Adam Booth
Marx, Keynes, Hayek y la crisis del capitalismo
I
El
hecho de que se haya realizado una serie de televisión en horario de máxima
audiencia que examina a estos tres economistas políticos y sus ideas sobre la
crisis económica es una señal muy reveladora de los tiempos en que vivimos. La
crisis actual, que es la crisis más profunda en la historia del capitalismo, ha
llevado a la gente a cuestionar todo el sistema económico y a buscar respuestas
sobre cómo escapar de la crisis.
Durante
décadas, las doctrinas económicas del capitalismo de «laissez-faire» (dejar
hacer) y del capitalismo regulado por el gobierno se presentaron como las
únicas alternativas, especialmente después del colapso de la economía
planificada en la URSS y el supuesto «fin de la historia». Esta “alternativa”
se ha presentado con frecuencia como una simple batalla entre dos bandos: los
que quieren regular los mercados y los que buscan liberarlos. El nombre de
Hayek se asocia típicamente con aquellos que alaban el libre mercado y predican
la necesidad de desencadenar la mano invisible del capitalismo. Mientras tanto,
el keynesianismo vuelve a estar de moda entre quienes buscan estímulos
gubernamentales y una mayor regulación de la economía. Incluso se ha creado un
«rap de Keynes contra Hayek» para explicar esta batalla de ideas, ganando
millones de visitas y generando una secuela. Hoy escuchamos llamamientos a
“empleos, inversión y crecimiento”; palabras que se han convertido en el mantra
de los líderes del movimiento obrero que prometen una “alternativa a la
austeridad”. Pero la dicotomía de «austeridad versus crecimiento» es falsa.
Estas palabras se presentan como polos opuestos, pero en realidad simplemente
representan dos alas ideológicas de la misma clase capitalista, el monetarismo
y el keynesianismo, ninguno de los cuales tiene una solución real a la crisis,
una crisis del capitalismo.
La
crisis global que comenzó en 2007-08, y que ha continuado y se ha profundizado
desde entonces, ha hecho que muchos analistas revisen y examinen las ideas de
Hayek y Keynes en busca de una respuesta a la pregunta de qué causó la crisis
y, quizás aún lo más importante, cómo podemos salir de ella. Pero a medida que
la crisis entra en su quinto año, cada vez más y más personas comienzan a darse
cuenta de que no es simplemente una cuestión de «libre mercado versus
regulación» o de «austeridad versus crecimiento», sino de cuestionar todo el
sistema capitalista en sí. Como resultado, las ideas de Marx están ganando en
popularidad y un número cada vez mayor está diciendo «Marx tenía razón».
Es
irónico que el keynesianismo se haya convertido hoy en la ideología dominante
dentro del movimiento obrero, ya que el mismo Keynes fue claro sobre sus
intereses de clase capitalistas, diciendo que “la guerra de clases me
encontrará del lado de la burguesía educada”. Se opuso abiertamente al
socialismo, al bolchevismo y la Revolución Rusa y fue asesor económico y
miembro vitalicio del Partido Liberal, el partido clásico del capitalismo
británico en el siglo XIX y principios del XX.
Como
todas las figuras económicas y políticas, Keynes fue un producto de su tiempo;
un producto de ciertas condiciones históricas y materiales. Representantes
anteriores de la economía política burguesa, como Adam Smith y David Ricardo,
fueron el producto de un capitalismo que aún no estaba completamente
desarrollado y que todavía desempeñaba un papel progresista. Dentro del
contexto de este capitalismo inmaduro, estos economistas «clásicos» sólo podían
llevar la comprensión y el análisis del sistema capitalista hasta cierto punto.
Fue solo con el desarrollo posterior del capitalismo y la acumulación masiva de
evidencias y experiencias que acompañó a este desarrollo, incluida la
experiencia de repetidos auges y depresiones, que Marx pudo descubrir la
verdadera naturaleza del capitalismo, como los procesos y relaciones reales que
subyacen al valor y a la crisis, como explica el propio Marx en El capital:
«Pero,
teóricamente, se parte del supuesto de que las leyes de la producción
capitalista se desarrollan en estado de pureza. En la realidad, las cosas
ocurren siempre aproximadamente; pero la aproximación es tanto mayor cuanto más
desarrollada se halla la producción capitalista y más se elimina su mezcla y su
entrelazamiento con los vestigios de sistemas económicos anteriores.». (El
Capital, Volumen III, capítulo 10; Marx)
En
muchos aspectos, Ricardo fue el punto culminante de los economistas políticos
burgueses. Marx describió a los que siguieron a Ricardo como los economistas
“vulgares”, debido a la forma burda en que se retorcían en sus intentos de
explicar y resolver las contradicciones del capitalismo sin romper con el
capitalismo mismo. Marx había explicado las contradicciones dentro del
capitalismo que conducían a crisis periódicas; cualquier intento de abolir
estas contradicciones sin abolir el capitalismo mismo estaba condenado al
fracaso.
En
lugar de hacer avanzar la economía política y desarrollar una mayor comprensión
del capitalismo, los teóricos económicos posteriores retrocedieron. En
particular, con el desarrollo histórico del capital financiero y la separación
cada vez mayor entre los propietarios del capital y el proceso de producción
real – un proceso que Marx ya había comenzado a explicar con gran detalle en
volumen III de El Capital – surgió una visión extremadamente subjetiva de la
economía. Esta teoría económica individualista e idealista, conocida como
teoría marginal, descartó casi todo lo útil de las teorías de Smith y Ricardo –
ya que un análisis materialista exhaustivo basado en estas ideas condujo
inevitablemente a la conclusión de que el capitalismo estaba plagado de
contradicciones, como había concluido Marx – y en su lugar adoptó una visión
unilateral del capitalismo en la que todo estaba determinado por la «mano
invisible» del mercado y las fuerzas de la oferta y la demanda. Estas ideas
reflejaban el papel creciente de la banca y la especulación, la economía
rentista en la que la burguesía ya no era dueña directa de los medios de
producción ni administraba sus propios negocios, sino que ahora eran
simplemente inversores que buscaban maximizar el rendimiento de su capital de
cualquier manera posible.
Keynes
despreciaba esta economía rentista, a la que veía como un gran desestabilizador
de todo el sistema económico:
“Con
la separación entre la propiedad y la dirección que prevalece hoy, y con el
desarrollo de mercados de inversión organizados, ha entrado en juego un nuevo
factor de gran importancia, que algunas veces facilita la inversión, pero
también contribuye a veces a aumentar mucho la inestabilidad del sistema.”
Y
posteriormente:
“Los
especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente
firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se
convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el
desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las
actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal.” (“La
teoría general del empleo, el interés y el dinero”, capítulo 12; John Maynard
Keynes)
Para
Keynes, el problema no era el capitalismo, sino simplemente el capitalismo de
«laissez-faire» (dejar hacer), en el que los mercados y los inversores no
regulados tenían que perseguir su propio beneficio individual sin preocuparse
por el resto de la sociedad, diciendo que:
“Por
mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes
desigualdades en los ingresos y en la riqueza, pero no para tan grandes
disparidades como existen en la actualidad.” (ibid, capítulo 24)
Y:
“Por
mi parte, pienso que el capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente
hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema
alternativo a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente
cuestionable.” («El fin del Laissez-Faire», capítulo 5, Keynes)
Keynes
deseaba volver a los «buenos viejos tiempos», en los que la clase capitalista
eran industriales «responsables» que invertían por el bien de sus comunidades y
la sociedad en su conjunto. En otras palabras, Keynes quería hacer retroceder
la rueda de la historia hacia un tiempo imaginario de “capitalismo
responsable”. A este respecto, se puede ver el atractivo de las ideas de Keynes
para los líderes reformistas modernos del movimiento obrero, que han aceptado
completamente el capitalismo y abandonado cualquier idea de transformar la
sociedad. (Keynes incluso sugirió un impuesto a las transacciones financieras,
una demanda que se ha convertido en un punto clave en el programa reformista moderno).
Las mismas frases se escuchan hoy con frecuencia de boca de estos líderes
reformistas, que culpan de la crisis al capitalismo “neoliberal”, “no
regulado”, “salvaje”. Pero esta es la naturaleza real del capitalismo tal y
como existe; todos los intentos de regular el capitalismo para que sea un
capitalismo «amable» o «responsable» son utópicos.
Las
ideas de Keynes cambiaron a lo largo de su vida en respuesta a los
acontecimientos que lo rodeaban, algo de lo que se enorgullecía, respondiendo a
las críticas de que sus puntos de vista eran inconsistentes al decir: “Cuando
mi información cambia, altero mis conclusiones. A qué te dedicas?” En estos
días, sin embargo, el keynesianismo se refiere típicamente a las ideas de
Keynes en la década de 1930, y en particular a su «Teoría general del empleo,
el interés y el dinero» (a menudo referida simplemente como la «Teoría
general»), que es la base de gran parte de la macroeconomía burguesa moderna.
Las
ideas presentadas por Keynes en su Teoría general también fueron moldeadas en
gran medida por acontecimientos históricos; en particular por la Gran Depresión
y el azote del desempleo masivo que se observaba en todo el mundo
industrializado, con tasas de desempleo permanentemente elevadas, del orden del
10 al 25%. Keynes trató de encontrar la respuesta a este fenómeno y, lo que es
más importante, encontrar una solución. Los economistas burgueses anteriores
habían tratado de justificar teóricamente el capitalismo; pero esas personas
eran meros apologistas del capitalismo. Keynes, sin embargo, se describió a sí
mismo como un “pragmático”, que ya no estaba simplemente tratando de justificar
el capitalismo teóricamente, sino que estaba tratando de salvar al capitalismo
en la práctica, salvar al capitalismo de sí mismo.
Keynes
consideraba que su papel como miembro de la «burguesía educada», y el papel del
Estado en general, era intervenir en el funcionamiento del capitalismo y
regularlo, – no en interés de los trabajadores corrientes, sino en interés del
capitalismo en sí mismo – para superar la contradicción entre los intereses de
varios capitalistas individuales y los intereses de la clase capitalista en su
conjunto. En otras palabras, Keynes quería un capitalismo sin sus
contradicciones.
Esta
contradicción, que surge debido a la propiedad privada de los medios de
producción, que a su vez significa producción con fines de lucro y competencia
entre diferentes individuos privados en búsqueda de este lucro, está en el corazón
mismo del capitalismo y es responsable tanto de la gran progresividad histórica
del capitalismo y su gran destructividad.
Como
señaló correctamente la serie de la BBC «Masters of Money», Marx (y Engels) no
estaban ciegos ante los logros del capitalismo, ni idealizaron el feudalismo y
la vida rural (de hecho, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels describieron
al capitalismo haber “rescatado a una parte considerable de la población de la
idiotez de la vida rural”). Bajo el capitalismo, la competencia entre
capitalistas individuales en busca de ganancias lleva a que una gran parte de
estas ganancias se reinvierta continuamente en nueva investigación y
desarrollo, nueva ciencia y tecnología y nuevos medios de producción, con el
fin de reducir costos, socavar a los competidores y ganar una mayor cuota de
mercado. En sus primeros días, por lo tanto, el capitalismo fue inmensamente
progresista en su capacidad para aumentar la productividad, desarrollar la
capacidad productiva de la sociedad y crear enormes cantidades de riqueza. Como
afirmaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:
«[El
capitalismo] ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto,
que los acueductos romanos y que las catedrales góticas”.
Pero
este proceso de propiedad privada y competencia contiene las semillas de su
propia destrucción. Al capitalista individual le interesa pagar a sus propios
trabajadores lo menos posible para maximizar las ganancias. Sin embargo, estos
salarios – y los salarios de los trabajadores empleados por otros capitalistas
– también forman la demanda de las mercancías que produce el capitalismo, es
decir, el mercado. A cada capitalista individual le gustaría pagar a sus
trabajadores lo menos posible para maximizar las ganancias; pero al mismo tiempo,
también le gustaría que sus compañeros capitalistas pagaran a sus trabajadores
tanto como sea posible para que estos trabajadores puedan comprar las
mercancías que se están produciendo.
Cada
capitalista, sin embargo, está tratando de hacer lo mismo; por lo tanto, cuando
los capitalistas individuales compiten entre sí, tratando de maximizar sus
propias ganancias, recortan los salarios de la clase trabajadora en su
conjunto, reduciendo así el mercado y destruyendo la base sobre la cual pueden
vender sus mercancías y obtener sus ganancias. Es este proceso interactivo de
competencia entre muchos capitalistas individuales, cada uno tomando decisiones
que son completamente racionales desde su propia perspectiva individual, el que
conduce a un proceso general que es claramente irracional para la clase
capitalista en su conjunto.
Marx
había reconocido y explicado hace mucho tiempo esta contradicción inherente
dentro del capitalismo, la contradicción de la sobreproducción, en la que la
expansión de la producción en la búsqueda de ganancias al mismo tiempo conduce
a una reducción en la capacidad de realizar esta ganancia. Aquellos que
vinieron después de Marx y que intentaron encontrar una solución a las crisis
dentro de los límites del capitalismo se vieron obligados a ignorarlo a él y a
sus ideas en la medida de lo posible y, en cambio, buscaron explicar las crisis
mirando solo un lado del problema. Para Keynes, el problema principal era la
cuestión de la demanda, o «demanda efectiva», como él la llamaba; para Hayek,
la cuestión clave era la cuestión de la oferta, en particular de la oferta
monetaria.
Para
intentar explicar los fenómenos de la Gran Depresión y el desempleo masivo,
Keynes tuvo que romper con muchos supuestos establecidos de la economía clásica.
En este sentido, se atribuye a Keynes haber provocado una “revolución” en la
teoría económica. En realidad, no hay nada nuevo en lo que dijo Keynes, y la
mayoría de sus ideas se habían expresado con mucha más precisión, claridad y
profundidad en las obras de Marx y Engels; Keynes simplemente empaquetó sus
ideas de una manera que fuera más aceptable para la burguesía.
En
particular, Keynes atacó lo que se conoce como «Ley de Say», atribuida a Jean
Baptiste Say (aunque no originalmente «descubierta» por él), un economista
clásico francés de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La ley de Say
se conoce comúnmente en términos de la idea de que la oferta crea su propia
demanda; que cada vendedor trae un comprador al mercado. Hoy en día, esta misma
«ley» es la base de la «hipótesis del mercado eficiente», la teoría presentada
por los más fervientes defensores del libre mercado, que sugiere que, si se
deja a su libre albedrío, a largo plazo las fuerzas del mercado resolverán
todos los problemas y siempre encontrará un «equilibrio» en el que la oferta
satisfaga la demanda. Pero como Keynes fue agudo al señalar, «a largo plazo,
todos estaremos muertos».
Marx
refutó la Ley de Say hace mucho tiempo. (¡De hecho, la presencia de crisis
periódicas es todo lo que se necesita para refutar la Ley de Say!) En el
Volumen II de El capital, Marx explicó la acumulación y reproducción del
capital que ocurre en el capitalismo mediante un conjunto de esquemas, en los
que la economía se divide en dos sectores: el departamento uno, en el que se
producen los medios de producción, es decir, bienes de capital o “consumo
productivo”; y el departamento dos, en el que se producen bienes de consumo,
para el consumo de trabajadores individuales (o capitalistas).
Marx
demostró que, en un sentido teórico abstracto, la ley de Say es realmente
cierta: la economía debería poder alcanzar el equilibrio. Pero Marx demostró
que este equilibrio solo podría lograrse sobre la base de que la clase
capitalista reinvirtiera continuamente las ganancias en nuevos bienes de
capital, es decir, maquinaria, edificios e infraestructura. Por un lado, este
proceso es lo que permitió al capitalismo jugar un papel históricamente
progresista durante un período de tiempo: desarrollar los medios de producción,
tanto cualitativamente en términos de nueva ciencia y tecnología (y así
aumentar la productividad), y también cuantitativamente en términos de su
capacidad para producir una mayor masa total de riqueza.
Por
otro lado, este proceso también contiene contradicciones inherentes: el
«equilibrio» es inherentemente inestable y temporal, ya que estos nuevos medios
de producción que se crean deben ponerse a trabajar para crear una mayor masa
de mercancías, que a su vez debe encontrar un mercado (es decir, la demanda)
para ser vendidas y producir ganancias. En otras palabras, el capitalismo logra
el equilibrio a corto plazo, pero solo a expensas de crear contradicciones aún
mayores a largo plazo, y así allanar el camino para una crisis aún mayor en el
futuro. El propio Keynes reconoció esto, diciendo que:
“Cada
vez que logramos el equilibrio presente aumentando la inversión estamos
agravando la dificultad de asegurar el equilibrio del mañana”. («La teoría
general», capítulo 8; Keynes)
Sin
embargo, a diferencia de Marx, Keynes no era un materialista minucioso ni un
dialéctico, y por lo tanto, no extrajo plenamente las conclusiones de esta
afirmación, como había hecho Marx muchas décadas antes: la conclusión de que la
sobreproducción es una contradicción inherente dentro del capitalismo,
resultante de la propiedad privada de los medios de producción y su afán de
producir con fines de lucro.
Los
esquemas de acumulación y reproducción esbozados por Marx en el Volumen II de
El Capital son precisamente eso: esquemas; abstracciones generalizadas de un
proceso complejo; promedios a largo plazo, que no pueden lograrse mediante un
proceso de cambio lineal lento, suave, sino únicamente mediante un proceso dinámico
y caótico, es decir, un proceso dialéctico de contradicciones y crisis. En
otras palabras, estos «equilibrios» son equilibrios dinámicos, que se
establecen constantemente y luego se rompen, resultantes de un proceso
infinitamente complejo, en lugar de los equilibrios estáticos concebidos por
los defensores de la Ley de Say, que imaginan la economía como un simple
sistema mecánico, funcionando como un reloj.
Stephanie
Flanders, presentadora de «Masters of Money», afirma que
Keynes, Hayek y Marx tenían una cosa en común: «comprendieron tanto el genio
del capitalismo como su inestabilidad inherente». Pero mientras que Keynes y
Hayek pensaban que se podía destilar el capitalismo o regularlo para separar
los elementos «geniales» de la inestabilidad general, el marxismo – utilizando
el método del materialismo dialéctico – muestra cómo los factores que dan lugar
al carácter progresista inicial del capitalismo, es decir, la competencia y la
reinversión de ganancias en nuevas tecnologías y medios de producción para
generar ganancias aún mayores, son los mismos factores que conducen a la
inestabilidad inherente al capitalismo.
La
clave del análisis del capitalismo de Marx está precisamente en la forma en que
este método de materialismo dialéctico se aplica al campo de la economía
política. La naturaleza anárquica del capitalismo, resultante de la propiedad
individual y privada de los medios de producción y la competencia por las
ganancias que esto implica, significa que los cambios en la economía deben
ocurrir de manera dialéctica, a través de las crisis, en lugar de la manera
suave y gradual que imaginan los defensores de las fuerzas del mercado y “la
oferta y la demanda».
Los
desequilibrios observados bajo el capitalismo, es decir, entre producción y
consumo; entre las fuerzas de producción en constante expansión y los límites
del mercado para las mercancías resultantes de estas fuerzas productivas – son
una parte inherente de este sistema anárquico, y se observan en todas las
escalas del capitalismo, como la desproporción entre los diferentes
departamentos de la economía e incluso dentro de un solo sector (lo que genera
cuellos de botella en la producción). Pero la única forma de librar al sistema
de estos desequilibrios es precisamente eliminar la anarquía del propio sistema
capitalista, es decir, tener un plan de producción democrático y socializado
bajo la voluntad consciente de la sociedad, en lugar de dejar la producción a
las fuerzas ciegas del mercado, como explica Marx en El capital:
“Como
la finalidad del capital no es satisfacer necesidades, sino producir ganancia,
y como sólo puede lograr esta finalidad mediante métodos que ajustan la masa de
lo producido a la escala de la producción, y no a la inversa, tienen que surgir
constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del
consumo sobre base capitalista y una producción que tiende constantemente a
rebasar este límite inmanente. Por lo demás, el capital está formado por mercancías,
razón por la cual la superproducción de capital envuelve también la
superproducción de mercancías. De aquí el peregrino fenómeno de que los mismos
economistas que niegan la superproducción de mercancías reconozcan la de
capital. Y si se dice que el fenómeno de que se trata no es precisamente un
fenómeno de superproducción, sino de desproporción dentro de las distintas
ramas de producción, esto significa simplemente que dentro de la producción
capitalista la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece
como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento
en que la cohesión de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes
de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por tanto,
dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el
proceso de producción”. (El Capital, Vol. III, capítulo 15; Marx)
Las
limitaciones de los economistas clásicos y de los defensores modernos del libre
mercado – es decir, los monetaristas – residen precisamente en su tratamiento
no dialéctico de la economía. Para estos teóricos económicos, la economía es un
sistema simple y mecánico. Sus explicaciones se basan en el modelo de economía
“Robinson Crusoe”, en el que existe un solo individuo en una isla desierta que
es a la vez el único productor y el único consumidor, o son similares a las de
una economía de trueque simple, que consiste en el intercambio de mercancías
entre productores individuales. En cualquiera de los dos casos, al abstraer la
economía a este nivel del individuo o del simple intercambio entre productores
individuales, los economistas burgueses eliminan toda mención a la división de
la sociedad en clases y la lucha resultante que surge de ello por el excedente
producido en la sociedad.
En
lugar de ver los modelos matemáticos de la economía como las abstracciones y
aproximaciones generalizadas de una realidad infinitamente compleja que
realmente son, los economistas burgueses modernos piensan que las ecuaciones
son la realidad y que la economía debe ajustarse a sus modelos. En lugar de
hacer que las teorías se ajusten a los hechos, los hechos se ven obligados a
ajustarse a las teorías. Una tendencia idealista similar se observa a menudo
dentro de la física moderna, según la cual las teorías se juzgan por la belleza
y la simplicidad de las ecuaciones, en lugar de por lo bien que se ajustan a
los hechos y explican los fenómenos de la vida real que existen.
En
contraste con este enfoque idealista, la economía marxista, basada en una
perspectiva dialéctica y materialista, busca llegar a conclusiones
generalizadas al observar la multitud de eventos y la experiencia histórica
colectiva bajo el capitalismo (y de los sistemas económicos de las sociedades
de clases anteriores), para extraer las leyes y tendencias presentes dentro del
complejo sistema que es la economía. Como señala Engels en su polémica contra
Dühring:
“los
principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado
final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se
abstraen de ellas; no es la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen
según los principios, sino que éstos son correctos en la medida en que
concuerdan con la naturaleza y con la historia. Esta es la única concepción
materialista del asunto, y la opuesta concepción del señor Dühring es
idealista, invierte completamente la situación y construye artificialmente el
mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, esquemas o
categorías que existen en algún lugar antes que el mundo y desde la eternidad.
Igual que… un Hegel”. (Anti-Duhring, primera sección,
capítulo 3; Engels)
Sin
embargo, también existe la tendencia opuesta dentro de la ideología burguesa
que busca negar la existencia de cualquier ley dentro del capitalismo. Para
estas personas, la historia y la economía son procesos aleatorios, más allá del
ámbito de la investigación científica. Tal concepción es tan idealista como la
visión mecanicista de los economistas clásicos, pero ahora se llega a ella
desde la dirección opuesta.
Economía y ciencia
Stephanie
Flanders en la serie «Masters of Money» destaca esta tendencia entre Keynes y
Hayek de ver la economía como algo inherentemente impredecible. Ambos
caballeros buscaron convertir la economía política en una ciencia seria; pero,
sin embargo, según Flanders, ambos hombres vieron el capitalismo como un
sistema completamente impredecible, debido a su naturaleza compleja y caótica.
Tal punto de vista, que es a la vez anti dialéctico e idealista, es
incompatible con un punto de vista científico – y marxista – genuino, que ve el
orden surgiendo del caos; la previsibilidad surgiendo de lo impredecible.
La
economía, por supuesto, no es una ciencia exacta en el mismo sentido que la
mecánica, debido a la complejidad del sistema involucrado y la imposibilidad de
aislar este sistema del resto del mundo. No se pueden crear experimentos de
laboratorio repetibles en el mundo de la economía (aunque eso no ha impedido
que economistas como Milton Friedman de la «escuela de Chicago» del
monetarismo, un defensor extremo del libre mercado y del capitalismo del
laissez faire, intenten crear experimentos sociales para su teorías económicas,
como en Chile bajo el general Pinochet); Sin embargo, al observar la variedad
de eventos y procesos que ocurren, y al comparar estos eventos entre sí en
términos de sus resultados, variables y constantes, uno puede identificar las
contradicciones dentro de los procesos y formular leyes que describen – y
predicen – el comportamiento básico del sistema a cierta escala.
En
este sentido, la economía es similar a la medicina, la meteorología o la
geología. Un médico no siempre puede decirle exactamente qué enfermedad tiene o
en qué momento ocurrirá la muerte; tampoco los meteorólogos ni los sismólogos
pueden decirle exactamente qué tiempo hará el próximo mes o cuándo se producirá
el próximo terremoto. No obstante, los médicos, meteorólogos y sismólogos
pueden hacer predicciones, a menudo muy precisas, a cierta escala, y la
precisión de estas predicciones aumenta continuamente a medida que los
conocimientos científicos mejoran sobre la base de la experiencia y la
investigación.
Se
puede establecer una analogía con la termodinámica. El comportamiento de una
molécula de gas aislada e individual puede describirse utilizando la mecánica
newtoniana; sin embargo, el comportamiento de esta partícula individual se
vuelve impredecible tan pronto como examinamos un contenedor de muchos cientos
o miles de moléculas de gas, todas interactuando entre sí. Sin embargo, de este
sistema increíblemente complejo, todavía se pueden extraer leyes simples y
generalizadas que describen el comportamiento del volumen de gas en su
conjunto, incluidas propiedades como la temperatura y la presión del gas. De la
complejidad surge la sencillez; del caos surge el orden.
De
manera similar, aunque no se puede predecir el resultado exacto de la vida de
un individuo, a la escala de la sociedad en su conjunto, se pueden extraer
leyes generalizadas y se pueden hacer predicciones, como las leyes económicas
de la crisis capitalista y las leyes históricas del desarrollo de los medios de
producción, la lucha de clases y la revolución.
Sin
embargo, en última instancia, estas leyes y teorías económicas generalizadas,
que se abstraen de esta experiencia e investigación histórica, deben aplicarse
a las condiciones concretas a las que nos enfrentamos para obtener una
comprensión adecuada de cualquier situación dada; estas condiciones incluyen
toda una serie de factores políticos. No debe olvidarse nunca que la economía
no es un simple sistema mecánico que pueda representarse mediante abstracciones
y ecuaciones; es una batalla de fuerzas vivas que respiran y, en última
instancia, es el equilibrio de fuerzas de clase lo que determina el resultado
dado de cualquier situación económica.
Es
mérito de Keynes y Hayek que, al igual que Marx, intentaran tratar la economía
como una ciencia, buscando las leyes que gobernaban la economía mediante un
estudio cuidadoso de los hechos. Sin embargo, a diferencia de Marx, ni Keynes
ni Hayek eran materialistas rigurosos ni tampoco dialécticos. Como resultado,
sus explicaciones teóricas caen con frecuencia en las trampas delineadas
anteriormente: o bien del idealismo, mirando solo un lado de un problema
complejo y polifacético y, por lo tanto, sin proporcionar una explicación
material de los fenómenos; o bien del materialismo mecánico, que busca explicar
la economía como un simple sistema de relojería donde causa y efecto son
lineales y actúan en una sola dirección.
La
segunda parte de una serie de tres artículos comparando las teorías económicas
de Keynes y Hayek a la economía marxista. Por la primera parte haz clic aquí.
Keynes
despreció igualmente la naturaleza idealista y dogmática de los
economistas burgueses contemporáneos, quienes, ante la crisis de la Gran
Depresión y el claro fracaso del libre mercado, se negaron a abandonar sus
supuestos, incluidos los de la Ley de Say, y su fe en la mano invisible. En su
crítica a los economistas clásicos, Keynes dijo que:
“Los
escritores que siguen la tradición clásica, pasado por alto el supuesto
especial que cimienta su teoría, han llegado inevitablemente a la conclusión,
perfectamente lógica de acuerdo con su hipótesis, de que la desocupación
visible (salvo las excepciones admitidas) tiene que ser consecuencia, a fin de
cuentas, de que los factores no empleados se nieguen a aceptar una remuneración
que corresponda a su productividad marginal…
Los
teóricos clásicos se asemejan a los geómetras euclidianos en un mundo no
euclidiano que, quienes al descubrir que en la realidad las líneas
aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las critican por no
conservarse derechas —como único remedio para los desafortunados tropiezos que
ocurren—. No obstante, en verdad, no hay más remedio que tirar por la borda el
axioma de las paralelas y elaborar una geometría no euclidiana. Hoy la economía
exige algo semejante”. (“La
teoría general”,
capítulo 2; Keynes)
En
respuesta a sus pares de la comunidad política y económica que buscaban
soluciones del «lado de la oferta» a los problemas del desempleo masivo y la
recesión, es decir, eliminar las barreras al libre mercado, como los
sindicatos, que en opinión de estos economistas restringen la capacidad del
mercado para encontrar el «equilibrio natural» para los salarios – Keynes
inclinó la vara en la dirección opuesta y simplemente se centró en la cuestión
de la demanda, o «demanda efectiva», como él se refirió a ella, es decir, la
capacidad de los productores de productos básicos para encontrar un comprador
dispuesto que pueda pagar (a diferencia de la demanda en el sentido de las
«necesidades» o «deseos» de la sociedad).
Como
hemos explicado en otra parte, Keynes vio la crisis de la Gran Depresión como
un círculo vicioso en el que el alto desempleo dio como resultado una reducción
de la demanda efectiva de productos básicos, lo que a su vez llevó a las
empresas a reducir la producción o cerrar, aumentando aún más el
desempleo. En tal situación, Keynes creía que el estímulo del gobierno era
necesario para proporcionar un impulso a la demanda efectiva y así convertir el
círculo vicioso en uno virtuoso, con una creciente demanda del gobierno que
conducía a una expansión de la producción y el empleo y, por lo tanto, a
mayores salarios y mayores demandas de bienes de consumo, etc., etc.
Para
Keynes, cualquier estímulo sería suficiente, como comenta irónicamente en la
Teoría General:
“La
construcción de pirámides, los terremotos e incluso las guerras pueden servir
para aumentar la riqueza, si la educación de nuestros estadistas sobre los
principios de la economía clásica se interpone en el camino de algo mejor…
Si
el Tesoro llenase botellas viejas con billetes de banco, y las enterrasen
a profundidades adecuadas en minas de carbón en desuso que luego se
llenarán hasta la superficie con basura de la ciudad, y las dejas en
manos de la empresa privada sobre principios bien probados de laissez-faire para
volver a desenterrar los billetes (el derecho a hacerlo se obtiene, por
supuesto, mediante la licitación de arrendamientos del territorio portador de
billetes), haría innecesario el aumento del paro y, con la ayuda de estos
efectos, los ingresos reales de la comunidad, y también su riqueza de capital,
probablemente llegaría a ser mucho mayor de lo que realmente es. De hecho,
sería más sensato construir casas y cosas por el estilo; incluso si
hubiese dificultades políticas y prácticas en el camino de esto, lo
anterior sería mejor que nada”. («La teoría general», capítulo 10; Keynes)
El
New Deal en la década de 1930 en EE. UU. se cita a menudo como la historia de
éxito de las políticas keynesianas, pero como destacó el episodio de «Amos del
dinero» sobre Keynes, fue solo la militarización de la economía durante la
Segunda Guerra Mundial lo que puso fin a la Gran Depresión, un proceso que
terminó en millones de muertes, la destrucción colosal de la capacidad de
producción de la sociedad y que dejó una deuda pública de más del 200% del PIB
en países como Gran Bretaña, ¡difícilmente un éxito!
En
esencia, la explicación keynesiana de la crisis es una teoría del «subconsumo»,
es decir, de la falta de demanda de los consumidores por los productos básicos
que se producen. Como hemos explicado en otra parte, el marxismo, por el
contrario, ve la crisis capitalista como una crisis de «sobreproducción», es
decir, que el capitalismo es inherentemente incapaz de encontrar un mercado
para todas las mercancías que se producen. Esto surge del hecho de que el
capitalismo es producción con fines de lucro, y este beneficio es simplemente
el trabajo no remunerado de la clase trabajadora. En otras palabras, la clase
trabajadora siempre recibe menos salario que el valor que crea en el proceso de
trabajo; por lo tanto, su capacidad para comprar las mercancías que produce es
siempre menor que el valor total de estas mercancías. Se producen mercancías
pero no se pueden vender; el beneficio no se puede realizar; cesa la producción
y el sistema entra en crisis.
La
idea keynesiana de crear demanda a través del estímulo gubernamental es, en
última instancia, idealista y no dialéctica. Debe hacerse una pregunta simple:
¿de dónde obtiene el gobierno el dinero para este estímulo? Si el dinero debe
provenir de los impuestos, entonces esto significa: gravar a la clase
capitalista, lo que significa reducir sus ganancias, crear una huelga de
capital y reducir así la inversión; o gravar a la clase trabajadora, lo que
reducirá su poder de consumo y, por lo tanto, reducirá la demanda, ¡lo
contrario de lo que se pretende hacer con los estímulos gubernamentales!
En
los tiempos modernos, el gobierno ha recurrido cada vez más a pedir dinero
prestado a los mercados financieros mediante la venta de bonos del gobierno.
Pero con el rescate de los bancos y el colapso de los ingresos fiscales, los
países se han quedado con grandes deudas y déficits públicos, y los mercados
financieros mundiales, en lugar de financiar más préstamos gubernamentales,
insisten en que los gobiernos reduzcan el gasto público.
Para
los keynesianos y los líderes reformistas del movimiento obrero que se inspiran
en las ideas keynesianas, la respuesta es simple: ¡debemos incrementar
los impuestos a los ricos y aumentar los salarios! Pero bajo el
capitalismo, como hemos explicado anteriormente, la producción es para
obtener beneficios, y la clase trabajadora nunca puede recibir en
salarios el valor total de las mercancías que produce, como explicó Marx en El
Capital en respuesta a las teorías subconsumistas de su época:
Es
pura tautología decir que las crisis son causadas por la escasez de consumo
efectivo, o de consumidores efectivos. El sistema capitalista no conoce otros
modos de consumo que los efectivos, salvo el de sub forma pauperis (indigente )
o del estafador. El hecho de que las mercancías no se puedan vender significa
solo que no se han encontrado compradores efectivos para ellas, es decir,
consumidores (dado que las mercancías se compran en el análisis final para el
consumo productivo o individual). Pero si uno intentara dar a esta tautología
la apariencia de una justificación más profunda diciendo que la clase
trabajadora recibe una porción demasiado pequeña de su propio producto y que el
mal se remediaria tan pronto como reciba una porción mayor de él y su En
consecuencia, los salarios aumentan, sólo se puede observar que las crisis
siempre se preparan precisamente en un período en el que los salarios aumentan
en general y la clase obrera obtiene realmente una parte mayor de la parte del
producto anual que se destina al consumo. Desde el punto de vista de estos
defensores del sentido común sólido y “simple” (!), un período así debería
eliminar la crisis. Parece, entonces, que la producción capitalista comprende
condiciones independientes de la buena o mala voluntad, condiciones que permiten
a la clase trabajadora disfrutar de esa relativa prosperidad sólo
momentáneamente, y por lo tanto siempre solo como el presagio de una crisis
venidera «. (El Capital, Volumen II, capítulo 20; Marx)
En
realidad, la explicación keynesiana de la crisis no es en absoluto una
explicación de la causa de la crisis capitalista. En el mejor de los casos, es
una explicación de la continuación o profundización de una crisis en la
economía que ya existe, o una sugerencia de cómo los gobiernos pueden tratar de
escapar de una crisis dentro de los confines del capitalismo. Si se debe culpar
de la crisis a la falta de demanda efectiva, es decir, el subconsumo, entonces
uno seguramente debe preguntarse: ¿qué conduce a este subconsumo en primer
lugar? Como señala Engels en su polémica contra Duhring:
[El
subconsumo de las masas, la restricción del consumo de las masas a lo necesario
para su mantenimiento y reproducción, no es un fenómeno nuevo. Ha existido
desde que ha habido clases explotadoras y explotadas…
“…
El subconsumo de las masas es una condición necesaria de todas las formas de
sociedad basadas en la explotación, consecuentemente también de la forma
capitalista; pero es la forma de producción capitalista la que primero da lugar
a las crisis. El subconsumo de las masas es, por tanto, también una condición
previa a las crisis y desempeña en ellas un papel reconocido desde hace mucho
tiempo. Pero nos dice tan poco por qué las crisis existen hoy como por qué no
existían antes «. (Anti-Duhring, Parte III, capítulo 3; Engels)
En
otras palabras, dado que la clase trabajadora nunca puede recomprar todas las
mercancías que produce, ¿por qué el capitalismo no siempre está en crisis?
Históricamente,
esta contradicción de la sobreproducción se ha superado mediante el papel de la
inversión, mediante la cual los capitalistas gastan y reinvierten continuamente
una gran proporción de sus ganancias en nuevos medios de producción, en
investigación y nueva maquinaria, con el fin de mejorar la productividad,
reducir los costos, ganar una mayor cuota de mercado y aumentar aún más los
beneficios. Como se explicó anteriormente, es esta inversión, que surge de la
competencia y la búsqueda de ganancias, la que permitió al capitalismo jugar un
papel históricamente progresista en el desarrollo de los medios de producción.
Pero, como también se explicó anteriormente, esta reinversión de beneficios, en
lugar de resolver la contradicción de la sobreproducción y restablecer el
equilibrio económico, solo crea fuerzas productivas aún mayores, produciendo
mayores cantidades de mercancías y valores, que aún deben venderse
constantemente en un mercado restringido, exacerbando así las
contradicciones y preparando el camino para una crisis mayor en el futuro.
La
inversión improductiva, como el ejemplo anterior dado por Keynes de enterrar
botellas viejas llenas de billetes, también se ha utilizado en el pasado para
proporcionar demanda y crear empleos. Por ejemplo, hubo varios supuestos
marxistas durante el auge de la posguerra que creían que el gasto militar de
los gobiernos podría utilizarse para evitar una crisis de forma permanente.
Pero como se ha señalado, los gobiernos no pueden simplemente «crear» demanda;
en realidad, deben sacar su dinero obteniendo una porción de la riqueza de la
clase capitalista o de la clase trabajadora. Esta inversión improductiva se
gasta sin producir ningún valor real y sirve como capital ficticio, que
finalmente genera inflación, es decir, aumenta la circulación de dinero en la
economía sin generar un valor equivalente que también esté en circulación. Esto
es exactamente lo que se vio al final del boom de la posguerra, en el que las
políticas keynesianas condujeron a la crisis de la década de 1970, en la que el
estancamiento económico se vio acompañado de un aumento de la inflación, un
fenómeno nunca antes visto conocido como “estanflación”.
Todo
esto muestra de nuevo la naturaleza no dialéctica y mecánica del keynesianismo
y otras soluciones reformistas a las crisis, que no siguen las implicaciones de
sus sugerencias hasta su conclusión lógica. Si la inversión se utiliza para
evitar una crisis, esto significa invertir en algo material, es decir, en
medios de producción, que luego deben producir más mercancías, lo que se suma a
la crisis de sobreproducción. Si los salarios deben incrementarse para
incrementar la demanda, esto significa reducir las ganancias de los
capitalistas; pero esto, a su vez, reduce la inversión, que bajo el capitalismo
sólo se realiza para obtener ganancias. Si la demanda debe ser «creada» a través
del estímulo del gobierno, esto, en realidad, significa o tomar dinero de los
capitalistas y reducir sus ganancias, o tomar dinero de la clase
trabajadora y mermar la demanda del consumidor.
En
contraste con la economía burguesa, el marxismo busca examinar la economía
dialécticamente, es decir, el marxismo busca explorar todas las implicaciones
de cualquier acción; ver la interconectividad y la retroalimentación entre
diferentes procesos y fenómenos; examinar el sistema en su movimiento y en toda
su complejidad. La economía marxista trata de ver las contradicciones dentro de
los procesos en juego y de mostrar cómo estas contradicciones siempre pueden
resolverse, pero solo creando nuevas contradicciones en el proceso. Este es el
caso del capitalismo: una crisis siempre se puede evitar temporalmente, pero
esto solo sirve para aumentar las contradicciones y allanar el camino para una
crisis mayor en el futuro.
Además,
a diferencia de los economistas burgueses, los marxistas no separan el
análisis económico del análisis general de la sociedad. La economía está
compuesta por seres humanos que viven y respiran; como dijo Lenin, “la política
es economía concentrada”. La clase dominante siempre puede restaurar la
estabilidad en la economía, pero solo a expensas de crear inestabilidad
política y lucha de clases en la sociedad.
En
última instancia, la crisis del capitalismo no es simplemente el resultado de
tal o cual proceso; esta o aquella contradicción. Las crisis son el resultado
de muchos procesos interactivos y contradicciones dentro del propio
capitalismo. Como dice Marx en El capital:
“La
producción capitalista busca continuamente superar estas barreras inmanentes,
pero las supera sólo por medios que nuevamente colocan estas barreras en su
camino y en una escala aún más formidable.
El
verdadero límite de la producción capitalista lo es el propio capital; es éste:
que el capital y su autovalorización aparece como punto de partida y punto
terminal, con motivo y objetivo de la producción, que la producción sólo es
producción para el capital, y no a la inversa, que los medios de producción son
meros medios para un desenvolvimiento constantemente ampliado del proceso
vital, en beneficio de la sociedad de los productores. Los límite dentro de los
cuales únicamente puede moverse la conservación y valorización del valor de
capital, las que se basan en la expropiación y empobrecimiento de la gran masa
de los productores, esos límites entran, por ello, constantemente en
contradicción con los métodos de producción que debe emplear el capital para su
objetivo, y que apuntan hacia un aumento ilimitado de la producción, hacia la
producción como fin en sí mismo, hacia un desarrollo incondicional de las
fuerzas productivas sociales del trabajo. El medio desarrollo incondicional de
las fuerzas productivas sociales entra en constante conflicto con el objetivo
limitado, el de la valorización del capital existente. Por ello, si el modo
capitalista de producción es un medio histórico para desarrollar la fuerza
productiva material y crear el mercado mundial que le corresponde, es al mismo
tiempo la constante contradicción entre esta su misión histórica y las
relaciones sociales de producción correspondientes a dicho modo de
producción.(El Capital, Volumen III, capítulo 15; Marx)
Como
señaló el episodio de «Masters of Money» sobre Keynes, Keynes pudo reconocer la
interconectividad del sistema capitalista, por el cual los costos salariales de
un capitalista son el mercado de otro capitalista y, por lo tanto, lo que puede
ser racional y necesario para un capitalista: recortar los salarios. costos –
no es necesariamente racional para los capitalistas en su conjunto.
Esencialmente , sin embargo, Keynes no veía la relación interconectada entre
salarios y ganancias – que eran dos caras de la misma moneda, ambas simplemente
representaban una proporción dividida del valor total creado por la clase
trabajadora a través de la aplicación del trabajo – y que cada vez más uno
necesitaba cortar el otro, y viceversa. De ahí la incapacidad de los
keynesianos para entender la manera de superar el
«subconsumo» – es decir, superar la falta de demanda efectiva – mediante el
aumento de los salarios o el estímulo del gobierno que solo puede crear
nuevas contradicciones al reducir las ganancias para los capitalistas y llevar
a una huelga de capital, es decir, una reducción de la inversión.
Keynes
definió la demanda total en la sociedad, también conocida como la “demanda
agregada” en macroeconomía, como igual al ingreso total, que también es igual
al producto total. Esta demanda agregada se compone principalmente de dos
fuentes según Keynes: el consumo de los hogares y la inversión de las empresas.
Esta definición es similar a los dos departamentos de Marx, definidos en el Volumen
de capital II, de producción de bienes de capital (departamento uno) y
producción de bienes de consumo (departamento dos). Sin embargo, a diferencia
de Marx, Keynes no subdividió estos dos departamentos en sus diversos
componentes de valor: constante, variable y excedente.
En
todo El Capital, Marx destaca con frecuencia la necesidad de examinar la
economía en su totalidad, en lugar de simplemente aislar aspectos específicos
del sistema o concentrarse en el comportamiento de individuos y transacciones
individuales. Sin embargo, Marx también demostró que era la interacción
dialéctica entre los opuestos dentro de esta totalidad, entre trabajo y
capital; entre salarios y ganancias; entre el departamento uno y el
departamento dos, junto con los patrones que surgieron de las acciones
anárquicas y caóticas (pero racionales) de muchos capitalistas individuales
diferentes, que fue clave para comprender la naturaleza dinámica y de
continuas crisis del capitalismo.
Como
se mencionó anteriormente, los economistas clásicos que precedieron a Marx
fueron incapaces de comprender el origen de la ganancia, debido a que trataron
la economía como un sistema de islas desiertas, “Robinson Crusoe”, en el que un
hombre era tanto productor como consumidor, o como una simple transacción entre
un comprador y un vendedor, mediante la cual los beneficios se creaban
simplemente en el proceso de circulación comprando barato y vendiendo caro. En
ambos casos, al reducir la economía a un individuo o par de individuos, se
pierde la división de la sociedad en clases.
Por
el contrario, el keynesianismo, en el que se basa la macroeconomía moderna,
llega a un resultado similar al de los economistas clásicos premarxistas, pero
en la dirección opuesta: simplemente agregando la economía en una sola ecuación
o esquema de demanda total, el keynesianismo pierde de vista la lucha de clases
y la interconectividad entre salarios y beneficios, y de hecho, a menudo
termina ignorando por completo el papel de los beneficios. Uno puede ver la
naturaleza mecánica del esquema keynesiano en el ejemplo de la «máquina de
Phillips» o «MONIAC», un modelo físico de la economía basado en principios
macroeconómicos keynesianos que utiliza el almacenamiento y los flujos de agua
para representar las reservas y el flujo de capital y dinero, y que se supone
que puede predecir el comportamiento de la economía real sobre esta base.
Como
resultado de esta visión mecánica agregada, no dialéctica, el keynesianismo y
la macroeconomía moderna no pueden explicar la base material detrás de la
inversión bajo el capitalismo. En el mejor de los casos, la macroeconomía
burguesa describe la inversión como una función de la tasa de interés, con
tasas de interés más bajas que proporcionan un incentivo para que los
inversores gasten en lugar de ahorrar. Pero en el momento actual, las tasas de
interés están casi al cero por ciento y, sin embargo, no se ve casi
ninguna inversión. En el peor de los casos, mientras que el consumo de los
hogares se explica materialistamente como una función de la renta disponible,
la inversión de las empresas se explica idealmente como simplemente debida
a “el espíritu animal”. En estos días, se ofrece una explicación
idealista similar para la inversión en términos de la necesidad de «confianza
empresarial».
Recurrir
al «espíritu animal» y la «confianza» claramente no explica nada. Uno debe
preguntarse: ¿qué causa entonces la confianza? El argumento dado en respuesta
es típicamente de naturaleza circular: las empresas invierten si hay confianza;
hay confianza si la economía está creciendo; hay crecimiento económico si hay
inversión; Y así sucesivamente y así sucesivamente. Si bien es cierto que la
confianza, la incertidumbre y el riesgo juegan un papel en la determinación de
las decisiones de los inversores, esta confianza e incertidumbre deben tener
una base material. Bajo el capitalismo, la inversión se realiza en busca
de beneficios; si los productos básicos no se pueden vender con beneficio
—o de hecho no se pueden vender, como es el caso de la actual crisis de sobreproducción—,
la producción y la inversión en nueva producción no se producirán.
No
es una falta de confianza subjetiva la que provoca la crisis, sino la crisis
objetiva del capitalismo la que provoca la falta de confianza. Como se ha visto
en numerosas ocasiones en el último período, se han producido frecuentes
repuntes de la bolsa en respuesta al último “plan” de los políticos para
“solucionar” la crisis; pero estos auges son de corta duración, subiendo
como un cohete y hundiéndose como un meteorito, ya que las contradicciones
reaparecen y la siguiente fase de la crisis emerge en el horizonte.
Las
cifras de la crisis actual ponen de relieve la contradicción de la
sobreproducción en relación con la inversión: en 1990, la inversión empresarial
en el Reino Unido era aproximadamente el 14% del PIB anual, pero ha caído a
menos del 8% en la actualidad; pero mientras tanto, las empresas británicas
ahora cuentan con más de £ 700 mil millones de libras en ahorros en
efectivo. Al mismo tiempo, las empresas que han sobrevivido a la crisis están
registrando ganancias récord, como explica The
Economist (31 de marzo de 2012):
“Los
últimos cuatro años han sido malos para los trabajadores y los ahorradores,
pero buenos para el sector empresarial. Los márgenes de beneficio en Estados
Unidos son más altos que en cualquier momento de los últimos 65 años…
“…
Los márgenes se han visto impulsados por el estricto control de los costos
laborales por parte de las empresas y por una reducción en los gastos por
intereses causada por las políticas de los bancos centrales en todo el mundo
rico…
“…
Sin embargo, el alto nivel actual de beneficios no está provocando un aumento
de la inversión. Como proporción del PIB, la inversión empresarial
estadounidense está cerca de los mínimos de 30 años…
“…
la alta participación en las ganancias del PIB es simplemente un corolario de
la baja participación del trabajo…
«…
Las empresas estadounidenses y europeas están optando por gastar su efectivo en
fusiones y recompras de acciones en lugar de gastos de capital».
En
otras palabras, en lugar de invertir en nuevos medios de producción, que deben
producir nuevos productos básicos que deben encontrar un mercado y venderse,
las empresas están reconociendo que existe una sobrecapacidad crónica en el sistema
y, en cambio, optan por gastar su dinero. en la compra de empresas existentes,
es decir, los medios de producción existentes. Este proceso conduce a la
concentración de capital, pero sin crear ningún valor nuevo. En lugar de
utilizarse para desarrollar los medios de producción y proporcionar bienes y
servicios socialmente necesarios, se despilfarra el botín de riqueza que
ha acumulado la clase capitalista.
The
Economist (21 de julio de 2012) continúa destacando la crisis de la
sobreproducción como causante del bajo nivel de inversión:
“La
gran brecha en este momento es entre trabajadores y corporaciones. Aunque el
desempleo sigue siendo obstinadamente alto y los aumentos salariales son
difíciles de conseguir, las ganancias corporativas están acumulando una
proporción mayor del PIB estadounidense que antes de la crisis financiera…
“…
Un alto rendimiento del capital debería fomentar una ola de inversión. La
expansión de capacidad resultante debería incrementar la competencia y reducir
los retornos. Pero eso aún no ha sucedido: las empresas están guardando
efectivo…
“…
las empresas se resisten a invertir ante una demanda débil. Los consumidores
nacionales se han visto presionados por la austeridad y el aumento de los
precios de las materias primas; La crisis de la zona euro y la desaceleración
de las economías en desarrollo están afectando las perspectivas de exportación.
Es posible que las empresas hayan aprovechado al máximo la mejora de la
productividad. La ironía aquí es que una alta proporción del PIB
de los beneficios empresariales da como resultado automáticamente
una baja proporción de los salarios y, por lo tanto, puede eventualmente ser
autolimitante, un resultado positivamente marxista «.
La
tercera parte de una serie de tres artículos comparando las teorías económicas
de Keynes y Hayek a la economía marxista. Por la primera parte haz clic aquí.
A
diferencia de Keynes, que consideraba que el problema era la demanda
efectiva durante la
crisis, Hayek consideraba que el problema era la política monetaria relajada en
el periodo anterior
a la crisis En particular, Hayek argumentó que fue la interferencia
del gobierno en la oferta monetaria, por ejemplo, mediante el establecimiento
de tasas de interés bajas, la impresión de demasiado dinero y el fomento de la
expansión del crédito, lo que creó burbujas y distorsionó el mercado, lo que
llevó a una crisis cuando las burbujas estallaron y se consideró que el auge se
basaba en gran medida en capital ficticio.
Al
igual que Keynes, Hayek solo ve un lado del problema, es decir, el de la
oferta, a diferencia de Keynes y el problema de la demanda. Y también como
Keynes, Hayek no sigue su análisis hasta su conclusión lógica y plantea la
pregunta obvia: ¿Qué pasaría si los gobiernos no hubieran intervenido fijando
tasas de interés bajas y fomentando la expansión del crédito? Sin embargo,
primero hay que plantearse la pregunta aún más sencilla de: ¿Qué es el crédito?
Marx
explica el papel del crédito bajo el capitalismo en El Capital, explicando que
el crédito realiza una doble función. Por un lado, el crédito a relativamente
corto plazo es necesario para sobrellevar los cuellos de botella en la
producción y mantener el flujo y la circulación de capital. Por ejemplo, las
empresas necesitan pedir dinero prestado para pagar los salarios y las materias
primas mientras esperan que los bienes producidos anteriormente lleguen al
mercado y se vendan. Alternativamente, el crédito puede usarse para permitir
que las empresas expandan la producción cuando no tienen el capital inicial
para pagarlo.
Por
otro lado, el crédito también juega el papel de expandir artificialmente el
mercado, es decir, la demanda efectiva, y así ayudar a retrasar una crisis.
Como se explicó anteriormente, bajo el capitalismo, la clase trabajadora nunca
puede recomprar el valor total de las mercancías que crea, debido a la
naturaleza fundamental del capitalismo como producción con fines de lucro. Como
también se explicó anteriormente, el capitalismo tradicionalmente supera esta
contradicción de la sobreproducción reinvirtiendo la plusvalía creada en nuevos
medios de producción en la búsqueda de mayores ganancias. Esto, sin embargo,
solo sirve para crear fuerzas productivas aún mayores y, por lo tanto, una masa
aún mayor de mercancías que deben encontrar un mercado y, por lo tanto, en
lugar de resolver la contradicción, solo impulsa la sobreproducción.
El
crédito, formado por los ahorros y depósitos concentrados de individuos y
empresas en los bancos, se utiliza para incrementar artificialmente la
capacidad de consumo de las masas y así superar temporalmente la
sobreproducción, permitiendo que las fuerzas productivas sigan expandiéndose.
La expansión del crédito durante los últimos veinte años, y en particular desde
el cambio de siglo, creó la burbuja crediticia más grande de la historia y fue
el factor principal para retrasar el inicio de la crisis.
Esta
expansión del crédito fue necesaria para superar la creciente proporción de
riqueza destinada al capital en lugar de al trabajo, que se hizo cada vez más
desigual con ataques a la clase trabajadora que siguieron a la crisis de la
década de 1970 y continuó en la de 1980 con las políticas de Reagan, Thatcher y
los demás representantes políticos del capitalismo. Esta explotación cada vez
mayor de la clase trabajadora continuó en la década de 1990 y el siglo XXI a
través de la intensificación de la semana laboral y el aumento de las horas
extraordinarias, ataques a los salarios y las condiciones, y con muchos
trabajadores que se vieron obligados a aceptar dos trabajos para simplemente
seguir viviendo. Paralelamente a esta explotación creciente, el crédito se
expandió masivamente mediante el uso de hipotecas, tarjetas de crédito,
préstamos estudiantiles, etc.
Las
ideas de Hayek contienen un elemento de verdad al decir que la expansión del
crédito provoca una crisis. En realidad, sin embargo, la expansión del crédito
no causa la crisis; más bien retrasa la crisis al expandir artificialmente el
mercado a corto plazo, a expensas de exacerbar el problema de la
sobreproducción, lo que lleva a una crisis aún mayor en el futuro. De manera
similar, se utilizaron tasas de interés bajas para impulsar el auge más allá de
sus límites al fomentar la inversión y el gasto de los consumidores, un consumo
que, nuevamente, dependía del crédito.
La
expansión del crédito, sin embargo, es un proceso dialéctico: la expansión del
crédito permite que crezcan las fuerzas productivas; el crecimiento de las
fuerzas productivas alimenta la expansión del crédito. Como explica Marx:
“En
estos casos es, pues, inexcusable recurrir al crédito; crédito cuya extensión
crece al crecer el volumen de valor de la producción y cuya duración se
prolonga al aumentar el alejamiento de los mercados. Es un juego de acciones y
reacciones. El desarrollo del proceso de producción hace que se extienda el
crédito, y el crédito se traduce en la extensión de las operaciones
industriales y mercantiles.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)
Durante
el boom, nadie cuestiona este círculo aparentemente virtuoso. La burguesía está
llena de optimismo. Todo es para lo mejor en el mejor de los mundos posibles.
Pero como ocurre con todos los procesos dialécticos, en cierto punto debe haber
una transformación de cantidad en calidad: el vasto préstamo de crédito por un
lado aparece ahora como una enorme pila de deudas por el otro; el consumo
restringido de las masas vuelve a ser evidente y los límites de las fuerzas
productivas para expandirse se reafirman; la sobreproducción es evidente y
estalla la crisis. Como explica Marx, esta sobreproducción es, en última
instancia, la causa de la crisis:
“La
razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad
restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la
producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no
tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.” (El
Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)
Marx
también respondió hace mucho tiempo a quienes afirman que es el agotamiento del
crédito, conocido hoy familiarmente como la «crisis crediticia», lo que causa
la crisis, señalando que, de hecho, no es la falta de crédito la responsable de
la crisis, sino que es la crisis la que conduce a la falta de crédito:
“Mientras
el proceso de reproducción se mantiene en marcha y, por tanto, se halla
asegurado el reflujo del capital, este crédito dura y se extiende, y su
extensión se basa en la extensión del mismo proceso de reproducción. Tan pronto
como se produce una paralización porque se dilate el reflujo del capital, se
abarroten los mercados o bajen los precios, se producirá una plétora de capital
industrial, pero bajo una forma que le impedirá cumplir sus funciones. Habrá
una masa de capital–mercancías, pero invendible. Una masa de capital fijo, pero
ociosa en gran parte por el estancamiento de la reproducción. El crédito se
restringirá 1º porque este capital permanecerá inactivo, es decir, paralizado
en sus fases de reproducción, ya que no podrá consumar su metamorfosis; 2º
porque se quebrantará la confianza en la fluidez del proceso de reproducción;
3º porque disminuirá la demanda de este crédito comercial.
“…Por
consiguiente, al verse entorpecida esta expansión o, simplemente, la tensión
normal del proceso de reproducción, se produce también una escasez de crédito;
resulta difícil obtener a crédito mercancías. La exigencia del pago al contado
y las precauciones en las ventas a crédito son, especialmente, características
de aquella fase del ciclo industrial que sigue a los cracks.
“…
Las fábricas dejan de funcionar, las materias primas se acumulan, los productos
terminados se amontonan como mercancías en el mercado.” (El Capital, Vol. III,
capítulo 30; Marx)
Por
lo tanto, no es la expansión del crédito durante el boom ni la contracción del
crédito lo que es responsable de la crisis. La expansión del crédito
simplemente retrasa la crisis de sobreproducción; la contracción del crédito es
simplemente una manifestación cualitativa de esta misma superproducción.
Volviendo
a Hayek y la pregunta original que los hayekianos no consideran: ¿qué pasaría
si los gobiernos no intervinieran en la economía y el crédito no se expandiera?
¿Se evitarían las crisis con la mano mágica invisible del mercado? Los
hayekianos de hoy en día imaginan que, sin la interferencia del gobierno, las
fuerzas del mercado de oferta y demanda, con las señales de precios que las
acompañan, habrían resuelto todos los problemas; que aún puede haber ocurrido
una crisis, pero hubiera sido un pequeño bache en comparación con la profunda
recesión que estamos experimentando ahora debido a una burbuja crediticia
enormemente inflada.
Pero
como hemos explicado anteriormente, el crédito no crea una crisis, sino que
simplemente la retrasa. En ausencia de la expansión del crédito, la crisis de
la década de 1970 simplemente habría continuado y se habría desarrollado en un
nuevo plano. La expansión del crédito era necesaria para mantener la capacidad
de consumo de la clase trabajadora frente a los ataques a los salarios – es
decir, al poder adquisitivo – de estos mismos trabajadores, todo bajo la
bandera de mantener las ganancias para los capitalistas. Sin la expansión del
crédito, la expansión de las fuerzas productivas se habría enfrentado con un
mercado limitado, es decir, una falta de demanda efectiva, en una fecha mucho
más temprana. Las empresas habrían dejado de expandir la producción ante la
caída de la demanda de bienes de consumo; el desempleo habría aumentado; se
habría iniciado el círculo vicioso de la recesión.
En
lugar de encontrar un equilibrio estable, la solución de los hayekianos –
eliminar cualquier interferencia en el mercado y permitir que la oferta
monetaria se regule – simplemente conduciría a un sistema cada vez más volátil
y turbulento; a una economía que se sale de control; es decir, a una situación
que se asemeja a la del período actual.
Una
vez más, vemos que el fallo de los hayekianos, como de los keynesianos, es su
enfoque en un solo lado de un problema con muchos lados. Al tratar de resolver
una contradicción, los capitalistas simplemente crean nuevas contradicciones en
otros lugares a mayor escala.
En
realidad, a pesar de su fe ciega en el libre mercado, Hayek nunca fue realmente
aceptado por los representantes políticos del capitalismo, quienes no podían
tragarse su credo de que no debería haber ninguna interferencia del gobierno en
la economía. Frente a la crisis, los políticos burgueses siempre se han
doblegado, desechando todo discurso sobre el «libre mercado» y haciendo, en
cambio, lo que sea necesario para salvar al capitalismo de sus propias
contradicciones. De ahí la preferencia de políticos burgueses como Thatcher y
Reagan por Milton Friedman, un hombre que predicaba las virtudes del libre
mercado, pero que no temía defender el brazo fuerte del Estado para guiar la
mano invisible. De ahí también la aceptación de las ideas keynesianas en
períodos de crisis, como ahora, por parte de ciertos elementos de la burguesía,
quienes, como Keynes, ven la necesidad de que el estado intervenga en el
funcionamiento y regulación del capitalismo.
La
macroeconomía moderna, basada en las ideas de Keynes en la Teoría General, cita
cuatro fuentes principales de producción, demanda y crecimiento para una
economía nacional: consumo, inversión, el gasto público y las exportaciones. En
tiempos “normales”, se espera que una contracción de una sección sea
compensada, con suerte, por otra. Pero hoy estos cuatro sectores están
retenidos.
El
consumo está restringido por las enormes cantidades de deuda privada, e incluso
los llamados países «ricos» del norte de Europa experimentan enormes deudas
domésticas; por ejemplo, como porcentaje de los ingresos, la deuda de los
hogares en Dinamarca y los Países Bajos es del 268% y 249% respectivamente,
mientras que el Reino Unido tiene una cifra del 143%. Un artículo del Wall Street Journal titulado «Private
debt will likely weigh on growth for years» (La deuda privada probablemente
pesará sobre el crecimiento durante años) [13-15 de abril de 2012] afirma que:
“La
deuda pública ha recibido la mayor parte del protagonismo desde que estalló la
crisis de la deuda europea hace más de dos años. Pero la deuda del sector
privado es, sin duda, un problema más difícil de resolver.”
“..El
origen del problema de la deuda privada son las hipotecas: los precios de los
inmuebles se dispararon en varios países europeos y los bancos estaban
dispuestos a prestar sumas cada vez mayores para la compra de viviendas. Desde
entonces, el boom inmobiliario se ha ido al garete en gran parte de Europa,
pero la deuda hipotecaria perdura como un albatros que se cierne sobre el
cuello de los consumidores europeos.”
“Los
economistas han encontrado un fuerte vínculo entre el consumo, los auges
crediticios y la caída de los precios inmobiliarios: los países que
experimentaron un fuerte aumento de la deuda de los hogares experimentarán una
caída más pronunciada del consumo que las naciones donde la deuda no ha
aumentado tan rápido. Si pidió prestado una gran cantidad de dinero para
comprar su casa (y el terreno en el que descansa) y luego los precios bajan
poco después, es más probable que desee pagar la deuda que salir a cenar,
comprar un automóvil nuevo o renovar su casa.»
Mientras
tanto, los bancos, que tienen deudas igualmente grandes en sus libros, están
intentando «desapalancarse», es decir, reducir sus deudas. De ahí el aparente
misterio de por qué ha habido tan poca inflación en los últimos tiempos, a
pesar de las enormes cantidades de dinero que se han inyectado en la economía
mundial a través de la flexibilización cuantitativa y otras políticas
similares; en lugar de ingresar a la economía real y gastarse, los bancos
simplemente usan este dinero para reducir sus deudas.
Por
razones similares a las de los hogares, los gobiernos de los países
capitalistas avanzados están restringidos en su capacidad para aumentar el
gasto, dadas sus ya enormes deudas públicas. Lejos de aumentar el gasto público,
la economía de EE. UU., la más grande del mundo, se enfrenta a un «precipicio
fiscal», con recortes en el gasto público y aumentos en los impuestos por un
valor total de aproximadamente el 5% del PIB que entrará en vigor a finales de
2012.
Dados
los tiempos desesperados, se han propuesto medidas igualmente desesperadas.
Olvidando todas las lecciones de la historia, varios analistas han sugerido que
los gobiernos con una política monetaria independiente pueden simplemente
imprimir dinero para pagar sus deudas, y la flexibilización cuantitativa es el
primer paso en una pendiente resbaladiza hacia esto. En el mejor de los casos,
estas políticas no contribuyen a resolver la crisis; en el peor de los casos,
pueden conducir a la hiperinflación.
La
inversión, como señalamos anteriormente, se encuentra en un mínimo histórico,
ya que los capitalistas no están dispuestos a invertir en nueva producción
cuando ya existe un exceso de capacidad, es decir, sobreproducción, en todo el
sector. Finalmente, por tanto, nos quedamos con las exportaciones. Pero es una
obviedad básica que no todos los países pueden ser exportadores netos. Por cada
exportación debe haber un valor equivalente de importaciones; o, como en el
caso de la eurozona en el momento actual, habrá un flujo de exportaciones de un
país y una acumulación de deuda en otros.
Los
políticos de cada nación prometen exportar para salir de la crisis. En un mundo
ideal, les gustaría hacer esto haciendo que las exportaciones de su país sean
más competitivas manteniendo bajos los salarios mientras esperan que todos los
demás países aumenten sus importaciones pagando más a sus trabajadores. Pero
los capitalistas y representantes políticos de todos los países están intentando
hacer lo mismo. Así llegamos al patrón general de sobreproducción, pero ahora
visto a escala internacional, con la competencia entre los capitalistas de
diferentes naciones que lleva a recortes de salarios en todos los ámbitos,
caída de la demanda y contracción del mercado.
Esto
lo vemos hoy reflejado en los llamamientos de los analistas keynesianos de
varios países, quienes exclaman que “¡debemos ser más como Alemania y China!”;
«¡Debemos invertir, ser más competitivos y exportar!» Pero no todo el mundo
puede ser como Alemania y China. Basta con hacerse la simple pregunta de:
¿exportar a quién? En un momento en que los gobiernos de todo el mundo están
aplicando medidas de austeridad, ¿dónde está la demanda de mayores
importaciones? De ahí los llamamientos de políticos y comentaristas políticos
para que Alemania y China “reequilibren” sus economías, es decir, que aumenten
los salarios, reduciendo así la competitividad de las exportaciones y
proporcionando los medios para un mayor consumo de importaciones. Pero, ¿por
qué querría la burguesía en Alemania y China hacer algo así cuando se están
beneficiando bastante de la situación actual?
En
realidad, los intentos de superar las crisis mediante las exportaciones sólo
conducen a una espiral descendente; a guerras comerciales, proteccionismo cada
vez mayor y un empeoramiento de la crisis para todos en última instancia.
Keynes, de hecho, entendía los peligros de los grandes desequilibrios
comerciales en una economía global y estaba deseoso de llegar a un acuerdo en
el marco del sistema de Bretton Woods de la posguerra, que limitara los
desequilibrios entre países. En un mundo donde todas las economías están unidas
entre sí por mil hilos, la crisis en un país afecta a todos. Por tanto, nos
encontramos hoy en la situación en la que la crisis de los países periféricos
de la eurozona ha provocado una ralentización de las economías de Alemania y
China, cuyo crecimiento dependía de las exportaciones a Europa. A su vez,
países como Australia, Brasil y Sudáfrica, que dependen de la exportación de
materias primas a China, también han experimentado una desaceleración.
El
crecimiento impulsado por las exportaciones de China ya no es una realidad. En
su lugar, el gobierno chino se ha visto obligado a emprender uno de los
experimentos keynesianos más grandes de la historia, invirtiendo en vivienda,
infraestructuras y nuevos medios de producción. Pero como todos los
experimentos keynesianos, esto solo está preparando el camino para una crisis
de sobreproducción aún mayor en el futuro.
En
el fondo, los desequilibrios comerciales, con déficits en un extremo y
superávits en el otro, no son la causa de la crisis, sino una manifestación de
ésta. Los enormes déficits comerciales de los países periféricos de Europa –
Grecia, España, Portugal, etc. – son la otra cara de la moneda de los
superávits comerciales en Alemania. Los salarios se han mantenido bajos en
Alemania y China, mientras que las fuerzas productivas se han expandido. Las
mercancías no tienen cabida en el mercado interno, sino que han encontrado un
mercado en el extranjero. La vasta riqueza de las exportaciones alemanas y
chinas es, por tanto, simplemente una expresión de la enorme sobreproducción
que existe dentro de estos países.
Marx
entendió y lo explicó en El capital:
“En
lo que se refiere a las importaciones y exportaciones, hay que observar que
todos los países se ven arrastrados unos tras otros a la crisis y que luego se
pone de manifiesto que todos ellos, con muy pocas excepciones, han importado y exportado más de lo
debido. El problema no reside, por tanto, en realidad, en la
balanza de pagos misma…
“Luego,
le llega la vez a otro país. La balanza de pagos era, momentáneamente,
favorable a él; pero ahora desaparece o se acorta a causa de la crisis el plazo
que en tiempos normales existía entre la balanza de pagos y la balanza de
comercio y todos los pagos deben ser hechos efectivos inmediatamente. Y vuelve
a repetirse aquí la misma historia de antes… Lo que en un país aparece como
exceso de importaciones aparece en el otro país como exceso de exportaciones y
viceversa. Pero la realidad es que en todos los países se produce un exceso de
importaciones y de exportaciones… es decir, superproducción, estimulada por el
crédito y la inflación general de precios que lo acompaña…
«La
balanza de pagos, en tiempos de crisis, es contraria a todo país, por lo menos
a todo país comercialmente desarrollado, pero siempre a uno tras otro, como en
los incendios de gavillas, tan
pronto como les va llegando el turno del pago; y la crisis, una vez que ha
estallado… Entonces se revela que todos los países se han excedido al mismo
tiempo en las exportaciones (es decir, en la producción) y en las importaciones
(es decir, en el comercio), que en todos ellos se han exagerado los precios y
se ha forzado el crédito. Y en todos sobreviene la misma bancarrota. El
fenómeno del reflujo del oro va presentándose en todos, uno tras otro, y
demuestra precisamente por su carácter general: 1º que el reflujo del oro es,
simplemente, una manifestación de la crisis, y no su causa; 2º que el orden por
el que se presenta en los diversos países sólo indica cuando le llega a cada
uno de ellos el turno de ajustar sus cuentas con el ciclo, cuando vence en él el
plazo de las crisis y se ponen en acción los elementos latentes de ésta.»
(Capital, Volumen III, capítulo 30; Marx – énfasis en el original)
Las
elevadas deudas públicas en las economías más débiles de la eurozona, como
Grecia y Portugal, son igualmente un síntoma de este mismo proceso. La creación
del euro fue más beneficiosa para los capitalistas alemanes, que utilizaron la
moneda única como medio de dominación económica sobre el resto de Europa. El
capitalismo alemán, que era (y sigue siendo) de mayor competitividad, debido a
una combinación de bajos salarios y alta productividad, supo utilizar el euro
para incrementar el flujo de exportaciones hacia los países periféricos más
débiles de la eurozona. Pero estos países no tenían nada que ofrecer a cambio,
y sólo podían pagar estas importaciones a través del crédito –principalmente
provisto por bancos alemanes– que se había vuelto mucho más barato gracias a
las bajas tasas de interés que ofrecía la pertenencia al euro. El resultado fue
un aumento de los beneficios en Alemania y un aumento de las deudas en Grecia,
Portugal y otros lugares.
La
deuda pública, por tanto, no es una causa de la crisis, sino un síntoma más de
la crisis de sobreproducción. Esto se pone de relieve con el ejemplo de España,
un país que antes de la crisis tenía una deuda pública de solo el 36% del PIB y
tenía un superávit presupuestario estable, y que todavía hoy tiene una deuda
pública de sólo el 69%. Pero, sin embargo, España se encuentra en una profunda
crisis económica. Su auge anterior a la crisis se basó en una enorme burbuja
inmobiliaria, que a su vez fue alimentada con crédito barato, y ahora estas
burbujas han estallado dejando la contradicción de casas vacías junto a miles
de personas sin hogar.
Los
analistas burgueses se refieren a menudo a la crisis del euro simplemente como
un problema de competitividad. Pero como hemos explicado anteriormente con
respecto a las importaciones, las exportaciones y los desequilibrios
comerciales, la competitividad internacional no es fundamentalmente diferente
de la competencia entre diferentes empresas capitalistas: bajo el capitalismo
siempre habrá ganadores y perdedores. No todos pueden situarse en la cima de la
pirámide de la competitividad. La competencia siempre es relativa. La principal
diferencia es que cuando se trata de la competencia entre empresas, las
compañías más débiles se hundirán y serán avasalladas por las más fuertes. En
el plano internacional, las economías nacionales menos competitivas no pueden
asimilarse simple y llanamente, aunque esa es, en esencia, la propuesta de una
unión fiscal dentro de la eurozona: de una zona económica única en la que las
economías más débiles estén bajo el control directo de las más fuertes, es
decir, del capitalismo alemán.
Pero
al igual que con la competencia entre empresas capitalistas, la competencia
entre naciones capitalistas es en última instancia una espiral descendente en
la que los capitalistas están cortando la rama en la que están sentados: para
tratar de ganar competitividad, deben recortar los salarios de la clase obrera,
y así recortar el mercado de las mercancías que producen; o deben invertir en
productividad y así expandir las fuerzas productivas. En cualquier caso, la
crisis de sobreproducción se agrava. Una vez más, lo que tiene sentido desde la
perspectiva de un capitalismo nacional particular – recortar salarios, aumentar
la productividad, ganar competitividad y exportar al exterior – es, en última
instancia, destructivo para la economía internacional en su conjunto.
Esto,
una vez más, demuestra las barreras fundamentales para el crecimiento de las
fuerzas productivas: la propiedad privada de los medios de producción y el
Estado nación, los cuales se han convertido en los más monstruosos grilletes
para el desarrollo de la ciencia, la tecnología, la cultura, y de la sociedad
en general.
Hoy
está claro que ni los keynesianos ni los monetaristas tienen una propuesta
real. A diferencia del optimismo que sentía la burguesía en los años del boom,
ahora no hay más que pesimismo entre la clase dominante. Tanto los monetaristas
como los keynesianos están equivocados y tienen razón; pero ambos sólo ven un
aspecto del problema. Está claro que la austeridad no está funcionando, pero a
su vez no queda dinero para que los gobiernos estimulen la economía y por otro
lado los mercados financieros exigen recortes. La verdadera respuesta es que no
hay solución posible bajo el capitalismo.
Pero
la dicotomía de «austeridad contra crecimiento» es, en última instancia, falsa.
Como destacó The
Economist (5 de mayo de 2012), «Pedir crecimiento es como
defender la paz mundial: todo el mundo está de acuerdo en que es algo bueno,
pero nadie está de acuerdo en cómo hacerlo.» En pocas palabras: los partidarios
de la austeridad creen que el sector privado saldrá al paso con inversiones que
generarán crecimiento económico, pero que primero deben reducirse las deudas y
los déficits y que deben llevarse a cabo «reformas» estructurales para eliminar
cualquier «barrera» a la flexibilidad del mercado laboral, por ejemplo, sindicatos,
derechos de los trabajadores, normas de salud y seguridad, etc. Los keynesianos
creen que es el gobierno el que debe intervenir para estimular la economía con
inversiones en nuevas infraestructuras y vivienda.
Los
keynesianos tienen bastante razón cuando señalan que la austeridad no es la
respuesta y que los recortes simplemente agravan las recesiones en toda Europa.
Sin embargo, las promesas keynesianas de «crecimiento» en lugar de recortes son
igualmente utópicas. Bajo el capitalismo el crecimiento no puede surgir de la
nada. Como dijo acertadamente The
Economist (12 de mayo de 2012), “el hada del crecimiento no
existe”.
François
Hollande, el presidente de Francia recién electo, se ha postulado como el
vocero de la “alternativa a la austeridad”, en contraste con Merkel, quien es
vista como la insensible representante de los recortes. Los partidos de
oposición de toda Europa se han alineado para apoyar los llamamientos de
Hollande a un “pacto de crecimiento”: Tsipras, el líder de SYRIZA en Grecia, insta
a una renegociación del memorando de austeridad; Izquierda Unida en el Estado
español reivindica igualmente la “inversión” y el “crecimiento”; Ed Miliband y
los demás dirigentes laboristas en Gran Bretaña han aplaudido la elección de
Hollande y su oposición a la austeridad «excesiva».
Pero
detrás de los tópicos y la retórica grandilocuente, estos mismos dirigentes
entienden la verdadera gravedad de la crisis y, de hecho, aceptan la necesidad
de la austeridad. Por ejemplo, mientras de boquilla clama contra los recortes,
Hollande ha prometido reducir el déficit presupuestario francés al 3% para
finales de 2013 y eliminarlo por completo para 2017. Curiosamente, estos son
los mismos objetivos que se ha puesto el Partido Conservador en Gran Bretaña,
que defiende orgullosamente la austeridad. Mientras tanto, Miliband ha admitido
que el Partido Laborista no se puede comprometer a revertir ninguno de los
recortes de los conservadores si ganan las próximas elecciones en 2015.
Estos
dirigentes están atrapados entre la espada y la pared; entre las presiones
colosales de los mercados financieros y las masas radicalizadas de trabajadores
y jóvenes. Por un lado, deben ofrecer alguna esperanza a las masas a las que
dicen representar y que se han dirigido a estos dirigentes en búsqueda de una
alternativa. Pero, por otro lado, estos mismos líderes hacen todo lo posible
por asegurar a los mercados que son estadistas «responsables». En el fondo,
entienden que los recortes no son una cuestión ideológica y que bajo el capitalismo
no hay alternativa. No se cuestiona la necesidad de la austeridad, simplemente
el alcance y la velocidad de estos recortes.
El
resultado es la política económica denominada de «Ricitos de Oro», que
defienden el FMI y otras instituciones burguesas: algunos recortes a corto
plazo (¡pero no demasiados!), acompañados de políticas públicas de estímulo al
crecimiento, de la mano de planes a largo plazo para la reducción del déficit y
de la deuda. Como afirma The Economist:
“El
mito de una contracción fiscal expansiva, la idea de que la reducción del
déficit impulsaría el crecimiento, se ha desvanecido en gran medida. La última
evidencia muestra que, en una recesión, el efecto multiplicador del ajuste
fiscal puede conducir a una recesión más profunda, lo que hace que sea aún más
difícil reducir el déficit. En la zona euro, además, los países no pueden
mitigar fácilmente el impacto de la crisis mediante una política monetaria más
flexible o una devaluación monetaria. Las reformas estructurales pueden
impulsar el crecimiento, pero sobre todo a medio plazo.
“Sin
embargo, si los altos déficits fueran la respuesta, Grecia y España deberían
estar en auge. Muchos países de la zona euro no tuvieron más remedio que la
austeridad para intentar calmar los mercados de bonos que los estaban empujando
a la quiebra. Otros recortaron por miedo a sufrir la misma suerte. La deuda en
las economías avanzadas ha alcanzado niveles sólo superados durante la Segunda
Guerra Mundial, y la evidencia es que una deuda elevada puede ahogar el
crecimiento a largo plazo. Tarde o temprano, la mayoría de los países europeos
tienen que empezar a reducir su deuda. Por tanto, el dilema no es realmente
entre la austeridad y el crecimiento, sino el momento y la velocidad de la
reducción del déficit y la combinación adecuada de reformas estructurales.
«La
política Ricitos de Oro, como la llama el FMI, insta a los países a emprender
un ajuste fiscal gradual en el corto plazo, si los mercados lo permiten, junto
con un plan creíble de reducción de la deuda a medio plazo.»
Tal
«plan» es completamente utópico y sencillamente pone de manifiesto la total
confusión y pesimismo de la burguesía que, en ausencia de un análisis adecuado
de la crisis y del capitalismo, se ve obligada a reaccionar empíricamente a los
acontecimientos, tropezando de un desastre a otro a lo largo del camino.
A
los dirigentes sindicales también les encanta hablar de “empleo, inversión y
crecimiento”. Se proponen políticas keynesianas, pero se disfrazan y se
endulzan con el lenguaje del socialismo. Len McCluskey, el secretario general
de Unite, el sindicato más grande de Gran Bretaña, habla sobre el «socialismo
del siglo XXI», pero es intencionadamente vago sobre lo que significa. Son
frases huecas sin contenido real, que actúan como una botella vacía, que se
pueden rellenar con cualquier cosa.
McCluskey
tiene razón cuando plantea la necesidad del socialismo. El movimiento obrero en
todos los países necesita un programa socialista. Pero este socialismo debe
definirse claramente: la nacionalización de los bancos y demás palancas de la
economía como parte de un plan democrático de producción. En resumen: la
abolición del capitalismo y la transformación de la sociedad.
El
potencial de tal plan de producción queda claro ante la enorme cantidad de
fábricas ociosas, casas vacías y trabajadores desempleados que se sientan de
brazos cruzados debido a la crisis de sobreproducción y las fallas de un
sistema en el que el lucro rige la producción. Si se pusieran en movimiento
estos recursos humanos y materiales, no se hablaría de escasez ni de pobreza.
Los niveles de vida podrían mejorarse drásticamente, la jornada laboral podría
reducirse a unas pocas horas, se sentarían la bases materiales para que todo el
mundo participe plenamente en la gestión democrática de la sociedad.
Las
inspiradoras luchas sociales en Grecia, España y Portugal muestran la voluntad
que existe de luchar por una alternativa. Sin embargo, en cada ocasión, los
dirigentes del movimiento no han estado a la altura del desafío. La situación
se asemeja a la que se da antes de que estalle un incendio forestal: el suelo
está seco y una simple chispa podría desatar un enorme fuego. Los trabajadores
y los jóvenes de todos los países se miran unos a otros. Todo lo que se
necesita es un ejemplo que marque el camino a seguir para los demás. La
consigna debe ser: ni austeridad ni keynesianismo, sino la transformación
socialista de la sociedad.
Fuente:
americasocialista