CEPRID

Agrocombustibles en un mundo de hambre: el caso de Brasil

Miércoles 23 de junio de 2010 por CEPRID

Laura Daudén

Pueblos

Entramos en 2008 aterrorizados: levantamientos populares azotaban cada vez más países. Egipto, Camerún, Costa del Marfil, Senegal, Etiopía, Filipinas, Corea del Norte, Paquistán, Tailandia, Madagascar. Desde aquel entonces, cerca de treinta naciones enfrentaron conflictos con sus gobiernos por un único y mismo motivo, el hambre. Los precios de los alimentos se habían casi duplicado desde diciembre de 2007 cuando, en abril, la población de Haití salió a la calle para pedir arroz. El país caribeño sería el ejemplo más espectacular y dramático de una crisis que nada más había empezado. En aquel año, los precios reales de los alimentos en el mundo alcanzaron, en términos reales, el mayor nivel en treinta años.

La autodeterminación empieza por la boca. Sólo la diversidad productiva puede defendernos de los súbitos derrumbamientos de precios que son costumbre, mortífera costumbre, del mercado mundial. Eduardo Galeano [1]

Entramos en 2008 aterrorizados: levantamientos populares azotaban cada vez más países. Egipto, Camerún, Costa del Marfil, Senegal, Etiopía, Filipinas, Corea del Norte, Paquistán, Tailandia, Madagascar. Desde aquel entonces, cerca de treinta naciones enfrentaron conflictos con sus gobiernos por un único y mismo motivo, el hambre. Los precios de los alimentos se habían casi duplicado desde diciembre de 2007 cuando, en abril, la población de Haití salió a la calle para pedir arroz. El país caribeño sería el ejemplo más espectacular y dramático de una crisis que nada más había empezado. En aquel año, los precios reales de los alimentos en el mundo alcanzaron, en términos reales, el mayor nivel en treinta años.

En el fin de 2008, la FAO (Food and Agriculture Organization) anunció que el numero de personas con hambre en el mundo había crecido, llegando al billón. Mientras la organización anunciaba una subida de 52 por ciento en los precios de los alimentos, las corporaciones agrícolas anunciaban beneficios nunca vistos [2]. Aunque la coyuntura haya cambiado y los factores de la subida de los precios ahora puedan ponerse en perspectiva, la alarma sigue sonando. Tener en cuenta cuáles fueron y cuáles son los factores que amenazan la seguridad alimentaria en todas sus dimensiones (disponibilidad, accesibilidad, estabilidad y utilización) es crucial para evitar que el número de personas con hambre en el mundo siga creciendo.

La FAO considera que los hechos preponderantes en la crisis de 2007 fueron el bajo nivel de los estoques de cereales, la mala cosecha en gran parte de los países exportadores, el rápido aumento de la demanda de commodities para la fabricación de agrocombustibles y el aumento vertiginoso del precio del petróleo (que incide directamente sobre los precios de los fertilizantes y del transporte) [3]. Con relación a la demanda, la organización sigue considerando los agrocombustibles como un elemento fundamental en la subida de los precios, aunque el aumento de su participación en la quema de insumos agrícolas se ha desacelerado en el último año, creciendo a un ritmo más lento. La teoría de la que habla la FAO es el día a día de millones, una dura práctica diaria.

Tanto el cambio climático, por el lado de la producción, como el avance de los agrocombustibles, por el lado de la demanda, constituyen variables de un mismo escenario y están profundamente relacionadas. Pero mucha gente ya empieza a preguntarse si es real la capacidad de los agrocombustibles de reducir las emisiones de carbono y su impacto positivo empieza a ser cuestionado, también en términos alimentarios. Los subsidios a la producción de caña de azúcar, maíz y otras plantas oleaginosas llegan a los 11 billones de dólares por año y, según expresó el director general de la FAO en la ocasión de la Cumbre de Roma de 2008, ese dinero sirve para desviar más de 100 millones de toneladas de cereales del consumo humano [4]. Muchos economistas intentan determinar en qué medida los agrocombustibles afectan los precios. Pero las estimativas aún son imprecisas y pueden variar entre 3 y 30 por ciento. La falta de consenso también refleja los diversos intereses en juego, tanto en la defensa como el cuestionamiento de los combustibles derivados de biomasa.

Biofuels, pobreza y cambio climático: variables de una misma ecuación Los agrocombustibles ganaron la atención (y las inversiones) del mundo en el nuevo siglo y crecen a un ritmo espectacular. Actualmente, los biofuels de primera generación (producidos a partir de cultivos alimentarios) responden por el 1,5 por ciento de los combustibles usados en el transporte y por el 2 por ciento del área total de plantaciones en el mundo. Pero, ¿porque tanto alarde? Uno podría pensar que el hecho de que representen apenas 0,3 por ciento de la oferta energética [5] sea suficiente para dejar los debates y críticas a un segundo plano y, además, que es natural que las empresas y los países inviertan en una alternativa al petróleo (un proceso que, a parte, podría ser el motor del desarrollo rural del Sur y que contribuiría a reducir las emisiones de CO2). Pero los impactos y dinámicas desencadenados por las altas inversiones en el sector no dejan que el debate se enfríe, y a cada día surgen nuevos planteamientos que cuestionan la capacidad de los agrocombustibles para disminuir la pobreza y favorecer el medio ambiente.

Los agrocombustibles son responsables por el 7 por ciento del uso bruto de cereales y por el 9 por ciento del uso de aceites vegetales [6]. Esos índices llegarán al 12 y al 20 por ciento, respectivamente, en 2018. Eso es un indicador que los precios de los alimentos no tienden a bajar en los próximos años y que los países que hoy se ven afectados por la crisis de alimentos deben prepararse para gastar más en importaciones. Ese dato debe ser combinado con aquel que apunta hacia una mayor dependencia alimentaria, en especial de los países africanos, que tendrán su potencial agrícola reducido de 15 a 30 por ciento hasta el fin del siglo a consecuencia del propio cambio climático. De los 52 países menos desarrollados del mundo, 43 son importadores de alimentos [7].

No sabemos aún en qué medida los beneficios que son apuntados en la defensa de los agrocombustibles serán concretados, especialmente en lo que concierne a las emisiones de CO2, porque hay especificidades dentro de cada cultivo y los impactos pueden variar según la forma de producción. Por otro lado, las consecuencias negativas son sensibles y visibles hoy día, como es el caso de las deforestaciones por quema en Brasil o la violencia por la tierra en Colombia, y demandan políticas que repiensen el actual modelo de inversión, plantación, cosecha, comercialización y transporte.

Etanol y esclavitud: perspectivas sobre el modelo brasileño

Es cierto que el alto precio de los alimentos podría contribuir al aumento de los ingresos de la población rural, pero todo dependerá del modelo de gestión e inversión que se aplique. Como podemos ver en el caso de Brasil, hoy el mayor productor de etanol derivado de la caña de azúcar (60 por ciento de la cosecha es destinada a los combustibles), la producción es mayormente controlada por grandes usinas [8] (con un incremento de la participación del capital internacional en los últimos años [9]) en grandes latifundios que reproducen y agudizan un modelo históricamente desigual de reparto de la tierra y de monocultivo para exportación. Ese modelo afecta en especial los pequeños agricultores y, en mayor medida, a las mujeres del campo, que tienen menos acceso a los recursos necesarios para participar de ese mercado.

Por otra parte, además de tornar aún más vulnerables los pequeños productores (especialmente aquellos que no tienen títulos legales), el modelo basado en la caña de azúcar practicado en Brasil amenaza las áreas de preservación y de poblaciones indígenas, presiona otros sectores, como el de la soja y del ganado, desplazándolos para áreas de la floresta Amazónica, y amenaza el medio ambiente en la medida en que consume mucha agua y exige altas dosis de pesticidas (la caña es el tercer cultivo donde más se emplean esos productos). Además, es común que las áreas destinadas a la plantación sean “limpias” a través de extensas quemas, lo que es incompatible con la propaganda que defiende el etanol como la gran alternativa a los combustibles minerales [10].

Pero lo más escandaloso dentro del modelo brasileño parece ser la utilización de mano de obra esclava. Cerca del 45 por ciento de los 4.234 trabajadores libertados en 2009 provienen del corte de la caña. Según un estudio del centro de monitoreo de agrocombustibles de la red Repórter Brasil, más de un millón de personas están empleadas en ese negocio económicamente prometedor (creció 7,1 por ciento entre 2008 y 2009), pero social y ambientalmente devastador. La mayor usina actualmente en funcionamiento en el país, la gigante Cosan (que también detiene las marcas del Azúcar Unión y de las gasolineras Esso), esta en la lista negra del ministerio del trabajo. Aún así, como una perversa ironía, la empresa recibe del gobierno un certificado de boas prácticas dentro del programa Etanol Verde y los subsidios del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES).

Esas distorsiones son las que crean el rechazo de diversas organizaciones y movimientos al modelo que se está implementando en todo el país como política estratégica. Aun no se ha logrado un acuerdo de alcance nacional entre asociaciones empresariales y sindicatos para el establecimiento de los criterios para la expedición de un certificado nacional (lo que, por otra parte, no parece representar una barrera para el gobierno, que no solo viene negociando más contractos de exportación, como parece incentivar la concentración de ese mercado en cada vez menos manos). Mientras tanto, se sigue incentivando a la población de los estados más pobres de Brasil a migrar para el sudeste y el centro-oeste, donde más se planta caña y soja, respectivamente. Los trabajadores crean deudas luego al dejar sus ciudades, que a la vez pierden capacidad productiva y no reciben cualquier beneficio o remesa. La media de los sueldos es de hambre: 1053 reales, alrededor de 476 euros por mes. La agudización de la pobreza y principalmente de la desigualdad en el campo es otro factor que se suma al cuestionamiento. ¿Son realmente los agrocombustibles derivados de cortes alimentares factores positivos en la lucha contra el calentamiento? Si tenemos en cuenta que la pobreza en si esta relacionada a la degradación medioambiental, como muchos autores tienden a enfatizar, es posible que el saldo sea negativo.

Esos son algunos de los motivos que levantan sospechas sobre el modelo que hoy es predominante en el mercado de agrocombustibles. Especialmente porque, tal como se presentan las tendencias, los cultivos y las inversiones se centrarán en los países del Sur, con más disponibilidad de tierras y con mano de obra más barata. El reto de enfrentar las consecuencias de la especulación sobre la tierra y sobre los insumos alimentares será, por lo tanto, de los países más pobres, donde los índices enseñan que habrá el mayor aumento poblacional en los próximos años [11] y donde la alimentación tiene mayor peso en el presupuesto familiar, llegando a demandar del 40 a 70 por ciento de los recursos.

El tema cobra más responsabilidad, debates e inversión sobre un área que se mantuvo al borde de la globalización. La pobreza rural es un hecho que acompaño los procesos de industrialización e inserción de las economías en desarrollo en el comercio internacional y hoy, como indica Sánchez [12], es sobre la que recaen las responsabilidades de arcar con el cambio climático, con la producción de energía y con la alimentación del mundo.

¿Hay salida?

El cambio climático, además de retos para la humanidad, presenta oportunidades para el desarrollo de nuevos mercados relacionados a las energías renovables y menos poluentes. La actual “fiebre” de los biocombustibles es producto de esa situación y responde a intereses políticos y económicos. Para los países, son un recurso estratégico en la medida en que mejoran la seguridad energética y equilibran la balanza comercial. Por otro lado, también surgen como oportunidad para desarrollar el campo a través de la creación de empleos y del aumento de la renta. La mayor disponibilidad de energía en esas áreas, con una explotación a nivel local y comunitario, también podría ser un factor positivo, especialmente para las mujeres, y tendría potencial para revertir la situación de empobrecimiento del campo que se verifica en muchos países en desarrollo.

Pero el modelo de explotación que se viene aplicando hoy responde a lógicas claramente especulativas y está echando a perder los beneficios que ese nuevo mercado podría traer a la población rural. Gran parte de los que hoy son protagonistas en la compra de tierras en Etiopía o Sudán para la producción de insumos para el mercado de biofuel, por ejemplo, son fondos de inversión que nunca han tenido relación con el mercado de commodities [13]. El impacto en los precios de los alimentos es una prueba, así como el creciente descontento de las poblaciones campesinas que se ven desplazadas por el aumento del valor de la tierra.

Las soluciones son múltiples, tal como la naturaleza del problema, pero pueden empezar por desvincular dos mercados distintos y, quizás, incompatibles. La instabilidad de los precios de los alimentos por cuenta de la demanda de energía puede ser evitada, por ejemplo, a partir de la inversión en alternativas a los agrocombustibles de primera generación, es decir, en la fabricación de energía a partir de desechos o cultivos que no sean alimentares y que no críen disputas por las tierras fértiles, evitando así la especulación y el desplazamiento de los pequeños campesinos.

Además, es preciso invertir en el diseño de políticas para aprovechar las oportunidades en términos de renta y empleo que pueden ser generadas con el mercado de agrocombustibles. Sin las debidas iniciativas políticas y económicas, tal como anuncia la FAO, “esas oportunidades no serán repartidas igualmente entre los diferentes grupos e individuos”, y las mujeres y hombres del campo serán aún más apartados de los beneficios de la agricultura comercial. Eso se conseguiría a través de sellos o certificados legítimos (y, ¿por que no?, a través del desarrollo de una normativa internacional vinculante) que el mercado de agrocombustibles no este basado en el subempleo y en el acaparamiento de grandes extensiones de tierras, ni en la degradación del medio ambiente. Si tres variables de tamaña importancia en los días de hoy (comida, energía, medio ambiente) confluyen en ese debate, es indispensable pensar en mecanismos de ese tipo. Y hoy día tenemos las instituciones, los recursos, las informaciones y las personas para hacerlo.


Laura Daudén es periodista y colabora en la Revista Pueblos.

Notas

[1] GALEANO, Eduardo. Salvavidas de plomo. In: Globalización y fracturas. La Casa Encendida: Madrid, 2008.

[2] Según un informe de la organización Grain, el aumento de los beneficios de las tres mayores empresas de cereales (Cargill, ADM, Bunge) en 2007 llegó a 103%, un total de 3 billones de dólares. GRAIN. Seed aid, agribusiness and food crisis. Grain: Octubre, 2008. Disponible en: http://www.grain.org/seedling/?id=564#food_crisis_by_numbers

[3] FAO. Food Outlook: global market analysis. Diciembre, 2009. FAO. Disponible en: http://www.fao.org/docrep/012/ak341e/ak341e00.htm

[4] HOLMES, Stephanie. Bioenergy: Fuelling the food crisis? BBC News. Junio, 2008. Disponible en: http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/7435439.stm

[5] VIVERO, J. Luis. PORRAS, Carmen. Los biocombustibles y su impacto en la crisis alimentaria. In: CASCANTE, Kattya. SÁNCHEZ, Ángeles (ed.). La crisis mundial de alimentos: alternativas para la toma de decisiones. Exlibris: Madrid, 2008.

[6] High-Level Expert Forum. Climate change and bioenergy challenges for food and agriculture. FAO. Octubre de 2008. Disponible en: http://www.fao.org/wsfs/forum2050/wsfs-forum/en/

[7] ROSSI, Andrea; LAMBROU, Yianna. Making sustainable biofuels work for smallholder farmers and rural households: issues and perspectives. FAO: Roma, 2009.

[8] Las usinas son instalaciones industriales que procesan la caña de azúcar, lo que antiguamente se denominaba “ingenios”.

[9] La Pricewaterhouse Coopers estima que esa participación ya llegue a los 15%, contra el 1% en el año 2000. MENDONÇA, Maria Luisa. O monopólio da terra e a produção de agrocombustíveis. Caros Amigos. Abril, 2010. Disponible en: http://carosamigos.terra.com.br/

[10] GRAIN. Paremos com a febre dos agrocombustíveis! In: Biodiversidade: sustento e culturas. No. 54 – Centro Ecológico: Brasil, 2007.

[11] UNPD. World Population Prospects: the 2000 revision. Departament of Economic and Social Affairs.: New York, 2001.

[12] SÁNCHEZ, Ángeles. La crisis mundial de los alimentos: causas y efectos en relación a América Latina y África.

[13] COTULA, Lorenzo; VERMEULEN, Sonja; LEONARD, Rebeca; KEELEY, James. Land grab or development opportunity? Agricultural investment and international land deals in Africa. FAO, IIED and IFAD, 2009.


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