Iñaki Gil de San Vicente

 

ALGUNAS    RELACIONES

 

ENTRE

 

CAPITALISMO,  GLOBALIZACION  Y  TECNOCIENCIA.

 

 

0.-  PRESENTACIÓN: MARX Y LA TECNOCIENCIA.

1.- EXOENERGIAS, ANTROPOGÉNESIS, PRODUCCIÓN Y PUEBLOS.

2.- TERMODINÁMICA, ENTROPÍA, TECNOCIENCIA Y PODER.

3.- AHORRO DE TRABAJO, COOPERACIÓN Y EXPLOTACIÓN SOCIAL.

4.- ESCLAVISMO, GUERRA Y LIMITACIÓN TÉCNICA.

5.- FEUDALISMO Y TÉCNICA PREINDUSTRIAL.

6.- EXPLOTACIÓN Y ORDEN TECNOLÓGICO BURGUÉS.

7.- RACIONALIDAD PARCIAL E IRRACIONALIDAD GLOBAL.

8.- PERMANENTE GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA.

9.- NEOIMPERIALISMO GLOBAL ESTADOUNIDENSE.

10.- CONTROL SOCIAL GLOBAL Y TECNOLOGIA REPRESIVA.

11.- INNOVACION TECNOLÓGICA Y TASA DE BENEFICIO.

12.- MAXIMO BENEFICIO, FLEXIBILIDAD Y NUEVAS TECNOLOGIAS.

13.- LEGITIMACIÓN REFORMISTA DE LA TECNOCIENCIA.

14.- DOMINACIÓN TECNOCIENTÍFICA O PRAXIS CIENTÍFICO-CRÍTICA.

 

O.- PRESENTACIÓN:  MARX Y LA TECNOCIENCIA.

 

Las páginas que siguen son un desarrollo de los apuntes que sirvieron  de base para  una conferencia-debate  sobre globalización y nuevas tecnologías, pero, como frecuentemente  ocurre, tanto las enseñanzas del debate como las reflexiones posteriores y el propio desarrollo de los apuntes, todo ello a la vez, han terminado por extenderse a los capítulos que siguen. De hecho, era obvio que no se puede entender la globalización sin el capitalismo, del mismo modo que tampoco se pueden entender las  nuevas tecnologías sin la tecnociencia. Así es que, al final, el texto supera con mucho a la inicial exposición oral, aunque se mantiene el objetivo buscado. Como se apreciará, en este texto apenas aparecen desarrolladas consideraciones epistemológicas y mucho menos aún ontológicas, que, sin embargo, son imprescindibles para conocer qué es la tecnociencia. Sólo al final se anotan algunas cuestiones que entiendo elementales para fijar una crítica a la tecnociencia. En cuanto a la abundancia de citas, la razón es muy simple: es mejor dejar hablar a los autores, que empobrecer sus ideas con resúmenes voluntariosos, subjetivos e ignorantes.

 

 Un ejemplo es Marx:

 

       "Ya hemos hablado del ahorro que se obtiene con el empleo en común de los medios de producción por el obrero colectivo --por el obrero socialmente combinado-- en el proceso de producción. Más adelante examinaremos otros ahorros en cuanto a la inversión de capital constante, derivados del acortamiento del tiempo de circulación (donde constituye --cursivas mías-- un factor material esencial el desarrollo de los medios de comunicación) Aquí debemos decir algo acerca  de la economía que se obtiene mediante el mejoramiento constante  de la maquinaria, y más concretamente: 1º de su materia, empleando, por ejemplo, hierro en vez de madera; 2º del abaratamiento de la maquinaria conforme va progresando la fabricación de máquinas en general, de tal modo que aunque el valor de la parte  fija del capital constante aumente constantemente a  medida que se desarrolla el trabajo en gran escala, no aumenta ni mucho menos en el mismo grado; 3º de las mejoras especiales que permiten a la maquinaria ya existente trabajar más barato y con mayor eficacia, como ocurre, por ejemplo, con las mejoras introducidas en la caldera de vapor, etc., de lo cual diremos algo en detalle un poco más adelante; 4º de la reducción del coeficiente de desperdicios mediante maquinaria más perfecta"[1].

 

Marx también advirtió del papel de la ciencia en este proceso:

 

       "El desarrollo de la capacidad productiva del trabajo en una rama de producción, por ejemplo, en la producción de hierro, de carbón, de máquinas, en el ramo de la construcción, etc., que en parte pueda hallarse coordinada  a su vez con los progresos en el campo de la producción espiritual, v. gr., en el campo de las ciencias naturales y de su aplicación, puede aparecer como una condición necesaria para  la reducción del valor y, por tanto, de los gastos, de los medios de producción en otras ramas industriales, por ejemplo, en la industria textil o en la agricultura (...) La característica de esta clase de economías del capital constante, fruto del desarrollo progresivo de la industria, es que la elevación de la cuota de ganancia en una rama industrial se debe aquí al desarrollo de la capacidad productiva del trabajo en otra rama. El capitalista se beneficia aquí, una vez más, con una ganancia que es producto del trabajo social, aunque no sea producto de los obreros directamente explotados por él. Aquel desarrollo de la capacidad productiva se reduce siempre en última instancia al carácter social del trabajo puesto en acción; a la división del trabajo dentro de la sociedad; al desarrollo del trabajo espiritual, y especialmente  de las ciencias naturales"[2].

 

Por último, y sin extenderme en otras muchas citas de Marx  y Engels, sí veo necesario acabar con una de sus afirmaciones categóricas que han sido confirmadas por el posterior desarrollo capitalista:

 

       "Desarrollándose, las fuerzas de producción de la sociedad o fuerzas productivas del trabajo, se socializan y devienen directamente sociales (colectivas), gracias a la cooperación, la división del trabajo en el seno del taller, el empleo del maquinismo y, en general, las transformaciones que sufre el proceso de producción gracias al empleo consciente de las ciencias naturales, de la mecánica, de la química, etc., aplicadas a determinados fines tecnológicos, y gracias a todo lo que se vincula al trabajo efectuado a gran escala, etc. (Sólo este trabajo socializado es capaz de aplicar los productos generales del desarrollo humano --por ejemplo, las matemáticas-- al proceso de producción inmediato, estando determinado, a su vez, el desarrollo de esas ciencias, por el nivel alcanzado por el proceso de producción material).

 

       Todo este desarrollo de la fuerza productiva del trabajo socializado, lo mismo que la aplicación de la ciencia al proceso de producción inmediato, ese proceso general del desarrollo social, se oponen al trabajo más o menos aislado y disperso del individuo particular y, en tanto que totalidad, se presenta directamente como fuerza productiva del capital, y no como fuerza productiva del trabajo aislado, o la de los trabajadores asociados en el proceso de producción, o, incluso, la de una fuerza productiva del trabajo que se identificara con el capital"[3].

 

Cuando Marx integra en el capital constante la "producción espiritual", el "trabajo espiritual" y las "ciencias naturales", lo mismo que cuando en otro lugar define a las universidades como "fábricas de educación", --sin poder precisar aquí que entendía Marx por "ciencia"[4]-- se adelanta a las investigaciones muy recientes sobre la mercantilización de la tecnociencia, sobre cómo se trabaja en los laboratorios, sobre qué estructuras jerárquicas y de autoridad hacen que la productividad tecnocientífica en los departamentos de I+D cumpla a tiempo los objetivos establecidos por los capitalistas. Al insistir en que los beneficios circulan de una rama de producción a otra advierte que los capitales dominantes en la tecnociencia e I+D extienden sus tentáculos a la totalidad del sistema, y al insistir en el determinante papel de los medios de comunicación para acelerar  el  acortamiento del tiempo de circulación --una de las obsesiones del capitalismo-- anuncia todos los "descubrimientos" actuales sobre la "economía de la información", y los integra en una concepción más rica y global. Una concepción en la que la capacidad de pensamiento humano ha de emanciparse de la restrictiva dictadura del valor de cambio. Y esta tarea es prioritaria en quienes se autocalifican como "científicos" porque en su misma proceso de trabajo asalariado están las causas de su alienación.

 

1.- EXOENERGIAS, ANTROPOGÉNESIS, PRODUCCIÓN Y PUEBLOS.

 

Permítanme empezar con una reflexión aparentemente muy alejada del tema que tratamos, la reflexión sobre la circulación y producción de energía, sobre  el tiempo de ejercicio de la fuerza de trabajo que esa energía permite y sobre la productividad de la fuerza de trabajo  realizable con el consumo de esa energía. ¿Por qué comienzo con unas divagaciones tan alejadas del tema que nos trae aquí? Pues porque opino que son el secreto al que al final debamos enfrentarnos. ¿Por qué y para qué la especie humana  crea la línea que va de la herramienta a la tecnología pasando por los puntos necesarios de la máquina y de la técnica? ¿Por simple gusto a la producción de herramientas o para ahorrarse penosidad y esfuerzo, sudor, tiempo de trabajo y así, aumentar su tiempo propio, su tranquilidad y comodidad? ¿Sólo existen instrumentos humanos y no de otras especies animales? ¿Qué relaciones existen entre los instrumentos, las máquinas, las técnicas y las tecnologías con una certidumbre ya aceptada por los conocimientos actuales como es la de la tendencia de la naturaleza orgánica a ahorrar energía y optimizar el trabajo con el mínimo posible desgaste de fuerza, a buscar un equilibrio siempre inestable entre la energía disponible y su necesario consumo? ¿Por qué según se desarrolla el capitalismo la técnica se industrializa, se acerca a la ciencia, se transforma en tecnología y por último, se fusiona con la ciencia en el complejo tecnocientífico que a su vez es subsumido realmente en el capital constante?

 

Estas últimas preguntas son de suficiente importancia como para empezar por ellas, y antes de seguir queremos responder a una duda ¿Qué entendemos por esa "energía" que tanto citamos?  Veamos una respuesta desde la ecología: "En Física es la capacidad de los cuerpos para realizar un trabajo. Lo que define la energía en sus diferentes formas es la calidad y la cantidad; por ejemplo, la tensión y la intensidad, respectivamente, en la energía eléctrica; o la altura  del salto y el caudal en la hidráulica"[5]. También tenemos la definición que desde la astronomía nos ofrece T. Ferris: "energía: (1) La capacidad de realizar trabajo. (2) Manifestación de una variedad particular de fuerza", y ¿cómo define este mismo autor "fuerza"?: "Agente  responsable de un cambio en un sistema"[6]. Pienso que ya es suficiente  y que todos entendemos lo que queremos decir cuando decimos "energía" y "fuerza" y por tanto la importancia clave que tiene para la exposición que sigue. Pues bien, desde estas definiciones básicas comprendemos más fácilmente la estrecha interacción entre el flujo energético que circula por un ecosistema y la totalidad de comportamientos que se realizan en su interior, sobre todo los relacionados con el ahorro, producción y administración de esa energía.

 

Naturalmente, dichos comportamientos dependen a su vez del grado de evolución y complejidad alcanzado en cada nivel concreto, en cada ecosistema, en cada especie... de modo que el proceso que se denomina "vida", y del que ahora no podemos decir nada, puede adaptarse, evolucionar y responder a los retos del entorno según su capacidad de conjunción creativa de múltiples interacciones. La rapidez de respuesta adaptativa a las agresiones o cambios del entorno no sólo es una característica de la especie humana que está en estrecha conexión con sus recursos económicos y tecnocientíficos sino también incluso de las bacterias y sobre todo de la "pseudomonas", dotada  de una rapidez espeluznante de adaptación a los antibióticos[7].

 

Semejante capacidad de "autodefensa" llega a ser más impresionante cuando se realiza en entornos más amplios y complejos, como son los de los cambios en las tasas de nacimientos y ciclos de reproducción de muchas especies dependiendo del flujo energético global de modo que, con altibajos, se mantiene un equilibrio inestable entre ambiente, energía y sociedad, como indica H. T. Odum[8].  Muy recientes investigaciones de J. Kirchner y A. Weil [9] han analizado cómo la recuperación de especies amenazadas depende no sólo de la destrucción de su nicho propio y de su eslabón en la cadena trófica sino de la riqueza global del ecosistema, de modo que cuanta mayor sea la riqueza biótica mayor será la facilidad de recuperación aunque llegue a demorarse diez millones de años si se ha tratado de una destrucción catastrófica, y a la inversa, lo que, para nuestro caso humano, confirma la importancia de las relaciones entre ambiente, energía y sociedad.

 

La permanente interacción entre energía, fuerza y trabajo nos lleva a introducir los conceptos de información y de tiempo, vitales para entender cómo las especies animales generan sistemas de comunicación para optimizar lo más posible todo el proceso en su conjunto. Precisamente con la excusa de reflexionar sobre  el tiempo y el devenir, varios investigadores demostraron los sofisticados sistemas de comunicación, información, ahorro energético, etc., de muchas especies animales, empezando por las hormigas y acabando en los monos más próximos a la especie humana, así como su la inseparabilidad de esas cualidades progresivamente adquiridas con la evolución general de la materia y de la vida[10]. Posteriores investigaciones sobre las hormigas[11] vuelven a confirmar multitud de estudios de campo sobre  muchas especies y sus aptitudes para responder y adaptarse creativamente a las innovaciones del medio, respuestas que tendencialmente se orientan a una economía energética e informática.

 

 Margalef dice que: "Un sistema que ha acumulado organización (=información), no se puede simplificar de manera ordenada ni puede desandar el camino seguido durante su proceso de enriquecimiento. La forma como actúa y se almacena la información es de tal naturaleza que no se puede simplificar paso a paso y permanecer funcional, como no es posible, en general, la recuperación funcional de un fermento desnaturalizado (...)un sistema disipativo autopoyético tiene gran capacidad de creación, y es natural que se pueda considerar como esencialmente "progresivo", lo cual no excluye su fragilidad frente a lo improvisto. El grado de independencia puede ser proporcional a la información efectiva que se posee sobre el entorno, pero si es tanta que todo -la repetición de lo pasado- resulta previsible, se habrá cerrado la capacidad de explorar, lo cual puede resultar catastrófico cuando aparece un reto totalmente nuevo"[12]. Una de las razones que explican esta dinámica es la tendencia a la reducción del gasto energético o, en su defecto, al logro de un equilibrio lo más estable posible entre la energía que entra  en el sistema abierto y la que se escapa al exterior.

 

Esta tendencia es muy importante  para nuestras tesis sobre la globalización y las tecnologías porque sienta las base  de lo que, ya en el nivel humano de la evolución de la materia, podemos entender como relación entre conocimiento social, fuerzas productivas, capacidades técnicas y dialéctica de la libertad/necesidad, o si se quiere, de la independencia hacia el entorno. Pero no nos adelantemos a la exposición y sigamos todavía en este nivel porque nos parece básico ya que, en efecto, nos lleva a la interrogante planteada por J. Wagensberg: "¿se puede definir el progreso?". Veamos su respuesta un poco larga pero muy interesante:

 

       "Yo creo que sí, y mi propuesta de definición surge de un esquema conceptual matemático muy amplio como es la teoría general de la información, que proporciona una idea inteligible de complejidad que para mí es justo la necesaria, en el sentido de que tenemos un todo, tenemos unas partes y tenemos una interacción entre las partes que genera ese todo, lo cual es ya una idea de complejidad típica de la teoría de la información. No se puede hablar de progreso según esta definición si no tenemos un sistema, un entorno, una partición, una interacción y un instante dado. Dentro de este marco de referencia se  puede decir que, cuando se produce un cambio, la nueva situación es más progresiva que la anterior si la nueva situación es más independiente de la incertidumbre del entorno (...) Estoy muy agradecido al profesor Goodwin porque ha hecho dos intervenciones de las que, creo, se desprende que esta definición puede tener algún sentido. Me hace muchísima ilusión que esta definición no tenga demasiado sentido para un trozo de materia  inanimada, con lo cual la idea de progreso se desmarca de la de adaptación. La ilusión de un ser vivo es independizarse de alguna manera y en algún sentido del entorno. Aquí hay, pues, una diferencia importante respecto de la simple adaptación, que es sólo estabilidad (...) La reflexión del profesor Goodwin sobre el aumento de la complejidad en el universo es crucial aquí. Es lo que él ha llamado un cuarto principio de la termodinámica. Por un lado tenemos productores de novedades (sistemas disipativos, sistemas no lineales, atractores extraños). Por otro lado, esas variaciones pueden tener como consecuencia un aumento brusco en la incertidumbre del entorno, es decir, una catástrofe. Aplicando la teoría de la información a un sistema definido localmente dentro de un universo con unas condiciones fijadas, podemos ver cómo evoluciona el sistema para adaptarse a esas condiciones"[13]

 

Espero que tras perdonarme Vds. esta cita tan larga, empiecen a comprender la importancia que concedo a todo lo relacionado con la energía, el trabajo y la fuerza, la información y la termodinámica, aunque no he dicho nada concreto sobre ella por no extenderme demasiado. Pienso que en la evolución humana, social, esta tendencia hacia el ahorro energético mediante el aumento de la información, tendencia que busca el incremento de la independencia del sujeto-colectivo con respecto a la incertidumbre del entorno, es decir, volver esa incertidumbre en certidumbre integrada en la dialéctica libertad/necesidad, nos permite, esa tendencia, explicar uno de los secretos del pensamiento humano y de sus problemas con sociales con la herramienta y la máquina, con la técnica y la tecnología. Pienso, a la sombra de Karl Marx, que el ser humano tiende por su naturaleza social y a la vez natural a la innovación técnica. J. Elster lo expresa mucho mejor que yo:

 

       "Recordemos ahora lo que Marx dice en el pasaje extraído de los 'Grundisse' que se cita más arriba, con respecto a la futura sociedad en la que "el desarrollo universal, progresivo, sin obstrucciones y libre de las fuerzas de producción es en sí mismo la presuposición de la sociedad y por tanto de su reproducción". Detrás de esta afirmación, y de muchas otras del mismo tenor, está la imagen del hombre elaborada en los 'Manuscritos económicos y filosóficos de 1844'. De acuerdo con esta idea, la actividad innovativa y creativa es natural en el hombre, y surge del interior de su ser. Contrariamente al enfoque habitual de la economía política, el problema no es el de crear incentivos para innovar, sino de retirar  los obstáculos para la natural actitud innovativa del individuo "en quien su propia realización existe como una necesidad interna""[14]

 

Semejante "actitud innovativa" es inseparable del proceso de antropogénesis, de autogénesis de la especie humana en cuanto totalidad evolutiva capaz de hablar y hacer. En esa decisiva cuestión J.B. Fuentes Ortega, tras plantear el problema de las continuidades y discontinuidades en la hominización biológica y cultural, planteando el problema de la convergencia entre ambos polos, afirma en una cita larga que entiendo básica para comprender el tema que tratamos, que:

 

       "El núcleo crítico de esta convergencia hubo de consistir precisamente en la producción. Pues la idea de "producción", en efecto, implica no sólo una mera (genérica) transformación conductual del medio, sino aquella forma específica de transformación cuyos resultados (los objetos de la producción) contienen una forma o estructura específica, que nos parece que podemos caracterizar mediante la idea de morfosintaxis. (...) para dar cuenta  de la estructura no ya --o no ya solo-- de cada uno de los objetos de la producción, sino más bien del tejido formado por grupos o subgrupos de estos objetos, en cuanto tejido característico de los círculos socio-culturales organizados en torno a ellos.  

 

       En concreto, las "unidades" o "partes" "morfológicas" de dichos tejidos (cuya  correspondencia lingüística serían los morfemas) consistirían en las diversas posiciones o lugares operatorios correspondientes con las diversas "partes" de un objeto (fabricado) y/o con los diversos objetos de una red de ellos, y las "relaciones sintácticas" entre dichas posiciones operatorias serían precisamente aquellas en función de las cuales para cada una de dichas posiciones una diversidad de sujetos orgánicos operatorios resultan en principio mutuamente intersustituibles a la vez que rotables entre ellas. De este modo cabe reconstruir la  estructura formal misma de lo que suele denominarse "división social del trabajo", como reparto cooperatorio de una diversidad de tareas o especialidades productivas, en cuanto que dichas tareas consistirían justamente  en las "posiciones  (operatorias) morfológicas" y su reparto cooperatorio consistiría en la "sintaxis" que les liga.

 

       Y si el propio lenguajes (de palabras) resulta necesariamente intercalable entre medias de la producción, pudiendo cumplir la función (pragmática) de comunicación entre  los individuos en la misma, gracias a la función (semántica) de representación de las situaciones (producidas), no sería sino porque comparte, siquiera al nivel de su articulación morfosintáctica, la estructura formal misma (morfosintáctica) del resto de los objetos de la producción entyre los que se intercala. El privilegio del lenguaje respecto del resto de las producciones morfosintácticas vendría dado por el aparato sintáctico de su producción operatoria, esto es, por los movimientos articulatorios supralaríngeos que permiten "hablar de las cosas" con esta musculatura  sin estar a su vez haciéndolas con la misma. Y aquí es esencial comprender que los meros sonidos articulables de una determinada morfología somática no constituyen todavía formalmente fonemas --no forman parte de la articulación fonológica--, si no es combinados ya a la escala de la articulación morfosintáctica --de la combinatoria sintáctica entre morfemas (monemas y lexemas)--, a  la manera como el resto de las meras transformaciones operatorias del medio posibilitadas por ciertos rasgos orgánicos  (pongamos, la forma redondeada de la teja que  fabrica un artesano, acompasada a la forma somática de su muslo) no constituyen aún ""unidades formalmente  fonológicas de la producción" si no es combinada con la estructura morfosintáctica que caracteriza a esta (pongamos: la distribución de las partes de la casa de acuerdo con la sintaxis [social] que regula las relaciones entre sus moradores).

 

       (...) Asimismo, es el concepto (darwinista) de selección natural el que irá quedando refundido a una escala que será ya estructuralmente  discontinua respecto a aquella en la que formalmente funciona en la teoría de la evolución. Pues dicho concepto, en el seno de la categoría biológica evolucionista, incluye formalmente  la adaptación diferencial al medio de los rasgos orgánicos--de los individuos y/o de las poblaciones biológicas--, incluida su mediación conductual, mientras que ahora más bien la eficacia diferencial se irá dando formalmente entre los propios objetos, es decir, entre grupos distintos de ellos pertenecientes a círculos socio-culturales  diferentes, como eficacia lograda por los ajustes físicos mutuos entre  sus partes que su estructura sintáctica asegura. De este modo, la supervivencia diferencial de los organismos  y de sus grupos ("poblaciones") irá transformándose en supervivencia diferencial de unos círculos sociales frente a otros ("pueblos") en función de la eficacia comparativa de sus propios grupos de objetos --de sus técnicas--".[15]

 

2.- TERMODINÁMICA, ENTROPÍA, TECNOCIENCIA Y PODER:

 

Habrán comprendido fácilmente la importancia de esta tesis para el tema que tratamos, pues articula con rigor y elegancia la dialéctica entre la continuidad biológica y la discontinuidad lingüístico-cultural dentro  de la antropogénesis, articulación centrada en la producción social de la existencia, con efectos en la aparición y diferenciación de los "pueblos". Pero esa tendencia cierta es contrarrestada por injusticias históricas como la propiedad masculina de la fuerza de trabajo psicosomática de la mujer en primer lugar, y a partir de aquí por la explotación y opresión de los pueblos y de las clases trabajadoras. Así, a partir de aquí y sobre todo en el capitalismo, la tendencia al ahorro y racionalidad quedan reducidas a simples esfuerzos individuales que desaparecen y se convierten en su contrario antagónico, es decir, en el despilfarro y en la irracionalidad absoluta. Hay que partir del hecho de que, según Martínez Alier: "En la humanidad el consumo exosomático de energía y materiales no está determinado genéticamente, sus límites son culturales y político-económicos"[16].

 

Límites que son efecto de la explotación y de la lucha de clases e inseparables de las relaciones de la especie humana con la naturaleza, de la que extrae mucha más energía de la  que necesita y siempre en beneficio de la minoría dominante, de modo que, como explica Naredo en un interesante artículo sobre energía, materia y entropía: "La sola extracción de combustibles fósiles, además de superar anualmente en toneladas a ala producción de alimentos, contiene una energía que multiplica por 14 la contenida en éstos, mostrando que la especie humana es la única que utiliza una energía exosomática muy superior a la ingerida en forma de alimentos (...) Mientras que para  la media mundial se usan al año una seis toneladas por cápita de materiales extraídos de la corteza terrestre, el estadounidense medio viene a utilizar entre  25 y 30. Y en lo referente al uso de los productos energéticos comercializados, es conocido el dato de que los Estados Unidos, con un 5 % de la población mundial, consumen el 30 % de las disponibilidades mundiales de esos producidos"[17].  

 

La obtención y reparto o distribución de energía, son inseparables del trabajo humano, de la producción social; y estas, a partir de un determinado grado de contradicciones y antagonismos sociales, son inseparables de la explotación, opresión y dominación. En sentido general, uno de los secretos de la técnica en general radica en la interacción dialéctica entre, de un lado, la tendencia al mínimo esfuerzo o principio de la mínima acción, formulado por Maupertius en la primera mitad del siglo XVIII; por otro, la ley de la productividad del trabajo, tan bien resumida por Trotsky[18]y que expresa uno de los puntos nodales del materialismo histórico y, por último, por el conjunto de teorías que R. N. Adams sintetizó en su clásico texto sobre las relaciones entre segundo principio de la termodinámica, selección natural, la llamada "ley" de Lotka y algunos principios de sistemas abiertos en no equilibrio[19]. De este modo, comprendemos que la expoliación norteamericana del 30% de la energía exosomática mundial no depende sólo del control de los recursos energético y de la supremacía tecnocientífica, sino que estos son factores necesarios pero insuficientes en sí mismos ya que, en última instancia, dependen del poder de opresión y explotación, y del control social y dominación ideológica. Pero, en definitiva, es la capacidad  de explotación de la fuerza de trabajo humana la  que garantiza, en su régimen social opresivo, el que la minoría acapare la mayoría de la energía.

 

Desde esta perspectiva, la tecnociencia capitalista  tiene la función básica de asegurar  la fácil y masiva transferencia de energías y recursos de toda índole, fundamentalmente de fuerza de trabajo social, de la mayoría oprimida  y explotada  a la minoría opresora y explotadora La institución tecnocientífica tiene, así, la tarea de optimizar la transferencia de entropía negativa de la mayoría explotada a la minoría explotadora, o resumiendo las tesis imprescindibles de L. Jiménez Herrero en su magistral lección de "termonidámica para economistas":

 

       "Cualquier proceso llevado a efecto en la máquina económica tiene consustancialmente asociado un flujo de energía que se degrada irremediablemente. La circulación económica de bienes y servicios puede traducirse en términos energéticos, y así lo que tradicionalmente se ha considerado como circulación "real" es esencialmente "energética" (...) En los sistemas cerrados (sin intercambio de materia) la tendencia inevitable es alcanzar un estado de equilibrio definido por la máxima entropía o desorden. Los sistemas abiertos que intercambian materia y energía con el exterior consiguen retrasar la tendencia entrópica, creando temporalmente "islotes", estados de mayor orden incorporando entropía negativa o negaentropía (información, conocimiento, organización)

 

       (...) La ecósfera, a través del intercambio de energía, ha ido consiguiendo mantener un balance positivo de negaentropía o de organización compleja por mediación de la fotosíntesis y los procesos biológicos. Sin embargo, esta trayectoria se distorsiona en la medida en que la actividad económica use masivamente los recursos energéticos y materias primas y se devuelvan como materiales de desecho (no absorbidos por el medio ambiente), disminuyendo la capacidad de organización de todo el sistema. El hombre depende cada vez más de dispositivos técnicos  que intenten reemplazar a los naturales para contrarrestar la tendencia hacia el aumento de la entropía. El crecimiento incontrolado de las últimas décadas (el crecimiento por el crecimiento, como un fin en sí mismo) parece seguir el camino del desorden y de la entropía. Los instrumentos antientrópicos del sistema mundial residen ene el aumento de la capacidad de creación de estructuras organizativas. Algunos autores piensan que, con independencia de esa capacidad creativa, el sistema económico dispone de mecanismos intensos para poner la tendencia entrópica, como, por ejemplo, la inflación y la igualdad de riqueza.

 

       Sobre las bases apuntadas anteriormente, quizá podría plantearse también una nueva teoría del "intercambio desigual" entre países ricos y pobres: los primeros se encuentran sometidos a una entropía económica avanzada y su abastecimiento de entropía negativa pasa por una estrategia que afecta no sólo a la disposición de mecanismos internos de su propio sistema sino además a las relaciones de dominación centro-periferia para la disponibilidad de recursos naturales, imprescindibles para el mantenimiento del proceso económico"[20].

 

3.- AHORRO DE TRABAJO, COOPERACIÓN  Y EXPLOTACIÓN SOCIAL.

 

Si hablamos de energía, trabajo, información y adaptación al medio, también hay que hablar de las fuerzas productivas y sus técnicas correspondientes para obtener alimentos y comida, y sobre todo para intentar mantener la salud colectiva e individual. Sin salud o con una salud precaria la fuerza de trabajo social es muy reducida o precaria. Según  T. McKeown:

 

       "Durante casi toda su existencia la capacidad del hombre para  controlar su entorno y limitar su número fue insuficiente para promover su salud de modo significativo más allá de las otras cosas vivas. Las tasas de mortalidad eran altas y la vida era corta; pero, como el número de personas que nacían era mucho mayor que el número de las que sobrevivían y se reproducían, por medio de la selección natural se adaptaban bien a sus condiciones de vida (...) La deficiencia alimentaria limitaba el número de individuos y perjudicaba la salud de dos maneras. Daba origen a intentos de restringir el tamaño de la población reduciendo el número de nacimientos y matando o abandonando a los individuos ni deseados. Sin embargo,  el control numérico deliberado no era suficiente para evitar la escasez de alimentos, y las muertes a causa de la inanición , la nutrición defectuosas y las enfermedades parasitarias asociadas en gran parte con la nutrición deficiente eran frecuentes"[21].

 

Antes de que los antropólogos y exploradores modernos pudieran dejar constancia de los momentos de hambruna y desolación de pueblos enteros, los relatos de los viajeros, mercaderes y conquistadores de siglos pasados narran situaciones verdaderamente espantosas si cambiaban los ciclos climáticos y aumentaban las incertidumbres objetivas. En estas condiciones la especie humana fue superando sólo muy lentamente  los métodos más directos y explícitos de obtención de energía barata y fácil mediante el canibalismo, en un proceso en dirección inversa a su progresiva emancipación de la dictadura natural con la mejora de la conciencia humana. Spirkin narra casos de canibalismo[22], y desde una óptica más concreta sobre el tema y más reducida en el tiempo, M. Harris analiza "la relación entre costos y beneficios del canibalismo" material y simbólico en un pasado no tan remoto[23], y otros autores[24] muestran las profundas raíces de estas prácticas y su permanencia simbólico-religiosa actual.

 

Pues bien, si me he detenido un poco en estas prácticas es para ilustrar la hondura del problema global de obtención de energía para mantener la fuerza de trabajo y las consecuencias simbólicas se perduran durante siglos. Sin embargo, esas prácticas no deben darnos una imagen falsa y unilateral de nuestra especie puyes a la vez de su existencia, también apareció, creció y terminó superando al canibalismo y parcialmente al esclavismo otros sentimientos y normas altruistas, de ayuda, socorro mutuo y solidaridad colectiva.

 

De cualquier forma, nosotros estamos aquí para debatir sobre las tecnologías y la globalización y no sobre la historia de la ética y de las relaciones sociales, aunque no se puede negar la existencia de conexiones entre ambos extremos. Efectivamente, por poner un ejemplo, basta leer a Leroi-Gourhan [25] y sus investigaciones sobre el lento pero decisivo avance de la tecnología lítica, para imaginarse cómo pudo influir la mejora en la productividad del trabajo en las condiciones de vida material y psicológica de la gente ya que trabajando un kilogramo de sílex obtenía en el abbevillense un total de 10 centímetros de filo útil, subiendo en el acheliense a 40 centímetros, en el musteriense a 2 metros y en el magdaleniense de 6 a 20 metros de filo útil por cada kilogramo de sílex. Experimentos actuales han mostrado lo efectiva que es una piedra afilada en manos hábiles pues puede realizar casi las mismas tareas que un buen cuchillo actual.

 

Semejante aumento de la productividad del trabajo significa un proceso de aprendizaje tecnológico y a la vez de modificación del cuerpo humano que abarca a la capacidad psicomotriz, y también a la capacidad del control del tiempo, es decir, a la economía del tiempo de trabajo. La antropogénesis es un proceso global de autoconstrucción y de aprendizaje que, obviamente, depende de las condiciones ambientales, del nivel productivo y cultural alcanzado y de la propia capacidad del grupo para reproducirse en el contexto en el que vive. E. R. Service [26] ya nos ha explicado esas dificultades y las necesidades de mantener un pequeño pero suficiente equipamiento colectivo. La razón es muy simple y atañe a una cuestión siempre presente en el debate sobre la tecnología, a saber, el problema del espacio y del tiempo, de las distancias, de las dificultades geográficas. Cuando M. Sahlins estudió la economía de la edad de piedra[27] insistió en que el desarrollo de la técnica estaba condicionado por las distancias que se debían recorrer.

 

Los llamados "hombres primitivos" tuvieron que aprender mucho antes que nosotros a encontrar el equilibrio óptimo posible entre instrumento y productividad, entre  peso y distancia, entre comodidad y efectividad, entre materia y tiempo. Y tuvieron que aprender por simple necesidad de supervivencia.  Aquí entendemos por supervivencia no la imagen falsa y reaccionaria impuesta por las corrientes neodarwinianas y sociobiológicas desarrolladas por el imperialismo desde finales del siglo XIX y reactualizadas desde los setenta de este siglo para justificar eso que llaman "neoliberalismo", sino que entendemos el proceso global y sistémico por el que la especie humana se autocrea ontogenéticamente y condiciona su evolución filogenética. La autocreación humana está sujeta a imponderables objetivos, pero a la vez, está sujeta a la capacidad de conocimiento y de mejora tecnológica. No es casual que sea precisamente en el tema de la lucha contra el hambre, que Ritchie[28] afirme que siempre ha existido una relación importante entre el transporte y el hambre, y retroceda hasta el Egipto del José bíblico para estudiar cómo esa relación entre distancia y hambre obligaba al poder existente a realizar proyectos de planificación económica que exigen grandes conocimientos.

 

Conviene criticar la imagen reaccionaria del "cazador agresivo", del "hombre violento" de la antigüedad como patrón del hombre actual -"hombre burgués"- porque esa imagen sustenta a su vez otra imagen de la tecnología y de la economía como partes constitutivas de la "naturaleza agresiva" del ser humano, cuando no es así en absoluto, como lo demuestra entre otros muchos U. Melotti[29] en un texto clásico, y que I. Eibl-Eibesfeldt ha terminado de ridiculizar con su bello e imprescindible texto sobre el amor y el odio, cuando sin tapujos afirma que la "bestia humana" es "una caricatura moderna del hombre" y al concluir que "Hay en todos nosotros un fuerte impulso innato que nos hace sociables. Todos los mecanismos de vinculación al grupo son filogenéticamente muy antiguos, y es bastante probable que se desarrollaran mano a mano con los cuidados de la progenie. Con este "invento", las aves y los mamíferos adquirieron, cada cual por su parte, la facultad de apoyarse mutuamente y de formar grupos altruistas cuyos miembros libran juntos la lucha por la existencia", y más adelante: "Ciertamente, la tendencia a la intolerancia y a la agresividad es también innata en nosotros, pero no llevamos en la frente la marca de Caín. La tesis de que el ser humano es un animal asesino no se puede tomar en serio. Las investigaciones realizadas sugieren más bien que somos por naturaleza seres muy amistosos"[30].

 

Más aún, incluso la 'ultima ratio' de la ideología burguesa del "cazador agresivo", como es el de la "lucha por la supervivencia en un mundo escaso de recursos" que lleva a la "guerra de todos contra todos" y al principio del 'homo homini lupus' , queda desautorizada por la historia militar. Tiene razón  Keegan cuando dice que:

 

       "La ola de la guerra tiende a propagarse en una sola dirección: de las tierras pobres a las ricas y pocas veces en sentido inverso. Y no es simplemente porque las tierras pobres no valgan el esfuerzo de luchar por ellas, sino también porque la lucha en las tierras pobres es difícil y a veces imposible. (...) La guerra de los pobres era limitada en propósito e intensidad en razón a esa misma pobreza; sólo cuando irrumpían en tierras ricas en las que podían acumular existencias de forraje cabía la posibilidad de una penetración más profunda y de una eventual conquista. Este es el origen de la riqueza y tesón invertidos por los labradores en fortificar sus fronteras con vistas a rechazar a los depredadores antes de que causen daños irreparables. Por consiguiente, puede verse que las causas subyacentes a la implicación de factores "permanentes" y "contingente" en la guerra son muy complejas. El hombre guerrero no es un agente con voluntad desenfrenada, aunque en la guerra traspase los límites que la convención y la prudencia material  suelen imponer a su conducta. La guerra  siempre es limitada, no porque el hombre  lo elija, sino porque así lo determina la naturaleza"[31]

 

La antropogénesis va dialécticamente unida a la producción social de inteligencia, de pensamiento y de conocimiento progresivo de la realidad a lo largo de un proceso en el que la relación mente/mano ha sido decisiva como ya afirmó Anaxágoras hace 2500 años y como luego volvió a recordar Engels[32]. La cooperación colectiva y la relación mente/mano han sido los factores determinantes para que nuestra especie pudiera pasar de las formas iniciales de vida, luego al dominio práctico del fuego, más adelante a ese salto entre 10 centímetros y 20 metros de filo de corte por cada kilogramo de sílex, para llegar, por ahora, a la industrialización capitalista de la vida. Sin esa cooperación nunca se hubiera acumulado la masa crítica de experiencia práctica suficiente para ir dando saltitos en la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones  sociales de producción. Más aún, en esa cooperación ha sido fundamental el trabajo de la mujer que aportaba el 70-80% del total de la comida que se necesitaba.

 

El contenido cooperativo se confirma una vez más viendo la secuencia histórica reciente del aprendizaje del uso de las energías y de sus técnicas correspondientes. Por ejemplo, según indica G. Basalla[33] la rueda apareció en el cuarto milenio antes de nuestra era, y fue mejorándose en una estrecha relación con rituales y ceremonias. Ya para entonces, según indican J. Puig y J. Corominas[34], desde el 6000 adne los sumerios utilizan el asfalto; desde el 4500 las barcas a vela y remo comercian por el Nilo; desde el 3000 aparecen referencias a los "fuegos eternos" en las charcas petrolíferas y escapes de gas, y desde el 2000 se usan como combustible; desde el 2600 en Egipto se usa la máquina solar para levantar monolitos; desde el 1100 en China se extrae y se usa carbón, y para el 1000 se extrae gas mediante pozos de 1000 metros de profundidad, gas que los chinos hacen circular en cañas huecas de bambú para el uso en calefacción, iluminación y manufactura; desde el 640 los griegos concentran rayos de sol para encender cosas e intentar quemar las velas de barcos enemigos; desde el siglo II adne probable invención del aprovechamiento hidráulico.

 

Cuando hablamos de cooperación a lo largo de estos miles de años no queremos olvidar que fueron precisamente los siglos de triunfo del patriarcado. En concreto, y según la cronología presentada por G. Lerner[35], la época que va aproximadamente del 3100 a 600 adne. La cooperación no exime la contradicción, ni la explotación ni la opresión. Precisamente este es uno de los puntos irresueltos por la ideología burguesa del "cazador agresivo" que ve el mundo entero como un enemigo al que someter con su tecnología sofisticada, negando la existencia de opresiones e injusticias brutales que inciden directa o indirectamente en la evolución tecnológica. Tampoco queremos olvidar que fueron los siglos de surgimiento de la esclavización de pueblos, ciudades y seres humanos concretos, y también los años de asentamiento de la escisión social en clases antagónicas dentro mismo de un pueblo. Y menos aún olvidar que es en este proceso cuando asistimos a la apropiación del conocimiento colectivo y, en palabras de García Durán, a la transformación del saber en "forma de desigualdad social en las sociedades precapitalistas"[36], en la que todo lo relacionado con la guerra y su tecnología va indisolublemente unido a la formación de un conocimiento dominador.

 

4.- ESCLAVISMO, GUERRA Y LIMITACIÓN TÉCNICA.

 

Poco a poco voy introduciéndome en el meollo del tema a debate porque, a estas alturas de mi exposición, estimo que está suficientemente aclarado que en un momento muy tardío por no decir en el final de la antropogénesis empieza a adentrarse en su excisión interna y, simultáneamente, en la monopolización progresiva del uso de la energía y de la explotación de la fuerza de trabajo social en beneficio de la minoría que se constituye en propietaria de ambas cosas. No puedo hacer siquiera una pequeñísima síntesis del proceso de opresión de la mujer por el hombre tan minuciosamente analizado por G. Lerner, y que P. Rodríguez ha enriquecido con un estudio específico sobre la conversión forzosa de las diosas en dioses debido a la victoria del patriarcado[37].

 

La razón de fondo de la sumisión y explotación de la mujer por el hombre hay que buscarla en los beneficios materiales y simbólicos que el segundo obtiene con la opresión de la primera. En el tema que tratamos, esos beneficios se pueden resumir tanto en el aumento del tiempo libre por parte del hombre al apropiarse del tiempo de la mujer; en el aumento de la energía disponible por parte del hombre mediante la explotación de la fuerza de trabajo de la mujer y, por no extendernos y como síntesis, un aumento de la capacidad de reproducción de la riqueza acumulada por el hombre gracias a la explotación de la mujer. Desde que la antropología feminista y crítica en general ha dado el salto a la investigación radical y no dogmática[38] de las múltiples formas de opresión de la mujer, los incuestionables los datos que demuestran la existencia de unos beneficios globales que los hombres extraen de la expoliación de la fuerza de trabajo sexo-económica de la mujer.

 

Sobre la base de la explotación global de la mujer, la sociedad patriarcal dispuso de un plus o excedente de tiempo, energía y fuerza de trabajo que pudo dedicarlo a ampliar y acelerar el proceso de apropiación de la fuerza de trabajo de otros pueblos y, por fin, del propio. Hay que decir claramente que en estos siglos decisivos se sientan algunas de las bases que con más o menos mejoras y ampliaciones perdurarán hasta el asentamiento definitivo del modo de producción capitalista, pero otras desaparecerán porque no están en modo alguno capacitadas genético-estructuralmente para ser adaptadas. Se trata, sencillamente, de las diferencias cualitativas e insalvables que hay entre distintos modos de producción y que como veremos en su momento afectan esencialmente a los correspondientes modos tecnológicos.

 

Por ejemplo, K. Hopkins indica que la economía esclavista romana desconocía algo tan común y obvio para nosotros como es el mercado de trabajo, y que por tanto los romanos carecían de tradiciones y leyes para legitimar el empleo regular de hombres libres[39]. Esta ausencia incapacitaba a la sociedad esclavista para disponer de una concepción "moderna" -capitalista- del tiempo de trabajo, requisito para la existencia de una concepción siquiera embrionaria de la ley de la productividad del trabajo. En realidad, como ya demostró entre otros B. Farrington[40], se trata de una incapacidad global del "mundo antiguo" grecorromano para disponer de una "mentalidad" capaz de explotar todas las potencialidades latentes ya entonces en la economía dineraria y mercantil que había comenzado a gatear por el Mediterráneo.

 

Es cierto que la simple "mentalidad" no explica por sí misma la decadencia griega, y que hay que explicar esa mentalidad en cuanto efecto de las transformaciones sociales objetivas y subjetivas, como tan bien hace Farrington, pero no es menos cierto que, una vez irrumpe la contrarrevolución idealista con la victoria de las clases reaccionarias oligarcas se instaura una concepción peyorativa y despreciativa de concepciones y prácticas anteriores que M. Medina Gómez define así:

 

       "Esta concepción cultural de las técnicas, que encontramos tanto en la Grecia arcaica como en la clásica, no sólo se distingue por una valoración  positiva del papel de las mismas en el desarrollo de la historia, como motor de la cultura propiamente humana. La práctica técnica se concibe, asimismo, no como un trabajo manual o rutinario sino como todo tipo de actividades inteligentes dirigidas al mejoramiento de las condiciones humanas. Desde Homero a Protágoras, pasando por Esquilo, la techne se asocia con sophia, es decir, el saber fiable y el conocimiento inteligente (...) concepción unitaria de la cultura como multiplicidad de técnicas y de la técnica como prácticas inteligentes"[41].

 

Muchos investigadores insisten en que con Platón y también con Aristóteles, en cuanto intelectuales de la reacción, se instaura un corte insalvable entre techne y episteme en el que el segundo, o sea el saber teórico abstracto desligado de la materialidad práctica, se impone y dicta las condiciones al primero, a la técnica reducida al trabajo manual rutinario y carente de creatividad. Este tema es importante  para mi exposición por las consecuencias posteriores en el debate sobre la tecnología. Parto del criterio indicado por A. Sohn Rethel en su excelente y obligado texto de que con los griegos de la época de Platón se instauró una forma de pensamiento que no tuvo en cuenta el intercambio material del hombre  con la naturaleza, ni desde el punto de vista de las fuentes y los medios implicados, ni desde el punto de vista de su propósito o uso:

 

       "En este invernáculo del pensamiento griego, no entró "ni un solo átomo de materia natural", exactamente igual a lo que pasa con las mercancías y con su identidad fetichista como "valores". Constituía el puro formalismo de una "segunda" naturaleza o de una "paranaturaleza", de lo que parece inferirse que en la antigüedad, la forma del dinero como capital, o, en otras palabras, el funcionalismo de la naturaleza secundaria, fue finalmente estéril. Aunque de hecho liberó al trabajo de la esclavitud, no logró bajar el coste de reproducción de la fuerza de trabajo humana. Podemos comprobar, retrospectivamente, la verdad de esta afirmación por el hecho de que el desarrollo posterior  a Euclides (Arquímedes, Eratóstenes, Apolonio, el legendario Herón y otros muchos en cuya matemática era patente la presencia de elementos de la dinámica abstracta) sólo logró una aplicación técnica para fines militares o para otros fines igualmente improductivos"[42].

 

Los fines improductivos impedían que el modo de producción esclavista desarrollara una tecnología capaz de rentabilizar la fuerza de trabajo de millones de esclavos y trabajadores libres empobrecidos. Las consecuencias de esa impotencia sobre la lucha de clases eran directas, como a su vez eran directas las presiones anteriores de esa lucha de clases en el aumento de los obstáculos que abortaban la posibilidad de avances tecnológicos posteriores. Quiero decir que de la misma forma en que esa sociedad ya había introducido la explotación de la mujer, ahora con el esclavismo y con las crecientes  luchas de las masas trabajadoras empobrecidas, se produjo un tapón que frenó el inicial desarrollo del pensamiento protocientífico desde el siglo VI hasta finales del siglo IV, y luego lo apagó definitivamente.

 

Hay que pensar que la lucha de clases no es sólo un "producto" de las contradicciones anteriores a las luchas concretas, sino una totalidad procesual que engloba a las contradicciones objetivas y subjetivas e influye desde dentro de ellas mismas en sus evoluciones. Contradicciones que fuerzan a las clases dominantes a intervenir con sistemas represivos y de censura intelectual[43] desde el interior mismo de la creatividad intelectual las posibilidades de avances posteriores.  No es, por tanto,  algo "externo" a la economía y a la tecnología, sino que es el contexto objetivo de esa economía y su síntesis material. Desde este criterio marxista, comprendemos que la lucha de clases en el "mundo griego", tan minuciosamente descrita por Ste. Croix[44], fue tanto la partera como la sepulturera de la "cultura técnica", que se agotó no sólo por la reacción de las temerosas clases dominantes sino también porque la totalidad social del sistema hacía imposible una mejor racionalización de los recursos energéticos existentes, como demuestra B. Gille[45].

 

Un ejemplo de este  agotamiento global pero en su forma más básica y decisiva como es el problema de la alimentación, nos lo ofrece el citado Ritchie:

 

       "En los tiempos de la República romana, el trigo se convirtió en el combustible de la guerra de entonces, algo parecido a lo que ocurre hoy con el petróleo. Se precisaban cantidades enormes de alimentos para sostener una guerra en la antigüedad. Un sitio, como el de Eryx, en Sicilia, podía durar varios años, y mientras durase ambos contendientes tenían que alimentarse sin producir nada, y en la práctica en único alimento que podía conservarse durante tanto tiempo era el grano. Este se podía obtener casi en cualquier parte, se podía almacenar en grandes cantidades y en diferentes climas, y además se podía consumir en forma de platos muy variados. Por su parte, la carne, como señalaba el gastrónomo romano Apico, sólo se podía guardar durante dos días de verano sin guisarla o sin salarla. La falta de grano era la mayor calamidad que podía padecer las legiones romanas. "El ejército", escribía Julio César, "pasó graves dificultades a causa de la escasez de grano, hasta tal punto que, durante algunos días, los soldados estuvieron sin trigo y tuvieron que ir a los pueblos cercanos para buscar ganado y combatir el hambre. Sin embargo, no hubo quejas por parte de la tropa". Está claro que César consideraba que un ejército sin trigo estaba al borde del hambre"[46].

 

Me he extendido en esta cita porque trae a colación un problema estructural de todos los ejércitos antiguos, de Sumer a Roma, y en buena medida también de los posteriores. Y no sólo de los ejércitos, sino de las sociedades que los empleaban, reclutaban, armaban y alimentaban, es decir, el problema de la alimentación y, en síntesis, el problema doble de, por un lado, la obtención y/o producción de los recursos energéticos totales necesarios para el mantenimiento del ejército y, por otro lado,  la técnica necesaria para trasladar, conservar y repartir esos recursos entre las tropas sobre  todo cuando estaban en tierras lejanas. Es el problema de la logística, que tan brillantemente analiza J. Harmand[47].

 

Pues bien, ya desde esas épocas la estructura militar y en concreto la logística es uno de los campos de experimentación práctica en los que confluyen e interactúan todos los conocimientos adquiridos y todas las decisiones estratégicas tomadas por el poder. E. Wanty afirma que: "La "logística" romana tenía cuidadosamente  en cuenta las condiciones higiénicas y sanitarias, con reglas precisas relativas al campamento, a las marchas, a la utilización de las aguas. El avituallamiento corría a cargo de las provincias y en cantidades superiores a las normales, almacenando en puestos fortificados, al alcance del terreno de operaciones. Nada parece haber sido dejado al azar ni a la improvisación"[48]. Sólo con esa racionalidad práctica extrema se podía asegurar la efectividad en combate de un ejército que era imprescindible para asegurar el flujo hacia Roma de las inmensas cantidades de alimentos necesarios.

 

La obtención de trigo, y de todos los restantes recursos energéticos, era vital para Roma, pero el método empleado -en esencia, la esquilmación y expoliación de las tierras entonces conocidas- tenía un límite insuperable determinado por la misma naturaleza del modo de producción esclavista que en el desarrollo protocientífico y técnico no podía dar más de sí para superar dicho tope interno pese a sus logros sorprendentes y hasta curiosos. En el fondo, las preguntas que flotan a lo largo de estas consideraciones son las que nos hace Magalhaes-Vilhena:

 

       "¿Por qué la ciencia antigua -griega o china- no llegó a constituirse en tecnología? (...) ¿Por qué la ciencia griega no intentó hacer factible -al igual que la ciencia moderna- una tecnología verdadera, creando la física necesaria? (...) Al fin y al cabo, el "brusco" estancamiento (el adjetivo es de Koyré), del magnífico impulso de la técnica y de la ciencia griega, así como en China, en absoluto parece poder explicarse dentro de la perspectiva idealista a través del exclusivo movimiento interno de las ideas propias de la ciencia griega o china". La respuesta que el autor ofrecer es que el modo de producción dominante no estaba capacitado para dar ese salto, y por tanto, tampoco lo estaban los humanos de la época porque: "En realidad, el hombre sólo entiende los datos de un problema cuando las contradicciones que lo han provocado, se desarrollan de tal forma que indican el camino por emprender. Aquí también, sin duda alguna, son los marcos de la estructura social los que determinan, en última instancia, el progreso o el bloque científico, técnico y social"[49].

 

El descalabro grecorromano, mirado desde el punto de vista occidental, fue un desastre para la emancipación humana  porque las clases dominantes mantuvieron durante siglos una férrea dogmática a sus reglas formales pero, como explica  W. Cecil Dampier: "Afortunadamente, los científicos modernos dedicados a la experimentación no se han preocupado poco mi mucho por las reglas formales de la lógica; pero el prestigio de que gozaban las obras de Aristóteles contribuyó en gran parte a orientar la ciencia griega y medieval hacia la investigación de premisas absolutamente ciertas y hacia el empleo prematuro de los métodos deductivos. Los resultados fueron que se atribuyó la infalibilidad a muchas "autoridades" sumamente falibles y que se abusó del razonamiento falso o sofístico en forma engañosamente lógica"[50].

 

5.- FEUDALISMO Y TÉCNICA  PREINDUSTRIAL.

 

No puedo extender el análisis de la evolución de la técnica en la alta edad media y menos aún en los llamados "siglos oscuros" que la precedieron, como tampoco fuera de Europa, es decir, en China, India y las amplias y decisivas tierra liberadas al cristianismo por la cultura arabo-musulmana que fue en sus inicios, hasta los siglos XI-XIII un verdadero movimiento progresista y emancipador dentro de los límites históricos insalvables. Volviendo a Europa, conviene recordar la desesperante lentitud de los adelantos técnicos en la agricultura, pues, en palabras de J. Le Goff: "Es de aproximadamente cuatro siglos (IX-XIII) el tiempo que tardan en difundirse inventos como el arado de rueda y vertedera y nuevas técnicas como la rotación trienal de los cultivos"[51]. Las razones de esa parsimonia han sido estudiadas por casi todos los autores[52] y no tenemos tiempo para explayarnos en ellas aunque debo detenerme en la tesis de L. White sobre el concepto medieval de una tecnología de la energía, según el cual y proveniente de culturas extraeuropeas como la nacida en la India del siglo XII sobre el movimiento perpetuo:

 

       "A mediados del siglo XIII, en consecuencia, un grupo considerable de mentes activas, no sólo estimuladas por los éxitos tecnológicos de las generaciones recientes, sino también orientadas por el fuego fatuo del movimiento perpetuo, empezaban a generalizar el concepto de fuerza mecánica. Iban admitiendo la idea de que el cosmos era un vasto repositorio de energías controlables y utilizables conforme a intenciones humanas. Tenían conciencia de la energía hasta un punto rayano en la fantasía. Pero sin esa fantasía, sin una imaginación de alto vuelo, la tecnología de la energía en el mundo occidental no se habría desarrollado. Cuando Roger Bacon, el amigo de Pedro de Maricourt, escribió allá por el 1260: "Es posible construir máquinas gracias a las cuales los barcos más grandes, con sólo un hombre que los guíe, se desplazarán más rápidamente que si estuvieran repletos de remeros; es posible construir vehículos que habrán de moverse con velocidad increíble y sin ayuda de bestias; es posible construir máquinas voladoras en las que un hombre... podrá vencer al aire con alas como si fuera un pájaro... las máquinas permitirán llegar al fondo de los mares y los ríos", no hablaba por su cuenta sino en nombre de los técnicos de su época"[53].

 

Pero estos técnicos estaban sometidos a unas presiones crecientes de los poderes establecidos en lo que respecta a la relación entre la técnica y la guerra, relación que venimos siguiendo con necesario interés. Pues bien, precisamente en la época de Roger Bacon se estaba acelerando el proceso de financierización de la guerra, pues en palabras de P. Contamine: "El dinero es el intermediario casi obligado entre el poder y los guerreros. Según el testimonio de los propios contemporáneos, este fenómeno se fue acelerando a partir de mediados del siglo XII (...) Esta irrupción del dinero debe relacionarse, sin duda, con el fenómeno que se ha denominado 'revolución comercial' (...) a la mayor abundancia de moneda se le añadió el hecho de que reyes y príncipes supieron hacer crecer a ritmo parecido, si no mayor, sus disponibilidades pecuniarias. Y ello lo hicieron de tres modos fundamentales: gracias a sus recursos dominiales, en plena expansión, a una fiscalidad pública que se fortalecía y se diversificaba y, finalmente, merced a las conmutaciones de los servicios militares por pagos en metálico"[54]. La financierización de la guerra tendrá, como iremos viendo, consecuencias directas y cualitativas sobre la evolución técnica  y ambas, sobre la evolución científica.

 

Sin embargo, la revolución comercial no tuvo un impacto tan directo y rápido en la técnica civil, pues hizo falta que sucediera lo que G. Duby ha definido como "la mutación del siglo XIV" y en especial, dentro de esta, el aumento de las relaciones monetarias entre los campesinos y los comerciantes urbanos para que se sentaran las bases de un florecimiento a partir de la segunda mitad del siglo XV[55]. Uno de los efectos de esa mutación fue el de permitir que los inventos técnicos lentamente acumulados entre los siglos IX-XIII, pudieran dar un salto forzados por la ley de la productividad del trabajo. Bernal dice que: "La agricultura  y las artes prácticas mejoraron aún más, como veremos, por los adelantos conseguidos en Oriente y por las propias invenciones indígenas. Esta mejora se orientó hacia la sustitución de la acción humana por la acción mecánica y de la energía del hombre por la fuerza animal e hidráulica. Es cierto que la artesanía medieval no consiguió nada que no hubieran podido realizar los artesanos griegos o romanos, pero a estos les faltaba  el incentivo de aquellos: la necesidad de realizar mayor trabajo con menos esfuerzo humano"[56]. Semejante incentivo existente en la Europa de aquellos siglos y no en la del esclavismo romano, como hemos visto anteriormente, nacía de las exigencias de la ley del valor-trabajo que ya crecía fieramente unida al crecimiento simultáneo de la economía mercantil y de sus exigencias a los artesanos.

 

Mientras tanto, la separación entre 'sciencia' y 'ars' era algo socialmente admitido, como se confirmo en las discusiones entre los arquitectos franceses y los albañiles lombardos durante la construcción de la catedral de Milán en el siglo XIV[57], por poner un ejemplo. Pero según avanza el siglo XV, y en estrecha unión con el crecimiento de la economía comercial, ocurre que, con palabras de L. Mumford: "el invento y el control estricto obraron recíprocamente"[58]. ¿Qué quiere decir "control estricto"? Pues que la sociedad europea ya no estaba en condiciones de seguir pensando la temporalidad con la laxitud de los siglos medievales, sino que desde la irrupción del capitalismo comercial el tiempo iba adquiriendo un valor económico creciente que exigía un "control estricto" creciente. Todos conocemos la importancia que Mumford otorga al reloj -"El reloj, no la máquina de vapor, es la máquina-clave de la moderna edad industrial"[59]- y tiene razón porque el reloj es el definitivo instrumento del poder para maximizar la ley de la productividad del trabajo.

 

6.-  EXPLOTACIÓN Y ORDEN TECNOLÓGICO BURGUÉS.

 

Mas el control estricto necesita, para aplicarse, de la existencia de imperativos socioeconómicos y de estructuras de poder que lo apliquen abiertamente. Este contexto se fue imponiendo a lo largo del siglo XVI dependiendo del desarrollo desigual del capitalismo europeo. D. Rei lo expone así:

 

       "En Inglaterra y Holanda la relación entre artesanos, mundo científico y compañías comerciales fue muy estrecha: en las primeras escuelas de navegación, matemáticas, astronomía y técnicas náuticas se unían alrededor de problemas como la determinación de las distancias; el magnetismo fue estudiado por Gilbert en base a las observaciones de Robert Norman, fabricante de brújulas; el primer traductor inglés de Euclides, el astrónomo John Dee (1527-1608), técnico de la compañía marítima Moscovia-Catay, puso su colección de instrumentos a disposición de los viajeros, que en la época de Elizabet I estimuló a recorrer todas las rutas. La defensa de las profesiones mecánicas (o "industriales") era ya costumbre en una sociedad donde aparecían, por vez primera los inventores de profesión (los "proyectistas"). En la propiedad de explotación de las patentes, la monarquía absoluta tenía que competir contra los parlamentarios burgueses. Por el contrario, el senado de la ciudad alemana de Dantzing proponía, en 1579, condenar a muerte al inventor de un telar capaz de tejer en poco tiempo gran cantidad de tejidos..."[60].

 

Comportamientos tan opuestos como el alemán y el inglés a finales del siglo XVI muestran los efectos del desarrollo desigual y combinado en la evolución del capitalismo, y muestran también la importancia de las decisiones colectivas e individuales en ese desarrollo, es decir, del factor subjetivo en la historia. Me interesa detenerme un instante en esta cuestión porque es vital en las relaciones entre el capitalismo y las tecnologías ya que hunde el mito mecanicista del desarrollo tecnológico. Son los intereses sociales contradictorios los que orientan, dentro de condiciones objetivas más o menos moldeables, las grandes decisiones humanas.

 

Por ejemplo, un hecho como saqueo brutal por el ejército español de la opulenta ciudad de Amberes en 1576, que expresa el inicio de la decadencia de los Austria y la necesidad de recurrir a esos métodos expoliadores tan feroces, fue interpretado de manera muy correcta por la ascendente burguesía europea de modo que ésta optó conscientemente por trasladarse a Amsterdam con repercusiones cualitativas sobre  el capitalismo. W. H. McNeill lo expresa así: "Ese rápido cambio de emplazamiento de la actividad financiera fue consecuencia de las acciones de un gran número de particulares que decidieron que sus bienes y su dinero estarían más a salvo en Holanda, donde los burgueses tenían el control político, que en Amberes, ciudad gobernada por los españoles. Decisiones privadas de esta naturaleza hacían que el capital pudiera emigrar muy rápidamente a lugares donde se consideraba que los costes de protección eran los mínimos. Los capitalistas que no lograron escapar de los lugares sometidos a una fuerte presión fiscal, pronto vieron sus recursos muy menguados"[61].

 

La capacidad de traslación rápida de los capitales privados de un lugar a otro, superando obstáculos que ahora nos parecen increíbles, es una constante del capitalismo que conviene no olvidar porque, como veremos en el estudio de la famosa "globalización", actualmente se repite sin dar un salto cualitativo sino sólo un aumento de velocidad. Pues bien, la aceleración de la velocidad de movimiento del capital se explica mediante la dialéctica entre las leyes "endógenas" y las "exógenas". No hace  falta recurrir aquí a las obras maestras de Marx y Engels como ejemplos, ni tampoco a las aportaciones enriquecedoras de Wallerstein y otros autores, para comprender esa dialéctica, aunque ahora sí queremos reseñar tres  factores de peso especial por su importancia como son, uno, la experimentación técnica en todo lo relacionado con lo militar; otro, la propagación  del mecanicismo como síntesis social causada por el impacto creciente de la técnica mecánica en el conocimiento occidental y, por último, la aparición y expansión del consumo más allá de la subsistencia y de la reproducción de la fuerza de trabajo. Estos factores, entre otros, han sido muy importantes en la evolución de la tecnología capitalista.

 

El primero, el militar, no tuvo sólo influencias mediante los avances técnicos en las armas aunque estas fueron innegables, sino sobre todo por el efecto global que supuso para la sociedad el conjunto de cambios burocráticos, administrativos, contables, fiscales, mineros, de transportes, educativos, etc., al desarrollarse la llamada "revolución militar". Recordemos que, siguiendo a G. Parker[62], esta "revolución" comenzó en los decenios de 1530 y 1540 y dio otro salto entre 1672-1710. Casi dos siglos en los que la totalidad de las estructuras de poder evolucionaron en inseparable relación con los avances técnicos militares, con las tecnologías que creaban  y con sus efectos sobre el resto de la vida colectiva.

 

Mumford es tajante: "En cada fase de su desarrollo moderno fue más bien la guerra que la industria y el comercio, la que mostró en plan general los principales rasgos que caracterizan a la máquina. El levantamiento de planos, el uso de mapas, el plan de campaña --mucho antes de que los hombres de negocios idearan los diagramas de organización y de ventas-- la coordinación del transporte, los suministros y la producción (mutilación y destrucción), la amplia división entre caballería, infantería y artillería, y la división del proceso de producción entre cada una de dichas ramas; finalmente, la distinción de funciones entre las actividades de la plana mayor  y las del campo, todas estas características colocaron al arte de la guerra muy por delante  de los negocios o de la artesanía con sus mezquinos, empíricos y faltos de perspicacia métodos de preparación y operación. El ejército es de hecho la forma ideal hacia la cual debe tender un sistema industrial puramente mecánico"[63].

 

La necesidad de orden, precisión, optimización de recursos y máximo control posible de la incertidumbre, obsesiones características de los ejércitos de Sumer a Roma, pasando por China, reaparecieron con fuerza en otras sociedades, por ejemplo en la mongola de Gengis Khan[64] al comienzo del siglo XIII, pero no fue hasta comienzos del siglo XVI en Europa cuando la obsesión por el orden encontró la base material para su definitiva aceptación en la síntesis social que es el conocimiento colectivo. Base material imposible de eludir por lo que: "En primer lugar estudiaremos la técnica militar, porque los contemporáneos  le concedieron mucha mayor atención que a las demás. Es sabido que había en Europa noblezas, cuyo origen se remontaba a las noblezas militares de la Edad Media, y para quienes el ejercicio de las armas era la profesión noble por excelencia; pero la atención que le prestaban era también manifestación de una necesidad permanente: el Estado que no posee un ejército poderoso desaparece muy pronto; sólo el arte militar puede garantizar a los pueblos la existencia, la independencia y la seguridad, bienes fundamentales sin los cuales no pueden existir otros"[65]. Los Estados de aquella época debían  luchar a muerte por su supervivencia porque la economía capitalista pre-industrial avanzaba como una marea arrasadora en la mundialización del mercado y de la expoliación. G. Rudé nos ha legado un brillante capítulo -"las guerras y la expansión europea"[66]- en el que explica el papel decisivo de la guerra tanto en las contradicciones entre nobleza decadente y burguesía ascendente en el siglo XVIII, como de las tensiones internacionales de los Estados europeos y las repercusiones de ambos en la expansión del capitalismo europeo.

 

7.- RACIONALIDAD PARCIAL E IRRACIONALIDAD GLOBAL.

 

Son estas exigencias contextuales las que determinan que los Estados y las clases dominantes, con sus contradicciones mutuas y más o menos conscientemente según los casos, desarrollen una concepción que une indisolublemente el mecanicismo con el cientifismo a lo largo de un proceso que crece en el siglo XVII y triunfa definitivamente en el siglo XVIII. Se trata de lo que H. Butterfield define como el "universo-máquina"[67] y que no hubiera triunfado sin la fundamental experiencia adquirida por las innovaciones técnicas militares, que no sólo en la producción civil. Tanto en una como en otra, es decir, en la propia práctica material directa o indirectamente productiva, palpitaba con fuerza imparable la necesidad de racionalización y control de cara a algo básico que distancia esencialmente al capitalismo de todos los modos de producción anteriores, como es el ahorro destinado a la inversión productiva que, a su vez, busca aumentar la acumulación ampliada del capital. Marx definió a esta identidad en movimiento como "autoexpansión del capital" y ella fue la que determinó el surgimiento de la necesidad del orden, del ahorro del tiempo y de la reducción del gasto improductivo en todos y cada uno de los eslabones del proceso productivo capitalista. Esto mismo, trasladado a la ciencia, es en lo que insiste P. Thuiller cuando citando a Mersenne narra la obsesión de la época por evitar "gastos excesivos" y "gastos inútiles"[68].

 

El universo-máquina que exige reducir los gastos inútiles en la producción, exige a su vez que la venta de esa producción mantenga la velocidad de la máquina pues de lo contrario se paralizaría la rotación del capital y sobrevendría la crisis. Lo que ahora se denomina consumismo es la derivación lógica de las presiones de esa velocidad de rotación con la que se mueve el universo-máquina capitalista. Sombart [69] ya demostró hace tiempo la importancia del consumo de lujo en el capitalismo, pero del gasto suntuoso al consumo de masas que toma velocidad a finales del siglo XVIII como muestra P. Burke hay un salto que conviene citar porque no sólo se dio una simplificación de la técnica de producción para acelerar y multiplicar las mercancías lanzadas al mercado, sino que incluso se vivió una "comercialización del ocio" pues los empresarios vieron que aumentaba la demanda de consumo de ocio que daba crecientes beneficios[70]. Con dos siglos de antelación a los debates actuales sobre la comercialización del ocio y sobre el efecto de la globalización en los cambios culturales y cotidianos, el capitalismo preindustrial del siglo XVIII ya había sentado las bases permanentes del problema.

 

Pues bien, estos tres factores ya asentados a finales del siglo XVIII exigieron y a la vez facilitaron una tremenda explotación intensiva y extensiva de las clases trabajadoras, de la fuerza de trabajo social con efectos profundos en la evolución técnica y económica. Ya a comienzos del siglo XIX: "Las demandas militares a la economía británica contribuyeron notablemente a configurar las bases subsiguientes de la revolución industrial, permitiendo la mejora de las máquinas de vapor y posibilitando innovaciones tan decisivas como el ferrocarril y los barcos de hierro en un época y unas condiciones que simplemente no habrían existido sin el impulso dado a la producción de hierro por la guerra"[71].

 

Todo el siglo XIX fue una confirmación de la característica genético-estructural del capitalismo en lo que concierne a la necesidad de maximizar la rentabilidad, de ahorrar tiempo y de reducir gastos inútiles: "La técnica se aplica asimismo a acrecentar la potencia del aparato térmico: disminuye el inconveniente de los puntos muertos en el recorrido del pistón, reduce la condensación en el cilindro, aumenta la superficie de calefacción, recorre al doble, triple o cuádruple escape con el sistema compuesto o 'compound'. A  pesar de todo, este motor resulta pesado, molesto, de poca eficacia en relación con el combustible consumido. No obstante, se calcula que hacia 1890 proporciona a Europa y América un trabajo equivalente al de mil millones de esclavos"[72]. Una vez más, el ejército es uno de los poderes  que impulsan la tendencia a la racionalización y reducción del gasto excesivo, y en 1905 "el almirante Fisher, teniendo en cuenta las ventajas del petróleo, aconseja reemplazar el carbón por el fuel oil. Con igual peso de combustible el radio de acción queda doblado y desaparece la humareda"[73] de los barcos de guerra británicos.

 

Sin embargo, estos avances trajeron inevitablemente efectos terribles que azotarían profundamente al capitalismo y de los cuales ahora sólo vamos a detenernos en dos. Uno es el engreimiento chulesco de la sociedad burguesa europea con respecto al resto del mundo. Headrick lo ha sintetizado así: "La era del nuevo imperialismo fue la también la época en que el racismo alcanzó su cénit. Los europeos, en otros tiempos respetuosos con algunos pueblos no occidentales -especialmente con los chinos- empezaron a confundir niveles tecnológicos con niveles culturales en general y, por último, con capacidad biológica. Las conquistas fáciles habían deformado el juicio incluso de las élites científicas"[74]. No hace falta  decir que ese racismo, de un lado, era la continuación mejorada del profundo desprecio hacia las clases trabajadoras europeas que esa burguesía había heredado conscientemente y mejorado del desprecio absolutista y anteriormente feudal, y, de otro lado, que le venía perfectamente bien para justificar la "misión civilizadora" del colonialismo y del imperialismo, con las fabulosas ganancias materiales que obtenía de ellas.

 

El otro es el agravamiento cualitativo es la crisis ecológica que se produjo precisamente con la primera revolución industrial, de la que después hablaremos, y que además de poner en peligro la continuidad de la vida en el planeta, cuestiona radicalmente la racionalidad capitalista. Es cierto que cualquier intervención humana afecta a la naturaleza, y que, como se sabe desde hace tiempo, "toda adquisición de una nueva técnica o una nueva utilización de una técnica anterior, interdependientemente de su origen, altera la relación del hombre con los organismos que lo rodean y cambia su posición en la comunidad biótica"[75]. La industrialización capitalista dio un salto en ese cambio de posición del ser humano en la comunidad biótica y aunque las concepciones que justificaban la dominación del ser humano sobre la naturaleza vienen en antiguo, como indica Hughes[76], el modo de producción capitalista ha supuesto un cambio brusco e intenso sin parangón. Un cambio brusco en el que, de nuevo, la relación "guerra-ciencia-tecnología"[77] ha sido y están siendo --según se vuelve a confirmar actualmente con las armas que usan uranio empobrecido-- uno de los factores determinantes.

 

¿Cómo se explica entonces la destrucción de la naturaleza teniendo en cuenta la obsesión por reducir el gasto inútil, por racionalizarlo todo para evitar el despìlfarro improductivo? La respuesta de Marx, confirmada por la galopante catástrofe ecológica, es que la racionalidad funciona sólo a escala del empresario aislado, de la empresa en su funcionamiento particular, en donde debe optimizar lo más posible para obtener la mejor competitividad posible. Pero ya en el mercado igualador, lo que es racionalidad aislada deviene en irracionalidad colectiva porque, aquí no se trata de la suma de factores aislados sino del efecto sinérgico contrario al individual porque el capitalismo es antes que nada un sistema de producción y no una suma de astutas alimañas burguesas. O dicho en sus propias palabras: "La producción capitalista es siempre, pese a su tacañería, una dilapidadora en lo que se refiere al capital humano, del mismo modo que en otro terreno, gracias al método de la distribución de sus productos por medio del comercio y a su régimen de concurrencia, derrocha los recursos materiales y pierde de un lado para la sociedad lo que por otro lado gana para el capitalista individual"[78].

 

La razón por la que la catástrofe ecologista ha confirmado la respuesta de Marx  radica en lo que M.A. Martínez-Echevarría define como el "código genético" de la empresa: su obsesión y necesidad de ganar siempre más dinero y la competencia a muerte que  ello motiva:

 

        "En cuanto una empresa empieza a ganar cada vez más dinero, inmediatamente  le saldrá una o varias competidoras que con una "profundización en la división técnica del trabajo" lograrán ir limando los beneficios mutuos, hasta que de hecho ya no exista posibilidad de ganancias en ese tipo de actividad (...) Las "empresas" pierden toda referencia con la totalidad y se parcializa. Una "empresa" adquiere una especie de "miopía" que sólo le permite ver los aspectos de la realidad que son inmediatamente monetarizables, Toda información que no sea inmediatamente traducible a dinero es en principio irrelevante para la actividad de la empresa. Mediante la contabilidad, una técnica de traducción a términos monetarios, todas las actividades de la empresa, como el trabajo de los obreros, las materias primas, los transportes, la publicidad, la implantación de una nueva tecnología, etc., son valorados en términos económicos. Esta visión unidimensional y la presión de la competencia obligan a un continuo disminuir de costes  y aumentar los ingresos. Desde un punto de vista productivo esto lleva a elegir tecnologías que abaraten el producto, lo cual suele representar producciones a mucha mayor escala, mucho más acelerada, y con menos costes.

 

        Por desgracia, la "empresa" no sólo incrementó la gravedad y magnitud del problema ecológico, sino que introdujo una manifiesta actitud unidimensional o antiecológica. Es muy significativo a este respecto observar que el cambio del sentido de la propiedad es hacia un sentido más monetario o de mayor liquidez. Primero las tierras, y luego los hombres, son convertidos en mercancías, es decir, en medios para la producción, en "factores productivos". Todo es más "liquidable", más convertible en dinero, que, como hemos visto, es la "nueva producción" de la "empresa". Por eso la "empresa por antonomasia" del nuevo sistema productivo, introducido a partir del siglo XVII, es "la banca", que "produce dinero a partir de dinero", A pesar de sus apariencias, la "producción financiera" es el más antiecológico de todos los procesos productivos, ya que al ser la más radical y abstracta de las unidimensionalidades de que es capaz la razón humana, plantea un mayor enfrentamiento con la multidimensionalidad de la corporalidad humana"[79].

 

En síntesis, se trata de optar, como dice J. Roca Jusmet, por la rentabilidad a corto plazo frente  a conservación a largo plazo: "Las decisiones económicas tienden a infravalorar el futuro y dan más importancia al corto plazo por la sencilla razón de que el dinero tiene un precio (como refleja el tipo de interés de los préstamos) (...) El capital, no comprometido con ninguna actividad económica particular sino, como enfatizaba Marx, con el objetivo abstracto de obtener el máximo beneficio puede actuar de forma perfectamente "racional" destruyendo un recurso renovable  aunque ello suponga la imposibilidad de obtener ingresos futuros explotando dicho recurso"[80]. Pero, aunque en la extensa obra de Marx y  Engels abundan las razones de esa disolución de la racionalidad parcial en la irracionalidad global del sistema, y E. Mandel ha recopilado algunas de ellas en un texto que recomiendo[81], sin embargo no prestaron la atención suficiente al profundo cambio que existe entre los procesos cíclicos --y emergentes-- de la biósfera y los lineales de la tecnósfera industrial. Riechmann lo expresa así:

 

        "Este predominio de los procesos lineales es característico de la tecnósfera en las sociedades industriales: en las sociedades agrarias que las precedieron, la tecnósfera se basaba más bien en procesos cíclicos (lo cual, de todas maneras, no implica que no conociesen problemas ecológicos graves). A grandes rasgos, la Revolución industrial puede pensarse como la  transición desde  una economía de flujos en las sociedades agrícolas tradicionales a una economía de acervos o stocks en las sociedades  industriales, o de una economía de base orgánica a otra  industrial. Mientras que la economía agrícola es esencialmente una economía de la superficie terrestre impulsada por la energía solar (que hace crecer los cultivos y los bosques, mueve los molinos de viento y de agua, etc.,), en las sociedades industriales hasta hoy conocidas encontramos una economía del subsuelo movida por combustibles fósiles. De forma metafórica, podemos describir la Revolución industrial como un proceso mediante  el cual las sociedades se alejan del sol para hundirse en el subsuelo: un titánico fototropismo negativo"[82].

 

No puedo extenderme ahora sobre la evolución de la tecnología durante el siglo XX por razones obvias de tiempo y espacio, pero el salto que voy a dar no se produce en el vacío porque precisamente el tema que sigue enlaza en directo la última década con la primera de este siglo.

 

8.- PERMANENTE GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA.

 

¿Cuántas definiciones existen de "globalización"? Casi tantas como investigadores, periodistas o simples charlatanes han querido escribir sobre el tema. ¿No será incluso mejor rescatar el de "neoglobalismo" que ya se utilizaba a finales de los ochenta? Pienso que sí, y pienso además que fue abandonado por dos razones, una, porque el hundimiento de la URSS supuso el descrédito transitorio del marxismo y otra, la fundamental, porque su contenido teórico era inaceptable para el poder burgués. Así, V. Bushuev [83] demostraba los terribles efectos del neoglobalismo estadounidense sobre  Latinoamérica en la década de los ochenta. Por otra parte, hablar de neoglobalismo indica reconocer que ha habidos otra u otras fases del globalismo capitalista, que es lo que ciertamente ocurre. Tiene razón J. Petras cuando explica los tres modelos de globalización: el primero comenzó en el siglo XV con el crecimiento del capitalismo y su expansión de ultramar; el segundo se desarrolló en torno al comercio entre imperios y el tercero, a diferencia del pillaje, inversiones extractivas y préstamos,  la globalización actual supone el comercio internacional, y Petras concluye:

 

       "En resumen,  "la globalización no es un fenómeno nuevo: es un nuevo nombre que subsume diversos procesos sociopolíticos y económicos. Los orígenes históricos imperiales han permanecido sumidos en una matriz en la que los nuevos Estados y actores compiten por un acceso privilegiado a las redes y al respaldo estatal. Actualmente, las principales agencias, las corporaciones multinacionales, desempeñan los papeles que representaban anteriormente las compañías comerciales: integrar y apropiarse de los recursos, así como explicar  a la mano de obra barata. Hoy, los Estados imperiales extraen los recursos domésticos (de los empleados y contribuyentes) para financiar la expansión en el exterior. Por lo tanto, en el norte y en el sur, la fuerza de trabajo está explotada: los anteriores proyectos del norte financian la expansión actual en el sur"[84].

 

Resulta obvio que, por un lado, la intelectualidad dominante no quiera airear estas y otras tragedias causadas por el neoglobalismo, y que, por otro lado, menos aún quiera teorizar sus causas porque al investigar sus  orígenes se hubieran encontrado con los escritos de un tal Marx que ya en 1848 describía la globalización con una palabras que para sí quisieran los actuales propagandistas del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, etc.:

 

       "Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no empleas materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas por productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más a apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y naciones se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual (...) Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se foja un mundo a su imagen y semejanza (...) Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes han sido consolidadas en una sola  nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley,  un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera"[85].

 

Podríamos decir que el neoglobalismo es la adecuación de las características esenciales del capitalismo a sus necesidades de finales del siglo XX, del mismo modo en que otros autores hablan del "neoimperialismo", como veremos, para adecuar las características del imperialismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX a  sus necesidades actuales, e incluso otros hablan del "neocolonialismo" para referirse a la dialéctica de la continuidad y del cambio del colonialismo de antes de finales del siglo XIX a la situación actual.  Siempre dentro de la lógica del capitalismo como modo de producción histórico que adquiere  formas y fases concretas  así como niveles ideológicos, políticos, económicos y tecnocientíficos diversos e interrelacionados, podríamos también  hacer interesantes matizaciones entre neoliberalismo, neoglabalismo y neoimperialismo, pero no es este el momento para ello, así que en aras de la brevedad me limitaré a la definición "oficial", en el sentido de representar la estrategia socialdemócrata, citaré a J. Estefanía:

 

       "La globalización es la principal característica del postcapitalismo. Se trata de un proceso por el que las economías nacionales se integran progresivamente en la economía internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados internacionales y menos de las políticas de los  Gobiernos.  Ello ha traído mayores cotas de bienestar en muchos lugares, pero también una obligada cesión del poder de los ciudadanos, sin debate previo, sobre sus economías y sus capacidades de decisión, en beneficio de unas fuerzas indefinidas que atienden al genérico de 'mercados'. La globalización será, pues, otro hito histórico, tras la caída del 'socialismo real' y la autoanulación de los paradigmas alternativos al capitalismo. Esta globalización, que enlazará dos milenios, es una realidad parcial pues no llega a amplias zonas del planeta como, por ejemplo, el continente africano; alguien ha denominado también a este proceso como 'mundialización mutilada'". Y como ejemplo de "postcapitalismo" el autor nos remite a la crisis mexicana iniciada a fines de 1994[86].

 

Bien es cierto que este libro está editado antes de la crisis de verano de 1997, y que por tanto el autor no pudo introducir esa crisis y sus consecuencias en su texto, pero eso no nos impide utilizarlo porque, de un lado, la crisis mexicana anunciaba la crisis posterior; de otro lado, la crisis mexicana era con sus características propias la continuación de la crisis rusa y de todo el Este europeo desde finales de los ochenta y, por último, también desde finales de los ochenta el capitalismo japonés, entonces el segundo más poderoso del planeta, había empezado a caer en una crisis de la que todavía, doce años más tarde, no ha salido. Digo esto porque, por una parte, muestra la superficialidad del texto de Estefanía al no centrar la globalización en el ahondamiento de la crisis mundial y en los esfuerzos estratégicos de EEUU para recuperar su hegemonía mundial; por otro lado, pese a las críticas puntuales y tópicas a los "costos sociales" de los "nuevos problemas"[87], sus propuestas son típicamente reformistas y, por último, porque los tópicos y lugares comunes que achaca al marxismo[88] muestran su profunda incomprensión de lo que es el modo de producción capitalista. Sin embargo, para entonces las críticas a la globalización eran muy conocidas, destacando entre otras, la de Barnet y Cavanagh sobre un problema histórico del capitalismo de todos los tiempos como es el de las crisis de sobreproducción y las medidas que las burguesías han tomado para evitarlas o solucionaras; pero la diferencia radica en que mientras Estefanía habla de "postcapitalismo" estos autores hablan de "producción en serie en los tiempos posmodernos"[89].

 

Pero el tema que tratamos hoy, el de las relaciones entre la globalización y las nuevas tecnologías, nos impone una serie de restricciones a la hora de hacer una crítica más amplia del texto citado arriba, y ya que debemos ceñirnos vamos a tocar, en primer lugar, el problemas de las relaciones entre los capitalismo estatales y la economía mundial porque es uno de los puntos fuertes de la interpretación reformista de la globalización --también hay una interpretación reaccionaria en la que no nos extendemos-- pues sirve para justificar que los gobiernos socialdemócratas apliquen políticas económicas antiobreras. Con la excusa de que la "economía nacional" está cada vez más supeditada a la economía mundial, el gobierno de turno puede y debe imponer "austeridad" a los  trabajadores para mantener la capacidad competitiva de la "economía de todos". Este argumento es una trampa que se basa en la falsificación del capitalismo histórico, que es un modo de producción en el que la dialéctica entre las partes y el todo es dialéctica y sinérgica por esencia.

 

De entrada, no es correcto hablar sólo de dos polos extremos, el estatal o el "nacional" y el mundial o internacional, el segundo de los cuales casi ha fagocitado ya del todo al primero, sino que siempre hay que recurrir a las llamadas "economías regionales", áreas que frecuentemente superan a los Estados, o relacionan a varias regiones fronterizas, etc., como insiste P. Mathias[90]. También en una versión reformista de la globalización informacional, como la de M. Castells, se sostiene que "la globalización estimula la regionalización (...) las regiones y localidades no desaparecen, sino que quedan integradas en redes internacionales que conectan sus sectores más dinámicos"[91]. Incluso cuando esas áreas regionales son débiles porque están situadas en zonas poco importantes o entre grandes Estados, incluso así todavía sigue operando la gran importancia de esos Estados en sus relaciones con la economía mundial[92].

 

Para las naciones oprimidas como la vasca, y encima repartidas entre dos Estados ocupantes como el español y el francés, esta tendencia más o menos lenta según circunstancias que no podemos exponer aquí a la regionalización económica situada entre los polos extremos, tiene una importancia obvia que, antes que nada, demuestra lo fundamental que es el disponer de poder político-económico unitario independiente. Pero este es un problema imposible de entender por Estefanía en cuanto intelectual orgánico del imperialismo español que trabaja en uno de sus medios de producción ideológica más influyentes.

 

P. Kriedte explica así esa dialéctica: "Los hilos del sistema capitalista mundial, cuyos comienzos se remontan hasta el siglo XVI y que en el XVIII no sólo "internalizó" regiones hasta entonces externas sino que además ganó consistencia interna, confluían en Europa. Los capitales comerciales europeos los entrelazaban y los tendían alrededor de la tierra. El mundo de ultramar fue integrado en un sistema de intercambio cuyas leyes eran determinadas por las metrópolis europeas. Su contenido eran la discriminación, una división del trabajo imperial, por principio desigual y dictada por las necesidades de la metrópolis, y con frecuencia una explotación desembozada. El sometimiento de la periferia a las exigencias reproductoras de las metrópolis no careció de importancia para la revolución del aparato productivo manufacturero en Europa, pero llevó al estancamiento y el retraso al mundo subdesarrollado y colonial"[93]. Estamos por tanto ante un capitalismo siempre en movimiento y dividido entre centro hegemónico, semiperiferia, periferia y arena exterior dentro de una totalidad de economía-mundo por utilizar ahora sin mayores precisiones el instrumental teórico de Wallerstein y otros investigadores. Dentro de esa mezcla de presiones y fuerzas es fundamental la intervención de los Estados, que no ha desaparecido, sino que se ha adoptado a los cambios, como siempre sucede en el capitalismo real.

 

Por su parte. G. Arrighi, ha estudiado la evolución de las crisis capitalistas y el papel jugado en ellas por el capital comercial excedente e improductivo, que al acumularse en exceso necesita buscar salidas más o menos desesperadas, y tras analizar la actual situación mundial, afirma que: "Esta configuración peculiar del poder mundial parece adecuarse excelentemente para formar otra de aquellas "alianzas memorables" entre el poder de las armas y el poder del dinero que han impulsado espacio-temporalmente a la economía-mundo capitalista desde finales del siglo XV. Todas estas alianzas memorables, excepto la primera, la ibero-genovesa, fueron alianzas entre  grupos gubernamentales y grupos empresariales que pertenecían al mismo Estado: las Provincias Unidas, el Reino Unido, los Estados Unidos. Como observamos anteriormente, a lo largo del ciclo de acumulación estadounidense la relación de intercambio político que vinculó la estrategia de obtención de beneficios japonesa con la estrategia de poder estadounidense ya se asemejaba a la relación ibero-genoivesa del siglo XVI"[94]. 

 

T. Kemp explica así ese entramado entre finales del siglo XIX y comienzos del XX:

 

       "El crecimiento equilibrado de la economía británica dependía del sistema multilateral de pagos que la ligaban a la economía mundial y en su capacidad de adaptación a los cambios de la demanda de la demanda mundial y de los flujos de pago. La piedra de toque de todo este sistema estribaba en la existencia de una abundante participación de capital británico en la economía mundial y en el flujo de ingresos de ella derivado. Los ingresos provenientes de inversiones anteriores, unidos a otras ganancias invisibles, permitían a la Gran Bretaña tener un déficit en la balanza de pagos respecto a otros países avanzados, lo que de hecho constituía un mercado para sus productos industriales. Al mismo tiempo, sus superávits respecto a Gran Bretaña les permitía comprar materias primas y artículos alimenticios procedentes de las principales áreas productoras que se habían desarrollado con capital británico y con respecto a los cuales Gran Bretaña mantenía un superávit en la balanza de pagos. En este complejo circuito de intercambio, como ha apuntado Saul, los ingresos británicos procedentes de sus inversiones en la India desempeñaron un papel esencial. Entretanto, el libre comercio británico permitía a otros países vender sus excedentes en el propio mercado británico, con lo que equilibraban sus déficit respecto a otras zonas del mercado mundial. En estas circunstancias, surgió una cierta solidaridad internacional que no impedía, sin embargo, una vigorosa competencia en la búsqueda de mercados y oportunidades de inversión, ni una tensiones internacionales cada vez mayores"[95].

 

Como veremos dentro de un momento, no faltan autores que sostienen que la situación de EEUU en la actualidad es similar a la de Gran Bretaña hace un siglo, salvando las distancias, y que la globalización no es sino la estrategia yanqui para evitar seguir la misma suerte que el imperialismo británico, pero un siglo más tarde. Estas y otras consideraciones nos llevan precisamente al problema de la naturaleza del capitalismo como modo de producción que evoluciona en una dialéctica entre lo regional, lo estatal y lo mundial que es todavía más vida y sinérgica precisamente en lo relacionado con las innovaciones tecnológicas y sobre todo con las revoluciones industriales. No podemos extendernos ahora en la evolución anterior tanto de la tecnología como de las revoluciones industriales porque nos  llevaría demasiado lejos, aunque sí queremos insistir, por su importancia para el tema que tratamos, en las características permanentes de las revoluciones industriales, dado que buena parte de la interesada confusión conceptual sobre la "nueva economía", la interpretación reformista de la globalización, etc., surge de una lectura muy superficial del actual contexto capitalista, caracterizado, entre otras cosas, por estar viviendo su tercera revolución industrial. Las constantes de todas ellas son, según M. Cazadero: "tres grandes conjuntos: la estructura de innovaciones tecnológicas, la renovación de la sociedad destinada a implementar el proceso industrializador y el cambio global en la economía planetaria"[96].

 

9.- NEOIMPERIALISMO GLOBAL ESTADOUNIDENSE.

 

Tienen razón I. Brunet y A. Belzunegi cuando en uno de los mejores resúmenes sintéticos realizados hasta ahora sobre la globalización insisten en que es un concepto engañoso y polisémico que sirve para  casi todo, pero que, en realidad y según la mayoría de los análisis desde la izquierda, nos remite a las constantes esenciales del capitalismo desde el siglo XVI y sobre todo desde finales del XVIII y comienzos del XIX[97]. Desde esta perspectiva y según mi opinión, la globalización es la agudización de las contradicciones capitalistas que dieron un salto en el imperialismo y que ahora, un siglo después, son sometidas a mayores presiones porque este modo de producción no ha podido resolver sus fallas históricas pese al hundimiento de la URSS, sino al contrario.

 

Siempre dentro de esta visión panorámica la globalización expresa la dialéctica inherente  al capitalismo entre sus fuerzas "endógenas", estricta y puramente económicas y sus fuerzas "exógenas", es decir, sociopolíticas y militares, de modo que el resultado de esa dialéctica siempre es económico-político en la síntesis concreta, material e histórica,  pero en el momento del análisis hay que saber diferenciar transitoria y momentáneamente cada uno de los niveles. Así, la globalización responde tanto a la tendencia a la autonomía y separación creciente del capital financiero con respecto a los capitales industrial y comercial, tendencia ya analizada por Marx en sus investigaciones sobre la importancia del crédito[98], por Lenin y otros muchos autores en sus estudios sobre el imperialismo y la tendencia al aumento de la "clase rentista", y por Trotsky en sus análisis sobre  la crisis de los treinta, del New Deal y de determinados componentes del fascismo; como, además de estas tendencias endógenas, a las fuerzas exógenas, sociopolíticas y militares de las burguesías del capitalismo desarrollado,  y muy especialmente la de los EEUU para recuperar  su poder hegemónico debilitado en la década de los setenta.

 

Desde su óptica, S. Strange ha estudiado el descontrol financiero a partir de determinados cambios técnicos e informáticos que facilitaron el despegue incontrolable de la financierización en la década de los ochenta. Afirma que la innovación en ordenadores, chips y satélites ha permitido que la economía financiera adquiera una velocidad y omnipresencia tales que se ha impuesto sobre las restantes. Ahora bien, este análisis tecnológico no sirve de mucho si no va acompañado de una síntesis político-económica porque, como la autora dice: "La gente innova para obtener beneficios. Pero los beneficios no son sólo una cuestión económica. La oportunidad de extraer un beneficio de la innovación viene dada, o negada, por la autoridad política de un tipo u otro"[99]. Por "autoridad política" yo entiendo el poder de la burguesía y más en concreto, la estrategia de salida de la crisis que el capitalismo arrastra desde comienzos de los setenta.

 

Pues bien, como afirma X. Arrizabalo, si se puede hablar con rigor de globalización es en el sentido de "la globalización del ajuste" que se ha materializado en estos elementos: "En primer lugar, está la vinculación entre la influencia de la crisis mundial y la opción por estas políticas de ajuste; la prioridad concedida a las políticas de privatización, desreglamentación y apertura externa, más allá de los ritmos e intensidades de sus aplicaciones respectivas, fruto de las propias resistencias que generan; en tercer lugar, los resultados económicos y sociales que provocan, de magnitudes diferentes según los casos, pero de contenido idéntico; finalmente, y vinculado a los anteriores, figura el significado histórico de estos procesos (...) Para los cuatro elementos citados, pero especialmente para el primero y el último, la cuestión central es su dimensión mundial"[100]. 

 

La influencia de la crisis mundial ha sido especialmente dura contra la hegemonía norteamericana y esta es una de las razones que explican el que financierización, en cuanto una de las características fuertes de la globalización, haya sido especialmente impulsada por los EEUU y Gran Bretaña. Esta tesis, con la que estoy de acuerdo, es defendida entre otros por E. Palazuelos que muestra el conjunto de medidas tomadas por EEUU e impuestas de un modo u otro al resto de potencias y luego a la economía mundial. Ahora bien, además de ser esto cierto, más importante es lo que el autor afirma sobre  la economía capitalista: "Evidentemente no se trata de atribuir al fenómeno de la financierización la responsabilidad exclusiva del freno que experimenta el crecimiento económico, puesto que existen otros elementos que también lo están condicionando (...) entre otros factores, cabe señalar: a) las nuevas características que adopta el progreso técnico y su difusión irregular entre los países y los sectores de la economía; b) las condiciones de rentabilidad de las empresas ocupadas en la producción de manufacturas; c) la rápida terciarización de la actividad económica en los países desarrollados; y,  d) los profundos cambios socioculturales que se suceden en esos países"[101].

 

Estados Unidos se encontraba sumido en la década  de los setenta en una idea pesimista según la cual su retroceso en la hegemonía mundial era similar al que padeció Gran Bretaña un siglo antes. Sin ser exhaustivos, desde una perspectiva burguesa progresista ya a finales de los cincuenta hubo una crítica significativa contra las políticas occidentales y en concreto la estadounidense en lo relacionado con el poder militar y los efectos de la segunda revolución industrial, crítica que advertía de las consecuencias negativas para Occidente de no variar, entre otras, la política de ayuda al Tercer Mundos y de no controlar los "efectos negativos" de la militarización de la industria tecnológica y de la economía en general[102]; posteriormente desde una perspectiva marxista hubo varios debates al respecto ya desde finales de los sesenta[103] que sería interesante pero imposible recordar aquí, aunque una de las obras más popularizadas por su etilo superficial y  fácil fue la de Paul Kennedy  de finales de los ochenta en la que reconocía que la "relativa decadencia" era debida, entre  otras cosas, también por: "La relativa decadencia industrial del país, medida en relación con la producción  mundial, no sólo en viejas manufacturas como tejidos, hierro y acero, construcción de buques y productos químicos básicos, sino también -aunque es mucho menos fácil juzgar el resultado final de este igualado combate industrial-tecnológico- en robótica, aeroespacio, automóviles, máquinas-herramienta y ordenadores (...) El segundo, y en muchos aspectos menos esperado, sector de decadencia es la agricultura"[104].

 

Las razones que explican la decadencia relativa hay que buscarlas tanto en las dificultades internas de aquella economía como en las opciones estratégicas de los sucesivos gobiernos estadounidenses según denunciaban poco después de P. Kannedy autores tan poco izquierdistas como L. Thurow[105]. Aquí es conveniente recordar lo anteriormente expuesto sobre las constantes en las revoluciones industriales anteriores pues, en lo referente a EEUU, todos los datos actuales sobre la famosa "nueva economía" reafirman no sólo la identidad esencial del capitalismo en los tres momentos sino, sobre todo, demuestran que existe un mito interesado y artificial sobre la influencia real de las nuevas tecnologías en el capitalismo actual.

 

Nadie niega la existencia de innovaciones tecnológicas ni su efectividad en la sustitución del "trabajo vivo", el realizado por humanos, por el "trabajo muerto", el realizado por las máquinas, usando la muy actual definición de Marx; pero de ahí, de reconocer el potencial de las nuevas tecnologías a sobrevalorar intencionadamente su implantación real hay un abismo que no corresponde con la realidad, tal como demuestran precisamente en un capitalismo estratégico como el estadounidense, entre otros, E. Palazuelos al insistir en el "moderado impacto del desarrollo tecnológico sobre la productividad" y sintetizar las perspectivas de esta economía que, como mínimo, se enfrenta a cinco dilemas sobre, uno, la caída de la productividad; dos,  la difícil estabilidad monetaria; tres, los problemas en su inserción exterior; cuatro, las funciones económicas asumidas e ignoradas por los poderes públicos y, cinco, la acerada y creciente desigualdad social. Lo malo es que estos dilemas y otros más o menos secundarios,  al entrelazarse generan una incertidumbre global sobre el futuro que desautoriza el triunfalismo propagandístico e ideológico[106].

 

 Por su parte, ampliando esta crítica, V. Navarro confirma que las nuevas tecnologías sólo han impulsado al sector de los ordenadores y de la manufactura que supone únicamente el 12 % de economía yanki mientras que el 88 % restante no ha sido afectado por ese desarrollo y ha retrocedido en su productividad. Más incluso, V. Navarro cita las investigaciones de Robert Gordon según las cuales en EEUU no se ha producido una "revolución tecnológica" tal cual la definen los apologistas de la "nueva economía", sino una cierta innovación que no es todavía comparable en sus efectos a la de la electricidad, el motor, el transporte aéreo, el cine, el teléfono o la radio[107]. Más adelante veremos que el retraso de la introducción de las nuevas tecnologías en la industria estadounidense y capitalista en general, era ya una tendencia objetiva constata teóricamente con una década  de antelación.

 

Por su parte, M. Bonhomme define así la situación yanki:

 

       "Esta economía funciona a pleno régimen pero sobre la base, por un lado, del capital mundial que la financia, como muestra un déficit exterior cada vez más profundo que alcanza cerca el 4% del PIB americano; de otra parte, del déficit récord del sector privado americano (rentas menos gastos de las empresas y consumidores) que alcanza, en 1999, el 6% del PIB (nivel récord desde 1945). Es, por otra parte, notable constatar que el decenio de 1990 ha visto, tanto en Estados Unidos como en Canadá, sustituir el déficit privado al déficit público y la inflación de los activos financieros sustituir a la inflación de los productos y servicios. Bill Gates y consortes nadan en la prosperidad, por una parte, gracias al caos mundial provocado por la libre circulación del dólar USA (apoyado por una amenaza militar y una cultura comercial hollywodiana cada vez más anestesiante) y, por otra, gracias a la burbuja bursátil que, creando una riqueza virtual en los hogares más ricos, les incita a consumir sus ahorros mientras los hogares menos ricos piden prestado más, como consecuencia de tasas de interés relativamente bajas hechas necesarias, a la vez para dirigir el capital dinero hacia la burbuja financiera y para sostener el consumo. Así el círculo queda cerrado"[108].

 

Crece así, según este autor, una incertidumbre que viene de antes pero que con la burbuja o globo financiero llega a ser angustiosa. Tal vez sea H. Zinn el que mejor ha narrado la "otra historia" de los EEUU y su verdadera situación a mediados de los noventa: "Una seria crisis nacional como la que existía en los  Estados Unidos a mediados de los noventa, una crisis de pobreza, de drogas, de violencia, de crimen, de marginación de la política y de incertidumbre por el futuro"[109].Es en este contexto donde hay  que ubicar la estrategia de respuesta de sus clases dominantes, que no sólo de tal o cual Administración de Carter, Bush o Clinton.

 

P. Gowan afirma que: "la pauta contemporánea de interacciones político-económicas conlleva significantes paralelismos (así como evidentes diferencias)  con la dinámica del sistema internacional de principios del siglo XX. En ambos casos las unidades claves para el análisis son las siguientes: el país-líder; los competidores del centro de la economía-mundo capitalista, las nuevas zonas de crecimiento, las regiones auxiliares subordinadas y la clase trabajadora (...) En tales circunstancias, surgían fuertes presiones del interior del centro de la economía-mundo y principalmente del interior de la economía líder, para prestar atención a regiones que no formaran parte del centro y aprovechar las oportunidades que la periferia ofrecía para resolver los problemas internos de la metrópolis"[110].  Estas características se aceleraron o ralentizaron según las contradicciones que surgen entre los factores "endógenos" y "exógenos" del capitalismo de modo que, sobre el desarrollo de las tendencias económicas "internas", EEUU presiona políticamente desde el "exterior" para recuperar su hegemonía.

 

Gowan expone así la dialéctica entre lo "endógeno" y "exógeno": "La globalización y el neoliberalismo se estaban expandiendo a lo largo del mundo occidental antes del colapso del Bloque soviético, pero ha sido durante la década de 1990 cuando las Administraciones estadounidenses han pretendido activamente radicalizar y generalizar estas tendencias, articulándolas de forma que sometan a otras economías políticas a los intereses políticos y económicos estadounidenses. Este proceso de sometimiento se ha perseguido tanto bilateralmente como mediante la reorganización de los programas de las organizaciones multilaterales, de manera  que éstas se conviertan también en instrumentos de tal estrategia"[111]. Más todavía, el autor resume así el programa estadounidense para lograr un liderazgo renovado sobre Europa: "La clave de todo el programa estadounidense consistía en transformar el papel de la OTAN, en subordinar a los Estados europeo-occidentales a las instituciones multilaterales en el terreno de la alta política y la seguridad, y en dotar a la OTAN de soberanía con respecto a la ONU"[112].

 

Un ejemplo especialmente brutal de la utilización por el neoimperialismo de la globalización como estrategia expoliadora, lo tenemos en la reciente reunión del G7(+1) en Okinawa para optimizar la explotación planetaria. Pero, como explicación histórica del contexto, según dice E. Toussain:

 

       "Es necesario levantar el velo que oculta la realidad del endeudamiento del Tercer Mundo: se trata de un mecanismo de transferencia de riquezas del Sur hacia el Norte. Según las últimas cifras del Banco Mundial, los PPME, en 1998, han transferido 1.680 millones de dólares más de lo que recibieron de los acreedores del Norte. Es una barbaridad. Los PPME enriquecen a los países más ricos: ésta es la realidad. Si ampliamos el campo al conjunto de países en desarrollo, el escándalo alcanza proporciones inauditas. En 1999, el conjunto de estos países realizó una transferencia neta de 114.600 millones de dólares en exclusivo beneficio de los acreedores del Norte Es, al menos, el equivalente a un Plan Marshall, transferido en sólo un año. Se puede señalar también que el conjunto de países del Tercer Mundo ha reembolsado (en capital e intereses) 350.000 millones de dólares en 1999 es decir siete veces más que el total de la Ayuda Oficial al Desarrollo, que sumará ese año unos 50.000 millones de dólares"[113]. Recordemos que el Plan Marshall no sólo era de "ayuda económica" de EE.UU a la Europa occidental, sino también "ayuda" militar, política e ideológica para detener la amenaza revolucionaria. 

 

Llagamos así, otra vez, al sempiterno tema de la importancia de lo militar en el capitalismo y en su tecnociencia, sobre  todo en el de los EEUU, que no olvidemos es "la primera nación deudora del mundo"[114]. Uno de los críticos más serios  de las versiones reaccionarias y reformistas --la famosa de la "tercera vía" de Gore y Clinton, Blair y otros-- de la globalización es J. Petras que dice:

 

       "La toma de decisiones en la OTAN ha estado siempre bajo el control norteamericano. Cuando el gobierno de los Estados Unidos decidió reemplazar al general Wesley Clark en Yugoslavia, el llamado "secretario general de la OTAN, Javier Solana, se enteró de la decisión por un periódico. La oposición europea a la dominación americana de la OTAN refleja el hecho de que las decisiones militares tienen consecuencias políticas y económicas importantes, que afectan a la suerte de los intereses capitalistas respectivos. Donde la OTAN interviene, los Estados Unidos posteriormente establecen o extienden su influencia, sus multinacionales obtienen una entrada privilegiada, el nuevo régimen dependiente es leal a los Estados Unidos: en una palabra, la OTAN es un arma del imperio americano. Como resultado, mientras el capital europeo se extiende mundialmente en competencia con los Estados Unidos, en la Europa del Este, la ex Unión Soviética, en Oriente Medio y en otras partes del globo, los líderes europeos han reconocido la necesidad de crear una fuerza militar independiente, su propia "fuerza de despliegue rápido", para establecer esferas de influencia europea e intervenir cuando sus intereses estén amenazados"[115].

 

No me he extendido por capricho en estas cuestiones sino para hacer más fácilmente comprensible las enormes ganancias que obtienen los EEUU con su poder globalizador. M. Durand analizando la relación  entre el neoimperialismo estadounidense y las altas tecnologías, dice:

 

       "Estados Unidos dispone, en efecto, del poder de hacer financiar la acumulación de su capital por el resto del mundo. Algunas cifras son necesarias para tomar la medida de este fenómeno. En 1992, la inversión productiva representaba el 10% del PIB y ha pasado al 12,5% en 1999: los flujos de inversión superiores a esta barrera del 10% del PIB representan, una vez acumulados, 250 millardos de dólares. En el mismo período 1992-1999, el déficit acumulado de la balanza exterior representa 225 millardos de dólares. Dicho de otra forma, el esfuerzo suplementario de inversión ha sido financiado en un 90% por el resto del mundo. Un déficit exterior representa una entrada de capitales y, de forma simétrica, un excedente comercial implica una salida de capitales. Se pone pues el dedo en un fenómeno relativamente bien conocido pero que toma desde hace dos o tres años una importancia renovada: son Japón y Europa quienes financian la recuperación de la acumulación, en los Estados Unidos. Este desarrollo desigual de la acumulación basta para afirmar que el modelo americano no es fácilmente reproducible en todas sus dimensiones"[116]

 

Pero no quiero acabar este breve repaso del neoimperialismo y de la neoglobalización impuesta por EE.UU, fundamentalmente, sin tocar el decisivo problema de la expoliación intelectual del planeta en beneficio del capitalismo yanki. Una proporción considerable y creciente de lo que Marx define como "producción espiritual" está realizada en los EE.UU. por fuerza de trabajo no estadounidense "robada", como muy bien denuncia la revista cubana Gramma a sus pueblos de origen. Precisamente cuando la tecnociencia cono parte interna del capital constante y de las fuerzas productivas adquiere cada vez más importancia, la esquilmación y el expolio intelectual es uno de los objetivos básicos del conjunto de instrumentos del saqueo capitalista:

 

       "Fuentes de la Fundación Nacional para la Ciencia, de Estados Unidos, indican que para 1995 de los doce millones de personas que trabajan en proyectos científicos o ingenieros en ese país, el 72 por ciento son nacidos en países en vías de desarrollo. Añade que mientras más calificados, es mayor la proporción: el 23 por ciento de los que poseen un grado de doctor no son nacidos en Estados Unidos, y es mayor en áreas fundamentales como ingeniería y ciencias de la computación, un 40 por ciento. El Observatoire des Sciences et Techniques de Francia señala que Estados Unidos atrae (otra palabra más correcta) un 40 por ciento del total mundial de las "migraciones" científicas y tecnológicas. La Conferencia de la UNESCO llega a una sencilla conclusión: es obvio que el primer país en términos de capacidad científica y técnica, de innovaciones tecnológicas del mundo, depende significativamente de cerebros de países en desarrollo, pero también de sus propios aliados europeos"[117].

 

10.- CONTROL SOCIAL GLOBAL Y TECNOCIENCIA REPRESIVA.

 

Es conveniente que antes de desarrollar este capítulo entendamos que si algo caracteriza al capitalismo actual en lo relacionado con la tecnociencia es su necesidad ciega de acelerar la productividad del tiempo de trabajo, o si se quiere, llevar  a sus últimas consecuencias la economía del tiempo de trabajo para facilitar la obtención del máximo beneficio capitalista. En este sentido, si algo caracteriza la valía permanente del análisis de Marx de las relaciones entre la maquinaria y la gran industria en el Cptº XIII del Libro I de El Capital[118], es haber demostrado que la obsesión del capitalismo por rentabilizar al máximo la productividad del tiempo de trabajo le lleva a la intensificación de la explotación y del control disciplinario que le es inherente aplicando la innovación tecnológica permitida y potenciada por "la extraordinaria elasticidad del régimen maquinista".

 

Esta misma inquietud, pero causada por razones opuestas y desde luego buscando soluciones antagónicas, sacudía los cimientos de todas las burguesías desarrolladas del momento.  No podemos extendernos ahora ni en los múltiples ejemplos que así lo muestran ni en las teorías que relacionan, entre otros, las políticas estatales en educación y capacitación técnica, las necesidades productivas y los sistemas de control social de modo que resulte un sistema más o menos eficaz e integrado de potenciación de la economía capitalista, y por eso remitimos al lector al excelente texto de I. Brunet y A. Morell[119].  Por ejemplo, volviendo a la época inmediatamente posterior a Marx y en el muy ilustrativo caso del Estado francés, P. Thuillier dice que:

 

       "Del laboratorio a la fábrica, tal era el título de una obra publicada en 1904 por Louis Houllevigne, profesor de la universidad de Caen. Preocupándose por "el porvenir de nuestra economía", proclamaba "el carácter científico e industrial de la sociedad moderna". Según él, era necesario no solamente elaborar nuevos programas, sino "infundir a la enseñanza  un espíritu completamente nuevo" y por tanto "abandonar la abstracción a ultranza, sueño de nuestros antecesores, para ir cada vez más a lo concreto, para mostrar  la leyes naturales en acción en la misma naturaleza". Daniel Bellet, profesor de la escuela de Ciencias Políticas, desarrollaba en 1914 ideas análogas en su Evolución de la industria. Henry le Chatelier, en 1925, volvía sobre el tema en Ciencia e industria. Reconocía la alta calidad de los ingenieros franceses, pero lamentaba que descuidasen demasiado la ciencia en el ejercicio de su profesión: "no tienen fe en la ciencia, no están suficientemente convencidos de su importancia". Lo que le llevaba entre  otras cosas a criticar la enseñanza tecnológica de la Escuela de Minas, que según él era ineficaz y engorrosa"[120].

 

A comienzos de la década de los treinta, Mumford, en su obligada obra ya citada, sostenía que: "Calculando el tiempo, elaborando las series económicas, creando una pauta ordenada de actividad, el ingeniero ha aumentado tremendamente el producto colectivo. (...) En estado bruto, la industria se enorgullece de su uso grosero de la potencia y de la máquina. En su estado avanzado se apoya en la organización racional, el control social, la comprensión fisiológica y psicológica[121]. Mumford  sacaba así a la superficie un serio problema que se agudizaría con el tiempo y que sería, a su vez, objeto de discusiones sobre la inevitabilidad o no del control social en toda tecnología.

 

No han faltado investigadores que apenas han prestado atención a esas cuestiones, pese a su innegable progresismo y aportaciones científico-críticas que en modo alguno debemos olvidar, como fue el caso de las críticas a la ciencia capitalista de J. D. Bernal a finales de los treinta y comienzos de los cuarenta[122],  o de J. M. Fatáliev[123], o de S. Lilley[124], o que planteaban la "revolución científico-técnica" desde el optimismo propagandístico del socialismo soviético anterior a 1968, como es el casi de R. Richta[125]. Sería muy conveniente aunque ahora mismo imposible, hacer una lectura comparada y contextual de estos y otros textos --por ejemplo las tesis de B. M. Kedrow, etc., sobre la evolución histórica de las ciencias-- con las tesis de Khun[126], en primer lugar, para poder hablar con algún rigor sobre la hondura y alcance de las críticas entonces planteadas, y, aunque a otro nivel, también con  Feyerabend[127] , con sus directas loas a Marx,  Lenin, Rosa Luxemburg, Mao, etc. Otra cosa  es comparar esos bloque críticos con las interpretaciones de Popper, Lakatos y otros, porque ya en este nivel de debate el problema que ahora tratamos, el de las relaciones de la producción capitalista con la tecnología y la ciencia, con la tecnociencia definitivamente desde esa época, es casi imposible de realizar porque estos últimos autores apenas se dignan  ensuciarse con esos lodos.

 

Desde esta perspectiva, si ahora releemos el enorme texto sobre la revolución científico-técnica que recoge las más de cien ponencias presentadas a la Conferencia Teórica Internacional de mayo de 1979 en Moscú[128],vemos que junto a algunas críticas ciertas a  cómo el capitalismo transforma y desvirtúa la ciencia y la tecnología, sin embargo existe una concepción de ambas que no supera cualitativamente la concepción burguesa desde el siglo XVII en adelante, y que menos aún cuestiona su racionalidad instrumental neutralista en el sentido de que el grueso de esa tecnología y de esa ciencia, sin entrar ahora a un debate sobre ambas, puede aplicarse tal cual o apenas con cambios de forma a lo que en ese texto se define por socialismo. Otro ejemplo de esta ineficacia lo tenemos en el texto de I. Andréiev[129], exponente clásico del dogmatismo breshneviano. Dejando de lado las  muchas críticas que no podemos hacerles ahora, pero que hay  que tener muy presente para saber qué cosas no hay que repetir nunca, sorprende antes que nada que ese grueso texto está oficialmente debatido cuando la productividad de la "economía socialista" comenzaba a caer imparablemente. Todavía más aún, si ahora releemos los tres volúmenes sobre la contemporaneidad del pensamiento de Marx, que resumen la conferencia mundial celebrada en Cuba en 1983 aprovechando el centenario de la muerte del revolucionario alemán, solamente una de las 55 ponencias analiza explícitamente las relaciones entre ciencia y tecnología, pero desde la perspectiva de la guerra, y no llegan a 10 las que de manera más bien indirecta se refieren a los problemas de la tecnología, y siempre dentro de la concepción oficial soviética[130].

 

Pero no echemos toda la culpa al mal llamado "socialismo soviético" y menos aún a Cuba, ya que es todavía más cierto que la intelectualidad reformista occidental ha hecho mucho menos, prácticamente nada. Un ejemplo estremecedor de esta indiferencia lo tenemos en la trilogía de Manuel Castells, presentada como la obra máxima de la "teoría" socialdemócrata de finales de los noventa, y que no pasa de ser una recopilación superficial y sensacionalista de algunas tendencias del capitalismo actual, pero sin un armazón teórico-crítico interno que cimente todas las partes alrededor de lo genético-estructural de este modo de producción y, lógica e inevitablemente, sin una alternativa eficaz si por tal cosa entendemos algo más que la palabrería democraticista hueca e inútil. Dejando de lado otras cuestiones, en el tema que tratamos llama la atención la total ausencia de una mínima reflexión no sólo sobre el control social que se realiza desde la tecnociencia, sino que ni siquiera roza la fusión entre tecnología y ciencia, imprescindible para comprender la sociedad actual, así, por ejemplo, esa ausencia es clamorosa en el largo capítulo dedicado a la empresa red y a la cultura, instituciones y organizaciones de la economía informacional[131].

 

Pudiera  parecer que en el capítulo dedicado a la evolución de los  Estados, el autor se extendiera algo sobre el particular, pero precisamente lo que hace es relativizar el problema al defender una concepción neutralista de las tecnologías: "lo que hace poder de la tecnología  es reforzar de forma extraordinaria la  tendencia arraigada en la estructura y las instituciones sociales: las sociedades opresivas pueden serlo más con las nuevas herramientas de vigilancia, mientras  que las sociedades democráticas y participativas pueden incrementar su apertura y representatividad distribuyendo más el poder político con el poder de la tecnología". Una vez aceptado el dogma burgués de la "neutralidad técnica" las tesis que siguen mantienen la misma tónica: "Más que un "Gran Hermano" opresivo, son una miríada de "hermanas pequeñas" bien intencionadas, que se relacionan con cada uno de nosotros de forma personal porque saben quienes somos. Son ellas las que han invadido todos los ámbitos de la vida". El autor liquida así de un plumazo la centralidad estratégica del Estado y su dependencia última para con el modo de producción capitalista. Es normal, por tanto, que parafraseando a Foucault y Weber sostenga que: "parecería que, en realidad, estamos presenciando la difusión del poder de la vigilancia y violencia (simbólica o física) en la sociedad en general"[132]. Sin citar el cemento capitalista, liquidando la centralidad estratégica del Estado ¿qué queda del problema que tratamos más allá de la vacuidad verbal y de la constatación de lo obvio? 

 

Sin embargo, es cierto que desde la izquierda no faltaron estudios críticos que buceaban hasta el nudo gordiano de la obsesión burguesa por el control  del tiempo y la intensificación de la explotación. Sin poder entrar ahora  a la crítica ecologista, ya expuesta desde una  perspectiva socialista entre  otros por un colectivo de autores desde comienzos de los setenta[133], y menos aún sin tocar para nada las críticas de la Escuela de Frankfurt y su denuncia de la "razón instrumental", recordemos que también  B. Coriat mostró que la obsesión burguesa por introducir la tecnología centralizada y jerárquica en la producción surge, además de otros factores, sobre todo del problema de la duración del plazo de transmisión del valor al producto y de la urgencia por reducir el tiempo de rotación del capital[134]. Poco después, B. Easlea presentó su libro que aunque no analizaba directamente la tecnología sí fue un revulsivo crítico al desmitificar la ciencia y con ella la tecnología, sin olvidar el capítulo sobre la URSS[135]. El mismo Coriat investigaría la estrecha relación entre el cronómetro y la producción capitalista, entre el reloj y la producción, y lo haría además extrayendo lecciones de las "virtudes de la guerra" de 1914-1918 para la producción de coches en las empresas Renault del Estado francés[136].

 

En esos años, Manacorda publicaba su imprescindible crítica del ordenador capitalista, insistiendo en la necesidad burguesa por llegar a la información más precisa y al cálculo lo más exacto posible de la productividad de la fuerza de trabajo, del tiempo de duración de ese trabajo y de las disciplinas necesarias para asegurar esa explotación dentro y fuera del centro de trabajo: "El ordenador pasa así a ser el soporte de un sistema de información jerárquico, burocrático y centralizado. La dirección de la información es siempre de la periferia hacia el centro, la integración tiene lugar sólo en el vértice y las ventajas de la relación información-decisión afectan sólo al organismo central"[137]. Por no extendernos, recordemos las interesantes aportaciones sobre las tesis sobre nuevas tecnologías, nueva explotación y lucha de clases que se debatieron en otoño de 1983 en Madrid en el centenario de la muerte de Marx[138].

 

El control social que el ordenador incrementaba ya a finales de los setenta, exigía y permitía que a comienzos de los noventa X. Durán pudiera extender su crítica a las nuevas tecnologías no sólo al uso para entonces clásico de los ordenadores, sino sobre todo al "control de las mentes" [139]que las tecnologías permiten, recordando lo fundamental que es para  el poder dominar el pensamiento humano para dominar su comportamiento. Y también se criticó  los efectos de la tecnología sobre el saber y el conocimiento, en una denuncuia teórica de Bustamante que transcribo por  su importancia:

 

       "No es sólo el uso de artefactos tecnológicos lo que disminuye el control sobre nuestra vida creando por el contrario una ilusión de poder. Un caso análogo ocurre con el saber. En teoría, el hombre contemporáneo tiene a su alcance todo el saber científico en forma de enciclopedias, libros de textos, fascículos coleccionables y una literatura científica cuyo volumen ha aumentado geométricamente  en las últimas décadas. En la práctica se requiere un extraordinario esfuerzo en términos de años de estudio en la universidad para conocer tan sólo uno de los aspectos fragmentarios de dicho saber, para ser especialista en una parcela minúscula  de la ciencia. Por otra parte, Arthur  C. Clarke defendía que cuanto más complejas y sofisticadas eran la ciencia y la tecnología, más tendían a confundirse con la magia. Con ello expresaba la ausencia de sabiduría que caracteriza a la forma más extendida  de concebir el conocimiento científico-técnico, cuya simple posesión no garantiza una dimensión humana más profunda, ni una ética que nos recomienda en qué dirección y con qué ritmo debe ser empleado. El hombre de la calle es a menudo el último en recibir algún beneficio de todo este  proceso, y se va convirtiendo cada  vez en mayor medida a una fe que tiene su refrendo en que aquello que se diseña atendiéndose a sus principios funciona en el sentido técnico. El problema está en que el ajuste mecánico, la corrección algorítmica, la cuantificación del saber, poco ayudan cuando imponen modelos de lo que el mundo, la sociedad y el hombre deberían ser y no son"[140].

 

No debe sorprender por tanto que a mediados de los noventa, en palabras de D. Lyon, se pudiera: "Hablar de una "nueva vigilancia" o discutir las dimensiones de la emergente "sociedad de la vigilancia" no es hiperbólico. El alcance y profundidad de los cambios cuantitativos serían por sí solos suficientes para justificar el uso de este lenguaje sin caer en ningún momento en el determinismo tecnológico. Sin embargo, gran parte de los hechos presentados aquí sugieren con fuerza que tampoco puede descartarse sin más la posibilidad de cambios cualitativos. El surgimiento de redes de vigilancia integradas a través de las fronteras convencionales de la política y la economía, la idea de que una nueva vigilancia desorganizada -es decir, menos jerárquicamente sistemática- es perceptible en el lugar de trabajo, los métodos novedosos con que la vigilancia del consumidor cruza el umbral doméstico y la importancia ubicua del lenguaje electrónico, como se puede ver sobre todo en la dataimagen, todos ellos son indicios de la aparición de situaciones sociales sin precedentes aparentes en la esfera de la vigilancia"[141].

 

Pero la vigilancia desorganizada se refuerza con otra muy organizada y racionalizada. Ambas requieren del ordenador y ojo electrónico que, a su vez, requieren de una enorme y ágil red centralizada en el Estado y que integra a sistemas paraestatales y extraestatales. Sólo así se comprende a D. Torrente:

 

       "Existe lo que podríamos llamar una ecología policial, una forma como la Policía se adapta de forma efectiva al espacio físico y social. Los espacios son importantes en los procesos de control social. La organización del control y la distribución de los recursos policiales siguen criterios espaciales. El espacio administrativo y físico de la ciudad se incorpora a la organización del control. Se distingue entre calles principales o secundarias, zonas dormitorio, Ayuntamiento, mercados, descampados, zonas industriales, o calles comerciales. Cada uno de proporciona un grado de visibilidad distinto y produce modelos de control diferenciados. En los barrios dormitorio la policía conoce al ciudadano y asocia personas y lugares. El barrio es escenario de una  vida callejera intensa de relaciones, paseos, compras. El guardia entra allí en contacto con jóvenes, parados, viejos/as, inválidos/as, amas/os de casa, mendigos/as, gitanos/as, o indigentes. (...) La ubicación y actividad de las personas está pausada con arreglo al rol, género, edad, o posición social. Además, las actividades transcurren en lugares perfectamente diferenciados de descanso, trabajo, compras o diversión. Los ciudadanos hacen lo mismo, a las mismas horas, y en condiciones parecidas. Esos movimientos son cíclicos, y repetitivos en la vida de la urbe. Un/a policía en una esquina busca al que está fuera de contexto"[142].

 

La microelectrónica ha permitido una multiplicación exponencial de la televigilancia, y la necesidad capitalista de controlarlo y saberlo todo ha hecho que no sólo los Estados incluso más "democráticos" estén creando sistemas de control social altamente sofisticado con presupuestos gigantescos --el primer presupuesto del sistema británico es de 7.000 millones de pts[143].--, y los más recientes sistemas de conexión en red permiten vigilar múltiples prácticas simultánea o aleatoriamente. Pero, a la vez, la mercantilización de la gran mayoría de esos sistemas o su compra en los mercados alegales o ilegales, permite que cualquier empresa o persona individual sin escrúpulos monte su propio sistema de espionaje. La abundancia de estas intromisiones en la privacidad es tal que L. Gómez se pregunta: "¿Cuántas cámaras nos vigilan? Fuentes del sector de la seguridad privada entienden que "quizás cientos de miles de cámaras". Lo hacen a lo largo de una jornada, tanto en edificios públicos como en establecimientos privados, en la calle, en el aparcamiento, quién sabe dónde"[144].

 

Pero los desarrollos micrielectrónicos actuales ni son fortuitos ni han surgido recientemente. Al contrario, son el resultados de inmensas masas de capital físico e intelectual invertido durante décadas para, en primer lugar, fortalecer los ejércitos imperialistas y, en segundo lugar, fortalecer la economía capitalista en sus ramas más innovadoras y rentables que, a su vez, están siempre relacionadas con la guerra. La bibliografía es tan apabullante al respecto, que he preferido retroceder más de quince años para dar  una idea exacta de los orígenes de la actual tecnología del control social: "Un 20 por ciento de los mejores especialistas se dedican sólo a desarrollar armas nuevas y las tecnologías que las respaldan, o a mejorar las ya existentes. Si sólo se incluye a los físicos e ingenieros, que se encuentran a la cabeza de las innovaciones tecnológicas, el porcentaje es mucho más alto: según algunas estimaciones, nada  menos que el 50 por ciento"[145]. Es imposible comprender el control y la vigilancia sociales sin conocer antes la naturaleza económico-militar de la institución tecnocientífica que ya a mediados de la década de los ochenta  dedicaba el 50% de los físicos e ingenieros a la investigación y desarrollo militar.

 

La intervención policial necesita, para optimizar su efectividad, de una correspondiente "colaboración ciudadana" que se promueve, excita y lograr, creando y recreando la llama "opinión pública". ¿Cómo se logra? En palabras de Kerckhove:

 

       "Para crear una  corriente de opinión, es suficiente con sugerir  un tema, pongamos la emigración o el aborto, en la prensa y en la televisión. El paso siguiente consiste en llevar a cabo un estudio de opinión. Con frecuencia los resultados del sondeo inicial no son concluyentes. En ese punto, los media calientan exponiendo y sacando a la luz cualquier historia controvertida que atrape la atención del público. Tales sucesos, en sí mismos, son a menudo triviales y estadísticamente insignificantes. Cuando llega el momento, normalmente después de algún incidente provocativo al que se le ha dado relevancia a través de la televisión o la prensa, se lleva a cabo otra encuesta y se difunde. De repente, las personas piensan que se han convertido en autoridades sobre la materia de la cual no tenían la menor idea un mes ante, y de la que no han recibido ninguna información adicional. Realmente, mucha gente decide por una corazonada y no en función de hechos. Muchos, a menudo aquellos que constituyen el grupo de "no sabe/no contesta", reciben una profunda influencia de lo que otras personas (especialmente personas de prestigio) piensan y dicen. Los votos indecisos, que suelen ser entre el 15 y el 20% del electorado, son fundamentales a la hora del resultado final. Por esta razón se convierten en el objetivo principal de las campañas electorales. Para atraerlos, el truco consiste en dar el peso adecuado, en el momento adecuado y en los medios adecuados, a las opiniones de las personas con poder e influencias"[146].

 

Me interesa resaltar que el proceso aquí descrito si bien moviliza muchos recursos de control y manipulación, sería imposible si previamente no se hubieran creado determinadas técnicas de codificación, registro y definición de la "realidad social".  A. Desrosières  ha actualizado la crítica radical de los sistemas de definición de la realidad, demostrando que la evolución de los métodos burgueses ha superado las críticas radicales de los años sesenta y setenta, y de sus formas de resistencia alternativa. Este autor, tras hacer un riguroso seguimiento de la evolución de los métodos de obtener medias, hacer correlaciones, fijar y adecuar las categorías sociales y extraer muestras, afirma que: "En cada una de las cuatro construcciones referidas (...) las convenciones de equivalencia necesarias para  el desarrollo de principios de conocimiento están ligadas, de modos muy diversos, a procedimientos estatales o a intentos de movilización social masiva. Estos principios terminan finalmente por convertirse en formas de contribuir a que las cosas se sostengan entre sí. Y estas cosas, recíprocamente, nos habilitan para  pensar el mundo social y actuar simultáneamente sobre él de formas inextricables"[147].

 

Por debajo de la creación manipuladora de la "opinión pública", que en realidad no existe como tal sino como creación desde el poder, según volvió a confirmarlo esta vez Bourdieu[148] a comienzos de los setenta, porque ya se sabía definitivamente desde mediados del siglo XIX,  presiona la necesidad de beneficio burgués, que en la actual sociedad capitalista exige un mayor consumo de masas. Así lo explica A. Moncada: "Ese cinismo que se desarrolla en los pueblos acerca de las oscuridades en que los poderes, incluso los democráticos, nos tienen hace que muchos se receten una dita corta en proteínas de la ilustración. Una vez asentada esa tendencia, los grandes grupos no tienen el menor interés en variarla y algunos de ellos, como Disney, se han instalado en el puesto de mando de la operación global. La posibilidad de que los maestros en las aulas, los periodistas en los medios y los críticos en la situación en el ágora pública puedan contrarrestar la tendencia es, con los datos actuales, muy limitada. La fragmentación cultural de la población permite mantener ofertas variadas pero parece bastante claro que la globalización de los mercados favorece la uniformidad del producto principal, esta mezcla de educación, información y entretenimiento que los aligera de las responsabilidades de la ciudadanía y nos acaricia con los placeres del consumo"[149].

 

Pero los placeres del consumo, además de ser falsos placeres, son también dentro del capitalismo medios de aceleración de la economía y, simultáneamente, medios de control social, de vigilancia. El consumo burgués siempre ha tenido un esencial componente controlador porque quien dirige y orienta la producción, la clase dominante en sí misma, ha de saber qué siente y consume, también que piensa, el consumidor, las clases dominadas fundamentalmente. En la medida en que aumenta el capitalismo, este  componente controlador se expande precisamente gracias a la tecnociencia, además de a otros instrumentos que no podemos analizar ahora. Un crítico tan blandibluff como I. Ramonet lo expresa así:

 

       "Cuando usted encarga cualquier cosa por Internet, usted va dejando una huella de quien es usted. Usted va dejando su propio retrato robot. Es decir, que al cabo de cierto tiempo --y si además paga usted con tarjeta, lo cual es actualmente desaconsejable porque los sistemas de pago no están totalmente asegurados-- se va a identificar el número de su tarjeta con el tipo de consumos que usted hace, de cualquier tipo: qué tipo de vacaciones, qué tipo de cosas le gusta comer, qué tipo de distracciones prefiere, qué tipo de películas ve, qué música le gusta oír, etc. Y poco a poco usted está dibujando su propio retrato robot (...) La idea es vigilar, para tener el retrato robot. Pero también anunciar...y, esencialmente, se tratará de vender. Es decir que lo que antes era educar, informar, distraer, ahora es vigilar, anunciar y vender"[150].

 

De cualquier modo, por rigor teórico, hay que insistir en que las relaciones entre control social, propaganda, manipulación y desarrollo técnico y tecnociencia existen en sus diferentes relaciones contextuales desde los "primeros intentos de jerarquización social"[151], como demuestra brillantemente M. V. Reyzábal. Interesa no perder de vista esta perspectiva histórica que nos remite a los orígenes de la explotación porque con tanto ruido y charlatanería sobre múltiples "globalizaciones" podemos terminar creyéndonos los cantos de sirena de que, al fin y al cabo, lo decisivo no es la materialidad de la opresión sino la inmaterialidad de la información, o si se quiere, de lo intangible. 

 

 

11.- INNOVACION TECNOLÓGICA Y TASA DE BENEFICIO.

 

Era importante explicar un poco la relación creciente entre explotación, tecnología y control social porque, de un lado, tal cual la padecemos hoy surge en el momento mismo de la primera revolución industrial y se va desarrollando posteriormente y, de otro lado, ella misma asegura e impulsa ese desarrollo. Las gentes se comportan como autómatas con movimientos cíclicos y repetitivos porque así lo exige la explotación capitalista, con sus disciplinas y formas de moverse en el tiempo y en el espacio. Aunque, como veremos luego, la burguesía introduzca la explotación flexible y abandone la rígida anterior, pese a eso, los movimientos cíclicos y autómatas continúan siendo esencialmente los mismos porque no ha desaparecido el universo-máquina, sino que éste sólo ha cambiado alguno de sus componentes pero, sobre todo, es ha extendido a otros que estaban menos o nada dominados por la máquina.

 

En este sentido básico es necesario recordar las constantes sociales introducidas por la primera revolución industrial y luego reforzadas y amplias por las posteriores. Landes extrae estas experiencias de la primera revolución industrial: "1. Eliminaron antiguas limitaciones de productividad; 2. Aumentaron bruscamente las ganancias del capital en un número creciente de ramas del sector manufacturero; 3. Modificaron la asignación de los recursos, incluyendo la mano de obra; 4. Alteraron radicalmente la naturaleza y condiciones de la existencia material, la organización social, la actividad política, el equilibrio internacional de la riqueza y el poder, y la cultura y la civilización"[152].

 

De una forma u otra, las lecciones que se pueden extraer de la segunda revolución industrial afectan también a los problemas citados, y otro tanto podemos decir de la situación actual. Ya a comienzos de los setenta muchos autores advertían que se estaba iniciando un cambio importante en ese universo-máquina gracias, entre otras cosas, al comienzo la tercera revolución tecnológica. Mandel expuso sus principales  efectos económicos así:

 

       "1] Una aceleración cualitativa del incremento de la composición orgánica del capital, es decir, del desplazamiento del trabajo vivo por el muerto; 2] Una transferencia de la fuerza de trabajo viva todavía involucrada en el proceso de producción, del tratamiento directo de las materias primas a funciones de preparación o supervisión; 3] Un cambio radical en la proporción entre las dos funciones de la mercancía fuerza de trabajo en las empresas automatizadas; 4] Un cambio radical en la proporción entre la creación de plusvalía dentro de la misma empresa y la apropiación de plusvalía producida en otras empresas, en empresas o ramas totalmente automatizadas; 5] Un cambio en la proporción entre los cotos de producción y los gastos y desembolsos de capital en la compra de nuevas máquinas en la estructura del capital fijo, y, por lo tanto, en las inversiones industriales; 6] un acortamiento del período de producción, logrado por medio de una producción continua y una aceleración radical del trabajo de preparación e instalación; 7] Una compulsión para acelerar la innovación tecnológica, y un brusco aumento en los costos de "investigación y desarrollo"; 8] Un período de vida más corto del capital fijo, en especial de las máquinas. Una compulsión creciente para introducir la planeación exacta de la producción dentro de cada empresa y la programación general de la economía en su conjunto; 9] Una más alta composición orgánica de capital conduce a un aumento en la parte del capital constante en el valor medio de la mercancía, y 10] Una tendencia a la intensificación de todas las contradicciones del modo de producción capitalista:  la contradicción entre la creciente socialización del trabajo y la apropiación privada; la contradicción entre  la producción de valores de uso (que aumentan hasta lo inconmensurable) y la realización de valores de cambio (que sigue atada al poder de compra de la población); la contradicción entre  el proceso de trabajo y el proceso de valoración; la contradicción entre la acumulación de capital y su valoración, etcétera"[153].

 

Según se aprecia, los efectos de esta tercera revolución son globales aunque a comienzos de los setenta, cuando Mandel publicó su texto clásico, la izquierda aún no había precisado suficientemente su crítica a esa tecnología, como hemos visto antes. Para finales de los ochenta, De la Cruz, además de otros, publicó su imprescindible investigación  sobre las relaciones entre poder capitalista y tecnología en la que exponía que: "En todos los modos de producción de carácter clasista las relaciones de dominación de clase atraviesan la división social de  trabajo establecidas entre a esfera de la reproducción y la esfera de la producción misma. En la primera esfera se colocaba el bloque dominante y en la segunda las clases dominadas. El capitalismo abre  un segundo frente de la división social del trabajo y esta vez en la esfera de la producción: la separación del trabajo manual y del trabajo intelectual. Igualmente, la naturaleza de la producción capitalista aumenta considerablemente la cantidad de energía perdida, por un lado, y produce masas enormes de provecho energético no utilizado, por el otro, con relación a los anteriores modos de producción"[154].

 

También en esos años  otras investigaciones críticas hablan de cuatro componentes básicos de las nuevas tecnologías: 1) Microelectrónica y tratamiento de la información y la comunicación; 2) Nuevos materiales; 3) Biotecnología y 4) Nuevas energías. No hace falta decir que: "De nuevo, una buena parte de las innovaciones tienen como antecedente la creación de armas bioquímicas y la nueva generación de las denominadas "armas inteligentes""; pero algo que ya entonces se puso de manifiesto y que ha sido decisivo como veremos fue la advertencia de que: "No obstante, aun considerando el carácter discontinuo y desigual que caracteriza al proceso tecnológico, es posible valorar que dichas tecnologías no tienen una capacidad de arrastre suficiente como para garantizar una nueva fase. Su aplicación es limitada y ello condiciona el precio de los bienes de equipo. Las ramas y líneas industriales que determinan la introducción de esas nuevas técnicas no han conseguido la supremacía en la estructura productiva del conjunto de las economías desarrolladas"[155].

 

 A la vez, estudios colectivos sobre la agricultura capitalista, el concepto de naturaleza, la genética y el ADN, la salud y la enfermedad, los microordenadores, la biología y la responsabilidad social, la militancia científica progresista, etc., desarrollados en el corazón mismo de EEUU, cuestionaban las relaciones entre ciencia y tecnología[156]. Albarracín, volvía a echar un jarro de agua fría sobre la ya para entonces eufórica propaganda tecnocrática: "De momento no estamos en presencia de una tecnología radicalmente nueva, que sólo se podría implantar con una acumulación masiva, sino de inversiones para racionalizar la tecnología existente. Dicha acumulación masiva requiere un nivel de tasa de beneficio que todavía no existe y que las nuevas tecnologías, por sí solas, son incapaces de generar"[157].

 

Frente a estas críticas no faltaban quienes se limitaban a una simple enumeración de las cualidades formales de las tecnologías, sin introducirlas en el contexto de explotación capitalista y reduciendo sus análisis a un supuesto neutralismo que en realidad ocultaba el poder de la tecnocracia, afirmando que las nuevas tecnologías: "actúan  de forma decisiva sobre la producción, de varias formas; las más importantes son:  Mejora de la productividad en  una proporción que puede llegar, cuando se  combina con la automatización en otros aspectos, de hasta 6 a 1. Mejora de la calidad del producto por eliminación de los fallos humanos, por poder realizar a la vez un control de calidad riguroso, y un factor también importante: la obtención de una calidad  mucho más homogénea. Ahorro considerable en materias primas al racionalizar la producción; este factor es más importante de lo que a primera vista parece, puesto que el coste de la materia prima es aproximadamente la mitad del coste total de un producto"[158].

 

 A comienzos de los noventa, en medio de la  resaca del hundimiento de la URSS, en donde el lento declive iniciado en los setenta tenía raíces mucho más profundas que las simplemente tecnológicas y científicas[159], la propaganda burguesa se lanzó a loar las excelencias del postcapitalismo, de la "desmaterialización" de las grandes empresas, de la definitiva superación de la obsoleta "era  industrial". Quiero insistir en que esas modas no surgía repentinamente, sino que venían de antes. Sin retroceder hasta la década de los sesenta en el Estado francés, cuando el grupo de sociólogos reformistas capitaneados por A. Touraine popularizó  el término "sociedad post-industrial", conviene ahora recordar que en los inicios de la década de los ochenta, justo cuando la Administración Reagan aplicaba masivamente la estrategia neoliberal, muy interesadamente se divulgó el texto de J. Naisbitt sobre las supuestas macrotendencias imparables del futuro, texto que empezaba precisamente con el capítulo "De una sociedad industrial a una sociedad de la información"[160]. Fue un verdadero manual de lucha propagandístrica e ideológica que preparó las bases para otros manuales conservadores posteriores como el del supuesto fin de la historia y otros.

 

12.- MAXIMO BENEFICIO, FLEXIBILIDAD Y NUEVAS TECNOLOGIAS.

 

Frente a esta palabrería fútil bastaba estudiar un poco los mecanismos de funcionamiento del capitalismo para comprender la materialidad última de las cosas, desde el poder hasta  las mercancías simbólicas e intangibles, virtuales.   Avendaño critica a uno de estos autores que pronosticaba la "desmaterialización" de IBM: "Muchas empresas transnacionales de ese rango mutan hacia subsidiarias, empresas supuestamente competidoras, alianzas comerciales y repartos de mercados, así como otros tipos de estructuración, para no perder su poderío y seguir siendo lo que son: manifestaciones de un poder omnímodo del gran capital que, lejos de deteriorarse, crece día a día. Puede hablarse con  mayor de "la maraña del poder", en lugar del cambio de poder. Incluso si la mencionada compañía desapareciera, como lo pronostica este autor, nada nos hace suponer que el poderío económico que se encuentra detrás no adquiriría una forma ligeramente diferente por medio de otras compañías u otros rubros comerciales, El "poder" del capital en las mismas manos aunque tengan diferentes marcas y productos, no se modifica substancialmente"[161].

 

Avendaño se refiere al proceso de descentralización en la producción pero centralización en el control y en el poder, tendencia expresada así por B. Harrison:

 

       "Basado en las experiencias históricas particulares de cada una de las diferentes regiones geográficas y siguiendo (como resulta inevitable) un cambio desigual desde una empresa y un país a otro se está definiendo una cierta tendencia a que los negocios dependan en mayor medida de redes de producción de todo tipo, como forma para lograr una mayor flexibilidad en todos y cada uno de los sentidos del término. Los polos industriales basado en pequeñas empresas del norte de Italia, entre otros posibles, se están analizando en la actualidad como casos especiales de un fenómeno mucho más general. Además, la evidencia empírica parece aplastante en el sentido de que demuestra que los florecientes sistemas de empresas comunes, cadenas de proveedores y alianzas estratégicas no constituyen en absoluto una regresión --dejémoslo en negación-- de una tendencia de más de 200 años hacia el control centralizado en el capitalismo industrial, incluso aunque la actual actividad de producción se esté descentralizando y dispersando cada vez más"[162].

 

Otros muchos investigadores insisten en esta cuestión clave, y entre ellos quiero citar  el obligado libro de M. Galcerán y M. Domínguez: "Dicho de otro modo, las grandes multinacionales, propietarias de las tecnologías que utilizan en el marco de su producción, transfieren el derecho de uso, pero no la propiedad de la tecnología, por lo que no puede decirse que se trate de una auténtica venta. En algunos casos acuden a la práctica de creación de filiales en diferentes lugares del globo, a los que se cede dicha tecnología, a la vez que la instalación queda incorporada a la empresa madre como un nuevo miembro. De este modo, las grandes empresas crean espacios económicos desterritorializados, integrados por filiales ubicadas en diversos lugares y unidas entre ellas por lazos de dependencia en una estructura jerárquica (...) En suma, en el espacio internacional la tecnología no circula como una mercancía-tipo, sino que en tanto que va unida a los bienes de capital, forma cuerpo con las estrategias de las multinacionales para repartir el mercado, para acceder a nuevas zonas o para mantener una hegemonía inicial"[163].

 

Las multinacionales planifican sus estrategias en estrecha relación con sus respectivos Estados "de cuna" porque ellas mismas tienen todavía intereses estatales propios, aunque al analizar el problema a escala de la división mundial del trabajo, hay que tener en cuenta el interés del capitalismo desarrollado sobre y contra el resto de la humanidad. S. Amir ha sintetizado los instrumentos que aseguran esos intereses y que coordinan a las multinacionales en sus famosos "cinco monopolios":

 

       Monopolio tecnológico; control de los mercados financieros mundiales; acceso monopolista a los recursos naturales del planeta; monopolio de los medios de comunicación y monopolio de las armas de destrucción masiva. "Estos cinco monopolios, tomados en su conjunto, definen el marco en el que opera la ley de valor mundializada. La ley del valor es la expresión abreviada de todas estas condiciones y no la expresión de una  racionalidad económica "pura", objetiva. El condicionamiento de todos estos procesos anula el impacto de la industrialización de las periferias, devalúa su trabajo productivo y sobrevalora el supuesto valor agregado derivado de las actividades  de los nuevos monopolios de los que se beneficia el centro. El resultado final es una nueva jerarquía, más desigual que ninguna de las anteriores, en la distribución de los ingresos a escala mundial, que subordina las industrias de las periferias y las reduce a la categoría de subcontratadas. Éste es el nuevo fundamento de la polarización, presagio de formas futuras"[164].

 

Pero no se trata sólo de la explotación de las periferias por el centro capitalista, sino también de la explotación dentro del capitalismo desarrollado. Ahora bien, tanto en uno como en otro caso, relacionados dialécticamente, lo que ocurre es que el capitalismo ha dado un paso de la explotación taylor-fordista o rígida, a la explotación flexible. Barnet y Cavanagh explican cómo Japón tuvo que ingeniárselas tras las masivas destrucciones de su capacidad productiva en la II Guerra Mundial para recuperar el poder perdido, y cómo desarrollaron en estrecha relación con especialistas norteamericanos la flexibilidad del trabajo. Una cosa de todas las que dicen es ahora especialmente interesante porque muestra la esencial naturaleza centralizada, autoritaria y disciplinadora del capitalismo al margen de sus cambios formales: "Los sistemas de fibra óptica, las telecomunicaciones regionales, las comunicaciones vía satélite, telefax, comunicaciones por microondas y especialmente los edificios "inteligentes" hicieron posible que las sedes centrales de las multinacionales adaptaran algunas de las tecnologías de mando y control desarrolladas por la defensa militar a sus operaciones comerciales y financieras repartidas por todo el mundo"[165]. Por tanto, la flexibilidad famosa está dentro de la rigidez de mando agudizando una dialéctica común y constante en la historia del control disciplinario, con su obsesión por reducir la incertidumbre y el despilfarro. Recordemos, en este sentido, lo vital que es el orden y el ahorro en la logística militar a la que aludíamos anteriormente.

 

Hablando de incertidumbre ocurre que, como muy bien explica,. A. Bilbao en un texto necesario: "Los cambios en el entorno de la empresa, la globalización y la competencia determinan un aumento del grado de incertidumbre. La flexibilidad de la gerencia es condición para hacer frente a los cambios. Esta flexibilidad debe ser correlativa a la flexibilidad de la fuerza de trabajo". La flexibilidad responde, así, a la necesidad de disciplina laboral porque: "En la consideración de la empresa como espacio desde el que se impulsa la reproducción material de las sociedades, cobra especial relevancia el problema del control. Todo un conjunto de teorías, desde la organización científica del trabajo, a escuela de las relaciones humanas, han tenido como objeto afrontar y resolver el problema del control. El control de la producción puede caracterizarse como un conjunto de problemas cuyo objetivo es aumentar el rendimiento". Las tecnologías son muy importantes en este objetivo de aumentar el rendimiento y con ello el beneficio pero: "La tecnología no es una variable independiente de las condiciones sociales y políticas en las que aparece. Si se toma el ejemplo de la exportación de tecnologías por parte de las multinacionales, se puede observar cómo su recepción se ve influida por factores tales como: (a) La organización y presencia de los sindicatos; (b) la calidad de la mano de obra disponible; (c) la existencia de un excedente de mano de obra; (d) el sistema nacional de  trabajo"[166].

 

Vemos así un continuo interactivo entre la lucha de clases, la flexibilidad, la disciplina y control laboral, y el contexto nacional en el que se desarrolla esa lucha de clases. Un continuo en el que las estrategias de flexibilización actuales, que están "dirigidas preferentemente a restar poder de negociación a la clase trabajadora"[167], también transforman los sistemas de liderazgo, dirección y control interno del proceso productivo, e igualmente, por ósmosis, los que terminan dirigiendo los sistemas que se imponen en la sociedad en su conjunto. A. Gorz, por su parte ha demostrado la estrecha relación histórica entre la nueva discioplinarización y las viejas ideologías individualistrs y neodarwinistas, y precisa:

 

       "Esta ideología (de la que el thatcherismo ofrece, en Europa, la expresión más cabal) tiene, desde el punto de vista del capitalismo, una racionalidad rigurosa: se trata  de motivar una mano de obra difícilmente reemplazable (por el momento, al menos) y de controlarla ideológicamente a falta de poder controlarla materialmente. Para esto, hay que preservar en ella la ética del trabajo, destruir las solidaridades que podrían vincularla con los menos privilegiados, persuadirla de que trabajando lo más posible es como mejor servirá al interés de la colectividad además de al suyo propio. Habrá, pues, que ocultar el hecho de que existe un creciente excedente estructural de mano de obra y una penuria  estructural en aumento de empleos estables y a tiempo completo; en resumen, que la economía no tiene ya necesidad --y tendrá cada vez menos-- del trabajo de todos y todas (...) Se dirá, pues, que los parados y los precarios no buscan verdaderamente  trabajo, no tienen aptitudes profesionales suficientes, son incitados a la pereza por unos subsidios de paro demasiado generosos. Se añadirá que todas esas personas cobran salarios demasiado altos para lo copo se saben hacer, de suerte que la economía, doblegándose bajo el peso de cargas excesivas, no tiene ya el dinamismo necesario para crear un número creciente de empleos. Y se concluirá: "Para vencer el paro, hay que trabajar más""[168].

 

Pero la importancia de estas cuestiones va más allá de las tecnologías clásicas ya que, de un lado, estamos rozando el umbral de una nueva fase, y, de otro lado, estos cambios se orientan decididamente hacia la transformación del sistema hombre-máquina en el de organización-máquina, como veremos. En el primer  aspecto, A. Pestaña sostiene que:

 

       "Si en los albores de la revolución industrial --en el período paleotécnico de Mumford-- la tecnología tenía un contenido predominantemente artesanal y empírico, basado en el costoso método del ensayo-error, que tantas vidas humanas segó entre los pioneros del maquinismo, andando el siglo XIX el empirismo iba a ser sustituido progresivamente por la capacidad predictiva del método científico, inaugurando una fase --neotécnica-- de contenido científico reciente, en el que la ciencia empieza a configurarse como el motor del desarrollo tecnológico. Esta tendencia experimenta una inflexión sin precedentes a partir del nacimiento de la biología molecular, de forma que las nuevas tecnologías basadas en el conocimiento biológico (biotecnología y genotecnología) surgen directamente del conocimiento científico. Los cambios son tan importantes como para definir una nueva fase biotécnica en la serie de Mumford, que va más allá del término introducido por el autor para enfatizar la influencia mutuamente beneficiosa de la tendencia a integrar la vida en la tecnología (manifiesta en el fonógrafo, el teléfono, el cinematógrafo, etc.) adaptando la máquina a las necesidades y deseos humanos. La nueva fase bioténcica que postulamos de acuerdo con Krimsky se caracteriza por un cambio tecnológico muy rápido, unos tiempos de transferencia al sector empresarial mínimos (debido a que, en la mayoría de los casos, las empresas se crean para explotar comercialmente las aplicaciones directamente derivadas del nuevo conocimiento científico-técnico) y una gran plasticidad empresarial (por su dependencia de nuevos conocimientos susceptibles de comercialización)"[169].

 

Aun siendo cierto que la prensa ha magnificado en extremo tanto las posibilidades curativas como las de control social que pueden derivarse de la industrialización de la biotecnología, y que, especialmente en el caso del genoma y de la clonación humana todavía hay muchos obstáculos científicos que superar, D. Soutullo tiene razón, pese a todo ello, en exigir una transparencia social absoluta y un debate público sin contrapisas[170]. También insisten en lo mismo R. Hubbard y E. Wald:

 

       "Las empresas farmacéuticas y biotecnológicas han invertido una gran cantidad de dinero en desarrollar y comercializar  nuevos productos de tecnología genética. Philip Abelson, antiguo editor jefe de la revista Science, y que no se opone a la biotecnología, dice que las principales empresas de biotecnología de EE.UU. gastan el 24 por ciento de sus ingresos en comercialización y que sus vendedores haccen 30 millones de vistas al año a oficinas de médicos para vender sus productos. No obstante, por el momento los beneficios no han sido los esperados. Se han obtenido productos como insulina humana, hormonas del crecimiento o interferón, pero el requerimiento de estas sustancias es limitado. Estos productos no van a convertir la industria a la industria biotecnológica en el equivalente de la industria informática de hace dos décadas y producir un nuevo "Silicon Valley", o "milagro de Massachustts". Para conseguir eso los empresarios biomédicos y biotecnológicos van a tener que generar un mercado mucho más amplio"[171].

 

Y precisamente aquí está el peligro porque esos empresarios, como explican y denuncian  más adelante los autores citados, están urdiendo una densa e inescrutable maraña de empresas, instituciones, centros de investigación privada y pública, universidades subvencionadas o directamente compradas por grandes corporaciones capitalistas como Disney o Coca-Cola, grupos de presión dentro de las Administraciones, Congreso y Senado estadounidense, etc., para, por un lado, potenciar esos mercados y, por otro, para acelerar la privatización y la venta de las patentes de los descubrimientos científicos. La experiencia histórica debe servirnos en este  caso, como en todos, de advertencia porque, como enseña J. L. Peset, la moda biologicista en su momento fue decisiva para legitimar el imperialismo sino también, dentro de este orden, reprimir furiosamente las resistencias más importantes y/o incómodas[172]. S. Chorover ha insistido muy convincentemente en las tendencias al control social masivo que respiran en la sociobiología[173] y, por no extendernos, frente al riesgo cierto de que la manipulación genética sirva para uniformizar a la especie humana en beneficio del poder, A. Jacquard no ha dudado en salir en defensa de la diferencia[174].

 

Estas y otras críticas insisten en que no se puede separar el impacto global de las biotecnologías en compartimentos estancos e incomunicados, dejando cada uno de ellos en manos de especialistas. Más aún, la capacidad del capitalismo para  reciclar las críticas y convertirlas en nuevos negocios, en nuevas "industrias", es tal que, como muy bien denuncian Teresa Kwiatkowska y R. López-Wilchis asistimos a la aparición de una "gran industria ética": "Frente a las posibilidades que abre la biotecnología se ha formado una gran industria ética, se gastan grandes cantidades de dinero en proyectos, conferencias y reuniones, se forman comités éticos, se toman posiciones, se hacen declaraciones; los filósofos discuten casos de una sutileza exquisita olvidándose cuidadosamente de la dimensión política y económica de la investigación científica. No cabe la menor duda, los que definen la política deciden en gran medida la importancia de las metas en la investigación científica"[175].

 

Podemos así pasar a la segunda parte de las innovaciones tecnológica, la que consiste en el salto del sistema hombre-máquina al de organización-máquina. De entrada, semejante transformación no debiera extrañar ni sorprender a quien haya leído siquiera  superficialmente a Marx, que analizó y elevó a síntesis teórica superior todo lo investigado y denunciado hasta entonces sobre y contra esa tendencia objetivas y genético-estructural del capitalismo, y tampoco debiera sorprender a los lectores de Mumford y de otros muchos críticos que no podemos reseñar aquí. Lo que ocurre es que la intelectualidad burguesa no tiene más remedio que "inventar" expresiones ya estudiadas minuciosamente hace mucho tiempo. Pues bien, otra confirmación la subsunción real de la tecnociencia en el capital constante lo tenemos en la ergonomía que consisten en el cuerpo teórico interdisciplinar --biomecánica, economía, antropología, piscología, sociología, etc.,-- encargado de optimizar la productividad del trabajo. Es una parte de la tecnociencia que ha  evolucionado rápidamente respondiendo a las exigencias tecno-productivas en aumento, y en palabras de M. Ruiz Ripollés:

 

       "El fenómeno de la globalización obliga a las empresas a ser competitivas. Para ello, éstas deben incluir estrategias que mejoren la productividad, la calidad y la innovación. Ello obliga a la ergonomía a ampliar su actuación desde la consideración del sistema hombre-máquina de la ergonomía convencional, recientemente denominada microergonomía, a la de un sistema organización-máquina, que constituye la nueva visión macroergonómica. Con este nuevo planteamiento se podrán comprender aspectos tales como la aparición de problemas musculoesqueléticos relacionados con factores psicosociales (...) Si bien el impacto de las nuevas tendencias, respecto al bienestar del trabajador, no es un fenómeno suficientemente conocido, ya que los escasos estudios ergonómicos efectuados al respecto presentan conclusiones contradictorias, sí se puede afirmar que la incidencia de trastornos  musculoesqueléticos será muy elevada en un futuro próximo. Para abordar este problema, aunque los planteamientos de la ergonomía convencional son imprescindibles, será necesario considerar también su relación con los factores psicosociales, y para ello los planteamientos macroergonómicos serán de gran utilidad"[176].

 

Por agravamiento de los factores psicosociales debemos entender el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de la inmensa mayoría de la población. La macroergonomía, al sintetizar operativamente diversos cuerpos teóricos necesarios para la explotación de la fuerza de trabajo confirma, por una parte, la fusión entre  tecnología y ciencia; por otra parte, confirma la supeditación de la tecnociencia como base de la macroergonomía a la lógica capitalista y, por último, confirma que el sistema médico capitalista está estrechamente relacionado con la "industria farmacéutica enormemente rica y poderosa que gasta ingentes cantidades de dinero y emplea numerosa mano de obra con el manifiesto objetivo de influir".[177]

 

13.- LEGITIMACIÓN REFORMISTA DE LA TECNOCIENCIA:

 

El submundo de la política real, de las maquinaciones, chantajes y luchas implacables entre fracciones del capitalismo por controlar las nuevas tecnologías me lleva a la penúltima parte de esta exposición. Hemos visto cómo a finales de los ochenta las tecnologías no se habían desarrollado aún suficientemente como para permitir una rápida e intensa recuperación de la crisis, y hemos visto como incluso una década más tarde en los EEUU las nuevas tecnologías no se habían implantado definitivamente en el grueso del sistema productivo. La razón es muy simple, y ya fue enunciada  teóricamente  por Marx cuando analizó el conjunto de problemas que impulsa y a la vez retrasan la aplicación de nuevas máquinas. La experiencia posterior ha confirmado y enriquecido aquellas ideas, como demostró Mandel en su clásico estudio sobre las ondas largas del sistema capitalista y la relación entre lucha de clases y desarrollo tecnológico, en el que muestra cómo la burguesía pretendió utilizar las dos primeras revoluciones industriales para destrozar la fuerza organizada de las clases trabajadoras, y cómo a principio de los ochenta sucedía lo mismo con la tercera[178].

 

Aunque el movimiento obrero fue muy duramente atacado el capitalismo no ha logrado introducir todo el potencial tecnológico disponible tanto por las resistencias y exigencias de control sindical y democrático, como los altos costos tecnológicos como, por último, por su creciente obsolescencia; en síntesis, por la provisionalidad que envuelve al tema.  Hay que considerar aquí la lucha de clases no como una simple disputa salarial sino como un choque global con efectos directos e indirectos en todas las parcelas de la vida social. Desde esta perspectiva, se entiende lo que indican Barnet  y Cavanagh: "Como los cambios tecnológicos llegan tan deprisa y poseen un impacto imprevisible en el mercado de la electrónica, fármacos e informática, por ejemplo, incluso en las empresas más grandes con importantes resultados y profundamente arraigadas en muchos países, crece un sentimiento de provisionalidad"[179].

 

La propaganda burguesa ha intentado ocultar con toda serie de visiones optimistas del desarrollo tecnocientífico capitalista  presente y futuro, el contenido estratégico esencialmente político-económico del ataque contra las clases trabajadoras, también contra las naciones y pueblos oprimidos y contra las mujeres del planeta, con toda serie de afirmaciones sobre la instauración de una "democracia representativa" que oculta la ferocidad del ataque. A. Mendizabal[180]  critica con lucidez este proceso generalizado,  muestra la importancia de las nuevas tecnologías y sobre todo de la microelectrónica en la transformación de la estructura del empleo, de la organización del trabajo, de la estructura de la empresa, de los contratos de trabajo, del mercado de trabajo y, por no extendernos, de la revolución del conocimiento, y propone una serie de alternativas prácticas para luchar contra esta globalización mediante una sociedad alternativa.

 

Semejante esfuerzo legitimador de la tecnociencia proviene de la crisis de credibilidad que la afectó desde finales de los sesenta y cuyo seguimiento no podemos hacer aquí aunque sí debemos considerar las denuncias a la militariación de la de la industria y de investigación científica, precisamente una de las fuerzas decisivas en la aparición de la tecnociencia y en sus estrechas relaciones con el imperialismo, sobre todo con el norteamericano[181]. En realidad, la necesidad que tiene la burguesía de legitimar la tecnociencia no viene sólo de lo vital que esta resulta para su dominación, sino tambien de que su cuestionamiento supone un serio ataque a lo más típico de la racionalidad dominante y de su modelo de orden social, productivo y epistemológico. Interesa, en este sentido, leer la sugerente  descripción que hacen al respecto Bocchi  y Ceruti sobre  el origen de la racionalidad científica desde la mitad del siglo XVII:

 

       "Emergió al respecto el ideal de la objetividad racional, expresión de un observador abstracto. Intérprete de estas exigencias, el investigador tendría que discriminar entre lo relevante y lo accesorio, entre lo permanente y lo transitorio, entre lo esencial y lo superfluo. El laboratorio se convirtió en el teatro de su actividad: un escenario purificado de toda interferencia de efectos secundarios, en el que los hechos serían tales solamente en la medida en que se obtuvieran en condiciones experimentales completamente controlables. Ello posibilitaría separar los pocos hechos inteligibles de una teoría (porque repetibles, y, por tanto, controlables más allá de toda específica condición espacio-temporal) de una miríada de desdeñables interferencias"[182].

 

De la misma forma en que, como hemos visto, en los ejércitos se impuso el orden más estricto para lograr el control absoluto de la incertidumbre, también se buscó lo mismo en los primeros laboratorios, y ambas experiencias servirían luego para desarrollar otros sistemas de orden productivo simbólico-material, desde el frenopático hasta el más reciente y tecnocientífico taller toyotista y postaylorista. Esta racionalidad instrumentalista y productivista es consustancial a la ideología burguesa, aunque no a su realidad social,   como se demuestra leyendo al famoso filósofo de la ciencia  I. Lakatos en su debate de comienzos de 1970 con J. R. Ravetz:

 

       "En mi opinión, la ciencia, como tal, no tiene ninguna responsabilidad social. En mi opinión es la sociedad quien tiene una responsabilidad: la de mantener la tradición científica apolítica e incomprometida y permitir que la ciencia busque la verdad en la forma determinada puramente por su vida interna. Desde luego, los científicos, en cuanto ciudadanos, tienen la responsabilidad, como cualquier otro ciudadano, de velar porque la ciencia sea aplicada  a fines sociales y políticos correctos. Esta es una cuestión distinta e independiente y, en mi opinión, se trata de una cuestión a ser determinada en el Parlamento, Desde luego, como ciudadano, estoy totalmente  a favor de utilizar la ciencia de modo que sirva a la anticontaminación en lugar de servir a la contaminación, y que sirva para la defensa de la libertad en lugar de servir a la subyugación de la gente más débil. Y llega ahora la segunda pregunta que tenía que plantear al doctor Ravetz. Según mi punto de vista, una de las responsabilidades sociales más importantes del pueblo inglés es utilizar la ciencia para defender la libertad de este país. Según mi punto de vista, esto sólo puede conseguirse manteniendo el elevado prestigio social de los científicos nucleares aplicados que trabajan para el ejército. Ahora bien, ¿qué es lo que el doctor Ravetz desea que produzcan los ingenieros ingleses: el paraguas nuclear para la libertad o el paraguas de Chamberlain para la servidumbre?"[183].

 

En esa época Inglaterra era todavía el segundo imperialismo mundial, y aplicaba la más avanzada tecnociencia en su represión del pueblo irlandés y de otros muchos del planeta. Las palabras de Lakatos expresan crudamente el ideario profundo del poder tecnocientífico capitalista en una potencia imperialista que jugaba y juega un papel clave en la OTAN, y aunque Inglaterra ha ido perdiendo poder frente a Alemania, esa ideología tecnocientífica no se ha debilitado en la práctica económica y militar. Al contrario. No hace falta, pienso, extenderme en la reactivación desde comienzos de los ochenta con  la contraofensiva capitalista llamada "neoliberalismo", de los esfuerzos de algunas instituciones burguesas especialmente autoritarias por reactivar estas defensas tan feroces de la tecnociencia.

 

Resulta tan burda esta defensa de la tecnociencia que han proliferado otras más sutiles e indirectas, incluso las que escamotean abiertamente el problema del poder y lo reducen al control de la información, como veremos.  He  dividido en cuatro bloques esas defensas legitimadoras de la tecnociencia. El primero es el de la "crítica comprensiva" tanto en el sentido de denunciar los "malos usos" de "la ciencia", como es el caso entre otros muchos de M. F. Perutz[184], como en el de la pura propaganda optimista con algunos tintes de "autocrítica"  por el paro y otras menudencias, según el texto de M. Kaku[185]. Sí me voy a detener un poco en el texto de M. Calvo Hernando porque muestra claramente los límites reformistas de este bloque. En el brevísimo espacio dedicado a la supuesta "democracia electrónica", el autor se pregunta:

 

       "Ante  el uso creciente de estas tecnologías para la intensificación de los sondeos, para la propaganda política y, en general, para lo que empieza a llamarse "democracia electrónica", ¿no resultará cada vez más difícil para los elegidos defender posiciones impopulares que se juzguen electrónicamente? ¿Se podrá garantizar a los usuarios la total confidencialidad de su elección? ¿Serán compiladas estas informaciones por los operadores de cable, para formar ficheros de clientela especialmente seleccionados? ¿Cómo dejar  que se instauren así procedimientos denominados de "democraciua electrónica" bajo el control de empresarios privados, aunque estos sondeos o votos sólo tengan un carácter "indicativo" (al menos en un principio)? ¿Qué riesgos oculta esta democracia "en tiempo real", que nuestros dirigentes empiezan a practicar ya con los múltiples sondeos cotidianos?"[186]. Esto es todo lo que aparece con un barniz ligeramente "crítico" con respecto a la tecnociencia y el poder capitalista.

 

El segundo es el de la falacia naturalista, es decir, la defensa de "la ciencia" desde la perspectiva no sólo de que dice "la verdad" sino además de que descubre  las grandes fuerzas que determinan el funcionamiento concreto de la sociedad humana. Uno de los casos más estridentes en este bloque es el libro de H. Haaken sobre la sinergética. Vaya por delante que aquí no se critica la razón científica innegable que tiene el texto en su primera parte, sino lo anticientífico que es querer aplicar a la sociedad humana todo, absolutamente todo lo que sí vale para las llamadas ciencias naturales --sin entrar tampoco ahora a este tema de las "ciencias naturales"-- como hace el autor citado desde el captº XII de su libro, y sobre todo en sus ideas sobre las revoluciones:

 

       "En el sentido de la sinergética, una revolución es casi siempre una inestabilidad que rompe las simetrías. Sobre  todo en las manifestaciones de masas se puede observar que los asistentes van enfervorizándose mutuamente y que su voluntad revolucionaria es un producto colectivo. La multitud adquiere un estado de excitación colectiva, que crea en las personas una impetuosa e irresistible sed de acción, de violencia, la cual puede manifestarse en forma de quema de automóviles, roturas de escaparates o, como en la Revolución Francesa, con la toma de la Bastilla. En estos estados de excitación colectiva el pensamiento lógico individual parece quedar descartado casi por completo. El individuo aparece esclavizado por un "ordenador", en este caso la consigna, surgida a menudo por casualidad"[187].

 

Dentro de este  segundo bloque quiero incluir también a Rosnay:

 

       "Se podría decir que estamos inventando una nueva forma de vida: un macroorganismo planetario que engloba el mundo viviente y los productos humanos, que también evoluciona y cuyas células seríamos nosotros. Posee un sistema nervioso propio, del cual Internet sería un embrión, y un metabolismo que recicla los materiales. Este cerebro global, hecho de sistemas interdependientes, vincula a los hombres a la velocidad del electrón y trasforma nuestros intercambios (...) ¿Qué es el mercado sino un sistema darwiniano que selecciona, elimina o amplía determinadas especies de invenciones? La gran diferencia con la evolución biológica es que el hombre puede inventar en abstracto tantas especies como desee: esta nueva evolución se desmaterializa. Inserta entre el mundo real y el mundo imaginario, un mundo nuevo, el mundo virtual, lo que  no sólo le permite explorar universos artificiales, sino también poner a prueba y fabricar objetos o máquinas que aún no existían. De algún modo, esta evolución cultural y técnica sigue la misma "lógica" de la evolución natural"[188].

 

Lo menos que hay que decir de estas joyas de la estupidez es que, primero, silencian o desconocen la larga historia del debate epistemológico sobre la dialéctica entre objetividad y subjetividad  en lo que se llama ciencia y en general en el pensamiento humano, largo debate que aparece en la Grecia clásica y toma cuerpo definitivo en las obras de Aristófanes, como muy bien indica P. Thuillier[189]; segundo, no son capaces de apreciar  el cambio cualitativo entre lo natural y lo social de modo que se les puede responder con esta muy esclarecedora frase, sin mayores precisiones sobre  ella: "...lo que sin duda Marx no pudo prever, y lo que sin duda diferencia cualitativamente su obra de la Darwin es que la naturaleza no leyó a Darwin, pero la sociedad sí leyó a Marx"[190]; tercero, desconocen o silencian la realidad interna de la tecnociencia como poder instituido en cuyo interior la verdad convive con los errores y fraudes, como dice P. Voltes en su texto básico: "El edificio de la ciencia es inacabable, está construido sobre cimientos movedizos y temblorosos y nunca llegará a ser completa y exactamente  correlativo al cosmos que estudia. El reconocerlo así presta, sin duda, más servicio a la ciencia que la veneración exagerada a los antecesores, la autovaloración pedante de lo propio y el manejo sectario de nuestro entorno"[191].

 

Cuarto, además de errores y fraudes, existe la mentira interesada y consciente, la falsificación y la manipulación de los resultados. La pregunta de por qué engañan bastantes científicos ha sido contestaba brillantemente por Trocchio mostrando que los científicos se han convertido en "mercenarios" del poder, y la solución no es otra que devolverles la "libertad" de investigación y la "dignidad" de seres libres[192]. La capacidad de mentir de los científicos es una cosa realmente seria e inquietante porque, salvando todas las distancias,  nos conduce de lleno al problema que afecta a la economía capitalista con la proliferación del fraude, del engaño, de la "economía criminal" --¿hay capitalismo "no criminal"?-- de la economía sumergida, del trabajo negro, etc., prácticas todas ellas que giran alrededor de la dictadura del dinero y del valor de cambio, o sea de  la mercantilización de la ciencia. Es muy significativo el que, como demuestra  S. Price fuera a comienzos del siglo XVII, concretamente en 1613[193], cuando se denunciara la proliferación de "palabrería inútil" en multitud de artículos y ponencias científicas adelantándose con mucho a la muy conveniente denuncia de las imposturas intelectuales que se comenten en el mundo académico, tal cual hacen Sokal y Bricmont en su reciente y clásico texto que no necesita citarse, aunque no me resisto en recomendar dos textos muy necesarios por su crítica del relativismo posmoderno[194]. Sin embargo, sí conviene rescatar del olvido la también brillante y demoledora denuncia de Bou Bauzá con su "aventura de publicar barbaridades"[195] y enviarlas a prestigiosos certámenes internacionales. Los resultados fueron terribles y muestran la ignorancia, superficialidad, ligereza y respeto perruno a las jerarquías académicas y universitarias de muchos jurados.

 

Quinto y último, esta reivindicación de Trocchio y las denuncuas anteriores y posteriores,  nos llevan a la otra cuestión, la de que el desarrollo tecnocientífico no es en absoluto determinista ni mecánico en el sentido de acabar más temprano que tarde con la victoria de lo "más apto" sobre lo "menos apto" en el mercado darwiniano que selecciona, elimina o premia al "mejor" en detrimento del "peor". Desde su feminismo crítico y en un texto colectivo de obligada lectura, R. Williams ha demostrado lo inconsistente de semejante determinismo[196], sumando su voz a otras críticas feministas a la institución tecnocientífica que debemos tener siempre en cuenta: "La crítica feminista a la ciencia se ha centrado en: la estructura social de la ciencia, los resultados de la investigación biológica y social, en las metáforas sexuales y significados de la naturaleza, en los procesos de investigación y en los aspectos epistemológicos"[197]. Todas estas denuncias confluyen con especial fuerza en el problema de la procreación de nuestra especie, cuestión vital donde las haya y sobre la que el feminismo tiene siempre la última palabra. Pues bien, en este tema decisivo, estudios feministas muestran cómo además de existir desde tiempos inmemoriales "un lucrativo comercio con el sufrimiento y el deseo de un hijo", el desarrollo científico en la sociedad capitalista dio un salto en 1791 con la primera inseminación humana, abriéndose un sendero por el que luego la tecnociencia hablaría en términos abusivos del hijo "fabricado" por la técnica médica[198]. El "lucrativo comercio"  de la reproducción biológica ha entrado ya en el contenido mercantil de la tecnociencia.

 

No nos debe sorprender la coherente rotundidad de esta muy necesaria crítica feminista viendo las versiones burguesas que desde algunos sectores "progresistas" se hace al poder tecnocientífico, lo que nos introduce ya en el tercer bloque de defensa de la tecnociencia en el que nos encontramos Tezanos y López Peláez:

 

       "La sociedad tecnológica postindustrial en la que nos encontramos se caracteriza por la interrelación entre ciencia, tecnología, instituciones de investigación, industria, financiación pública y privada. La relación entre la innovación tecnológica y la economía ha superado los planteamientos de la economía clásica, apareciendo la innovación tecnológica como el factor decisivo del crecimiento económico, de la productividad, de la competencia y de la nueva  división de la economía mundial en función de las ventajas comparativas que otorga el componente tecnológico. A la vez, las nuevas tecnologías se convierten en el  primer factor de configuración de la nueva sociedad tecnológica: el papel decisivo de la tecnología en la economía simplemente expresa el papel decisivo de la tecnología como tal en la conformación de la sociedad contemporánea, modificando las pautas de comportamiento, de estratificación, de identidad y de trabajo"[199]. Los autores son conscientes de los riesgos y de los efectos negativos de las nuevas tecnologías, y para solucionar el problema no proponen aumentar la democracia práctica, popular y productiva de las clases trabajadoras, de las naciones y pueblos oprimidos y de las mujeres del planeta, sino la más insustancial palabrería sobre "potenciar la participación pública en las controversias tecnológicas"[200].

 

En realidad, se trata  de una "solución"  que no soluciona prácticamente nada porque no cuestiona los pilares de género, clasistas y de opresión nacional que fuerzan la conversión de la tecnociencia en una maquinaria destinada a aumentar la explotación de esas trágicas realidades estructuradas objetivamente al margen de nuestra voluntad subjetiva. Desde su  tecnocentrismo absoluto, es coherente que el poder de control popular quede prácticamente en nada. Además, tiene a su favor el sistema propagandístico que hace del cientifismo el gran recurso para resolver todos los problemas del presente y del futuro, o incluso peor, cuando se reducen esos peligros casi a nada. Este es el caso de J. Maddox que reduce los riesgos a las calamidades de las nuevas epidemias futuras y el sida, de la manipulación del genoma humano, del efecto invernadero, de la remota posibilidad de que un meteorito mediano o grande choque contra la tierra, y apenas más[201]. Semejante simplismo y superficialidad es, empero, un terrible instrumento del poder capitalista en su lucha contra la creciente movilización colectiva ante el incremento de toda serie de riesgos, amenazas, peligros y deterioros. Esta toma de conciencia es inseparable de la certidumbre social de que la tecnociencia es un poder ajeno a la voluntad y a los deseos de las gentes.

 

Por último, el cuarto bloque está constituido por quienes difuminan tanto la estructura de poder material, clasista, dentro del capitalismo --e incluso apenas usan este nombre sino el de "sociedad de la información"--  que desaparece cualquier  posibilidad de relacionar "la ciencia" con el poder. Este es el caso de Manuel Castells:

 

       "Las batallas culturales son las batallas del poder en la era de la información. Se libran primordialmente en los medios de comunicación y por los medios de comunicación, pero éstos no son los que ostentan el poder. El poder, como capacidad de imponer la conducta, radica en las redes de intercambio de información y manipulación de símbolos, que relacionan a los actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales, a través de iconos, portavoces y amplificadores intelectuales. A largo plazo, no importa realmente quien tiene el poder, porque la distribución de los papeles políticos se generaliza y es rotatoria. Ya no existen élites de poder estables. Sin embargo, sí hay élites desde el poder, es decir, élites formadas  durante su mandato, usualmente breve, en el que aprovechan su posición política privilegiada para obtener un acceso más estable a los recursos materiales y las conexiones sociales. La cultura como fuente de poder y el poder como fuente  de capital constituyen la nueva jerarquía social de la era de la información"[202].

 

No merece la pena perder el tiempo en una contestación extensa, así que solamente cito las conclusiones de  la reciente investigación de J. A. Rodríguez sobre el círculo de poder en el Estado español:

 

       "1. La importancia de un grupo de élite central que juega un papel fundamental de intermediación y cohesión social. 2. El alto nivel de relaciones y cohesión del círculo formando un verdadero círculo social que integra a todos los sectores económicos. 3. La articulación de grupos de consejeros alrededor de los grandes grupos bancarios. 4. A pesar del alto número de consejeros profesionales, permanencia en posicionales centrales del poder de las viejas oligarquías financieras. 5. Alto ligamen del círculo del poder a la clase alta y al sistema político. 6. No pertenencia de los consejeros centrales de BANESTO al centro aglutinador del círculo social. 7. Competencia entre las élites históricas (parte de la oligarquía financiera) del BCH y las nuevas de BANESTO por ocupar el espacio de centralidad-influencia-poder (...) El espacio y red corporativas están claramente articulados alrededor de los grandes holding bancarios. Cabe destacas: 1. Continuidad en los grupos bancarios centrales a lo largo del tiempo. 2. Reparto del espacio corporativo (industrial) entre los holding financieros. 3. Competencia entre conglomerados por los sectores centrales de la economía: energía y siderometalúrgica. 4. Papel clave de intermediación del sector energético (especialmente las corporaciones eléctricas). 5. Coincidencia en el mismo espacio corporativo (mismo papel social) del grupo BANESTO y grupo BBV. 6. Fundaciones: la interrelación entre el círculo de poder y el sector de fundaciones muestra el papel cohesionador de clase de las fundaciones. Como espacio de cohesión social del círculo de poder y como espacio de articulación de valores sociales y culturales de clase"[203].

 

Los esfuerzos por recuperar la credibilidad del poder tecnocientífico, popularmente calificado como "la ciencia", van de mal en peor aunque se libra una áspera batalla al respecto. En realidad, la gente comprende cada vez mejor que la tecnociencia multiplica los riesgos de todo tipo --por ejemplo, las vacas locas, las infecciones hospitalarias, los edificios enfermos, los llamados "accidentes de trabajo", la multiplicación de los desequilibrios psicológicos y un largo etcétera-- de modo que tiene razón U. Beck cuando sostiene en su crítica del globalismo que:

 

       "El distintivo más visible de los conflictos resultantes de los riesgos estriba precisamente en que determinados ámbitos anteriormente despolitizados de la toma de decisiones se politizan mediante la percepción pública de los riesgos; estos se abren --por regla general involuntariamente y contra la oposición de instituciones poderosas que monopolizan esas decisiones-- a la duda y al debate públicos. Así, de la noche a la mañana, en la sociedad del riesgo mundial se exponen con pelos y señales objetivos y temas que  antes se trataban a puerta cerrada, como, por ejemplo, decisiones sobre inversiones económicas, fórmulas químicas de productos y medicamentos, programas de investigación científica o el desarrollo de nuevas tecnologías. Todo esto exige de repente una justificación pública, a la vez que se nos pide elaborar y modificar marcos institucionales para  legitimar y consolidar esta pieza importante que se llama una mayor democracia (...) este autocuestionamiento subversivo, no querido, no visto y fundamentalmente político ("modernización reflexiva"), que se pone en movimiento por doquier mediante los riesgos percibidos, ocurre al final algo que los sociólogos que se reclaman de Max Weber apenas consideran posible: que las instituciones acaben moviéndose. El diagnóstico de Max Weber es el siguiente: la modernidad se convierte en una caja de hierro en la que los hombres, al igual que los fellah del antiguo Egipto, debe hacer sacrificio en los altares de la racionalidad. La teoría de la sociedad del riesgo mundial desarrolla el siguiente contraprincipio: se ha abierto la jaula de la modernidad"[204].

 

Estas movilizaciones han sido recogidas y analizadas con diversa profundidad por la corriente CTS; por ejemplo, y sin poder entrar aquí a mayores matizaciones sobre los contenidos de las obras que se citan,  M. González, J. A. López y J. L,. Luján[205], nos ofrecen una perspectiva más rica, profunda y crítica de la mayoría de debates que en los últimos años se están librando entre diversos sectores preocupados por la evolución de la tecnociencia; J. M. Iranzo y J. R. Blanco[206] se extienden en el análisis de las corrientes más  recientes en la sociología de la ciencia lo que permite al lector disponer de una  idea más realista de lo que sucede; por su parte, R. Méndez y A. Alvarez[207], avanzan un paso importante y plantean multitud de reflexiones críticas sobre las consecuencias prácticas  de la tecnociencia actual, y justifican la necesidad de que las gentes se movilicen para controlar una fuerza que se está volviendo incontrolable.

 

También aumentan las investigaciones específicas sobre  el riesgo en general, aunque, en los autores que tratamos ahora y que hemos citado antes en otro texto, J. López y J.L. Luján,  desde y para una propuesta bastante institucionalista que, al final, queda reducida fundamentalmente  a las siguientes "posibilidades generales de participación pública": Las audiencias públicas. Las audiencias parlamentarias. La gestión negociada. Los paneles de ciudadanos y las encuestas de opinión. Pero los autores advierten que estos y otros métodos de participación pública: "Aunque pueden servir como base para la toma de decisiones, no pueden ser hablando estrictamente procedimientos de toma de decisiones. En los sistemas político democráticos, los procedimientos legítimos para la toma de decisiones están claramente  definidos. Estos modelos no han de reemplazar dichos procedimientos legítimos, sino servir como herramientas para propiciar la participación pública en la elaboración de opciones y focalizar la discusión pública sobre ellas. Una excepción al respecto e, por el carácter vinculante para la Administración, la constituyen los referéndum y la litigación, que se han convertido en muchos países occidentales en el principal procedimiento que tienen los ciudadanos para dirigir el cambio tecnológico y restringir los riesgos a él asociados"[208].

 

14.- DOMINACION TECNOCIENTIFICA O PRAXIS CIENTIFICO-CRÍTICA:

 

Como vemos, no se cuestionan las causas esenciales del problema, a saber y volviendo necesariuamente a Marx, el hecho de que la burguesía ha culminado la subsunción real  que no sólo  formal de la tecnociencia en el capital constante y en el entero proceso de valoración o "autoexpansión" del capital. Este es el problema crucial. Sin poder explicar las relaciones entre reformismo y relativismo, asumo la crítica del posmodernismo que hace E. Moya:

 

       "En el fondo, el posmodernismo autoconsciente  de los orígenes de la tecnociencia occidental en el regazo del militarismo, el capitalismo y las  rutas de dominación colonial, intenta una deconstrucción de la ciencia como una práctica mítica y lingüístico-material. Los mismos hechos, son tipos de historias, testimonios de una experiencia socialmente situada, comprometida y siempre construida mediante complejas tecnologías sociales. Incluso, la ciencia es presentada como un constructo humano que surgió cuando la dominación de la naturaleza por el varón parecía un objetivo deseable (...) Las orientaciones posmodernas se presentan,  así, como propuestas radicales, pero sus implicaciones son conservadoras. Allí donde las únicas  diferencias que hay entre los distintos discursos son sólo diferencias de palabras, no hay un punto de apoyo desde el que sustentar la crítica; todo se hace equivalente. A pesar de su afán deslegitimador, tras un análisis posmoderno, todo puede permanecer igual; nada tiembla, nada cae. Los objetivos pueden ser loables pero el resultado final es la impotencia. Resulta sustancial para una concepción progresista del mundo luchar contra esas aptitudes relativistas y escépticas, pues, cuando se habla de la explotación de las minorías étnicas o del Tercer Mundo y se reivindica la igualdad de sexos, o bien, se concede algún estatus causal a la evidencia empírica o de lo contrario se sustrae el suelo firme a toda posible crítica social. En la imagen posmoderna, el papel causal de los "objetos" es minimizado al extremo que los científicos se presentan como gente hablando acerca de otra gente. Parece que para  ellos la naturaleza no sólo puede ser vista de múltiples maneras, sino que, además, puede ser vista de cualquier forma. Y esto, ciertamente, es insostenible (...) El papel de la realidad no puede ser, en definitiva, insignificante. El discurso deslegitimador posmoderno legaliza el caos, donde todo se mezcla y se  confunde. Resulta, en último término, incompatible con la racionalidad"[209].

 

No hace falta, a estas alturas, recurrir a una larga lista de científicos que ridiculizarían con dos palabras estas modas posmodernas, y me basta esta cita extraída de un artículo sobre las muy interesantes ideas y práctica de S.  Weinberg: "Hoy en día, las principales batallas las libra contra los pensadores y filósofos de la ciencia posmodernistas que mantienen que las teorías científicas no reflejan una realidad objetiva sino negociaciones sociales entre científicos. En su forma más básica, esta filosofía afirma que las teorías de los científicos más persuasivos y políticamente poderosos se convierten en hecho aceptado. Weinberg escribió acerca de uno de los libros sobre la materia, Constructing Quarks [Elaborando los quarks], de Andrew Pickering, que las negociaciones sociales en investigación son similares a la planificación que los escaladores podrían hacer juntos antes de subir al monte Everest. Pero a nadie se le ocurriría escribir un libro titulado Construyendo el Everest; una vez vista la cumbre de la montaña, afirmó Weinberg, la mayoría de las personas aceptaría que, al igual que las partículas elementales que dejan sus rastros en los detectores de partículas, se había demostrado que existía y no había sido construido mediante un pacto social. En general, según afirma, él cree que "la filosofía a medio cocer se ha entrometido a veces en la forma de hacer ciencia""[210].

 

Es característica recurrente en las confrontaciones teórico-políticas de alcance el que surjan o resurjan cada determinado tiempo y siempre en función de las contradicciones contextuales, modas que de un modo u otro cuestionan, relativizan o incluso niegan la capacidad humana de conocer y transformar los problemas a los que se enfrenta. Actualmente, con el nivel tecnocientífico alcanzado, es imposible sostener la incapacidad humana para transformar la realidad y más aún para crear otra nueva, aunque todavía quedan corrientes que elucubran sobre diversos grados de incapacidad de conocer esa realidad. Desde la perspectiva general de la filosofía de la praxis es el problema de la "esencia humana"[211], es decir, la capacidad de nuestra especie para comprender la realidad, o  en palabras de J. Wagensberg: "Encontrar la esencia oculta común entre dos cosas aparentemente diferentes equivale a comprender. (Por ello, la gravitación comprende tanto la caída de una manzana madura como las órbitas de los planetas). Es la inteligibilidad: lo que ayuda a comprender incluso cuando dos fenómenos aparentemente iguales resulta que, en esencia, no lo son, como la reflexión lunar en la selva y la difracción solar en el desierto"[212].

 

Pues bien, esta capacidad es relativizada al extremo entre otras corrientes por la escuela del Programa Fuerte[213], que niega esa base esencial y afirma que cada  cultura o sociedad tiene sus convenciones propias. Una de las variantes extremas de esta corriente relativista es la de la "realidad inventada", según la cual: "El que llega a comprender que su mundo es su propia invención debe acordar lo mismo a los mundos de sus semejantes"[214]. Los partidarios de la "realidad inventada" defienden cosas tan útiles para el FMI o EEUU o la burguesía en general, como resolverlo todo con la tolerancia mutua durante el proceso de diálogo entre las respectivas invenciones de cada cual. Y mientras tanto, al calor de la mutua tolerancia ¿qué hace el poder capitalista y su tecnociencia? La respuesta a esta pregunta carece de sentido porque incluso la pregunta misma es irrelevante, desde la tesis de la "realidad inventada", precisamente porque lo primero que habría que dilucidar es si el capitalismo es o no es una invención subjetiva e individual en vez de una realidad estructurante y objetiva.

 

Sin ir tan radicalmente al fondo del problema  en su respuesta, aunque sí siendo consciente del papel del militarismo en la evolución de la ciencia, C. Solís[215] insiste en la existencia de unas pautas básicas de racionalidad que explican la continuidad del pensamiento, aunque haya que concretar en cada período histórico y marco social específico las formas particulares que adquiere esa racionalidad básica a la especie humana.  Voy a poner un ejemplo de la dialéctica entre la racionalidad básica del pensamiento de nuestra especie y sus diversas formas de plasmación histórica, y ese ejemplo es el de la mecánica cuántica, enunciada tímidamente ahora hace un siglo pero decisiva en todos los sentidos. Como dice L. Orozco: "Más del 25% del producto mundial bruto depende directamente de nuestra comprensión de la mecánica cuántica; donde esté un transistor, un láser, una resonancia magnética, ahí está la presencia de la mecánica cuántica. La mecánica cuántica nos ha dado una comprensión cuantitativa de la materia y con ella herramientas esenciales de la física, la química y la biología para el avance de la tecnología que Planck ni siquiera imaginó cuando buscaba explicar la radiación de un cuerpo caliente"[216]. Todos sabemos la ideología política de Planck y su personalidad; sabemos también el contexto ideológico y de lucha de clases en la cultura germánica de la época; igualmente conocemos las discusiones entre la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, etc., pero es imposible negar que la mecánica cuántica ayuda a la especie humana --dejando ahora de lado la opresión patriarcal, nacional y de clase-- a conocer y transformar la realidad, y también, sobre  todo a crear nuevas realidades. 

 

La capacidad de comprender la realidad se basa en dos principios elementales: uno, que "sólo existe un único mundo, una unidad material y ontológica. La tesis de que existen en el mundo dos tipos de realidades, la material y la mental, conduce a toda serie de paradojas y resulta inaceptable", y otro que, "a pesar de la unidad ontológica del mundo, nos queda y siempre nos quedará una profunda diversidad epistemológica". Ambos principios básicos, además, se sustentan en otro esencial por su contenido dialéctico: "Una característica fundamental de la ciencia experimental es que resulta más fácil estudiar los cambios que las situaciones estables". Estas tesis de S. Rose[217], confirmadas por toda la experiencia científica --"Tal es precisamente el mensaje de la ciencia actual: el cambio y la evolución existen por doquier en el universo, en todos los niveles"[218]-- permiten comprender que  "las antiguas epístemes no desaparecen sino que persisten como substratos válidos para organizar esferas restringidas de la experiencia", de modo que en un momento podemos hacer caso a Newton y en otro a Einstein, según los niveles de práctica y experiencia, e incluso podemos creer en el espíritu de la Madre Tierra que llama a su seno a los objetos distantes, como nos explica muy bien N. K. Hayles: "Pero independientemente de cómo se conciba la gravedad, ningún paradigma viable podría predecir que cuando alguien salta desde un acantilado quedará espontáneamente suspendido en el aire"[219].

 


Una explicación más general pero igualmente válida nos la ofrecen Ibarra y Mormann: "La ciencia tiene una función principalmente pragmática de resolución de problemas. Este aspecto determina esencialmente a la ciencia como una actividad intencional de base decisoria"; para lo cual se trata de construir representaciones de la realidad desde un "enfoque monista", en el que la ciencia empírica, la matemática y la epistemología son estrategias representacionales "no esencialmente diferentes", porque "el concepto de representación asociado a la práctica científica y filosófica no se identifica con un dominio de aplicación establecido a priori, sino con prácticas representacionales efectivas (...) la representación puede interpretarse como un proceso dialéctico de reducción e inducción de complejidad, que permite eludir completamente el reductivo concepto de la representación como reflejo"[220].

 

Por la importancia que otorgo al problema esencial de la cognoscibilidad y capacidad de transformación de la realidad objetiva que tiene la especie humana me detengo un instante en la tesis de M Korshunov sobre la importancia de la subjetividad en la actividad creadora y en la verdad del conocimiento:

 

       "La verdad objetiva, si se crea mediante  la actividad del sujeto, ha de llevar forzosamente una perceptible huella de subjetividad (...) las operaciones con que el sujeto elabora el material y forma una representación científica del mundo son ellas mismas análogos peculiares de acciones objetuales prácticas. De ahí que tales operaciones no sean resultado de la actividad arbitraria de la mente humana, sino que se han elaborado históricamente en el transcurso de la interacción multisecular del hombre con el mundo circundante (...) tampoco el contenido de la verdad --dado que este contenido entra en la conciencia del hombre a través de determinados procedimientos de actividad mental y él mismo es un proceso-- puede entenderse sólo como una copia muerta  (...) la verdad es un producto de la actividad de las personas, de la sociedad humana, se deriva del nivel de desarrollo de la actividad práctica y del nivel de conocimiento ya alcanzado (...) El carácter subjetivo de la verdad estriba además en que ésta, siendo un reflejo adecuado del objeto, está siempre de algún modo vinculada con tareas, fines y necesidades del sujeto, a los que corresponde (...) Las tareas prácticas determinan lo que se ha de estudiar del objeto, dirigen al investigador hacia el conocimiento de aquellos aspectos que tienen un valor más esencial en la actividad práctica"[221].

 

Así presentada, se comprende por qué es imposible al pensamiento burgués aceptar tanto la filosofía de la praxis de nuestra especie como la dialéctica del conocimiento histórico-práctico, simplemente porque saca a relucir estas interrogantes ¿quién define e impone las tareas practicas que determinan lo que se ha de estudiar del objeto?, ¿quién impone el objeto mismo a estudiar? ¿quién, por qué, para qué y cómo define el valor más esencial de la actividad práctica? Las respuestas a estas interrogantes dependen en gran medida del sistema de racionalidad que se tenga pues, si se parte de la racionalidad esclavista y/o burguesa, resulta extremadamente difícil aceptar que existe un componente de explotación, de subjetividad opresora que no sólo de poder en abstracto, en el conocimiento concreto humano. ¿Acaso existen racionalidades diferentes dentro de una capacidad humana racional, antropológicamente asentada e históricamente demostrada? Desde luego que sí.

 

Si el problema se plantea en estos parámetros tan básicos desde la perspectiva general de la filosofía de la praxis, según hemos visto,  desde la perspectiva más detallada de la praxis científico-crítica se plantea el problema de la dialéctica del conocimiento y en especial de la evolución de los tres sistemas de racionalidad histórica occidental --la esclavista contemplativa sintetizada por Aristóteles, la burguesa técnico-ahistórica y metafísica sintetizada por Descartes y la histórico-práctica y dialéctica sintetizada por Marx-- según la muy valiosa tesis de J. Zelený[222]. Dentro de esta misma perspectiva, C. Cunchillos ha sintetizado así la enorme aportación de Faustino Cordón a la epistemología y al "eterno" choque entre el materialismo y la religión:

 

       "El enfoque de Cordón da, además, un nuevo impulso al conjunto de la ciencia, al plantear una nueva forma de conocer; superior al “cómo es”, propio de la etapa empírica de la ciencia, y al “por qué”, de la etapa experimental, la pregunta, propia de la etapa evolucionista, se nos vuelve “cuál es su origen”. Conocer la naturaleza de las cosas por su origen es, probablemente, el límite del conocimiento humano. Cordón nos demuestra, en su aplicación a la biología, que esta respuesta es posible y que el desarrollo experimental de esta disciplina ha acumulado, en los dos últimos siglos, una enorme cantidad de datos que considerados bajo el nuevo prisma permiten afirmar que la biología (la evolucionista) sabe muchas más cosas que las que los biólogos admiten. Con ello abre, en el campo de la biología (y en el de las ciencias humanas), una nueva etapa, la primera que permite un verdadero desarrollo teórico de estas disciplinas. Su extensión inevitable al resto del universo, nos lleva del mundo de la necesidad de Demócrito –en el que pasado y presente, encadenados en una única cadena causal necesaria, hacen el futuro inevitable, y donde el papel de la ciencia se reduce, todo lo más, a un intento de predicción de ese futuro necesario–, al universo de Epicuro, en el que el futuro, contingente, por serlo, no es predecible, pero sobre el que nuestro conocimiento nos permite actuar. Punto de vista que recupera el sentido social de la ciencia: conocer el mundo para tratar de modificar su devenir"[223].

 

Avanzar del "cómo es" al "cuál es su origen", pasando por el "por qué" supone un salto en la racionalidad contemplativista a la histórico- práctica, tras superar la técnico-ahistórica, en palabras de Zelený. Se soluciona así la materialización histórico-genética de la cualidad esencial del potencial humano de pensamiento racional que, según las contradicciones objetivas y los límites subjetivos de cada período histórico, se plasma en esas racionalidades concretas. Al introducir en el debate epistemológico el sistema de racionalidad  dominante en el contexto histórico del que tratemos, al hacerlo así, estamos negando uno de los principios básicos de la epistemología oficial y por tanto de la tecnociencia. En estas condiciones exigibles e inevitables de "politización" del conocimiento, toda tesis que defienda posturas cotemplativistas o ahistóricas es aceptada por el poder y masivamente difundida por sus medios de propaganda y manipulación, e incluso también, aunque a otra escala, la recuperación actual del irracionalismo de siempre que critica al método de científico-crítico como una "amenaza" para el "espíritu humano".

 

La respuesta de A. Jacquard a esta tontería consiste en mostrar  un gráfico en el que se ve al ser humano influenciado por tres flechas o fuerzas objetivas  preexistentes a él como son, una, la sociedad; otra, el medio en el que se desenvuelve y por último,  la información genética que posee por herencia biológica. Pero añade una cuarta  flecha circular sobre su cabeza, y es la libertad  y capacidad de autoestructuración. Continúa explicando los principios de la termodinámica, de la entropía, de la necesidad de generar estructuras nuevas, más complejas, más ricas en posibilidades de reacción que las estructuras anteriores y afirma:

 

       "El individuo no sólo es un objeto fabricado por sus genes, por su medio y por la sociedad que integra. Es también un sujeto que, en parte, se fabrica a sí mismo (...) Me parecer que un sistema social es "fascista" en la medida en que niega esta cuarta flecha, o que considera a cada ser como resultado sólo de los aportes externos. Si no se le permite entrar en el proceso de su propia creación o si se le condiciona de modo de evitar esta autocreación, en última instancia sólo será un objeto fabricado por más que goce de todas las atenciones necesarias para darle un cuerpo vigoroso y una cabeza bien ocupada. Por el contrario, todos los esfuerzos deberían orientarse a provocar que cada uno se apropiara de su devenir (...) La ciencia nos enseña a plantear mejor nuestras preguntas, es decir, a "ser"  más, ya que ser es ante todo interrogarse"[224].

 

Aunque sin citarla, el autor nos habla de la desalienación humana, del papel que la ciencia crítica tiene en la desalienación que no consiste en otra cosa que en superar el estadio del valor de cambio, ya que, en palabras de L. Silva la alienación es el tránsito generalizado del valor de uso al valor de cambio[225]. Ahora bien, la superación del valor de cambio no supone el retroceso al anterior estadio sociohistórico de un valor de uso poco desarrollado, es decir, al viejo tópico contrarrevolucionario del socialismo como "la socialización de la miseria". Este tópico, que se sustenta ahora también en todas las promesas del poder tecnocientífico capitalista para el siglo XXI y el III milenio de la cronología occidental, nos exige el debate revolucionario del concepto de "necesidad" y del de "progreso". Como de éste último ya hemos dicho algo, muy poco, al comienzo, sobre el de necesidad sólo puedo remitirme ahora al excelente texto de L. Bellester en el que analiza las consecuencias cualitativas que supuso el triunfo del capitalismo al supeditarlo todo absolutamente al valor de cambio, siendo el primer modo de producción en hacerlo[226].

 

La dictadura del valor de cambio determina, en el nivel de la tecnociencia, que todo el proceso que va de la investigación al desarrollo y a la aplicación productiva, para reiniciarse luego a una escala superior, más cualitativa y compleja, quede convertido en simple proceso productivo de una mercancía denominada "ciencia aplicada". Ahora bien, precisamente porque esa "ciencia aplicada" ha devenido en simple mercancía se cierra y completa su dependencia total a la producción capitalista, o en palabras de Marx: "como fuerza productiva del capital". Su capacidad creativa se mantendrá siempre que se mueva en el plano aislado e individual, en donde su racionalidad sea parcialmente activa, pero cuando salte al plano global, a la totalidad sinérgica de la sociedad entera, esa creatividad se invierte en destrucción, en irracionalidad, o en palabras de Marx:

 

       "Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas  fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos los medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las  fuerzas productivas de que disponen no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan ese obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas"[227]

 

Los 153 años transcurridos han confirmado su profunda "verdad histórica", pero este no es el debate ahora. Lo que me interesa debatir es si la concepción ontológica, epistemológica y axiológica que ya estaba inicialmente activa en estas palabras, y que se enriquecería mucho con los años de vida de su autor incluso en aspecto cualitativos y novedosos que no podemos exponer aquí, dando por supuesto que esa concepción no fue  la obra de una sola persona sino de un amplio movimiento internacional. Esta es una precisión importante en la que no me puedo extender, pero que se comprende muy fácilmente al otorgar a Aristóteles el papel de sintetizador de la racionalidad antigua, y a Descartes --¿y Newton?-- el de la racionalidad llamada "moderna". También se comprende esto recurriendo a Hegel y a Darwin --ambos admirados por Marx-- y a la actualidad de sus aportaciones, valía que no ha dudado en reivindicar G. Binnig: "¿Tiene algo que ver la teoría de Hegel de la tesis-antítesis-síntesis con mi modelo mental darwinista? Existen aspectos comunes. También en mi concepto, la dualidad representa un papel muy importante, no la dualidad de espíritu y materia, sino una dualidad originada entre  dos polos. Entre  ambos polos hay un equilibrio. Esto correspondería al concepto de tesis, con la antítesis como polo opuesto, y el equilibrio como síntesis"[228]

 

Desde esta perspectiva, el texto de Marx citado indica lo esencial de una concepción en la que ha desaparecido la racionalidad ahistórica cartesiana, cerrada y estática, como ya se la criticó en muchas ocasiones y en especial desde comienzos de los setenta por su incapacidad para entender el movimiento y el cambio[229], apareciendo la consciencia de que en los procesos surgen situaciones de crisis destructoras o creativas. Pero es una realidad sinérgica en la que la ascensión hacia la emergencia de lo nuevo y cualitativamente superior no es absoluto ni mecánico, sino que depende de sus propias contradicciones internas. Incluso se produce en el nivel de lo social el retroceso a lo viejo o el estancamiento, como más de una vez advirtieron Marx y Engels. Es decir, la racionalidad histórico-práctica de la que tratamos ya estaba siendo elaborada con más o menos sistematicidad y totalidad desde mediados del siglo XIX, e incluso antes si tenemos en cuenta a Hegel. La crisis de la mecánica newtoniana, la formación de la física cuántica y de la relatividad --con sus contradicciones y por ahora irreductibilidad--, el desarrollo de la teoría del caos y de la complejidad, la biología, etc., y los avances en una concepción más dialéctica de la epistemología, por no extendernos, aceleran esa dinámica. Así, Zelený puede decir en el texto antes citado:

 

Pero del mismo modo en que el triunfo de la racionalidad antigua, aristotélica, sólo puedo darse tras la derrota de la democracia-esclavista y de la simultánea represión del método presocrático, con su concepción praxística de la técnica y del conocimiento, según hemos visto; y del mismo modo que el triunfo de la racionalidad cartesiana y de la ciencia newtoniana se produjo no sólo mediante la lucha contra la cosmovisión medieval sino también, y a partir de un momento crítico sobre todo, contra las racionalidades alternativas de los movimientos revolucionarios emergentes, de igual modo pero a otra escala, la racionalidad histórico-práctica, lo que con algunas diferencias alguien ha denominado "paradigma emergente"[230], tiene que superar muchas dificultes "externas" e "internas" a la tecnociencia y al viejo paradigma mecanicista.  Una de esas dificultades, y no la menor, ya detectadas con mucha antelación, y que se inscribe de pleno en las características generales de toda revolución científica analizada por Khun y otros muchos, es la de la polisemia del lenguaje y sobre todo de ciertos conceptos o palabras que tiene una carga semántica reaccionaria muy fuerte en el imaginario social.

 

Por poner un ejemplo muy importante por el papel que juega en el nuevo paradigma tenemos el concepto de "azar", en el que intervienen tanto la ideología como la ciencia, según lo demostró Ph. Cazelle[231] hace tiempo, y otro tanto debemos decir del "caos", incluidas las tesis contrarias a la teoría del caos y de la existencia del azar,  como es el caso de R. Thom, autor de la teoría de la catástrofe[232]. De todos modos, y sin entrar ahora al debate sobre las ideas de este  último autor, la importancia del azar, ya intuida por los griegos, reafirmada por Hegel y luego, entre otros muchos, brillantemente expuesta por Havemann en sus relaciones con la casualidad y la necesidad, la posibilidad y la realidad[233], no ha sido sino confirmada otra vez: "Lo mismo que la historia humana, la historia de la vida parece muy susceptible a pequeñas acciones o influencias que se amplifican con el paso del tiempo hasta dar lugar a cambios tremendos (...) el camino de la evolución no está orquestado por el determinismo, sino por el azar"[234].

 

Las trabas sociales de todo tipo explican, además de otros factores, que en el occidente capitalista se haya tardado más que en la desaparecida URSS en comenzar a estudiar todo lo relacionado con la dinámica compleja[235], y la dialéctica orden/desorden, azar/necesidad, cantidad/cualidad, esencia/fenómeno, etc. Pero también en la URSS y en otros muchos países socialistas --por ejemplo, y sin extendernos, Cuba con las biotecnologías consideradas desde un criterio ontológico, epistemológico y axiológio cualitativamente superior al capitalista--, ayudó sobremanera el potencia teórico implícito en la concepción marxiana de "ciencia" a la que ya nos hemos referido algo al comienzo de este  texto. Y aunque las permanentes, brutales y genocidas agresiones imperialistas desde antes incluso de 1917 y la degeneración burocrática stalinista  hicieron demasiado daño, lo cierto es que la orgullosa tecnociencia capitalista tuvo que reconocer muchas veces la superioridad soviética en lo militar y en la "ciencia pura", como demostró L. R. Graham poco antes de que comenzase la implosión global de la URSS[236]. No sorprende entonces que, entre otros muchos filósofos y científicos formados en el método dialéctico usado en el llamado "bloque socialista", también el citado J. Zelený escribiera esto cuando buena parte  la tecnociencia capitalista seguía resistiéndose a investigar la complejidad:

 

       "Cada vez vienen a verse más confirmadas las representaciones de carácter probabilitario y estadístico de la realidad física --y no sólo física--. En la medida en que expresan estabilidad relativa y orden de fenómenos de masas, las características probabilitarias son características estructurales, que posibilitan la explicación de la dialéctica de la autonomía de los elementos en su dependencia de las características globales de los sistemas complejos. Estas características vienen vinculadas a la existencia de ciertas regularidades en la masa de eventos casuales y posibilitan la obtención de una expresión matemática de estas regularidades. Las características dinámicas y estáticas no pueden ser investigadas como guardando entre sí una relación de contraposición rígida. Corresponden a niveles organizativos diferentes de los objetos y procesos investigados y no a procesos determinados e indeterminados, como pensaban los autores de orientación metafísica"[237].

 

Conviene insistir en esta experiencia histórica irrefutable porque enseña cómo el desarrollo social y la aceptación oficial de un nuevo paradigma no dependen sólo de los factores "endógenos" e "internos" a l más o menos reducido grupo de especialistas  que discuten sobre ese paradigma sino, fundamentalmente, a la sociedad en su conjunto y, dentro de esta, a las fuerzas sociopolíticas más conscientes, aunque no sean estrictamente "científicas". Pese a las muy duras agresiones externas, enormes atrasos estructurales internos heredados del zarismo y la generación burocrática, pese a todo ello, la URSS alcanzó grandes logros como hemos dicho, y su contradictoria presencia azuzó debates e investigaciones epistemológicas que no debemos olvidar[238], y muy especialmente en las bases de la teoría del caos, uno de los pilares de la nueva racionalidad histórico-práctica, como muestran en un excelente capítulo sobre "orden en el caos" A. Woods y T. Grant[239]. Un ejemplo de la enorme carga política, filosófica y epistemológica y de las susceptibilidades en contra que tiene y genera la teoría del caos, con sus dos versiones, es el conjunto de críticas de todo tipo lanzadas contra I. Prigogine[240]. Ahora bien, y ciñéndonos sólo por un momento a las implicaciones filosóficas y epistemológicas en juego, leamos a Prigogine: "el universo es un gigantesco sistema termodinámico. En todos los niveles encontramos inestabilidades y bifurcaciones"[241].

 

Según la "apolítica" obra de E. N. Lorenz , por bifurcación se entiende: "En una familia de sistemas dinámicos, un cambio brusco de comportamiento a largo plazo de un sistema, cuando el valor de una constante cambia, pasando de ser inferior a ser superior a determinado valor crítico"[242]. No hace falta decir que esta definición científicamente demostrada es dialéctica pura, y en concreto la famosa ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo que crea lo nuevo. Y, sin extendernos, leamos qué nos enseña la física cuántica según P. Davies: "Que algo "ocurra porque sí" no viola necesariamente las leyes de la física. La brusca aparición de algo, sin causa alguna, puede entrar dentro del alcance de las leyes científicas si se tienen en cuenta las leyes cuánticas. Al parecer, la naturaleza es capaz de una auténtica espontaneidad (...) Aunque no tengamos una idea muy exacta de lo que ocurrió en el principio, al menos podemos ver que el origen del Universo a partir de la nada no tuvo por qué ser ilegítimo, antinatural o anticientífico. En otras palabras, no tuvo necesariamente que  ser un acontecimiento sobrenatural"[243]. 

 

Hasta aquí, y para ir ya concluyendo esta exposición, las implicaciones filosóficas, epistemológicas y hasta ontológicas --¿qué es la "materia" que resulta capaz de autogenerarse y generar posteriormente más cualidades debido a la tendencia a la complejidad existente en bastantes de sus sistemas?--, por no hablar de la axiología --¿cómo valorar los sistemas bióticos y prebióticos e incluso la naturaleza entera de esa "materia" capaz de autoorganizarse?--, son claras e inagotables, pero, por ello mismo, también son políticas y sociales, o sea, afectan a las llamadas "ciencias sociales". Hace una década, el siempre interesante y polémico G. Balandier afirmó que: "Si el saber científico da lugar a la incertidumbre es porque ha llegado a un mejor reconocimiento de la complejidad; la simplicidad y la estabilidad han llegado a ser la excepción, ya no son la regla"[244]. Marx y otros muchos firmarían esta constatación, y también estarían de acuerdo con que "Cuando el desorden, por su intensidad, su duración y su extensión se identifica con el caos, la incertidumbre y la inquietud ya no son las únicas manifestaciones que produce (...) El crac del lunes 19 de octubre de 1987, y el que resulta de él, da un vigor nuevo a la polémica del saber, el arte de los expertos y los sistemas técnicos a sus servicios (...)Se descubre que la máquina, por la cual la racionalidad se encuentra más completamente instrumentalizada, puede volverse loca (...) Los análisis, realizados a mayor distancia del acontecimiento y menos orientados por la búsqueda de culpables, plantean la pregunta más importante: la de la conversión brutal de la racionalidad en irracionalidad"[245].

 

Ahora bien, por su propia característica la teoría del caos permite muchas extrapolaciones cuando se pretende interpretar la vida social exclusivamente en base a ella. Así, simplificando en exceso la dinámica orden-desorden-autoorganización --otra actualización de la idea hegeliana de tesis-antítesis-síntesis-- se descualifica la dialéctica de contrarios antagónicos entre el orden y el desorden a una pobre mezcla o peor aún, una combinación. Mientras que la racionalidad histórico-práctica se reivindica de la lucha de contrarios irreconciliables que en determinadas condiciones pueden dar paso a un salto cualitativo --la bifurcación--, por su parte, algunas exageraciones del caos degeneran en posturas políticas abiertamente reformistas. Este es el caso, por ejemplo, de J. P. Dupuy:

 

       "En la ciencia clásica existía el orden por un lado y el desorden por otro, y estas dos nociones se oponían. Sin embargo lo que tienen en común los nuevos enfoques un deseo de pensamiento y de combinación simultáneos del orden y del desorden. Por ejemplo, la física de lo no lineal se interesa por lo que llaman situaciones críticas, es decir, situaciones de crisis. Lo que caracteriza a la crisis --a una crisis general-- es justamente la mezcla de orden y desorden. Estos conceptos separados se encuentran entonces mezclados. Esto es válido para la crisis de los sistemas físicos, pero también lo es para la crisis de los sistemas sociales, donde lo que es orden y desorden tiende a mezclarse, como en un carnaval en el que la sociedades representa e imita el desorden. Así, una explicación basada en la sociología de la ciencia podría decir que esta idea no podría nacer más que en una sociedad que estuviera ella misma en crisis. Una sociedad capaz de vivir y concebir la mezcla entre el orden y el desorden"[246]

 

La "combinación" de orden y desorden es, en el plano estrictamente social, algo inconcebible desde una perspectiva revolucionaria, aunque es el sueño alquímico de toda opción reformista y desde luego conservadora. Sería muy interesante entrar aquí al problema similar de la diferencia entre dialéctica y dialógica, tesis esta última preferida por Edgar Morín y que desborda los límites de este texto. Por esto, siempre en el contexto de toda sociedad basada en la explotación del trabajo de las mujeres, de los pueblos y de las clases dominadas, y de la esquilmación de la naturaleza, es tan importante el conocimiento de la permanente inestabilidad social y de la historicidad del conocimiento, de la verdad. En palabras de Brunet y Valero Iglesias:

 

       "La ciencia de los procesos irreversibles al recuperar la noción de temporalidad hace más compleja nuestra visión de la realidad social reemplazando el suelo de la sociología positiva (los sistemas sociales serían sistemas de equilibrio resultantes de procesos infinitamente reversibles) por una teoría de la  irreversibilidad  y la consiguiente incertidumbre, autoorganización e hipercomplejidad social ya que las orgnizaciones sociales no son puntos de equilibrio de sistemas pendulares sino complejos procesos irreversibles de autoorganización en un ambiente caótico (...) Y sin temor a equivocarnos debemos decir: todo lo que existe es histórico, y, concretamente, la idea de verdad. Y quizá, la sola función de la sociología de la ciencia consista en hacer ver las condiciones sociales de la producción de la verdad y de los límites del conocimiento del mundo natural y social. Hay que cuidarse de otorgar una realidad transhistórica la estructura del campo epistemológico dado que la razón científica es ella misma una creación histórica, por que, consecuentemente, sus criterios no pueden transcender las contigencias determinadas por las producciones históricas"[247].

 

Desde esta perspectiva, la praxis científico-crítica es un proceso permanente de autoconstrucción en la misma marcha, sin detenerse nunca y sin poder refugiarse en el seguro dogma de un puerto idealista. No existe un ejemplo mejor que la desalienación, es decir, del ascenso del valor de cambio al valor de uso, que el imaginarse una colectividad humana que debe crear y recrear su propia existencia, su "uso de vida" en una nace flotando en el espacio o en la mar.  Esta es la metáfora que Fernández-Buey ha rescatado de Otto Neurat y que se contraponen a la de Karl Popper. Mientras éste segundo sostenía que la ciencia se sustenta sobre unos débiles postes que le mantiene encima de un pantano o de una laguna, como si fuera un palafito, aquél, Neurat mantenía que: "somos como marineros que en alta mar tienen que cambiar las forma de su embarcación para hacer frente a los destrozos de la tempestad. Para transformar la quilla tendrán que usar maderos a la deriva o tal vez tablas de la vieja estructura. No podrán, sin embargo, llevar la nave a puerto para reconstruirla de nuevo. Y mientras trabajan tendrán que permanecer sobre la vieja estructura de la nave y luchar contra el temporal, las olas desbocadas y los vientos desatados. Ese es nuestro destino como científicos"[248].

 

Si exceptuamos la última frase de Neurat, la del "destino como científicos", atípica en  un marxista como él decía serlo pero muy típica en un positivista lógico como era en la práctica, el resto de la cita es totalmente válida para comprender la naturaleza del pensamiento humano y la importancia de la praxis  histórico-práctica. La posterior teoría de la "nave espacial Tierra" no es sino una adaptación de la de Neurat tras las críticas ecologistas. La metáfora de la balsa o de la nave me sirve porque ilustra la decisiva importancia de la praxis pues si algo le caracteriza es la capacidad de autocriticarse y autoorganizarse en el mismo proceso teórico-práctico. La humanidad no está en condiciones de perder el tiempo con divagaciones abstractas o con especulaciones pasivas. En nuestra situación sí que vale la afirmación de I. Stewart de que: "Cuando se estudia un problema científico, no sólo hay que considerar lo que sucede, sino también lo que podría haber sucedido"[249].  Naturalmente, llegar a esta conclusión no ha sido fácil, y ha sido necesaria una tremenda y a veces terrible acumulación de experiencias colectivas para terminar comprendiendo la urgencia de aplicar un pensamiento práctico e histórico, es decir, que tenga en cuenta tanto todos los efectos materiales o potenciales de las acciones posibles, como sus tiempos de evolución.

 

En un texto de obligada lectura, Engels dijo:

 

       "Pero no nos jactemos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Pues por cada una de esas victorias, ésta se venga de nosotros. Cada triunfo, es verdad, produce ante todo los resultados que esperamos, pero en segundo y tercer lugar provoca efectos distintos, imprevistos, que muy a menudo anulan el primero (...) A cada paso que damos se nos recuerda que en modo alguno gobernamos la naturaleza como un conquistador a un pueblo extranjero, como alguien que se encuentra fuera de la naturaleza, sino que nosotros, seres de carne, hueso y cerebro, pertenecemos a la naturaleza, y existimos en su seno, y que todo nuestro dominio de ella consiste en el hecho de que poseemos, sobre las demás criaturas, la ventaja de aprender sus leyes y aplicarlas de forma correcta. (...) Gracias a una experiencia prolongada, y a menudo cruel, y al hecho de que reunimos y analizamos materiales históricos, aprendemos poco a poco a obtener una visión clara de los efectos sociales indirectos, más remotos, de nuestra actividad productiva, con lo cual contamos con la oportunidad de controlarlos y regularlos. Pero esta regulación exige algo más que simple conocimiento. Exige una revolución total en nuestro modo de producción existente hasta ahora, y al mismo tiempos una revolución en todo nuestro orden social contemporáneo"[250]

                                                                                            

 

EUSKAL HERRIA  

                                                                                                 

31-1-2001

 

 

 



[1] Karl Marx: "El Capital. Crítica de la economía política". FCE. Mexico 1973, Vol. III. Pág. 94. 

[2] Karl Marx: "El Capital", Ops. Cit. Pág 95.

[3] Karl Marx: "El Capital Libro I Sexto Capítulo (inédito)". Colección Hilo Rojo, Barcelona 1997, págs 71-72.

[4] Marx y Engels: "Cartas sobre las ciencias de la naturaleza y las matemáticas", Anagrama, Barcelona 1975, y Manuel Sacristán: "El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia". En "Sobre Marx y marxismo". Icaria, Barcelona 1983, y, por no extendernos, J. Zeleny: "La estructura lógica de "El Capital" de Marx", Grijalbo, Barcelona 1974.

[5] Fernando Parra: "Diccionario de ecología, ecologismo y medio ambiente". Alianza Universal, Madrid 1984, pág. 126.

[6] Timothy Ferris: "La aventura del universo. De Aristóteles a la  teoría de los cuantos: una historia sin fin". Grijalbo-Mondadori, Barcelona 1995, pág. 325 y pág. 328.

[7] El País, 13-mayo-2000.

[8] Howard T. Odun: "Ambiente, energía y sociedad", Blume Ecología, barcelona 1980, pág 204 y ss.

[9] Henry Gee en El País del 15-marzo-2000.

[10] Ilya Prigogine (edit.): "El tiempo y el devenir. Coloquio de Cerisy". Gedisa, Barcelona 1996,  especialmente págs 55-75. 

[11] El País 12-julio-2000.

[12] Ramón Margalef: "Progreso: una valoración subjetiva entusiasta de casi la mitad de los cambios en los reses vivos", de "El progreso ¿Una concepto acabado o emergente?", J- Wagensberg y J.Agustí (edit.). Tusquets. Barcelona 1998, págs 184-185.

[13] J. Wagensberg, obra citada, págs 310-311.

[14] Jon Elster: "El cambio tecnológico. Investigaciones sobre la racionalidad y la transformación social". Gedisa, Barcelona 1990, pág.191.

[15] Juan B. Fuentes Ortega: "Antropológico ( El conocimiento como hecho antropológico)", en "Compendio de Epistemologia", de Jacobo Muñoz y Julián Velarde (edit). Editorial Trotta. Madrid 2000, págs 48-50.

[16] Joan Martínez Alier: "De la economía ecológica al ecologismo popular". Icaria, Barcelona 1992, pág. 84.

[17] José Manuel Naredo: "Energía, materia y entropía", en "Energía para el mañana". Aedenat, Madrid 1993, p´ga. 64.

[18] León Trotsky: "El nacionalismo y la economía". En "Escritos". Tomo V 1933-34, volumen I. Edit. Pluma. Colombia, 1976, pág. 242.

[19] Richard N. Adams: "Energía y estructura: una teoría del poder social". FCE. México D.F. 1983.

[20] Luis Jiménez Herrero: "Medio ambiente y desarrollo alternativo. Gestión racional de los recursos para una sociedad perdurable". Iepala Editorial. Madrid 1989, págs 340-356.

[21] Thmas McKeown: "Los orígenes de las enfermedades humanas". Crítica nº 211, Barcelona 1990, pág 63.

[22] A. Spirkin: "El origen de la conciencia humana". Edit. Platina, Buenos Aires 1965, pág.  193.

[23] Marvin Harris: "Caníbales y reyes". Salvat, Barcelona 1985, págs 122-161.

[24] Nigel Davies: "Sacrificios humanos", Grijalbo, Barcelona 1983, y Patrick Tierney: "Un latar en las cumbres", Muchnick, Barcelona 1991.

[25] André Leroi-Gourhan en "Los cazadores de la prehistoria" Orbis nº 54, Barcelona 1986, pág. 112

[26] Elman R. Service: "Los cazadores", Labor, Barcelona 1979.

[27] Marshall Sahlins: "Las sociedades tribales", Labor, Barcelona 1977, y "Economía de la Edad de Piedra", Akal Madrid  1983.

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[212] Jorge Wagensberg: "Es lo mismo, pero no es igual". En El País. 13-12-2000

[213] Lamo de espinosa, González García y Torres Albero: "La sociología del conocimiento y de la ciencia". Ops. Cit. Págs 515-537.

[214] Paul Watzlawitck y otros: "La realidad inventada ¿Cómo sabemos lo que creemos saber?". Gedisa Editorial, Barcelona 1993, págs 264-269.

[215] Carlos Solís: "Razones e intereses. La historia de la ciencia después de Khun". Gedisa, Barcelona 1994, pág. 92.

[216] Luis Orozco: "La nueva física cumple cien años". El País, 13-12-2000.

[217] Steven Rose: "Mentes, cerebros y piedras de Rosetta", en AA.VV: "Así son las cosas". Temas de Debate. Madrid 1996, págs 215-227.

[218] Michael Claessens: "Los descubrimientos científicos contemporáneos", Gedisa, Barcelona 1996, pág 163.

[219] N. Katherine Hayles: "La evolución del caos. El orden dentro del desorden en las ciencias contemporáneas".  Gedisa Barcelona 1993, págs 274-275.

[220] Andoni Ibarra y Thomas Mormann: "Representaciones en la ciencia. De laa invariancia estructural a la significatividad pragmática". Ediciones del Bronce, Barcelona 1997.

[221] M. Korshunov: "La teoría del reflejo y la actividad creadora". Ediciones Pueblos Unidos. Montevideo, 1973, págs 208-210.

[222] Jindrich Zelený: "Transformaciones en la  fundamentación gnoseológica de la ciencia actual", en "Dialéctica y conocimiento". Cátedra, Colección Teorema, Madrid 1982, págs 123-134.

[223] Chomin Cunchillos: "Faustino Cordón: el materialismo y la ciencia". Viento Sur, nº 53, Madrid noviembre 2000.

[224] Albert Jacquard: "La ciencia ¿una amenaza?  Interrogantes de un genetista". Gedisa. Buenos Aires 1983, pág 162-165.

[225] Ludovico Silva: "La alienación como sistema. La teoría de la alienación en la obra de Marx". Alfadil Ediciones, Caracas 1983.

[226] Luis Ballester Brage: "Las necesidades sociales". Síntesis. Madrid 1999 págs 233-280.

[227] Marx y Engels: "Manifiesto del Partido Comunista". Obras Escogidas. Editorial progreso, Moscú. Tomo 1, pág. 116.

[228] Gerd Binnig: "Desde la nada. Sobre la creatividad de la naturaleza y del ser humano". Galaxia Gutenberg, Barcelona 1996, pág 198.

[229] Maurice Caveing: "El proyecto racional de las ciencias contemporáneas", en AA.VV "Epistemología y marxismo". Edic. Martínez Roca, Barcelona 1974, págs 24-44.

[230] Miguel Marínez Miguelez: "El paradigma emergente. Hacia una nueva teoría de la racionalidad científica". Gedisa, Barcelona 1993.

[231] Ph. Cazelle: "El azar, la ciencia y la ideología". En AA. VV: "Dialéctica marxista y ciencias de la naturaleza". Colección R México 1977. Págs 57-97.

[232] René Thom: "La ciencia está atascada desde hace veinticinco años" en "Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo", de Guy Sorman, Seix Barral, Barcelona 1991, págs 46-54.

[233] Robert Havemann: "Dialéctica sin dogma", Ariel, Barcelona 1971, págs 127-144.

[234] Peter Douglas Ward: "El azar y la historia de la vida". En AA.VV: "Así son las cosas". Ops. Cit. Págs 137-142.

[235] N. Katherine Hayles: "La evolución del caos". Ops. Cit. Pág 20.

[236] Loren R. Graham: "Ciencia y filosofía en la Unión Soviética". Siglo XXI. Madrid 1976,

[237] Jindrich Zelený: "Transformaciones en la fundamentación gnoseológica de la ciencia actual". Ops. Cit. Pág. 132.

[238] J. M. Pérez Hernández: "Problemas filosóficos de las ciencias modernas". Contracanto, Madrid 1989, y  AA.VV: "La dialéctica y los métodos científicos generrales de investigación". Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, 1985, 2 volúmenes.

[239] Alan Woods y Ted Grant: "Razón y revolución. Filosofía marxista y ciencia moderna". Fundación F. Engels. Madrid 1995, págs 355-434.

[240] N. K. Hayles: "La evolución del caos". Ops. Cit. Págs. 123 y ss.

[241] Ilya Prigogine: "El fin de las certidumbres". Taurus, Madrid 1997, pág 214.

[242] Edward N. Lorenz: "La esencia del caos. Un campo de conocimiento que se ha convertido en parte importante del mundo que nos rodea". Debate. Madrid 1994, pág. 212.

[243] Paul Davies: "¿Qué sucedió antes del Big Bang?, en AA.VV: "Así son las cosas". Ops. Cit. Págs 43-50.

[244] Georges Balandier: "El Desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento". Gedisa, Barcelona 1989, pág. 57.

[245] Georges Balandier: "El desorden". Ops. Cit. Págs. 178-179.

[246] Jean Pierre Dupuy: "Orden, desorde yn autoorganización", en "Caos" Archipiélago, nº 13, Barcelona 1993, pág 60.

[247] Ignasi Brunet Icart y Luis F. Valero Iglesias: "Epistemología I Sociología de la ciencia". PPU, Barcelona 1996, pág 569.

[248] Francisco Fernández-Buey: "La ilusión del método". Crítica, Barcelona 1991, pág . 228.

[249] Ian Stewart: "Simetría: el hilo de la realidad", en AA.VV: "Así son las cosas". Ops. Cit. Págs263-269.

[250] Federico Engels: "El papel del trabajo en la transición del mono al hombre", en "Dialéctica de la naturaleza". Akal, Madrid 1978, págs 145-147.