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ÉTICA ECOSOCIALISTA (EL VERDADERO HOMBRE NUEVO)

Miércoles 21 de julio de 2010 por CEPRID

Joel Sangronis Padrón

CEPRID

Obra como si la pauta de tu acción Pudiera servir en todo momento como Principio de una legislación universal.

Immanuel Kant.

La ética no es otra cosa que la reverencia por la vida

Albert Schweitzer

Si supiera que el mundo se ha de acabar Mañana, yo hoy aún plantaría un árbol…..

Martin Lhuter King

La evolución humana siempre fue para mí una fuente de dudas e interrogantes. Desde niño me llamó profundamente la atención el hecho de como unos primates pobremente equipados, desde el punto de vista fisiológico, pudieron haberse sobrepuesto a las enormes desventajas que esas condiciones representaban en un medio severamente hostil, para sobrevivir y expandirse por el mundo.

La selección natural empujó a las distintas especies, y a los individuos de una misma, a luchar, a competir entre sí para que sólo los más aptos sobrevivieran, sin embargo, los homínidos, con mucho, menos aptos físicamente para la lucha por la vida que la mayoría de sus competidores, presas y depredadores, sobrevivieron, prosperaron y evolucionaron. Como lo señalan Richard Leakey y Roger Lewin en su libro Nuestros Orígenes, Lo que nos hace humanos: “Además de la capacidad técnica para la planificación, la coordinación y la tecnología, se intensificó asimismo la capacidad social para la cooperación. La cooperación, el sentido de unos objetivos y valores comunes, el deseo de avanzar hacia el bien común, fue algo más que la mera suma de individualidades. Se plasmó un conjunto de normas de conducta, de moral, en una comprensión del bien y del mal dentro de un sistema social complejo. Sin cooperación-dentro de la banda, entre diferentes bandas, entre grupos tribales-nuestras capacidades técnicas se habrían visto severamente mermadas.”

Si la selección natural condicionó y empujó instintivamente a nuestros antepasados a competir, a ser egoístas y posesivos, la necesidad de sobrevivir los llevó a pensar en el otro, en los otros, en el grupo antes que en sí mismos, a contrarrestar sus desventajas fisiológicas a través de la cooperación. Fue el desarrollo de una ética comunitaria la que permitió y potenció el desarrollo de la inteligencia necesaria para la supervivencia. Como bien lo señala Aldo Leopold en su ensayo “La Ética de la Tierra”: “En términos ecológicos, la ética puede ser descrita como una limitación de la libertad de acción en la lucha por la existencia. ….Posiblemente la ética sea un instinto comunitario en proceso de evolución”. En ese mismo orden de ideas, el gran biólogo británico Conrad Waddington señala que: “A través de la evolución el ser humano se ha convertido en un animal ético”.

Aun cuando la ética pertenece a la esfera del “yo” (más bien a la del súper yo), es claro que desde el comienzo de nuestra historia como especie, el “yo” nunca ha podido existir sin los “otros”. El ser humano en tanto que “ser”, presupone necesariamente la existencia de “otros”. Las relaciones del “yo” con los “otros” es lo que conocemos como relaciones humanas o relaciones sociales.

Estas relaciones se han determinado a través de la historia en base a los modos de producción de cada sociedad en cada momento histórico dado, es decir, a la forma en que los seres humanos se han organizado para obtener o producir lo socialmente necesario para su existencia. Las relaciones sociales de producción van a generar entonces formas y modelos de vida, es decir, van a crear modelos culturales, y estos modelos determinarán en alto grado los patrones de conducta de los hombres en cada sociedad. Cuando los seres humanos pasan del modo de vida primitivo y comunitario (comunismo primitivo y ética comunitaria) a formas de organización basadas en la jerarquía, la imposición de la fuerza, el dominio y el poder (división social del trabajo), la concepción de la ética en cada caso reflejará estos cambios.

La división de la sociedad humana en clases romperá entonces la primitiva ética comunitaria; la ética del amo no podrá ser jamás la del esclavo, ni la del señor feudal la del siervo, ni la del burgués la del proletario. La lucha por la existencia no será entonces sólo contra depredadores y condiciones naturales adversas sino fundamentalmente contra otros hombres, la lucha del hombre contra el hombre: ¡La lucha de clases!

La ética dejará entonces de ser un valor comunitario. Los imperativos de la lucha por la existencia del hombre contra el hombre van a generar las condiciones (creación del estado, sistemas jurídicos, códigos morales y religiosos) para que la ética se transforme en un problema individual, de cómo se comporta el hombre frente a los hombres. Al ser recluida al ámbito de lo individual, de lo privado, la ética perdió toda forma de vínculo con el entorno, con el mundo externo a la sociedad humana. Desde ese entonces, la mayor parte de los modelos culturales producidos por la especie humana (entre ellos por supuesto nuestro modelo occidental), van a entender la ética como un problema del ser humano en su relación con sus semejantes, negando a rajatabla la posibilidad de existencia de una ética frente al resto de los seres vivos. A esto contribuirá en no poca medida la estructuración y expansión de los grandes cultos monoteístas, patriarcales y trascendentalistas, que entenderán a la ética como un apéndice de la religión, subordinando la conducta y la libertad humanas a sus sistemas de verdades reveladas y leyes divinas, negando la relevancia, valor y hasta la existencia de una ética laica.

La tierra y las demás formas de vida van a ser consideradas como elementos accesorios y temporales del elemento principal: ¡El Hombre! Para estos sistemas de creencias, el hombre va a ser el centro de la creación y, por ende, va a estar por encima del resto de seres vivos e incluso de todo el ecosistema, entendido como una totalidad (La Tierra). Para las religiones monoteístas no hay planteamientos éticos posibles entre el hombre y los demás seres vivos, toda vez que para ellas el hombre habita en un plano ontológicamente superior.

En los últimos 300 años el modelo capitalista ha venido a exacerbar hasta el paroxismo los instintos más básicos, (menos humanos), de nuestra especie: posesión dominio, individualismo, competitividad, poder, egoísmo. Este sistema ha producido un deslumbrante, casi alucinante, desarrollo técnico y científico, pero estos avances tecnológicos y materiales no han sido, en modo alguno, acompañados por un desarrollo paralelo en el plano ético y moral. Masivas formas y técnicas de destrucción y de muerte han sido creadas y perfeccionadas hasta sobrepasar todo límite del horror. Chernobyl, Tree Mile Island, Torrey Canyon, Exxon Valdez, Prestige, The Deep Horizon, Amoco Cadiz, la Bahía de Minamata, y Bhopal, por citar sólo los más publicitados, no fueron simples accidentes sino consecuencias dialécticas de la lógica instrumental del desarrollismo capitalista. La actual racionalidad técnica conlleva en su seno, en su misma naturaleza, el impulso desbocado del dominio, la violencia del poder, la irracional fascinación por la omnipotencia, un infantil deslumbramiento por lo novedoso. El Homo Tecnologicus Capitalista combina los peores instintos del hombre lobo hobbesiano con la imprudente e insensata fascinación por la técnica del doctor Victor Frankestein. El homo capitalista contemporáneo, hijo del positivismo-productivista, es, para su entorno, para el resto de los seres vivos, una especie de Mister Hyde armado con alta tecnología.

La inexistencia de un sistema ético que regule o modere las relaciones del homo capitalista con la naturaleza ha hecho que esta sea vista sólo como una fuente de materias primas y como un depósito de sus desechos y excrecencias. En los últimos 200 años el modelo capitalista ha generado una destrucción de los diferentes ecosistemas terrestres como no se había visto en el anterior millón de años que nuestra especie tiene sobre la faz de la tierra; miles de especies se han extinguido prematuramente, vastos espacios terrestres y marítimos han sido contaminados y esterilizados. Hoy, el capitalismo en su vertiente neoliberal azuza a 6.500 millones de seres humanos a poseer más, a competir por tener más, para mantener el crecimiento exponencial de un aparato industrial que genera productos y desechos 24 horas al día, 365 días al año. La muerte avanza sobre la tierra mientras cada día la biodiversidad retrocede.

HACIA UNA ÉTICA ECOSOCIALISTA:

La explotación de la naturaleza por el hombre se basa en la misma lógica y los mismos fines que la explotación del hombre por el hombre. Una ética que replantee las relaciones sociales en función de la cooperación y la solidaridad nacerá paralela a una que plantee las relaciones con el entorno natural en función de respeto, coexistencia y perdurabilidad. El deseo compulsivo por consumir, por acrecentar bienes materiales, y esclavizarse a estos y al capital, torna imposible construir dentro del modelo capitalista un nuevo sistema ético entre los hombres y su entorno.

El consumismo es la peor manifestación patológica de esa enfermedad histórica de la sociedad humana llamada capitalismo; es el primer y más formidable obstáculo para la construcción de un nuevo modelo social en donde lo que se entienda por calidad de vida no conlleve, casi automáticamente, (como sucede en la actualidad), a la degradación y destrucción de la vida circundante.

Es un grave error creer que el nuevo modelo socialista a construir simplemente equivaldrá a una mejor y más justa distribución de la riqueza material dentro de la sociedad. Para decirlo con palabras de Carlos Marx: “Si el comunismo se desinteresa de los hechos de conciencia, podrá ser un método de distribución, pero no será jamás una moral revolucionaria”. En ese mismo orden de ideas Ernesto Guevara de la Serna (Che) señalaba que: “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa”. Aquí tanto Marx como el Che priorizan la moral y la ética comunista, pero la circunscriben al ámbito humano. La crisis ecológica y civilizatoria que el capitalismo ha provocado, y que se agudiza cada día más, impone extender esos hechos de conciencia al ámbito de la ecosfera. El socialismo económico sin una ética ecológica no tendrá futuro alguno.

Si la burguesía capitalista ha basado su dominio y poder no sólo en la explotación del hombre por el hombre sino también en la explotación de la naturaleza por el hombre, el socialismo que hemos de construir no sólo ha de combatir y eliminar la primera sino también la segunda forma de explotación.

Sólo se podrá derrotar al capitalismo cuando sus prácticas y vivencias (fuente de su dominio ideológico), sean modificadas. El hombre nuevo del que nos hablaron Marx y el Che ha de poseer como características fundamentales una nueva conciencia, una nueva cultura y una nueva forma de relacionarse con sus semejantes y con su entorno, que también ha de ser considerado su semejante, su igual. Esta nueva conciencia sólo podrá ser construida a partir de la transformación radical de los principios en que se sustenta el modelo capitalista y la cultura occidental que lo produjo: consumismo, valor de cambio por encima del valor de uso, tener en vez de ser, desarrollismo, homogenización de la cultura, racionalidad técnica, verticalidad en el ejercicio del poder, patriarcalismo, cosificación del ser, fetichismo de los objetos, imperio de lo efímero, competitividad, machismo, antropocentrismo, racismo y clasismo. La alienación, entendida como la incapacidad del ser humano de percibir y comprender la realidad que lo rodea, de asumirse a sí mismo como un extraño en su mundo, de rechazar su historia, su cultura, su entorno y a sus semejantes, es uno de los más formidables obstáculos a la creación y desarrollo de una nueva ética ecocomunitaria que supere los antivalores que el capitalismo ha inoculado profundamente en la psiquis del hombre contemporáneo.

Hoy, más que hablar de condiciones materiales de existencia, habría que hablar de condiciones materiales de supervivencia. La construcción de una ética planetaria que se sobreponga y supere la sobredeterminación (cosificación) que de la vida hace el capitalismo, es un imperativo de supervivencia. Al igual que hace un millón de años atrás, hoy el instinto de supervivencia nos está obligando, como especie, a desarrollar una nueva ética para la vida; no hacerlo, o no hacerlo a tiempo, puede implicar la destrucción de la vida sobre la faz de la tierra tal y como la conocemos hasta hoy.

El cambio de patrones éticos no vendrá impulsado solamente por cambios y transformaciones en los modos de producción y en el tipo de relaciones productivas. El profundo y violento rompimiento metabólico que los seres humanos le estamos infringiendo al ecosistema terrestre impondrá, así, coercitivamente, un nuevo modelo de relaciones ecosistémicas de supervivencia, y el concepto mismo de producción de los bienes necesarios para la vida de la especie humana tendrá que ser drásticamente revisado y reelaborado (comenzando por la energía). Las nuevas relaciones sociales de producción deberán ser entonces relaciones ecosistémicas de cooperación.

Tendremos que crear, (y esto es una carrera contra el tiempo), una nueva ética entre los hombres y el resto del ecosistema terrestre; una ética que allane el camino para la reinserción plena y no dominante ni destructiva de los hombres en su hogar planetario.

Una nueva ética entre los seres humanos (no antropofágica), no creada, mediada o condicionada por el capital.

Una nueva ética del hombre hacia sí mismo. Una espiritualidad laica, no antropocéntrica ni androcéntrica, basada en el respeto y resguardo de la vida, de todas las formas de vida, incluyendo claro está, la de sus semejantes.

Matizar y repensar el antropocratismo (gobierno del mundo por el hombre), ese que conlleva a que sólo los hombres y sus intereses decidan el destino de la tierra por encima de más de 5 millones de especies vivas con quienes compartimos el planeta. Superar la racionalidad instrumental que tiene como metas el productivismo, la acumulación de capital, el dominio y el poder. Revisar y replantear el concepto de progreso. Este quizás sea uno de los puntos más difíciles a abordar. En los últimos 150 años el positivismo introdujo profundamente en el modelo cultural de occidente (hoy dominante en todo el mundo), la noción del progreso infinito casi como sinónimo de felicidad. El capitalismo completó la ecuación equiparando progreso con consumo material; así, se haga lo que se haga, se obtenga lo que se obtenga, el individuo y la sociedad se sienten frustrados (aquí está el quid del consumismo); se nos ha educado para exigir y esperar siempre más, en forma permanente, eterna. Una progresión exponencial del consumo y del progreso material en un ecosistema finito y limitado: ¡Una locura!

Admitir que no se puede progresar eternamente, (en términos materiales, en consumo, en obtención de bienes tangibles), tiene un costo político que ni los gobiernos neoliberales de derecha ni los gobiernos progresistas y revolucionarios se atreven a asumir. La tesis del decrecimiento es, en la actualidad, un verdadero tabú político. La creación de una ética socioecológica necesariamente ha de pasar por deslegitimar vigentes modelos, patrones y estilos de vida y consumo, y reivindicar antiguos valores y tradiciones epicúreas, franciscanas, taoístas, budistas y de nuestros pueblos originarios, tales como la frugalidad, la solidaridad, la hermandad, el autocontrol, la otredad, el respeto a toda forma de vida, hoy transformadas por el aparato cultural del sistema capitalista en tabúes sociales y políticos. Obviamente que una nueva ética ecosocialista no podrá imponerse a través de la fuerza o de la coacción. La educación formal e informal, el cambio de patrones de consumo a partir de la promoción de nuevas formas de producción y distribución, y el ejemplo de quienes gobiernen o ejerzan cargos de influencia social, serán fundamentales en esta titánica tarea.

Joel Sangronis Padrón es profesor de la Universidad Nacional Experimental Rafael Maria Baralt (UNERMB), Venezuela

Joelsanp02@yahoo.com


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