Iñaki
Gil de San Vicente
ALGUNAS RELACIONES
ENTRE
CAPITALISMO, GLOBALIZACION
Y TECNOCIENCIA.
0.- PRESENTACIÓN: MARX Y LA
TECNOCIENCIA.
1.- EXOENERGIAS, ANTROPOGÉNESIS, PRODUCCIÓN Y PUEBLOS.
2.- TERMODINÁMICA, ENTROPÍA, TECNOCIENCIA Y PODER.
3.- AHORRO DE TRABAJO, COOPERACIÓN Y EXPLOTACIÓN SOCIAL.
4.- ESCLAVISMO,
GUERRA Y LIMITACIÓN TÉCNICA.
5.- FEUDALISMO Y TÉCNICA PREINDUSTRIAL.
6.- EXPLOTACIÓN Y
ORDEN TECNOLÓGICO BURGUÉS.
7.- RACIONALIDAD PARCIAL E IRRACIONALIDAD GLOBAL.
8.- PERMANENTE GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA.
9.- NEOIMPERIALISMO GLOBAL ESTADOUNIDENSE.
10.- CONTROL SOCIAL GLOBAL Y TECNOLOGIA REPRESIVA.
11.- INNOVACION TECNOLÓGICA Y TASA DE BENEFICIO.
12.- MAXIMO BENEFICIO, FLEXIBILIDAD Y NUEVAS TECNOLOGIAS.
13.- LEGITIMACIÓN REFORMISTA DE LA TECNOCIENCIA.
14.- DOMINACIÓN TECNOCIENTÍFICA O PRAXIS CIENTÍFICO-CRÍTICA.
O.- PRESENTACIÓN: MARX Y LA TECNOCIENCIA.
Las páginas que siguen son un desarrollo de los apuntes que
sirvieron de base para una conferencia-debate sobre globalización y nuevas tecnologías,
pero, como frecuentemente ocurre, tanto
las enseñanzas del debate como las reflexiones posteriores y el propio
desarrollo de los apuntes, todo ello a la vez, han terminado por extenderse a
los capítulos que siguen. De hecho, era obvio que no se puede entender la
globalización sin el capitalismo, del mismo modo que tampoco se pueden entender
las nuevas tecnologías sin la
tecnociencia. Así es que, al final, el texto supera con mucho a la inicial exposición
oral, aunque se mantiene el objetivo buscado. Como se apreciará, en este texto
apenas aparecen desarrolladas consideraciones epistemológicas y mucho menos aún
ontológicas, que, sin embargo, son imprescindibles para conocer qué es la
tecnociencia. Sólo al final se anotan algunas cuestiones que entiendo
elementales para fijar una crítica a la tecnociencia. En cuanto a la abundancia
de citas, la razón es muy simple: es mejor dejar hablar a los autores, que
empobrecer sus ideas con resúmenes voluntariosos, subjetivos e ignorantes.
Un ejemplo es Marx:
"Ya hemos hablado del
ahorro que se obtiene con el empleo en común de los medios de producción por el
obrero colectivo --por el obrero socialmente combinado-- en el proceso de
producción. Más adelante examinaremos otros ahorros en cuanto a la inversión de
capital constante, derivados del acortamiento del tiempo de circulación (donde constituye --cursivas mías-- un factor material esencial el desarrollo
de los medios de comunicación) Aquí debemos decir algo acerca de la economía que se obtiene mediante el
mejoramiento constante de la maquinaria,
y más concretamente: 1º de su materia, empleando, por ejemplo, hierro en vez de
madera; 2º del abaratamiento de la maquinaria conforme va progresando la fabricación
de máquinas en general, de tal modo que aunque el valor de la parte fija del capital constante aumente
constantemente a medida que se
desarrolla el trabajo en gran escala, no aumenta ni mucho menos en el mismo
grado; 3º de las mejoras especiales que permiten a la maquinaria ya existente
trabajar más barato y con mayor eficacia, como ocurre, por ejemplo, con las
mejoras introducidas en la caldera de vapor, etc., de lo cual diremos algo en
detalle un poco más adelante; 4º de la reducción del coeficiente de
desperdicios mediante maquinaria más perfecta"[1].
Marx también advirtió del papel de la ciencia en este proceso:
"El desarrollo de la
capacidad productiva del trabajo en una rama
de producción, por ejemplo, en la producción de hierro, de carbón, de máquinas,
en el ramo de la construcción, etc., que en parte pueda hallarse
coordinada a su vez con los progresos en
el campo de la producción espiritual, v.
gr., en el campo de las ciencias naturales y de su aplicación, puede
aparecer como una condición necesaria para
la reducción del valor y, por tanto, de los gastos, de los medios de
producción en otras ramas
industriales, por ejemplo, en la industria textil o en la agricultura (...) La
característica de esta clase de economías del capital constante, fruto del
desarrollo progresivo de la industria, es que la elevación de la cuota de
ganancia en una rama industrial se debe aquí al desarrollo de la
capacidad productiva del trabajo en otra
rama. El capitalista se beneficia aquí, una vez más, con una ganancia que es
producto del trabajo social, aunque no sea producto de los obreros directamente
explotados por él. Aquel desarrollo de la capacidad productiva se reduce
siempre en última instancia al carácter social del trabajo puesto en acción; a
la división del trabajo dentro de la sociedad; al desarrollo del trabajo
espiritual, y especialmente de las
ciencias naturales"[2].
Por último, y sin extenderme en otras muchas citas de Marx y Engels, sí veo necesario acabar con una de
sus afirmaciones categóricas que han sido confirmadas por el posterior
desarrollo capitalista:
"Desarrollándose, las
fuerzas de producción de la sociedad o fuerzas productivas del trabajo, se
socializan y devienen directamente sociales
(colectivas), gracias a la cooperación, la división del trabajo en el seno del
taller, el empleo del maquinismo y,
en general, las transformaciones que sufre el proceso de producción gracias al empleo consciente de las ciencias
naturales, de la mecánica, de la química, etc., aplicadas a determinados fines
tecnológicos, y gracias a todo lo que se vincula al trabajo efectuado a gran escala, etc. (Sólo este trabajo
socializado es capaz de aplicar los productos generales del desarrollo humano --por ejemplo, las matemáticas-- al
proceso de producción inmediato, estando determinado, a su vez, el desarrollo
de esas ciencias, por el nivel alcanzado por el proceso de producción
material).
Todo este desarrollo de la
fuerza productiva del trabajo socializado,
lo mismo que la aplicación de la ciencia
al proceso de producción inmediato, ese proceso general del desarrollo social, se oponen al trabajo más o menos
aislado y disperso del individuo particular y, en tanto que totalidad, se
presenta directamente como fuerza
productiva del capital, y no como fuerza productiva del trabajo aislado, o
la de los trabajadores asociados en el proceso de producción, o, incluso, la de
una fuerza productiva del trabajo que se identificara con el capital"[3].
Cuando Marx integra en el capital constante la "producción
espiritual", el "trabajo espiritual" y las "ciencias
naturales", lo mismo que cuando en otro lugar define a las universidades
como "fábricas de educación", --sin poder precisar aquí que entendía
Marx por "ciencia"[4]--
se adelanta a las investigaciones muy recientes sobre la mercantilización de la
tecnociencia, sobre cómo se trabaja en los laboratorios, sobre qué estructuras
jerárquicas y de autoridad hacen que la productividad tecnocientífica en los
departamentos de I+D cumpla a tiempo los objetivos establecidos por los
capitalistas. Al insistir en que los beneficios circulan de una rama de
producción a otra advierte que los capitales dominantes en la tecnociencia e
I+D extienden sus tentáculos a la totalidad del sistema, y al insistir en el
determinante papel de los medios de comunicación para acelerar el
acortamiento del tiempo de circulación --una de las obsesiones del
capitalismo-- anuncia todos los "descubrimientos" actuales sobre la
"economía de la información", y los integra en una concepción más
rica y global. Una concepción en la que la capacidad de pensamiento humano ha
de emanciparse de la restrictiva dictadura del valor de cambio. Y esta tarea es
prioritaria en quienes se autocalifican como "científicos" porque en
su misma proceso de trabajo asalariado están las causas de su alienación.
1.- EXOENERGIAS, ANTROPOGÉNESIS, PRODUCCIÓN Y PUEBLOS.
Permítanme empezar con una reflexión aparentemente muy alejada del tema
que tratamos, la reflexión sobre la circulación y producción de energía,
sobre el tiempo de ejercicio de la
fuerza de trabajo que esa energía permite y sobre la productividad de la fuerza
de trabajo realizable con el consumo de
esa energía. ¿Por qué comienzo con unas divagaciones tan alejadas del tema que
nos trae aquí? Pues porque opino que son el secreto al que al final debamos
enfrentarnos. ¿Por qué y para qué la especie humana crea la línea que va de la herramienta a la
tecnología pasando por los puntos necesarios de la máquina y de la técnica?
¿Por simple gusto a la producción de herramientas o para ahorrarse penosidad y
esfuerzo, sudor, tiempo de trabajo y así, aumentar su tiempo propio, su
tranquilidad y comodidad? ¿Sólo existen instrumentos humanos y no de otras
especies animales? ¿Qué relaciones existen entre los instrumentos, las
máquinas, las técnicas y las tecnologías con una certidumbre ya aceptada por
los conocimientos actuales como es la de la tendencia de la naturaleza orgánica
a ahorrar energía y optimizar el trabajo con el mínimo posible desgaste de
fuerza, a buscar un equilibrio siempre inestable entre la energía disponible y
su necesario consumo? ¿Por qué según se desarrolla el capitalismo la técnica se
industrializa, se acerca a la ciencia, se transforma en tecnología y por
último, se fusiona con la ciencia en el complejo tecnocientífico que a su vez es
subsumido realmente en el capital constante?
Estas últimas preguntas son de suficiente importancia como para empezar
por ellas, y antes de seguir queremos responder a una duda ¿Qué entendemos por
esa "energía" que tanto citamos?
Veamos una respuesta desde la ecología: "En Física es la capacidad
de los cuerpos para realizar un trabajo. Lo que define la energía en sus
diferentes formas es la calidad y la cantidad; por ejemplo, la tensión y la
intensidad, respectivamente, en la energía eléctrica; o la altura del salto y el caudal en la hidráulica"[5].
También tenemos la definición que desde la astronomía nos ofrece T. Ferris:
"energía: (1) La capacidad de realizar trabajo. (2) Manifestación de una
variedad particular de fuerza", y ¿cómo define este mismo autor
"fuerza"?: "Agente
responsable de un cambio en un sistema"[6].
Pienso que ya es suficiente y que todos
entendemos lo que queremos decir cuando decimos "energía" y
"fuerza" y por tanto la importancia clave que tiene para la
exposición que sigue. Pues bien, desde estas definiciones básicas comprendemos
más fácilmente la estrecha interacción entre el flujo energético que circula
por un ecosistema y la totalidad de comportamientos que se realizan en su
interior, sobre todo los relacionados con el ahorro, producción y
administración de esa energía.
Naturalmente, dichos comportamientos dependen a su vez del grado de
evolución y complejidad alcanzado en cada nivel concreto, en cada ecosistema,
en cada especie... de modo que el proceso que se denomina "vida", y del
que ahora no podemos decir nada, puede adaptarse, evolucionar y responder a los
retos del entorno según su capacidad de conjunción creativa de múltiples
interacciones. La rapidez de respuesta adaptativa a las agresiones o cambios
del entorno no sólo es una característica de la especie humana que está en
estrecha conexión con sus recursos económicos y tecnocientíficos sino también
incluso de las bacterias y sobre todo de la "pseudomonas",
dotada de una rapidez espeluznante de
adaptación a los antibióticos[7].
Semejante capacidad de "autodefensa" llega a ser más
impresionante cuando se realiza en entornos más amplios y complejos, como son
los de los cambios en las tasas de nacimientos y ciclos de reproducción de
muchas especies dependiendo del flujo energético global de modo que, con
altibajos, se mantiene un equilibrio inestable entre ambiente, energía y
sociedad, como indica H. T. Odum[8]. Muy recientes investigaciones de J. Kirchner
y A. Weil [9]
han analizado cómo la recuperación de especies amenazadas depende no sólo de la
destrucción de su nicho propio y de su eslabón en la cadena trófica sino de la
riqueza global del ecosistema, de modo que cuanta mayor sea la riqueza biótica
mayor será la facilidad de recuperación aunque llegue a demorarse diez millones
de años si se ha tratado de una destrucción catastrófica, y a la inversa, lo
que, para nuestro caso humano, confirma la importancia de las relaciones entre
ambiente, energía y sociedad.
La permanente interacción entre energía, fuerza y
trabajo nos lleva a introducir los conceptos de información y de tiempo,
vitales para entender cómo las especies animales generan sistemas de
comunicación para optimizar lo más posible todo el proceso en su conjunto.
Precisamente con la excusa de reflexionar sobre
el tiempo y el devenir, varios investigadores demostraron los
sofisticados sistemas de comunicación, información, ahorro energético, etc., de
muchas especies animales, empezando por las hormigas y acabando en los monos
más próximos a la especie humana, así como su la inseparabilidad de esas
cualidades progresivamente adquiridas con la evolución general de la materia y
de la vida[10]. Posteriores
investigaciones sobre las hormigas[11]
vuelven a confirmar multitud de estudios de campo sobre muchas especies y sus aptitudes para
responder y adaptarse creativamente a las innovaciones del medio, respuestas
que tendencialmente se orientan a una economía energética e informática.
Margalef dice
que: "Un sistema que ha acumulado organización (=información), no se puede
simplificar de manera ordenada ni puede desandar el camino seguido durante su
proceso de enriquecimiento. La forma como actúa y se almacena la información es
de tal naturaleza que no se puede simplificar paso a paso y permanecer
funcional, como no es posible, en general, la recuperación funcional de un
fermento desnaturalizado (...)un sistema disipativo autopoyético tiene gran
capacidad de creación, y es natural que se pueda considerar como esencialmente
"progresivo", lo cual no excluye su fragilidad frente a lo improvisto.
El grado de independencia puede ser proporcional a la información efectiva que
se posee sobre el entorno, pero si es tanta que todo -la repetición de lo
pasado- resulta previsible, se habrá cerrado la capacidad de explorar, lo cual
puede resultar catastrófico cuando aparece un reto totalmente nuevo"[12].
Una de las razones que explican esta dinámica es la tendencia a la reducción
del gasto energético o, en su defecto, al logro de un equilibrio lo más estable
posible entre la energía que entra en el
sistema abierto y la que se escapa al exterior.
Esta tendencia es muy importante
para nuestras tesis sobre la globalización y las tecnologías porque
sienta las base de lo que, ya en el
nivel humano de la evolución de la materia, podemos entender como relación
entre conocimiento social, fuerzas productivas, capacidades técnicas y
dialéctica de la libertad/necesidad, o si se quiere, de la independencia hacia
el entorno. Pero no nos adelantemos a la exposición y sigamos todavía en este
nivel porque nos parece básico ya que, en efecto, nos lleva a la interrogante
planteada por J. Wagensberg: "¿se puede definir el progreso?". Veamos
su respuesta un poco larga pero muy interesante:
"Yo creo que sí, y mi
propuesta de definición surge de un esquema conceptual matemático muy amplio
como es la teoría general de la información, que proporciona una idea
inteligible de complejidad que para mí es justo la necesaria, en el sentido de
que tenemos un todo, tenemos unas partes y tenemos una interacción entre las partes
que genera ese todo, lo cual es ya una idea de complejidad típica de la teoría
de la información. No se puede hablar de progreso según esta definición si no
tenemos un sistema, un entorno, una partición, una interacción y un instante
dado. Dentro de este marco de referencia se
puede decir que, cuando se produce un cambio, la nueva situación es más
progresiva que la anterior si la nueva situación es más independiente de la
incertidumbre del entorno (...) Estoy muy agradecido al profesor Goodwin porque
ha hecho dos intervenciones de las que, creo, se desprende que esta definición
puede tener algún sentido. Me hace muchísima ilusión que esta definición no
tenga demasiado sentido para un trozo de materia inanimada, con lo cual la idea de progreso se
desmarca de la de adaptación. La ilusión de un ser vivo es independizarse de
alguna manera y en algún sentido del entorno. Aquí hay, pues, una diferencia
importante respecto de la simple adaptación, que es sólo estabilidad (...) La
reflexión del profesor Goodwin sobre el aumento de la complejidad en el
universo es crucial aquí. Es lo que él ha llamado un cuarto principio de la
termodinámica. Por un lado tenemos productores de novedades (sistemas
disipativos, sistemas no lineales, atractores extraños). Por otro lado, esas
variaciones pueden tener como consecuencia un aumento brusco en la
incertidumbre del entorno, es decir, una catástrofe. Aplicando la teoría de la
información a un sistema definido localmente dentro de un universo con unas
condiciones fijadas, podemos ver cómo evoluciona el sistema para adaptarse a
esas condiciones"[13]
Espero que tras perdonarme Vds. esta cita tan larga, empiecen a
comprender la importancia que concedo a todo lo relacionado con la energía, el
trabajo y la fuerza, la información y la termodinámica, aunque no he dicho nada
concreto sobre ella por no extenderme demasiado. Pienso que en la evolución
humana, social, esta tendencia hacia el ahorro energético mediante el aumento
de la información, tendencia que busca el incremento de la independencia del
sujeto-colectivo con respecto a la incertidumbre del entorno, es decir, volver
esa incertidumbre en certidumbre integrada en la dialéctica libertad/necesidad,
nos permite, esa tendencia, explicar uno de los secretos del pensamiento humano
y de sus problemas con sociales con la herramienta y la máquina, con la técnica
y la tecnología. Pienso, a la sombra de Karl Marx, que el ser humano tiende por
su naturaleza social y a la vez natural a la innovación técnica. J. Elster lo
expresa mucho mejor que yo:
"Recordemos ahora lo
que Marx dice en el pasaje extraído de los 'Grundisse' que se cita más arriba,
con respecto a la futura sociedad en la que "el desarrollo universal,
progresivo, sin obstrucciones y libre de las fuerzas de producción es en sí
mismo la presuposición de la sociedad y por tanto de su reproducción".
Detrás de esta afirmación, y de muchas otras del mismo tenor, está la imagen
del hombre elaborada en los 'Manuscritos económicos y filosóficos de 1844'. De
acuerdo con esta idea, la actividad innovativa y creativa es natural en el
hombre, y surge del interior de su ser. Contrariamente al enfoque habitual de
la economía política, el problema no es el de crear incentivos para innovar,
sino de retirar los obstáculos para la
natural actitud innovativa del individuo "en quien su propia realización
existe como una necesidad interna""[14]
Semejante "actitud innovativa" es inseparable del proceso de
antropogénesis, de autogénesis de la especie humana en cuanto totalidad
evolutiva capaz de hablar y hacer. En esa decisiva cuestión J.B. Fuentes
Ortega, tras plantear el problema de las continuidades y discontinuidades en la
hominización biológica y cultural, planteando el problema de la convergencia
entre ambos polos, afirma en una cita larga que entiendo básica para comprender
el tema que tratamos, que:
"El núcleo crítico de esta convergencia hubo
de consistir precisamente en la producción.
Pues la idea de "producción", en efecto, implica no sólo una mera
(genérica) transformación conductual del medio, sino aquella forma específica
de transformación cuyos resultados (los objetos
de la producción) contienen una forma
o estructura específica, que nos
parece que podemos caracterizar mediante la idea de morfosintaxis. (...) para dar cuenta de la estructura no ya --o no ya solo-- de
cada uno de los objetos de la producción, sino más bien del tejido formado por grupos o subgrupos de
estos objetos, en cuanto tejido característico de los círculos socio-culturales
organizados en torno a ellos.
En concreto, las
"unidades" o "partes" "morfológicas" de dichos
tejidos (cuya correspondencia
lingüística serían los morfemas) consistirían en las diversas posiciones o lugares operatorios correspondientes con las diversas
"partes" de un objeto (fabricado) y/o con los diversos objetos de una
red de ellos, y las "relaciones sintácticas" entre dichas posiciones
operatorias serían precisamente aquellas en función de las cuales para cada una
de dichas posiciones una diversidad de sujetos orgánicos operatorios resultan
en principio mutuamente intersustituibles
a la vez que rotables entre ellas. De
este modo cabe reconstruir la estructura
formal misma de lo que suele denominarse "división social del
trabajo", como reparto cooperatorio de una diversidad de tareas o
especialidades productivas, en cuanto que dichas tareas consistirían
justamente en las "posiciones (operatorias) morfológicas" y su reparto
cooperatorio consistiría en la "sintaxis" que les liga.
Y si el propio lenguajes
(de palabras) resulta necesariamente intercalable entre medias de la
producción, pudiendo cumplir la función (pragmática) de comunicación entre los individuos en la misma, gracias a la
función (semántica) de representación de las situaciones (producidas), no sería
sino porque comparte, siquiera al
nivel de su articulación morfosintáctica, la estructura formal misma (morfosintáctica) del resto de los objetos
de la producción entyre los que se intercala. El privilegio del lenguaje
respecto del resto de las producciones morfosintácticas vendría dado por el
aparato sintáctico de su producción
operatoria, esto es, por los movimientos articulatorios supralaríngeos que
permiten "hablar de las cosas" con esta musculatura sin estar a su vez haciéndolas con la misma.
Y aquí es esencial comprender que los meros sonidos articulables de una
determinada morfología somática no constituyen todavía formalmente fonemas --no
forman parte de la articulación fonológica--, si no es combinados ya a la
escala de la articulación morfosintáctica --de la combinatoria sintáctica entre
morfemas (monemas y lexemas)--, a la
manera como el resto de las meras transformaciones operatorias del medio
posibilitadas por ciertos rasgos orgánicos
(pongamos, la forma redondeada de la teja que fabrica un artesano, acompasada a la forma
somática de su muslo) no constituyen aún ""unidades formalmente fonológicas de la producción" si no es
combinada con la estructura morfosintáctica que caracteriza a esta (pongamos:
la distribución de las partes de la casa de acuerdo con la sintaxis [social]
que regula las relaciones entre sus moradores).
(...) Asimismo, es el
concepto (darwinista) de selección natural el que irá quedando refundido a una
escala que será ya estructuralmente
discontinua respecto a aquella en la que formalmente funciona en la
teoría de la evolución. Pues dicho concepto, en el seno de la categoría
biológica evolucionista, incluye formalmente
la adaptación diferencial al
medio de los rasgos orgánicos--de los
individuos y/o de las poblaciones biológicas--, incluida su mediación
conductual, mientras que ahora más bien la eficacia
diferencial se irá dando formalmente
entre los propios objetos, es decir, entre grupos distintos de ellos
pertenecientes a círculos socio-culturales diferentes, como eficacia lograda por los
ajustes físicos mutuos entre sus partes
que su estructura sintáctica asegura. De este modo, la supervivencia
diferencial de los organismos y de sus
grupos ("poblaciones") irá transformándose en supervivencia
diferencial de unos círculos sociales frente a otros ("pueblos") en
función de la eficacia comparativa de sus propios grupos de objetos --de sus técnicas--".[15]
2.- TERMODINÁMICA, ENTROPÍA,
TECNOCIENCIA Y PODER:
Habrán comprendido fácilmente la importancia de esta tesis para el tema
que tratamos, pues articula con rigor y elegancia la dialéctica entre la
continuidad biológica y la discontinuidad lingüístico-cultural dentro de la antropogénesis, articulación centrada
en la producción social de la existencia, con efectos en la aparición y
diferenciación de los "pueblos". Pero esa tendencia cierta es
contrarrestada por injusticias históricas como la propiedad masculina de la
fuerza de trabajo psicosomática de la mujer en primer lugar, y a partir de aquí
por la explotación y opresión de los pueblos y de las clases trabajadoras. Así,
a partir de aquí y sobre todo en el capitalismo, la tendencia al ahorro y
racionalidad quedan reducidas a simples esfuerzos individuales que desaparecen
y se convierten en su contrario antagónico, es decir, en el despilfarro y en la
irracionalidad absoluta. Hay que partir del hecho de que, según Martínez Alier:
"En la humanidad el consumo exosomático de energía y materiales no está
determinado genéticamente, sus límites son culturales y político-económicos"[16].
Límites que son efecto de la explotación y de la lucha de clases e
inseparables de las relaciones de la especie humana con la naturaleza, de la
que extrae mucha más energía de la que
necesita y siempre en beneficio de la minoría dominante, de modo que, como
explica Naredo en un interesante artículo sobre energía, materia y entropía:
"La sola extracción de combustibles fósiles, además de superar anualmente
en toneladas a ala producción de alimentos, contiene una energía que multiplica
por 14 la contenida en éstos, mostrando que la especie humana es la única que
utiliza una energía exosomática muy superior a la ingerida en forma de
alimentos (...) Mientras que para la
media mundial se usan al año una seis toneladas por cápita de materiales
extraídos de la corteza terrestre, el estadounidense medio viene a utilizar
entre 25 y 30. Y en lo referente al uso
de los productos energéticos comercializados, es conocido el dato de que los
Estados Unidos, con un 5 % de la población mundial, consumen el 30 % de las
disponibilidades mundiales de esos producidos"[17].
La obtención y reparto o distribución de energía, son inseparables del
trabajo humano, de la producción social; y estas, a partir de un determinado
grado de contradicciones y antagonismos sociales, son inseparables de la
explotación, opresión y dominación. En sentido general, uno de los secretos de
la técnica en general radica en la interacción dialéctica entre, de un lado, la
tendencia al mínimo esfuerzo o principio de la mínima acción, formulado por
Maupertius en la primera mitad del siglo XVIII; por otro, la ley de la
productividad del trabajo, tan bien resumida por Trotsky[18]y
que expresa uno de los puntos nodales del materialismo histórico y, por último,
por el conjunto de teorías que R. N. Adams sintetizó en su clásico texto sobre
las relaciones entre segundo principio de la termodinámica, selección natural,
la llamada "ley" de Lotka y algunos principios de sistemas abiertos
en no equilibrio[19]. De este modo,
comprendemos que la expoliación norteamericana del 30% de la energía
exosomática mundial no depende sólo del control de los recursos energético y de
la supremacía tecnocientífica, sino que estos son factores necesarios pero
insuficientes en sí mismos ya que, en última instancia, dependen del poder de
opresión y explotación, y del control social y dominación ideológica. Pero, en
definitiva, es la capacidad de
explotación de la fuerza de trabajo humana la
que garantiza, en su régimen social opresivo, el que la minoría acapare
la mayoría de la energía.
Desde esta perspectiva, la tecnociencia capitalista tiene la función básica de asegurar la fácil y masiva transferencia de energías y
recursos de toda índole, fundamentalmente de fuerza de trabajo social, de la
mayoría oprimida y explotada a la minoría opresora y explotadora La
institución tecnocientífica tiene, así, la tarea de optimizar la transferencia
de entropía negativa de la mayoría explotada a la minoría explotadora, o
resumiendo las tesis imprescindibles de L. Jiménez Herrero en su magistral
lección de "termonidámica para economistas":
"Cualquier proceso
llevado a efecto en la máquina económica tiene consustancialmente asociado un
flujo de energía que se degrada irremediablemente. La circulación económica de
bienes y servicios puede traducirse en términos energéticos, y así lo que
tradicionalmente se ha considerado como circulación "real" es
esencialmente "energética" (...) En los sistemas cerrados (sin
intercambio de materia) la tendencia inevitable es alcanzar un estado de equilibrio
definido por la máxima entropía o desorden. Los sistemas abiertos que
intercambian materia y energía con el exterior consiguen retrasar la tendencia
entrópica, creando temporalmente "islotes", estados de mayor orden
incorporando entropía negativa o negaentropía (información, conocimiento,
organización)
(...) La ecósfera, a
través del intercambio de energía, ha ido consiguiendo mantener un balance
positivo de negaentropía o de organización compleja por mediación de la
fotosíntesis y los procesos biológicos. Sin embargo, esta trayectoria se
distorsiona en la medida en que la actividad económica use masivamente los
recursos energéticos y materias primas y se devuelvan como materiales de
desecho (no absorbidos por el medio ambiente), disminuyendo la capacidad de
organización de todo el sistema. El hombre depende cada vez más de dispositivos
técnicos que intenten reemplazar a los
naturales para contrarrestar la tendencia hacia el aumento de la entropía. El
crecimiento incontrolado de las últimas décadas (el crecimiento por el
crecimiento, como un fin en sí mismo) parece seguir el camino del desorden y de
la entropía. Los instrumentos antientrópicos del sistema mundial residen ene el
aumento de la capacidad de creación de estructuras organizativas. Algunos
autores piensan que, con independencia de esa capacidad creativa, el sistema
económico dispone de mecanismos intensos para poner la tendencia entrópica,
como, por ejemplo, la inflación y la igualdad de riqueza.
Sobre las bases apuntadas
anteriormente, quizá podría plantearse también una nueva teoría del
"intercambio desigual" entre países ricos y pobres: los primeros se
encuentran sometidos a una entropía económica avanzada y su abastecimiento de
entropía negativa pasa por una estrategia que afecta no sólo a la disposición
de mecanismos internos de su propio sistema sino además a las relaciones de
dominación centro-periferia para la disponibilidad de recursos naturales,
imprescindibles para el mantenimiento del proceso económico"[20].
3.- AHORRO DE TRABAJO, COOPERACIÓN Y EXPLOTACIÓN SOCIAL.
Si hablamos de energía, trabajo, información y adaptación al medio,
también hay que hablar de las fuerzas productivas y sus técnicas
correspondientes para obtener alimentos y comida, y sobre todo para intentar
mantener la salud colectiva e individual. Sin salud o con una salud precaria la
fuerza de trabajo social es muy reducida o precaria. Según T. McKeown:
"Durante casi toda su
existencia la capacidad del hombre para
controlar su entorno y limitar su número fue insuficiente para promover
su salud de modo significativo más allá de las otras cosas vivas. Las tasas de
mortalidad eran altas y la vida era corta; pero, como el número de personas que
nacían era mucho mayor que el número de las que sobrevivían y se reproducían,
por medio de la selección natural se adaptaban bien a sus condiciones de vida
(...) La deficiencia alimentaria limitaba el número de individuos y perjudicaba
la salud de dos maneras. Daba origen a intentos de restringir el tamaño de la
población reduciendo el número de nacimientos y matando o abandonando a los
individuos ni deseados. Sin embargo, el
control numérico deliberado no era suficiente para evitar la escasez de
alimentos, y las muertes a causa de la inanición , la nutrición defectuosas y
las enfermedades parasitarias asociadas en gran parte con la nutrición
deficiente eran frecuentes"[21].
Antes de que los antropólogos y exploradores modernos pudieran dejar
constancia de los momentos de hambruna y desolación de pueblos enteros, los
relatos de los viajeros, mercaderes y conquistadores de siglos pasados narran
situaciones verdaderamente espantosas si cambiaban los ciclos climáticos y
aumentaban las incertidumbres objetivas. En estas condiciones la especie humana
fue superando sólo muy lentamente los
métodos más directos y explícitos de obtención de energía barata y fácil
mediante el canibalismo, en un proceso en dirección inversa a su progresiva
emancipación de la dictadura natural con la mejora de la conciencia humana.
Spirkin narra casos de canibalismo[22],
y desde una óptica más concreta sobre el tema y más reducida en el tiempo, M.
Harris analiza "la relación entre costos y beneficios del
canibalismo" material y simbólico en un pasado no tan remoto[23],
y otros autores[24] muestran las profundas
raíces de estas prácticas y su permanencia simbólico-religiosa actual.
Pues bien, si me he detenido un poco en estas prácticas es para
ilustrar la hondura del problema global de obtención de energía para mantener
la fuerza de trabajo y las consecuencias simbólicas se perduran durante siglos.
Sin embargo, esas prácticas no deben darnos una imagen falsa y unilateral de
nuestra especie puyes a la vez de su existencia, también apareció, creció y
terminó superando al canibalismo y parcialmente al esclavismo otros
sentimientos y normas altruistas, de ayuda, socorro mutuo y solidaridad
colectiva.
De cualquier forma, nosotros estamos aquí para debatir sobre las
tecnologías y la globalización y no sobre la historia de la ética y de las
relaciones sociales, aunque no se puede negar la existencia de conexiones entre
ambos extremos. Efectivamente, por poner un ejemplo, basta leer a Leroi-Gourhan
[25]
y sus investigaciones sobre el lento pero decisivo avance de la tecnología
lítica, para imaginarse cómo pudo influir la mejora en la productividad del
trabajo en las condiciones de vida material y psicológica de la gente ya que
trabajando un kilogramo de sílex obtenía en el abbevillense un total de 10
centímetros de filo útil, subiendo en el acheliense a 40 centímetros, en el
musteriense a 2 metros y en el magdaleniense de 6 a 20 metros de filo útil por
cada kilogramo de sílex. Experimentos actuales han mostrado lo efectiva que es
una piedra afilada en manos hábiles pues puede realizar casi las mismas tareas
que un buen cuchillo actual.
Semejante aumento de la productividad del trabajo significa un proceso
de aprendizaje tecnológico y a la vez de modificación del cuerpo humano que
abarca a la capacidad psicomotriz, y también a la capacidad del control del
tiempo, es decir, a la economía del tiempo de trabajo. La antropogénesis es un
proceso global de autoconstrucción y de aprendizaje que, obviamente, depende de
las condiciones ambientales, del nivel productivo y cultural alcanzado y de la
propia capacidad del grupo para reproducirse en el contexto en el que vive. E.
R. Service [26] ya nos ha explicado esas
dificultades y las necesidades de mantener un pequeño pero suficiente
equipamiento colectivo. La razón es muy simple y atañe a una cuestión siempre
presente en el debate sobre la tecnología, a saber, el problema del espacio y
del tiempo, de las distancias, de las dificultades geográficas. Cuando M.
Sahlins estudió la economía de la edad de piedra[27]
insistió en que el desarrollo de la técnica estaba condicionado por las
distancias que se debían recorrer.
Los llamados "hombres primitivos" tuvieron que aprender mucho
antes que nosotros a encontrar el equilibrio óptimo posible entre instrumento y
productividad, entre peso y distancia,
entre comodidad y efectividad, entre materia y tiempo. Y tuvieron que aprender
por simple necesidad de supervivencia.
Aquí entendemos por supervivencia no la imagen falsa y reaccionaria
impuesta por las corrientes neodarwinianas y sociobiológicas desarrolladas por
el imperialismo desde finales del siglo XIX y reactualizadas desde los setenta
de este siglo para justificar eso que llaman "neoliberalismo", sino
que entendemos el proceso global y sistémico por el que la especie humana se
autocrea ontogenéticamente y condiciona su evolución filogenética. La
autocreación humana está sujeta a imponderables objetivos, pero a la vez, está
sujeta a la capacidad de conocimiento y de mejora tecnológica. No es casual que
sea precisamente en el tema de la lucha contra el hambre, que Ritchie[28]
afirme que siempre ha existido una relación importante entre el transporte y el
hambre, y retroceda hasta el Egipto del José bíblico para estudiar cómo esa
relación entre distancia y hambre obligaba al poder existente a realizar
proyectos de planificación económica que exigen grandes conocimientos.
Conviene criticar la imagen reaccionaria del "cazador
agresivo", del "hombre violento" de la antigüedad como patrón
del hombre actual -"hombre burgués"- porque esa imagen sustenta a su
vez otra imagen de la tecnología y de la economía como partes constitutivas de
la "naturaleza agresiva" del ser humano, cuando no es así en
absoluto, como lo demuestra entre otros muchos U. Melotti[29]
en un texto clásico, y que I. Eibl-Eibesfeldt ha terminado de ridiculizar con
su bello e imprescindible texto sobre el amor y el odio, cuando sin tapujos
afirma que la "bestia humana" es "una caricatura moderna del
hombre" y al concluir que "Hay en todos nosotros un fuerte impulso
innato que nos hace sociables. Todos los mecanismos de vinculación al grupo son
filogenéticamente muy antiguos, y es bastante probable que se desarrollaran
mano a mano con los cuidados de la progenie. Con este "invento", las
aves y los mamíferos adquirieron, cada cual por su parte, la facultad de
apoyarse mutuamente y de formar grupos altruistas cuyos miembros libran juntos
la lucha por la existencia", y más adelante: "Ciertamente, la
tendencia a la intolerancia y a la agresividad es también innata en nosotros,
pero no llevamos en la frente la marca de Caín. La tesis de que el ser humano
es un animal asesino no se puede tomar en serio. Las investigaciones realizadas
sugieren más bien que somos por naturaleza seres muy amistosos"[30].
Más aún, incluso la 'ultima ratio' de la ideología burguesa del
"cazador agresivo", como es el de la "lucha por la supervivencia
en un mundo escaso de recursos" que lleva a la "guerra de todos
contra todos" y al principio del 'homo homini lupus' , queda desautorizada
por la historia militar. Tiene razón
Keegan cuando dice que:
"La ola de la guerra
tiende a propagarse en una sola dirección: de las tierras pobres a las ricas y
pocas veces en sentido inverso. Y no es simplemente porque las tierras pobres
no valgan el esfuerzo de luchar por ellas, sino también porque la lucha en las
tierras pobres es difícil y a veces imposible. (...) La guerra de los pobres
era limitada en propósito e intensidad en razón a esa misma pobreza; sólo
cuando irrumpían en tierras ricas en las que podían acumular existencias de
forraje cabía la posibilidad de una penetración más profunda y de una eventual
conquista. Este es el origen de la riqueza y tesón invertidos por los
labradores en fortificar sus fronteras con vistas a rechazar a los depredadores
antes de que causen daños irreparables. Por consiguiente, puede verse que las
causas subyacentes a la implicación de factores "permanentes" y
"contingente" en la guerra son muy complejas. El hombre guerrero no
es un agente con voluntad desenfrenada, aunque en la guerra traspase los
límites que la convención y la prudencia material suelen imponer a su conducta. La guerra siempre es limitada, no porque el hombre lo elija, sino porque así lo determina la naturaleza"[31]
La antropogénesis va dialécticamente unida a la producción social de
inteligencia, de pensamiento y de conocimiento progresivo de la realidad a lo
largo de un proceso en el que la relación mente/mano ha sido decisiva como ya
afirmó Anaxágoras hace 2500 años y como luego volvió a recordar Engels[32].
La cooperación colectiva y la relación mente/mano han sido los factores
determinantes para que nuestra especie pudiera pasar de las formas iniciales de
vida, luego al dominio práctico del fuego, más adelante a ese salto entre 10
centímetros y 20 metros de filo de corte por cada kilogramo de sílex, para
llegar, por ahora, a la industrialización capitalista de la vida. Sin esa
cooperación nunca se hubiera acumulado la masa crítica de experiencia práctica
suficiente para ir dando saltitos en la dialéctica entre las fuerzas
productivas y las relaciones sociales de
producción. Más aún, en esa cooperación ha sido fundamental el trabajo de la
mujer que aportaba el 70-80% del total de la comida que se necesitaba.
El contenido cooperativo se confirma una vez más viendo la secuencia
histórica reciente del aprendizaje del uso de las energías y de sus técnicas
correspondientes. Por ejemplo, según indica G. Basalla[33]
la rueda apareció en el cuarto milenio antes de nuestra era, y fue mejorándose
en una estrecha relación con rituales y ceremonias. Ya para entonces, según
indican J. Puig y J. Corominas[34],
desde el 6000 adne los sumerios utilizan el asfalto; desde el 4500 las barcas a
vela y remo comercian por el Nilo; desde el 3000 aparecen referencias a los
"fuegos eternos" en las charcas petrolíferas y escapes de gas, y
desde el 2000 se usan como combustible; desde el 2600 en Egipto se usa la
máquina solar para levantar monolitos; desde el 1100 en China se extrae y se
usa carbón, y para el 1000 se extrae gas mediante pozos de 1000 metros de
profundidad, gas que los chinos hacen circular en cañas huecas de bambú para el
uso en calefacción, iluminación y manufactura; desde el 640 los griegos
concentran rayos de sol para encender cosas e intentar quemar las velas de
barcos enemigos; desde el siglo II adne probable invención del aprovechamiento
hidráulico.
Cuando hablamos de cooperación a lo largo de estos miles de años no
queremos olvidar que fueron precisamente los siglos de triunfo del patriarcado.
En concreto, y según la cronología presentada por G. Lerner[35],
la época que va aproximadamente del 3100 a 600 adne. La cooperación no exime la
contradicción, ni la explotación ni la opresión. Precisamente este es uno de
los puntos irresueltos por la ideología burguesa del "cazador
agresivo" que ve el mundo entero como un enemigo al que someter con su
tecnología sofisticada, negando la existencia de opresiones e injusticias
brutales que inciden directa o indirectamente en la evolución tecnológica.
Tampoco queremos olvidar que fueron los siglos de surgimiento de la
esclavización de pueblos, ciudades y seres humanos concretos, y también los
años de asentamiento de la escisión social en clases antagónicas dentro mismo
de un pueblo. Y menos aún olvidar que es en este proceso cuando asistimos a la
apropiación del conocimiento colectivo y, en palabras de García Durán, a la
transformación del saber en "forma de desigualdad social en las sociedades
precapitalistas"[36],
en la que todo lo relacionado con la guerra y su tecnología va indisolublemente
unido a la formación de un conocimiento dominador.
4.- ESCLAVISMO, GUERRA Y LIMITACIÓN TÉCNICA.
Poco a poco voy introduciéndome en el meollo del tema a debate porque,
a estas alturas de mi exposición, estimo que está suficientemente aclarado que
en un momento muy tardío por no decir en el final de la antropogénesis empieza
a adentrarse en su excisión interna y, simultáneamente, en la monopolización
progresiva del uso de la energía y de la explotación de la fuerza de trabajo
social en beneficio de la minoría que se constituye en propietaria de ambas
cosas. No puedo hacer siquiera una pequeñísima síntesis del proceso de opresión
de la mujer por el hombre tan minuciosamente analizado por G. Lerner, y que P.
Rodríguez ha enriquecido con un estudio específico sobre la conversión forzosa
de las diosas en dioses debido a la victoria del patriarcado[37].
La razón de fondo de la sumisión y explotación de la mujer por el
hombre hay que buscarla en los beneficios materiales y simbólicos que el
segundo obtiene con la opresión de la primera. En el tema que tratamos, esos
beneficios se pueden resumir tanto en el aumento del tiempo libre por parte del
hombre al apropiarse del tiempo de la mujer; en el aumento de la energía
disponible por parte del hombre mediante la explotación de la fuerza de trabajo
de la mujer y, por no extendernos y como síntesis, un aumento de la capacidad
de reproducción de la riqueza acumulada por el hombre gracias a la explotación
de la mujer. Desde que la antropología feminista y crítica en general ha dado
el salto a la investigación radical y no dogmática[38]
de las múltiples formas de opresión de la mujer, los incuestionables los datos
que demuestran la existencia de unos beneficios globales que los hombres
extraen de la expoliación de la fuerza de trabajo sexo-económica de la mujer.
Sobre la base de la explotación global de la mujer, la sociedad
patriarcal dispuso de un plus o excedente de tiempo, energía y fuerza de
trabajo que pudo dedicarlo a ampliar y acelerar el proceso de apropiación de la
fuerza de trabajo de otros pueblos y, por fin, del propio. Hay que decir
claramente que en estos siglos decisivos se sientan algunas de las bases que
con más o menos mejoras y ampliaciones perdurarán hasta el asentamiento
definitivo del modo de producción capitalista, pero otras desaparecerán porque
no están en modo alguno capacitadas genético-estructuralmente para ser
adaptadas. Se trata, sencillamente, de las diferencias cualitativas e
insalvables que hay entre distintos modos de producción y que como veremos en
su momento afectan esencialmente a los correspondientes modos tecnológicos.
Por ejemplo, K. Hopkins indica que la economía esclavista romana
desconocía algo tan común y obvio para nosotros como es el mercado de trabajo,
y que por tanto los romanos carecían de tradiciones y leyes para legitimar el
empleo regular de hombres libres[39].
Esta ausencia incapacitaba a la sociedad esclavista para disponer de una
concepción "moderna" -capitalista- del tiempo de trabajo, requisito
para la existencia de una concepción siquiera embrionaria de la ley de la
productividad del trabajo. En realidad, como ya demostró entre otros B.
Farrington[40], se trata de una
incapacidad global del "mundo antiguo" grecorromano para disponer de
una "mentalidad" capaz de explotar todas las potencialidades latentes
ya entonces en la economía dineraria y mercantil que había comenzado a gatear
por el Mediterráneo.
Es cierto que la simple "mentalidad" no explica por sí misma
la decadencia griega, y que hay que explicar esa mentalidad en cuanto efecto de
las transformaciones sociales objetivas y subjetivas, como tan bien hace
Farrington, pero no es menos cierto que, una vez irrumpe la contrarrevolución
idealista con la victoria de las clases reaccionarias oligarcas se instaura una
concepción peyorativa y despreciativa de concepciones y prácticas anteriores
que M. Medina Gómez define así:
"Esta concepción
cultural de las técnicas, que encontramos tanto en la Grecia arcaica como en la
clásica, no sólo se distingue por una valoración positiva del papel de las mismas en el
desarrollo de la historia, como motor de la cultura propiamente humana. La
práctica técnica se concibe, asimismo, no como un trabajo manual o rutinario
sino como todo tipo de actividades inteligentes dirigidas al mejoramiento de
las condiciones humanas. Desde Homero a Protágoras, pasando por Esquilo, la techne se asocia con sophia, es decir, el saber fiable y el
conocimiento inteligente (...) concepción unitaria de la cultura como
multiplicidad de técnicas y de la técnica como prácticas inteligentes"[41].
Muchos investigadores insisten en que con Platón y también con
Aristóteles, en cuanto intelectuales de la reacción, se instaura un corte
insalvable entre techne y episteme en el que el segundo, o sea el
saber teórico abstracto desligado de la materialidad práctica, se impone y dicta
las condiciones al primero, a la técnica reducida al trabajo manual rutinario y
carente de creatividad. Este tema es importante
para mi exposición por las consecuencias posteriores en el debate sobre
la tecnología. Parto del criterio indicado por A. Sohn Rethel en su excelente y
obligado texto de que con los griegos de la época de Platón se instauró una
forma de pensamiento que no tuvo en cuenta el intercambio material del
hombre con la naturaleza, ni desde el punto
de vista de las fuentes y los medios implicados, ni desde el punto de vista de
su propósito o uso:
"En este invernáculo
del pensamiento griego, no entró "ni un solo átomo de materia
natural", exactamente igual a lo que pasa con las mercancías y con su
identidad fetichista como "valores". Constituía el puro formalismo de
una "segunda" naturaleza o de una "paranaturaleza", de lo
que parece inferirse que en la antigüedad, la forma del dinero como capital, o,
en otras palabras, el funcionalismo de la naturaleza secundaria, fue finalmente
estéril. Aunque de hecho liberó al trabajo de la esclavitud, no logró bajar el
coste de reproducción de la fuerza de trabajo humana. Podemos comprobar,
retrospectivamente, la verdad de esta afirmación por el hecho de que el
desarrollo posterior a Euclides
(Arquímedes, Eratóstenes, Apolonio, el legendario Herón y otros muchos en cuya
matemática era patente la presencia de elementos de la dinámica abstracta) sólo
logró una aplicación técnica para fines militares o para otros fines igualmente
improductivos"[42].
Los fines improductivos impedían que el modo de producción esclavista
desarrollara una tecnología capaz de rentabilizar la fuerza de trabajo de
millones de esclavos y trabajadores libres empobrecidos. Las consecuencias de
esa impotencia sobre la lucha de clases eran directas, como a su vez eran
directas las presiones anteriores de esa lucha de clases en el aumento de los
obstáculos que abortaban la posibilidad de avances tecnológicos posteriores.
Quiero decir que de la misma forma en que esa sociedad ya había introducido la
explotación de la mujer, ahora con el esclavismo y con las crecientes luchas de las masas trabajadoras
empobrecidas, se produjo un tapón que frenó el inicial desarrollo del
pensamiento protocientífico desde el siglo VI hasta finales del siglo IV, y
luego lo apagó definitivamente.
Hay que pensar que la lucha de clases no es sólo un
"producto" de las contradicciones anteriores a las luchas concretas,
sino una totalidad procesual que engloba a las contradicciones objetivas y
subjetivas e influye desde dentro de ellas mismas en sus evoluciones.
Contradicciones que fuerzan a las clases dominantes a intervenir con sistemas
represivos y de censura intelectual[43]
desde el interior mismo de la creatividad intelectual las posibilidades de
avances posteriores. No es, por
tanto, algo "externo" a la
economía y a la tecnología, sino que es el contexto objetivo de esa economía y
su síntesis material. Desde este criterio marxista, comprendemos que la lucha
de clases en el "mundo griego", tan minuciosamente descrita por Ste.
Croix[44],
fue tanto la partera como la sepulturera de la "cultura técnica", que
se agotó no sólo por la reacción de las temerosas clases dominantes sino
también porque la totalidad social del sistema hacía imposible una mejor
racionalización de los recursos energéticos existentes, como demuestra B. Gille[45].
Un ejemplo de este agotamiento
global pero en su forma más básica y decisiva como es el problema de la
alimentación, nos lo ofrece el citado Ritchie:
"En los tiempos de la
República romana, el trigo se convirtió en el combustible de la guerra de
entonces, algo parecido a lo que ocurre hoy con el petróleo. Se precisaban
cantidades enormes de alimentos para sostener una guerra en la antigüedad. Un
sitio, como el de Eryx, en Sicilia, podía durar varios años, y mientras durase
ambos contendientes tenían que alimentarse sin producir nada, y en la práctica
en único alimento que podía conservarse durante tanto tiempo era el grano. Este
se podía obtener casi en cualquier parte, se podía almacenar en grandes
cantidades y en diferentes climas, y además se podía consumir en forma de
platos muy variados. Por su parte, la carne, como señalaba el gastrónomo romano
Apico, sólo se podía guardar durante dos días de verano sin guisarla o sin salarla.
La falta de grano era la mayor calamidad que podía padecer las legiones
romanas. "El ejército", escribía Julio César, "pasó graves
dificultades a causa de la escasez de grano, hasta tal punto que, durante
algunos días, los soldados estuvieron sin trigo y tuvieron que ir a los pueblos
cercanos para buscar ganado y combatir el hambre. Sin embargo, no hubo quejas
por parte de la tropa". Está claro que César consideraba que un ejército
sin trigo estaba al borde del hambre"[46].
Me he extendido en esta cita porque trae a colación un problema
estructural de todos los ejércitos antiguos, de Sumer a Roma, y en buena medida
también de los posteriores. Y no sólo de los ejércitos, sino de las sociedades
que los empleaban, reclutaban, armaban y alimentaban, es decir, el problema de
la alimentación y, en síntesis, el problema doble de, por un lado, la obtención
y/o producción de los recursos energéticos totales necesarios para el
mantenimiento del ejército y, por otro lado,
la técnica necesaria para trasladar, conservar y repartir esos recursos
entre las tropas sobre todo cuando
estaban en tierras lejanas. Es el problema de la logística, que tan
brillantemente analiza J. Harmand[47].
Pues bien, ya desde esas épocas la estructura militar y en concreto la
logística es uno de los campos de experimentación práctica en los que confluyen
e interactúan todos los conocimientos adquiridos y todas las decisiones
estratégicas tomadas por el poder. E. Wanty afirma que: "La
"logística" romana tenía cuidadosamente en cuenta las condiciones higiénicas y
sanitarias, con reglas precisas relativas al campamento, a las marchas, a la
utilización de las aguas. El avituallamiento corría a cargo de las provincias y
en cantidades superiores a las normales, almacenando en puestos fortificados,
al alcance del terreno de operaciones. Nada parece haber sido dejado al azar ni
a la improvisación"[48].
Sólo con esa racionalidad práctica extrema se podía asegurar la efectividad en
combate de un ejército que era imprescindible para asegurar el flujo hacia Roma
de las inmensas cantidades de alimentos necesarios.
La obtención de trigo, y de todos los restantes recursos energéticos,
era vital para Roma, pero el método empleado -en esencia, la esquilmación y
expoliación de las tierras entonces conocidas- tenía un límite insuperable
determinado por la misma naturaleza del modo de producción esclavista que en el
desarrollo protocientífico y técnico no podía dar más de sí para superar dicho
tope interno pese a sus logros sorprendentes y hasta curiosos. En el fondo, las
preguntas que flotan a lo largo de estas consideraciones son las que nos hace
Magalhaes-Vilhena:
"¿Por qué la ciencia
antigua -griega o china- no llegó a constituirse en tecnología? (...) ¿Por qué
la ciencia griega no intentó hacer factible -al igual que la ciencia moderna-
una tecnología verdadera, creando la física necesaria? (...) Al fin y al cabo,
el "brusco" estancamiento (el adjetivo es de Koyré), del magnífico
impulso de la técnica y de la ciencia griega, así como en China, en absoluto
parece poder explicarse dentro de la perspectiva idealista a través del
exclusivo movimiento interno de las ideas propias de la ciencia griega o
china". La respuesta que el autor ofrecer es que el modo de producción
dominante no estaba capacitado para dar ese salto, y por tanto, tampoco lo
estaban los humanos de la época porque: "En realidad, el hombre sólo
entiende los datos de un problema cuando las contradicciones que lo han
provocado, se desarrollan de tal forma que indican el camino por emprender.
Aquí también, sin duda alguna, son los marcos de la estructura social los que
determinan, en última instancia, el progreso o el bloque científico, técnico y
social"[49].
El descalabro grecorromano, mirado desde el punto de vista occidental,
fue un desastre para la emancipación humana
porque las clases dominantes mantuvieron durante siglos una férrea
dogmática a sus reglas formales pero, como explica W. Cecil Dampier: "Afortunadamente, los
científicos modernos dedicados a la experimentación no se han preocupado poco
mi mucho por las reglas formales de la lógica; pero el prestigio de que gozaban
las obras de Aristóteles contribuyó en gran parte a orientar la ciencia griega
y medieval hacia la investigación de premisas absolutamente ciertas y hacia el
empleo prematuro de los métodos deductivos. Los resultados fueron que se
atribuyó la infalibilidad a muchas "autoridades" sumamente falibles y
que se abusó del razonamiento falso o sofístico en forma engañosamente
lógica"[50].
5.- FEUDALISMO Y TÉCNICA PREINDUSTRIAL.
No puedo extender el análisis de la evolución de la técnica en la alta
edad media y menos aún en los llamados "siglos oscuros" que la
precedieron, como tampoco fuera de Europa, es decir, en China, India y las
amplias y decisivas tierra liberadas al cristianismo por la cultura
arabo-musulmana que fue en sus inicios, hasta los siglos XI-XIII un verdadero
movimiento progresista y emancipador dentro de los límites históricos
insalvables. Volviendo a Europa, conviene recordar la desesperante lentitud de
los adelantos técnicos en la agricultura, pues, en palabras de J. Le Goff:
"Es de aproximadamente cuatro siglos (IX-XIII) el tiempo que tardan en
difundirse inventos como el arado de rueda y vertedera y nuevas técnicas como
la rotación trienal de los cultivos"[51].
Las razones de esa parsimonia han sido estudiadas por casi todos los autores[52]
y no tenemos tiempo para explayarnos en ellas aunque debo detenerme en la tesis
de L. White sobre el concepto medieval de una tecnología de la energía, según
el cual y proveniente de culturas extraeuropeas como la nacida en la India del
siglo XII sobre el movimiento perpetuo:
"A mediados del siglo
XIII, en consecuencia, un grupo considerable de mentes activas, no sólo
estimuladas por los éxitos tecnológicos de las generaciones recientes, sino
también orientadas por el fuego fatuo del movimiento perpetuo, empezaban a
generalizar el concepto de fuerza mecánica. Iban admitiendo la idea de que el
cosmos era un vasto repositorio de energías controlables y utilizables conforme
a intenciones humanas. Tenían conciencia de la energía hasta un punto rayano en
la fantasía. Pero sin esa fantasía, sin una imaginación de alto vuelo, la
tecnología de la energía en el mundo occidental no se habría desarrollado.
Cuando Roger Bacon, el amigo de Pedro de Maricourt, escribió allá por el 1260:
"Es posible construir máquinas gracias a las cuales los barcos más
grandes, con sólo un hombre que los guíe, se desplazarán más rápidamente que si
estuvieran repletos de remeros; es posible construir vehículos que habrán de
moverse con velocidad increíble y sin ayuda de bestias; es posible construir
máquinas voladoras en las que un hombre... podrá vencer al aire con alas como
si fuera un pájaro... las máquinas permitirán llegar al fondo de los mares y
los ríos", no hablaba por su cuenta sino en nombre de los técnicos de su
época"[53].
Pero estos técnicos estaban sometidos a unas presiones crecientes de
los poderes establecidos en lo que respecta a la relación entre la técnica y la
guerra, relación que venimos siguiendo con necesario interés. Pues bien,
precisamente en la época de Roger Bacon se estaba acelerando el proceso de
financierización de la guerra, pues en palabras de P. Contamine: "El
dinero es el intermediario casi obligado entre el poder y los guerreros. Según
el testimonio de los propios contemporáneos, este fenómeno se fue acelerando a
partir de mediados del siglo XII (...) Esta irrupción del dinero debe
relacionarse, sin duda, con el fenómeno que se ha denominado 'revolución
comercial' (...) a la mayor abundancia de moneda se le añadió el hecho de que
reyes y príncipes supieron hacer crecer a ritmo parecido, si no mayor, sus
disponibilidades pecuniarias. Y ello lo hicieron de tres modos fundamentales:
gracias a sus recursos dominiales, en plena expansión, a una fiscalidad pública
que se fortalecía y se diversificaba y, finalmente, merced a las conmutaciones
de los servicios militares por pagos en metálico"[54].
La financierización de la guerra tendrá, como iremos viendo, consecuencias
directas y cualitativas sobre la evolución técnica y ambas, sobre la evolución científica.
Sin embargo, la revolución comercial no tuvo un impacto tan directo y
rápido en la técnica civil, pues hizo falta que sucediera lo que G. Duby ha
definido como "la mutación del siglo XIV" y en especial, dentro de
esta, el aumento de las relaciones monetarias entre los campesinos y los
comerciantes urbanos para que se sentaran las bases de un florecimiento a
partir de la segunda mitad del siglo XV[55].
Uno de los efectos de esa mutación fue el de permitir que los inventos técnicos
lentamente acumulados entre los siglos IX-XIII, pudieran dar un salto forzados
por la ley de la productividad del trabajo. Bernal dice que: "La
agricultura y las artes prácticas
mejoraron aún más, como veremos, por los adelantos conseguidos en Oriente y por
las propias invenciones indígenas. Esta mejora se orientó hacia la sustitución
de la acción humana por la acción mecánica y de la energía del hombre por la
fuerza animal e hidráulica. Es cierto que la artesanía medieval no consiguió
nada que no hubieran podido realizar los artesanos griegos o romanos, pero a
estos les faltaba el incentivo de
aquellos: la necesidad de realizar mayor trabajo con menos esfuerzo humano"[56].
Semejante incentivo existente en la Europa de aquellos siglos y no en la del
esclavismo romano, como hemos visto anteriormente, nacía de las exigencias de
la ley del valor-trabajo que ya crecía fieramente unida al crecimiento
simultáneo de la economía mercantil y de sus exigencias a los artesanos.
Mientras tanto, la separación entre 'sciencia' y 'ars' era algo
socialmente admitido, como se confirmo en las discusiones entre los arquitectos
franceses y los albañiles lombardos durante la construcción de la catedral de
Milán en el siglo XIV[57],
por poner un ejemplo. Pero según avanza el siglo XV, y en estrecha unión con el
crecimiento de la economía comercial, ocurre que, con palabras de L. Mumford:
"el invento y el control estricto obraron recíprocamente"[58].
¿Qué quiere decir "control estricto"? Pues que la sociedad europea ya
no estaba en condiciones de seguir pensando la temporalidad con la laxitud de
los siglos medievales, sino que desde la irrupción del capitalismo comercial el
tiempo iba adquiriendo un valor económico creciente que exigía un "control
estricto" creciente. Todos conocemos la importancia que Mumford otorga al
reloj -"El reloj, no la máquina de vapor, es la máquina-clave de la
moderna edad industrial"[59]-
y tiene razón porque el reloj es el definitivo instrumento del poder para maximizar
la ley de la productividad del trabajo.
6.- EXPLOTACIÓN
Y ORDEN TECNOLÓGICO BURGUÉS.
Mas el control estricto necesita, para aplicarse, de la existencia de
imperativos socioeconómicos y de estructuras de poder que lo apliquen
abiertamente. Este contexto se fue imponiendo a lo largo del siglo XVI
dependiendo del desarrollo desigual del capitalismo europeo. D. Rei lo expone
así:
"En Inglaterra y
Holanda la relación entre artesanos, mundo científico y compañías comerciales
fue muy estrecha: en las primeras escuelas de navegación, matemáticas,
astronomía y técnicas náuticas se unían alrededor de problemas como la
determinación de las distancias; el magnetismo fue estudiado por Gilbert en
base a las observaciones de Robert Norman, fabricante de brújulas; el primer
traductor inglés de Euclides, el astrónomo John Dee (1527-1608), técnico de la
compañía marítima Moscovia-Catay, puso su colección de instrumentos a
disposición de los viajeros, que en la época de Elizabet I estimuló a recorrer
todas las rutas. La defensa de las profesiones mecánicas (o
"industriales") era ya costumbre en una sociedad donde aparecían, por
vez primera los inventores de profesión (los "proyectistas"). En la
propiedad de explotación de las patentes, la monarquía absoluta tenía que
competir contra los parlamentarios burgueses. Por el contrario, el senado de la
ciudad alemana de Dantzing proponía, en 1579, condenar a muerte al inventor de
un telar capaz de tejer en poco tiempo gran cantidad de tejidos..."[60].
Comportamientos tan opuestos como el alemán y el inglés a finales del
siglo XVI muestran los efectos del desarrollo desigual y combinado en la
evolución del capitalismo, y muestran también la importancia de las decisiones
colectivas e individuales en ese desarrollo, es decir, del factor subjetivo en
la historia. Me interesa detenerme un instante en esta cuestión porque es vital
en las relaciones entre el capitalismo y las tecnologías ya que hunde el mito
mecanicista del desarrollo tecnológico. Son los intereses sociales contradictorios
los que orientan, dentro de condiciones objetivas más o menos moldeables, las
grandes decisiones humanas.
Por ejemplo, un hecho como saqueo brutal por el ejército español de la
opulenta ciudad de Amberes en 1576, que expresa el inicio de la decadencia de
los Austria y la necesidad de recurrir a esos métodos expoliadores tan feroces,
fue interpretado de manera muy correcta por la ascendente burguesía europea de
modo que ésta optó conscientemente por trasladarse a Amsterdam con
repercusiones cualitativas sobre el
capitalismo. W. H. McNeill lo expresa así: "Ese rápido cambio de
emplazamiento de la actividad financiera fue consecuencia de las acciones de un
gran número de particulares que decidieron que sus bienes y su dinero estarían
más a salvo en Holanda, donde los burgueses tenían el control político, que en
Amberes, ciudad gobernada por los españoles. Decisiones privadas de esta
naturaleza hacían que el capital pudiera emigrar muy rápidamente a lugares
donde se consideraba que los costes de protección eran los mínimos. Los
capitalistas que no lograron escapar de los lugares sometidos a una fuerte
presión fiscal, pronto vieron sus recursos muy menguados"[61].
La capacidad de traslación rápida de los capitales privados de un lugar
a otro, superando obstáculos que ahora nos parecen increíbles, es una constante
del capitalismo que conviene no olvidar porque, como veremos en el estudio de
la famosa "globalización", actualmente se repite sin dar un salto
cualitativo sino sólo un aumento de velocidad. Pues bien, la aceleración de la
velocidad de movimiento del capital se explica mediante la dialéctica entre las
leyes "endógenas" y las "exógenas". No hace falta recurrir aquí a las obras maestras de
Marx y Engels como ejemplos, ni tampoco a las aportaciones enriquecedoras de
Wallerstein y otros autores, para comprender esa dialéctica, aunque ahora sí
queremos reseñar tres factores de peso
especial por su importancia como son, uno, la experimentación técnica en todo
lo relacionado con lo militar; otro, la propagación del mecanicismo como síntesis social causada
por el impacto creciente de la técnica mecánica en el conocimiento occidental
y, por último, la aparición y expansión del consumo más allá de la subsistencia
y de la reproducción de la fuerza de trabajo. Estos factores, entre otros, han
sido muy importantes en la evolución de la tecnología capitalista.
El primero, el militar, no tuvo sólo influencias mediante los avances
técnicos en las armas aunque estas fueron innegables, sino sobre todo por el efecto
global que supuso para la sociedad el conjunto de cambios burocráticos,
administrativos, contables, fiscales, mineros, de transportes, educativos,
etc., al desarrollarse la llamada "revolución militar". Recordemos
que, siguiendo a G. Parker[62],
esta "revolución" comenzó en los decenios de 1530 y 1540 y dio otro
salto entre 1672-1710. Casi dos siglos en los que la totalidad de las
estructuras de poder evolucionaron en inseparable relación con los avances
técnicos militares, con las tecnologías que creaban y con sus efectos sobre el resto de la vida
colectiva.
Mumford es tajante: "En cada fase de su desarrollo moderno fue más
bien la guerra que la industria y el comercio, la que mostró en plan general
los principales rasgos que caracterizan a la máquina. El levantamiento de
planos, el uso de mapas, el plan de campaña --mucho antes de que los hombres de
negocios idearan los diagramas de organización y de ventas-- la coordinación
del transporte, los suministros y la producción (mutilación y destrucción), la
amplia división entre caballería, infantería y artillería, y la división del
proceso de producción entre cada una de dichas ramas; finalmente, la distinción
de funciones entre las actividades de la plana mayor y las del campo, todas estas características
colocaron al arte de la guerra muy por delante
de los negocios o de la artesanía con sus mezquinos, empíricos y faltos
de perspicacia métodos de preparación y operación. El ejército es de hecho la forma ideal hacia la cual debe tender un
sistema industrial puramente mecánico"[63].
La necesidad de orden, precisión, optimización de recursos y máximo
control posible de la incertidumbre, obsesiones características de los
ejércitos de Sumer a Roma, pasando por China, reaparecieron con fuerza en otras
sociedades, por ejemplo en la mongola de Gengis Khan[64]
al comienzo del siglo XIII, pero no fue hasta comienzos del siglo XVI en Europa
cuando la obsesión por el orden encontró la base material para su definitiva
aceptación en la síntesis social que es el conocimiento colectivo. Base
material imposible de eludir por lo que: "En primer lugar estudiaremos la
técnica militar, porque los contemporáneos
le concedieron mucha mayor atención que a las demás. Es sabido que había
en Europa noblezas, cuyo origen se remontaba a las noblezas militares de la
Edad Media, y para quienes el ejercicio de las armas era la profesión noble por
excelencia; pero la atención que le prestaban era también manifestación de una
necesidad permanente: el Estado que no posee un ejército poderoso desaparece
muy pronto; sólo el arte militar puede garantizar a los pueblos la existencia,
la independencia y la seguridad, bienes fundamentales sin los cuales no pueden
existir otros"[65].
Los Estados de aquella época debían
luchar a muerte por su supervivencia porque la economía capitalista
pre-industrial avanzaba como una marea arrasadora en la mundialización del
mercado y de la expoliación. G. Rudé nos ha legado un brillante capítulo
-"las guerras y la expansión europea"[66]-
en el que explica el papel decisivo de la guerra tanto en las contradicciones
entre nobleza decadente y burguesía ascendente en el siglo XVIII, como de las
tensiones internacionales de los Estados europeos y las repercusiones de ambos
en la expansión del capitalismo europeo.
7.- RACIONALIDAD PARCIAL E IRRACIONALIDAD GLOBAL.
Son estas exigencias contextuales las que determinan que los Estados y
las clases dominantes, con sus contradicciones mutuas y más o menos
conscientemente según los casos, desarrollen una concepción que une indisolublemente
el mecanicismo con el cientifismo a lo largo de un proceso que crece en el
siglo XVII y triunfa definitivamente en el siglo XVIII. Se trata de lo que H.
Butterfield define como el "universo-máquina"[67]
y que no hubiera triunfado sin la fundamental experiencia adquirida por las
innovaciones técnicas militares, que no sólo en la producción civil. Tanto en
una como en otra, es decir, en la propia práctica material directa o
indirectamente productiva, palpitaba con fuerza imparable la necesidad de
racionalización y control de cara a algo básico que distancia esencialmente al
capitalismo de todos los modos de producción anteriores, como es el ahorro
destinado a la inversión productiva que, a su vez, busca aumentar la
acumulación ampliada del capital. Marx definió a esta identidad en movimiento
como "autoexpansión del capital" y ella fue la que determinó el
surgimiento de la necesidad del orden, del ahorro del tiempo y de la reducción
del gasto improductivo en todos y cada uno de los eslabones del proceso productivo
capitalista. Esto mismo, trasladado a la ciencia, es en lo que insiste P.
Thuiller cuando citando a Mersenne narra la obsesión de la época por evitar
"gastos excesivos" y "gastos inútiles"[68].
El universo-máquina que exige reducir los gastos inútiles en la
producción, exige a su vez que la venta de esa producción mantenga la velocidad
de la máquina pues de lo contrario se paralizaría la rotación del capital y
sobrevendría la crisis. Lo que ahora se denomina consumismo es la derivación
lógica de las presiones de esa velocidad de rotación con la que se mueve el
universo-máquina capitalista. Sombart [69]
ya demostró hace tiempo la importancia del consumo de lujo en el capitalismo,
pero del gasto suntuoso al consumo de masas que toma velocidad a finales del siglo
XVIII como muestra P. Burke hay un salto que conviene citar porque no sólo se
dio una simplificación de la técnica de producción para acelerar y multiplicar
las mercancías lanzadas al mercado, sino que incluso se vivió una
"comercialización del ocio" pues los empresarios vieron que aumentaba
la demanda de consumo de ocio que daba crecientes beneficios[70].
Con dos siglos de antelación a los debates actuales sobre la comercialización
del ocio y sobre el efecto de la globalización en los cambios culturales y
cotidianos, el capitalismo preindustrial del siglo XVIII ya había sentado las
bases permanentes del problema.
Pues bien, estos tres factores ya asentados a finales del siglo XVIII
exigieron y a la vez facilitaron una tremenda explotación intensiva y extensiva
de las clases trabajadoras, de la fuerza de trabajo social con efectos
profundos en la evolución técnica y económica. Ya a comienzos del siglo XIX:
"Las demandas militares a la economía británica contribuyeron notablemente
a configurar las bases subsiguientes de la revolución industrial, permitiendo
la mejora de las máquinas de vapor y posibilitando innovaciones tan decisivas
como el ferrocarril y los barcos de hierro en un época y unas condiciones que
simplemente no habrían existido sin el impulso dado a la producción de hierro
por la guerra"[71].
Todo el siglo XIX fue una confirmación de la característica
genético-estructural del capitalismo en lo que concierne a la necesidad de
maximizar la rentabilidad, de ahorrar tiempo y de reducir gastos inútiles:
"La técnica se aplica asimismo a acrecentar la potencia del aparato
térmico: disminuye el inconveniente de los puntos muertos en el recorrido del
pistón, reduce la condensación en el cilindro, aumenta la superficie de
calefacción, recorre al doble, triple o cuádruple escape con el sistema
compuesto o 'compound'. A pesar de todo,
este motor resulta pesado, molesto, de poca eficacia en relación con el
combustible consumido. No obstante, se calcula que hacia 1890 proporciona a
Europa y América un trabajo equivalente al de mil millones de esclavos"[72].
Una vez más, el ejército es uno de los poderes
que impulsan la tendencia a la racionalización y reducción del gasto
excesivo, y en 1905 "el almirante Fisher, teniendo en cuenta las ventajas
del petróleo, aconseja reemplazar el carbón por el fuel oil. Con igual peso de
combustible el radio de acción queda doblado y desaparece la humareda"[73]
de los barcos de guerra británicos.
Sin embargo, estos avances trajeron inevitablemente efectos terribles
que azotarían profundamente al capitalismo y de los cuales ahora sólo vamos a
detenernos en dos. Uno es el engreimiento chulesco de la sociedad burguesa
europea con respecto al resto del mundo. Headrick lo ha sintetizado así:
"La era del nuevo imperialismo fue la también la época en que el racismo
alcanzó su cénit. Los europeos, en otros tiempos respetuosos con algunos
pueblos no occidentales -especialmente con los chinos- empezaron a confundir
niveles tecnológicos con niveles culturales en general y, por último, con capacidad
biológica. Las conquistas fáciles habían deformado el juicio incluso de las
élites científicas"[74].
No hace falta decir que ese racismo, de
un lado, era la continuación mejorada del profundo desprecio hacia las clases
trabajadoras europeas que esa burguesía había heredado conscientemente y
mejorado del desprecio absolutista y anteriormente feudal, y, de otro lado, que
le venía perfectamente bien para justificar la "misión civilizadora"
del colonialismo y del imperialismo, con las fabulosas ganancias materiales que
obtenía de ellas.
El otro es el agravamiento cualitativo es la crisis ecológica que se
produjo precisamente con la primera revolución industrial, de la que después
hablaremos, y que además de poner en peligro la continuidad de la vida en el planeta,
cuestiona radicalmente la racionalidad capitalista. Es cierto que cualquier
intervención humana afecta a la naturaleza, y que, como se sabe desde hace
tiempo, "toda adquisición de una nueva técnica o una nueva utilización de
una técnica anterior, interdependientemente de su origen, altera la relación
del hombre con los organismos que lo rodean y cambia su posición en la
comunidad biótica"[75].
La industrialización capitalista dio un salto en ese cambio de posición del ser
humano en la comunidad biótica y aunque las concepciones que justificaban la
dominación del ser humano sobre la naturaleza vienen en antiguo, como indica
Hughes[76],
el modo de producción capitalista ha supuesto un cambio brusco e intenso sin
parangón. Un cambio brusco en el que, de nuevo, la relación
"guerra-ciencia-tecnología"[77]
ha sido y están siendo --según se vuelve a confirmar actualmente con las armas
que usan uranio empobrecido-- uno de los factores determinantes.
¿Cómo se explica entonces la destrucción de la naturaleza teniendo en
cuenta la obsesión por reducir el gasto inútil, por racionalizarlo todo para
evitar el despìlfarro improductivo? La respuesta de Marx, confirmada por la
galopante catástrofe ecológica, es que la racionalidad funciona sólo a escala
del empresario aislado, de la empresa en su funcionamiento particular, en donde
debe optimizar lo más posible para obtener la mejor competitividad posible.
Pero ya en el mercado igualador, lo que es racionalidad aislada deviene en
irracionalidad colectiva porque, aquí no se trata de la suma de factores
aislados sino del efecto sinérgico contrario al individual porque el
capitalismo es antes que nada un sistema de producción y no una suma de astutas
alimañas burguesas. O dicho en sus propias palabras: "La producción capitalista
es siempre, pese a su tacañería, una dilapidadora en lo que se refiere al
capital humano, del mismo modo que en otro terreno, gracias al método de la
distribución de sus productos por medio del comercio y a su régimen de
concurrencia, derrocha los recursos materiales y pierde de un lado para la
sociedad lo que por otro lado gana para el capitalista individual"[78].
La razón por la que la catástrofe ecologista ha confirmado la respuesta
de Marx radica en lo que M.A.
Martínez-Echevarría define como el "código genético" de la empresa:
su obsesión y necesidad de ganar siempre más dinero y la competencia a muerte
que ello motiva:
"En cuanto una
empresa empieza a ganar cada vez más dinero, inmediatamente le saldrá una o varias competidoras que con
una "profundización en la división técnica del trabajo" lograrán ir
limando los beneficios mutuos, hasta que de hecho ya no exista posibilidad de
ganancias en ese tipo de actividad (...) Las "empresas" pierden toda
referencia con la totalidad y se parcializa. Una "empresa" adquiere
una especie de "miopía" que sólo le permite ver los aspectos de la
realidad que son inmediatamente monetarizables, Toda información que no sea
inmediatamente traducible a dinero es en principio irrelevante para la
actividad de la empresa. Mediante la contabilidad, una técnica de traducción a
términos monetarios, todas las actividades de la empresa, como el trabajo de
los obreros, las materias primas, los transportes, la publicidad, la
implantación de una nueva tecnología, etc., son valorados en términos
económicos. Esta visión unidimensional y la presión de la competencia obligan a
un continuo disminuir de costes y
aumentar los ingresos. Desde un punto de vista productivo esto lleva a elegir
tecnologías que abaraten el producto, lo cual suele representar producciones a
mucha mayor escala, mucho más acelerada, y con menos costes.
Por desgracia, la
"empresa" no sólo incrementó la gravedad y magnitud del problema
ecológico, sino que introdujo una manifiesta actitud unidimensional o
antiecológica. Es muy significativo a este respecto observar que el cambio del
sentido de la propiedad es hacia un sentido más monetario o de mayor liquidez.
Primero las tierras, y luego los hombres, son convertidos en mercancías, es
decir, en medios para la producción, en "factores productivos". Todo
es más "liquidable", más convertible en dinero, que, como hemos
visto, es la "nueva producción" de la "empresa". Por eso la
"empresa por antonomasia" del nuevo sistema productivo, introducido a
partir del siglo XVII, es "la banca", que "produce dinero a
partir de dinero", A pesar de sus apariencias, la "producción
financiera" es el más antiecológico de todos los procesos productivos, ya
que al ser la más radical y abstracta de las unidimensionalidades de que es
capaz la razón humana, plantea un mayor enfrentamiento con la
multidimensionalidad de la corporalidad humana"[79].
En síntesis, se trata de optar, como dice J. Roca Jusmet, por la
rentabilidad a corto plazo frente a
conservación a largo plazo: "Las decisiones económicas tienden a
infravalorar el futuro y dan más importancia al corto plazo por la sencilla
razón de que el dinero tiene un precio (como refleja el tipo de interés de los
préstamos) (...) El capital, no comprometido con ninguna actividad económica
particular sino, como enfatizaba Marx, con el objetivo abstracto de obtener el
máximo beneficio puede actuar de forma perfectamente "racional"
destruyendo un recurso renovable aunque
ello suponga la imposibilidad de obtener ingresos futuros explotando dicho
recurso"[80]. Pero, aunque en la
extensa obra de Marx y Engels abundan
las razones de esa disolución de la racionalidad parcial en la irracionalidad
global del sistema, y E. Mandel ha recopilado algunas de ellas en un texto que
recomiendo[81], sin embargo no prestaron
la atención suficiente al profundo cambio que existe entre los procesos
cíclicos --y emergentes-- de la biósfera y los lineales de la tecnósfera
industrial. Riechmann lo expresa así:
"Este predominio de
los procesos lineales es característico de la tecnósfera en las sociedades
industriales: en las sociedades agrarias que las precedieron, la tecnósfera se
basaba más bien en procesos cíclicos (lo cual, de todas maneras, no implica que
no conociesen problemas ecológicos graves). A grandes rasgos, la Revolución
industrial puede pensarse como la
transición desde una economía de
flujos en las sociedades agrícolas tradicionales a una economía de acervos o
stocks en las sociedades industriales, o
de una economía de base orgánica a otra
industrial. Mientras que la economía agrícola es esencialmente una
economía de la superficie terrestre impulsada por la energía solar (que hace
crecer los cultivos y los bosques, mueve los molinos de viento y de agua,
etc.,), en las sociedades industriales hasta hoy conocidas encontramos una
economía del subsuelo movida por combustibles fósiles. De forma metafórica,
podemos describir la Revolución industrial como un proceso mediante el cual las sociedades se alejan del sol para
hundirse en el subsuelo: un titánico fototropismo negativo"[82].
No puedo extenderme ahora sobre la evolución de la tecnología durante
el siglo XX por razones obvias de tiempo y espacio, pero el salto que voy a dar
no se produce en el vacío porque precisamente el tema que sigue enlaza en directo
la última década con la primera de este siglo.
8.- PERMANENTE GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA.
¿Cuántas definiciones existen de "globalización"? Casi tantas
como investigadores, periodistas o simples charlatanes han querido escribir
sobre el tema. ¿No será incluso mejor rescatar el de "neoglobalismo"
que ya se utilizaba a finales de los ochenta? Pienso que sí, y pienso además
que fue abandonado por dos razones, una, porque el hundimiento de la URSS
supuso el descrédito transitorio del marxismo y otra, la fundamental, porque su
contenido teórico era inaceptable para el poder burgués. Así, V. Bushuev [83]
demostraba los terribles efectos del neoglobalismo estadounidense sobre Latinoamérica en la década de los ochenta.
Por otra parte, hablar de neoglobalismo indica reconocer que ha habidos otra u
otras fases del globalismo capitalista, que es lo que ciertamente ocurre. Tiene
razón J. Petras cuando explica los tres modelos de globalización: el primero
comenzó en el siglo XV con el crecimiento del capitalismo y su expansión de
ultramar; el segundo se desarrolló en torno al comercio entre imperios y el
tercero, a diferencia del pillaje, inversiones extractivas y préstamos, la globalización actual supone el comercio
internacional, y Petras concluye:
"En resumen, "la globalización no es un fenómeno
nuevo: es un nuevo nombre que subsume diversos procesos sociopolíticos y
económicos. Los orígenes históricos imperiales han permanecido sumidos en una
matriz en la que los nuevos Estados y actores compiten por un acceso
privilegiado a las redes y al respaldo estatal. Actualmente, las principales
agencias, las corporaciones multinacionales, desempeñan los papeles que
representaban anteriormente las compañías comerciales: integrar y apropiarse de
los recursos, así como explicar a la
mano de obra barata. Hoy, los Estados imperiales extraen los recursos
domésticos (de los empleados y contribuyentes) para financiar la expansión en
el exterior. Por lo tanto, en el norte y en el sur, la fuerza de trabajo está
explotada: los anteriores proyectos del norte financian la expansión actual en
el sur"[84].
Resulta obvio que, por un lado, la intelectualidad dominante no quiera
airear estas y otras tragedias causadas por el neoglobalismo, y que, por otro
lado, menos aún quiera teorizar sus causas porque al investigar sus orígenes se hubieran encontrado con los
escritos de un tal Marx que ya en 1848 describía la globalización con una
palabras que para sí quisieran los actuales propagandistas del Fondo Monetario
Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, etc.:
"Mediante la
explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas
industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no
empleas materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más
lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio
país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades,
satisfechas por productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman
para su satisfacción productos de los países más a apartados y de los climas
más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y
naciones se establece un intercambio universal, una interdependencia universal
de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la
intelectual (...) Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a
adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada
civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se foja un mundo a
su imagen y semejanza (...) Las provincias independientes, ligadas entre sí
casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras
diferentes han sido consolidadas en una
sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera"[85].
Podríamos decir que el neoglobalismo es la adecuación de las
características esenciales del capitalismo a sus necesidades de finales del
siglo XX, del mismo modo en que otros autores hablan del
"neoimperialismo", como veremos, para adecuar las características del
imperialismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX a sus necesidades actuales, e incluso otros
hablan del "neocolonialismo" para referirse a la dialéctica de la
continuidad y del cambio del colonialismo de antes de finales del siglo XIX a
la situación actual. Siempre dentro de
la lógica del capitalismo como modo de producción histórico que adquiere formas y fases concretas así como niveles ideológicos, políticos,
económicos y tecnocientíficos diversos e interrelacionados, podríamos también hacer interesantes matizaciones entre
neoliberalismo, neoglabalismo y neoimperialismo, pero no es este el momento
para ello, así que en aras de la brevedad me limitaré a la definición
"oficial", en el sentido de representar la estrategia
socialdemócrata, citaré a J. Estefanía:
"La globalización es
la principal característica del postcapitalismo. Se trata de un proceso por el
que las economías nacionales se integran progresivamente en la economía
internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados
internacionales y menos de las políticas de los
Gobiernos. Ello ha traído mayores
cotas de bienestar en muchos lugares, pero también una obligada cesión del
poder de los ciudadanos, sin debate previo, sobre sus economías y sus
capacidades de decisión, en beneficio de unas fuerzas indefinidas que atienden
al genérico de 'mercados'. La globalización será, pues, otro hito histórico,
tras la caída del 'socialismo real' y la autoanulación de los paradigmas
alternativos al capitalismo. Esta globalización, que enlazará dos milenios, es
una realidad parcial pues no llega a amplias zonas del planeta como, por
ejemplo, el continente africano; alguien ha denominado también a este proceso
como 'mundialización mutilada'". Y como ejemplo de
"postcapitalismo" el autor nos remite a la crisis mexicana iniciada a
fines de 1994[86].
Bien es cierto que este libro está editado antes de la crisis de verano
de 1997, y que por tanto el autor no pudo introducir esa crisis y sus
consecuencias en su texto, pero eso no nos impide utilizarlo porque, de un
lado, la crisis mexicana anunciaba la crisis posterior; de otro lado, la crisis
mexicana era con sus características propias la continuación de la crisis rusa
y de todo el Este europeo desde finales de los ochenta y, por último, también
desde finales de los ochenta el capitalismo japonés, entonces el segundo más
poderoso del planeta, había empezado a caer en una crisis de la que todavía,
doce años más tarde, no ha salido. Digo esto porque, por una parte, muestra la
superficialidad del texto de Estefanía al no centrar la globalización en el
ahondamiento de la crisis mundial y en los esfuerzos estratégicos de EEUU para
recuperar su hegemonía mundial; por otro lado, pese a las críticas puntuales y
tópicas a los "costos sociales" de los "nuevos problemas"[87],
sus propuestas son típicamente reformistas y, por último, porque los tópicos y
lugares comunes que achaca al marxismo[88]
muestran su profunda incomprensión de lo que es el modo de producción
capitalista. Sin embargo, para entonces las críticas a la globalización eran
muy conocidas, destacando entre otras, la de Barnet y Cavanagh sobre un
problema histórico del capitalismo de todos los tiempos como es el de las
crisis de sobreproducción y las medidas que las burguesías han tomado para
evitarlas o solucionaras; pero la diferencia radica en que mientras Estefanía
habla de "postcapitalismo" estos autores hablan de "producción
en serie en los tiempos posmodernos"[89].
Pero el tema que tratamos hoy, el de las relaciones entre la
globalización y las nuevas tecnologías, nos impone una serie de restricciones a
la hora de hacer una crítica más amplia del texto citado arriba, y ya que
debemos ceñirnos vamos a tocar, en primer lugar, el problemas de las relaciones
entre los capitalismo estatales y la economía mundial porque es uno de los
puntos fuertes de la interpretación reformista de la globalización --también
hay una interpretación reaccionaria en la que no nos extendemos-- pues sirve
para justificar que los gobiernos socialdemócratas apliquen políticas
económicas antiobreras. Con la excusa de que la "economía nacional"
está cada vez más supeditada a la economía mundial, el gobierno de turno puede
y debe imponer "austeridad" a los
trabajadores para mantener la capacidad competitiva de la "economía
de todos". Este argumento es una trampa que se basa en la falsificación
del capitalismo histórico, que es un modo de producción en el que la dialéctica
entre las partes y el todo es dialéctica y sinérgica por esencia.
De entrada, no es correcto hablar sólo de dos polos extremos, el
estatal o el "nacional" y el mundial o internacional, el segundo de
los cuales casi ha fagocitado ya del todo al primero, sino que siempre hay que
recurrir a las llamadas "economías regionales", áreas que
frecuentemente superan a los Estados, o relacionan a varias regiones
fronterizas, etc., como insiste P. Mathias[90].
También en una versión reformista de la globalización informacional, como la de
M. Castells, se sostiene que "la globalización estimula la regionalización
(...) las regiones y localidades no desaparecen, sino que quedan integradas en
redes internacionales que conectan sus sectores más dinámicos"[91].
Incluso cuando esas áreas regionales son débiles porque están situadas en zonas
poco importantes o entre grandes Estados, incluso así todavía sigue operando la
gran importancia de esos Estados en sus relaciones con la economía mundial[92].
Para las naciones oprimidas como la vasca, y encima repartidas entre
dos Estados ocupantes como el español y el francés, esta tendencia más o menos
lenta según circunstancias que no podemos exponer aquí a la regionalización
económica situada entre los polos extremos, tiene una importancia obvia que,
antes que nada, demuestra lo fundamental que es el disponer de poder
político-económico unitario independiente. Pero este es un problema imposible
de entender por Estefanía en cuanto intelectual orgánico del imperialismo
español que trabaja en uno de sus medios de producción ideológica más
influyentes.
P. Kriedte explica así esa dialéctica: "Los hilos del sistema
capitalista mundial, cuyos comienzos se remontan hasta el siglo XVI y que en el
XVIII no sólo "internalizó" regiones hasta entonces externas sino que
además ganó consistencia interna, confluían en Europa. Los capitales
comerciales europeos los entrelazaban y los tendían alrededor de la tierra. El
mundo de ultramar fue integrado en un sistema de intercambio cuyas leyes eran
determinadas por las metrópolis europeas. Su contenido eran la discriminación,
una división del trabajo imperial, por principio desigual y dictada por las
necesidades de la metrópolis, y con frecuencia una explotación desembozada. El
sometimiento de la periferia a las exigencias reproductoras de las metrópolis
no careció de importancia para la revolución del aparato productivo
manufacturero en Europa, pero llevó al estancamiento y el retraso al mundo
subdesarrollado y colonial"[93].
Estamos por tanto ante un capitalismo siempre en movimiento y dividido entre
centro hegemónico, semiperiferia, periferia y arena exterior dentro de una
totalidad de economía-mundo por utilizar ahora sin mayores precisiones el
instrumental teórico de Wallerstein y otros investigadores. Dentro de esa
mezcla de presiones y fuerzas es fundamental la intervención de los Estados,
que no ha desaparecido, sino que se ha adoptado a los cambios, como siempre
sucede en el capitalismo real.
Por su parte. G. Arrighi, ha estudiado la evolución de las crisis
capitalistas y el papel jugado en ellas por el capital comercial excedente e
improductivo, que al acumularse en exceso necesita buscar salidas más o menos
desesperadas, y tras analizar la actual situación mundial, afirma que:
"Esta configuración peculiar del poder mundial parece adecuarse
excelentemente para formar otra de aquellas "alianzas memorables"
entre el poder de las armas y el poder del dinero que han impulsado espacio-temporalmente
a la economía-mundo capitalista desde finales del siglo XV. Todas estas
alianzas memorables, excepto la primera, la ibero-genovesa, fueron alianzas
entre grupos gubernamentales y grupos
empresariales que pertenecían al mismo Estado: las Provincias Unidas, el Reino
Unido, los Estados Unidos. Como observamos anteriormente, a lo largo del ciclo
de acumulación estadounidense la relación de intercambio político que vinculó
la estrategia de obtención de beneficios japonesa con la estrategia de poder
estadounidense ya se asemejaba a la relación ibero-genoivesa del siglo
XVI"[94].
T. Kemp explica así ese entramado entre finales del siglo XIX y
comienzos del XX:
"El crecimiento
equilibrado de la economía británica dependía del sistema multilateral de pagos
que la ligaban a la economía mundial y en su capacidad de adaptación a los
cambios de la demanda de la demanda mundial y de los flujos de pago. La piedra
de toque de todo este sistema estribaba en la existencia de una abundante
participación de capital británico en la economía mundial y en el flujo de
ingresos de ella derivado. Los ingresos provenientes de inversiones anteriores,
unidos a otras ganancias invisibles, permitían a la Gran Bretaña tener un
déficit en la balanza de pagos respecto a otros países avanzados, lo que de
hecho constituía un mercado para sus productos industriales. Al mismo tiempo,
sus superávits respecto a Gran Bretaña les permitía comprar materias primas y
artículos alimenticios procedentes de las principales áreas productoras que se
habían desarrollado con capital británico y con respecto a los cuales Gran
Bretaña mantenía un superávit en la balanza de pagos. En este complejo circuito
de intercambio, como ha apuntado Saul, los ingresos británicos procedentes de
sus inversiones en la India desempeñaron un papel esencial. Entretanto, el
libre comercio británico permitía a otros países vender sus excedentes en el
propio mercado británico, con lo que equilibraban sus déficit respecto a otras
zonas del mercado mundial. En estas circunstancias, surgió una cierta
solidaridad internacional que no impedía, sin embargo, una vigorosa competencia
en la búsqueda de mercados y oportunidades de inversión, ni una tensiones
internacionales cada vez mayores"[95].
Como veremos dentro de un momento, no faltan autores que sostienen que
la situación de EEUU en la actualidad es similar a la de Gran Bretaña hace un
siglo, salvando las distancias, y que la globalización no es sino la estrategia
yanqui para evitar seguir la misma suerte que el imperialismo británico, pero
un siglo más tarde. Estas y otras consideraciones nos llevan precisamente al
problema de la naturaleza del capitalismo como modo de producción que
evoluciona en una dialéctica entre lo regional, lo estatal y lo mundial que es
todavía más vida y sinérgica precisamente en lo relacionado con las
innovaciones tecnológicas y sobre todo con las revoluciones industriales. No
podemos extendernos ahora en la evolución anterior tanto de la tecnología como
de las revoluciones industriales porque nos
llevaría demasiado lejos, aunque sí queremos insistir, por su
importancia para el tema que tratamos, en las características permanentes de
las revoluciones industriales, dado que buena parte de la interesada confusión
conceptual sobre la "nueva economía", la interpretación reformista de
la globalización, etc., surge de una lectura muy superficial del actual
contexto capitalista, caracterizado, entre otras cosas, por estar viviendo su
tercera revolución industrial. Las constantes de todas ellas son, según M.
Cazadero: "tres grandes conjuntos: la estructura de innovaciones
tecnológicas, la renovación de la sociedad destinada a implementar el proceso
industrializador y el cambio global en la economía planetaria"[96].
9.- NEOIMPERIALISMO GLOBAL ESTADOUNIDENSE.
Tienen razón I. Brunet y A. Belzunegi cuando en uno de los mejores
resúmenes sintéticos realizados hasta ahora sobre la globalización insisten en
que es un concepto engañoso y polisémico que sirve para casi todo, pero que, en realidad y según la
mayoría de los análisis desde la izquierda, nos remite a las constantes
esenciales del capitalismo desde el siglo XVI y sobre todo desde finales del
XVIII y comienzos del XIX[97].
Desde esta perspectiva y según mi opinión, la globalización es la agudización
de las contradicciones capitalistas que dieron un salto en el imperialismo y
que ahora, un siglo después, son sometidas a mayores presiones porque este modo
de producción no ha podido resolver sus fallas históricas pese al hundimiento
de la URSS, sino al contrario.
Siempre dentro de esta visión panorámica la globalización expresa la
dialéctica inherente al capitalismo
entre sus fuerzas "endógenas", estricta y puramente económicas y sus
fuerzas "exógenas", es decir, sociopolíticas y militares, de modo que
el resultado de esa dialéctica siempre es económico-político en la síntesis
concreta, material e histórica, pero en
el momento del análisis hay que saber diferenciar transitoria y momentáneamente
cada uno de los niveles. Así, la globalización responde tanto a la tendencia a
la autonomía y separación creciente del capital financiero con respecto a los
capitales industrial y comercial, tendencia ya analizada por Marx en sus
investigaciones sobre la importancia del crédito[98],
por Lenin y otros muchos autores en sus estudios sobre el imperialismo y la
tendencia al aumento de la "clase rentista", y por Trotsky en sus
análisis sobre la crisis de los treinta,
del New Deal y de determinados componentes del fascismo; como, además de estas
tendencias endógenas, a las fuerzas exógenas, sociopolíticas y militares de las
burguesías del capitalismo desarrollado,
y muy especialmente la de los EEUU para recuperar su poder hegemónico debilitado en la década
de los setenta.
Desde su óptica, S. Strange ha estudiado el descontrol financiero a
partir de determinados cambios técnicos e informáticos que facilitaron el
despegue incontrolable de la financierización en la década de los ochenta.
Afirma que la innovación en ordenadores, chips y satélites ha permitido que la
economía financiera adquiera una velocidad y omnipresencia tales que se ha
impuesto sobre las restantes. Ahora bien, este análisis tecnológico no sirve de
mucho si no va acompañado de una síntesis político-económica porque, como la
autora dice: "La gente innova para obtener beneficios. Pero los beneficios
no son sólo una cuestión económica. La oportunidad de extraer un beneficio de
la innovación viene dada, o negada, por la autoridad política de un tipo u
otro"[99]. Por "autoridad
política" yo entiendo el poder de la burguesía y más en concreto, la
estrategia de salida de la crisis que el capitalismo arrastra desde comienzos
de los setenta.
Pues bien, como afirma X. Arrizabalo, si se puede hablar con rigor de
globalización es en el sentido de "la globalización del ajuste" que
se ha materializado en estos elementos: "En primer lugar, está la
vinculación entre la influencia de la crisis mundial y la opción por estas
políticas de ajuste; la prioridad concedida a las políticas de privatización,
desreglamentación y apertura externa, más allá de los ritmos e intensidades de
sus aplicaciones respectivas, fruto de las propias resistencias que generan; en
tercer lugar, los resultados económicos y sociales que provocan, de magnitudes
diferentes según los casos, pero de contenido idéntico; finalmente, y vinculado
a los anteriores, figura el significado histórico de estos procesos (...) Para
los cuatro elementos citados, pero especialmente para el primero y el último,
la cuestión central es su dimensión mundial"[100].
La influencia de la crisis mundial ha sido especialmente dura contra la
hegemonía norteamericana y esta es una de las razones que explican el que
financierización, en cuanto una de las características fuertes de la
globalización, haya sido especialmente impulsada por los EEUU y Gran Bretaña.
Esta tesis, con la que estoy de acuerdo, es defendida entre otros por E.
Palazuelos que muestra el conjunto de medidas tomadas por EEUU e impuestas de
un modo u otro al resto de potencias y luego a la economía mundial. Ahora bien,
además de ser esto cierto, más importante es lo que el autor afirma sobre la economía capitalista: "Evidentemente
no se trata de atribuir al fenómeno de la financierización la responsabilidad
exclusiva del freno que experimenta el crecimiento económico, puesto que
existen otros elementos que también lo están condicionando (...) entre otros
factores, cabe señalar: a) las nuevas características que adopta el progreso
técnico y su difusión irregular entre los países y los sectores de la economía;
b) las condiciones de rentabilidad de las empresas ocupadas en la producción de
manufacturas; c) la rápida terciarización de la actividad económica en los
países desarrollados; y, d) los
profundos cambios socioculturales que se suceden en esos países"[101].
Estados Unidos se encontraba sumido en la década de los setenta en una idea pesimista según la
cual su retroceso en la hegemonía mundial era similar al que padeció Gran
Bretaña un siglo antes. Sin ser exhaustivos, desde una perspectiva burguesa
progresista ya a finales de los cincuenta hubo una crítica significativa contra
las políticas occidentales y en concreto la estadounidense en lo relacionado
con el poder militar y los efectos de la segunda revolución industrial, crítica
que advertía de las consecuencias negativas para Occidente de no variar, entre
otras, la política de ayuda al Tercer Mundos y de no controlar los
"efectos negativos" de la militarización de la industria tecnológica
y de la economía en general[102];
posteriormente desde una perspectiva marxista hubo varios debates al respecto
ya desde finales de los sesenta[103]
que sería interesante pero imposible recordar aquí, aunque una de las obras más
popularizadas por su etilo superficial y
fácil fue la de Paul Kennedy de
finales de los ochenta en la que reconocía que la "relativa
decadencia" era debida, entre otras
cosas, también por: "La relativa decadencia industrial del país, medida en
relación con la producción mundial, no sólo
en viejas manufacturas como tejidos, hierro y acero, construcción de buques y
productos químicos básicos, sino también -aunque es mucho menos fácil juzgar el
resultado final de este igualado combate industrial-tecnológico- en robótica,
aeroespacio, automóviles, máquinas-herramienta y ordenadores (...) El segundo,
y en muchos aspectos menos esperado, sector de decadencia es la
agricultura"[104].
Las razones que explican la decadencia relativa hay que buscarlas tanto
en las dificultades internas de aquella economía como en las opciones
estratégicas de los sucesivos gobiernos estadounidenses según denunciaban poco
después de P. Kannedy autores tan poco izquierdistas como L. Thurow[105].
Aquí es conveniente recordar lo anteriormente expuesto sobre las constantes en
las revoluciones industriales anteriores pues, en lo referente a EEUU, todos
los datos actuales sobre la famosa "nueva economía" reafirman no sólo
la identidad esencial del capitalismo en los tres momentos sino, sobre todo,
demuestran que existe un mito interesado y artificial sobre la influencia real
de las nuevas tecnologías en el capitalismo actual.
Nadie niega la existencia de innovaciones tecnológicas ni su
efectividad en la sustitución del "trabajo vivo", el realizado por
humanos, por el "trabajo muerto", el realizado por las máquinas,
usando la muy actual definición de Marx; pero de ahí, de reconocer el potencial
de las nuevas tecnologías a sobrevalorar intencionadamente su implantación real
hay un abismo que no corresponde con la realidad, tal como demuestran
precisamente en un capitalismo estratégico como el estadounidense, entre otros,
E. Palazuelos al insistir en el "moderado impacto del desarrollo
tecnológico sobre la productividad" y sintetizar las perspectivas de esta
economía que, como mínimo, se enfrenta a cinco dilemas sobre, uno, la caída de
la productividad; dos, la difícil estabilidad
monetaria; tres, los problemas en su inserción exterior; cuatro, las funciones
económicas asumidas e ignoradas por los poderes públicos y, cinco, la acerada y
creciente desigualdad social. Lo malo es que estos dilemas y otros más o menos
secundarios, al entrelazarse generan una
incertidumbre global sobre el futuro que desautoriza el triunfalismo
propagandístico e ideológico[106].
Por su parte, ampliando esta
crítica, V. Navarro confirma que las nuevas tecnologías sólo han impulsado al
sector de los ordenadores y de la manufactura que supone únicamente el 12 % de
economía yanki mientras que el 88 % restante no ha sido afectado por ese
desarrollo y ha retrocedido en su productividad. Más incluso, V. Navarro cita
las investigaciones de Robert Gordon según las cuales en EEUU no se ha
producido una "revolución tecnológica" tal cual la definen los
apologistas de la "nueva economía", sino una cierta innovación que no
es todavía comparable en sus efectos a la de la electricidad, el motor, el
transporte aéreo, el cine, el teléfono o la radio[107].
Más adelante veremos que el retraso de la introducción de las nuevas
tecnologías en la industria estadounidense y capitalista en general, era ya una
tendencia objetiva constata teóricamente con una década de antelación.
Por su parte, M. Bonhomme define así la situación yanki:
"Esta economía
funciona a pleno régimen pero sobre la base, por un lado, del capital mundial
que la financia, como muestra un déficit exterior cada vez más profundo que
alcanza cerca el 4% del PIB americano; de otra parte, del déficit récord del
sector privado americano (rentas menos gastos de las empresas y consumidores)
que alcanza, en 1999, el 6% del PIB (nivel récord desde 1945). Es, por otra
parte, notable constatar que el decenio de 1990 ha visto, tanto en Estados
Unidos como en Canadá, sustituir el déficit privado al déficit público y la
inflación de los activos financieros sustituir a la inflación de los productos
y servicios. Bill Gates y consortes nadan en la prosperidad, por una parte,
gracias al caos mundial provocado por la libre circulación del dólar USA
(apoyado por una amenaza militar y una cultura comercial hollywodiana cada vez
más anestesiante) y, por otra, gracias a la burbuja bursátil que, creando una
riqueza virtual en los hogares más ricos, les incita a consumir sus ahorros
mientras los hogares menos ricos piden prestado más, como consecuencia de tasas
de interés relativamente bajas hechas necesarias, a la vez para dirigir el
capital dinero hacia la burbuja financiera y para sostener el consumo. Así el
círculo queda cerrado"[108].
Crece así, según este autor, una incertidumbre que viene de antes pero
que con la burbuja o globo financiero llega a ser angustiosa. Tal vez sea H.
Zinn el que mejor ha narrado la "otra historia" de los EEUU y su
verdadera situación a mediados de los noventa: "Una seria crisis nacional
como la que existía en los Estados
Unidos a mediados de los noventa, una crisis de pobreza, de drogas, de violencia,
de crimen, de marginación de la política y de incertidumbre por el futuro"[109].Es
en este contexto donde hay que ubicar la
estrategia de respuesta de sus clases dominantes, que no sólo de tal o cual
Administración de Carter, Bush o Clinton.
P. Gowan afirma que: "la pauta contemporánea de interacciones
político-económicas conlleva significantes paralelismos (así como evidentes
diferencias) con la dinámica del sistema
internacional de principios del siglo XX. En ambos casos las unidades claves
para el análisis son las siguientes: el país-líder; los competidores del centro
de la economía-mundo capitalista, las nuevas zonas de crecimiento, las regiones
auxiliares subordinadas y la clase trabajadora (...) En tales circunstancias,
surgían fuertes presiones del interior del centro de la economía-mundo y principalmente
del interior de la economía líder, para prestar atención a regiones que no
formaran parte del centro y aprovechar las oportunidades que la periferia
ofrecía para resolver los problemas internos de la metrópolis"[110]. Estas características se aceleraron o
ralentizaron según las contradicciones que surgen entre los factores
"endógenos" y "exógenos" del capitalismo de modo que, sobre
el desarrollo de las tendencias económicas "internas", EEUU presiona
políticamente desde el "exterior" para recuperar su hegemonía.
Gowan expone así la dialéctica entre lo "endógeno" y
"exógeno": "La globalización y el neoliberalismo se estaban
expandiendo a lo largo del mundo occidental antes del colapso del Bloque
soviético, pero ha sido durante la década de 1990 cuando las Administraciones
estadounidenses han pretendido activamente radicalizar y generalizar estas
tendencias, articulándolas de forma que sometan a otras economías políticas a
los intereses políticos y económicos estadounidenses. Este proceso de sometimiento
se ha perseguido tanto bilateralmente como mediante la reorganización de los
programas de las organizaciones multilaterales, de manera que éstas se conviertan también en
instrumentos de tal estrategia"[111].
Más todavía, el autor resume así el programa estadounidense para lograr un
liderazgo renovado sobre Europa: "La clave de todo el programa
estadounidense consistía en transformar el papel de la OTAN, en subordinar a
los Estados europeo-occidentales a las instituciones multilaterales en el
terreno de la alta política y la seguridad, y en dotar a la OTAN de soberanía
con respecto a la ONU"[112].
Un ejemplo especialmente brutal de la utilización por el
neoimperialismo de la globalización como estrategia expoliadora, lo tenemos en
la reciente reunión del G7(+1) en Okinawa para optimizar la explotación
planetaria. Pero, como explicación histórica del contexto, según dice E.
Toussain:
"Es necesario
levantar el velo que oculta la realidad del endeudamiento del Tercer Mundo: se
trata de un mecanismo de transferencia de riquezas del Sur hacia el Norte.
Según las últimas cifras del Banco Mundial, los PPME, en 1998, han transferido
1.680 millones de dólares más de lo que recibieron de los acreedores del Norte.
Es una barbaridad. Los PPME enriquecen a los países más ricos: ésta es la
realidad. Si ampliamos el campo al conjunto de países en desarrollo, el
escándalo alcanza proporciones inauditas. En 1999, el conjunto de estos países
realizó una transferencia neta de 114.600 millones de dólares en exclusivo
beneficio de los acreedores del Norte Es, al menos, el equivalente a un Plan
Marshall, transferido en sólo un año. Se puede señalar también que el conjunto
de países del Tercer Mundo ha reembolsado (en capital e intereses) 350.000
millones de dólares en 1999 es decir siete veces más que el total de la Ayuda
Oficial al Desarrollo, que sumará ese año unos 50.000 millones de dólares"[113].
Recordemos que el Plan Marshall no sólo era de "ayuda económica" de
EE.UU a la Europa occidental, sino también "ayuda" militar, política
e ideológica para detener la amenaza revolucionaria.
Llagamos así, otra vez, al sempiterno tema de la importancia de lo
militar en el capitalismo y en su tecnociencia, sobre todo en el de los EEUU, que no olvidemos es
"la primera nación deudora del mundo"[114].
Uno de los críticos más serios de las
versiones reaccionarias y reformistas --la famosa de la "tercera vía"
de Gore y Clinton, Blair y otros-- de la globalización es J. Petras que dice:
"La toma de
decisiones en la OTAN ha estado siempre bajo el control norteamericano. Cuando
el gobierno de los Estados Unidos decidió reemplazar al general Wesley Clark en
Yugoslavia, el llamado "secretario general de la OTAN, Javier Solana, se
enteró de la decisión por un periódico. La oposición europea a la dominación
americana de la OTAN refleja el hecho de que las decisiones militares tienen
consecuencias políticas y económicas importantes, que afectan a la suerte de
los intereses capitalistas respectivos. Donde la OTAN interviene, los Estados
Unidos posteriormente establecen o extienden su influencia, sus multinacionales
obtienen una entrada privilegiada, el nuevo régimen dependiente es leal a los
Estados Unidos: en una palabra, la OTAN es un arma del imperio americano. Como
resultado, mientras el capital europeo se extiende mundialmente en competencia
con los Estados Unidos, en la Europa del Este, la ex Unión Soviética, en
Oriente Medio y en otras partes del globo, los líderes europeos han reconocido
la necesidad de crear una fuerza militar independiente, su propia "fuerza
de despliegue rápido", para establecer esferas de influencia europea e
intervenir cuando sus intereses estén amenazados"[115].
No me he extendido por capricho en estas cuestiones sino para hacer más
fácilmente comprensible las enormes ganancias que obtienen los EEUU con su
poder globalizador. M. Durand analizando la relación entre el neoimperialismo estadounidense y las
altas tecnologías, dice:
"Estados Unidos
dispone, en efecto, del poder de hacer financiar la acumulación de su capital
por el resto del mundo. Algunas cifras son necesarias para tomar la medida de
este fenómeno. En 1992, la inversión productiva representaba el 10% del PIB y
ha pasado al 12,5% en 1999: los flujos de inversión superiores a esta barrera
del 10% del PIB representan, una vez acumulados, 250 millardos de dólares. En
el mismo período 1992-1999, el déficit acumulado de la balanza exterior
representa 225 millardos de dólares. Dicho de otra forma, el esfuerzo
suplementario de inversión ha sido financiado en un 90% por el resto del mundo.
Un déficit exterior representa una entrada de capitales y, de forma simétrica,
un excedente comercial implica una salida de capitales. Se pone pues el dedo en
un fenómeno relativamente bien conocido pero que toma desde hace dos o tres
años una importancia renovada: son Japón y Europa quienes financian la
recuperación de la acumulación, en los Estados Unidos. Este desarrollo desigual
de la acumulación basta para afirmar que el modelo americano no es fácilmente
reproducible en todas sus dimensiones"[116]
Pero no quiero acabar este breve repaso del neoimperialismo y de la
neoglobalización impuesta por EE.UU, fundamentalmente, sin tocar el decisivo
problema de la expoliación intelectual del planeta en beneficio del capitalismo
yanki. Una proporción considerable y creciente de lo que Marx define como
"producción espiritual" está realizada en los EE.UU. por fuerza de
trabajo no estadounidense "robada", como muy bien denuncia la revista
cubana Gramma a sus pueblos de origen. Precisamente cuando la tecnociencia cono
parte interna del capital constante y de las fuerzas productivas adquiere cada
vez más importancia, la esquilmación y el expolio intelectual es uno de los
objetivos básicos del conjunto de instrumentos del saqueo capitalista:
"Fuentes de la Fundación Nacional para
la Ciencia, de Estados Unidos, indican que para 1995 de los doce millones de
personas que trabajan en proyectos científicos o ingenieros en ese país, el 72
por ciento son nacidos en países en vías de desarrollo. Añade que mientras más
calificados, es mayor la proporción: el 23 por ciento de los que poseen un
grado de doctor no son nacidos en Estados Unidos, y es mayor en áreas
fundamentales como ingeniería y ciencias de la computación, un 40 por ciento.
El Observatoire des Sciences et Techniques de Francia señala que Estados Unidos
atrae (otra palabra más correcta) un 40 por ciento del total mundial de las
"migraciones" científicas y tecnológicas. La Conferencia de la UNESCO
llega a una sencilla conclusión: es obvio que el primer país en términos de
capacidad científica y técnica, de innovaciones tecnológicas del mundo, depende
significativamente de cerebros de países en desarrollo, pero también de sus
propios aliados europeos"[117].
10.- CONTROL SOCIAL GLOBAL Y TECNOCIENCIA REPRESIVA.
Es conveniente que antes de desarrollar este capítulo entendamos que si
algo caracteriza al capitalismo actual en lo relacionado con la tecnociencia es
su necesidad ciega de acelerar la productividad del tiempo de trabajo, o si se
quiere, llevar a sus últimas
consecuencias la economía del tiempo de trabajo para facilitar la obtención del
máximo beneficio capitalista. En este sentido, si algo caracteriza la valía
permanente del análisis de Marx de las relaciones entre la maquinaria y la gran
industria en el Cptº XIII del Libro I de El Capital[118],
es haber demostrado que la obsesión del capitalismo por rentabilizar al máximo
la productividad del tiempo de trabajo le lleva a la intensificación de la
explotación y del control disciplinario que le es inherente aplicando la
innovación tecnológica permitida y potenciada por "la extraordinaria
elasticidad del régimen maquinista".
Esta misma inquietud, pero causada por razones opuestas y desde luego
buscando soluciones antagónicas, sacudía los cimientos de todas las burguesías
desarrolladas del momento. No podemos
extendernos ahora ni en los múltiples ejemplos que así lo muestran ni en las
teorías que relacionan, entre otros, las políticas estatales en educación y
capacitación técnica, las necesidades productivas y los sistemas de control
social de modo que resulte un sistema más o menos eficaz e integrado de
potenciación de la economía capitalista, y por eso remitimos al lector al
excelente texto de I. Brunet y A. Morell[119]. Por ejemplo, volviendo a la época
inmediatamente posterior a Marx y en el muy ilustrativo caso del Estado
francés, P. Thuillier dice que:
"Del laboratorio a la fábrica, tal era el título de una obra
publicada en 1904 por Louis Houllevigne, profesor de la universidad de Caen.
Preocupándose por "el porvenir de nuestra economía", proclamaba
"el carácter científico e industrial de la sociedad moderna". Según
él, era necesario no solamente elaborar nuevos programas, sino "infundir a
la enseñanza un espíritu completamente
nuevo" y por tanto "abandonar la abstracción a ultranza, sueño de
nuestros antecesores, para ir cada vez más a lo concreto, para mostrar la leyes naturales en acción en la misma
naturaleza". Daniel Bellet, profesor de la escuela de Ciencias Políticas,
desarrollaba en 1914 ideas análogas en su Evolución
de la industria. Henry le Chatelier, en 1925, volvía sobre el tema en Ciencia e industria. Reconocía la alta
calidad de los ingenieros franceses, pero lamentaba que descuidasen demasiado
la ciencia en el ejercicio de su profesión: "no tienen fe en la ciencia,
no están suficientemente convencidos de su importancia". Lo que le llevaba
entre otras cosas a criticar la
enseñanza tecnológica de la Escuela de Minas, que según él era ineficaz y
engorrosa"[120].
A comienzos de la década de los treinta, Mumford, en su obligada obra
ya citada, sostenía que: "Calculando el tiempo, elaborando las series
económicas, creando una pauta ordenada de actividad, el ingeniero ha aumentado
tremendamente el producto colectivo. (...) En estado bruto, la industria se
enorgullece de su uso grosero de la potencia y de la máquina. En su estado
avanzado se apoya en la organización racional, el control social, la
comprensión fisiológica y psicológica[121].
Mumford sacaba así a la superficie un
serio problema que se agudizaría con el tiempo y que sería, a su vez, objeto de
discusiones sobre la inevitabilidad o no del control social en toda tecnología.
No han faltado investigadores que apenas han prestado atención a esas
cuestiones, pese a su innegable progresismo y aportaciones científico-críticas
que en modo alguno debemos olvidar, como fue el caso de las críticas a la
ciencia capitalista de J. D. Bernal a finales de los treinta y comienzos de los
cuarenta[122], o de J. M. Fatáliev[123],
o de S. Lilley[124],
o que planteaban la "revolución científico-técnica" desde el
optimismo propagandístico del socialismo soviético anterior a 1968, como es el
casi de R. Richta[125].
Sería muy conveniente aunque ahora mismo imposible, hacer una lectura comparada
y contextual de estos y otros textos --por ejemplo las tesis de B. M. Kedrow,
etc., sobre la evolución histórica de las ciencias-- con las tesis de Khun[126],
en primer lugar, para poder hablar con algún rigor sobre la hondura y alcance
de las críticas entonces planteadas, y, aunque a otro nivel, también con Feyerabend[127]
, con sus directas loas a Marx, Lenin,
Rosa Luxemburg, Mao, etc. Otra cosa es
comparar esos bloque críticos con las interpretaciones de Popper, Lakatos y
otros, porque ya en este nivel de debate el problema que ahora tratamos, el de
las relaciones de la producción capitalista con la tecnología y la ciencia, con
la tecnociencia definitivamente desde esa época, es casi imposible de realizar
porque estos últimos autores apenas se dignan
ensuciarse con esos lodos.
Desde esta perspectiva, si ahora releemos el enorme texto sobre la
revolución científico-técnica que recoge las más de cien ponencias presentadas
a la Conferencia Teórica Internacional de mayo de 1979 en Moscú[128],vemos
que junto a algunas críticas ciertas a
cómo el capitalismo transforma y desvirtúa la ciencia y la tecnología,
sin embargo existe una concepción de ambas que no supera cualitativamente la
concepción burguesa desde el siglo XVII en adelante, y que menos aún cuestiona
su racionalidad instrumental neutralista en el sentido de que el grueso de esa
tecnología y de esa ciencia, sin entrar ahora a un debate sobre ambas, puede
aplicarse tal cual o apenas con cambios de forma a lo que en ese texto se
define por socialismo. Otro ejemplo de esta ineficacia lo tenemos en el texto
de I. Andréiev[129],
exponente clásico del dogmatismo breshneviano. Dejando de lado las muchas críticas que no podemos hacerles
ahora, pero que hay que tener muy
presente para saber qué cosas no hay que repetir nunca, sorprende antes que
nada que ese grueso texto está oficialmente debatido cuando la productividad de
la "economía socialista" comenzaba a caer imparablemente. Todavía más
aún, si ahora releemos los tres volúmenes sobre la contemporaneidad del
pensamiento de Marx, que resumen la conferencia mundial celebrada en Cuba en
1983 aprovechando el centenario de la muerte del revolucionario alemán,
solamente una de las 55 ponencias analiza explícitamente las relaciones entre
ciencia y tecnología, pero desde la perspectiva de la guerra, y no llegan a 10
las que de manera más bien indirecta se refieren a los problemas de la
tecnología, y siempre dentro de la concepción oficial soviética[130].
Pero no echemos toda la culpa al mal llamado "socialismo
soviético" y menos aún a Cuba, ya que es todavía más cierto que la
intelectualidad reformista occidental ha hecho mucho menos, prácticamente nada.
Un ejemplo estremecedor de esta indiferencia lo tenemos en la trilogía de
Manuel Castells, presentada como la obra máxima de la "teoría"
socialdemócrata de finales de los noventa, y que no pasa de ser una
recopilación superficial y sensacionalista de algunas tendencias del
capitalismo actual, pero sin un armazón teórico-crítico interno que cimente
todas las partes alrededor de lo genético-estructural de este modo de
producción y, lógica e inevitablemente, sin una alternativa eficaz si por tal
cosa entendemos algo más que la palabrería democraticista hueca e inútil.
Dejando de lado otras cuestiones, en el tema que tratamos llama la atención la
total ausencia de una mínima reflexión no sólo sobre el control social que se
realiza desde la tecnociencia, sino que ni siquiera roza la fusión entre
tecnología y ciencia, imprescindible para comprender la sociedad actual, así,
por ejemplo, esa ausencia es clamorosa en el largo capítulo dedicado a la
empresa red y a la cultura, instituciones y organizaciones de la economía
informacional[131].
Pudiera parecer que en el
capítulo dedicado a la evolución de los
Estados, el autor se extendiera algo sobre el particular, pero
precisamente lo que hace es relativizar el problema al defender una concepción
neutralista de las tecnologías: "lo que hace poder de la tecnología es reforzar de forma extraordinaria la tendencia arraigada en la estructura y las
instituciones sociales: las sociedades opresivas pueden serlo más con las
nuevas herramientas de vigilancia, mientras
que las sociedades democráticas y participativas pueden incrementar su
apertura y representatividad distribuyendo más el poder político con el poder
de la tecnología". Una vez aceptado el dogma burgués de la
"neutralidad técnica" las tesis que siguen mantienen la misma tónica:
"Más que un "Gran Hermano"
opresivo, son una miríada de "hermanas pequeñas" bien intencionadas,
que se relacionan con cada uno de nosotros de forma personal porque saben
quienes somos. Son ellas las que han invadido todos los ámbitos de la
vida". El autor liquida así de un plumazo la centralidad estratégica
del Estado y su dependencia última para con el modo de producción capitalista.
Es normal, por tanto, que parafraseando a Foucault y Weber sostenga que:
"parecería que, en realidad, estamos presenciando la difusión del poder de
la vigilancia y violencia (simbólica o física) en la sociedad en general"[132].
Sin citar el cemento capitalista, liquidando la centralidad estratégica del
Estado ¿qué queda del problema que tratamos más allá de la vacuidad verbal y de
la constatación de lo obvio?
Sin embargo, es cierto que desde la izquierda no faltaron estudios
críticos que buceaban hasta el nudo gordiano de la obsesión burguesa por el
control del tiempo y la intensificación
de la explotación. Sin poder entrar ahora
a la crítica ecologista, ya expuesta desde una perspectiva socialista entre otros por un colectivo de autores desde
comienzos de los setenta[133],
y menos aún sin tocar para nada las críticas de la Escuela de Frankfurt y su
denuncia de la "razón instrumental", recordemos que también B. Coriat mostró que la obsesión burguesa por
introducir la tecnología centralizada y jerárquica en la producción surge,
además de otros factores, sobre todo del problema de la duración del plazo de
transmisión del valor al producto y de la urgencia por reducir el tiempo de
rotación del capital[134].
Poco después, B. Easlea presentó su libro que aunque no analizaba directamente
la tecnología sí fue un revulsivo crítico al desmitificar la ciencia y con ella
la tecnología, sin olvidar el capítulo sobre la URSS[135].
El mismo Coriat investigaría la estrecha relación entre el cronómetro y la
producción capitalista, entre el reloj y la producción, y lo haría además
extrayendo lecciones de las "virtudes de la guerra" de 1914-1918 para
la producción de coches en las empresas Renault del Estado francés[136].
En esos años, Manacorda publicaba su imprescindible crítica del ordenador
capitalista, insistiendo en la necesidad burguesa por llegar a la información
más precisa y al cálculo lo más exacto posible de la productividad de la fuerza
de trabajo, del tiempo de duración de ese trabajo y de las disciplinas
necesarias para asegurar esa explotación dentro y fuera del centro de trabajo:
"El ordenador pasa así a ser el soporte de un sistema de información
jerárquico, burocrático y centralizado. La dirección de la información es
siempre de la periferia hacia el centro, la integración tiene lugar sólo en el
vértice y las ventajas de la relación información-decisión afectan sólo al
organismo central"[137].
Por no extendernos, recordemos las interesantes aportaciones sobre las tesis
sobre nuevas tecnologías, nueva explotación y lucha de clases que se debatieron
en otoño de 1983 en Madrid en el centenario de la muerte de Marx[138].
El control social que el ordenador incrementaba ya a finales de los
setenta, exigía y permitía que a comienzos de los noventa X. Durán pudiera
extender su crítica a las nuevas tecnologías no sólo al uso para entonces
clásico de los ordenadores, sino sobre todo al "control de las
mentes" [139]que las tecnologías
permiten, recordando lo fundamental que es para
el poder dominar el pensamiento humano para dominar su comportamiento. Y
también se criticó los efectos de la
tecnología sobre el saber y el conocimiento, en una denuncuia teórica de
Bustamante que transcribo por su
importancia:
"No es sólo el uso de
artefactos tecnológicos lo que disminuye el control sobre nuestra vida creando
por el contrario una ilusión de poder. Un caso análogo ocurre con el saber. En
teoría, el hombre contemporáneo tiene a su alcance todo el saber científico en
forma de enciclopedias, libros de textos, fascículos coleccionables y una literatura
científica cuyo volumen ha aumentado geométricamente en las últimas décadas. En la práctica se
requiere un extraordinario esfuerzo en términos de años de estudio en la
universidad para conocer tan sólo uno de los aspectos fragmentarios de dicho
saber, para ser especialista en una parcela minúscula de la ciencia. Por otra parte, Arthur C. Clarke defendía que cuanto más complejas y
sofisticadas eran la ciencia y la tecnología, más tendían a confundirse con la
magia. Con ello expresaba la ausencia de sabiduría que caracteriza a la forma
más extendida de concebir el
conocimiento científico-técnico, cuya simple posesión no garantiza una
dimensión humana más profunda, ni una ética que nos recomienda en qué dirección
y con qué ritmo debe ser empleado. El hombre de la calle es a menudo el último
en recibir algún beneficio de todo este
proceso, y se va convirtiendo cada
vez en mayor medida a una fe que tiene su refrendo en que aquello que se
diseña atendiéndose a sus principios funciona
en el sentido técnico. El problema está en que el ajuste mecánico, la
corrección algorítmica, la cuantificación del saber, poco ayudan cuando imponen
modelos de lo que el mundo, la sociedad y el hombre deberían ser y no son"[140].
No debe sorprender por tanto que a mediados de los noventa, en palabras
de D. Lyon, se pudiera: "Hablar de una "nueva vigilancia" o
discutir las dimensiones de la emergente "sociedad de la vigilancia"
no es hiperbólico. El alcance y profundidad de los cambios cuantitativos serían
por sí solos suficientes para justificar el uso de este lenguaje sin caer en
ningún momento en el determinismo tecnológico. Sin embargo, gran parte de los
hechos presentados aquí sugieren con fuerza que tampoco puede descartarse sin
más la posibilidad de cambios cualitativos. El surgimiento de redes de
vigilancia integradas a través de las fronteras convencionales de la política y
la economía, la idea de que una nueva vigilancia desorganizada -es decir, menos
jerárquicamente sistemática- es perceptible en el lugar de trabajo, los métodos
novedosos con que la vigilancia del consumidor cruza el umbral doméstico y la
importancia ubicua del lenguaje electrónico, como se puede ver sobre todo en la
dataimagen, todos ellos son indicios de la aparición de situaciones sociales
sin precedentes aparentes en la esfera de la vigilancia"[141].
Pero la vigilancia desorganizada se refuerza con otra muy organizada y
racionalizada. Ambas requieren del ordenador y ojo electrónico que, a su vez,
requieren de una enorme y ágil red centralizada en el Estado y que integra a
sistemas paraestatales y extraestatales. Sólo así se comprende a D. Torrente:
"Existe lo que
podríamos llamar una ecología policial, una forma como la Policía se adapta de
forma efectiva al espacio físico y social. Los espacios son importantes en los
procesos de control social. La organización del control y la distribución de
los recursos policiales siguen criterios espaciales. El espacio administrativo
y físico de la ciudad se incorpora a la organización del control. Se distingue
entre calles principales o secundarias, zonas dormitorio, Ayuntamiento,
mercados, descampados, zonas industriales, o calles comerciales. Cada uno de
proporciona un grado de visibilidad distinto y produce modelos de control
diferenciados. En los barrios dormitorio la policía conoce al ciudadano y
asocia personas y lugares. El barrio es escenario de una vida callejera intensa de relaciones, paseos,
compras. El guardia entra allí en contacto con jóvenes, parados, viejos/as,
inválidos/as, amas/os de casa, mendigos/as, gitanos/as, o indigentes. (...) La
ubicación y actividad de las personas está pausada con arreglo al rol, género,
edad, o posición social. Además, las actividades transcurren en lugares
perfectamente diferenciados de descanso, trabajo, compras o diversión. Los
ciudadanos hacen lo mismo, a las mismas horas, y en condiciones parecidas. Esos
movimientos son cíclicos, y repetitivos en la vida de la urbe. Un/a policía en
una esquina busca al que está fuera de contexto"[142].
La microelectrónica ha permitido una multiplicación exponencial de la
televigilancia, y la necesidad capitalista de controlarlo y saberlo todo ha
hecho que no sólo los Estados incluso más "democráticos" estén
creando sistemas de control social altamente sofisticado con presupuestos gigantescos
--el primer presupuesto del sistema británico es de 7.000 millones de pts[143].--,
y los más recientes sistemas de conexión en red permiten vigilar múltiples
prácticas simultánea o aleatoriamente. Pero, a la vez, la mercantilización de
la gran mayoría de esos sistemas o su compra en los mercados alegales o
ilegales, permite que cualquier empresa o persona individual sin escrúpulos
monte su propio sistema de espionaje. La abundancia de estas intromisiones en
la privacidad es tal que L. Gómez se pregunta: "¿Cuántas cámaras nos
vigilan? Fuentes del sector de la seguridad privada entienden que "quizás
cientos de miles de cámaras". Lo hacen a lo largo de una jornada, tanto en
edificios públicos como en establecimientos privados, en la calle, en el
aparcamiento, quién sabe dónde"[144].
Pero los desarrollos micrielectrónicos actuales ni son fortuitos ni han
surgido recientemente. Al contrario, son el resultados de inmensas masas de
capital físico e intelectual invertido durante décadas para, en primer lugar,
fortalecer los ejércitos imperialistas y, en segundo lugar, fortalecer la
economía capitalista en sus ramas más innovadoras y rentables que, a su vez,
están siempre relacionadas con la guerra. La bibliografía es tan apabullante al
respecto, que he preferido retroceder más de quince años para dar una idea exacta de los orígenes de la actual
tecnología del control social: "Un 20 por ciento de los mejores
especialistas se dedican sólo a desarrollar armas nuevas y las tecnologías que
las respaldan, o a mejorar las ya existentes. Si sólo se incluye a los físicos
e ingenieros, que se encuentran a la cabeza de las innovaciones tecnológicas,
el porcentaje es mucho más alto: según algunas estimaciones, nada menos que el 50 por ciento"[145].
Es imposible comprender el control y la vigilancia sociales sin conocer antes
la naturaleza económico-militar de la institución tecnocientífica que ya a
mediados de la década de los ochenta
dedicaba el 50% de los físicos e ingenieros a la investigación y
desarrollo militar.
La intervención policial necesita, para optimizar su efectividad, de
una correspondiente "colaboración ciudadana" que se promueve, excita
y lograr, creando y recreando la llama "opinión pública". ¿Cómo se
logra? En palabras de Kerckhove:
"Para crear una corriente de opinión, es suficiente con
sugerir un tema, pongamos la emigración
o el aborto, en la prensa y en la televisión. El paso siguiente consiste en
llevar a cabo un estudio de opinión. Con frecuencia los resultados del sondeo
inicial no son concluyentes. En ese punto, los media calientan exponiendo y sacando a la luz cualquier historia
controvertida que atrape la atención del público. Tales sucesos, en sí mismos,
son a menudo triviales y estadísticamente insignificantes. Cuando llega el
momento, normalmente después de algún incidente provocativo al que se le ha
dado relevancia a través de la televisión o la prensa, se lleva a cabo otra
encuesta y se difunde. De repente, las personas piensan que se han convertido
en autoridades sobre la materia de la cual no tenían la menor idea un mes ante,
y de la que no han recibido ninguna información adicional. Realmente, mucha
gente decide por una corazonada y no en función de hechos. Muchos, a menudo
aquellos que constituyen el grupo de "no sabe/no contesta", reciben
una profunda influencia de lo que otras personas (especialmente personas de
prestigio) piensan y dicen. Los votos indecisos, que suelen ser entre el 15 y
el 20% del electorado, son fundamentales a la hora del resultado final. Por
esta razón se convierten en el objetivo principal de las campañas electorales.
Para atraerlos, el truco consiste en dar el peso adecuado, en el momento
adecuado y en los medios adecuados, a las opiniones de las personas con poder e
influencias"[146].
Me interesa resaltar que el proceso aquí descrito si bien moviliza
muchos recursos de control y manipulación, sería imposible si previamente no se
hubieran creado determinadas técnicas de codificación, registro y definición de
la "realidad social". A.
Desrosières ha actualizado la crítica
radical de los sistemas de definición de la realidad, demostrando que la
evolución de los métodos burgueses ha superado las críticas radicales de los
años sesenta y setenta, y de sus formas de resistencia alternativa. Este autor,
tras hacer un riguroso seguimiento de la evolución de los métodos de obtener
medias, hacer correlaciones, fijar y adecuar las categorías sociales y extraer
muestras, afirma que: "En cada una de las cuatro construcciones referidas
(...) las convenciones de equivalencia necesarias para el desarrollo de principios de conocimiento
están ligadas, de modos muy diversos, a procedimientos estatales o a intentos
de movilización social masiva. Estos principios terminan finalmente por
convertirse en formas de contribuir a que las cosas se sostengan entre sí. Y
estas cosas, recíprocamente, nos habilitan para
pensar el mundo social y actuar simultáneamente sobre él de formas
inextricables"[147].
Por debajo de la creación manipuladora de la "opinión
pública", que en realidad no existe como tal sino como creación desde el
poder, según volvió a confirmarlo esta vez Bourdieu[148]
a comienzos de los setenta, porque ya se sabía definitivamente desde mediados
del siglo XIX, presiona la necesidad de
beneficio burgués, que en la actual sociedad capitalista exige un mayor consumo
de masas. Así lo explica A. Moncada: "Ese cinismo que se desarrolla en los
pueblos acerca de las oscuridades en que los poderes, incluso los democráticos,
nos tienen hace que muchos se receten una dita corta en proteínas de la ilustración.
Una vez asentada esa tendencia, los grandes grupos no tienen el menor interés
en variarla y algunos de ellos, como Disney, se han instalado en el puesto de
mando de la operación global. La posibilidad de que los maestros en las aulas,
los periodistas en los medios y los críticos en la situación en el ágora
pública puedan contrarrestar la tendencia es, con los datos actuales, muy
limitada. La fragmentación cultural de la población permite mantener ofertas
variadas pero parece bastante claro que la globalización de los mercados
favorece la uniformidad del producto principal, esta mezcla de educación,
información y entretenimiento que los aligera de las responsabilidades de la
ciudadanía y nos acaricia con los placeres del consumo"[149].
Pero los placeres del consumo, además de ser falsos placeres, son
también dentro del capitalismo medios de aceleración de la economía y,
simultáneamente, medios de control social, de vigilancia. El consumo burgués
siempre ha tenido un esencial componente controlador porque quien dirige y
orienta la producción, la clase dominante en sí misma, ha de saber qué siente y
consume, también que piensa, el consumidor, las clases dominadas
fundamentalmente. En la medida en que aumenta el capitalismo, este componente controlador se expande
precisamente gracias a la tecnociencia, además de a otros instrumentos que no
podemos analizar ahora. Un crítico tan blandibluff como I. Ramonet lo expresa
así:
"Cuando usted encarga
cualquier cosa por Internet, usted va dejando una huella de quien es usted.
Usted va dejando su propio retrato robot. Es decir, que al cabo de cierto
tiempo --y si además paga usted con tarjeta, lo cual es actualmente
desaconsejable porque los sistemas de pago no están totalmente asegurados-- se
va a identificar el número de su tarjeta con el tipo de consumos que usted
hace, de cualquier tipo: qué tipo de vacaciones, qué tipo de cosas le gusta
comer, qué tipo de distracciones prefiere, qué tipo de películas ve, qué música
le gusta oír, etc. Y poco a poco usted está dibujando su propio retrato robot
(...) La idea es vigilar, para tener el retrato robot. Pero también
anunciar...y, esencialmente, se tratará de vender. Es decir que lo que antes
era educar, informar, distraer, ahora es vigilar, anunciar y vender"[150].
De cualquier modo, por rigor teórico, hay que insistir en que las
relaciones entre control social, propaganda, manipulación y desarrollo técnico
y tecnociencia existen en sus diferentes relaciones contextuales desde los
"primeros intentos de jerarquización social"[151],
como demuestra brillantemente M. V. Reyzábal. Interesa no perder de vista esta
perspectiva histórica que nos remite a los orígenes de la explotación porque
con tanto ruido y charlatanería sobre múltiples "globalizaciones"
podemos terminar creyéndonos los cantos de sirena de que, al fin y al cabo, lo
decisivo no es la materialidad de la opresión sino la inmaterialidad de la
información, o si se quiere, de lo intangible.
11.- INNOVACION TECNOLÓGICA Y TASA DE BENEFICIO.
Era importante explicar un poco la relación creciente entre
explotación, tecnología y control social porque, de un lado, tal cual la
padecemos hoy surge en el momento mismo de la primera revolución industrial y
se va desarrollando posteriormente y, de otro lado, ella misma asegura e
impulsa ese desarrollo. Las gentes se comportan como autómatas con movimientos
cíclicos y repetitivos porque así lo exige la explotación capitalista, con sus
disciplinas y formas de moverse en el tiempo y en el espacio. Aunque, como
veremos luego, la burguesía introduzca la explotación flexible y abandone la
rígida anterior, pese a eso, los movimientos cíclicos y autómatas continúan
siendo esencialmente los mismos porque no ha desaparecido el universo-máquina,
sino que éste sólo ha cambiado alguno de sus componentes pero, sobre todo, es
ha extendido a otros que estaban menos o nada dominados por la máquina.
En este sentido básico es necesario recordar las constantes sociales
introducidas por la primera revolución industrial y luego reforzadas y amplias
por las posteriores. Landes extrae estas experiencias de la primera revolución
industrial: "1. Eliminaron antiguas limitaciones de productividad; 2.
Aumentaron bruscamente las ganancias del capital en un número creciente de
ramas del sector manufacturero; 3. Modificaron la asignación de los recursos,
incluyendo la mano de obra; 4. Alteraron radicalmente la naturaleza y
condiciones de la existencia material, la organización social, la actividad
política, el equilibrio internacional de la riqueza y el poder, y la cultura y
la civilización"[152].
De una forma u otra, las lecciones que se pueden extraer de la segunda
revolución industrial afectan también a los problemas citados, y otro tanto
podemos decir de la situación actual. Ya a comienzos de los setenta muchos
autores advertían que se estaba iniciando un cambio importante en ese
universo-máquina gracias, entre otras cosas, al comienzo la tercera revolución
tecnológica. Mandel expuso sus principales
efectos económicos así:
"1] Una aceleración
cualitativa del incremento de la composición orgánica del capital, es decir,
del desplazamiento del trabajo vivo por el muerto; 2] Una transferencia de la
fuerza de trabajo viva todavía involucrada en el proceso de producción, del
tratamiento directo de las materias primas a funciones de preparación o
supervisión; 3] Un cambio radical en la proporción entre las dos funciones de
la mercancía fuerza de trabajo en las empresas automatizadas; 4] Un cambio
radical en la proporción entre la creación de plusvalía dentro de la misma
empresa y la apropiación de plusvalía producida en otras empresas, en empresas
o ramas totalmente automatizadas; 5] Un cambio en la proporción entre los cotos
de producción y los gastos y desembolsos de capital en la compra de nuevas
máquinas en la estructura del capital fijo, y, por lo tanto, en las inversiones
industriales; 6] un acortamiento del período de producción, logrado por medio
de una producción continua y una aceleración radical del trabajo de preparación
e instalación; 7] Una compulsión para acelerar la innovación tecnológica, y un
brusco aumento en los costos de "investigación y desarrollo"; 8] Un
período de vida más corto del capital fijo, en especial de las máquinas. Una
compulsión creciente para introducir la planeación exacta de la producción
dentro de cada empresa y la programación general de la economía en su conjunto;
9] Una más alta composición orgánica de capital conduce a un aumento en la
parte del capital constante en el valor medio de la mercancía, y 10] Una
tendencia a la intensificación de todas las contradicciones del modo de
producción capitalista: la contradicción
entre la creciente socialización del trabajo y la apropiación privada; la
contradicción entre la producción de
valores de uso (que aumentan hasta lo inconmensurable) y la realización de
valores de cambio (que sigue atada al poder de compra de la población); la
contradicción entre el proceso de
trabajo y el proceso de valoración; la contradicción entre la acumulación de
capital y su valoración, etcétera"[153].
Según se aprecia, los efectos de esta tercera revolución son globales
aunque a comienzos de los setenta, cuando Mandel publicó su texto clásico, la
izquierda aún no había precisado suficientemente su crítica a esa tecnología,
como hemos visto antes. Para finales de los ochenta, De la Cruz, además de
otros, publicó su imprescindible investigación
sobre las relaciones entre poder capitalista y tecnología en la que
exponía que: "En todos los modos de producción de carácter clasista las
relaciones de dominación de clase atraviesan la división social de trabajo establecidas entre a esfera de la
reproducción y la esfera de la producción misma. En la primera esfera se
colocaba el bloque dominante y en la segunda las clases dominadas. El
capitalismo abre un segundo frente de la
división social del trabajo y esta vez en la esfera de la producción: la
separación del trabajo manual y del trabajo intelectual. Igualmente, la
naturaleza de la producción capitalista aumenta considerablemente la cantidad
de energía perdida, por un lado, y produce masas enormes de provecho energético
no utilizado, por el otro, con relación a los anteriores modos de
producción"[154].
También en esos años otras
investigaciones críticas hablan de cuatro componentes básicos de las nuevas
tecnologías: 1) Microelectrónica y tratamiento de la información y la
comunicación; 2) Nuevos materiales; 3) Biotecnología y 4) Nuevas energías. No
hace falta decir que: "De nuevo, una buena parte de las innovaciones
tienen como antecedente la creación de armas bioquímicas y la nueva generación
de las denominadas "armas inteligentes""; pero algo que ya
entonces se puso de manifiesto y que ha sido decisivo como veremos fue la
advertencia de que: "No obstante, aun considerando el carácter discontinuo
y desigual que caracteriza al proceso tecnológico, es posible valorar que
dichas tecnologías no tienen una capacidad de arrastre suficiente como para
garantizar una nueva fase. Su aplicación es limitada y ello condiciona el
precio de los bienes de equipo. Las ramas y líneas industriales que determinan
la introducción de esas nuevas técnicas no han conseguido la supremacía en la
estructura productiva del conjunto de las economías desarrolladas"[155].
A la vez, estudios colectivos
sobre la agricultura capitalista, el concepto de naturaleza, la genética y el
ADN, la salud y la enfermedad, los microordenadores, la biología y la
responsabilidad social, la militancia científica progresista, etc.,
desarrollados en el corazón mismo de EEUU, cuestionaban las relaciones entre
ciencia y tecnología[156].
Albarracín, volvía a echar un jarro de agua fría sobre la ya para entonces
eufórica propaganda tecnocrática: "De momento no estamos en presencia de
una tecnología radicalmente nueva, que sólo se podría implantar con una
acumulación masiva, sino de inversiones para racionalizar la tecnología
existente. Dicha acumulación masiva requiere un nivel de tasa de beneficio que
todavía no existe y que las nuevas tecnologías, por sí solas, son incapaces de
generar"[157].
Frente a estas críticas no faltaban quienes se limitaban a una simple
enumeración de las cualidades formales de las tecnologías, sin introducirlas en
el contexto de explotación capitalista y reduciendo sus análisis a un supuesto
neutralismo que en realidad ocultaba el poder de la tecnocracia, afirmando que
las nuevas tecnologías: "actúan de
forma decisiva sobre la producción, de varias formas; las más importantes
son: Mejora de la productividad en una proporción que puede llegar, cuando
se combina con la automatización en
otros aspectos, de hasta 6 a 1. Mejora de la calidad del producto por
eliminación de los fallos humanos, por poder realizar a la vez un control de
calidad riguroso, y un factor también importante: la obtención de una
calidad mucho más homogénea. Ahorro
considerable en materias primas al racionalizar la producción; este factor es
más importante de lo que a primera vista parece, puesto que el coste de la
materia prima es aproximadamente la mitad del coste total de un producto"[158].
A comienzos de los noventa, en
medio de la resaca del hundimiento de la
URSS, en donde el lento declive iniciado en los setenta tenía raíces mucho más
profundas que las simplemente tecnológicas y científicas[159],
la propaganda burguesa se lanzó a loar las excelencias del postcapitalismo, de
la "desmaterialización" de las grandes empresas, de la definitiva
superación de la obsoleta "era
industrial". Quiero insistir en que esas modas no surgía
repentinamente, sino que venían de antes. Sin retroceder hasta la década de los
sesenta en el Estado francés, cuando el grupo de sociólogos reformistas
capitaneados por A. Touraine popularizó
el término "sociedad post-industrial", conviene ahora recordar
que en los inicios de la década de los ochenta, justo cuando la Administración
Reagan aplicaba masivamente la estrategia neoliberal, muy interesadamente se
divulgó el texto de J. Naisbitt sobre las supuestas macrotendencias imparables
del futuro, texto que empezaba precisamente con el capítulo "De una
sociedad industrial a una sociedad de la información"[160].
Fue un verdadero manual de lucha propagandístrica e ideológica que preparó las
bases para otros manuales conservadores posteriores como el del supuesto fin de
la historia y otros.
12.- MAXIMO BENEFICIO,
FLEXIBILIDAD Y NUEVAS TECNOLOGIAS.
Frente a esta palabrería fútil bastaba estudiar un poco los mecanismos
de funcionamiento del capitalismo para comprender la materialidad última de las
cosas, desde el poder hasta las
mercancías simbólicas e intangibles, virtuales. Avendaño critica a uno de estos autores que
pronosticaba la "desmaterialización" de IBM: "Muchas empresas
transnacionales de ese rango mutan hacia subsidiarias, empresas supuestamente
competidoras, alianzas comerciales y repartos de mercados, así como otros tipos
de estructuración, para no perder su poderío y seguir siendo lo que son:
manifestaciones de un poder omnímodo del gran capital que, lejos de
deteriorarse, crece día a día. Puede hablarse con mayor de "la maraña del poder", en
lugar del cambio de poder. Incluso si la mencionada compañía desapareciera,
como lo pronostica este autor, nada nos hace suponer que el poderío económico
que se encuentra detrás no adquiriría una forma ligeramente diferente por medio
de otras compañías u otros rubros comerciales, El "poder" del capital
en las mismas manos aunque tengan diferentes marcas y productos, no se modifica
substancialmente"[161].
Avendaño se refiere al proceso de descentralización en la producción pero centralización en el control y en el poder, tendencia expresada así por B. Harrison:
"Basado en las experiencias históricas
particulares de cada una de las diferentes regiones geográficas y siguiendo
(como resulta inevitable) un cambio desigual desde una empresa y un país a otro
se está definiendo una cierta tendencia a que los negocios dependan en mayor
medida de redes de producción de todo tipo, como forma para lograr una mayor
flexibilidad en todos y cada uno de los sentidos del término. Los polos
industriales basado en pequeñas empresas del norte de Italia, entre otros
posibles, se están analizando en la actualidad como casos especiales de un
fenómeno mucho más general. Además, la evidencia empírica parece aplastante en
el sentido de que demuestra que los florecientes sistemas de empresas comunes,
cadenas de proveedores y alianzas estratégicas no constituyen en absoluto una
regresión --dejémoslo en negación-- de una tendencia de más de 200 años hacia
el control centralizado en el
capitalismo industrial, incluso aunque la actual actividad de producción se esté descentralizando y
dispersando cada vez más"[162].
Otros muchos investigadores insisten en esta cuestión clave, y entre
ellos quiero citar el obligado libro de
M. Galcerán y M. Domínguez: "Dicho de otro modo, las grandes
multinacionales, propietarias de las tecnologías que utilizan en el marco de su
producción, transfieren el derecho de uso,
pero no la propiedad de la tecnología, por lo que no puede decirse que se trate
de una auténtica venta. En algunos casos acuden a la práctica de creación de
filiales en diferentes lugares del globo, a los que se cede dicha tecnología, a
la vez que la instalación queda incorporada a la empresa madre como un nuevo
miembro. De este modo, las grandes empresas crean espacios económicos desterritorializados, integrados por
filiales ubicadas en diversos lugares y unidas entre ellas por lazos de
dependencia en una estructura jerárquica (...) En suma, en el espacio
internacional la tecnología no circula como una mercancía-tipo, sino que en
tanto que va unida a los bienes de capital, forma cuerpo con las estrategias de
las multinacionales para repartir el mercado, para acceder a nuevas zonas o
para mantener una hegemonía inicial"[163].
Las multinacionales planifican sus estrategias en estrecha relación con
sus respectivos Estados "de cuna" porque ellas mismas tienen todavía
intereses estatales propios, aunque al analizar el problema a escala de la
división mundial del trabajo, hay que tener en cuenta el interés del
capitalismo desarrollado sobre y contra el resto de la humanidad. S. Amir ha
sintetizado los instrumentos que aseguran esos intereses y que coordinan a las
multinacionales en sus famosos "cinco monopolios":
Monopolio tecnológico; control de los mercados financieros mundiales;
acceso monopolista a los recursos naturales del planeta; monopolio de los
medios de comunicación y monopolio de las armas de destrucción masiva.
"Estos cinco monopolios, tomados en su conjunto, definen el marco en el
que opera la ley de valor mundializada. La ley del valor es la expresión
abreviada de todas estas condiciones y no la expresión de una racionalidad económica "pura",
objetiva. El condicionamiento de todos estos procesos anula el impacto de la
industrialización de las periferias, devalúa su trabajo productivo y sobrevalora
el supuesto valor agregado derivado de las actividades de los nuevos monopolios de los que se
beneficia el centro. El resultado final es una nueva jerarquía, más desigual
que ninguna de las anteriores, en la distribución de los ingresos a escala
mundial, que subordina las industrias de las periferias y las reduce a la
categoría de subcontratadas. Éste es el nuevo fundamento de la polarización,
presagio de formas futuras"[164].
Pero no se trata sólo de la explotación de las periferias por el centro
capitalista, sino también de la explotación dentro del capitalismo
desarrollado. Ahora bien, tanto en uno como en otro caso, relacionados
dialécticamente, lo que ocurre es que el capitalismo ha dado un paso de la
explotación taylor-fordista o rígida, a la explotación flexible. Barnet y
Cavanagh explican cómo Japón tuvo que ingeniárselas tras las masivas
destrucciones de su capacidad productiva en la II Guerra Mundial para recuperar
el poder perdido, y cómo desarrollaron en estrecha relación con especialistas
norteamericanos la flexibilidad del trabajo. Una cosa de todas las que dicen es
ahora especialmente interesante porque muestra la esencial naturaleza
centralizada, autoritaria y disciplinadora del capitalismo al margen de sus
cambios formales: "Los sistemas de fibra óptica, las telecomunicaciones
regionales, las comunicaciones vía satélite, telefax, comunicaciones por
microondas y especialmente los edificios "inteligentes" hicieron
posible que las sedes centrales de las multinacionales adaptaran algunas de las
tecnologías de mando y control desarrolladas por la defensa militar a sus
operaciones comerciales y financieras repartidas por todo el mundo"[165].
Por tanto, la flexibilidad famosa está dentro de la rigidez de mando agudizando
una dialéctica común y constante en la historia del control disciplinario, con
su obsesión por reducir la incertidumbre y el despilfarro. Recordemos, en este
sentido, lo vital que es el orden y el ahorro en la logística militar a la que
aludíamos anteriormente.
Hablando de incertidumbre ocurre que, como muy bien explica,. A. Bilbao
en un texto necesario: "Los cambios en el entorno de la empresa, la
globalización y la competencia determinan un aumento del grado de
incertidumbre. La flexibilidad de la gerencia es condición para hacer frente a
los cambios. Esta flexibilidad debe ser correlativa a la flexibilidad de la
fuerza de trabajo". La flexibilidad responde, así, a la necesidad de
disciplina laboral porque: "En la consideración de la empresa como espacio
desde el que se impulsa la reproducción material de las sociedades, cobra especial
relevancia el problema del control. Todo un conjunto de teorías, desde la
organización científica del trabajo, a escuela de las relaciones humanas, han
tenido como objeto afrontar y resolver el problema del control. El control de
la producción puede caracterizarse como un conjunto de problemas cuyo objetivo
es aumentar el rendimiento". Las tecnologías son muy importantes en este
objetivo de aumentar el rendimiento y con ello el beneficio pero: "La
tecnología no es una variable independiente de las condiciones sociales y
políticas en las que aparece. Si se toma el ejemplo de la exportación de
tecnologías por parte de las multinacionales, se puede observar cómo su
recepción se ve influida por factores tales como: (a) La organización y
presencia de los sindicatos; (b) la calidad de la mano de obra disponible; (c)
la existencia de un excedente de mano de obra; (d) el sistema nacional de trabajo"[166].
Vemos así un continuo interactivo entre la lucha de clases, la
flexibilidad, la disciplina y control laboral, y el contexto nacional en el que
se desarrolla esa lucha de clases. Un continuo en el que las estrategias de
flexibilización actuales, que están "dirigidas preferentemente a restar
poder de negociación a la clase trabajadora"[167],
también transforman los sistemas de liderazgo, dirección y control interno del
proceso productivo, e igualmente, por ósmosis, los que terminan dirigiendo los
sistemas que se imponen en la sociedad en su conjunto. A. Gorz, por su parte ha
demostrado la estrecha relación histórica entre la nueva discioplinarización y
las viejas ideologías individualistrs y neodarwinistas, y precisa:
"Esta ideología (de
la que el thatcherismo ofrece, en Europa, la expresión más cabal) tiene, desde
el punto de vista del capitalismo, una racionalidad rigurosa: se trata de motivar una mano de obra difícilmente
reemplazable (por el momento, al menos) y de controlarla ideológicamente a
falta de poder controlarla materialmente. Para esto, hay que preservar en ella
la ética del trabajo, destruir las solidaridades que podrían vincularla con los
menos privilegiados, persuadirla de que trabajando
lo más posible es como mejor servirá al interés de la colectividad además
de al suyo propio. Habrá, pues, que ocultar el hecho de que existe un creciente
excedente estructural de mano de obra y una penuria estructural en aumento de empleos estables y
a tiempo completo; en resumen, que la
economía no tiene ya necesidad --y tendrá cada vez menos-- del trabajo de
todos y todas (...) Se dirá, pues, que los parados y los precarios no buscan
verdaderamente trabajo, no tienen
aptitudes profesionales suficientes, son incitados a la pereza por unos
subsidios de paro demasiado generosos. Se añadirá que todas esas personas
cobran salarios demasiado altos para lo copo se saben hacer, de suerte que la
economía, doblegándose bajo el peso de cargas excesivas, no tiene ya el
dinamismo necesario para crear un número creciente de empleos. Y se concluirá:
"Para vencer el paro, hay que trabajar más""[168].
Pero la importancia de estas cuestiones va más allá de las tecnologías
clásicas ya que, de un lado, estamos rozando el umbral de una nueva fase, y, de
otro lado, estos cambios se orientan decididamente hacia la transformación del
sistema hombre-máquina en el de organización-máquina, como veremos. En el
primer aspecto, A. Pestaña sostiene que:
"Si en los albores de
la revolución industrial --en el período paleotécnico
de Mumford-- la tecnología tenía un contenido predominantemente artesanal y
empírico, basado en el costoso método del ensayo-error, que tantas vidas
humanas segó entre los pioneros del maquinismo, andando el siglo XIX el
empirismo iba a ser sustituido progresivamente por la capacidad predictiva del
método científico, inaugurando una fase --neotécnica--
de contenido científico reciente, en el que la ciencia empieza a configurarse
como el motor del desarrollo tecnológico. Esta tendencia experimenta una
inflexión sin precedentes a partir del nacimiento de la biología molecular, de
forma que las nuevas tecnologías basadas en el conocimiento biológico
(biotecnología y genotecnología) surgen directamente del conocimiento
científico. Los cambios son tan importantes como para definir una nueva fase biotécnica en la serie de Mumford, que
va más allá del término introducido por el autor para enfatizar la influencia
mutuamente beneficiosa de la tendencia a integrar la vida en la tecnología
(manifiesta en el fonógrafo, el teléfono, el cinematógrafo, etc.) adaptando la
máquina a las necesidades y deseos humanos. La nueva fase bioténcica que
postulamos de acuerdo con Krimsky se caracteriza por un cambio tecnológico muy
rápido, unos tiempos de transferencia al sector empresarial mínimos (debido a
que, en la mayoría de los casos, las empresas se crean para explotar
comercialmente las aplicaciones directamente derivadas del nuevo conocimiento
científico-técnico) y una gran plasticidad empresarial (por su dependencia de
nuevos conocimientos susceptibles de comercialización)"[169].
Aun siendo cierto que la prensa ha magnificado en extremo tanto las
posibilidades curativas como las de control social que pueden derivarse de la
industrialización de la biotecnología, y que, especialmente en el caso del
genoma y de la clonación humana todavía hay muchos obstáculos científicos que
superar, D. Soutullo tiene razón, pese a todo ello, en exigir una transparencia
social absoluta y un debate público sin contrapisas[170].
También insisten en lo mismo R. Hubbard y E. Wald:
"Las empresas
farmacéuticas y biotecnológicas han invertido una gran cantidad de dinero en
desarrollar y comercializar nuevos
productos de tecnología genética. Philip Abelson, antiguo editor jefe de la
revista Science, y que no se opone a
la biotecnología, dice que las principales empresas de biotecnología de EE.UU.
gastan el 24 por ciento de sus ingresos en comercialización y que sus
vendedores haccen 30 millones de vistas al año a oficinas de médicos para
vender sus productos. No obstante, por el momento los beneficios no han sido
los esperados. Se han obtenido productos como insulina humana, hormonas del
crecimiento o interferón, pero el requerimiento de estas sustancias es
limitado. Estos productos no van a convertir la industria a la industria
biotecnológica en el equivalente de la industria informática de hace dos
décadas y producir un nuevo "Silicon Valley", o "milagro de
Massachustts". Para conseguir eso los empresarios biomédicos y
biotecnológicos van a tener que generar un mercado mucho más amplio"[171].
Y precisamente aquí está el peligro porque esos empresarios, como explican
y denuncian más adelante los autores
citados, están urdiendo una densa e inescrutable maraña de empresas,
instituciones, centros de investigación privada y pública, universidades
subvencionadas o directamente compradas por grandes corporaciones capitalistas
como Disney o Coca-Cola, grupos de presión dentro de las Administraciones,
Congreso y Senado estadounidense, etc., para, por un lado, potenciar esos
mercados y, por otro, para acelerar la privatización y la venta de las patentes
de los descubrimientos científicos. La experiencia histórica debe servirnos en
este caso, como en todos, de advertencia
porque, como enseña J. L. Peset, la moda biologicista en su momento fue
decisiva para legitimar el imperialismo sino también, dentro de este orden,
reprimir furiosamente las resistencias más importantes y/o incómodas[172].
S. Chorover ha insistido muy convincentemente en las tendencias al control
social masivo que respiran en la sociobiología[173]
y, por no extendernos, frente al riesgo cierto de que la manipulación genética
sirva para uniformizar a la especie humana en beneficio del poder, A. Jacquard
no ha dudado en salir en defensa de la diferencia[174].
Estas y otras críticas insisten en que no se puede separar el impacto
global de las biotecnologías en compartimentos estancos e incomunicados,
dejando cada uno de ellos en manos de especialistas. Más aún, la capacidad del
capitalismo para reciclar las críticas y
convertirlas en nuevos negocios, en nuevas "industrias", es tal que,
como muy bien denuncian Teresa Kwiatkowska y R. López-Wilchis asistimos a la
aparición de una "gran industria ética": "Frente a las
posibilidades que abre la biotecnología se ha formado una gran industria ética,
se gastan grandes cantidades de dinero en proyectos, conferencias y reuniones,
se forman comités éticos, se toman posiciones, se hacen declaraciones; los
filósofos discuten casos de una sutileza exquisita olvidándose cuidadosamente
de la dimensión política y económica de la investigación científica. No cabe la
menor duda, los que definen la política deciden en gran medida la importancia
de las metas en la investigación científica"[175].
Podemos así pasar a la segunda parte de las innovaciones tecnológica,
la que consiste en el salto del sistema hombre-máquina al de
organización-máquina. De entrada, semejante transformación no debiera extrañar
ni sorprender a quien haya leído siquiera
superficialmente a Marx, que analizó y elevó a síntesis teórica superior
todo lo investigado y denunciado hasta entonces sobre y contra esa tendencia
objetivas y genético-estructural del capitalismo, y tampoco debiera sorprender
a los lectores de Mumford y de otros muchos críticos que no podemos reseñar
aquí. Lo que ocurre es que la intelectualidad burguesa no tiene más remedio que
"inventar" expresiones ya estudiadas minuciosamente hace mucho
tiempo. Pues bien, otra confirmación la subsunción real de la tecnociencia en
el capital constante lo tenemos en la ergonomía que consisten en el cuerpo
teórico interdisciplinar --biomecánica, economía, antropología, piscología,
sociología, etc.,-- encargado de optimizar la productividad del trabajo. Es una
parte de la tecnociencia que ha
evolucionado rápidamente respondiendo a las exigencias tecno-productivas
en aumento, y en palabras de M. Ruiz Ripollés:
"El fenómeno de la
globalización obliga a las empresas a ser competitivas. Para ello, éstas deben
incluir estrategias que mejoren la productividad, la calidad y la innovación.
Ello obliga a la ergonomía a ampliar su actuación desde la consideración del
sistema hombre-máquina de la
ergonomía convencional, recientemente denominada microergonomía, a la de un
sistema organización-máquina, que
constituye la nueva visión macroergonómica. Con este nuevo planteamiento se
podrán comprender aspectos tales como la aparición de problemas
musculoesqueléticos relacionados con factores psicosociales (...) Si bien el
impacto de las nuevas tendencias, respecto al bienestar del trabajador, no es
un fenómeno suficientemente conocido, ya que los escasos estudios ergonómicos
efectuados al respecto presentan conclusiones contradictorias, sí se puede
afirmar que la incidencia de trastornos
musculoesqueléticos será muy elevada en un futuro próximo. Para abordar
este problema, aunque los planteamientos de la ergonomía convencional son imprescindibles,
será necesario considerar también su relación con los factores psicosociales, y
para ello los planteamientos macroergonómicos serán de gran utilidad"[176].
Por agravamiento de los factores psicosociales debemos entender el
empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de la inmensa mayoría de la
población. La macroergonomía, al sintetizar operativamente diversos cuerpos
teóricos necesarios para la explotación de la fuerza de trabajo confirma, por
una parte, la fusión entre tecnología y
ciencia; por otra parte, confirma la supeditación de la tecnociencia como base
de la macroergonomía a la lógica capitalista y, por último, confirma que el
sistema médico capitalista está estrechamente relacionado con la
"industria farmacéutica enormemente rica y poderosa que gasta ingentes
cantidades de dinero y emplea numerosa mano de obra con el manifiesto objetivo
de influir".[177]
13.- LEGITIMACIÓN REFORMISTA DE
LA TECNOCIENCIA:
El submundo de la política real, de las maquinaciones, chantajes y
luchas implacables entre fracciones del capitalismo por controlar las nuevas
tecnologías me lleva a la penúltima parte de esta exposición. Hemos visto cómo
a finales de los ochenta las tecnologías no se habían desarrollado aún
suficientemente como para permitir una rápida e intensa recuperación de la
crisis, y hemos visto como incluso una década más tarde en los EEUU las nuevas
tecnologías no se habían implantado definitivamente en el grueso del sistema
productivo. La razón es muy simple, y ya fue enunciada teóricamente
por Marx cuando analizó el conjunto de problemas que impulsa y a la vez
retrasan la aplicación de nuevas máquinas. La experiencia posterior ha
confirmado y enriquecido aquellas ideas, como demostró Mandel en su clásico
estudio sobre las ondas largas del sistema capitalista y la relación entre
lucha de clases y desarrollo tecnológico, en el que muestra cómo la burguesía
pretendió utilizar las dos primeras revoluciones industriales para destrozar la
fuerza organizada de las clases trabajadoras, y cómo a principio de los ochenta
sucedía lo mismo con la tercera[178].
Aunque el movimiento obrero fue muy duramente atacado el capitalismo no
ha logrado introducir todo el potencial tecnológico disponible tanto por las
resistencias y exigencias de control sindical y democrático, como los altos
costos tecnológicos como, por último, por su creciente obsolescencia; en
síntesis, por la provisionalidad que envuelve al tema. Hay que considerar aquí la lucha de clases no
como una simple disputa salarial sino como un choque global con efectos
directos e indirectos en todas las parcelas de la vida social. Desde esta
perspectiva, se entiende lo que indican Barnet
y Cavanagh: "Como los cambios tecnológicos llegan tan deprisa y poseen
un impacto imprevisible en el mercado de la electrónica, fármacos e
informática, por ejemplo, incluso en las empresas más grandes con importantes
resultados y profundamente arraigadas en muchos países, crece un sentimiento de
provisionalidad"[179].
La propaganda burguesa ha intentado ocultar con toda serie de visiones
optimistas del desarrollo tecnocientífico capitalista presente y futuro, el contenido estratégico
esencialmente político-económico del ataque contra las clases trabajadoras,
también contra las naciones y pueblos oprimidos y contra las mujeres del
planeta, con toda serie de afirmaciones sobre la instauración de una
"democracia representativa" que oculta la ferocidad del ataque. A.
Mendizabal[180] critica con lucidez este proceso
generalizado, muestra la importancia de
las nuevas tecnologías y sobre todo de la microelectrónica en la transformación
de la estructura del empleo, de la organización del trabajo, de la estructura
de la empresa, de los contratos de trabajo, del mercado de trabajo y, por no
extendernos, de la revolución del conocimiento, y propone una serie de
alternativas prácticas para luchar contra esta globalización mediante una
sociedad alternativa.
Semejante esfuerzo legitimador de la tecnociencia proviene de la crisis
de credibilidad que la afectó desde finales de los sesenta y cuyo seguimiento
no podemos hacer aquí aunque sí debemos considerar las denuncias a la
militariación de la de la industria y de investigación científica, precisamente
una de las fuerzas decisivas en la aparición de la tecnociencia y en sus
estrechas relaciones con el imperialismo, sobre todo con el norteamericano[181].
En realidad, la necesidad que tiene la burguesía de legitimar la tecnociencia
no viene sólo de lo vital que esta resulta para su dominación, sino tambien de
que su cuestionamiento supone un serio ataque a lo más típico de la
racionalidad dominante y de su modelo de orden social, productivo y
epistemológico. Interesa, en este sentido, leer la sugerente descripción que hacen al respecto Bocchi y Ceruti sobre el origen de la racionalidad científica desde
la mitad del siglo XVII:
"Emergió al respecto
el ideal de la objetividad racional, expresión de un observador abstracto.
Intérprete de estas exigencias, el investigador tendría que discriminar entre
lo relevante y lo accesorio, entre lo permanente y lo transitorio, entre lo
esencial y lo superfluo. El laboratorio se convirtió en el teatro de su
actividad: un escenario purificado de toda interferencia de efectos
secundarios, en el que los hechos
serían tales solamente en la medida en que se obtuvieran en condiciones
experimentales completamente
controlables. Ello posibilitaría separar los pocos hechos inteligibles de
una teoría (porque repetibles, y, por
tanto, controlables más allá de toda específica condición espacio-temporal) de
una miríada de desdeñables interferencias"[182].
De la misma forma en que, como hemos visto, en los ejércitos se impuso
el orden más estricto para lograr el control absoluto de la incertidumbre,
también se buscó lo mismo en los primeros laboratorios, y ambas experiencias
servirían luego para desarrollar otros sistemas de orden productivo
simbólico-material, desde el frenopático hasta el más reciente y
tecnocientífico taller toyotista y postaylorista. Esta racionalidad
instrumentalista y productivista es consustancial a la ideología burguesa,
aunque no a su realidad social, como se
demuestra leyendo al famoso filósofo de la ciencia I. Lakatos en su debate de comienzos de 1970
con J. R. Ravetz:
"En mi opinión, la ciencia, como tal, no tiene ninguna responsabilidad
social. En mi opinión es la sociedad quien tiene una responsabilidad: la de
mantener la tradición científica apolítica e incomprometida y permitir que la
ciencia busque la verdad en la forma determinada puramente por su vida interna.
Desde luego, los científicos, en cuanto ciudadanos, tienen la responsabilidad,
como cualquier otro ciudadano, de velar porque la ciencia sea aplicada a fines sociales y políticos correctos. Esta
es una cuestión distinta e independiente y, en mi opinión, se trata de una
cuestión a ser determinada en el Parlamento, Desde luego, como ciudadano, estoy
totalmente a favor de utilizar la ciencia de modo que sirva a
la anticontaminación en lugar de servir a la contaminación, y que sirva para la
defensa de la libertad en lugar de servir a la subyugación de la gente más
débil. Y llega ahora la segunda pregunta que tenía que plantear al doctor
Ravetz. Según mi punto de vista, una de las responsabilidades sociales más
importantes del pueblo inglés es utilizar la ciencia para defender la libertad
de este país. Según mi punto de vista, esto sólo puede conseguirse manteniendo
el elevado prestigio social de los científicos nucleares aplicados que trabajan
para el ejército. Ahora bien, ¿qué es lo que el doctor Ravetz desea que produzcan
los ingenieros ingleses: el paraguas nuclear para la libertad o el paraguas de
Chamberlain para la servidumbre?"[183].
En esa época Inglaterra era todavía el segundo imperialismo mundial, y
aplicaba la más avanzada tecnociencia en su represión del pueblo irlandés y de
otros muchos del planeta. Las palabras de Lakatos expresan crudamente el
ideario profundo del poder tecnocientífico capitalista en una potencia
imperialista que jugaba y juega un papel clave en la OTAN, y aunque Inglaterra
ha ido perdiendo poder frente a Alemania, esa ideología tecnocientífica no se
ha debilitado en la práctica económica y militar. Al contrario. No hace falta,
pienso, extenderme en la reactivación desde comienzos de los ochenta con la contraofensiva capitalista llamada
"neoliberalismo", de los esfuerzos de algunas instituciones burguesas
especialmente autoritarias por reactivar estas defensas tan feroces de la
tecnociencia.
Resulta tan burda esta defensa de la tecnociencia que han proliferado
otras más sutiles e indirectas, incluso las que escamotean abiertamente el
problema del poder y lo reducen al control de la información, como
veremos. He dividido en cuatro bloques esas defensas
legitimadoras de la tecnociencia. El primero es el de la "crítica
comprensiva" tanto en el sentido de denunciar los "malos usos"
de "la ciencia", como es el caso entre otros muchos de M. F. Perutz[184],
como en el de la pura propaganda optimista con algunos tintes de
"autocrítica" por el paro y
otras menudencias, según el texto de M. Kaku[185].
Sí me voy a detener un poco en el texto de M. Calvo Hernando porque muestra
claramente los límites reformistas de este bloque. En el brevísimo espacio
dedicado a la supuesta "democracia electrónica", el autor se
pregunta:
"Ante el uso creciente de estas tecnologías para la
intensificación de los sondeos, para la propaganda política y, en general, para
lo que empieza a llamarse "democracia electrónica", ¿no resultará
cada vez más difícil para los elegidos defender posiciones impopulares que se
juzguen electrónicamente? ¿Se podrá garantizar a los usuarios la total
confidencialidad de su elección? ¿Serán compiladas estas informaciones por los
operadores de cable, para formar ficheros de clientela especialmente
seleccionados? ¿Cómo dejar que se
instauren así procedimientos denominados de "democraciua electrónica"
bajo el control de empresarios privados, aunque estos sondeos o votos sólo
tengan un carácter "indicativo" (al menos en un principio)? ¿Qué
riesgos oculta esta democracia "en tiempo real", que nuestros dirigentes
empiezan a practicar ya con los múltiples sondeos cotidianos?"[186].
Esto es todo lo que aparece con un barniz ligeramente "crítico" con
respecto a la tecnociencia y el poder capitalista.
El segundo es el de la falacia naturalista, es decir, la defensa de
"la ciencia" desde la perspectiva no sólo de que dice "la
verdad" sino además de que descubre
las grandes fuerzas que determinan el funcionamiento concreto de la
sociedad humana. Uno de los casos más estridentes en este bloque es el libro de
H. Haaken sobre la sinergética. Vaya por delante que aquí no se critica la
razón científica innegable que tiene el texto en su primera parte, sino lo
anticientífico que es querer aplicar a la sociedad humana todo, absolutamente
todo lo que sí vale para las llamadas ciencias naturales --sin entrar tampoco
ahora a este tema de las "ciencias naturales"-- como hace el autor
citado desde el captº XII de su libro, y sobre todo en sus ideas sobre las
revoluciones:
"En el sentido de la
sinergética, una revolución es casi siempre una inestabilidad que rompe las
simetrías. Sobre todo en las
manifestaciones de masas se puede observar que los asistentes van
enfervorizándose mutuamente y que su voluntad revolucionaria es un producto
colectivo. La multitud adquiere un estado de excitación colectiva, que crea en
las personas una impetuosa e irresistible sed de acción, de violencia, la cual
puede manifestarse en forma de quema de automóviles, roturas de escaparates o,
como en la Revolución Francesa, con la toma de la Bastilla. En estos estados de
excitación colectiva el pensamiento lógico individual parece quedar descartado
casi por completo. El individuo aparece esclavizado por un
"ordenador", en este caso la consigna, surgida a menudo por
casualidad"[187].
Dentro de este segundo bloque
quiero incluir también a Rosnay:
"Se podría decir que
estamos inventando una nueva forma de vida: un macroorganismo planetario que
engloba el mundo viviente y los productos humanos, que también evoluciona y
cuyas células seríamos nosotros. Posee un sistema nervioso propio, del cual
Internet sería un embrión, y un metabolismo que recicla los materiales. Este
cerebro global, hecho de sistemas interdependientes, vincula a los hombres a la
velocidad del electrón y trasforma nuestros intercambios (...) ¿Qué es el
mercado sino un sistema darwiniano que selecciona, elimina o amplía
determinadas especies de invenciones? La gran diferencia con la evolución
biológica es que el hombre puede inventar en abstracto tantas especies como
desee: esta nueva evolución se desmaterializa. Inserta entre el mundo real y el
mundo imaginario, un mundo nuevo, el mundo virtual, lo que no sólo le permite explorar universos
artificiales, sino también poner a prueba y fabricar objetos o máquinas que aún
no existían. De algún modo, esta evolución cultural y técnica sigue la misma
"lógica" de la evolución natural"[188].
Lo menos que hay que decir de estas joyas de la estupidez es que,
primero, silencian o desconocen la larga historia del debate epistemológico
sobre la dialéctica entre objetividad y subjetividad en lo que se llama ciencia y en general en el
pensamiento humano, largo debate que aparece en la Grecia clásica y toma cuerpo
definitivo en las obras de Aristófanes, como muy bien indica P. Thuillier[189];
segundo, no son capaces de apreciar el
cambio cualitativo entre lo natural y lo social de modo que se les puede
responder con esta muy esclarecedora frase, sin mayores precisiones sobre ella: "...lo que sin duda Marx no pudo
prever, y lo que sin duda diferencia cualitativamente su obra de la Darwin es
que la naturaleza no leyó a Darwin, pero la sociedad sí leyó a Marx"[190];
tercero, desconocen o silencian la realidad interna de la tecnociencia como
poder instituido en cuyo interior la verdad convive con los errores y fraudes,
como dice P. Voltes en su texto básico: "El edificio de la ciencia es
inacabable, está construido sobre cimientos movedizos y temblorosos y nunca
llegará a ser completa y exactamente
correlativo al cosmos que estudia. El reconocerlo así presta, sin duda,
más servicio a la ciencia que la veneración exagerada a los antecesores, la
autovaloración pedante de lo propio y el manejo sectario de nuestro
entorno"[191].
Cuarto, además de errores y fraudes, existe la mentira interesada y
consciente, la falsificación y la manipulación de los resultados. La pregunta
de por qué engañan bastantes científicos ha sido contestaba brillantemente por
Trocchio mostrando que los científicos se han convertido en
"mercenarios" del poder, y la solución no es otra que devolverles la
"libertad" de investigación y la "dignidad" de seres libres[192].
La capacidad de mentir de los científicos es una cosa realmente seria e
inquietante porque, salvando todas las distancias, nos conduce de lleno al problema que afecta a
la economía capitalista con la proliferación del fraude, del engaño, de la
"economía criminal" --¿hay capitalismo "no criminal"?-- de
la economía sumergida, del trabajo negro, etc., prácticas todas ellas que giran
alrededor de la dictadura del dinero y del valor de cambio, o sea de la mercantilización de la ciencia. Es muy
significativo el que, como demuestra S.
Price fuera a comienzos del siglo XVII, concretamente en 1613[193],
cuando se denunciara la proliferación de "palabrería inútil" en
multitud de artículos y ponencias científicas adelantándose con mucho a la muy
conveniente denuncia de las imposturas intelectuales que se comenten en el
mundo académico, tal cual hacen Sokal y Bricmont en su reciente y clásico texto
que no necesita citarse, aunque no me resisto en recomendar dos textos muy
necesarios por su crítica del relativismo posmoderno[194].
Sin embargo, sí conviene rescatar del olvido la también brillante y demoledora
denuncia de Bou Bauzá con su "aventura de publicar barbaridades"[195]
y enviarlas a prestigiosos certámenes internacionales. Los resultados fueron
terribles y muestran la ignorancia, superficialidad, ligereza y respeto perruno
a las jerarquías académicas y universitarias de muchos jurados.
Quinto y último, esta reivindicación de Trocchio y las denuncuas anteriores
y posteriores, nos llevan a la otra
cuestión, la de que el desarrollo tecnocientífico no es en absoluto
determinista ni mecánico en el sentido de acabar más temprano que tarde con la
victoria de lo "más apto" sobre lo "menos apto" en el
mercado darwiniano que selecciona, elimina o premia al "mejor" en
detrimento del "peor". Desde su feminismo crítico y en un texto
colectivo de obligada lectura, R. Williams ha demostrado lo inconsistente de
semejante determinismo[196],
sumando su voz a otras críticas feministas a la institución tecnocientífica que
debemos tener siempre en cuenta: "La crítica feminista a la ciencia se ha
centrado en: la estructura social de la ciencia, los resultados de la
investigación biológica y social, en las metáforas sexuales y significados de
la naturaleza, en los procesos de investigación y en los aspectos
epistemológicos"[197].
Todas estas denuncias confluyen con especial fuerza en el problema de la
procreación de nuestra especie, cuestión vital donde las haya y sobre la que el
feminismo tiene siempre la última palabra. Pues bien, en este tema decisivo,
estudios feministas muestran cómo además de existir desde tiempos inmemoriales
"un lucrativo comercio con el sufrimiento y el deseo de un hijo", el
desarrollo científico en la sociedad capitalista dio un salto en 1791 con la
primera inseminación humana, abriéndose un sendero por el que luego la
tecnociencia hablaría en términos abusivos del hijo "fabricado" por
la técnica médica[198].
El "lucrativo comercio" de la
reproducción biológica ha entrado ya en el contenido mercantil de la
tecnociencia.
No nos debe sorprender la coherente rotundidad de esta muy necesaria
crítica feminista viendo las versiones burguesas que desde algunos sectores
"progresistas" se hace al poder tecnocientífico, lo que nos introduce
ya en el tercer bloque de defensa de la tecnociencia en el que nos encontramos
Tezanos y López Peláez:
"La sociedad
tecnológica postindustrial en la que nos encontramos se caracteriza por la
interrelación entre ciencia, tecnología, instituciones de investigación,
industria, financiación pública y privada. La relación entre la innovación
tecnológica y la economía ha superado los planteamientos de la economía
clásica, apareciendo la innovación tecnológica como el factor decisivo del
crecimiento económico, de la productividad, de la competencia y de la
nueva división de la economía mundial en
función de las ventajas comparativas que otorga el componente tecnológico. A la
vez, las nuevas tecnologías se convierten en el
primer factor de configuración de la nueva sociedad tecnológica: el
papel decisivo de la tecnología en la economía simplemente expresa el papel
decisivo de la tecnología como tal en la conformación de la sociedad
contemporánea, modificando las pautas de comportamiento, de estratificación, de
identidad y de trabajo"[199].
Los autores son conscientes de los riesgos y de los efectos negativos de las
nuevas tecnologías, y para solucionar el problema no proponen aumentar la
democracia práctica, popular y productiva de las clases trabajadoras, de las
naciones y pueblos oprimidos y de las mujeres del planeta, sino la más
insustancial palabrería sobre "potenciar la participación pública en las
controversias tecnológicas"[200].
En realidad, se trata de una
"solución" que no soluciona prácticamente
nada porque no cuestiona los pilares de género, clasistas y de opresión
nacional que fuerzan la conversión de la tecnociencia en una maquinaria
destinada a aumentar la explotación de esas trágicas realidades estructuradas
objetivamente al margen de nuestra voluntad subjetiva. Desde su tecnocentrismo absoluto, es coherente que el
poder de control popular quede prácticamente en nada. Además, tiene a su favor
el sistema propagandístico que hace del cientifismo el gran recurso para
resolver todos los problemas del presente y del futuro, o incluso peor, cuando
se reducen esos peligros casi a nada. Este es el caso de J. Maddox que reduce
los riesgos a las calamidades de las nuevas epidemias futuras y el sida, de la
manipulación del genoma humano, del efecto invernadero, de la remota
posibilidad de que un meteorito mediano o grande choque contra la tierra, y
apenas más[201]. Semejante simplismo y
superficialidad es, empero, un terrible instrumento del poder capitalista en su
lucha contra la creciente movilización colectiva ante el incremento de toda
serie de riesgos, amenazas, peligros y deterioros. Esta toma de conciencia es
inseparable de la certidumbre social de que la tecnociencia es un poder ajeno a
la voluntad y a los deseos de las gentes.
Por último, el cuarto bloque está constituido por quienes difuminan
tanto la estructura de poder material, clasista, dentro del capitalismo --e
incluso apenas usan este nombre sino el de "sociedad de la
información"-- que desaparece
cualquier posibilidad de relacionar
"la ciencia" con el poder. Este es el caso de Manuel Castells:
"Las batallas culturales son las batallas del poder en la era de la
información. Se libran primordialmente en los medios de comunicación y por los
medios de comunicación, pero éstos no son los que ostentan el poder. El poder,
como capacidad de imponer la conducta, radica en las redes de intercambio de
información y manipulación de símbolos, que relacionan a los actores sociales,
las instituciones y los movimientos culturales, a través de iconos, portavoces
y amplificadores intelectuales. A largo plazo, no importa realmente quien
tiene el poder, porque la distribución de los papeles políticos se generaliza y
es rotatoria. Ya no existen élites de poder estables. Sin embargo, sí hay élites desde el poder, es decir, élites
formadas durante su mandato, usualmente
breve, en el que aprovechan su posición política privilegiada para obtener un
acceso más estable a los recursos materiales y las conexiones sociales. La
cultura como fuente de poder y el poder como fuente de capital constituyen la nueva jerarquía
social de la era de la información"[202].
No merece la pena perder el tiempo en una contestación extensa, así que
solamente cito las conclusiones de la
reciente investigación de J. A. Rodríguez sobre el círculo de poder en el
Estado español:
"1. La importancia de
un grupo de élite central que juega un papel fundamental de intermediación y
cohesión social. 2. El alto nivel de relaciones y cohesión del círculo formando
un verdadero círculo social que integra a todos los sectores económicos. 3. La
articulación de grupos de consejeros alrededor de los grandes grupos bancarios.
4. A pesar del alto número de consejeros profesionales, permanencia en
posicionales centrales del poder de las viejas oligarquías financieras. 5. Alto
ligamen del círculo del poder a la clase alta y al sistema político. 6. No
pertenencia de los consejeros centrales de BANESTO al centro aglutinador del
círculo social. 7. Competencia entre las élites históricas (parte de la
oligarquía financiera) del BCH y las nuevas de BANESTO por ocupar el espacio de
centralidad-influencia-poder (...) El espacio y red corporativas están
claramente articulados alrededor de los grandes holding bancarios. Cabe destacas: 1. Continuidad en los grupos
bancarios centrales a lo largo del tiempo. 2. Reparto del espacio corporativo
(industrial) entre los holding financieros.
3. Competencia entre conglomerados por los sectores centrales de la economía:
energía y siderometalúrgica. 4. Papel clave de intermediación del sector
energético (especialmente las corporaciones eléctricas). 5. Coincidencia en el
mismo espacio corporativo (mismo papel social) del grupo BANESTO y grupo BBV.
6. Fundaciones: la interrelación entre el círculo de poder y el sector de
fundaciones muestra el papel cohesionador de clase de las fundaciones. Como
espacio de cohesión social del círculo de poder y como espacio de articulación
de valores sociales y culturales de clase"[203].
Los esfuerzos por recuperar la credibilidad del poder tecnocientífico,
popularmente calificado como "la ciencia", van de mal en peor aunque
se libra una áspera batalla al respecto. En realidad, la gente comprende cada
vez mejor que la tecnociencia multiplica los riesgos de todo tipo --por ejemplo,
las vacas locas, las infecciones hospitalarias, los edificios enfermos, los
llamados "accidentes de trabajo", la multiplicación de los
desequilibrios psicológicos y un largo etcétera-- de modo que tiene razón U.
Beck cuando sostiene en su crítica del globalismo que:
"El distintivo más
visible de los conflictos resultantes de los riesgos estriba precisamente en
que determinados ámbitos anteriormente despolitizados de la toma de decisiones
se politizan mediante la percepción pública de los riesgos; estos se abren
--por regla general involuntariamente y contra la oposición de instituciones
poderosas que monopolizan esas decisiones-- a la duda y al debate públicos.
Así, de la noche a la mañana, en la sociedad del riesgo mundial se exponen con
pelos y señales objetivos y temas que
antes se trataban a puerta cerrada, como, por ejemplo, decisiones sobre
inversiones económicas, fórmulas químicas de productos y medicamentos,
programas de investigación científica o el desarrollo de nuevas tecnologías.
Todo esto exige de repente una justificación pública, a la vez que se nos pide
elaborar y modificar marcos institucionales para legitimar y consolidar esta pieza importante
que se llama una mayor democracia (...) este autocuestionamiento subversivo, no
querido, no visto y fundamentalmente político ("modernización
reflexiva"), que se pone en movimiento por doquier mediante los riesgos
percibidos, ocurre al final algo que los sociólogos que se reclaman de Max
Weber apenas consideran posible: que las instituciones acaben moviéndose. El
diagnóstico de Max Weber es el siguiente: la modernidad se convierte en una
caja de hierro en la que los hombres, al igual que los fellah del antiguo Egipto, debe hacer sacrificio en los altares de
la racionalidad. La teoría de la sociedad del riesgo mundial desarrolla el
siguiente contraprincipio: se ha abierto la jaula de la modernidad"[204].
Estas movilizaciones han sido recogidas y analizadas con diversa
profundidad por la corriente CTS; por ejemplo, y sin poder entrar aquí a
mayores matizaciones sobre los contenidos de las obras que se citan, M. González, J. A. López y J. L,. Luján[205],
nos ofrecen una perspectiva más rica, profunda y crítica de la mayoría de
debates que en los últimos años se están librando entre diversos sectores
preocupados por la evolución de la tecnociencia; J. M. Iranzo y J. R. Blanco[206]
se extienden en el análisis de las corrientes más recientes en la sociología de la ciencia lo
que permite al lector disponer de una
idea más realista de lo que sucede; por su parte, R. Méndez y A. Alvarez[207],
avanzan un paso importante y plantean multitud de reflexiones críticas sobre
las consecuencias prácticas de la
tecnociencia actual, y justifican la necesidad de que las gentes se movilicen
para controlar una fuerza que se está volviendo incontrolable.
También aumentan las investigaciones específicas sobre el riesgo en general, aunque, en los autores
que tratamos ahora y que hemos citado antes en otro texto, J. López y J.L.
Luján, desde y para una propuesta
bastante institucionalista que, al final, queda reducida fundamentalmente a las siguientes "posibilidades
generales de participación pública": Las audiencias públicas. Las
audiencias parlamentarias. La gestión negociada. Los paneles de ciudadanos y
las encuestas de opinión. Pero los autores advierten que estos y otros métodos
de participación pública: "Aunque pueden servir como base para la toma de
decisiones, no pueden ser hablando estrictamente procedimientos de toma de
decisiones. En los sistemas político democráticos, los procedimientos legítimos
para la toma de decisiones están claramente
definidos. Estos modelos no han de reemplazar dichos procedimientos
legítimos, sino servir como herramientas para propiciar la participación
pública en la elaboración de opciones y focalizar la discusión pública sobre
ellas. Una excepción al respecto e, por el carácter vinculante para la
Administración, la constituyen los referéndum
y la litigación, que se han
convertido en muchos países occidentales en el principal procedimiento que
tienen los ciudadanos para dirigir el cambio tecnológico y restringir los
riesgos a él asociados"[208].
14.- DOMINACION TECNOCIENTIFICA
O PRAXIS CIENTIFICO-CRÍTICA:
Como vemos, no se cuestionan las causas esenciales del problema, a
saber y volviendo necesariuamente a Marx, el hecho de que la burguesía ha
culminado la subsunción real que no
sólo formal de la tecnociencia en el
capital constante y en el entero proceso de valoración o "autoexpansión"
del capital. Este es el problema crucial. Sin poder explicar las relaciones
entre reformismo y relativismo, asumo la crítica del posmodernismo que hace E.
Moya:
"En el fondo, el
posmodernismo autoconsciente de los
orígenes de la tecnociencia occidental en el regazo del militarismo, el
capitalismo y las rutas de dominación
colonial, intenta una deconstrucción
de la ciencia como una práctica mítica y lingüístico-material. Los mismos
hechos, son tipos de historias, testimonios de una experiencia socialmente
situada, comprometida y siempre construida mediante complejas tecnologías
sociales. Incluso, la ciencia es presentada como un constructo humano que
surgió cuando la dominación de la naturaleza por el varón parecía un objetivo
deseable (...) Las orientaciones posmodernas se presentan, así, como propuestas radicales, pero sus
implicaciones son conservadoras. Allí
donde las únicas diferencias que hay
entre los distintos discursos son sólo diferencias de palabras, no hay un punto
de apoyo desde el que sustentar la crítica; todo se hace equivalente. A pesar
de su afán deslegitimador, tras un análisis posmoderno, todo puede permanecer
igual; nada tiembla, nada cae. Los objetivos pueden ser loables pero el
resultado final es la impotencia. Resulta sustancial para una concepción
progresista del mundo luchar contra esas aptitudes relativistas y escépticas,
pues, cuando se habla de la explotación de las minorías étnicas o del Tercer
Mundo y se reivindica la igualdad de sexos, o bien, se concede algún estatus
causal a la evidencia empírica o de lo contrario se sustrae el suelo firme a
toda posible crítica social. En la imagen posmoderna, el papel causal de los
"objetos" es minimizado al extremo que los científicos se presentan
como gente hablando acerca de otra gente. Parece que para ellos la naturaleza no sólo
puede ser vista de múltiples maneras, sino que, además, puede ser vista de
cualquier forma. Y esto, ciertamente, es insostenible (...) El papel de la
realidad no puede ser, en definitiva, insignificante. El discurso
deslegitimador posmoderno legaliza el caos, donde todo se mezcla y se confunde. Resulta, en último término,
incompatible con la racionalidad"[209].
No hace falta, a estas alturas, recurrir a una larga lista de
científicos que ridiculizarían con dos palabras estas modas posmodernas, y me
basta esta cita extraída de un artículo sobre las muy interesantes ideas y
práctica de S. Weinberg: "Hoy en
día, las principales batallas las libra contra los pensadores y filósofos de la
ciencia posmodernistas que mantienen que las teorías científicas no reflejan
una realidad objetiva sino negociaciones sociales entre científicos. En su
forma más básica, esta filosofía afirma que las teorías de los científicos más
persuasivos y políticamente poderosos se convierten en hecho aceptado. Weinberg
escribió acerca de uno de los libros sobre la materia, Constructing Quarks [Elaborando los quarks], de Andrew Pickering,
que las negociaciones sociales en investigación son similares a la
planificación que los escaladores podrían hacer juntos antes de subir al monte
Everest. Pero a nadie se le ocurriría escribir un libro titulado Construyendo el Everest; una vez vista
la cumbre de la montaña, afirmó Weinberg, la mayoría de las personas aceptaría
que, al igual que las partículas elementales que dejan sus rastros en los
detectores de partículas, se había demostrado que existía y no había sido construido mediante un pacto social. En
general, según afirma, él cree que "la filosofía a medio cocer se ha
entrometido a veces en la forma de hacer ciencia""[210].
Es característica recurrente en las confrontaciones teórico-políticas
de alcance el que surjan o resurjan cada determinado tiempo y siempre en
función de las contradicciones contextuales, modas que de un modo u otro
cuestionan, relativizan o incluso niegan la capacidad humana de conocer y transformar
los problemas a los que se enfrenta. Actualmente, con el nivel tecnocientífico
alcanzado, es imposible sostener la incapacidad humana para transformar la
realidad y más aún para crear otra nueva, aunque todavía quedan corrientes que
elucubran sobre diversos grados de incapacidad de conocer esa realidad. Desde
la perspectiva general de la filosofía de la praxis es el problema de la
"esencia humana"[211],
es decir, la capacidad de nuestra especie para comprender la realidad, o en palabras de J. Wagensberg: "Encontrar
la esencia oculta común entre dos cosas aparentemente diferentes equivale a
comprender. (Por ello, la gravitación comprende tanto la caída de una manzana
madura como las órbitas de los planetas). Es la inteligibilidad: lo que ayuda a
comprender incluso cuando dos fenómenos aparentemente iguales resulta que, en
esencia, no lo son, como la reflexión lunar en la selva y la difracción solar
en el desierto"[212].
Pues bien, esta capacidad es relativizada al extremo entre otras
corrientes por la escuela del Programa Fuerte[213],
que niega esa base esencial y afirma que cada
cultura o sociedad tiene sus convenciones propias. Una de las variantes
extremas de esta corriente relativista es la de la "realidad
inventada", según la cual: "El que llega a comprender que su mundo es
su propia invención debe acordar lo mismo a los mundos de sus semejantes"[214].
Los partidarios de la "realidad inventada" defienden cosas tan útiles
para el FMI o EEUU o la burguesía en general, como resolverlo todo con la
tolerancia mutua durante el proceso de diálogo entre las respectivas
invenciones de cada cual. Y mientras tanto, al calor de la mutua tolerancia
¿qué hace el poder capitalista y su tecnociencia? La respuesta a esta pregunta
carece de sentido porque incluso la pregunta misma es irrelevante, desde la
tesis de la "realidad inventada", precisamente porque lo primero que
habría que dilucidar es si el capitalismo es o no es una invención subjetiva e
individual en vez de una realidad estructurante y objetiva.
Sin ir tan radicalmente al fondo del problema en su respuesta, aunque sí siendo consciente
del papel del militarismo en la evolución de la ciencia, C. Solís[215]
insiste en la existencia de unas pautas básicas de racionalidad que explican la
continuidad del pensamiento, aunque haya que concretar en cada período
histórico y marco social específico las formas particulares que adquiere esa
racionalidad básica a la especie humana.
Voy a poner un ejemplo de la dialéctica entre la racionalidad básica del
pensamiento de nuestra especie y sus diversas formas de plasmación histórica, y
ese ejemplo es el de la mecánica cuántica, enunciada tímidamente ahora hace un
siglo pero decisiva en todos los sentidos. Como dice L. Orozco: "Más del
25% del producto mundial bruto depende directamente de nuestra comprensión de
la mecánica cuántica; donde esté un transistor, un láser, una resonancia
magnética, ahí está la presencia de la mecánica cuántica. La mecánica cuántica
nos ha dado una comprensión cuantitativa de la materia y con ella herramientas
esenciales de la física, la química y la biología para el avance de la
tecnología que Planck ni siquiera imaginó cuando buscaba explicar la radiación
de un cuerpo caliente"[216].
Todos sabemos la ideología política de Planck y su personalidad; sabemos
también el contexto ideológico y de lucha de clases en la cultura germánica de
la época; igualmente conocemos las discusiones entre la mecánica cuántica y la
teoría de la relatividad, etc., pero es imposible negar que la mecánica
cuántica ayuda a la especie humana --dejando ahora de lado la opresión
patriarcal, nacional y de clase-- a conocer y transformar la realidad, y
también, sobre todo a crear nuevas
realidades.
La capacidad de comprender la realidad se basa en dos principios
elementales: uno, que "sólo existe un único mundo, una unidad material y
ontológica. La tesis de que existen en el mundo dos tipos de realidades, la
material y la mental, conduce a toda serie de paradojas y resulta
inaceptable", y otro que, "a pesar de la unidad ontológica del mundo,
nos queda y siempre nos quedará una profunda diversidad epistemológica".
Ambos principios básicos, además, se sustentan en otro esencial por su
contenido dialéctico: "Una característica fundamental de la ciencia
experimental es que resulta más fácil estudiar los cambios que las situaciones
estables". Estas tesis de S. Rose[217],
confirmadas por toda la experiencia científica --"Tal es precisamente el
mensaje de la ciencia actual: el cambio y la evolución existen por doquier en
el universo, en todos los niveles"[218]--
permiten comprender que "las
antiguas epístemes no desaparecen sino que persisten como substratos válidos
para organizar esferas restringidas de la experiencia", de modo que en un
momento podemos hacer caso a Newton y en otro a Einstein, según los niveles de
práctica y experiencia, e incluso podemos creer en el espíritu de la Madre
Tierra que llama a su seno a los objetos distantes, como nos explica muy bien
N. K. Hayles: "Pero independientemente de cómo se conciba la gravedad,
ningún paradigma viable podría predecir que cuando alguien salta desde un
acantilado quedará espontáneamente suspendido en el aire"[219].
Una explicación más general pero igualmente válida nos la ofrecen
Ibarra y Mormann: "La ciencia tiene una función principalmente pragmática
de resolución de problemas. Este aspecto determina esencialmente a la ciencia
como una actividad intencional de base decisoria"; para lo cual se trata
de construir representaciones de la realidad desde un "enfoque
monista", en el que la ciencia empírica, la matemática y la epistemología
son estrategias representacionales "no
esencialmente diferentes", porque "el concepto de representación
asociado a la práctica científica y filosófica no se identifica con un dominio
de aplicación establecido a priori,
sino con prácticas representacionales efectivas (...) la representación puede
interpretarse como un proceso dialéctico de reducción e inducción de
complejidad, que permite eludir completamente el reductivo concepto de la
representación como reflejo"[220].
Por la importancia que otorgo al problema esencial de la
cognoscibilidad y capacidad de transformación de la realidad objetiva que tiene la especie humana me detengo un
instante en la tesis de M Korshunov sobre la importancia de la subjetividad en
la actividad creadora y en la verdad del conocimiento:
"La verdad objetiva,
si se crea mediante la actividad del
sujeto, ha de llevar forzosamente una perceptible huella de subjetividad (...)
las operaciones con que el sujeto elabora el material y forma una representación
científica del mundo son ellas mismas análogos peculiares de acciones
objetuales prácticas. De ahí que tales operaciones no sean resultado de la
actividad arbitraria de la mente humana, sino que se han elaborado
históricamente en el transcurso de la interacción multisecular del hombre con
el mundo circundante (...) tampoco el contenido de la verdad --dado que este
contenido entra en la conciencia del hombre a través de determinados
procedimientos de actividad mental y él mismo es un proceso-- puede entenderse
sólo como una copia muerta (...) la
verdad es un producto de la actividad de las personas, de la sociedad humana,
se deriva del nivel de desarrollo de la actividad práctica y del nivel de
conocimiento ya alcanzado (...) El carácter subjetivo de la verdad estriba
además en que ésta, siendo un reflejo adecuado del objeto, está siempre de
algún modo vinculada con tareas, fines y necesidades del sujeto, a los que
corresponde (...) Las tareas prácticas determinan lo que se ha de estudiar del
objeto, dirigen al investigador hacia el conocimiento de aquellos aspectos que
tienen un valor más esencial en la actividad práctica"[221].
Así presentada, se comprende por qué es imposible al pensamiento
burgués aceptar tanto la filosofía de la praxis de nuestra especie como la
dialéctica del conocimiento histórico-práctico, simplemente porque saca a
relucir estas interrogantes ¿quién define e impone las tareas practicas que
determinan lo que se ha de estudiar del objeto?, ¿quién impone el objeto mismo
a estudiar? ¿quién, por qué, para qué y cómo define el valor más esencial de la
actividad práctica? Las respuestas a estas interrogantes dependen en gran
medida del sistema de racionalidad que se tenga pues, si se parte de la
racionalidad esclavista y/o burguesa, resulta extremadamente difícil aceptar
que existe un componente de explotación, de subjetividad opresora que no sólo
de poder en abstracto, en el conocimiento concreto humano. ¿Acaso existen
racionalidades diferentes dentro de una capacidad humana racional, antropológicamente
asentada e históricamente demostrada? Desde luego que sí.
Si el problema se plantea en estos parámetros tan básicos desde la
perspectiva general de la filosofía de la praxis, según hemos visto, desde la perspectiva más detallada de la
praxis científico-crítica se plantea el problema de la dialéctica del
conocimiento y en especial de la evolución de los tres sistemas de racionalidad
histórica occidental --la esclavista contemplativa sintetizada por Aristóteles,
la burguesa técnico-ahistórica y metafísica sintetizada por Descartes y la
histórico-práctica y dialéctica sintetizada por Marx-- según la muy valiosa
tesis de J. Zelený[222].
Dentro de esta misma perspectiva, C. Cunchillos ha sintetizado así la enorme
aportación de Faustino Cordón a la epistemología y al "eterno" choque
entre el materialismo y la religión:
"El enfoque de Cordón
da, además, un nuevo impulso al conjunto de la ciencia, al plantear una nueva
forma de conocer; superior al “cómo es”, propio de la etapa empírica de la ciencia,
y al “por qué”, de la etapa experimental, la pregunta, propia de la etapa
evolucionista, se nos vuelve “cuál es su origen”. Conocer la naturaleza de las
cosas por su origen es, probablemente, el límite del conocimiento humano.
Cordón nos demuestra, en su aplicación a la biología, que esta respuesta es
posible y que el desarrollo experimental de esta disciplina ha acumulado, en
los dos últimos siglos, una enorme cantidad de datos que considerados bajo el
nuevo prisma permiten afirmar que la biología (la evolucionista) sabe muchas
más cosas que las que los biólogos admiten. Con ello abre, en el campo de la
biología (y en el de las ciencias humanas), una nueva etapa, la primera que
permite un verdadero desarrollo teórico de estas disciplinas. Su extensión inevitable
al resto del universo, nos lleva del mundo de la necesidad de Demócrito –en el
que pasado y presente, encadenados en una única cadena causal necesaria, hacen
el futuro inevitable, y donde el papel de la ciencia se reduce, todo lo más, a
un intento de predicción de ese futuro necesario–, al universo de Epicuro, en
el que el futuro, contingente, por serlo, no es predecible, pero sobre el que
nuestro conocimiento nos permite actuar. Punto de vista que recupera el sentido
social de la ciencia: conocer el mundo para tratar de modificar su
devenir"[223].
Avanzar del "cómo es" al "cuál es su origen",
pasando por el "por qué" supone un salto en la racionalidad
contemplativista a la histórico- práctica, tras superar la técnico-ahistórica,
en palabras de Zelený. Se soluciona así la materialización histórico-genética
de la cualidad esencial del potencial humano de pensamiento racional que, según
las contradicciones objetivas y los límites subjetivos de cada período
histórico, se plasma en esas racionalidades concretas. Al introducir en el
debate epistemológico el sistema de racionalidad dominante en el contexto histórico del que
tratemos, al hacerlo así, estamos negando uno de los principios básicos de la
epistemología oficial y por tanto de la tecnociencia. En estas condiciones
exigibles e inevitables de "politización" del conocimiento, toda
tesis que defienda posturas cotemplativistas o ahistóricas es aceptada por el
poder y masivamente difundida por sus medios de propaganda y manipulación, e
incluso también, aunque a otra escala, la recuperación actual del
irracionalismo de siempre que critica al método de científico-crítico como una
"amenaza" para el "espíritu humano".
La respuesta de A. Jacquard a esta tontería consiste en mostrar un gráfico en el que se ve al ser humano
influenciado por tres flechas o fuerzas objetivas preexistentes a él como son, una, la
sociedad; otra, el medio en el que se desenvuelve y por último, la información genética que posee por
herencia biológica. Pero añade una cuarta
flecha circular sobre su cabeza, y es la libertad y capacidad de autoestructuración. Continúa
explicando los principios de la termodinámica, de la entropía, de la necesidad
de generar estructuras nuevas, más complejas, más ricas en posibilidades de
reacción que las estructuras anteriores y afirma:
"El individuo no sólo
es un objeto fabricado por sus genes, por su medio y por la sociedad que
integra. Es también un sujeto que, en parte, se fabrica a sí mismo (...) Me
parecer que un sistema social es "fascista" en la medida en que niega
esta cuarta flecha, o que considera a cada ser como resultado sólo de los
aportes externos. Si no se le permite entrar en el proceso de su propia
creación o si se le condiciona de modo de evitar esta autocreación, en última instancia
sólo será un objeto fabricado por más que goce de todas las atenciones
necesarias para darle un cuerpo vigoroso y una cabeza bien ocupada. Por el
contrario, todos los esfuerzos deberían orientarse a provocar que cada uno se
apropiara de su devenir (...) La ciencia nos enseña a plantear mejor nuestras
preguntas, es decir, a "ser"
más, ya que ser es ante todo interrogarse"[224].
Aunque sin citarla, el autor nos habla de la desalienación humana, del
papel que la ciencia crítica tiene en la desalienación que no consiste en otra
cosa que en superar el estadio del valor de cambio, ya que, en palabras de L.
Silva la alienación es el tránsito generalizado del valor de uso al valor de
cambio[225]. Ahora bien, la
superación del valor de cambio no supone el retroceso al anterior estadio
sociohistórico de un valor de uso poco desarrollado, es decir, al viejo tópico
contrarrevolucionario del socialismo como "la socialización de la
miseria". Este tópico, que se sustenta ahora también en todas las promesas
del poder tecnocientífico capitalista para el siglo XXI y el III milenio de la
cronología occidental, nos exige el debate revolucionario del concepto de
"necesidad" y del de "progreso". Como de éste último ya
hemos dicho algo, muy poco, al comienzo, sobre el de necesidad sólo puedo
remitirme ahora al excelente texto de L. Bellester en el que analiza las
consecuencias cualitativas que supuso el triunfo del capitalismo al supeditarlo
todo absolutamente al valor de cambio, siendo el primer modo de producción en
hacerlo[226].
La dictadura del valor de cambio determina, en el nivel de la
tecnociencia, que todo el proceso que va de la investigación al desarrollo y a
la aplicación productiva, para reiniciarse luego a una escala superior, más
cualitativa y compleja, quede convertido en simple proceso productivo de una
mercancía denominada "ciencia aplicada". Ahora bien, precisamente
porque esa "ciencia aplicada" ha devenido en simple mercancía se
cierra y completa su dependencia total a la producción capitalista, o en
palabras de Marx: "como fuerza productiva del capital". Su capacidad
creativa se mantendrá siempre que se mueva en el plano aislado e individual, en
donde su racionalidad sea parcialmente activa, pero cuando salte al plano
global, a la totalidad sinérgica de la sociedad entera, esa creatividad se
invierte en destrucción, en irracionalidad, o en palabras de Marx:
"Durante cada crisis
comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de
productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las
crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido
absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La
sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie:
diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de
todos los medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen
aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado
comercio. Las fuerzas productivas de que
disponen no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario,
resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un
obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan ese
obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la
existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan
demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa
de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la
explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando
crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de
prevenirlas"[227]
Los 153 años transcurridos han confirmado su profunda "verdad
histórica", pero este no es el debate ahora. Lo que me interesa debatir es
si la concepción ontológica, epistemológica y axiológica que ya estaba
inicialmente activa en estas palabras, y que se enriquecería mucho con los años
de vida de su autor incluso en aspecto cualitativos y novedosos que no podemos
exponer aquí, dando por supuesto que esa concepción no fue la obra de una sola persona sino de un amplio
movimiento internacional. Esta es una precisión importante en la que no me
puedo extender, pero que se comprende muy fácilmente al otorgar a Aristóteles
el papel de sintetizador de la racionalidad antigua, y a Descartes --¿y
Newton?-- el de la racionalidad llamada "moderna". También se
comprende esto recurriendo a Hegel y a Darwin --ambos admirados por Marx-- y a
la actualidad de sus aportaciones, valía que no ha dudado en reivindicar G. Binnig:
"¿Tiene algo que ver la teoría de Hegel de la tesis-antítesis-síntesis con
mi modelo mental darwinista? Existen aspectos comunes. También en mi concepto,
la dualidad representa un papel muy importante, no la dualidad de espíritu y
materia, sino una dualidad originada entre
dos polos. Entre ambos polos hay
un equilibrio. Esto correspondería al concepto de tesis, con la antítesis como
polo opuesto, y el equilibrio como síntesis"[228]
Desde esta perspectiva, el texto de Marx citado indica lo esencial de
una concepción en la que ha desaparecido la racionalidad ahistórica cartesiana,
cerrada y estática, como ya se la criticó en muchas ocasiones y en especial
desde comienzos de los setenta por su incapacidad para entender el movimiento y
el cambio[229], apareciendo la consciencia
de que en los procesos surgen situaciones de crisis destructoras o creativas.
Pero es una realidad sinérgica en la que la ascensión hacia la emergencia de lo
nuevo y cualitativamente superior no es absoluto ni mecánico, sino que depende
de sus propias contradicciones internas. Incluso se produce en el nivel de lo
social el retroceso a lo viejo o el estancamiento, como más de una vez
advirtieron Marx y Engels. Es decir, la racionalidad histórico-práctica de la
que tratamos ya estaba siendo elaborada con más o menos sistematicidad y
totalidad desde mediados del siglo XIX, e incluso antes si tenemos en cuenta a
Hegel. La crisis de la mecánica newtoniana, la formación de la física cuántica
y de la relatividad --con sus contradicciones y por ahora irreductibilidad--,
el desarrollo de la teoría del caos y de la complejidad, la biología, etc., y
los avances en una concepción más dialéctica de la epistemología, por no
extendernos, aceleran esa dinámica. Así, Zelený puede decir en el texto antes
citado:
Pero del mismo modo en que el triunfo de la racionalidad antigua,
aristotélica, sólo puedo darse tras la derrota de la democracia-esclavista y de
la simultánea represión del método presocrático, con su concepción praxística
de la técnica y del conocimiento, según hemos visto; y del mismo modo que el
triunfo de la racionalidad cartesiana y de la ciencia newtoniana se produjo no
sólo mediante la lucha contra la cosmovisión medieval sino también, y a partir
de un momento crítico sobre todo, contra las racionalidades alternativas de los
movimientos revolucionarios emergentes, de igual modo pero a otra escala, la
racionalidad histórico-práctica, lo que con algunas diferencias alguien ha
denominado "paradigma emergente"[230],
tiene que superar muchas dificultes "externas" e "internas"
a la tecnociencia y al viejo paradigma mecanicista. Una de esas dificultades, y no la menor, ya
detectadas con mucha antelación, y que se inscribe de pleno en las
características generales de toda revolución científica analizada por Khun y otros
muchos, es la de la polisemia del lenguaje y sobre todo de ciertos conceptos o
palabras que tiene una carga semántica reaccionaria muy fuerte en el imaginario
social.
Por poner un ejemplo muy importante por el papel que juega en el nuevo
paradigma tenemos el concepto de "azar", en el que intervienen tanto
la ideología como la ciencia, según lo demostró Ph. Cazelle[231]
hace tiempo, y otro tanto debemos decir del "caos", incluidas las
tesis contrarias a la teoría del caos y de la existencia del azar, como es el caso de R. Thom, autor de la
teoría de la catástrofe[232].
De todos modos, y sin entrar ahora al debate sobre las ideas de este último autor, la importancia del azar, ya
intuida por los griegos, reafirmada por Hegel y luego, entre otros muchos,
brillantemente expuesta por Havemann en sus relaciones con la casualidad y la
necesidad, la posibilidad y la realidad[233],
no ha sido sino confirmada otra vez: "Lo mismo que la historia humana, la
historia de la vida parece muy susceptible a pequeñas acciones o influencias
que se amplifican con el paso del tiempo hasta dar lugar a cambios tremendos
(...) el camino de la evolución no está orquestado por el determinismo, sino
por el azar"[234].
Las trabas sociales de todo tipo explican, además de otros factores,
que en el occidente capitalista se haya tardado más que en la desaparecida URSS
en comenzar a estudiar todo lo relacionado con la dinámica compleja[235],
y la dialéctica orden/desorden, azar/necesidad, cantidad/cualidad,
esencia/fenómeno, etc. Pero también en la URSS y en otros muchos países
socialistas --por ejemplo, y sin extendernos, Cuba con las biotecnologías
consideradas desde un criterio ontológico, epistemológico y axiológio
cualitativamente superior al capitalista--, ayudó sobremanera el potencia
teórico implícito en la concepción marxiana de "ciencia" a la que ya
nos hemos referido algo al comienzo de este
texto. Y aunque las permanentes, brutales y genocidas agresiones
imperialistas desde antes incluso de 1917 y la degeneración burocrática
stalinista hicieron demasiado daño, lo
cierto es que la orgullosa tecnociencia capitalista tuvo que reconocer muchas
veces la superioridad soviética en lo militar y en la "ciencia pura",
como demostró L. R. Graham poco antes de que comenzase la implosión global de
la URSS[236]. No sorprende entonces
que, entre otros muchos filósofos y científicos formados en el método
dialéctico usado en el llamado "bloque socialista", también el citado
J. Zelený escribiera esto cuando buena parte
la tecnociencia capitalista seguía resistiéndose a investigar la
complejidad:
"Cada vez vienen a
verse más confirmadas las representaciones de carácter probabilitario y
estadístico de la realidad física --y no sólo física--. En la medida en que
expresan estabilidad relativa y orden de fenómenos de masas, las
características probabilitarias son características estructurales, que
posibilitan la explicación de la dialéctica de la autonomía de los elementos en
su dependencia de las características globales de los sistemas complejos. Estas
características vienen vinculadas a la existencia de ciertas regularidades en
la masa de eventos casuales y posibilitan la obtención de una expresión
matemática de estas regularidades. Las características dinámicas y estáticas no
pueden ser investigadas como guardando entre sí una relación de contraposición
rígida. Corresponden a niveles organizativos diferentes de los objetos y
procesos investigados y no a procesos determinados e indeterminados, como
pensaban los autores de orientación metafísica"[237].
Conviene insistir en esta experiencia histórica irrefutable porque
enseña cómo el desarrollo social y la aceptación oficial de un nuevo paradigma
no dependen sólo de los factores "endógenos" e "internos" a
l más o menos reducido grupo de especialistas
que discuten sobre ese paradigma sino, fundamentalmente, a la sociedad
en su conjunto y, dentro de esta, a las fuerzas sociopolíticas más conscientes,
aunque no sean estrictamente "científicas". Pese a las muy duras
agresiones externas, enormes atrasos estructurales internos heredados del
zarismo y la generación burocrática, pese a todo ello, la URSS alcanzó grandes
logros como hemos dicho, y su contradictoria presencia azuzó debates e
investigaciones epistemológicas que no debemos olvidar[238],
y muy especialmente en las bases de la teoría del caos, uno de los pilares de
la nueva racionalidad histórico-práctica, como muestran en un excelente
capítulo sobre "orden en el caos" A. Woods y T. Grant[239].
Un ejemplo de la enorme carga política, filosófica y epistemológica y de las
susceptibilidades en contra que tiene y genera la teoría del caos, con sus dos
versiones, es el conjunto de críticas de todo tipo lanzadas contra I. Prigogine[240].
Ahora bien, y ciñéndonos sólo por un momento a las implicaciones filosóficas y
epistemológicas en juego, leamos a Prigogine: "el universo es un
gigantesco sistema termodinámico. En todos los niveles encontramos
inestabilidades y bifurcaciones"[241].
Según la "apolítica" obra de E. N. Lorenz , por bifurcación
se entiende: "En una familia de sistemas dinámicos, un cambio brusco de
comportamiento a largo plazo de un sistema, cuando el valor de una constante
cambia, pasando de ser inferior a ser superior a determinado valor
crítico"[242]. No hace falta decir que
esta definición científicamente demostrada es dialéctica pura, y en concreto la
famosa ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo que crea lo nuevo.
Y, sin extendernos, leamos qué nos enseña la física cuántica según P. Davies:
"Que algo "ocurra porque sí" no viola necesariamente las leyes
de la física. La brusca aparición de algo, sin causa alguna, puede entrar
dentro del alcance de las leyes científicas si se tienen en cuenta las leyes
cuánticas. Al parecer, la naturaleza es capaz de una auténtica espontaneidad
(...) Aunque no tengamos una idea muy exacta de lo que ocurrió en el principio,
al menos podemos ver que el origen del Universo a partir de la nada no tuvo por
qué ser ilegítimo, antinatural o anticientífico. En otras palabras, no tuvo
necesariamente que ser un acontecimiento
sobrenatural"[243].
Hasta aquí, y para ir ya concluyendo esta exposición, las implicaciones
filosóficas, epistemológicas y hasta ontológicas --¿qué es la
"materia" que resulta capaz de autogenerarse y generar posteriormente
más cualidades debido a la tendencia a la complejidad existente en bastantes de
sus sistemas?--, por no hablar de la axiología --¿cómo valorar los sistemas
bióticos y prebióticos e incluso la naturaleza entera de esa
"materia" capaz de autoorganizarse?--, son claras e inagotables,
pero, por ello mismo, también son políticas y sociales, o sea, afectan a las
llamadas "ciencias sociales". Hace una década, el siempre interesante
y polémico G. Balandier afirmó que: "Si el saber científico da lugar a la
incertidumbre es porque ha llegado a un mejor reconocimiento de la complejidad;
la simplicidad y la estabilidad han llegado a ser la excepción, ya no son la
regla"[244]. Marx y otros muchos
firmarían esta constatación, y también estarían de acuerdo con que "Cuando
el desorden, por su intensidad, su duración y su extensión se identifica con el
caos, la incertidumbre y la inquietud ya no son las únicas manifestaciones que
produce (...) El crac del lunes 19 de octubre de 1987, y el que resulta de él,
da un vigor nuevo a la polémica del saber, el arte de los expertos y los
sistemas técnicos a sus servicios (...)Se descubre que la máquina, por la cual
la racionalidad se encuentra más completamente instrumentalizada, puede
volverse loca (...) Los análisis, realizados a mayor distancia del
acontecimiento y menos orientados por la búsqueda de culpables, plantean la
pregunta más importante: la de la conversión brutal de la racionalidad en
irracionalidad"[245].
Ahora bien, por su propia característica la teoría del caos permite
muchas extrapolaciones cuando se pretende interpretar la vida social
exclusivamente en base a ella. Así, simplificando en exceso la dinámica
orden-desorden-autoorganización --otra actualización de la idea hegeliana de
tesis-antítesis-síntesis-- se descualifica la dialéctica de contrarios
antagónicos entre el orden y el desorden a una pobre mezcla o peor aún, una
combinación. Mientras que la racionalidad histórico-práctica se reivindica de
la lucha de contrarios irreconciliables que en determinadas condiciones pueden
dar paso a un salto cualitativo --la bifurcación--, por su parte, algunas
exageraciones del caos degeneran en posturas políticas abiertamente
reformistas. Este es el caso, por ejemplo, de J. P. Dupuy:
"En la ciencia
clásica existía el orden por un lado y el desorden por otro, y estas dos nociones
se oponían. Sin embargo lo que tienen en común los nuevos enfoques un deseo de
pensamiento y de combinación simultáneos del orden y del desorden. Por ejemplo,
la física de lo no lineal se interesa por lo que llaman situaciones críticas,
es decir, situaciones de crisis. Lo que caracteriza a la crisis --a una crisis
general-- es justamente la mezcla de orden y desorden. Estos conceptos
separados se encuentran entonces mezclados. Esto es válido para la crisis de
los sistemas físicos, pero también lo es para la crisis de los sistemas
sociales, donde lo que es orden y desorden tiende a mezclarse, como en un
carnaval en el que la sociedades representa e imita el desorden. Así, una
explicación basada en la sociología de la ciencia podría decir que esta idea no
podría nacer más que en una sociedad que estuviera ella misma en crisis. Una
sociedad capaz de vivir y concebir la mezcla entre el orden y el desorden"[246]
La "combinación" de orden y desorden es, en el plano
estrictamente social, algo inconcebible desde una perspectiva revolucionaria,
aunque es el sueño alquímico de toda opción reformista y desde luego
conservadora. Sería muy interesante entrar aquí al problema similar de la
diferencia entre dialéctica y dialógica, tesis esta última preferida por Edgar
Morín y que desborda los límites de este texto. Por esto, siempre en el
contexto de toda sociedad basada en la explotación del trabajo de las mujeres,
de los pueblos y de las clases dominadas, y de la esquilmación de la
naturaleza, es tan importante el conocimiento de la permanente inestabilidad
social y de la historicidad del conocimiento, de la verdad. En palabras de
Brunet y Valero Iglesias:
"La ciencia de los
procesos irreversibles al recuperar la noción de temporalidad hace más compleja
nuestra visión de la realidad social reemplazando el suelo de la sociología
positiva (los sistemas sociales serían sistemas de equilibrio resultantes de
procesos infinitamente reversibles) por una teoría de la irreversibilidad y la consiguiente incertidumbre, autoorganización
e hipercomplejidad social ya que las orgnizaciones sociales no son puntos de
equilibrio de sistemas pendulares sino complejos procesos irreversibles de
autoorganización en un ambiente caótico (...) Y sin temor a equivocarnos
debemos decir: todo lo que existe es histórico, y, concretamente, la idea de
verdad. Y quizá, la sola función de la sociología de la ciencia consista en
hacer ver las condiciones sociales de la producción de la verdad y de los
límites del conocimiento del mundo natural y social. Hay que cuidarse de
otorgar una realidad transhistórica la estructura del campo epistemológico dado
que la razón científica es ella misma una creación histórica, por que,
consecuentemente, sus criterios no pueden transcender las contigencias determinadas
por las producciones históricas"[247].
Desde esta perspectiva, la praxis científico-crítica es un proceso
permanente de autoconstrucción en la misma marcha, sin detenerse nunca y sin
poder refugiarse en el seguro dogma de un puerto idealista. No existe un
ejemplo mejor que la desalienación, es decir, del ascenso del valor de cambio
al valor de uso, que el imaginarse una colectividad humana que debe crear y
recrear su propia existencia, su "uso de vida" en una nace flotando
en el espacio o en la mar. Esta es la
metáfora que Fernández-Buey ha rescatado de Otto Neurat y que se contraponen a
la de Karl Popper. Mientras éste segundo sostenía que la ciencia se sustenta
sobre unos débiles postes que le mantiene encima de un pantano o de una laguna,
como si fuera un palafito, aquél, Neurat mantenía que: "somos como
marineros que en alta mar tienen que cambiar las forma de su embarcación para
hacer frente a los destrozos de la tempestad. Para transformar la quilla
tendrán que usar maderos a la deriva o tal vez tablas de la vieja estructura.
No podrán, sin embargo, llevar la nave a puerto para reconstruirla de nuevo. Y
mientras trabajan tendrán que permanecer sobre la vieja estructura de la nave y
luchar contra el temporal, las olas desbocadas y los vientos desatados. Ese es
nuestro destino como científicos"[248].
Si exceptuamos la última frase de Neurat, la del "destino como
científicos", atípica en un
marxista como él decía serlo pero muy típica en un positivista lógico como era
en la práctica, el resto de la cita es totalmente válida para comprender la
naturaleza del pensamiento humano y la importancia de la praxis histórico-práctica. La posterior teoría de la
"nave espacial Tierra" no es sino una adaptación de la de Neurat tras
las críticas ecologistas. La metáfora de la balsa o de la nave me sirve porque
ilustra la decisiva importancia de la praxis pues si algo le caracteriza es la
capacidad de autocriticarse y autoorganizarse en el mismo proceso
teórico-práctico. La humanidad no está en condiciones de perder el tiempo con
divagaciones abstractas o con especulaciones pasivas. En nuestra situación sí
que vale la afirmación de I. Stewart de que: "Cuando se estudia un
problema científico, no sólo hay que considerar lo que sucede, sino también lo
que podría haber sucedido"[249]. Naturalmente, llegar a esta conclusión no ha
sido fácil, y ha sido necesaria una tremenda y a veces terrible acumulación de
experiencias colectivas para terminar comprendiendo la urgencia de aplicar un
pensamiento práctico e histórico, es decir, que tenga en cuenta tanto todos los
efectos materiales o potenciales de las acciones posibles, como sus tiempos de
evolución.
En un texto de obligada lectura, Engels dijo:
"Pero no nos jactemos
demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Pues por cada una
de esas victorias, ésta se venga de nosotros. Cada triunfo, es verdad, produce
ante todo los resultados que esperamos, pero en segundo y tercer lugar provoca
efectos distintos, imprevistos, que muy a menudo anulan el primero (...) A cada
paso que damos se nos recuerda que en modo alguno gobernamos la naturaleza como
un conquistador a un pueblo extranjero, como alguien que se encuentra fuera de
la naturaleza, sino que nosotros, seres de carne, hueso y cerebro, pertenecemos
a la naturaleza, y existimos en su seno, y que todo nuestro dominio de ella
consiste en el hecho de que poseemos, sobre las demás criaturas, la ventaja de
aprender sus leyes y aplicarlas de forma correcta. (...) Gracias a una
experiencia prolongada, y a menudo cruel, y al hecho de que reunimos y
analizamos materiales históricos, aprendemos poco a poco a obtener una visión
clara de los efectos sociales indirectos, más remotos, de nuestra actividad
productiva, con lo cual contamos con la oportunidad de controlarlos y
regularlos. Pero esta regulación exige algo más que simple conocimiento. Exige
una revolución total en nuestro modo de producción existente hasta ahora, y al
mismo tiempos una revolución en todo nuestro orden social contemporáneo"[250]
EUSKAL HERRIA
31-1-2001
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