazadas, dando a luz y cuidando a los niños, lo que significa
que podrían haber estado menos disponibles para el trabajo de campo. La
evidencia de varios yacimientos neolíticos sugiere que en muchos lugares, este
desarrollo, combinado con el trabajo más intensivo y la supervisión constante
requerida para los campos y los rebaños, resultó en una división más rígida de
responsabilidades dentro de la familia.
A medida que el cultivo de cereales se vuelve cada vez
más importante, también lo hace el procesamiento del trigo y la cebada. En Tell
Abu-Hureyra, mencionado anteriormente, los esqueletos femeninos tenían artritis
en los dedos de los pies porque pasaban horas arrodilladas, meciéndose hacia
adelante y hacia atrás y usando su peso corporal para moler granos y
convertirlos en harina. Se descubrió una división del trabajo similar en un
sitio neolítico en China, que data del 5.000-6.000 a. C., donde los entierros
masculinos tendían a incluir «implementos de piedra agrícolas y de caza»,
mientras que las tumbas femeninas «carecen de este tipo de artefactos, pero
incluyen herramientas para moler grano». Esta evidencia, junto con otros
estudios, ha llevado a muchos antropólogos a establecer un vínculo entre el
auge de la agricultura sedentaria y la tendencia de las mujeres a realizar
«labores domésticas» en el hogar.
Sin embargo, este «trabajo doméstico» no era en modo
alguno secundario o auxiliar al trabajo de los hombres. Las casas neolíticas se
encuentran a menudo con sus propias áreas para tejer. La fabricación de
herramientas, aunque generalmente se describe como «trabajo de hombres»,
también se realizaba en el hogar o en la aldea y, en muchos casos, correspondía
a las mujeres del hogar. De hecho, los estudios antropológicos de los Konso, un
grupo étnico mayoritariamente agrícola en Etiopía cuyos trabajadores del cuero
son algunas de las últimas personas en el mundo en usar herramientas talladas
en pedernal a escala masiva, indican que las mujeres en estas comunidades
suelen ser las fabricantes de herramientas. El hogar neolítico era tanto un
taller como un hogar, y la evidencia sugiere que las mujeres se encontraban
cada vez más en el centro del mismo.
El cambio en la división del trabajo dentro de la
familia no fue automático ni absoluto. Hay muchas pruebas de sociedades en las
que hombres y mujeres realizan aproximadamente la misma cantidad de trabajo
dentro y fuera del hogar, como el extremadamente importante yacimiento
neolítico de Çatalhöyük en la Turquía moderna. También ha habido muchas
sociedades en las que la agricultura tendía a ser realizada por mujeres en
lugar de hombres, como los iroqueses documentados por Morgan. Por tanto, sería
demasiado simplista y falso establecer un vínculo automático e inmediato entre
la agricultura en general y la tendencia de las mujeres a trabajar más en el
hogar. Además, no podemos interpretar estos cambios en la división del trabajo
dentro de la familia como evidencia sólida de la opresión sistemática de las
mujeres y el patriarcado que se convertiría en el sello distintivo de todos los
pueblos «civilizados» más adelante. Si bien parece que las mujeres tenían más
probabilidades de trabajar en casa, su trabajo era muy valorado en su sociedad
y disfrutaban del mismo estatus que los hombres. Se han encontrado muchos
cementerios neolíticos que contienen un número igual de cuerpos masculinos y
femeninos, sin distinción notable de riqueza o estatus entre ellos, como
Midhowe Cairn en Orkney.
Lo que Tell Abu-Hureyra y otros sitios neolíticos
indican es la aparición temprana y embrionaria de nuevas relaciones dentro de
la sociedad neolítica, que tendían a colocar a las mujeres con más regularidad
en el hogar. Por sí solo, este cambio en la división del trabajo no colocó a
las mujeres en un estado dependiente u oprimido, pero en el curso de un mayor
desarrollo, a medida que el trabajo y la supervisión involucrados en la
producción agrícola se volvieran cada vez más intensos, esta tendencia se haría
más pronunciada, eventualmente sentando las bases para un cambio aún mayor en
las relaciones entre hombres y mujeres. Pero esto no sucedería durante el
Neolítico mismo; se requeriría el nacimiento de una sociedad de clases antes de
que estos desarrollos se transformaran en la opresión sistemática de las
mujeres.
La comuna de la aldea
A pesar de los signos embrionarios de desigualdad
encontrados en el período Neolítico, las relaciones sociales todavía eran de
naturaleza comunista: vemos poca o ninguna evidencia de propiedad privada,
explotación de clases o riqueza heredada. Engels describe las estructuras
sociales de estas sociedades sin clases en El
Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado:
“Sin
soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin reyes, gobernadores, prefectos
o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con regularidad. … la economía
doméstica es común para una serie de familias y es comunista; el suelo es
propiedad de la tribu, y los hogares sólo disponen, con carácter temporal, de
pequeñas huertas. Los propios interesados son quienes resuelven las cuestiones,
y en la mayoría de los casos una usanza secular lo ha regulado ya todo. No
puede haber pobres ni necesitados: la familia comunista y la gens conocen sus
obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra.
Todos son iguales y libres, incluídas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por
regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas».
Engels, siguiendo a Morgan, calificó esta etapa del
desarrollo de la sociedad humana como “barbarie”, que comenzó con el desarrollo
de la agricultura, la domesticación de animales y la alfarería. Para las
personas que vivían en estas primeras comunidades agrícolas, que conservaban la
moralidad y las normas culturales de la comuna, cualquier otra forma de vida
habría sido impensable.
Una evidencia importante que apunta hacia esto es el
surgimiento de entierros grupales, donde todos los individuos son enterrados en
comunidad sin tener en cuenta la distinción o el estatus social. Midhowe Cairn
en Orkney, discutido anteriormente, tiene al menos 25 personas enterradas
juntas. Un monumento que consume muchos recursos como este, con múltiples
cámaras de piedra separadas, no refleja una falta de respeto por las personas
enterradas en su interior. Se ajusta a la moralidad de una sociedad que en sí
misma era comunitaria.
Incluso asentamientos neolíticos muy grandes se
organizaron sobre una base comunal. Çatalhöyük, mencionado anteriormente, fue
el hogar de unas 10.000 personas en su apogeo, alrededor del 7.000 a. C.
Consistía en casas estrechamente dispuestas, en las que cada hogar funcionaba
como una unidad individual, con entierros debajo de los pisos en lugar de
cementerios comunes. Pero a pesar de esta relativa independencia del hogar, las
casas mostraban poca diferencia de tamaño, lo que sugiere muy poca o ninguna
diferencia en riqueza o estatus.
La naturaleza igualitaria de la comuna neolítica ha
llevado a algunos a cuestionar el vínculo entre la revolución neolítica y el
surgimiento de la sociedad de clases. Muchas comunidades neolíticas duraron
miles de años sin trabajo forzoso, impuestos o incluso mucha desigualdad,
entonces, ¿hasta qué punto podemos decir que el surgimiento de la sociedad de
clases fue inevitable o inherente a la producción neolítica? Una famosa
explicación de Marx señala que el desarrollo dentro de un modo de producción
necesariamente ocasiona las condiciones para su derrocamiento por nuevas
relaciones:
«Ninguna
formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas
productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas
relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su
existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua».
La inevitabilidad de la sociedad de clases radica en
el hecho de que el propio desarrollo de la producción neolítica preparó las
mismas condiciones sobre las que se basó el surgimiento de la sociedad de
clases: la división cada vez más compleja del trabajo en la sociedad y, lo más
importante de todo, el crecimiento del producto excedente. Nos centraremos en
gran medida en cómo ocurrió esto en el Cercano Oriente. No se argumenta aquí
que todos y cada uno de los desarrollos que se dieron en esta región sean un
modelo exhaustivo para el surgimiento de todas las sociedades de clases, pero
al exponer el proceso en todas sus fases en una región, esperamos resaltar sus
elementos más básicos.
El crecimiento del excedente
A medida que la comuna neolítica continuaba desarrollándose
y crecía tanto en tamaño como en capacidad productiva, había más recursos que
organizar y decisiones más complejas que tomar. De hecho, toda la historia del
Neolítico podría resumirse en la pregunta: «¿Qué hacer con el excedente?»
Una forma en que las comunidades neolíticas
organizaron su producto excedente fue almacenarlo para el futuro. Las aldeas
del Neolítico, como Jerf el Ahmar en Siria, generalmente tenían instalaciones
de almacenamiento administradas y controladas por toda la comunidad. El
excedente también tomó la forma de una mayor cantidad de tiempo de trabajo que
podría dedicarse a tareas distintas de la subsistencia. Los habitantes de
Jericó, por ejemplo, canalizaron su tiempo y energía excedentes para llevar a
cabo proyectos comunales masivos, como la gran torre y la muralla, que datan
del año 8.000 a. C. El crecimiento del excedente también aumentó el comercio
entre las comunas neolíticas, en gran parte autosuficientes, que comenzaron a
sentar las bases para una división regional del trabajo y la interdependencia
de los asentamientos en una etapa posterior.
La respuesta más significativa al crecimiento de la
producción excedente fue el surgimiento de una nueva división social entre
trabajo mental y físico: la mano y la cabeza. La creciente productividad del
trabajo permitió la liberación de un pequeño sector de la sociedad de las
exigencias del trabajo físico en los campos. Este desarrollo, producto final
del Neolítico, sentaría las bases para las primeras sociedades de clases en la
historia. Por tanto, su historia es de especial importancia.
Alrededor del 7.000 a. C., los pueblos neolíticos del
Cercano Oriente comenzaron a trasladarse a otras áreas menos hospitalarias pero
más fértiles, como Mesopotamia (el actual Irak), donde eventualmente se
desarrollarían los primeros estados. Esto plantea la cuestión del papel del
medio ambiente en el desarrollo histórico. Evidentemente, en el “metabolismo
entre el hombre y la naturaleza” nuestro entorno natural es sumamente
importante. En la sociedad prehistórica, gran parte del desarrollo tecnológico
y social de la humanidad aparece como una respuesta a presiones ambientales
externas. Sin embargo, esto es solo una parte de la historia, en la que, en
última instancia, la actividad del ser humano juega el papel protagonista.
A menudo se dice que la civilización, o sociedad de
clases, fue el producto de los suelos extremadamente fértiles que rodean el
Tigris, Éufrates, Nilo, Río Amarillo o Indo. Pero la productividad del suelo
mesopotámico seguiría siendo nada más que una posibilidad vacía mientras los
seres humanos carecieran de los medios para cultivarlo. En 7.000-6.000 a. C.,
gran parte de la Baja Mesopotamia se volvió inhóspita por las marismas anegadas
que la cubrían. Además, la falta de materiales importantes como la madera y
(más tarde) el cobre hizo que fueron muy difícil asentarse en lugares como la
Baja Mesopotamia sin tener acceso a redes comerciales de larga distancia. Estos
medios fueron proporcionados por el desarrollo de las fuerzas productivas
durante el Neolítico.
El uso del riego ya estaba presente tanto en Jericó
como en Çatalhöyük como medio para complementar la producción. Alrededor del
7.000 a. C. estos asentamientos entraron en declive, pero los avances que se
habían dado allí no se perdieron, ya que esta tecnología finalmente se extendió
a la llanura mesopotámica. La evidencia más temprana de agricultura de regadío
en Mesopotamia se ha encontrado en Choga Mami, que data de alrededor del 6.000
a. C. Pero el asentamiento, y la cultura Samarra de la que formaba parte, aún
conservaban todas las características del Neolítico temprano. Cuando los
colonos, que se cree que provenían de la meseta iraní, comenzaron a aplicar
esta nueva tecnología a las marismas súper fértiles de la Baja Mesopotamia,
sentarían las bases para un cambio radical en la división social del trabajo
que culminaría con el nacimiento de la sociedad de clases.
La Revolución Urbana
La Revolución Urbana en el Cercano Oriente no comenzó
con grandes asentamientos neolíticos como Jericó, sino con pequeñas aldeas que,
aunque sencillas en ese momento, poseían un gran potencial de desarrollo. Los
niveles más bajos del sitio de Eridu, en el sur de Irak, datan de alrededor del
5.800 a. C. Lo que hace que este asentamiento sea significativo no es solo el
hecho de que fue uno de los primeros asentamientos en utilizar canales de riego
para drenar el exceso de agua de las marismas, sino que contiene la evidencia
más antigua de “edificios dedicados exclusivamente a actividades de culto”.
Estas “capillas”, como a veces se las llama, fueron la manifestación física de
un cambio de época en las relaciones sociales: el surgimiento de los
sacerdotes.
El riego debe haber tenido un efecto enorme en la vida
y la conciencia de los primeros habitantes de Eridu, pero también requirió un
cambio profundo en su organización del trabajo. La excavación de canales
requirió no solo la labor de muchos trabajadores, sino también cierto grado de
planificación y dirección. Este trabajo no pudo haber sido realizado
eficazmente por hogares independientes que trabajaran solos; requería la
cooperación de un número relativamente grande de trabajadores bajo la dirección
de algún tipo de liderazgo.
Como comenta Marx en El Capital: «Todo trabajo directamente social o colectivo,
efectuado en gran escala, requiere en mayor o menor medida una dirección que
medie la armonía de las actividades individuales».
No es de extrañar que este papel lo desempeñaran
primero los sacerdotes. Incluso en la sociedad de cazadores-recolectores, los
chamanes u otros líderes espirituales a menudo ocupaban una posición
relativamente privilegiada en la división social del trabajo, por lo que podían
dedicarse a la comprensión y el dominio del entorno natural de la comunidad.
Aquellos individuos que tenían la mayor comprensión de los secretos de la
naturaleza y lo divino eran naturalmente considerados los mejores candidatos
para obtener las bendiciones de la deidad. Pero incluso la deidad fue en sí
misma un producto de la historia. La creencia de que existen dioses
todopoderosos que intervienen en los asuntos de los seres humanos y, por lo
tanto, deben ser adorados, es muy rara entre las sociedades de cazadores-recolectores,
y se cree que estuvo ausente antes del Neolítico. En última instancia, la
noción de un dios como la máxima «autoridad rectora» imaginable era en sí misma
el reflejo ideológico del creciente control de un sector de la sociedad no solo
sobre las fuerzas naturales, sino también sobre los seres humanos.
Este desarrollo tampoco fue el producto de condiciones
exclusivamente mesopotámicas. La tarea crucial de predecir las inundaciones del
Nilo se convirtió en el dominio de los sacerdotes egipcios y la fuente eventual
de su poder. Los sacerdotes mayas de la península de Yucatán también debían
supervisar los sacrificios y ceremonias que aseguraban el favor de los cenotes
sagrados (sumideros naturales que se llenarían de agua subterránea), la única fuente
de agua dulce en una región sin ríos. También podemos ver cómo se desarrolla un
proceso similar con el surgimiento de la casta Brahmán en la India védica: un
grupo que seguiría siendo la élite social durante miles de años.
La creación de un sector de la sociedad, sustentado en
el producto excedente del resto de la comunidad y dirigiendo sus labores, marca
un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Con él, el Neolítico en
Mesopotamia llega a su fin y vemos el comienzo de lo que Gordon Childe llamaría
la “Revolución Urbana”. Sin embargo, debe subrayarse que Eridu en el 5800 a. C.
ciertamente no era una sociedad de clases; tanto la producción como la
distribución siguieron siendo esencialmente comunistas. La única obligación en
la que podían confiar los sacerdotes era la aceptación de la comunidad, o al
menos de la mayoría de sus miembros. En todos los ejemplos anteriores, el papel
desempeñado por la ‘casta’ sacerdotal, fue inicialmente uno que beneficiaba a
toda la comunidad: como servidor, aunque privilegiado, de la comuna. Pero en
cierta etapa, este sirviente se convertiría en usurpador.
La nueva organización del trabajo encontrada en Eridu
proporcionó un estímulo adicional para el desarrollo de las fuerzas
productivas. Las grandes extensiones de tierra cultivable, que habían sido
creadas por el riego, permitieron el uso efectivo del arado tirado por bueyes,
lo que marcó una enorme diferencia en la productividad del trabajo en ese
momento. La mejora del suministro de agua en estas tierras también dio lugar a
los primeros experimentos en arboricultura, con el cultivo de la palmera
datilera. Sobre la base de estos desarrollos floreció la «cultura Ubaid», que
lleva el nombre del sitio de Tell al-‘Ubaid en Irak, que duró desde el 5.100
hasta el 4.000 a. de C. Este período vio la proliferación de asentamientos
agrícolas a lo largo de los canales de riego, todos ellos con un estilo común
de alfarería, que era de muy alta calidad. Muchos de estos asentamientos tenían
una estructura de templo central, en la misma línea que Eridu, pero los templos
del período Ubaid eran mucho más importantes.
Es evidente, a partir de la arqueología, que la
producción muy mejorada de excedentes, en gran parte en forma de grano, estaba
contribuyendo no solo a la mayor riqueza y tamaño de la comunidad en su
conjunto, sino también al peso social de su órgano rector central. Es posible
que los sacerdotes individuales no hayan adquirido mucha riqueza para sí mismos
en este punto, pero la institución del templo ciertamente exigía una proporción
cada vez mayor de trabajo social y su producto excedente. Esto no habría
aparecido necesariamente como una ruptura fundamental con las normas
igualitarias del pasado. Después de todo, si la beneficencia de la deidad
guardiana había proporcionado las nuevas tierras y abundantes cosechas en
primer lugar, entonces, ¿quién mejor para recibir el producto excedente en
agradecimiento?
Los sacerdotes tampoco desperdiciaron las riquezas de
los dioses. En el período Ubaid, encontramos evidencia de artesanos cada vez
más especializados, y al final de este período surgiría una capa de
especialistas a tiempo completo cuyos talleres formaban parte del complejo del
templo. De esto se puede inferir una relación de dependencia, en la que los
artesanos eran efectivamente empleados por el templo a cambio de productos como
cerámica, artefactos de cobre y piedras semipreciosas. Aquí nuevamente, vemos
el desarrollo de nuevas relaciones productivas desarrollándose dentro del
vientre de lo viejo.
La cultura Ubaid se extendería por gran parte de
Mesopotamia e incluso más allá. Sin embargo, esto de ninguna manera constituyó
nada parecido a un “imperio” unificado, ni siquiera a un Estado. No hay
evidencia de que los diversos asentamientos inspirados en Ubaid que encontramos
en la región hayan sido conquistados o colonizados por los asentamientos
originales de Ubaid. Lo que es mucho más probable es que, junto con una red de
comercio cada vez más sofisticada de alfarería, cobre, obsidiana (una piedra
volcánica utilizada para fabricar hojas afiladas), piedras semipreciosas y
otros productos comerciales especializados, se desarrolló una interacción
cultural más estrecha, en la que la riqueza de asentamientos como Eridu inspiró
a otras comunidades a adoptar técnicas de producción similares sin nunca ser
“gobernadas” por ellos ni por nadie más.
La sociedad de Ubaid ya parece radicalmente diferente
a los pueblos del Neolítico temprano. Y, sin embargo, en varios aspectos
fundamentales, la sociedad de Ubaid permaneció más cercana en carácter al
comunismo primitivo que la sociedad de clases. A pesar de la distribución cada
vez más desigual de la riqueza dentro de la comunidad y del creciente poder de
los sacerdotes como administradores del excedente, la comunidad misma
permaneció independiente de todas las demás, democrática y libre de trabajo
forzoso. Por lo tanto, lo que vemos en el período Ubaid tardío podría
caracterizarse como una especie de sociedad en transición, que contiene al
mismo tiempo elementos poderosos tanto de la sociedad de clases como de la
sociedad comunista primitiva. Y de las relaciones desarrolladas dentro de la
sociedad Ubaid surgiría la primera sociedad de clases, basada en el gobierno de
la ciudad sobre la aldea y del hombre por el hombre: Uruk.
La primera sociedad de clase
Uruk es uno de los primeros estados del mundo, y solo
compite con el Antiguo Egipto por el título definitivo de más antiguo. La
ciudad de Uruk comenzó su vida como un par de aldeas Ubaid alrededor del año
5000 a. de C. Como otros asentamientos de la época, se centraron en complejos
de templos relativamente grandes: uno dedicado a Anu («Cielo»), dios del cielo,
y otro a Inanna («Dama del cielo»), diosa del amor. Con el tiempo, el
crecimiento de estas aldeas haría que se fusionaran en una sola ciudad enorme,
que aproximadamente en el año 3.100 a. de C. era, asombrosamente, el hogar de
unas 40,000 personas.
A medida que Uruk crecía, junto con su población de
artesanos especializados y dependientes, la antigua autosuficiencia y, por lo
tanto, la independencia de la comuna comenzó a desmoronarse. La concentración
de la producción artesanal en los centros urbanos y de la producción de
alimentos en las aldeas hizo que los asentamientos más grandes ya no pudieran
depender de su propia población para la producción de alimentos y así
comenzaran a tomar parte del producto excedente de las aldeas circundantes.
Tras este cambio dramático en la división social del trabajo surgió la primera
separación entre la ciudad y el campo. Marx consideró esta separación tan
importante para el desarrollo de la sociedad de clases que afirmó que: «La base
de toda división del trabajo desarrollada, mediada por el intercambio de
mercancías, es la separación entre la ciudad y el campo. Puede decirse que toda
la historia económica de la sociedad se resume en el movimiento de esta
antítesis».
El excedente de las aldeas probablemente habría tomado
la forma de una ofrenda para los dioses que residían en sus respectivos
templos, pero también implicaba un cierto elemento «contractual» involucrado.
Los agricultores recibían productos artesanales y mercancías comerciales que de
otro modo habrían sido inaccesibles. Con el tiempo, esta relación se transformó
de una interdependencia complementaria a una explotación absoluta, en la forma
de un «diezmo» adeudado a los templos en Uruk por las aldeas circundantes,
pagado en especie independientemente de si los agricultores recibían algo a
cambio, y extraído por la fuerza si era necesario.
Además del producto excedente, la burocracia del
templo también reclamaba el excedente de tiempo de trabajo de la masa de la
población. En Uruk vemos la transformación de la cantidad en calidad, con el
control directo y la explotación del trabajo a gran escala, ya no a través de
las viejas estructuras comunales de la aldea y la familia, sino por una clase
distinta, que está por encima y usurpa la comuna.
Este punto de inflexión se manifiesta físicamente en
la alfarería de la época. En contraste con los cuencos y jarrones hechos por
expertos de la cultura Ubaid, los artefactos de cerámica más comúnmente
encontrados en Uruk eran “cuencos de borde biselado” en bruto. Pero este no fue
un paso atrás como podría parecer; Uruk estaba floreciendo y sus alfareros
estaban ocupados creando el primer artículo producido en masa de la historia.
Utilizando moldes estandarizados, los artesanos especializados podrían producir
miles de estos cuencos en un corto período de tiempo.
Pero, ¿quién estaba usando estos cuencos? La
explicación más aceptada es que se utilizaron para distribuir raciones a bandas
de trabajadores forzados, por corvea, muy probablemente campesinos de las
aldeas circundantes que fueron reclutados para trabajar en proyectos como la
excavación de canales de riego o la construcción de los muros de la ciudad, y
para hacer trabajo estacional en las tierras del templo. La gran cantidad de
cuencos de este tipo descubiertos en Uruk y otros sitios de la época da fe del
tamaño de la mano de obra y la escala de los proyectos involucrados. Los
trabajadores bien podrían haber sido reclutados de diferentes aldeas y grupos
familiares, para trabajar para personas que no conocían, en proyectos que les
conferirían poco o ningún beneficio directo a ellos mismos o sus familias.
Empezaban a tomar forma nuevas relaciones de clase, fuera de las viejas
estructuras comunales.
Los cambios que se estaban produciendo en las
relaciones de producción en la base de la sociedad comenzaron a producir
cambios en las relaciones de propiedad. Antes del período Uruk, toda la tierra
pertenecía colectivamente a la familia y no podía ser enajenada. Esto significó
que siempre permaneció en posesión y bajo el control colectivo de la aldea
comunal, que a su vez estaba formada por varios grandes grupos familiares,
similares a las gens de los griegos homéricos. La evidencia de esta propiedad
gentil o de clan de la tierra se puede ver incluso mucho más tarde, en el
período dinástico temprano. En los «contratos» para la compra de campos, el
comprador tenía que distribuir «obsequios» a toda la familia ampliada del vendedor
individual antes de poder obtener su permiso para que la tierra fuera liberada
de su control colectivo. Pero las nuevas relaciones que habían surgido fuera de
la ciudad representaban una amenaza significativa para este estado de cosas.
A medida que Uruk creció, las tierras de las aldeas
preexistentes continuaron gestionándose bajo el antiguo sistema familiar. Sin
embargo, la ampliación de los proyectos de irrigación, realizados con mano de
obra corvée bajo la dirección del templo, había creado tierras arables vírgenes
que ninguna familia o aldea podía reclamar. Esto significaba que, naturalmente,
quedaban fuera del antiguo sistema comunal. En lugar de eso, estas nuevas
tierras fueron asignadas al templo. Con el tiempo, partes de estas tierras del templo
se asignaron a personas a cambio de los servicios prestados a la ciudad.
Naturalmente, estos individuos provenían de la élite gobernante. Estas
asignaciones no otorgaban propiedad absoluta y se consideraban como un
estipendio temporal y revocable, pero aun así tenían el efecto de crear una
forma de posesión y control individual de la tierra, independiente de las
aldeas.
La disolución del antiguo orden comunal también se
puede ver dentro de la propia ciudad de Uruk. No todos los ciudadanos de Uruk
se beneficiaban por igual del excedente extraído de las aldeas. El templo tenía
el control exclusivo sobre el producto excedente, apropiándose una parte cada
vez mayor para sí mismo. Lo que no consumía la burocracia del templo se
almacenaba, distribuía y comercializaba bajo su control. Por otro lado, la
desintegración del sistema familiar había creado una subclase de personas sin
los medios para mantenerse. El peso creciente de la extracción de excedentes
que pesaba sobre las aldeas comenzó a empujar a los campesinos que no podían
pagar a endeudarse. Aquellos que no pagaran sus deudas podrían ser esclavizados
por sus acreedores, junto con sus esposas e hijos. A finales del período Uruk
comenzamos a ver evidencia del empleo de viudas y huérfanos como una forma de
trabajo servil, produciendo textiles en talleres adjuntos al templo. El
producto de estos talleres se comercializaba, a veces a través de largas
distancias, a cambio de bienes codiciados como el cobre y la obsidiana.
Este nuevo producto de la «civilización» también nos
da una poderosa indicación de hasta qué punto había caído el estatus de la
mujer en Uruk en ese momento. En la ciudad, los salarios o las tierras se
otorgaban a artesanos, sacerdotes, etc., que siempre eran hombres. En el campo,
el cultivo de cereales con arado tirado por bueyes era también una ocupación
exclusivamente masculina. A medida que esta rama de la división social del
trabajo se volvió de suma importancia, también lo hizo la posición de los
hombres en la sociedad.
El lugar de la mujer como productora igual dentro de
la familia se transformó en uno en que “la mujer se vio degradada, convertida
en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple
instrumento de reproducción”, como dijo Engels. Esto fue reconocido por los
mismos sumerios: “¡Extiende tus vestidos y que él yazga sobre ti, y realiza
para este primitivo la tarea de la mujer!”, exige el trampero a Shamash, “la
ramera”, en la Epopeya de Gilgamesh. El aumento de la herencia a través de la
línea masculina dejó a las mujeres completamente dependientes de sus maridos o
parientes masculinos. Si su esposo moría, la única salvación que ofrecía el
templo era el empleo en el taller, realizando el “trabajo de mujeres” del hogar
en condiciones miserables, solo para expandir la riqueza de la clase dominante.
No en vano, Engels comentó que “la primera opresión de clases, [coincide] con
la del sexo femenino por el masculino”.
Mirando hacia atrás en el surgimiento de la sociedad
de clases en Uruk, es difícil creer que un acto de usurpación tan gigantesco
pudo haber sido tolerado. Pero no se podría haber logrado solo por la fuerza.
Como escribe Trotsky, «la justificación histórica de toda clase dominante
consiste en esto: que el sistema de explotación que capitanea lleva el desarrollo
de las fuerzas productivas a un nuevo nivel». Sobre la base de este desarrollo,
se elevó el nivel de vida y el nivel cultural de una parte importante de la
población, especialmente en las ciudades. Este desarrollo se puede ver en el
nacimiento de la escritura y el dinero, dos de las innovaciones más importantes
en la historia de la humanidad.
Escritura y dinero
Existe una estrecha interconexión entre el desarrollo
del dinero, la escritura y la sociedad de clases. La escritura se desarrolla
más o menos simultáneamente tanto en Mesopotamia como en Egipto, pero en aras
de la simplicidad, nos centraremos en Mesopotamia. Los símbolos en arcilla,
conocidos como fichas contables, comenzaron a aparecer en el Irán de hoy en día
ya en el 4000 a. de C. Alguien que intente dar cuenta de tres ovejas podría
hacer tres fichas de ‘oveja’ y ensartarlas en un trozo de cuerda. Con el
tiempo, a medida que los rebaños aumentaron, se inventaron símbolos que
representaban diferentes cantidades de ganado. Las fichas a menudo se
encerraban en una envoltura exterior de arcilla, conocida como bulla, y se horneaban. Las tablillas
pictográficas de sitios como Tell Brak en Siria, que muestran imágenes de
animales junto a números, reflejan lo más lejos que pudo desarrollarse este uso
de símbolos antes de que surgiera un sistema de escritura completo.
En Uruk, se desarrolló un sistema de escritura que
permitió a los burócratas del templo comunicar conceptos complejos entre ellos,
basándose en los pictogramas del período anterior. Inicialmente, se utilizó
para organizar los recursos económicos de Uruk. Hacia el 3.200 a. de C.
comienza a aparecer en el registro arqueológico la escritura «cuneiforme»
(refiriéndose a la forma de cuña de sus signos). De las tablillas cuneiformes
asociadas con Uruk, alrededor del 85 % son de carácter económico y
administrativo. Un sistema de escritura excepcionalmente complejo como el
cuneiforme presupone la existencia de una capa en la sociedad que tuvo tiempo
para aprender a leer y escribir: los escribas. La posesión de este conocimiento
por parte de los escribas les aseguró un lugar importante en las clases
dominantes tanto de Mesopotamia como de Egipto. Como dice en la Sátira de los Oficios del Antiguo
Egipto: “Mirad, no existe profesión sin jefe. Excepto la de escriba. ¡Él es el
jefe!»
Aunque comenzó por una necesidad económica, la
escritura se utilizó para una gran variedad de propósitos. El cuneiforme llegó
a ser usado en Mesopotamia durante miles de años. Con el tiempo, la literatura
y la poesía más antiguas, como la famosa epopeya de Gilgamesh, el Himno Hurrita
a Nikal, la canción más antigua conocida del mundo, y el código de leyes de
Hammurabi, se inscribieron en escritura cuneiforme. En este sentido, todo poeta
lleva en sí los “restos destrozados” del contable.
Así como el crecimiento del excedente y la burocracia
del templo habían creado una necesidad social de comunicación de información
por escrito, la creciente especialización e interdependencia dentro de la
sociedad requería el intercambio constante de una variedad cada vez más amplia
de productos. En Uruk, estos intercambios fueron gestionados en gran parte por
el templo. Por ejemplo, un alfarero que produzca cuencos de borde biselado
podría esperar recibir suficientes raciones de cebada del templo, que se
habrían tomado como diezmo de las aldeas.
La enorme escala y complejidad de la distribución
realizada por el templo fue mucho más allá de los límites de los intercambios
personales que habían sido comunes durante el período neolítico. Por tanto, se
necesitaba un sistema de medición más objetivo. Los pesos de plata se midieron
en granos, siclos, minas y talentos.
Este sistema se utilizó luego para crear unidades de cuenta, lo que permitió a
los burócratas del templo comparar los valores de las diversas mercancías que
pasaban por sus tiendas, dando lugar al dinero en su forma más temprana y
básica: una «medida general de los valores» . Inicialmente, tanto el volumen de
cebada como el peso de los metales preciosos desempeñaban este papel: 300
litros de cebada equivalían a un siclo de plata. Es casi seguro que estas
primeras formas de dinero no circulaban entre la población como moneda o
divisa. De hecho, estas cantidades de cebada y plata eran representaciones
tangibles de la medición abstracta del valor que se estaba llevando a cabo
dentro del templo. Pero al igual que la escritura, el dinero no estaría
confinado al escritorio del burócrata del templo para siempre. Estaba destinada
a desempeñar un papel aún mayor en la historia de la civilización: la moneda,
el crédito y todas las relucientes torres de las altas finanzas de hoy pueden
trazar su genealogía a estos humildes pesos de plata y raciones de cebada.
La medición del tiempo también se estandarizó,
utilizando un sistema de conteo sexagesimal que produjo un año
impresionantemente preciso de 12 meses y 360 días. A este sistema también
debemos nuestras horas que contienen 60 minutos. Asimismo, se introdujo una
medida estandarizada de distancia para ayudar en la planificación de tierras
agrícolas y canales de riego. Todas estas innovaciones, que como Aristóteles
señaló sabiamente estaban directamente relacionadas con la liberación de los
sacerdotes y escribas del trabajo manual, proporcionaron un ímpetu colosal al
poder del pensamiento científico y dieron vida a los primeros astrónomos y
matemáticos.
El nacimiento del Estado
Para el año 3.100 a. de C., tenemos una amplia
evidencia de una clase de sacerdotes y escribas, centrados alrededor del
templo, que tenían el control exclusivo sobre la producción y distribución de
la riqueza de la sociedad, y comenzaban a asegurarse una reserva heredable de
riqueza privada. También podemos ver que esta clase se estaba volviendo
completamente consciente de sí misma, en el sentido de que se veía a sí misma
como separada y superior al resto de la sociedad y propagaba una ideología de
gobierno que reflejaba sus intereses.
Otra característica del surgimiento de la nueva clase
dominante en Uruk es el surgimiento de los primeros «reyes sacerdotes», que
aparecen en estatuas y diseños de sellos de arcilla de este período. Ninguna
identidad históricamente verificable o actos registrados pueden asociarse de
manera confiable con estos gobernantes anónimos. Incluso el nombre «rey
sacerdote» es un nombre poco apropiado, ya que el título más antiguo que
podemos encontrar para el gobernante de Uruk es En, que significa simplemente «sumo sacerdote». Está abierto a
debate si estos reyes pueden ser considerados realmente como jefes de estado en
el sentido más amplio de la palabra. Sin embargo, podemos estar seguros de que
la aparición de estos “reyes sacerdotes” marca un nuevo cambio cualitativo en
la desintegración del antiguo sistema social comunal y el comienzo de una nueva
forma de organización política.
Con el aumento dramático del producto excedente y su
concentración en los templos, se hizo cada vez más necesario que ciudades como
Uruk erigieran muros y organizaran algún tipo de fuerza militar, con el fin de
repeler las incursiones de tribus nómadas de pastores o incluso ciudades
rivales. Sin embargo, esta organización militar requería un comandante. Los
sellos de arcilla de la época sugieren que este papel lo cumplieron los reyes
sacerdotes de Uruk y más tarde los monarcas sumerios.
Debajo del rey también existía el unkin, una asamblea comunal. Sin embargo, esta no era simplemente
la continuación de la antigua organización comunal. Las antiguas asambleas del
pueblo habían sido órganos de toma de decisiones que resolvían problemas dentro
de las familias que formaban el pueblo. Por el contrario, el estado emergente,
o protoestado, reclamó autoridad absoluta no solo sobre la ciudad donde residía
el rey sacerdote, sino también sobre el territorio circundante. La asamblea
podía asesorar, como los “Ancianos” de la Epopeya de Gilgamesh, que advirtieron
al impetuoso rey antes de su combate con el gigante, Humbaba. Pero, en última
instancia, el sacerdote rey solo debía responder ante el dios que protegía la
ciudad y, en realidad, ante la clase dominante en cuyo interés gobernaba.
No mucho después del ascenso de los reyes sacerdotes,
Uruk experimentaría un período de crisis y colapso, que marcaría el final de la
llamada «primera urbanización». Después del 3100 a. de C. encontramos no sólo
un «retroceso significativo» de la
cultura Uruk en el registro arqueológico, sino el declive permanente e incluso
la desaparición total de otras ciudades de la región, que habían ido creciendo
junto con Uruk a lo largo del cuarto milenio antes de Cristo. Por ejemplo, en
el yacimiento de Arslantepe, en el norte de Mesopotamia, encontramos evidencia
de que el gran complejo de templos de la ciudad fue destruido por un incendio y
nunca fue reconstruido.
La evidencia es demasiado escasa para ofrecer una
única explicación definitiva de un colapso tan generalizado. Un factor
potencial es el impacto de la sequía o el impacto de la agricultura excesiva,
pero es probable que otros factores más sociales también hayan jugado un papel
importante e incluso decisivo. Como puede verse a lo largo de la historia de la
sociedad de clases, incluida nuestra propia era, la clase dominante tiende a
trasladar el peso de cualquier crisis sobre los hombros de los productores
directos. Cuando la producción se estaba expandiendo, es posible que las nuevas
contradicciones de clase en la sociedad hubieran quedado un poco enmascaradas,
pero con una caída en la producción agrícola, el conflicto entre las aldeas
campesinas y la clase dominante en las ciudades probablemente se habría puesto
de relieve.
Mario Liverani, en su libro The Ancient Near East, sostiene que la destrucción del templo de
Arslantepe por el fuego sugiere una lucha violenta. Lo único que se puede saber
con certeza es que fue reemplazado solo por unos pocos hogares simples, sin
retorno a una estructura de templo centralizada. No está fuera de los límites
de la posibilidad que estallara una lucha similar en el territorio de Uruk, con
pueblos que se resistieran a las demandas del templo por excedentes o incluso
intentaran separarse por completo.
Tras la crisis de finales del cuarto milenio, una
estructura totalmente nueva entra en el registro arqueológico: el palacio. Uruk
y asentamientos similares se centraron alrededor de complejos de templos, que
se apropiaron y controlaron todo el excedente. Los asentamientos posteriores,
como Jemdet Nasr, poseían un templo y un complejo palacio, con almacenes y
talleres, similares a los templos del período Uruk. El palacio, e-gal (que significa «casa grande»),
servía así como un centro productivo y administrativo, y era la residencia del
lugal (literalmente «hombre grande»). A partir de este punto, la existencia del
Estado, en el más amplio sentido de la palabra, es indiscutible.
El papel de la fuerza
La crisis experimentada en Uruk, y el colapso total en
otros yacimientos como Arslantepe, sugiere que el gobierno directo de los
sacerdotes, a pesar de su considerable poder ideológico, carecía de la fuerza
bruta necesaria para reprimir a la población sometida si surgiera la necesidad.
Los primeros ejércitos eran poco más que personas armadas, reclutadas para el
servicio militar. Si el pueblo mismo se hubiese rebelado, los sacerdotes
habrían tenido poco en qué apoyarse. Lo que se requería para la continuación de
las relaciones de clase era una fuerza permanente de «trabajadores a tiempo
completo, especializados en actividades militares», separados de la población
en general, no solo para proteger la ciudad de los forasteros, sino para
defender a la clase dominante de las masas oprimidas. Este «cuerpo especial de
hombres armados» se convertiría en el Estado, con un «gran hombre» a la cabeza.
Como explica Engels:
«Así,
pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la
sociedad; tampoco es «la realidad de la idea moral», «ni la imagen y la
realidad de la razón», como afirma Hegel. Es más bien un producto de la
sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de
que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma
y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para
conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses
económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en
una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima
de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites
del «orden». Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de
ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado».
Contrariamente a la explicación presentada por Engels,
los teóricos anarquistas a menudo han argumentado que el Estado es la raíz de
todos los males, incluida la sociedad de clases, la desigualdad y el dinero,
que de alguna manera surgieron sobre la base de la violencia organizada de
reyes y estados. David Graeber, por ejemplo, sostiene que «los verdaderos
orígenes del dinero se encuentran en el crimen y la recompensa, la guerra y la
esclavitud, el honor, la deuda y la redención». Pero esto se contradice
claramente con el registro arqueológico, que pesa mucho en la defensa de
Engels.
En lo que los anarquistas tienen razón sobre el Estado
es en su absoluta interdependencia con la sociedad de clases. La experiencia de
Uruk muestra que ninguna sociedad de clases puede sobrevivir por mucho tiempo
sin un Estado que la proteja y la regule. Sin embargo, interpretar la
explotación de clase como producto del Estado es poner el carro delante de los
bueyes. A menos que definamos el Estado como cualquier forma de violencia o
control, haciendo que el Estado sea eterno y sin sentido, es evidente a partir
de un estudio de los estados antiguos que la sociedad de clases ya estaba en
proceso de formación cuando surgieron los primeros reyes y estados reales.
Que el surgimiento de la sociedad de clases haya
requerido en todas partes la creación forzosa del Estado solo refleja el hecho
de que la disolución final de las viejas relaciones comunales, que se había
preparado durante miles de años, no pudo lograrse de manera pacífica y gradual.
Quedaba una gran parte de la sociedad cuyos intereses entraban en conflicto
directo con las nuevas relaciones de explotación que comenzaban a surgir. Al
mismo tiempo, había sectores evidentemente influyentes de la sociedad que
podían ganar mucho con el nuevo orden. Esto produjo un conflicto, que en un
punto decisivo probablemente habría dividido a toda la sociedad en campos
opuestos, y que solo podría resolverse finalmente por la fuerza: “La violencia es la partera de toda sociedad
vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica”.
Desarrollo desigual y combinado
El proceso de formación del Estado en Mesopotamia
proporciona un ejemplo fascinante de cómo la sociedad de clases se desarrolló a
partir de la sociedad neolítica comunitaria. Esto llevó a Gordon Childe a
establecer una lista de las «características» importantes que descubrió en
estas sociedades de clases tempranas, incluyendo «artesanos especializados a
tiempo completo, trabajadores del transporte, comerciantes, funcionarios y
sacerdotes», la extracción de un excedente, la escritura y «una organización
estatal basada ahora en la residencia más que en el parentesco».
Los muchos críticos de Childe han distorsionado su
valiosa descripción de uno de los procesos más importantes de la historia
humana convirtiéndola en una especie de «receta» para la formación del Estado,
en la que el Estado es simplemente cualquier sociedad que contiene ciudades más
todas las características anteriores. Como resultado, afirman que un análisis
marxista del Estado es demasiado prescriptivo y, en realidad, solo se aplica a
Mesopotamia. Sin embargo, este argumento tiene poca sustancia. Los marxistas
comprenden que las sociedades estatales no son simplemente una lista de
características. Hay civilizaciones, como la Inca, que nunca desarrollaron la
escritura; y otros como el Antiguo Egipto, en el que las ciudades jugaron un
papel económico menor. En lugar de clasificar las sociedades de forma empírica
y taxonómica, en función de sus características superficiales, es necesario
examinar su origen, desarrollo y relación con otras sociedades de la época.
En El Capital,
Marx escribe extensamente sobre el desarrollo del capitalismo en Inglaterra,
donde tomó su “forma clásica”, con sólo referencias pasajeras a otros países.
Al mismo tiempo, no argumentó que la forma exacta en que tuvo lugar el proceso
en Inglaterra fuera la única forma en que podría tener lugar. Lo que convirtió
a Inglaterra en el país clásico del desarrollo capitalista también lo hizo
único. El hecho de que fuera el primero en desarrollar una economía capitalista
a partir del desarrollo del feudalismo significó que el proceso se prolongó
durante cientos de años y muchas formas intermedias de transición. Esto
permitió un estudio detenido de los procesos generales subyacentes que tienen
lugar no solo en Inglaterra sino en varios otros países. Pero esto no significa
que todos los países tuvieron que pasar por un período de producción de lana
para el mercado, seguido de la manufactura y luego, finalmente, el sistema
fabril para desarrollar el capitalismo.
Lo mismo puede decirse de los llamados estados
«prístinos», como los que se encuentran en Sumeria, Egipto y China, por
ejemplo. Lejos de ser «prístinas», estas primeras sociedades de clases eran
extremadamente ‘desordenadas’ y contradictorias, y llevaban el sello de las
relaciones comunistas anteriores. Las que surgieron después y bajo la
influencia de estas civilizaciones lo hicieron de manera mucho más rápida y sin
gran parte del bagaje prehistórico que se podía encontrar en Uruk, por ejemplo.
Las ciudades-estado sumerias que se desarrollaron más tarde, como Ur, pudieron
elevarse muy por encima de sus antecedentes. Este fenómeno está ampliamente
documentado a lo largo de la historia, incluso en la historia del desarrollo
del capitalismo. El privilegio de ser el primero en desarrollarse es
reemplazado rápidamente por el “privilegio del atraso”, mediante el cual las
sociedades económicamente más atrasadas pueden desarrollarse más rápida y
racionalmente apoyándose en los logros de sus competidores más avanzados.
Un proceso similar se describe en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de
Engels. Explica que los orígenes del Estado ateniense se remontan al tumulto
social masivo causado por la influencia «corrosiva» de la propiedad privada, la
esclavitud y el dinero, todo lo cual ya se había desarrollado en otros lugares.
En estas condiciones, el surgimiento de la sociedad de clases ateniense no solo
se produjo en un período mucho más corto que en Uruk, sino que incluso adoptó
una forma completamente diferente, sin una burocracia centralizada alrededor
del templo ni impuestos como medio principal para adquirir el producto
excedente. Era una sociedad basada en un modo de producción cualitativamente
diferente, caracterizada por un mayor nivel de propiedad privada, y con ella la
esclavitud, precisamente porque vino después, sobre la base de la tecnología de
la Edad del Hierro frente a la Edad del Bronce, y en un entorno diferente en
comparación con Sumeria y Egipto.
A menudo se critica a los marxistas por aplicar un
modelo rígido al desarrollo de las sociedades de clases. Sin embargo, si usamos
el método marxista correctamente para analizar el surgimiento del Estado,
podemos ver que es todo lo contrario. Incluso podríamos llegar a decir que es
una ley de hierro del materialismo histórico que la interacción constante entre
sociedades en diferentes etapas necesariamente produce saltos y variedad en el
desarrollo social: un fenómeno al que León Trotsky se refiere como “desarrollo
desigual y combinado”.
Cualesquiera que sean las diferencias entre
Mesopotamia y Egipto, el Imperio Maurya y los mayas, o Grecia y Roma, el
proceso que subyace al desarrollo de estos estados es el mismo. En todos los
casos, el desarrollo necesario de las fuerzas productivas conduce a la
producción de un excedente, que a su vez permite que un grupo de personas viva
del producto del trabajo de otros. En el curso del desarrollo, este grupo se
convierte en una clase con intereses propios, opuestos al resto de la sociedad.
Ya sea debido a la presión externa, o las contradicciones internas de esta nueva
sociedad de clases (generalmente ambas), un Estado, que en última instancia
representa los intereses de esta clase, se eleva por encima del resto de la
sociedad como guardián del «orden» – esa es la estabilidad y continuación de
las relaciones de producción existentes. Este proceso puede ocurrir durante
miles de años o en un período de tiempo muy corto y puede tomar muchas formas.
Pero la lección más importante es que la causa del desarrollo del Estado es
fundamentalmente el desarrollo de las clases sociales y las contradicciones que
de ello se derivan.
El papel del individuo
Esto no significa que un Estado y las clases
estuvieran destinados a desarrollarse automáticamente en cada comunidad en la
que las condiciones económicas básicas habían comenzado a tomar forma. Tal
proceso puede interrumpirse, dispersarse, ralentizarse o revertirse en el
transcurso de los hechos históricos reales, particularmente en el transcurso de
la lucha de clases emergente dentro de dicha sociedad. Como explica Marx en La Sagrada Familia:
“La
historia no hace nada, «no posee una riqueza inmensa», «no libra combates»!
Ante todo es el hombre, el hombre real y vivo quien hace todo eso y realiza
combates; estemos seguros que no es la historia la que se sirve del hombre como
de un medio para realizar —como si ella fuera un personaje particular— sus
propios fines; no es más que la actividad del hombre que persigue sus
objetivos».
Los individuos podrían jugar un papel muy decisivo en
la formación de los primeros estados, al igual que pueden hacerlo en la lucha
de clases moderna. En arqueología, un concepto popular para explicar el
surgimiento del Estado primitivo es el “principio de engrandecimiento”. Esto
sostiene que, en la transición de un cacicazgo a un Estado, los
“engrandecedores” o “grandes hombres” individuales, motivados por el aumento de
su propio poder, juegan un papel fundamental en la formación de los primeros
estados. Por lo general, esto equivale a una punto de vista de la historia
basado en “grandes hombres”, que presenta las acciones y personalidades de
grandes individuos como un factor independiente e impulsor de la historia de la
sociedad. Pero con un enfoque materialista de la formación del Estado, es
posible poner a estos grandes hombres en su lugar real. Esto es más claro en la
formación del Estado egipcio, debido al énfasis en elaborados rituales
funerarios y entierros reales que nos permiten distinguir las tumbas de reyes
individuales con facilidad.
Podemos ver en las representaciones de Narmer, el rey
que unificó el Alto y el Bajo Egipto, que el proceso de formación del Estado
estaba lejos de ser automático. La paleta de Narmer, que proporciona una de las
primeras representaciones conocidas de un rey en la historia, muestra a Narmer
con la corona del Alto Egipto, obligando a alguien del Bajo Egipto a someterse
ante él, maza en mano. Los reyes de la dinastía temprana no heredaron
simplemente un Estado prefabricado; tenían que formar uno por la fuerza.
Si Narmer hubiera sido un líder incompetente y
cobarde, entonces la formación del Estado del Antiguo Egipto probablemente no
habría tomado la misma forma. En este sentido, el carácter y las acciones de
los individuos son determinantes: que los hechos sucedan depende de las
personas que los lleven a cabo. Sin embargo, han existido individuos ambiciosos
y carismáticos en todos los momentos de la historia. La pregunta que debe
responder cualquiera que desee comprender el surgimiento de los Estados es por
qué, en ese momento en particular, estos individuos pudieron lograr sus
objetivos de una manera históricamente decisiva.
Individuos como Narmer de los egipcios, el rey Jaguar
de los zapotecas o los lugales de Sumeria, pueden haber estado actuando en sus
propios intereses, pero también reflejaban la necesidad subyacente que existía
en una sociedad de clases dividida por sus propias contradicciones. En palabras
de Plejánov:
“El
gran hombre lo es, no porque sus particularidades individuales imprimen una
fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está
dotado de particularidades que le hacen más capaz de servir a las grandes
necesidades sociales de su época, que han surgido bajo la influencia de causas
generales y particulares».
Como los constructores de templos de Göbekli Tepe y
los colonos neolíticos que drenaron las marismas de Sumeria, los primeros
«grandes hombres» fueron individuos que por sus acciones y habilidades hicieron
historia. Pero no salieron de la nada. Si su visión y ambición parecen haber
cambiado la sociedad solo por la fuerza de la voluntad, es porque esta visión
reveló una imagen del futuro que está siendo preparado por mucho más que la
voluntad de cualquier individuo.
En los albores de la sociedad de clases, el
derrocamiento de la comuna y la formación de estados fue una de las “grandes
necesidades sociales” de la época. Había que buscar una salida a la crisis que
se había abierto en la sociedad, y se encontró en el nacimiento del Estado, en
el que jugaron un papel importante las acciones de líderes como Narmer. El
error cometido por historiadores y arqueólogos es dar a entender que la agencia
individual y la necesidad histórica son mutuamente excluyentes, cuando en
realidad las dos están unidas dentro de cada evento histórico. Precisamente a
través del conflicto de innumerables voluntades individuales se ejerce la
necesidad histórica.
En defensa del progreso
Teniendo en cuenta las dificultades que enfrentaron
los agricultores neolíticos y la explotación sufrida por muchos de sus
descendientes en la sociedad de clases, algunos se han preguntado si podemos
describir este desarrollo como «progreso» en absoluto. Ciertamente, el mito
liberal de un «contrato social» ilustrado, bajo el cual toda la humanidad ha
vivido una existencia más pacífica y próspera, es manifiestamente falso. La
vida del campesino sumerio probablemente fue tan «desagradable, brutal y breve»
como muchos de sus antepasados neolíticos. Tampoco puede verse el progreso como
una especie de ascendencia moral, si tomamos en cuenta la esclavitud de las mujeres
en la sociedad de clases. La única concepción del progreso que puede tener en
cuenta el evidente desarrollo que ha tenido lugar a lo largo de los siglos, sin
enredarse en una desesperada maraña de auto-contradicciones, es la del
desarrollo de las fuerzas productivas: del dominio de la humanidad sobre las
fuerzas de la naturaleza y sobre nuestro propio desarrollo social.
Ciertamente, si el progreso significara una mejora en
todas las áreas de la vida para todos, estaríamos en apuros para encontrar mucho
progreso genuino en la historia de la humanidad desde el final de la última
Edad de Hielo en adelante. Sin embargo, el progreso de la humanidad en su
conjunto en este período es inconfundible. Entre el 5000 y 2000 a. de C., la
población mundial se multiplicó por cinco, de un estimado de 5 millones a 25
millones. Liverani estima que el auge de las primeras ciudades estado coincidió
con un aumento de diez veces en la producción, en comparación con los niveles
neolíticos. Este aumento de la productividad, que comprende descubrimientos en
ciencia, matemática y arte que todavía utilizamos hoy, se logró bajo relaciones
mucho más desiguales y opresivas, y solo sirvió para fortalecer esas
relaciones. Lo mismo podría decirse del surgimiento del capitalismo. Lo que
hizo progresivo tanto el surgimiento de la sociedad de clases como el
surgimiento del capitalismo no fue su superioridad moral abstracta, sino su
necesidad concreta como etapas en el desarrollo de las fuerzas productivas: la
única forma en la que podía darse un desarrollo mayor.
Sin embargo, el hecho de que la explotación de clases
y la opresión en diversas formas hayan sido en algún momento una parte
necesaria del desarrollo social no significa que siempre deban serlo. El
comunismo primitivo era necesario e inevitable y, sin embargo, fue
inevitablemente derrocado. ¿Con qué derecho puede la sociedad de clases
pretender ser la expresión final y absoluta de la naturaleza humana, a la que
ha ido tendiendo toda la historia? Tanto en la historia como en la naturaleza,
“todo lo que existe merece perecer”; lo que sirve como vía de avance para el
desarrollo está destinado finalmente a ser derrocado por ese mismo desarrollo.
Toda conquista ganada en nuestra lucha por la
existencia trae necesariamente sus propios obstáculos y amenazas, contra los
cuales debe tener lugar la lucha por un mayor progreso. Este es especialmente
el caso en la sociedad de clases, en la que “cada progreso es al mismo tiempo
un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a
expensas del dolor y de la represión de otros”. El contenido real del progreso,
el desarrollo de las fuerzas productivas sociales de la humanidad, se realiza
así en una sucesión de formas limitadas y contradictorias. Si encontramos esas
formas objetables hoy, todo lo que eso nos dice es que se han vuelto obsoletas.
Pero eso de ninguna manera refuta el hecho del progreso en general.
Hoy vivimos en un mundo en el que las fuerzas
productivas que ya se han desarrollado están luchando contra los grilletes de
la propiedad privada, el llamado «mercado libre» y la división del mundo en
estados nacionales capitalistas. Las crisis económicas regulares, las guerras
imperialistas y los crecientes horrores del cambio climático dan testimonio del
hecho que, bajo el capitalismo, la humanidad no puede seguir avanzando. Solo
derrocando este sistema difunto y moribundo podemos esperar liberar a la
humanidad de la pesadilla que ofrece su existencia continua. Pero esto solo
puede lograrse mediante tomando control de las gigantescas fuerzas productivas
creadas por los miles de millones de trabajadores sin propiedad que viven
actualmente bajo el capitalismo, y la planificación de la economía global de
una manera racional y democrática. En resumen, el mayor progreso de la humanidad
no significa nada más que el fin de la propia sociedad de clases, y todas sus
trampas mortales, no menos el Estado.
Friedrich Engels escribió en 1884:
“Ahora
nos aproximamos con rapidez a una fase de desarrollo de la producción en que la
existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se
convierte positivamente en un obstáculo para la producción. Las clases
desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la
desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad,
reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación
libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que
entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al
hacha de bronce”.
Hoy esa etapa hace tiempo que llegó. Las condiciones
para el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento del socialismo no
solo están maduras, están «podridas». Ahora debemos luchar para hacer realidad
la predicción de Engels y construir un futuro de libertad, plenitud y esperanza
para toda la humanidad.
Fuente: americasocialista