Renán Vega Cantor
La
"sociedad del conocimiento": una falacia comercial del capitalismo
contemporáneo
Hace
mucho que se habla de la "casa inteligente", que regula por sí sola
la calefacción y la ventilación, o de la "nevera inteligente", que
encarga al supermercado la leche que se terminó. Nuevas creaciones son el
"carrito de compras inteligente", que llama la atención del
consumidor sobre las ofertas especiales, o la "raqueta inteligente",
que con un sistema electrónico embutido permite al tenista un saque especial,
mucho más potente. ¿Será éste el estadio final de la evolución intelectual moderna?
¿Una grotesca imitación de nuestras más triviales acciones cotidianas por las
máquinas, conquistando así una consagración intelectual superior? La
maravillosa sociedad del conocimiento aparece como sociedad de la información,
porque se empeña en reducir el mundo a un cúmulo de informaciones y
procesamientos de datos, y en ampliar de modo permanente los campos de
aplicación de los mismos.
Robert
Kurz(*)
Uno de las nociones más
recurrentes para justificar la implementación de las políticas neoliberales, en
términos educativos y laborales, es la de "sociedad del
conocimiento". Sin mayores explicaciones se suele afirmar que hemos
entrado a una nueva forma de organización social, en la que lo decisivo sería
el conocimiento y la información. En contravía con esa opinión, aquí sostenemos
que la "sociedad del conocimiento" es otro de los sofismas de la
vulgata de la globalización, sofisma esgrimido con la finalidad de justificar
el supuesto cambio de época en que nos encontraríamos y la pretendida pérdida
de importancia de los recursos naturales y de la producción material. Para
controvertir esa gaseosa imagen de la "sociedad del conocimiento" en
este ensayo consideramos tres cuestiones: en la primera se analiza el origen
del vocablo y se establecen algunas relaciones con el capitalismo actual; en la
segunda se escudriña en la forma como se concibe al conocimiento por parte de
aquellos que promueven la emergencia de una supuesta nueva sociedad; y en la
tercera se examina la contradicción evidente que resulta de constatar que,
mientras se presume que vivimos en una época pletórica de conocimiento, se haya
generalizado la ignorancia por todo el mundo.
El origen de la
noción de "sociedad del conocimiento" y el capitalismo realmente
existente
Ha habido una
retroalimentación "conceptual" entre los investigadores y las
instituciones financieras y burocráticas internacionales, por lo cual a veces
no es fácil diferenciar quién plagia a quién, es decir, si fueron los
investigadores de la "era de la información" los que usaron por primera
vez las nociones de sociedad y economía del conocimiento o fueron instituciones
como el Banco Mundial las que acuñaron esos términos y luego los investigadores
se dieron a la tarea de darles legitimidad y "contenido teórico" a
esos supuestos. Además, las funciones como consejeros gubernamentales en
materia de tecnología e información de algunos de esos teóricos son, por lo
menos, reveladoras de los intereses en juego. Así, Manuel Castells se ha
desempeñado como consejero de diferentes gobiernos europeos en materia de
información y también presidió una comisión de expertos que asesoró al gobierno
neoliberal de Boris Yeltsin en Rusia y Jeremy Rifkin se desempeñó como
consejero de la administración de Bill Clinton. Estos nexos con altas esferas
del poder indican que esos teóricos no son tan independientes como podría
pensarse y, de alguna forma, sus recomendaciones políticas y sus formulaciones
teóricas han estado influidas por los intereses del mundo de la informática. No
por casualidad, The Wall Street Journal, periódico neoliberal por
excelencia y vocero de los grandes intereses corporativos, calificó a Castells
como "el primer filósofo del ciberespacio".
Al margen de estos detalles "anecdóticos", lo
único cierto estriba en que, mucho más que los propagadores de las ideas clave
de la nueva vulgata, quien se ha encargado de legitimar mediante su difusión
ideológica y la contratación de expertos encargados de expandir en todo el
mundo esas ideas es el Banco Mundial, el cual ha introducido la noción de
"economía del conocimiento". Para dicho Banco esa "nueva
economía" se fundamenta primordialmente en el uso de ideas más que en el
de capacidades físicas, así como en la aplicación de la tecnología más que en
la transformación de materias primas o la explotación de mano de obra
económica. Se trata de una economía en la que el conocimiento es creado,
adquirido, transmitido y utilizado más eficazmente por personas individuales,
empresas, organizaciones y comunidades para fomentar el desarrollo económico y
social(1).
Una idea tan peregrina
como esta, que no se corresponde con la economía real de ningún país del mundo,
es repetida hasta el cansancio, a partir del momento en que hay dólares en
juego, por investigadores de todos los terrenos, en especial del campo educativo,
porque es evidente que el interés de la imagen de "sociedad de
conocimiento" es presentar una realidad irrebatible a la que deben
ajustarse los modelos escolares en todo el planeta. No sorprende, en
consecuencia, que el argentino Juan Carlos Tedesco, un funcionario de la
UNESCO, sostenga que "existe consenso (sic) en reconocer que el
conocimiento y la información estarían reemplazando a los recursos naturales, a
la fuerza/y o al dinero, como variables clave de la generación y distribución
del poder en la sociedad"(2).
De lo que se trata es
de saber quiénes han determinado que nos encontramos en una época en la cual
los recursos naturales ya no son importantes y ahora lo que cuenta es el
conocimiento y la información. Que se siga repitiendo esto después de que ha
quebrado la efímera "nueva economía" de las tecnologías de la
información y que se han generalizado las guerras de agresión de Estados Unidos
por apropiarse del petróleo y de los recursos naturales en distintos puntos de
la tierra (incluyendo a Colombia), demuestra o lo mal "informados"
que están los teóricos de la sociedad del conocimiento o los intereses que
defienden al negarse a considerar factores decisivos que ponen en cuestión el
supuesto eclipse de la realidad material en aras del conocimiento y la
información.
Súbitamente y sin ningún tipo de explicación, el Banco
Mundial utiliza indistintamente las nociones de "sociedad del
conocimiento" o "economía del conocimiento" como denominaciones
del capitalismo actual, términos que además están directamente relacionados con
la educación, arguyendo que el surgimiento de una economía global basada en el
conocimiento le ha conferido al aprendizaje un valor diferencial alrededor del
mundo. Las ideas, los conocimientos y la experiencia como fuentes del
crecimiento económico y del desarrollo, junto con la aplicación de nuevas
tecnologías, traen importantes consecuencias en la manera como las personas
aprenden y aplican sus conocimientos durante toda su vida(3).
La tan aclamada
"economía del conocimiento" tendría cuatro características
definitorias: la revolución de la información y el uso de nuevas tecnologías;
la reducción del ciclo de los productos, lo que ha aumentado la necesidad de la
innovación; una gran integración a la economía mundial y un mayor crecimiento
de los países que brindan mejor educación y salud a sus habitantes, entendidas
como actividades proporcionadas por el mercado; y, las empresas pequeñas y
medianas que suministran servicios cada día tenderían a ser más importantes(4). En
este contexto se agrega que "el aprendizaje permanente es la formación de
las personas para la economía del conocimiento" y en un "marco de
aprendizaje constante… las estructuras de la educación formal -primaria,
secundaria, superior, vocacional, etc.- no son tan importantes como el
aprendizaje del estudiante y la satisfacción de sus necesidades"(5).
Es decir, habría un
imperativo que condiciona la educación de la gente, formarse para participar en
la "economía del conocimiento", razón que determina todo lo
relacionado con la educación. Y es ese imperativo el que se ha exaltado como
premisa de la transformación del sistema educativo en concordancia con las
necesidades del mercado, porque "los sistemas educativos tradicionales,
aquellos en los que el docente constituye la única fuente de conocimiento, poco
se prestan para dotar de los necesario a las personas que deban trabajar y
vivir en una economía del conocimiento", en la cual el sistema educativo
"se tiene que orientar hacia competencias más que hacia grupos de
edades". Y, como para que no quede duda, se recalca que "el modelo de
aprendizaje permanente les permite a los estudiantes adquirir no sólo
habilidades adicionales sino también la clase de destrezas nuevas que exige
la economía del conocimiento, además de una mayor cantidad de habilidades
académicas tradicionales"(6).
En pocas palabras, la
llamada "sociedad del conocimiento" en el caso de las universidades
resulta ser una denominación que contradice el mismo sentido del conocimiento
de esas instituciones, que se supone debería ser universal, democrático y
pluralista. Por el contrario, lo que la "tal sociedad del
conocimiento" le depara a las universidades es algo completamente distinto
que niega el carácter democrático de la universidad, al especializar
"recursos humanos" funcionales para el capitalismo transnacional, una
fuerza de trabajo diestra técnicamente, poco costosa, que no piense y
absolutamente despolitizada. Ese es el "recurso humano" adecuado para
el capitalismo actual, pero en cuanto a la universidad se evaporan los
contenidos universales de lo que se enseña, ya que su función queda reducida a
impartir unos conocimientos técnicos especializados en concordancia con las
necesidades del mercado, y no con la de los seres humanos. Por este sesgo
economicista, en las universidades públicas de diversos lugares del mundo se ha
dado un giro hacia los conocimientos técnicos, abandonando los saberes
humanistas y éticos, convirtiendo a las ciencias sociales en unos dispositivos
funcionales a la tecnología y en esclavas del capitalismo transnacional. En
rigor, el saber es crítico, reflexivo, histórico y social, características
consideradas como completamente inútiles para los portavoces de la
"sociedad del conocimiento" a quienes sólo les interesa aquello que
es rentable de manera inmediata. Todo lo que no corresponda a la lógica del
lucro es desechado:
De aquí que las humanidades no sean, en modo alguno, un
lujo superfluo, sino algo "útil" en su sentido más noble y elevado,
esto es, en el sentido de que son necesarias para ayudarnos a formar nuestro
juicio político sobre el presente, a su vez entendiendo lo político en su
sentido más noble, esto es, como la actividad totalizadora y reflexiva, que a
cada cual compromete, sobre el conjunto de los problemas que nos afectan a
todos. Se comprende entonces de qué modo en las sociedades económicamente
avanzadas esa tenaza denominada por sus valedores "sociedad del
conocimiento" está cerrando sobre todos nosotros su círculo implacable de
barbarie cognoscitiva y política… Dentro de este círculo resulta un lujo
superfluo toda disciplina genuinamente humanista necesaria para la formación
del juicio político del ciudadano, razón por la cual el círculo de la
"sociedad del conocimiento" deberá tender a cerrarse sobre la base de
esta última exclusión de sus contenidos, la de los estudios de humanidades(7).
La noción ligera y sin
sentido de "Sociedad del Conocimiento", un sinónimo de "Sociedad
de la Información", es otro intento terminológico del capitalismo por
camuflarse con un nuevo nombre, pretendidamente neutro y con intencionalidades
políticas evidentes, porque ¿quién querría oponerse al conocimiento? Los
cultores de esa noción afirman que el rechazo sólo puede provenir de los
fundamentalistas religiosos o de cavernarios que reivindican la ignorancia y
que se oponen al "progreso". Sin embargo, la pregunta cambia por completo
de sentido si nos demandamos ¿quien puede y debe oponerse al capitalismo?, lo
cual nos remite a una forma de organización social y no a un determinado tipo
de conocimiento o información. Y esta pregunta aclara el panorama, a partir del
momento que entendemos la idea de "conocimiento" que subyace entre
aquellos que alardean de la "sociedad del conocimiento", como veremos
enseguida.
¿Cuál es la idea de
conocimiento que sustenta la pretendida constitución de la "sociedad del
conocimiento"?
Una pregunta de fondo
para entender el sentido profundo de lo que está en juego con el término que
estamos comentando, consiste en determinar ¿cuál es la noción de conocimiento
que se encuentra tras el eslogan de "sociedad de conocimiento"? Y la
decepción no puede ser más grande al constatar que, para los teóricos de la
"nueva era", "conocimiento" es sinónimo puro y simple de
información, lo cual pone de presente que no se está hablando de ninguna
reflexión intelectual sino de procesamiento de información a vasta escala,
llegando a plantear incluso la existencia de una "inteligencia
artificial" de tipo maquinal. Por eso se habla de la casa inteligente, del
automóvil inteligente, de la cafetera inteligente, del congelador inteligente…
y mil denominaciones por el estilo, en verdad poco inteligentes, que están
relacionadas con un comportamiento mecánico que se desarrolla a partir de unos
determinados códigos informáticos. ¡Que eso pueda catalogarse como inteligente,
no pasa de ser una estupidez!
Siguiendo con la lógica
mecánica de la "inteligencia artificial", en la "era de la
información" el saber se puede expresar en la ecuación: tecnología +
cantidad de información = conocimiento. Los términos de esta ecuación
expresan claramente a lo que se reduce el conocimiento en estos momentos: al
empleo de tecnologías que aceleran el procesamiento de información, las cuales
generan un gran cúmulo de datos, cuya cantidad supera la capacidad de
procesamiento individual de una persona, sin que eso signifique en verdad
conocimiento, entendiéndolo como producto de la acción de pensar, de
reflexionar o de teorizar. Porque, además, cuando en la ecuación mencionada se
habla de cantidad se sobreentiende que se está señalando la velocidad en
procesar información y de su carácter efímero y desechable.
Un revelador ejemplo de
lo que se entiende por "conocimiento" en la "sociedad del
conocimiento" lo encontramos en una nota de prensa en la que se informaba
que "a pedido de la agencia espacial canadiense, la empresa Tactex desarrolló
en British Columbia telas inteligentes. En trozos de paño se cosen una serie de
minúsculos censores que reaccionan a la presión. Ante todo, la tela de Tactex
debe ser probada como revestimiento de asientos de automóviles. Reconoce a
quien se sentó en el asiento del conductor... El asiento inteligente
reconoce el trasero de su conductor". Como bien lo comenta el filosofo
alemán Robert Kurtz, "para un asiento de automóvil, se trata seguramente
de un hecho grandioso", pero eso "no se puede considerar en serio
como un paradigma del ‘acontecimiento intelectual del futuro’. El problema
radica en que el concepto de inteligencia de la sociedad de la información -o
del conocimiento- está específicamente modelado por la llamada ‘inteligencia
artificial’", lo cual quiere decir que "estamos hablando de máquinas
electrónicas que por medio del procesamiento de datos tienen una capacidad de
almacenamiento cada vez más alta para simular actividades rutinarias del
cerebro humano"(8).
Y a esa capacidad de
almacenar millones de datos y de procesarlos en poco tiempo en los computadores
se ha bautizado como "memoria", lo cual es un eufemismo puesto que
esa función no se parece en nada a la prodigiosa memoria humana. En efecto, mientras
nuestra memoria está ligada al cuerpo y a las emociones, lo que se ha
denominado inadecuadamente como "memoria" en el computador es algo
muerto, un simple deposito de datos. Lo mismo puede decirse de la inteligencia,
cualidad esencialmente humana, de ahí que sea impropio hablar de inteligencia
artificial o cosas por el estilo. Ya lo dijo J. Weizenbaum, "por mucha
inteligencia que los ordenadores puedan obtener ahora o en el futuro, la suya
será una inteligencia ajena a los auténticos problemas y preocupaciones
humanos"(9).
Un caso extremo de lo
que se entiende por conocimiento en el capitalismo actual nos lo proporciona
Jeremy Rifkin cuando sostiene que hasta los robots y los computadores con
avanzados sofwares "están invadiendo las últimas esferas humanas disponibles:
el reino de la mente. Adecuadamente programadas, estas nuevas ‘máquinas
pensantes’ son capaces de realizar funciones conceptuales, de gestión y
administrativas y de coordinar el flujo de producción, desde la propia
extracción de materias primas hasta el marketing y la distribución de
servicios y productos acabados"(10). Esta apreciación nos ayuda a
entender que en la "nueva era", el "conocimiento" hace
referencia a pura y simple información -hasta el punto que los mecánicos robots
"piensan" y "conocen" a ese nivel- porque las Nuevas
Tecnologías de la Información suministran datos de poca calidad, superficiales
y abundantes pero sin ningún tipo de profundidad y en muchos casos falsos. No
proporcionan ninguna guía moral o intelectual sobre qué tipo de información
deberíamos seleccionar y cómo deberíamos evaluarla. En la "sociedad del
conocimiento", hay grandes posibilidades para escoger el color del
automóvil, el modelo de móvil o los ingredientes de la pizza, o sea,
trivialidades. Por esta circunstancia, "gran parte de la explosión de
conocimiento es… algo gaseoso, en el que el estilo prevalece a la sustancia, en
que la mayoría de las personas sólo tienen elección respecto a lo que se
refiere a cosas no esenciales de la vida, en el que ‘todo lo sólido se diluye
en el aire’"(11).
Y lo que es peor aún,
en una muestra de cinismo digno del capitalismo contemporáneo, a nombre de una
supuesta e irreversible "sociedad del conocimiento" se pretenden dos
cosas, respectivamente en los terrenos laboral y educativo: por un lado,
sostener que el único trabajo importante sería aquel que realizan quienes
laboran en la esfera del "conocimiento"; y, por otro lado, que los
profesores deben perder todos sus derechos como sujetos de la educación en aras
de ajustarse a los requerimientos de la "economía del conocimiento".
Con respecto a la cuestión del trabajo, es una ficción decir que los
trabajadores del conocimiento son los del futuro porque esas actividades son
las que más se expanden y consolidan, cuando para que aquéllos existan -siendo,
además, una notable minoría- es indispensable el trabajo degradado de los
proletarios, viejos y nuevos, de la era industrial, sometidos a regímenes
inhumanos de explotación en las zonas más pobres del mundo, además que muchos
de los "trabajadores simbólicos" son tan explotados como los
trabajadores materiales, como sucede con los ingenieros informáticos en la
India o con los empleados del Valle de Silicio, en los propios Estados Unidos.
Y en cuanto a los profesores, es significativo que cuando más se pregona sobre
la fábula de la sociedad del conocimiento aquellos sean las principales
victimas: victimas del desmonte de los mecanismos reguladores de los Estados,
victimas de la privatización, victimas de la reducción del gasto social,
victimas de la taylorización de los sistemas de trabajo con la extensión de la jornada
laboral a un ritmo brutal, victimas de la desestructuración de las familias
empobrecidas de la mayor parte de los estudiantes, victimas de las reformas
educativas neoliberales que lo consideran como el único responsable de la mala
calidad de la educación, en fin, victimas del capitalismo realmente existente,
lo cual hace muy dudoso suponer que puedan estar actuando y laborando en una
"sociedad del conocimiento", más bien en una sociedad de la
ignorancia generalizada.
Ante todo esto, se
puede recordar que las tan mentadas "sociedad del conocimiento" y
"economía del conocimiento" -simples eufemismos de capitalismo-
debilitan las comunidades, socavan las relaciones entre los seres humanos y
afecta negativamente la vida pública. Por ello, "una de las últimas
instituciones públicas supervivientes, la educación pública y sus docentes
deben preservar y reforzar las relaciones y el sentido de ciudadanía que la
economía de conocimiento está amenazando"(12), y por tal razón debe afrontar el
reto de preparar en valores solidarios que enfrenten al capitalismo actual y
las diversas expresiones de su fundamentalismo de mercado.
3. ¿"Sociedad
del conocimiento" o capitalismo de la ignorancia generalizada?
Definir al capitalismo
actual como una sociedad del conocimiento no sólo es pretencioso sino falso, si
comparamos a esta forma de organización social con otras que han existido, y
algunas que sobreviven, a lo largo de la historia. En rigor, todas las
sociedades han sido sociedades del conocimiento porque para la supervivencia de
cada una de ellas se ha necesitado de un cierto cúmulo de conocimientos
producidos por los seres humanos en una determinada fase histórica. No debe
olvidarse que el conocimiento es histórico, y por lo tanto relativo, y lo que
hoy es visto como algo elemental, en su momento hizo parte de una compleja
trama de relaciones y de productos culturales. Desde este punto de vista, todas
las sociedades que han existido han sido sociedades del conocimiento, y si esto
es así nada ganamos con denominar al capitalismo actual de esa manera pues eso
no lo distingue de ninguna otra forma de organización social. Una sociedad de
cazadores o de recolectores puede incluso basarse mucho más en el conocimiento
que la sociedad actual, a pesar de que hoy estemos rodeados de artefactos
tecnológicos, por la sencilla razón que ese conocimiento específico era
imprescindible para su supervivencia, siendo algo más que pura información. Por
ejemplo, los cazadores de Kung San, del desierto de Kalahari, si que podían
catalogarse como una auténtica sociedad del conocimiento por la forma como
desarrollaban sus actividades cotidianas, como lo ilustra este breve relato de
Carl Sagan:
El pequeño grupo de cazadores sigue el rastro de
huellas de cascos y otras pistas. Se detienen un momento junto a un bosque de
árboles. En cuclillas, examinan la prueba más atentamente. El rastro que venían
siguiendo se ve cruzado por otro. Rápidamente deciden qué animales son los
responsables, cuántos son, qué edad y sexo tienen, si hay alguno herido, con
que rapidez viajan, cuánto tiempo hace que pasaron, si los siguen otros
cazadores, si el grupo puede alcanzar a los animales y, si es así, cuánto
tardaran. Tomada la decisión, dan un golpecito con las manos en el rastro que
seguirán, hacen un ligero sonido entre los dientes como silbando y se van
rápidamente. A pesar de sus arcos y flechas envenenadas, siguen en su forma de
carrera al estilo de una maratón durante horas. Casi siempre han leído el
mensaje en la tierra correctamente. Las bestias salvajes, elands u okapis están
donde creían, en la cantidad y condiciones estimadas. La caza tiene éxito.
Vuelven con la carne al campamento temporal. Todo el mundo lo festeja(13).
Este caso demuestra que
los seres humanos siempre nos hemos esforzado por acumular y transmitir
conocimientos y toda sociedad se define por los conocimientos de los que
dispone, lo cual "vale tanto para el conocimiento natural como para el
religioso o la reflexión teórico-social". Por esto, "parece increíble
que desde hace algunos años se esté difundiendo el discurso de la
"sociedad del conocimiento… como si sólo ahora se hubiese descubierto el
verdadero conocimiento y como si la sociedad hasta hoy no hubiese sido una
"sociedad del conocimiento""(14).
La confusión que se
esconde detrás de la muletilla "sociedad del conocimiento" estriba en
suponer que conocimiento es sinónimo de información, porque si de algo está
inundado nuestro mundo es de información, que desinforma y desmoviliza. En
sentido estricto, información no es conocimiento, cuando mucho conocimiento
trivial, similar a estar enterado del movimiento de la bolsa de valores o del
momento en el que llega el próximo bus a la estación de Transmilenio. Cuando se
mezclan como sinónimos conocimiento e información en realidad están en juego dos
categorías de conocimiento: el de las señales y el funcional. Este último está
reservado a la elite tecnológica "que construye, edifica y mantiene en
funcionamiento los sistemas de aquellos materiales y máquinas
"inteligentes". El conocimiento de las señales, por el contrario,
compete a las máquinas, pero también a sus usuarios, por no decir a sus objetos
humanos. Ambos tienen que reaccionar automáticamente a determinadas
informaciones o estímulos. No necesitan saber cómo funcionan esas cosas; sólo
necesitan procesar los datos "correctamente". Este es un
comportamiento mecánico basado en la informática que sirve para programar
secuencias funcionales. En realidad,
Se trabaja con procesos describibles y mecánicamente
re-ejecutables, con medios formales, por una secuencia de señales (algoritmos).
Esto suena bien para el funcionamiento de tuberías hidráulicas, aparatos de fax
y motores de automóviles; está muy bien que haya especialistas en eso. Sin
embargo, cuando el comportamiento social y mental de los seres humanos es
también representable, calculable y programable, estamos ante una
materialización de las visiones de terror de las modernas utopías negativas.
Esa especie de conocimiento social de señales sugiere vuelos mucho menos
audaces que los del famoso perro de Pavlov. A comienzos del siglo XX, el
fisiólogo Ivan Petrovitch Pavlov había descubierto el llamado reflejo
condicionado. Un reflejo es una reacción automática a un estímulo externo. Un
reflejo condicionado o motivado consiste en el hecho de que esa reacción puede
ser también desencadenada por una señal secundaria aprendida, que está ligada
al estímulo original. Pavlov asoció el reflejo salival innato de los perros
ante la visión de la ración de comida con una señal, y pudo finalmente provocar
también ese reflejo utilizando la señal de manera aislada. Por lo que parece,
la vida social e intelectual en la sociedad del conocimiento -o sea, de la
información- debe orientarse por un camino de comportamiento que corresponda a
un sistema de reflejos condicionados: estamos
siendo reducidos a aquello que tenemos en común con los perros, puesto que el
esquema de estímulo-reacción de los reflejos tiene que ver absolutamente con el
concepto de información e "inteligencia" de la cibernética y de la
informática(15).
Y si algún conocimiento
es limitado y parcial es el de las señales, de donde resulta profundamente
empobrecedor y restringido que los seres humanos se guíen y actúen en
concordancia con "las señales del mercado". "Este conocimiento
miserable de las señales no es, a decir verdad, ningún conocimiento. Un mero
reflejo no es al fin y al cabo ninguna reflexión intelectual, sino exactamente
lo contrario. Reflexión significa no sólo que alguien funcione, sino también
que ese alguien pueda reflexionar ‘sobre’ tal o cual función y cuestionar su
sentido"(16).
La escasa reflexión
intelectual que caracteriza a los profetas de la "sociedad del
conocimiento" queda en evidencia cuando se constata que aunque la
información crece en forma alocada, el conocimiento real disminuye y se
generaliza la estupidez televisiva. Al fin y al cabo que más puede esperarse de
"una conciencia sin historia, volcada hacia la atemporalidad de la
‘inteligencia artificial’ que pierde cualquier orientación", porque
"la sociedad del conocimiento, que no conoce nada de sí misma, no tiene
más que producir que su propia ruina. Su notable fragilidad de memoria es al
mismo tiempo su único consuelo"(17).
La pretendida
"sociedad del conocimiento" es una auténtica falacia si se considera,
por ejemplo, que según las mismas proyecciones que se efectúan en países como
los Estados Unidos, el 70 por ciento de los puestos de trabajo que se crean en
ese país no requieren de ninguna preparación profesional y menos de educación
universitaria. El sofisma de la "sociedad del conocimiento" pretende
ocultar que en estos momentos lo que se está generando es la más espantosa
desigualdad social, expresada por supuesto en la educación, en la que una
ínfima minoría accede a todo tipo de servicios educativos, mientras que la
mayoría no tiene ninguna posibilidad de capacitarse, entre otras cosas porque
el mercado laboral demanda en todos los países del mundo trabajo barato y sin
ninguna preparación, como se observa en las maquilas y en las fabricas de la
muerte que se implantan en todo el planeta.
Además, es
verdaderamente cínico que se asuma una noción tan vaporosa como la de
"sociedad del conocimiento" cuando lo que predomina en el capitalismo
actual es la ignorancia generalizada en todos los terrenos, como se constata
con los 800 millones de analfabetos que hay en el mundo, a lo cual deben
agregarse otros millones de analfabetos funcionales -es decir, aquellos que
aunque supuestamente sepan leer y escribir no están en capacidad de entender lo
que leen ni de expresarse coherentemente a través de la escritura- y la
"ignorancia sofisticada" de los que siendo expertos o profesionales
no pueden pensar en el sentido estricto del término, entre los que hay que
incluir forzosamente a los que se mueven en el terreno de la informática y la
cibercultura, cuyo pensamiento es bastante tosco y rudimentario.
Tampoco tiene mucho
sentido catalogar al capitalismo como una sociedad del conocimiento cuando
asistimos a la destrucción de miles de lenguas y a una bestial homogeneización
cultural a nombre de los "valores superiores" de la "economía de
mercado" y de su tecnología informática, la que ni siquiera es capaz de
almacenar información para el corto plazo, digamos unos 20 años. Esto último
supone que buena parte de la información generada después de 1980 y que se ha
depositado en disquetes, CDs y otros dispositivos ni siquiera existe hoy,
habiéndose perdido por completo y para siempre, dado que los nuevos mecanismos
electrónicos no son capaces de leerla. Desde esta perspectiva, para la memoria
colectiva de la humanidad ha sido más importante el papiro que nos ha legado
información durante miles de años que los discos de computadora que solamente
almacenan información fugaz, que tiene tan corta vida como las máquinas en que
se procesa y como la "memoria" de los tecnócratas neoliberales.
Para terminar, no tiene
sentido hablar de "sociedad del conocimiento" en momentos en que se
presenta el mayor genocidio cultural de todos los tiempos, patentizado en la
desaparición acelerada de cientos de idiomas en todo el mundo, lo cual está
asociado a la brutal imposición del inglés. Cada lengua que se pierde supone la
desaparición de saberes extraordinarios sobre medicina, botánica, ecosistemas y
el clima y conocimientos esenciales para el desarrollo de la agricultura. Al
mismo tiempo, la erosión cultural que caracteriza a la sociedad capitalista
actual se manifiesta, por ejemplo, en que los autores más traducidos y más
leídos en el mundo escriben en inglés, y la mayor parte de esos autores (como
Stephen King) han escrito libros basura, es decir, textos que no aportan nada
ni al conocimiento ni al arte sino que son productos comerciales desechables
sin ninguna utilidad duradera, tales como novelas tontas, ciencia-ficción de
pésima calidad, recetas de cocina o técnicas para adelgazar. Por todo ello,
podemos concluir señalando que paradójicamente, y en contra de los lugares
comunes, "nuestra generación es la primera en la historia que ha perdido
más conocimiento del que ha adquirido"(18).
(*) Robert Kurz, "La ignorancia de
la Sociedad del Conocimiento", en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247.
(Subrayado nuestro)
(1). Banco
Mundial, Aprendizaje permanente en la economía global del conocimiento.
Desafíos para los países en desarrollo, Bogotá, Banco Mundial, Alfaomega,
2003, p. 1
(2). Juan
Carlos Tedesco, Educar en la sociedad del conocimiento, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 11-12.
(3). Banco
Mundial, op. cit., p. xiv.
(4). Ibíd.
(5). Ibíd.
(6). Ibíd.,
p. 31. (Subrayado nuestro).
(7). Juan
B. Fuentes Ortega y Mª José Callejo Herranz, "En torno a la idea de
"sociedad del conocimiento": Crítica (filosófico-política) a la LOU,
a su contexto y a sus críticos", en www.filosofia.net/materiales/num/num17/Critilou.htm
(8). R.
Kurtz, "La ignorancia en la Sociedad del Conocimiento", en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247
(9). Citado
en Theodore Roszak, El culto a la información. El folclore de los
ordenadores y el verdadero arte de pensar, México, Editorial Grijalbo,
1990, p. 148.
(10). J.
Rifkin, The End of Work. The Decline or the Global Labor Force and the Dawn
of the Post-Market Era, Nueva York, Putnan Book, 1995.
(11). Andy
Hargreaves, Enseñar en la sociedad del conocimiento. La educación en la era
de la inventiva, Madrid, Editorial Octaedro, 2003, p. 53.
(12). Ibid.
(13). Carl
Sagan, El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad,
Bogotá, Editorial Planeta, 1997, p. 339
(14). Robert
Kurz, "La ignorancia de la Sociedad del Conocimiento", en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247
(15). Ibíd.
(Subrayado nuestro).
(16). Ibíd.
(17). Ibíd.
(18). Pat
Roy Mooney, El siglo ETC. Erosión, transformación tecnológica y
concentración corporativa en el siglo XXI, Montevideo, Editorial Nordan
Comunidad, 2002, p. 21.
Vega Cantor, Renán.
Historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá,
Colombia. Doctor de la Universidad de París VIII. Diplomado de la Universidad
de París I, en Historia de América Latina. Autor y compilador de los libros
Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá,
1998-1999; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; Gente muy Rebelde
(4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito
y realidad; Entre sus últimos trabajos podemos mencionar: Los economistas
neoliberales, nuevos criminales de guerra: El genocidio económico y social del
capitalismo contemporáneo (2010). La República Bolivariana de Venezuela le
entregó en 2008 el Premio Libertador por su obra Un mundo incierto, un mundo
para aprender y enseñar. Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de
Pensamiento Alternativo). Es integrante del Consejo Asesor de la Revista
Herramienta, en la que ha publicado varios de sus trabajos..
Fuente: www.herramienta.com.ar