Simon Singh
La revolución de Copérnico
Nacido en 1473 en una próspera familia
en Torun, a orillas del Vístula, en la actual Polonia, Copérnico fue elegido
canónigo en el capítulo de la catedral de Frauenburg, en gran parte gracias a
la influencia de su tío Lucas, que era obispo de Ermland. Habiendo estudiado
leyes y medicina en Italia, su principal cometido como canónigo era hacer de
médico y de secretario de Lucas. Estas no eran unas responsabilidades muy onerosas
y Copérnico podía dedicarse a varias actividades en su tiempo libre. Se
convirtió en un experto economista y en un consejero en la reforma monetaria, e
incluso publicó sus propias traducciones al latín de la obra del oscuro poeta
griego Theophylactus Simocattes.
Pero la gran pasión de Copérnico era la
astronomía, que le había interesado desde que, siendo estudiante, había
comprado un ejemplar de las Tablas alfonsinas. Este astrónomo aficionado se
obsesionaría cada vez más con el estudio de los movimientos de los planetas y
sus ideas le acabarían convirtiendo en una de las más importantes figuras de la
historia de la ciencia.
Sorprendentemente, toda la investigación
astronómica de Copérnico estaba contenida en tan sólo 1,5 publicaciones. Y lo
que es aún más sorprendente, estas 1,5 publicaciones apenas fueron leídas en su
época. El 0,5 se refiere a su primera obra, el Commentariolus [Pequeño
comentario], que estaba escrito a mano, nunca fue formalmente publicado y
circuló solamente entre unas cuantas personas aproximadamente hacia 1514. Sin
embargo, y en tan sólo veinte páginas, Copérnico sacudió el cosmos entero con
la idea más radical aparecida en el campo de la astronomía en los últimos mil
años. En la sección central de su panfleto estaban los siete axiomas en los que
se basaba su visión del universo:
1. Los cuerpos celestes no tienen un
centro común.
2. El centro de la Tierra no es el centro del universo.
3. El centro del universo está cerca del Sol.
4. La distancia de la Tierra al Sol es insignificante comparada con la
distancia a que se encuentran las estrellas.
5. El movimiento diario aparente de las estrellas es un resultado de la
rotación de la Tierra sobre su propio eje.
6. La secuencia aparente anual de movimientos del Sol es un resultado de la revolución
de la Tierra en torno a él. Todos los planetas giran alrededor del Sol.
7. El movimiento retrógrado aparente de algunos de los planetas es simplemente
el resultado de nuestra posición como observadores sobre una Tierra en
movimiento.
Los axiomas de Copérnico eran impecables
en todos los sentidos. La Tierra efectivamente gira, ella y los demás planetas
orbitan alrededor del Sol, esto explica las órbitas planetarias retrógradas, y
la no detección de la paralaje estelar se debía a la remota distancia a la que
se encontraban los planetas. No está claro qué fue lo que motivó a Copérnico a
formular estos axiomas y a romper con la cosmovisión tradicional, pero tal vez
fue la influencia de Doménico María de Novara, uno de sus profesores en Italia.
Novara simpatizaba con la tradición pitagórica, que estaba en la raíz de la
filosofía de Aristarco, y había sido Aristarco quien primero había postulado el
modelo heliocéntrico 1700 años antes.
El Commentariolus era el manifiesto de
un motín astronómico, una expresión de la frustración de Copérnico y de la
desilusión que le había provocado la horrible complejidad del antiguo modelo
ptolemaico. Más tarde condenaría el carácter de improvisación del modelo
geocéntrico con estas palabras: “Es como si un artista copiase las manos, los
pies, la cabeza y otros miembros de sus imágenes de diversos modelos, cada uno
de ellos excelentemente dibujado, pero sin relación alguna con un mismo cuerpo,
y en la medida en que cada uno de ellos no encajaría bien con el otro, el resultado
por fuerza tendría que parecerse más a un monstruo que a un hombre”. Sin
embargo, y a pesar de su contenido radical, el panfleto no suscitó demasiadas
reacciones entre los intelectuales europeos, en parte debido a que muy pocas
personas llegaron a leerlo y en parte debido a que su autor era un canónigo
poco importante que trabajaba en una de las regiones marginales de Europa.
Copérnico se pasó los treinta años
siguientes reelaborando el Commentariolus, ampliándolo hasta convertirlo en
un respetable manuscrito de unas doscientas páginas. Durante todo este
prolongado período de investigación, dedicó mucho tiempo a especular acerca de
cómo reaccionarían otros astrónomos ante su modelo del universo, que estaba
absolutamente en desacuerdo con el saber aceptado. Hubo incluso días en que
consideró la posibilidad de abandonar su plan de publicar la obra por temor a
ser ridiculizado por todos. Además, sospechaba que los teólogos se mostrarían
intolerantes con lo que ellos percibirían como una especulación científica
sacrílega.
Tenía motivos para estar preocupado. La
Iglesia demostró más tarde su intolerancia persiguiendo al filósofo italiano
Giordano Bruno, que formaba parte de la generación de disidentes seguidores de
Copérnico. La Inquisición acusó a Bruno de ocho herejías, aunque los
registros conservados no especifican cuáles eran. Los historiadores consideran
muy probable que Bruno hubiese ofendido a la Iglesia al escribir De l’infinito,
universo e mondi, en donde argumentaba que el universo es infinito, que las
estrellas tienen sus propios planetas y que la vida florece también en estos
otros planetas. Cuando fue condenado a muerte por sus crímenes respondió: “Por
ventura vosotros, los que pronunciáis esta sentencia, estáis más asustados que
yo, que la recibo”. El 17 de febrero de 1600, fue llevado al Campo dei Fiori de
Roma, desnudado, amordazado, atado de pies y manos y quemado en la hoguera.
El temor de Copérnico a la persecución
de la Iglesia podía haber significado el final prematuro de sus investigaciones,
pero afortunadamente, un joven erudito alemán de Wittenberg intervino. En 1539,
George Joachim von Lauchen, más conocido como Rheticus, viajó a Frauenburg para
conocer a Copérnico y estudiar su modelo cosmológico. Fue un gesto de osadía,
pues no sólo era muy probable que el joven estudioso luterano no fuera bien
recibido en la católica Frauenburg, sino que tampoco sus propios colegas
simpatizaban con aquella misión. Este estado de ánimo lo tipifica el propio
Martín Lutero, que dejó constancia escrita de una conversación de sobremesa
acerca de Copérnico: “Me han llegado rumores de que hay un nuevo astrónomo que
pretende probar que la Tierra se mueve y gira en vez de ser el cielo, el Sol y
la Luna los que lo hacen, como si alguien que estuviera viajando en un carruaje
o en un barco sostuviese que él estaba quieto y sin moverse mientras que el
suelo, los árboles, etc. serían los que se moverían. Este loco pretende poner
todo el arte de la astronomía patas arriba”.
Lutero consideraba a Copérnico “un loco
que iba en contra de las Sagradas Escrituras”, pero Rheticus compartía la
inquebrantable confianza de Copérnico de que el camino hacia la verdad
celestial está en la ciencia y no en las Escrituras. A sus sesenta y seis
años, Copérnico se sintió halagado por las atenciones del joven Rheticus, que
sólo tenía veinticinco y que se pasó tres años en Frauenburg leyendo el
manuscrito de Copérnico y proporcionándole un interlocutor interesado y tranquilidad
en la misma medida.
En 1541, la combinación de habilidades
diplomáticas y astronómicas de Rheticus le permitieron obtener la bendición de
Copérnico para llevar su manuscrito a la imprenta de Johannes Petreius en
Nuremberg para su publicación. Había planeado quedarse a supervisar él mismo
todo el proceso de impresión, pero fue súbitamente requerido en Leipzig por un
asunto urgente y tuvo que pasar la responsabilidad de supervisar la publicación
a un clérigo llamado Andreas Osiander. Durante la primavera de 1543, De
revolutionibus orbium coelestium [Sobre las revoluciones de las esferas
celestes] fue finalmente publicada y varios cientos de ejemplares de la misma
salieron con destino a Frauenburg.
Mientras, Copérnico había sufrido una
hemorragia cerebral a finales de 1542 y estaba postrado en cama, luchando por
mantenerse en vida lo suficiente como para poder ver con sus propios ojos el
libro publicado que contenía la obra de su vida. Los primeros ejemplares del
libro llegaron a sus manos justo a tiempo. Su amigo Tiedemann Giese escribió
una carta a Rheticus describiendo el terrible estado en que se encontraba
Copérnico: “Hacía ya muchos días que había perdido la memoria y el vigor
mental; solamente pudo ver completada su obra en el último momento, el mismo
día que murió”.
Copérnico había cumplido su objetivo. Su
obra presentaba al mundo un argumento convincente a favor del modelo
heliocéntrico de Aristarco. De revolutionibus era un tratado formidable, pero
antes de discutir su contenido hemos de abordar dos desconcertantes misterios
que rodearon su publicación. El primero de ellos se refiere al carácter
incompleto de los reconocimientos del libro. En la introducción a De
revolutionibus se mencionaba a varias personas, como el papa Pablo III, el
cardenal de Capua y el obispo de Kulm, pero no se citaba a Rheticus, el
brillante aprendiz que había desempeñado el papel vital de comadrona en el
nacimiento del modelo de Copérnico. Los historiadores no entienden la razón por
la que su nombre fue omitido y solamente pueden especular que dar crédito a un
protestante hubiera sido mirado con desaprobación por la jerarquía católica a
la que Copérnico quería impresionar. Una consecuencia de esta falta de
reconocimiento fue el hecho de que Rheticus se sintió desairado y no quiso
saber nada más de De revolutionibus una vez publicado.
El segundo misterio tiene que ver con el
prefacio al De revolutionibus, que fue añadido al libro sin el consentimiento
de Copérnico y que efectivamente contradice la sustancia de sus afirmaciones.
En breve, el prefacio socavaba lo que decía el resto del libro afirmando que
las hipótesis de Copérnico “no tienen por qué ser verdaderas, ni siquiera
probables”. Ponía de relieve las “absurdidades” del modelo heliocéntrico, dando
a entender que la detallada descripción matemática cuidadosamente argumentada
del propio Copérnico no era más que una ficción. El prefacio admite que el
sistema de Copérnico es compatible con las observaciones con un grado
razonable de exactitud, pero mutila la teoría afirmando que se trata
meramente de una forma conveniente de hacer los cálculos, más que un intento
de representar la realidad. El manuscrito original de Copérnico todavía existe,
por lo que sabemos que la introducción original del mismo era de un tono muy
diferente del que tiene el prefacio impreso y que trivializaba su obra. El
nuevo prefacio, por consiguiente, tenía que haber sido añadido después de que
Rheticus saliera de Frauenburg con el manuscrito. Esto significa que Copérnico
estaría ya en su lecho de muerte cuando lo leyó por primera vez, en un momento
en que el libro seguramente ya estaba impreso y era demasiado tarde para hacer
ningún cambio. Tal vez fue la visión de este prefacio lo que lo mandó a la
tumba.
¿Quién fue, pues, el que escribió e
insertó el nuevo prefacio? El principal sospechoso es Osiander, el clérigo que
asumió la responsabilidad de la publicación cuando Rheticus abandonó
Nuremberg para irse a Leipzig. Es probable que creyese que Copérnico sería
perseguido una vez que sus ideas se hiciesen públicas, y probablemente insertó
el prefacio con la mejor de las intenciones, confiando en que ello calmaría a
los críticos. Tenemos una prueba de la preocupación de Osiander en una carta
que escribió a Rheticus y en la que menciona a “los aristotélicos”, entendiendo
por ello a los que creían en la visión geocéntrica del universo: “Los
aristotélicos y los teólogos se apaciguarán fácilmente si les decimos que…
estas hipótesis no se postulan porque sean realmente verdaderas, sino porque
constituyen la forma más conveniente de calcular los aparentes movimientos
compuestos”.
Pero en el prefacio que Copérnico
hubiera deseado publicar era muy claro respecto a que estaba dispuesto a
adoptar una actitud desafiante ante sus críticos: “Probablemente habrá
charlatanes que, a pesar de su completa ignorancia del arte de las matemáticas,
se considerarán con derecho a emitir juicios sobre cuestiones matemáticas y
que, distorsionando gravemente determinados pasajes de las Escrituras por su
propio interés, se atreverán a buscar errores en mi empresa y a censurarla.
Hago caso omiso de ellos hasta el punto de desdeñar sus críticas como
infundadas”.
Habiendo reunido finalmente el coraje de
publicar el avance más importante y polémico en el campo de la astronomía desde
los antiguos griegos, Copérnico murió trágicamente sabiendo que Osiander había
tergiversado sus teorías como si de un simple artificio se tratase. Por
consiguiente, De revolutionibus iba a desvanecerse sin casi dejar rastro
durante las primeras décadas posteriores a su publicación, pues ni el público
ni la Iglesia se lo tomaron en serio. La primera edición no llegó a agotarse, y
el libro se reimprimió solamente dos veces durante el siglo siguiente. En
cambio, los libros que defendían el sistema ptolemaico se reimprimieron cientos
de veces en Alemania durante este mismo período.
De todos modos, el prefacio cobarde y
conciliatorio de Osiander al De revolutionibus fue sólo parcialmente
responsable de su falta de impacto. Otro factor fue el horroroso estilo de
Copérnico, que dio como resultado cuatrocientas páginas de texto denso y
complejo. Todavía peor, este era su primer libro de astronomía y el nombre de
Copérnico no era muy bien conocido en los círculos intelectuales europeos. Esto
no hubiera tenido unas consecuencias tan catastróficas, pero Copérnico estaba
muerto y no podía defender y promocionar su propia obra. La gota que colmó el
vaso fue que Rheticus, la única persona que podía haber defendido De
revolutionibus se había sentido desairado y ya no quería que lo asociaran con
el sistema copernicano.
Además, y al igual que había ocurrido
con la encarnación original de Aristarco del sistema heliocéntrico, el De
revolutionibus fue desestimado porque el sistema copernicano era menos preciso
que el modelo geocéntrico de Ptolomeo a la hora de predecir las futuras
posiciones de los planetas: en este sentido, el modelo, a pesar de ser
básicamente correcto, no se podía ni comparar con el de su rival, que era
fundamentalmente incorrecto. Hay dos razones para este extraño estado de cosas.
Primero, al modelo de Copérnico le faltaba un ingrediente esencial sin el
cual sus predicciones nunca podían ser lo suficientemente exactas como para
obtener la aprobación general. Segundo, el modelo de Ptolomeo había conseguido
su alto grado de precisión a base de hacer toda clase de ajustes en sus
epiciclos, deferentes, ecuantes y excéntricos, y casi cualquier modelo
incorrecto podría ser rescatado introduciendo en él todos estos artilugios.
Y, naturalmente, el modelo de Copérnico
estaba aquejado de todas las lacras que habían llevado al abandono del modelo
heliocéntrico de Aristarco (véase la Tabla 2, pp. 42-3). De hecho, el único
atributo del modelo heliocéntrico que lo hacía ser claramente mejor que el
modelo geocéntrico seguía siendo su simplicidad. Aunque Copérnico también llegó
a juguetear con los epiciclos, su modelo empleaba esencialmente una órbita
circular sencilla para cada planeta, mientras que el modelo de Ptolomeo era
desmesuradamente complejo, con todos sus epiciclos, deferentes, ecuantes y
excéntricos minuciosamente ajustados para todos y cada uno de los planetas.
Afortunadamente para Copérnico, la
simplicidad es un valor muy apreciado en el ámbito científico, como había
puesto de relieve Guillermo de Occam, un teólogo franciscano inglés del siglo
XIV, que se hizo famoso por defender que las órdenes religiosas no tenían que
tener propiedades y riquezas. Presentó sus puntos de vista con tanto fervor que
fue expulsado de la Universidad de Oxford y tuvo que trasladarse a Avignon, en
el sur de Francia, desde donde acusó al papa Juan XII de herejía. Naturalmente
fue excomulgado. Después de caer víctima de la Peste Negra en 1349, Occam se
hizo famoso póstumamente por su legado a la ciencia, conocido como la navaja de
Occam, que sostiene que si dos teorías o explicaciones compiten, entonces,
siendo todas las demás cosas igual, la más simple de las dos es la que tiene
más probabilidades de ser la correcta. Occam lo formuló del siguiente modo:
pluralitas non est ponenda sine necessitate (“No hay que postular la pluralidad
sin necesidad de ello”).
Imaginemos, por ejemplo, que después de
una noche tormentosa nos encontramos con dos árboles caídos en medio de un
campo, y no hay ninguna señal obvia de cuál ha sido la causa de su caída. La
hipótesis más simple sería que los árboles han sido derribados por la tormenta.
Una hipótesis más complicada podría ser que dos meteoritos habrían llegado
simultáneamente desde el espacio exterior, que cada uno de ellos habría chocado
contra un árbol, derribándolo, y que luego ambos meteoritos habrían rebotado,
chocando de frente entre sí y vaporizándose, lo que explicaría la falta de
cualquier tipo de evidencia material. Aplicando la navaja de Occam, decidimos
que la tormenta, y no los dos meteoritos gemelos, es la explicación más
probable, porque es la más simple. La navaja de Occam no garantiza que una
explicación sea correcta, pero normalmente apunta hacia la más correcta de
ellas. Los médicos a menudo se basan en la navaja de Occam cuando diagnostican una
enfermedad, y a los estudiantes de medicina se les suele dar el siguiente
consejo: “Cuando oigáis ruido de cascos, pensad en un caballo, no en una
cebra”. Por otro lado, los teóricos de la conspiración desprecian la navaja de
Occam, y a menudo rechazan una explicación más simple en favor de una línea de
razonamiento más rebuscada e intrincada.
La navaja de Occam favorecía más al
sistema copernicano (un círculo por planeta) que al modelo ptolemaico (un
epiciclo, un deferente, un ecuante y un excéntrico por planeta), pero la navaja
de Occam solamente es decisiva cuando dos teorías son igualmente fructíferas y
exitosas, y en el siglo XVI el modelo ptolemaico era claramente más fuerte en
varios aspectos: especialmente por el hecho de que hacía predicciones más
precisas de las posiciones planetarias. Así, la simplicidad del modelo
heliocéntrico fue considerada irrelevante.
Y para muchas personas el modelo
heliocéntrico era considerado todavía demasiado radical como para ser tenido en
cuenta, hasta el punto de que la obra de Copérnico puede haber tenido como
resultado la creación de un nuevo significado para una vieja palabra. Una
teoría etimológica afirma que la palabra “revolucionario”, cuando se refiere a
una idea que es absolutamente contraria al saber convencional, fue inspirada
por el título del libro de Copérnico, Sobre las revoluciones de las esferas
celestes. Y además de revolucionario, el modelo heliocéntrico del universo
también parecía completamente imposible. Esta es la razón de que la palabra
köpperneksch, basada en la forma alemana de decir Copérnico ha llegado a
utilizarse en el norte de Baviera para describir una proposición increíble o
ilógica.
En definitiva, el modelo heliocéntrico
del universo fue una idea que se adelantó a su tiempo, demasiado
revolucionaria, demasiado increíble y todavía demasiado poco precisa como para
encontrar un amplio respaldo. De revolutionibus estaba en unas cuantas
estanterías, en unos cuantos estudios y solamente fue leído por unos cuantos
astrónomos. La idea de un universo con el Sol en el centro había sido sugerida
por vez primera por Aristarco en el siglo V aC, pero había sido ignorada; ahora
había sido reinventada por Copérnico y estaba siendo ignorada de nuevo. El
modelo entraría en hibernación, esperando a que alguien lo resucitase, lo
examinase, lo refinase y le añadiese el ingrediente esencial que le faltaba y
que demostrase al resto del mundo que el modelo copernicano del universo era la
verdadera representación de la realidad. Efectivamente, quedaría en manos de la
nueva generación de astrónomos encontrar las pruebas de que Ptolomeo estaba en
un error y de que Aristarco y Copérnico estaban en lo cierto.
Epígrafe del capítulo 1 del libro de Simon Singh
Big Bang. El descubrimiento científico más importante de todos los tiempos y
todo lo que hay que saber del mismo.