Frank
Gaglioti
Hoy hace cuatro siglos del 16 de febrero de
1600, día en que la Iglesia Católica ejecutó al filósofo y científico italiano,
Giordano Bruno, por el crimen de herejía. Temprano a la mañana, fue llevado
desde su celda a la Plaza dei Fiori en Roma y quemado vivo en la hoguera. Las
autoridades de la Iglesia temían las ideas de un hombre que era conocido a
través de Europa como un brillante y atrevido pensador. En una peculiar vuelta
del escalofriante asunto, se les ordenó a los verdugos que ataran su lengua de
tal modo que no pudiera dirigirse a la gente allí reunida.
Durante
toda su vida Bruno defendió el sistema copernicano de astronomía, el que coloca
al Sol, no a la Tierra, en el centro del Sistema Solar. Se opuso a la autoridad
embrutecedora de la Iglesia y rechazó abandonar su creencia filosófica a lo
largo de sus ocho años de encarcelamiento por las inquisiciones veneciana y
romana. Su vida permanece como testimonio de la inclinación hacia el
conocimiento y la verdad que marcaron el período asombroso de la historia
conocido como Renacimiento -del que derivan en gran parte el arte, el
pensamiento y la ciencia modernos-.
En
1992, después de 12 años de deliberaciones, la Iglesia Católica a regañadientes
admitió que Galileo Galilei había tenido razón al apoyar las teorías de
Copérnico. En 1633 la Santa Inquisición había forzado a un ya envejecido
Galileo a retractarse de sus ideas bajo amenaza de tortura. Pero no se ha
admitido algo así en el caso de Bruno. Sus escrituras todavía están en la lista
de textos prohibidos por el Vaticano.
La
Iglesia está considerando actualmente un nuevo paquete de disculpas. Una
comisión teológica dirigida por el Cardenal José Ratzinger, jefe de la Congregación para la Doctrina de
la Fe, el sucesor moderno de la Inquisición, ha terminado una investigación
titulada “La Iglesia y las culpas del
pasado: memoria al servicio de la reconciliación”, mediante la que propone dar
una disculpa por “errores pasados”. Los resultados han sido entregados al papa
Juan Pablo II, quien debe hacer una declaración el 12 de marzo. La ejecución de
Bruno es uno de los crímenes de la Iglesia que están en consideración, pero es
muy poco probable que se hagan concesiones importantes en su caso. Un buen
número de figuras de la línea dura del catolicismo se ha opuesto a la
investigación desde el principio, diciendo que el exceso de penitencia y
autocuestionamiento podrían minar la fe en la Iglesia y sus instituciones.
La
actitud actual de la Iglesia Católica hacia Bruno está definida en una nota de
dos páginas en la última edición de la Enciclopedia Católica. Describe la
“intolerancia” de Bruno, y lo critica declarando: “Su actitud mental hacia la
verdad religiosa era la de un racionalista” (1). El artículo describe detalladamente los
errores teológicos de Bruno y su larga detención a manos de la Inquisición,
pero falla en el momento de mencionar el hecho más conocido -que las
autoridades de la Iglesia lo quemaron vivo en la hoguera-.
Bruno ha sido por mucho tiempo honrado como
mártir de la verdad científica. En 1889 se le erigió un monumento en el lugar
de su ejecución. Tal era el sentimiento por Bruno, que los científicos y los
poetas le rindieron tributo y se escribió un libro detallando el trabajo de
toda su vida. En una dedicatoria para una reunión celebrada en el Club
Contemporáneo en Philadelphia en 1890, el poeta americano Walt Whitman
escribió: “Como las valerosas mentes de América (el pensamiento viene a mí hoy)
deben tanto, sobre todo estas tierras y sus gentes, al noble ejército de
mártires del pasado del Viejo Mundo, a nosotros incumbe que despejemos las
vidas y limpiemos los nombres de esos mártires, y los abracemos en reverente
admiración como al faro que nos guía con su luz. Y propio de esto, y
representando esto, todo esto quizás, Giordano Bruno bien puede ser tenido, hoy
y en el porvenir, en el mayor de los agradecimientos de la memoria y el corazón
del Nuevo Mundo” (2).
Fredrick
Engels, en la línea de pensamiento de Karl Marx, resumió el período que produjo
figuras tales como Bruno, quien desafió a la Iglesia y sentó las bases para la
ciencia moderna. En una introducción escrita durante la década de 1870 en su
inconclusa “Dialéctica de la Naturaleza”, Engels escribió: “Fue la mayor
revolución progresista que la humanidad haya alguna vez experimentado, una
época que demandó gigantes y produjo gigantes -gigantes en poder de
pensamiento, de pasión y carácter, de universalidad y erudición-. Los
hombres que fundaron las reglas de la burguesía moderna tenían todo menos
limitaciones burguesas. Por el contrario, el carácter aventurero de la época
los inspiró en mayor o menor grado. Difícilmente había algún hombre de
importancia entonces que no hubiera viajado mucho, que no hablara cuatro o
cinco idiomas, que no brillara en un número de campos...
“En
aquella época la ciencia natural también se desarrolló en el centro de la
revolución general y era en sí misma profundamente revolucionaria; de hecho,
tenía que ganar luchando el derecho de existencia. Pie a pie con los grandes
italianos de quienes la filosofía moderna data, proporcionó sus mártires para
la hoguera y los calabozos de la Inquisición. Y es característica de los
protestantes la supremacía sobre los católicos en la persecución a la libre
investigación de la naturaleza. Calvino hizo quemar a Servetus en la hoguera
cuando este último estaba a punto de descubrir la circulación de la sangre, y
lo mantuvo quemándose vivo durante dos horas; por lo menos a la Inquisición le
bastó con quemar vivo a Giordano Bruno” (3).
Lo más
característico de Bruno es su vigoroso llamado a la razón y la lógica, en
contra del dogmatismo religioso, como base para determinar la verdad. De una
manera que se anticipa a los pensadores del Iluminismo del siglo XVIII,
escribió en uno de sus últimos trabajos,
“De triplic minimoi” (1591): “Aquel que desee filosofar, antes
que nada debe dudar de todas las cosas. No debe jamás asumir una posición en
una discusión antes de haber escuchado varias opiniones, y considerado y
comparado las razones en pro y en contra. No debe nunca juzgar o tomar una
posición basada en la evidencia de lo que ha oído, o en la opinión de la
mayoría, la edad, los méritos, o prestigio del orador, pero sí debe proceder
según la persuasión de una doctrina orgánica que esté adherida a las cosas
verdaderas, y a una verdad que se pueda entender por la luz de la razón” (4).
Un examen del legado filosófico de Bruno
revela una figura compleja que fue influida por las variadas tendencias
intelectuales de la época, en un período en que la ciencia moderna estaba
apenas empezando a emerger. Sus entusiastas polémicas ganaron la admiración de
los pensadores más avanzados del período y la aversión de la Iglesia, cuya
autoridad era sacudida hasta los cimientos por doctos asaltos como éstos.
Bruno
nació en la ciudad de Nola, cerca de Nápoles, en 1548, en los albores de la
revolución de la Astronomía que fue anunciada por la publicación del “De
revolutionibus orbium coelestium libri VI” de Copérnico, en 1543. Copérnico
afirmó que el Sol, no la Tierra, era el centro de un Universo finito, con los
planetas en órbitas circulares alrededor, y más lejos las estrellas, en una
esfera fija a una distancia considerable.
La
teoría de Copérnico no solamente desafiaba las opiniones cosmológicas de la
Iglesia, sino también la rígida jerarquía social del feudalismo. La visión
previa del Universo, cuidadosamente ordenada, con la Tierra como centro, reforzaba
el rígido orden feudal, con los siervos en la base y el Papa en el pináculo. Lo
peligroso de la teoría de Copérnico era que implicaba que si el credo de
infalibilidad de la Iglesia se podía desafiar en la arena cosmológica, entonces
su posición social también podía ponerse en duda.
La Iglesia estaba ya sitiada por todos
lados. En 1517, Martín Lutero clavó sus “95 tesis” en las puertas de la iglesia
en Alemania, denunciando las prácticas de la Iglesia Católica, el primer soplo
en la reforma protestante que se extendió a través de Europa. El Vaticano
respondió con un contraataque -la Contrarreforma- para cualquier persona que se
atreviera a desafiar la doctrina católica. En 1542 estableció la Inquisición
romana para hacer cumplir sus decretos con tortura y ejecución.
Así,
Bruno entra en un mundo en plena efervescencia.
En 1563 ingresa en el monasterio de Santo Domingo, donde llamó la atención de
las autoridades de la Iglesia por su poco ortodoxas opiniones religiosas.
Utilizó su tiempo como novicio para familiarizarse no sólo con los trabajos
filosóficos de los antiguos griegos, sino también con pensadores europeos más
contemporáneos. Fue entonces cuando encontró el trabajo de Copérnico, el que
iba a tener un muy profundo impacto en su vida.
Bruno
tomó las órdenes religiosas en 1572, pero las abandonó en 1576, después de
viajar a Roma. Lo habían descubierto leyendo textos del filósofo humanista
holandés Erasmo, y huyó antes de ser denunciado a las autoridades
eclesiásticas. Pasó el resto de su vida hasta su captura recorriendo Europa,
promoviendo y discutiendo sus ideas filosóficas.
Después
de tres años en Italia fue a Ginebra, dominada por entonces por una secta
protestante conducida por Calvino. Pronto entró en conflicto con las
autoridades académicas al publicar un folleto donde señalaba que un profesor de
filosofía de esa localidad había cometido 20 errores en una conferencia. Fue
encarcelado por las autoridades calvinistas y puesto en libertad sólo después
de retirar su ofensiva publicación. Veintiséis años antes, los calvinistas
habían quemado en la hoguera a Servetus, doctor español, geógrafo y hombre de
letras, por sus opiniones científicas.
Entonces Bruno viajó a Toulouse, en Francia, en
donde dio una conferencia sobre “De anima” de Aristóteles, y escribió un libro
sobre mnemotecnia –sistema para el entrenamiento de la memoria-. Llegó a París
en 1581, y con la fama de su prodigiosa memoria atrajo la atención del rey
Enrique III. El rey encontró un puesto para él en la Universidad de Francia
después de que la autoridad eclesiástica hubiera prohibido su entrada a la
Sorbona.
Durante
su estancia en París escribió tres libros, dos sobre mnemotecnia, y una
obra titulada “The Torch-Bearer, by Bruno the Nolan, Graduate of No Academy” (El
Portador de la Antorcha por Bruno el
Nolan, graduado en ninguna academia),
“Called the Nuisance” (Llamado al fastidio). En esta obra Bruno describe
su tiempo en el convento dominicano de Nápoles y presenta una estremecedora
acusación contra la Iglesia. El comentario de la obra de Giovanni Gentile
describe así la caracterización que Bruno hace de la Iglesia: “Usted verá
arrebatos de carteristas, ardides de tramposos y empresas de granujas en una
entremezclada confusión; también deliciosa repulsión, dulces amargos, decisiones
absurdas, fe confundida y esperanzas lisiadas, caridades de tacaños, jueces
nobles y serios para con los asuntos de otros hombres con poca verdad en los
propios; mujeres viriles, hombres afeminados y voces de astucia, no de
misericordia, de modo que el que más cree es más engañado, y por todas partes
el amor al oro” (5).
Bruno
fue forzado a abandonar Francia en 1583 y viajó a Inglaterra, donde su estancia
de tres años demostró ser uno de los períodos más fructuosos de su vida. Lo
introdujeron en una sociedad anhelante de todas las formas de aprendizaje del
italiano y que tenía ya una considerable comunidad italiana y extranjera de
exiliados. Muchos habían huido para evitar la persecución por sus ideas
filosóficas y religiosas poco ortodoxas. Bruno tuvo discusiones con la reina
Isabel I, atraída por la perspectiva de discutir asuntos filosóficos
directamente en italiano. Bruno atrajo rápidamente a un número de intelectuales
que trataban con impaciencia las ideas filosóficas de la época.
Bruno
publicó seis libros en Inglaterra, todos en italiano, elaborando completamente
sus ideas filosóficas por primera vez. Fue uno de los primeros filósofos en
discutir cuestiones científicas en su idioma. El hecho en sí de publicar en
italiano fue un desafío abierto a la Iglesia, que intentaba mantener el latín
como lengua de conferencia intelectual y así limitar una mayor difusión de
ideas. El trabajo innovador de Copérnico había sido publicado solamente en
latín. Tan asustadas estaban las editoriales de Bruno, que ninguna de ellas se
identificó en los textos impresos.
Las ideas sobre cosmología de Bruno están
delineadas en “The Ash Wednesday Supper” (Cena de miércoles de ceniza), “Cause,
Principle and Unity” (Causa, principio y unidad) y “On the Infinite Universe
and Worlds” (Sobre el Universo y los mundos infinitos), y representan una
brillante anticipación del desarrollo científico y filosófico futuros. En
algunos aspectos las conclusiones a que llega con su audaz intuición supera el
trabajo de sucesores como Galileo y Kepler. Sus obras están escritas en
diálogos, donde los personajes de Bruno discuten varias posiciones filosóficas
desde diversos puntos de vista, y uno de ellos representa al mismo Bruno.
En “La
cena de miércoles de ceniza” es uno de los primeros en plantear la
existencia de un Universo infinito, que contiene un número infinito de mundos
similares a la Tierra. Así rechaza los límites del sistema de Copérnico, que
postula un Universo finito limitado por una esfera fija de estrellas un poco
más allá del Sistema Solar. Bruno argumentó que el Sol no era el centro del
Universo, y que si fuera observado desde cualquier otra estrella no se vería
diferente de ellas. Incluso especuló con que los otros mundos estuviesen
habitados.
El
filósofo alemán Ernst Cassirer explicó la significación del concepto de Bruno
de un Universo infinito como sigue: "Esta doctrina... fue el primer y
decisivo paso hacia la liberación del hombre. El hombre ya no vive en el mundo
de un prisionero encerrado dentro de los angostos muros de un Universo
físicamente finito. Puede atravesar el aire y romper con todos los límites
imaginarios de las esferas celestiales que han sido erigidas por una metafísica
y cosmología falsas. El Universo infinito no fija ningún límite a la razón
humana; por el contrario, es el gran incentivo de la razón humana. El intelecto
humano se entera de su propio infinito al medir su poder con un Universo
infinito" (6).
Los
otros tres trabajos de Bruno publicados en Inglaterra -“The Expulsion of the Triumphant Beast” (La expulsión de la bestia
triunfante), “Cabal of the Cheval Pegasus” (El complot del caballo Pegaso) y
“On Heroic Frenzies” (Sobre frenesíes heroicos)- contienen una incisiva crítica
a la Contrarreforma. El historiador italiano Hilary Gatti observó en su libro
“Giordano Bruno y la ciencia del renacimiento”: “El sentido de estos últimos
trabajos del italiano, en mi opinión, es... encontrar una transición de una
esfera intelectual dominada por una visión del mundo en términos esencialmente
teológicos, a una esfera intelectual dominada por una visión del mundo en
términos esencialmente filosóficos. En este paso de la teología a la filosofía,
todas las formas de religión reveladas reciben un áspero tratamiento, pero por
sobre todo la religión cristiana, que dominó la vida y la cultura de la Europa
del siglo XVI, a menudo con violencia y opresión” (7).
Fue en
Inglaterra donde Bruno tuvo su impacto más profundo. Sus opiniones fueron
discutidas en círculos intelectuales y los argumentos presentados en sus libros
dan un sabor a las deliberaciones contemporáneas. Dos eminentes científicos,
William Gilbert y Thomas Harriot, se convirtieron en destacados defensores de
las opiniones cosmológicas de Bruno. Gilbert, cuyo “De Magnete” (1600) fue
el texto básico sobre magnetismo hasta el siglo XIX, se destacó en un grupo que
discutía sobre asuntos científicos. Estaba particularmente interesado en
desarrollar sus teorías magnéticas con relación a las opiniones cosmológicas de
Bruno. Harriot era un notable
matemático y astrónomo, de quien se pensó que habría descubierto las manchas
solares antes que Galileo. Harriot intercambió cartas con Kepler en 1608
discutiendo la concepción de Bruno de un Universo infinito, lo que Kepler
rechazaría. Harriot era uno de los científicos instruidos por el noveno conde
de Northumberland -un seguidor devoto de Bruno-. Northumberland tenía una
biblioteca extensa de los trabajos de Bruno que puso a disposición de los
científicos de su círculo.
Bruno
fue forzado a volver a Francia debido a la declinación en la fortuna de su
patrón, el marqués de Mauvissiere, con quien había viajado a Inglaterra. A su
regreso a París produjo tres obras, pero fue forzado a irse después de su
desafío a debatir desde todos los ángulos los temas de “Ciento veinte
artículos sobre la naturaleza y el mundo”, lo que lo puso en la mira de los
partidarios de la Iglesia. Entonces viajó a Alemania, en donde residió en
Wittenberg y Marburg hasta 1588. Lo forzaron a dejar Marburg tras entrar en
conflicto con las autoridades luteranas, luego deambuló por Europa -Praga,
Helmstedt, Francfort y Zurich-.
En
1591 Bruno volvió a Italia al ser invitado por un noble veneciano, Zuane
Mocenigo, para educar a la aristocracia en mnemotecnia. Mocenigo lo denunció
posteriormente a la Inquisición. Bruno fue arrestado el 23 de mayo de 1592,
interrogado sobre sus trabajos filosóficos, y el 27 de enero de 1593 entregado
a la Inquisición en Roma por petición directa del nuncio papal, Taverna,
actuando en nombre del papa Clemente VIII.
Durante su detención en Roma lo
interrogaron por siete años sobre todos los aspectos de su vida y de sus
opiniones filosóficas y teológicas. El 15 de febrero de 1599 la Inquisición
encontró a Bruno culpable de ocho actos específicos de herejía, los que la
Iglesia no ha revelado hasta ahora. Según los limitados documentos disponibles,
Bruno fue procesado por sus opiniones “ateas” y por la publicación de “La
expulsión de la bestia triunfante”. Él se negó a retractarse.
La
Inquisición entregó su veredicto el 20 de enero de 1600: “Por este medio, en
estos documentos... pronunciamos sentencia y declaramos al antedicho hermano
Giordano Bruno un impenitente y pertinaz hereje, y en vista de haber incurrido
en todas las censuras y dolores eclesiásticos del Canon santo... Ordenamos y mandamos que debe ser enviado a
la corte secular... que puedas ser castigado con el castigo merecido, si bien
nosotros solemnemente rogamos que él (el gobernador romano) atenúe el rigor de
las leyes referentes a los dolores de tu persona, que tú no estés en peligro de
muerte o mutilación de tus miembros.
“Además,
condenamos, reprobamos y prohibimos todo lo por ti mencionado y tus otros
libros y escritos por heréticos y erróneos, conteniendo muchas herejías y
errores, y nosotros ordenamos que todos los que han llegado o puedan llegar en
el futuro a manos de la oficina santa sean destruidos y quemados públicamente
en la Plaza San Pedro y ellos colocados en el índice de Libros Prohibidos” (8).
A
pesar de la nota falsa de preocupación por el bienestar físico de Bruno, el
veredicto de la Inquisición era una sentencia de muerte. Bruno fue desafiante
hasta el final. Gaspar Schopp de Brelau, un reciente converso al catolicismo y
testigo del enjuiciamiento, declaró que Bruno exclamó al oír la sentencia:
“Quizá ustedes, que pronuncian mi sentencia, tienen más miedo que yo, que la
recibo” (9).
La Santa Inquisición y sus torturadores se
recuerdan solamente como si fuera un símbolo del producto de una maliciosa
travesura. Pero Bruno ha resistido la prueba del tiempo. Un examen de su vida
revela a un auténtico hombre del Renacimiento, con un apasionado interés por
todos los aspectos del saber humano, que participó con gran energía y
determinación en la turbulencia intelectual de su época. Sus percepciones
fueron una contribución importante a las ideas que pusieron la base para la
ciencia moderna. Su obstinada negación a reverenciar la autoridad, el poder y
el aparato represivo de la Iglesia Católica, la institución de mayor alcance en
sus días, sería sin duda una inspiración para los siglos por venir.
El
filósofo alemán Georg Hegel resumió a la generación de los pensadores a la que
Bruno perteneció en “Conferencias sobre
la historia de la filosofía”: “Estos hombres se sentían a sí mismos dominados,
como realmente lo estaban, por el impulso de crear la existencia y obtener la
verdad a partir de ellos mismos. Eran hombres de naturaleza vehemente, de
carácter salvaje e inquieto, entusiastas, que no podían alcanzar la calma del
conocimiento. Aunque no puede negarse que había en ellos una maravillosa visión
de lo que era verdadero y grandioso, por otra parte no hay duda que se
deleitaron con todas las formas de corrupción del pensamiento y del espíritu,
así como de sus propias vidas. Se encuentra así en ellos gran originalidad y
energía espiritual subjetiva; al mismo tiempo, el contenido es heterogéneo y
desigual, y es grande la confusión de sus mentes. Sus destinos, sus vidas, sus
escritos -que llenan a menudo muchos volúmenes- sólo manifiestan esta inquietud
de sus seres, este desmembramiento, la rebelión de su ser interno contra la
existencia corriente y el deseo de salir de ella y alcanzar la certidumbre.
Estos individuos notables realmente se asemejan a las revoluciones, a las
vibraciones y a las erupciones de un volcán que se ha vuelto activo en las
profundidades, trayendo a la superficie nuevos avances, los que aún son
salvajes e incontrolables" (10).
Notas:
1. La Enciclopedia Católica (http://www.knight.org/advent/cathen/03016a.htm)
2. Citado en “Los mundos
infinitos de Giordano Bruno” por Antoinette Mann Paterson, 1970, página
IX
3. “Dialéctica de la naturaleza” de Fredrick Engels, páginas 21-22
4. “De triplici minimo” de Giordano Bruno, según lo citado en “Giordano Bruno y ciencia del renacimiento” por
Hilary Gatti, 1998, página 4
5. Citado en “Giordano Bruno, su
vida y pensamiento” por Dorothea Waley Singer , 1950, página 22
6. Citado en “Los mundos
infinitos de Giordano Bruno” por Antoinette Mann Paterson, 1970, páginas
33-34
7. “Giordano Bruno y ciencia del renacimiento” de Hilary Gatti, 1998,
página 229
8. Citado en “Giordano Bruno, su
vida y pensamiento” por Dorothea Waley Singer, 1950, páginas 176-177
9. Citado en “Giordano Bruno, su
vida y pensamiento” por Dorothea Waley Singer, 1950, página 179
10. “Lecturas sobre la historia de la filosofía” de G. W. F. Hegel,
volumen 3, página 115-116
Fuente:
www.wsws.org/articles/2000/feb2000/brun-f16.shtml