CEPRID

Lysenko: La teoría materialista de la evolución en la URSS (VI)

Martes 2 de marzo de 2010 por CEPRID

Juan Manuel Olarieta Alberdi

NÓMADAS

Cuatro tendencias en la biología soviética

Como ciencia de los organismos vivos, la biología involucra de una manera directa las contradicciones decisivas de la dialéctica: la producción y la reproducción, la continuidad y la discontinuidad, la herencia y el medio, entre otras cuestiones. Pero esas interrelaciones, dice Engels, no se pueden “encajar” en los hechos sino que es preciso “descubrirlas” en ellos y verificarlas por medio de la experimentación. Ni en biología ni en ninguna otra ciencia la dialéctica materialista tiene nada diferente que decir, salvo reconocerse a sí misma, lo cual significa defender los postulados que han sido corroborados empíricamente por la experimentación y la observación, separándolos de las adherencias ajenas. La ciencia es única, si bien no es fácil reconocerla en cada momento porque, como cualquier fenómeno, está en permanente proceso de cambio. La explicación estática y canónica, tan usual en los manuales, conduce a una concepción equivocada del saber, que a lo largo del tiempo ha evolucionado tanto como las especies. Las posiciones de la dialéctica materialista respecto de la biología, harto resumidas, ya fueron expuestas en los inicios mismos del darwinismo por Engels en el “Anti-Dühring” y la “Dialéctica de la naturaleza”, aunque este último texto no se conoció hasta su publicación en 1925 en alemán y posteriormente en ruso. Engels destacó que un fenómeno tan complejo como la evolución sólo se puede explicar sobre la base de una colaboración entre multiples disciplinas científicas, algo diametralmente opuesto a lo que en la actualidad se observa, ya que la genética ha fagocitado a las demás ciencias de la vida, imponiendo a los genes como causa única y exclusiva de toda la evolución de la materia viva desde sus orígenes. No hay espectáculo más penoso que los actuales manuales de paleontología, reconvertidos en una rama de la genética, tratando de explicar la transformación de los homínidos en carnívoros con alambicados argumentos mutacionistas.

También advertía Engels, más que justificadamente, de que las líneas “duras y rígidas” son incompatibles con el evolucionismo y, naturalmente, con la dialéctica. Sin embargo, también comprobamos hoy que la biología se ha llenado de barreras metafísicas infranqueables e insuperables que jamás se comunican, la más conocida de las cuales son las que separan al medio ambiente del organismo y luego a éste de sus propios genes, hasta el punto de que la teoría sintética pretende hacer creer que los genes -si es que existe algo así- ni siquiera forman parte del cuerpo. Estas barreras metafísicas no nacen en la biología sino que, junto con el atomismo, se importan de la física a mediados del siglo XVIII: el medio (el espacio, el tiempo) es el escenario en el que se manifiesta la acción de las fuerzas físicas y, por su mismo carácter absoluto, no depende de los cuerpos. El continente es diferente del contenido. Trasladado a la biología, el medio se divorcia del fin, de modo que, para ser verdaderamente científica, también debía separar los fines de los medios. Esta operación llega envuelta en la quiebra del concepto tradicional, amplio, de causalidad, que estaba siendo sustituido por otro mucho más restringido. Aristóteles hablaba de causas formales, materiales, finales y eficientes, mientras que en el siglo XVIII sólo quedarán las dos últimas. Este proceso conducirá a la oposición entre ambos tipos de causas, las eficientes y las finales, que era el preludio de la eliminación de las primeras, las finales, que desaparecerán en el siglo siguiente como consecuencia del mecanicismo, considerando que sólo las causas eficientes son causas verdaderas, una operación carácterística de la economía del pensamiento porque, en expresión de Bacon, las causas finales son “vírgenes estériles” (311). En las corrientes dominantes de la biología el finalismo es un insulto porque no admiten ninguna clase de causa final, interpretada siempre como algo trascendente, normalmente por referencia al creador, a la providencia divina, para rechazar cualquier posibilidad de un plan externo a la naturaleza misma. En su lugar ponen un determinismo calificado de “ciego”, dominado por el azar, en donde la evolución no se interpreta como un progreso que se manifiesta en la clasificación de las especies.

Después de la demostración de Galileo de la caída de los cuerpos, la física se encaminó hacia la adquisición de un concepto clave como el de energía a través del de “mínima acción”, en donde el concepto de “acción” está cuantificado por una magnitud escalar y definido junto a otros muy cercanos como cantidad de movimiento o trabajo. También procede de Aristóteles y también tuvo siempre un claro sentido finalista, e incluso vitalista, pues en sus proximidades crecieron otros conceptos como el de “fuerza viva” de Leibniz, actualmente denominada “energía cinética”. Fue Maupertuis en 1744 quien formuló el postulado de acción mínima con un claro sentido finalista bajo el nombre de “ley de economía de la naturaleza”: la naturaleza es ahorrativa en todas sus acciones, no produce nada inútilmente (natura nihil facit frustra). En cualquier cambio que se produzca, la suma de las acciones (energías) consumidas es la más pequeña posible. Como el hombre, la naturaleza también “elige” entre las distintas opciones que se les presentan aquella que resulta más barata. Hoy las corrientes dominantes en la biología siguen ancladas en este tipo de formulaciones del siglo XVIII. Cuando en el siglo XIX el concepto de energía generaliza las nociones previas de calor, cantidad de movimiento y otras, consolida al mismo tiempo tanto el principio capital de su conservación, la antigua acción mínima, como el de potencialidad, sobre el que habrá que volver a insistir más adelante. El principio de conservación de la energía empieza en Descartes con su equivalente de conservación de la cantidad de movimiento y adquiere un carácter dinámico de tal modo que la energía se define como la capacidad para modificar un estado previo, un movimiento o de realizar un trabajo. Conduce, pues, a la noción de potencia y está estrechamente vinculado al cambio, a la dinámica, que en la matemática conducirá inmediatamente al “cálculo variacional” (las fluxiones de Newton), al intento de medir los cambios: “El punto de viraje en las matemáticas -escribió Engels- fue la magnitud variable de Descartes. Con ella vino el movimiento, y por lo tanto la dialéctica en las matemáticas, y en el acto además, por necesidad, el cálculo diferencial e integral, que además empieza en seguida, y que en general, fue completado por Newton y Leibniz, no descubierto por ellos” (312). La biología importará para su acervo conceptual estas concepciones físicas en el mismo estado en el que se concibieron, singularmente a la energía como algo separado de la masa. Galileo había demostrado que los cuerpos caen a la misma velocidad con independencia de su masa o, por decirlo en el lenguaje hilemorfista aristotélico que Newton mantuvo: la energía, la fuerza, el impulso, están separados de los cuerpos, la causa está separada de su efecto, el movimiento, los principios activos están separados de los pasivos, la vis viva de la vis inertiae, etc. Se creó un abismo entre la causa eficiente, mecánica, natural o inconsciente, y la causa final, intencional, consciente o artificial (313).

Era un complejo de inferioridad ante una ciencia que siempre parece como “dura”, es decir, más científica que las demás, si bien la noción de energía en física se define de una manera que no deja de ser finalista: es la capacidad para desarrollar un trabajo. Por eso decía Poincaré que el principio de acción mínima tiene “algo de chocante para el espíritu”; presenta los fenómenos físicos como si fueran seres animados y libres, por lo que sería mejor reemplazar su formulación por otra en la cual “las causas finales no parecieran sustituir a las causas eficientes” (314). Una formulación diferente nunca podrá disimular las cosas. Causalidad y finalidad forman una unidad dialéctica o, si se prefiere, un proceso circular o cíclico. En el griego antiguo la palabra “cambio” se traducía por metabolei, un término que también tiene connotaciones claramente biológicas y que remite a la noción de interacción, la causa sui de Espinosa. Del mismo modo, para Kant, el organismo forma una unidad articulada en donde “todo es fin y recíprocamente medio”. Hegel siguió esa misma línea de crítica del mecanicismo, al que opuso lo que calificó de “quimismo”. Un error de los más graves, según Hegel, es la aplicación del mecanicismo a la materia orgánica, que debe ser sustituido por la acción recíproca. En las vinculaciones mecánicas los objetos se relacionan de una manera exterior, unos independientemente de los otros; en la química, unos se completan con los otros. Las causas no están separadas de sus efectos, ni los medios de los fines: “Aun el fin alcanzado es un objeto que sirve a su vez de medio para otros fines, y así hasta el infinito” (314b). Como en cualesquiera otros, en los fenómenos de la naturaleza, decía Le Dantec, las causas se convierten en efecto y los efectos en causas (315). Los efectos retroalimentan a las causas. Los dispositivos biológicos funcionan de manera reactiva ante los estímulos exteriores. Con distintas variantes la interacción entre la causa y el efecto se manifiesta en los más diversos fenómenos biológicos, e incluso sicológicos: es la homeóstasis fisiológica, la memoria, la imitación, el reflejo sicológico o la retroalimentación cibernética de los sistemas abiertos (316). Así, ante una agresión del entorno (antígeno), el sistema inmunitario del organismo, después de reconocer el tipo concreto de ataque, reacciona segregando anticuerpos que interactúan con los invasores para eliminarlos. Otro ejemplo: la estatura de una persona tiene un indudable componente génico que se transmite hereditariamente a la descendencia; de progenitores altos nacen descendientes también altos. Ahora bien, este tipo de fenómenos deben analizarse de manera evolutiva. Así, la estatura media en España ha crecido en las últimas décadas, lo cual no puede imputarse al genoma sino a otros factores, tales como la mejora en la cantidad y en la calidad de la alimentación. Lo mismo sucede con la estatura de los homínidos, que ha crecido a lo largo de su evolución.

Las explicaciones unilaterales, deterministas o finalistas, han promovido agotadoras controversias en biología que resultan irresolubles en la forma en que se han planteado porque sus presupuestos son metafísicos; no tienen en cuenta la evolución. Así, el mendelismo se limita a exponer sólo una parte de los hechos. Lo que toma como factores causales originarios (genoma, célula, fecundación sexual) son efectivamente causa inmediata de numeros fenómenos vitales. Pero a su vez son componentes vitales muy complejos y muy organizados que no pueden tener un carácter originario, por muchos saltos cualitativos y mutaciones que se puedan imaginar. Su aparición evolutiva constituye una etapa muy larga cuyo punto de partida han sido otras formas intermedias de organización de la materia viva, más elementales y rudimentarias. Por consiguiente, son a su vez consecuencia de otros primigenios, el instrumento a través del cual se transmiten determinados cambios en el ambiente y en el cuerpo del ser vivo. Un factor causal directo e inmediato que no excluye, a su vez, la intervención de otro tipo de factores diferentes que, generalmente, tienen una importancia mucho mayor que el propio genoma y de los cuales depende el genoma mismo. En un sentido evolutivo el genoma no es causa sino consecuencia de esos otros factores, y lo mismo cabe decir de las células eucariotas (nucleadas), la fecundación y la reproducción sexual, en general, que sólo existen en los organismos más evolucionados y, por tanto, en los de aparición más tardía. La conclusión, pues, es que los factores hereditarios son una causa pero, ante todo, un efecto de la evolución, contribuyendo a la aceleración de los cambios y, por lo tanto, de la marcha de la evolución. Por lo tanto, tampoco se pueden identificar con la vida misma porque la vida no se resume ni se reduce a ninguna de sus formas materiales tomada por separado. Cualquier forma de vida, por simple que sea, es una articulación de varios componentes orgánicos distintos, nunca de uno sólo. La vida no es ADN, ni células ni fecundación. Hay formas de vida que no se basan en el ADN, ni son celulares y ni conocen la fecundación. Como es habitual, a la hora de inculpar al finalismo Lamarck se convirtió en el blanco de las iras de los neodarwinistas. Pero una vez más, han construido un enemigo a su imagen y semejanza porque lo que el naturalista francés dijo con claridad fue lo siguiente: “Es un verdadero error atribuir a la naturaleza un fin, una intención cualquiera en sus operaciones; y este error es uno de los más comunes entre los naturalistas”. Un poco más adelante repite que los fines en los animales no son más que una apariencia: no son verdaderos fines sino necesidades (317). Sin embargo, también hay que tener presente que el actualismo, por un lado, así como la insistencia funcionalista de Lamarck, por el otro, le da un cierto aire finalista a algunos de sus textos, de lo que algunos historiadores neodarwinistas de la biología se han aprovechando para ridiculizar su pensamiento.

Aunque a los neodarwinistas les repugne reconocerlo, la obra de Darwin está lejos del ciego determinismo que pretenden imputarle. En ella aparecen las profundas raíces aristotélicas sobre las que se asienta el pensamiento del naturalista británico, donde una cierta idea de finalidad también está claramente presente, lo mismo que en Lamarck. Según Darwin la evolución tiene su origen en la “selección natural”, un fenómeno que no es diferente de la “selección” que el hombre lleva a cabo. Su noción de “selección natural” no es, pues, más que una “elección que lleva a cabo la naturaleza en favor del mejor, el más apto o el más fuerte, es decir, un concepto antropomorfo. Darwin alude en numerosas ocasiones a la idea de fin y perfección: “Todo ser tiende a perfeccionarse cada vez más en relación con sus condiciones. Este perfeccionamiento conduce inevitablemente al progreso gradual de la organización del mayor número de seres vivientes en todo el mundo. Pero entramos aquí en un asunto muy intrincado, pues los naturalistas no han definido a satisfacción de todos lo que se entiende por progreso en la organización” (318). Sin embargo, según el evolucionista británico las tendencias teleológicas de los seres vivos no son unilaterales sino contradictorias: “Hay una lucha constante entre la tendencia, por un lado, a la regresión a un estado menos perfecto, junto con una tendencia innata a nuevas variaciones y, por otro lado, la fuerza de una selección continua para conservar pura la raza. A la larga la selección triunfa” (319). No obstante, continúa Darwin, en ocasiones prevalece la tendencia opuesta: “He sentado que la hipótesis más probable para explicar la reaparición de los caracteres antiquísimos es que hay una ‘tendencia’ en los jóvenes de cada generación sucesiva a producir el carácter perdido hace mucho tiempo y que esta tendencia, por causas desconocidas, a veces prevalece” (320). Como en Lamarck, la noción de fin en Darwin tiene que ver con la de función, es decir, con la adaptación ambiental. De ahí que hable de órganos “creados para un fin especial” (321).

La dialéctica materialista defiende la tesis de la unidad del organismo vivo con su medio. Ambos forman una unidad contractoria. Los seres vivos se caracterizan por su capacidad de metabolizar la materia inorgánica y, por consiguiente, de relacionarse de alguna manera con el medio circundante, de transformarlo en materia viva, de obrar por sí misma el “milagro” de la creación. En expresión de Marx: “La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre” (322). Por su parte, Engels estaba tan lejos del reduccionismo mendelista como del reduccionismo ambientalista. En su “Dialéctica de la naturaleza” recoge la siguiente tesis de Haeckel, recibida a su vez de Prosper Lucas, como núcleo central de la teoría evolucionista: “Desde la simple célula en adelante, la teoría de la evolución demuestra que cada avance hasta la planta más complicada, por un lado, y hasta el hombre, por el otro, se realiza en el continuo conflicto entre la herencia y la adaptación [...] Se puede concebir la herencia como el lado positivo, conservador, y la adaptación como el lado negativo que destruye continuamente lo que heredó, pero de la misma manera se puede tomar la adaptación como la actividad creadora, activa, positiva, y la herencia como la actividad resistente, pasiva, negativa” (322). Engels sostenía la mutua interacción de los dos factores fundamentales: el organismo y el medio, el genoma y el cuerpo, en donde el medio tiene un carácter dominante o principal respecto al organismo y al genoma. Los manuales de genética que, en raras ocasiones, aluden a la acción del medio ambiente, sostienen precisamente lo contrario: los genes son el elemento dominante y el medio ambiente “simplemente aporta la materia prima” (323). Esta tesis es antievolucionista: ¿de dónde ha salido la materia prima de la que se componen los genes?

Un tipo de reduccionismo genómico conduce a extraer conclusiones erróneas en el sentido opuesto, que es muy corriente en determinados medios progresistas, propensos a otorgar una relevancia especial a los factores ambientales por encima de cualesquiera otros, tanto en biología como en sociología, a pesar de la multiplicidad de condicionantes que concurren. Es un punto de partida empirista que arranca del error de concebir los organismos vivos como “tablas rasas”, materiales plásticos sobre los que impacta el medio exterior, materia prima absolutamente moldeable. Sin embargo, no todos los factores ambientales influyen siempre, ni influyen de la misma manera y mucho menos influyen de manera permanente, generación tras generación porque el medio cambia con el tiempo. El ambientalismo es unilateral, según Engels, porque presenta las cosas “como si la naturaleza fuese la única que reacciona sobre el hombre y las condiciones naturales determinasen en todas partes, y de manera exclusiva, su desarrollo histórico [...] Olvida que el hombre también actúa sobre la naturaleza, la cambia y crea nuevas condiciones de existencia para sí” (324). No sólo el medio influye sobre el organismo sino que el organismo también influye sobre el medio. El hombre no sólo cambia el medio sino que también cambia de medio, emigra, busca nuevos espacios, nuevas fuentes de sostenimiento, nuevos climas, nuevos cultivos, etc. Lo que habitualmente consideramos como naturaleza es algo bien artificial, una creación del animal que la habita. Nuestra alimentación no nos viene impuesta de la naturaleza sino que es algo que nosotros hemos seleccionado en ella y que, a su vez, nos selecciona a nosotros. La fábrica en la que trabajamos, la casa en la que vivimos y la calle por la que paseamos no son obras de la naturaleza sino creaciones del hombre. El paisaje urbano que nos rodea, la temperatura que nos envuelve y el aire que respiramos, es el medio que hemos creado para nosotros mismos. Por consiguiente, la selección natural también es una selección de la naturaleza: el medio selecciona al hombre y el hombre selecciona el medio.

La materia viva es distinta de la inerte y, en su evolución, se separa y aísla cada vez más de ella. El hombre ha logrado aislarse del medio creando uno a su imagen y semejanza. Este fenómeno cada vez tiene más importancia evolutiva. Es el punto en el que, finalmente, los antilamarckistas tienen plena razón: a medida que la evolución progresa, las formas más desarrolladas de vida son mucho más capaces de aislarse del medio. Pero en ningún caso podrán nunca romper con él. En mucha menor medida esto mismo se puede predicar de otras especies pero es especialmente pertinente para los mendelistas que pretenden reducir al hombre a su condición puramente biológica o animal, ignorando su componente social: “El animal es uno inmediatamente con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal [...] Es cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole; produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente [...] Es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad” (325).

El biólogo marxista español Faustino Cordón dio una explicación magistral de la interacción del medio con el organismo vivo, con una claridad pocas veces lograda en biología: “Los seres vivos son criaturas del medio en que viven, la genética debe esclarecer cómo se verifican la adquisición y conservación de los caracteres por las especies, profundizando en los procesos por los que el ser vivo asimila y corrige constantemente las influencias del medio; debe tomar como supuesto estas permenentes acción y reacción entre el medio y el organismo, entender la vida como un equilibrio -que puede desplazarse- y no considerar el ser vivo haciendo abstracción del medio al que pertenece”. Siguiendo a Darwin, Cordón recuerda que el medio actúa directamente sobre el organismo vivo, creando los rasgos del fenotipo, y también indirectamente, a través del genoma. En los animales superiores -continúa Cordón- es predominante la forma indirecta, a lo que añade una precisión muy importante: “Esta aseveración no debe oscurecer otra posible verdad; a saber, que el proceso ontogénico, que lleva del genotipo al fenotipo, está plasmado por una suerte de otro proceso que primigeniamente, a la inversa, hubo de ir guardando, en estado potencial, en células de función germinativa creciente caracteres del soma que se habían moldeado en él por efecto directo del medio. Vía que en ningún ser vivo debe estar totalmente cerrada, siquiera en los más evolucionados el medio haya de limitarse ya a desarrollar las posibilidades intrínsecas de evolución que poseen las criaturas directas suyas que encerró en las células germinales dicho proceso ancestral y en cierto sentido también inverso del filogénico que hoy conocemos (ya que el medio por selección natural no puede operar sino sobre lo que es congruente)”. Cordón continúa matizando de forma magistral con una observación muy aguda: que “la conservación y la adquisición de un carácter no deben ser, probablemente, sino resultados distintos de un mismo proceso” (326).

Para Waddington el desarrollo de los animales es el resultado de la autoorganización; la tendencia a la autoorganización es “la característica más importante” de las células y “una de sus más misteriosas propiedades” (327). Según Waddington, el embrión es un sistema organizado y autorregulado: “Una de las propiedades más llamativas de los embriones es la de ser capaces de ‘regular’, es decir, que a pesar de cercenar una parte de los mismos o de lesionarlos de varias maneras, muestran fuerte tendencia a terminar su desarrollo con un resultado final normal. Las fuerzas que configuran la morfología no pueden actuar con entera independencia y sin tener en cuenta lo que está ocurriendo alrededor. Han de tener la misma facultad que les permita compensar las anormalidades y adaptarse a la sustancia que las rodea, como ya tuvimos ocasión de advertir en los procesos químicos que intervienen en la diferenciación de los tejidos”. El concepto de “regulación” lo toma Waddington de la cibernética y lo relaciona de manera precisa con el de “finalidad”, aunque para no acabar equiparado con el hilozoísmo alude más bien a una “cuasi-finalidad”, algo en lo que también coincide con Kant o con lo que Lamarck consideraba como “voluntad” en el animal. Al mismo tiempo, para escapar del micromerismo, Waddington habla de “organicismo”, que concebía como un circuito cibernético “donde nada es ya causa o efecto”. El biólogo escocés detectaba al menos tres de esos circuitos cibernéticos: “Uno pone al animal en relación con el medio y los otros dos relacionan los caracteres adquiridos con las mutaciones que, a su vez, están sujetas a circuitos reverberantes propios del desarrollo ontogénico”. La cibernética le conduce a la noción de finalidad: “Hemos aprendido ya a construir mecanismos accionados por procesos que no son provocados por una causa final, pero que se integran en una máquina proyectada para un fin pre-determinado”. Los procesos de desarrollo tienen tendencia a alcanzar siempre el resultado final previsto, aún en circunstancias anormales (328).

Piaget ha tratado de restringir la noción de finalidad en biología que, según él, involucra tres significaciones distintas. En primer lugar, está la de utilidad funcional, que puede desligarse de la de fin si se interpreta como regulación homeostática o interna al organismo. La segunda es la de adaptación, que también puede excluir la de finalidad si se entiende como otra regulación, pero de tipo externo o relacionado con el medio ambiente. La tercera es la de anticipación, que también puede reconducirse, dice Piaget, a la regulación porque la retroalimentación se puede convertir en previsión. Hay una cuarta significación posible, según Piaget, que es la de finalidad en sentido estricto o plan en su acepción sicológica, es decir, referido a la conciencia. A partir de la constatación de que la idea de finalidad ha ido perdiendo terreno progresivamente para centrarse en esa última acepción, el sicólogo suizo se pregunta si la noción de finalidad añade algo más a la de regulación. Según él se trata de una noción “infantil” o animista en el sentido de que remite a la pregunta típica de los niños: ¿por qué?, a la que los adultos no son capaces de contestar en numerosas ocasiones. En la sicología adulta, la noción de finalidad va perdiendo terreno, que es una forma de resignación ante la realidad, como si el mundo que nos rodea no pudiera ser diferente de lo que es. Según Piaget, la noción de finalidad es producto de la indiferenciación entre lo objetivo y lo subjetivo, lo físico y lo sicológico, lo inerte y lo vivo, lo natural y lo humano (329). La finalidad subsistirá, pues, en la medida en que tales dicotomías no son absolutas. En efecto, es difícil ignorar alguna forma de teleología cuando vemos a los gatos corriendo detrás de los ratones o cuando observamos que podemos enterrar cada semilla en una posición diferente, a pesar de lo cual el tallo de la planta que de ella brote siempre saldrá al aire; nunca profundizará más hacia el interior de la tierra, como si “buscara” la luz y fuera capaz de encontrarla. En la epigenética actual se utiliza en ocasiones una fórmula parecida que enmascara la acción del medio ambiente: genotipo + ambiente → fenotipo. Esta fórmula es un preformismo atenuado. El ambiente exterior genera un “ruido epigenético” que distorsiona la producción genotípica perfecta. Lo que pretende sostener es que el ambiente no incide sobre la dotación génica sino sólo sobre sus efectos, sobre su expresión. Para superar las lagunas de la genética formalista, los científicos se han visto obligados a recurrir a continuos remiendos como ese, prueba de la insuficiencia de las teorías sobre las que han venido apoyándose. No obstante los desmentidos, la epigenética es un retorno de la herejía, de la heredabilidad de los caracteres adquiridos (330) porque el medio no sólo influye sobre la expresión del genoma sino sobre el genoma mismo. Como afirma E.B.Ford, “se observó muy pronto que los genes sufren la acción del medio ambiente, y recíprocamente”. Este mismo genetista añade también otra noción básica de la dialéctica: que “el medio no es sólo externo sino interno” (331), algo que viene de Lamarck, aunque nunca se le mencione al naturalista francés. El organismo vivo forma una unidad de contrarios con su medio, con el aire (o el agua), con la alimentación, con la luz y las radiaciones, con la temperatura, etc. No se puede estudiar al medio por un lado y al organismo por otro. El organismo debe mantener unas constantes, un equilibrio homeostático, que el ambiente altera continuamente, obligándole a reaccionar.

El medio exterior se convierte en interior. Influye sobre el organismo normalmente a través de una metabolización o transformación previa del propio organismo. La miel que fabrican las abejas es una metabolización del néctar y otros jugos dulces que succionan de las flores. La misma abeja fabrica tipos de miel diferentes según el tipo de flor que haya libado, de modo que las mieles se clasifican en función de la flor originaria y no de la abeja que la elaboró: entre muchas otras, hay mieles de azahar, trébol, alfalfa, espliego, eucalipto, romero y tomillo. La composición nutritiva de la miel no varía con la abeja sino con la flora de origen, la zona, el clima o la altitud. Al néctar las abejas añaden sustancias propias de su organismo (enzimas) y se transforman en miel en sacos especiales situados en su esófago. Luego madura en los panales dentro de las colmenas. Como escribió Engels, “la vida es un continuo intercambio metabólico con el medio natural [...] El metabolismo consiste en la absorción de sustancias cuya composición química se modifica, que son asimilados por el organismo y cuyos residuos se segregan junto con los productos de descomposición del propio organismo” (332). Por lo tanto, la distinción entre lo interno y lo externo es relativa; en unos casos determinados componentes del medio son externos y en otros internos. En una colmena de abejas, la flora circundante es el medio frente al cual las abejas forman una unidad; pero para cada una de ellas, las demás abejas también son su medio e interactúan unas con otras. En unos casos las bacterias son externas al organismo humano y en otras forman parte de él, desempeñando determinadas funciones vitales o mortales.

Además, la dialéctica exige estudiar los seres vivos en su ciclo de desarrollo y cambio permanente, no como elementos estáticos: “Cuando se quiere hacer algo en el campo de la ciencia teórica a un nivel que abarque el conjunto, no hay que considerar los fenómenos naturales como unas cantidades inmutables, como hacen la mayoría de las personas, sino considerarlos, al contrario, en su evolución, como susceptibles de modificación, de evolución, fluidos. Y todavía hoy es en Hegel donde esto se aprende con más facilidad” (334). Por ejemplo, una embarazada no puede exponerse a radiaciones que, aunque sean inocuas para ella, afectan al feto; luego una misma causa provoca efectos diferentes según la fase de desarrollo en que se encuentre el organismo. Otro ejemplo: las enfermedades tienen un origen muy diferente; unas son de origen predominantemente genético, otras son predominantemente ambientales. Pero, cualquiera que sea su origen, una enfermedad no afecta lo mismo a un niño que a un adulto. Así, se conocen unas 5.000 enfermedades catalogadas como genéticas, de las cuales sólo 1.600 se consideran causadas por un única secuencia de ADN. De éstas, en un 90 por ciento de los casos ese gen no afecta al portador, no se manfiesta en él como enfermedad. Por lo tanto, el genoma está muy lejos de tener el carácter ineluctable que le atribuyen; en consecuencia, además del gen serán necesarias otras circunstancias para que la patología se manifieste. La enfermedad denominada “corea de Huntington” (“baile de San Vito”) es de tipo monogénico pero sólo se manifiesta a partir de la edad madura del individuo. Además del gen, son necesarias otras explicaciones para saber por qué durante la juventud el paciente no experimenta la enfermedad. Para cubrir esas -y otras- lagunas apareció la epigenética a finales del siglo pasado. A su vez, esas lagunas son consecuencia de que cien años antes la embriología había sido liquidada de la biología para dejar sitio a un cierto tipo de genética, la teoría sintética, a pesar de que la embriología estuvo en el nacimientos mismo de la teoría de la evolución en Alemania hacia 1800. Afortundamente hoy ese interés ha retornado bajo la forma de “biología del desarrollo”, acreditando que nada -y menos los fenómenos vitales- se puede analizar al margen de su incesante proceso de cambio y transformación.

La retroalimentación expresa una dinámica de los fenómenos no lineal sino circular, buena prueba de lo cual es el ciclo del carbono. Éste es el cuarto elemento químico más abundante en la parte conocida del universo, después del hidrógeno, el helio y el oxígeno. Constituye el pilar básico de la materia orgánica ya que integra todas las formas conocidas de vida. Por lo tanto, los elementos componentes de la materia orgánica son los mismos que los de la materia inorgánica. Todas las moléculas orgánicas (azúcares, grasas, proteínas y ácidos nucleicos) están formadas por átomos de carbono en un porcentaje promedio del 18 por ciento. Se conocen cerca de 10 millones de compuestos del carbono. Además de su forma orgánica, el carbono también está presente en la materia inorgánica, en las rocas, en la atmósfera y en el agua. En forma de gas CO2 (dióxido de carbono o anhídrido carbónico), el carbono está presente en la atmósfera en una concentración de más del 0’03 por ciento. Además del carbono, en las moléculas orgánicas existen otros elementos químicos, pero lo que diferencia a la materia orgánica de la inorgánica no es su composición sino su compleja organización. La enorme variedad de moléculas que componen los seres vivos se debe a la fantástica capacidad de combinación del carbono con otros elementos químicos (hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y otros). El carbono puede formar compuestos muy complejos y muy pesados gracias a diferentes combinaciones y enlaces de otros compuestos más simples. Por ejemplo, una molécula de ADN de una célula humana mide aproximadamente dos metros y enlaza a unos tres billones de pequeñas unidades, cuyo tamaño es del orden de millonésimas de metro, que se van alternando siguiendo un determinado orden.

El ciclo del carbono consiste en su transformación de su forma inorgánica en inorgánica y a la inversa. Los vegetales verdes (aquellos que contienen clorofila) toman el anhídrido carbónico del aire y durante la fotosíntesis lo acumulan en los tejidos vegetales en forma de grasas, proteínas e hidratos de carbono y liberan oxígeno según la siguiente reacción que se produce en presencia de una fuente de energía luminosa y en la que la clorofila actúa como catalizador, según fue expuesta por Von Sachs en 1864:

CO2 + H2O → CH2O + O2

En términos más llanos, a partir del anhídrido carbónico y el agua, las plantas elaboran oxígeno y azúcares (glúcidos o hidratos de carbono). Como las plantas son, además, el material nutritivo de los animales herbívoros, los hidratos de carbono aportan energía a los hervívoros en forma de glucosa. El retorno del anhídrido carbónico a la atmósfera se hace cuando en la respiración los animales oxidan los alimentos produciendo anhídrido carbónico. En este ciclo cada año se consume y se renueva un cinco por ciento aproximadamente de las reservas de anhídrido carbónico de la atmósfera.

Los seres vivos acuáticos toman el anhídrido carbónico del agua. La solubilidad de este gas en el agua es muy superior a la del aire. Cuando los porcentajes contenidos en el aire superan a los existentes en los océanos, se forma ácido carbónico que ataca los silicatos que constituyen las rocas, dando lugar a los carbonatos y bicarbonatos que los peces absorben. Por eso el agua es uno de las reservas más importantes de carbono bajo la forma de sedimentos orgánicos que suponen más del 70 por ciento de los recursos de carbono existentes en la Tierra. Una parte del carbono no retorna a la atmósfera sino que se transforma con la descomposición de la materia orgánica, creando sedimentos de pretróleo, gas y carbón. Tras la muerte de los animales, bacterias y otros organismos descomponen sus restos, cadáveres y excrementos. Una parte de esos restos se depositan en los sedimentos, donde se mineralizan. Por ejemplo, el carbón vegetal se produce por calentamiento en ausencia de aire (hasta temperaturas de 400 a 700 grados centígrados) de madera y otros residuos vegetales. Del modo parecido se forman otros depósitos de combustibles fósiles como petróleo y gas natural. El retorno a la atmósfera de los sedimentos inorgánicos se produce en las erupciones volcánicas tras la fusión de las rocas que los contienen o cuando se extrae artificialmente el carbón, el gas o el petróleo. La combustión de estos elementos devuelve de nuevo el anhídrido carbónico a la atmósfera.

Otros compuestos inorgánicos esenciales para la vida, como el nitrógeno o el agua, también describen ciclos similares. En estos procesos periódicos no intervienen fuerzas ajenas a la materia sino que se retroalimentan a sí mismos indefinidamente, poniendo de manifiesto que las causas se convierten en efectos y los efectos en causas. Son fenómenos a la vez reversibles e irreversibles. De ahí que afirmar que el origen de la vida radica en la materia inorgánica no puede tener nada de sorprendente porque es un fenómeno cotidiano que la naturaleza repite incansable: “Y así volvemos al modo de ver de los grandes fundadores de la filosofía griega, al concepto de que el conjunto de la naturaleza, desde el elemento más pequeño hasta el más grande, desde los granos de arena hasta los soles, desde los protistos hasta el hombre, tiene su existencia en un eterno devenir y extinguirse, en un flujo constante, en un interminable movimiento y cambio. Pero con la diferencia esencial de que lo que en el caso de los griegos era brillante intuición, en el nuestro es el resultado de una estricta investigación científica, en consonancia con la experiencia, y por lo tanto surge también en forma mucho más definida y clara. Es cierto que la prueba empírica de esa trayectoria cíclica no carece por completo de lagunas, pero son insignificantes en comparación con lo que ya se estableció con firmeza, y por otra parte se llenan cada vez más, con cada año que pasa” (335).

La biología en Rusia mantuvo su propia inercia, que ni la influencia de Engels ni la Revolución de 1917 pudieron contrarrestar de manera decisiva (336). El caso de Rusia, con algunos matices, no es diferente del de ningún otro país de la época. El elemento fundamental a tener en cuenta en la polémica que se iba a abrir inmediatamente es que no solamente no existió una “injerencia” del marxismo sobre la genética sino que el impacto fue en la dirección contraria, de la genética (y de las nuevas ciencias) sobre los postulados marxistas. Los nuevos descubrimientos y progresos, especialmente la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, abrieron nuevos interrogantes dentro el marxismo como dentro de tantas otras corrientes ideológicas. A partir de esos interrogantes se desarrollaron concepciones divergentes, algunas de las cuales permanecieron dentro del marxismo y otras se escaparon fuera de él, colectiva o individualmente. Este fenómeno no sólo ocurrió en la URSS sino en todo el movimiento comunista internacional, especialmente en Gran Bretaña y Francia. Para quienes están apegados a los esquemas más simplones no deja de ser curioso constatar que mientras el mendelismo y la teoría sintética triunfaron plenamente en la República Democrática Alemana, encontraron una enorme resistencia en la URSS, a pesar de que ambos países se fundamentaban sobre los mismos principios socialistas.

Desde comienzos del siglo XX coexistían en Rusia tres corrientes dentro de la biología. La primera de ellas, de tipo simbiótico, fue rescatada en 1902 por la obra del anarquista Kropotkin “El apoyo mutuo, un factor de la evolución” ensalzado por el periódico “Times” como “posiblemente el libro más importante del año”. En su estudio Kropotkin acusaba a Darwin de despreciar la cooperación de los organismos frente a la lucha por la existencia. Pero la obra de Kropotkin no tuvo distribución en el interior de la Rusia zarista a causa de la censura. Sin embargo, muy pocos años después el biólogo ruso Konstantin S. Mereshkovski (1855-1921) formalizó la teoría de la simbiogénesis.

Mucho antes, en plena marejada darwinista, Engels ya había sostenido la validez científica de esta concepción. En 1875 en su carta a Piotr Lavrov, Engels le manifiesta su desacuerdo con la idea darwiniana de que la “lucha de todos contra todos” fue la primera fase de la evolución humana, sosteniendo que la sociabilidad instintiva “fue una de las palancas más esenciales del desarrollo del hombre a partir del mono”. Al mismo tiempo y de forma paralela, en otra obra suya destacó el carácter predarwiniano de esta concepción, así como su unilateralidad: “Hasta Darwin, lo que subrayaban sus adictos actuales es precisamente el funcionamiento cooperativo armonioso de la naturaleza orgánica, la manera en que el reino vegetal da alimento y oxígeno a los animales, y éstos proveen a las plantas de abono, amoniaco y ácido carbónico. Apenas se reconoció a Darwin, ya esas mismas personas veían ‘lucha’ en todas partes. Ambas concepciones están justificadas dentro de límites estrechos, pero las dos tienen una igual característica de unilateralidad y prejuicio. La interacción de cuerpos en la naturaleza no viviente incluye a la vez la armonía y los choques; la de los cuerpos vivientes, la cooperación conciente e inconciente, así como la lucha conciente e inconciente. Por lo tanto, inclusive en lo que se refiere a la naturaleza, no es posible inscribir sólo, de manera unilateral, la ‘lucha’ en las banderas de uno. Pero es en absoluto pueril querer resumir la múltiple riqueza de la evolución y complejidad históricas en la magra frase unilateral de ‘lucha por la existencia’. Eso dice menos que nada” (337).

La obra de Mereshkovski, como cualquier otra que no es de origen anglosajón, fue absolutamente ignorada, salvo para los biólogos marxistas (338) y, naturalmente, para los biólogos soviéticos. En 1924 Kozo-Poljanski publicó su obra “Bosquejo de una teoría de la simbiogénesis”, en 1933 el también soviético Keller expuso la misma teoría, que también pasó completamente desapercibida (339), e incluso Lysenko se apoyó en ella, como veremos, para sostener alguna opinión suya. En las corrientes dominantes no fue tomada en consideración hasta 1966, cuando fue rescatada del olvido por la investigadora estadounidense Lynn Margulis, defensora de esta teoría simbiótica. Hasta esa fecha no tuvo ninguna influencia fuera de la URSS, quedando la obra de Kropotkin como una de esas exóticas incursiones de los políticos, en este caso anarquistas, en la ciencia, como si un anarquista no pudiera ser, a la vez, un extraordinario científico, como Kropotkin. Un ejemplo de ello es la referencia despectiva que le dirigió Morgan: “Los argumentos que empleó [Kropotkin] harían sonreir a la mayoría de los naturalistas y muchas de sus anécdotas deberían en realidad figurar en algún libro de cuentos para niños” (340). Ese es el estilo crítico con el que los mendelistas juzgan las opiniones que menosprecian, y el tiempo es tan cruel que mientras Kropotkin ha madurado, las tesis de Morgan parecen mucho más cerca de los cuentos infantiles.

La segunda corriente es la mendeliana, introducida en la Rusia prerrevolucionaria por Yuri A.Filipchenko (1882-1930), un seguidor de la escuela alemana de Nägeli, Hertwig y Von Baer. De las aulas de Filipchenko salió uno de los creadores de la teoría sintética, Theodosius Dobzhansky (1900-1975), que estudió en la Universidad de Kiev, emigrando en 1927 a Estados Unidos, donde trabajó con Morgan, siendo el fundamento de su investigación la necesidad de conciliar el evolucionismo con la Biblia vaticana, un esfuerzo que compartió con su amigo, el paleontólogo y jesuita francés Teilhard de Chardin. En Estados Unidos Dobzhansky fue uno de los impulsores de la teoría sintética y, aunque había impartido clases a Lysenko, destacó por ser un antilysenkista feroz. La corriente mendelista, aunque siempre estuvo presente, tampoco tuvo mucha influencia inicialmente en la URSS a causa de la propia revolución de 1917. Filipchenko creó una sociedad de eugenesia en 1922 que difundía su propia revista de la que era editor. Fue una de las pocas experiencias de ese tipo que se conoció en la URSS.

Una tercera corriente muy influyente de la biología soviética es la que encabeza Vladimir I.Vernadsky (1863–1945), un pionero de la ecología científica y, por consiguiente, radicalmente enfrentado a las corrientes micromeristas. Pero quizá no se deba afirmar que Vernadsky forma una corriente de la biología soviética sino más bien que su obra tiene un sello propio tan carácterístico y tan poderoso a la vez que desde un principio, es decir, desde la publicación de su “Geoquímica” en 1924 y de su “Biosfera” en 1926, gravita sobre toda la biología soviética posterior. La complejidad del pensamiento de Vernadsky es tal que si bien pocos son los que, como él, subrayan la especificidad de la materia viva frente a la inerte, son aún menos los que aproximan las biología a la geofísica de una forma tan magistral como el soviético. Una última corriente, representada por el botánico K.A.Timiriazev (1843-1920), es la que se denomina a sí misma como evolucionista y darwinista, aunque en sus concepciones es evidente la presencia también de Lamarck. Por consiguiente, el darwinismo existente en Rusia 1917 es el darwinismo de Darwin, no el neodarwinismo. Timiriazev fue un pionero del darwinismo en la Rusia zarista, un científico con un peso ideológico muy superior al que Thomas Huxley pudo tener en Inglaterra o Ernst Haeckel en Alemania, porque escribía para un público mucho más vasto: conferencias, artículos, libros de divulgación, etc. El darwinismo se conoció allá a través de sus obras más que los del propio Darwin. Pero Timiriazev no era un político burgués a la manera de Huxley o Haeckel, sino un demócrata revolucionario comprometido con la lucha contra el zarismo en su país. Su ascendente sobre los bolcheviques creció aún más después de la revolución de 1917, a cuya causa se sumó incondicionalmente, siendo quizá el científico más comprometido con el nuevo régimen. Recibió al mendelismo con una enorme hostilidad, escribiendo un folleto titulado “Repulsa de los mendelianos” en el que afirmaba que no sólo era una teoría errónea sino políticamente reaccionaria. Pero Timiriazev no confundió a los mendelianos con Mendel. De éste reconoció la validez de algunos de sus postulados. Su posicionamiento resultó decisivo; contribuyó a sostener en darwinismo en una etapa en la que éste había perdido la batalla frente a los mendelistas en los demás países.

Además de Timiriazev, las prácticas agrícolas de I.V.Michurin (1860-1935) corresponden también a la Rusia prerrevolucionaria y, aunque sus teorías son plenamente darwinistas, manifestó hacia el mendelismo idéntica opinión que la de Timiriazev. En base a sus décadas de experiencia, consideró que las leyes de Mendel no eran aplicables a la hibridación en frutales, ni anuales ni tampoco perennes: “Repito que sólo los ignorantes más completos de hibridación de árboles frutales pueden soñar con aplicarles las conclusiones obtenidas en las observaciones realizadas con guisantes” (341). Según Michurin, la segregación de caracteres que señaló Mendel también se aprecia en los frutales pero no de una manera completa porque “cada organismo se constituye con una mezcla de caracteres heredados, de los cuales sólo una parte proviene de sus progenitores y el resto de sus allegados”, intervienendo también factores exógenos (342). Otro de los impulsores del darwinismo en la URSS fue Alexander I.Oparin, que publicó en 1923 su trascendental obra “El origen de la vida” que, sin embargo, tampoco fue conocida en los países capitalistas hasta que en 1967 John D. Bernal lo incluyó en su The origin of life (343). La influencia de estos y otros científicos fue determinante para que después de 1917 la corriente darwinista se abriera camino inicialmente, precisamente en un momento en que en todos los demás países estaba en retroceso ante el avance del mendelismo.

La asimilación del marxismo al darwinismo ha sido muy frecuente desde los mismos orígenes de ambas corrientes de pensamiento. En su obra “Anarquismo o socialismo”, escrita en 1907, Stalin denunció las tergiversaciones de los seguidores caucasianos de Kropotkin, para quienes el marxismo se apoyaba en el darwinismo “sin espíritu crítico”. Sin embargo, aquellas referencias de Stalin a Lamarck y Darwin eran muy someras y se utilizaban como ejemplo de la validez universal de la leyes de la dialéctica. Por lo demás, para Stalin, lo mismo que para Engels, no existía ninguna contradicción sustancial entre los postulados lamarckistas y los darwinistas, situando a ambos en el mismo plano. En cuanto al “espíritu crítico” del marxismo respecto al darwinismo, Stalin seguía el criterio de Engels. Aunque en aquel momento la “Dialéctica de la naturaleza” no fuera conocida, las observaciones críticas expresadas en el “Anti-Dühring” eran muy relevantes. Engels defendió a Darwin de las críticas de Dühring pero, al mismo tiempo, era plenamente consciente de las limitaciones y del carácter unilateral de las explicaciones de aquel: “Yo acepto la teoría de la evolución de la doctrina de Darwin pero no acepto su método de demostración (struggle for life, natural selection) salvo como primera expresión, provisional e imperfecta, de una realidad recién descubierta”. El británico, añade Engels en otra obra, habría puesto el acento en los efectos pero no en las causas de la selección natural. Además, “el hecho de que Darwin haya atribuido a su descubrimiento [la selección natural] un ámbito de eficacia excesivo, que le haya convertido en la palanca única de la alteración de las especies y de que haya descuidado las causas de las repetidas alteraciones individuales para atender sólo a la forma de su generalización, todo eso es un defecto que comparte con la mayoría de las personas que han conseguido un progreso real” (344).

Aparentemente se habían formado dos posiciones contrapuestas. Incluso el soviético Stoletov resumía esas posiciones en el titular de su libro: “¿Mendel o Lysenko? Dos caminos en biología” (345). Pero no se puede resumir la polémica en dos posiciones. Hubo militantes del Partido bolchevique que defendieron el mendelismo, como los había que defendieron la posición contraria. Se dieron toda clase de combinaciones ideológicas y científicas imaginables que sorprenderían a quienes pretenden analizar la biología soviética con esquemas simples. Filipchenko no fue el único eugenista que hubo en la URSS en la década de los años veinte. Hubo eugenistas lo mismo que lamarckistas, y en ambas corrientes los hubo que se declaraban marxistas, lo mismo que antimarxistas. A causa de ello es difícil hablar de una influencia del marxismo sobre la ciencia en la URSS, cuando bajo el marxismo existían distintas corrientes en conflicto interno. Desde luego, la disputa no formó una alternativa entre Mendel y Lysenko. No sólo es muy difícil reducir la polémica soviética sobre la biología a dos polos encontrados sino que allá las expresiones también tenían otros significados, diferentes de los occidentales. Ni los mendelistas en la URSS defendían exactamente las mismas posiciones que los occidentales, ni tampoco los lamarckistas eran asimilables a los del otro lado del telón de acero. Los polemistas se lanzaron entre sí mutuas acusaciones porque los unos tergiversaban las posiciones de los otros. Hubo quien, aún declarándose michurinista, no secundaba las tesis de Lysenko, o no las secundaba en su integridad. También se dieron posiciones intermedias e intentos de síntesis a comienzos de los años veinte, como los ensayados por B.M.Zavadovski, quien consideraba compatible el lamarckismo con el mendelismo, aunque progresisvamente fue adoptando posturas cada vez más próximas a esta última corriente. Quienes más insistieron en la imposibilidad de encontrar puntos de unión entre ambas corrientes fueron mendelistas como A.S.Serebrovski, I.I.Agol y N.P. Dubinin. Otros intentos de síntesis, como los del embriólogo B.P.Tokin, afirmaban que ni el lamarckismo ni el mendelismo eran corrientes científicas y que el marxismo era ajeno a ellas, por lo que había que elaborar una nueva biología de conformidad con las concepciones del materialismo dialéctico.

A los amantes de los esquemas se les ampliaría notablemente su perspectiva si salieran de la URSS y analizaran la cuestión de Lysenko en relación con otros países. En los medios de la guerra psicológica de 1948, y aún hoy, es frecuente relacionar a Lysenko con el marxismo, de manera que la ridícula explicación que tratan de esbozar es que las aberraciones de Lysenko fueron posibles por el propio carácter aberrante del marxismo. De esa manera no se comprenden los motivos por los cuales en la República Democrática Alemana no se impuso nunca el lysenkismo, de modo que la genética dominante fue de tipo mendeliano, a pesar de que aquel país estaba dirigido por un conocido partido comunista cuyos principios ideológicos eran los mismos que el soviético. Si la vinculación del marxismo con el lysenkismo es tan estrecha como pretenden dar a entender, la pregunta es obvia: ¿No eran realmente comunistas los comunistas alemanes o no lo eran los soviéticos? Esta misma cuestión se puede ampliar fuera del telón de acero, a los partidos comunistas de occidente, dando por supuesto que todos ellos eran igualmente comunistas para no sorprender en el ridículo a los estrategas de la guerra fría. Entre los comunistas de fuera del telón de acero coexistieron (y discutieron y se enfrentaron) los lysenkistas con los mendelistas. Los amantes de los esquemas simples que pretenden asimilar el lysenkismo al lamarckismo también deberían explicar por qué razones, dentro y fuera de la URSS, existieron lamarckistas que criticaron a Lysenko.

La situación no se polarizó hasta una década después, tras la llegada al gobierno de Hitler en 1933: el eugenismo adquirió entonces una filiación reaccionaria mientras el lamarckismo fue la bandera de los progresistas. Muchos de aquellos debates son de un extraordinario valor y serán recuperados en su momento, cuando puedan ser leídos sin la carga emocional que hoy les envuelve. La riqueza de argumentos exhibidos elevó a gran altura la biología soviética, abriendo caminos novedosos, como la teoría del origen de la vida de Oparin, un reflejo del “desarrollo que habían alcanzado las ideas evolucionistas en Rusia. La biología soviética había heredado de los científicos prerrevolcionarios una corriente de pensamiento darwinista que se mantuvo vigente durante varias décadas y que llevó a la formación de grupos y escuelas que alcanzaron un refinamiento teórico sin igual”, afirma Lazcano, quien concluye así: “Hacia 1939 hubiera sido difícil encontrar un país en el mundo en donde la teoría de la evolución estuviera más desarrollada o fuera mejor conocida que en la Unión Soviética” (346). No obstante, también se expusieron planteamientos simplemente ingenuos, como correspondía una sociedad joven, como la soviética. Por ejemplo, A.S.Serebrovski, un opositor de Lysenko, era un eugenista convencido, partidario de la fertilización artificial de las mujeres con un semen portador de las mejores cualidades. Según él, esto permitiría cumplir los planes quinquenales en la mitad de tiempo.

A finales de la década de los veinte, bajo una apariencia darwinista, el mendelismo logró recuperar terreno dentro de la genética soviética. En 1927, durante el V Congreso Internacional de Genética celebrado en Berlín, Muller anunció su descubrimiento de las mutaciones inducidas por radiaciones. El 11 de setiembre de ese mismo año, Serebrovski publicaba en Pravda un artículo titulado “Cuatro páginas que estremecen al mundo científico”. Supuso un vuelco desfavorable al lamarckismo. Un ejemplo característico de esa tendencia es el caso de V.L.Komarov, vicepresidente de la Academia de Ciencias, un biólogo que progresivamente fue pasando de sus iniciales simpatías lamarckistas hacia el mendelismo. Las nuevas corrientes sintéticas en la genética, con su aparente integración del darwinismo, se introdujeron con fuerza dentro de la URSS, del Partido bolchevique, de las universidades y los centros de investigación. Tras la muerte de Michurin en 1935 Lysenko pasó a encabezar las posiciones científicas antimendelistas, pero la correlación de fuerzas no tardó en cambiar. Aunque fue elegido presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas en 1937, Lysenko empezaba a estar en minoría y no pudo tener los apoyos políticos y oficiales que la campaña quiere hacer creer: “En la época en que Lysenko presentaba su informe a la Academia de Ciencias, el ‘mendelismo-morganismo’ era ya una teoría ampliamente aceptada en la Unión Soviética, con destacados partidarios como Poliakov, Zavadovski y Dubinin, quienes difícilmente habrían reconocido el carácter ‘idealista’ o ‘reaccionario’ de la teoría cromosómica de la herencia. Sus protestas, desgraciadamente, sirvieron de muy poco” (347).

Es igualmente comprobable que ni todos los que defendían ni todos los que criticaban a Lysenko exponían los mismos argumentos. Por ejemplo, no es fácil compartir los motivos del británico George Bernard Shaw para defender a Lysenko, que se apoyaban en una vaga comprensión de los términos del debate. Shaw decía que frente al mecanicismo vulgar de la teoría sintética, Lysenko defendía una concepción integral de los organismos de la naturaleza como seres dotados de vida. En una carta publicada por el Saturday Review of Literature, el genetista Dunn, que había viajado por la Unión Soviética protestaba por la equiparación de todo el conjunto de la biología soviética con las tesis lysenkistas, que no representaban la doctrina “oficial” del país, poniendo un ejemplo odioso para comparar: no se puede juzgar a la biología soviética desde la óptica de Lysenko del mismo modo que no se puede juzgar a la biología estadounidense desde el punto de vista de los creacionistas. Lo mismo expuso el británico Eric Ashby en 1945. También había viajado por la URSS, donde estuvo una larga temporada, publicando a su regreso varios libros sobre la situación de las ciencias soviéticas, su organización académica y científica y sus métodos de investigación. Ashby apreció que en la URSS concurrían diversas corrientes científicas, desde aquellas que manifestaban cierto rechazo hacia la investigación occidental hasta otras que seguían los mismos derroteros que ella. No obstante, considera que, en general, la ciencia soviética era equiparable a la occidental y no parecía estar influida por la filosofía marxista “en absoluto” (348).

A mi juicio el núcleo de la postura de Lysenko no es positiva sino negativa y está constituida por su rechazo a las teorías sintéticas que defendían un mecanismo unilateral por el cual la herencia determina la constitución de los organismos vivos, y si hay que indicar un rasgo positivo fundamental de su pensamiento no es el de ambiente sino el de desarrollo. En muchos aspectos su concepción es similar a la de Conrad H.Waddington (1905-1975) que, no por casualidad, fue entonces equiparado a Lysenko e incluido en el índice de los malditos de la biología (349). Frente a la escisión entre genotipo y fenotipo, Waddington propuso el término epigénesis, referido al proceso de desarrollo de los organismos, ontogénesis, de los que se había olvidado la genética formalista. Waddington habló de una “asimilación genética”, considerando que los organismos eran capaces de reaccionar a las presiones del entorno modificando su comportamiento, e incluso su estructura. Para Waddington, la capacidad de reacción no era pasiva sino activa y estaba dirigida por los genes. Por medio de la asimilación genética, un tejido convierte un estímulo externo (ambiental) en otro interno (génico) de modo que se vuelve independiente del inductor ambiental. Otro biólogo maldito de la misma época, Richard Goldschmidt (1878-1958), sugirió que la información contenida en el fenotipo, adquirida a lo largo de la vida, se integraba en el genotipo en determinadas condiciones, fijándose en el genoma (fenocopia) y transmitiéndose así a las generaciones sucesivas.

Mantengo dudas, que no estoy en condiciones de resolver ahora, acerca de si la crítica de los lysenkistas fue, al mismo tiempo, capaz de asimilar la médula racional de la genética formalista o si, por el contrario, adoptaron la misma posición errónea que éstos, un rechazo en bloque de las concepciones opuestas. La propaganda burguesa sostiene que existió un repudio total de las concepciones genetistas a causa de su naturaleza idealista. Esta ridícula línea argumental conduciría al absurdo de proceder de idéntica manera con Kant o con Hegel y reprobar, por ejemplo, la dialéctica a causa de su origen idealista. El criterio de Marx y Engels fue otro. Consistió en criticar aquellas concepciones que fueran falsas o erróneas y, por el contrario, incorporar al acerbo científico aquellas nociones certeras, cualquiera que fuese su origen. Pero por encima de todo ello, considero esencial que gracias a la firmeza que demostró en la defensa de sus postulados (otros dirían dogmatismo, fanatismo, intolerancia), la URSS fue uno de los pocos países del mundo en los que pudo contrarrestarse la influencia de la teoría sintética. A causa de ello la propaganda imperialista lanzó en la posguerra su ofensiva de acusaciones falsas en su contra según la cual sus tesis habían conducido a la prohibición de la genética, al cierre de los laboratorios y el encarcelamiento de los biólogos opuestos a sus tesis.

Vamos a comprobar la falsedad de esta campaña.

Un campesino humilde en la Academia

En 1917 llegaron al poder en Rusia los obreros y los campesinos más pobres, los que hasta entonces habían sido siervos humildes y analfabetos, como Michurin, un obrero ferroviario apasionado de la botánica, y como Lysenko, un campesino ucraniano, a quienes el poder soviético permitió estudiar y adecuar la ciencia a las prácticas agrícolas y ganaderas más avanzadas del momento para ponerlas al servicio de los sectores más oprimidos y de sus necesidades. Una frase de Lysenko resume aquel cambio drástico: “En nuestras investigaciones agronómicas, en las que participan las masas, los kojosianos aprenden menos de nosotros de lo que nosotros aprendemos de ellos”.

Lysenko y otros como él se pusieron a la cabeza de las instituciones sociales que se ocupaban de las ciencias, para lo cual antes hubo que desalojar de esas mismas instituciones a los burgueses académicos, universitarios y oscurantistas que hasta entonces habían manejado la ciencia en provecho de su clase, de la explotación y de sus intereses particulares. En 1917 la población sometida a la autocracia zarista era analfabeta, los estudiantes eran una casta privilegiada procedente de la aristocracia y la alta burguesía. Los poco más de 11.000 científicos, que cobraban 20 ó 30 veces más que un obrero especializado, vivían a espaldas de las necesidades y de los intereses de los obreros y campesinos. Tras la revolución de octubre su situación fue idéntica a la de los demás especialistas, artistas e intelectuales; unos se exiliaron y otros permanecieron, bien para colaborar lealmente en la construcción del socialismo o bien para sabotearlo. El caso de Pavlov es bien sintomático. Vivió los 20 últimos años de su vida en la URSS y, aunque los bolcheviques no escatimaron elogios a sus investigaciones, él no perdió ocasión de criticar la construcción del socialismo en su país, aunque tampoco lo abandonó. Sus críticas jamás fueron un obstáculo para que el Estado soviético financiara y apoyara con decisión sus investigaciones, poniendo a su disposición toda clase de recursos y medios materiales, lo cual pone de manifiesto que la promoción científica no tuvo en cuenta criterios políticos o ideológicos subjetivos basados en simpatías o antipatías, filias o fobias, hacia la construcción del socialismo.

En el mismo terreno que Pavlov, el neurofisiólogo Bejterev presenta la otra faceta de los alineamientos políticos de los científicos respecto al Estado soviético. Bejterev también era una personalidad acreditada antes de 1917, ajena por completo a los bolcheviques. Pero, a diferencia de Pavolv, después de la revolución no sólo se adhirió a ella sino que estudió la dialéctica materialista y consideró que sus tesis reflexológicas eran su única expresión científica en el terreno de la sicología. En esta disciplina se desataron otras tantas polémicas entre distintas corrientes, paralelas a las que se conocen en la biología. Los alineamientos iniciales de los científicos hacia el poder soviético no siempre se mantuvieron indefinidamente. Hubo científicos que permanecieron en la posición que habían adoptado inicialmente y otros la modificaron, cambiando de bando en un momento determinado de su biografía personal o de la historia del país. Fue algo característico de la larga controversia lysenkista que no sólo aconteció en la URSS sino también en otros países. Así, el biólogo comunista británico James Fyfe se inció en la polémica combatiendo a Lysenko y acabó en el bando contrario. Por el contrario, el inmunólogo Milan Hasek, militante del Partido Comunista de Checoslovaquia, empezó en las filas del lysenkismo para pasarse al mendelismo años después.

Como consecuencia de la trayectoria histórica de la URSS y del propio proceso de alfabetización, la composición de clase de los científicos cambió radicalmente y sus condiciones materiales de vida también cambiaron, especialmente en los años veinte, cuando surgieron los llamados “científicos descalzos”, de los que Lysenko fue el prototipo, técnicos surgidos desde las entrañas mismas de la nueva sociedad. Como muchos otros, Lysenko era un humilde campesino que tuvo la oportunidad de formarse y llegó hasta la presidencia de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. Sin la revolución de 1917 Lysenko hubiera sido un anónimo campesino, sujeto de por vida a un arado de madera. La alfabetización y las facilidades para cursar estudios avanzados promocionaron a estos “científicos descalzos”, convirtiendo la controversia lysenkista -y a otras controversias científicas similares- en un fenómeno de masas desconocido en los países capitalistas, donde tales discusiones apenas trascienden del reducido círculo de especialistas. Como cualquier otro fenómeno de masas, no se trató sólo de una debate científico sino a la vez científico y político. En la URSS los campesinos habían dejado de ser los receptores pasivos de técnicas y procedimientos salidos de los laboratorios y universidades. Más bien al contrario, eran los laboratorios y universidades los que debían ponerse al servicio de los campesinos y sus cooperativas. Fue un cambio a la vez cualitativo y cuantitativo que se produjo en medio de una guerra, de un bloqueo internacional y de una situación económica lamentable. A pesar de las dificultades de la guerra civil, dice Medvedev, los científicos “recibieron un apoyo inmenso, tomando en consideración los recursos limitados de un país empobrecido”. Se fundaron nuevos laboratorios e institutos de investigación: “Si se compara el grado de adelanto científico y tecnológico en la Unión Soviética entre 1922 y 1928 con el de un periodo similar anterior a la Revolución, se descubre un enorme impulso en los programas de investigación y educación” (350). Entre 1929 y 1937 se triplicó el número de académicos y el de estudiantes de agricultura aumentó seis veces. Si en 1913 había en Rusia menos de 300 universidades, escuelas superiores y centros de investigación, en 1940 el número superaba los 2.359. En los años veinte el número de investigadores se acercó ya a los 150.000, en 1953 subió a 250.000 y en 1964 a 650.000. En 1922 el número de publicaciones de investigación se cuadruplicó respecto al año anterior y al siguiente se multiplicó por ocho. En vispera de la II Guerra Mundial, la inversión en ciencia y tecnología ascendía al uno por ciento, un porcentaje que, como reconoce Huxley, era seis veces superior al estadounidense y diez veces superior al británico (351). El balance de Maddison es el siguiente: La URSS también hizo una muy grande inversión en educación y adiestramiento en este periodo y fue el primer país que planteó su educación en forma sistemática para promover el desarrollo económico. Esta inversión en educación era muy necesaria considerando el bajo nivel que había heredado la Unión Soviética de la Rusia zarista, y la salida de mucha gente con educación y de técnicos durante la revolución. El esfuerzo educacional aumentó notablemente la calidad de la mano de obra disponible y proveyó de capacidad técnica y administrativa para usar efectivamente la inversión nueva. El costo de la educación fue una de las principales razones por las cuales el gasto en servicios comunales se elevó del 5 al 10% del PNB en los años 30, aun cuando parte de este gasto se dedicó a mejorar los servicios de salud pública.

Entre 1920 y 1939, el anafabetismo fue eliminado entre la población menor de 50 años. En 1913, el número personas con educación superior dentro de la fuerza de trabajo fue sólo de 136.000 pero al fin de la era staliniana eran cerca de 1’8 millones. El esfuerzo para entrenar, preparar técnicos de nivel medio fue incluso mayor que la educación superior. Antes de la revolución, Rusia sufría la misma escasez de técnicos de nivel medio que plaga ahora a muchos países en desarrollo. Eran más escasos que las personas con educación superior. En 1913, había sólo 54.000 de ellos, pero para finales de la era staliniana, había 2’5 millones (352).

La revolución de 1917 no sólo alteró los fundamentos económicos de la vieja sociedad zarista, sino que sembró de interrogantes todas las concepciones del mundo que hasta aquel momento se habían presentado como intocables. No existían precedentes de un cambio tan drástico que, además, acarreó en algunas corrientes la pretensión errónea de que todo -absolutamente todo- debía cambiar, de que había que empezar desde cero, de que nada de lo anterior era válido.

Estimuló las discusiones hasta extremos difícilmente concebibles, cuando no existían modelos previos sobre los que asentar algunas conclusiones previas. Las controversias científicas empezaron a presentar un nuevo aspecto. En ellas se vio involucrado el marxismo de una manera multifacética y no en base al esquema simplista que quisieron presentar durante la guerra fría. En la URSS había varios tipos de marxismos de procedencias diversas, no todos ellos integrantes del Partido bolchevique. Así, en el Ministerio de Agricultura eran muy influyentes los antiguos miembros del partido socialista revolucionario, un grupo político de origen anarquista y campesino que había adoptado el marxismo como ideología propia. Coexistieron varios grupos de características parecidas, algunos de los cuales, pero no todos, se integraron dentro del Partido bolchevique, que se convirtió en la principal fuerza ideológica, pero nunca en la única. Esos grupos, dentro y fuera del partido bolchevique, mantuvieron continuas posiciones enfrentadas sobre las más diversas cuestiones, una de las cuales fue la biología.

A modo de ejemplo del ambiente en el que disputaban todas aquellas corrientes, puede ponerse el caso de Bogdanov, cuyo nombre real era A.A.Malinovski. Médico y autor de un manual clásico de economía marxista, Bogdanov había sido dirigente del Partido bolchevique, aunque fue expulsado de él en 1909 por su incorporación al empiriocriticismo. No obstante, siguió siendo muy influyente en los distintos círculos marxistas rusos, incluso después de la Revolución de 1917. Sus concepciones alcanzaban áreas tan variadas como la economía, el arte, la ciencia y la filosofía, en las que realizó aportaciones que, al margen de su acierto, eran enormemente originales (353). En torno a sus concepciones se creó el movimiento proletkult o “cultura proletaria”, una de las que pretendía hacer tabla rasa del pasado. Fue el movimiento proletkult el que impulsó en la URSS la idea errónea de la existencia de “dos ciencias” de naturaleza distinta y enfrentadas entre sí por su propio origen de clase. Reivindicaba no las creaciones intelectuales del proletariado como clase sino cualquier clase de creación cuyo origen estuviera en uno de aquellos nuevos “científicos descalzos”. Pero una cosa era estimular la ciencia entre los trabajadores y campesinos y otra, muy distinta, dar validez científica a cualquier clase de aportación por el mero hecho de su origen social. Los “científicos descalzos” se equivocan tanto como los de traje y corbata. La Oposición Obrera, una fracción interna que existió durante un cierto tiempo dentro del partido bolchevique, apoyaba a proletkult, manteniendo una posición ultraizquierdista respecto a los especialistas en general y a los científicos e intelectuales en particular. Todo ese cúmulo abigarrado de corrientes estuvieron presentes en los debates científicos a partir de los años treinta, a pesar de las críticas que contra ellas expuso el Partido bolchevique. Stalin, por ejemplo, calificó de “trogloditas” a los miembros de proletkult. El primer ministro soviético de Educación, que permeneció en el cargo desde 1917 hasta 1935, fue Lunacharski, un antiguo defensor de las concepciones de Bogdanov. De ahí que muchas de las iniciativas de los seguidores de proletkult pasen como si se tratara del punto de vista oficial del Partido bolchevique o de todos los marxistas soviéticos porque la propaganda les presenta a todos como si formaran parte de un mismo bloque monolítico.

Otra corriente influyente fue la del filósofo A.M.Deborin, un menchevique que se afilió con los bolcheviques en 1928. Sus concepciones fueron dominantes en la segunda mitad de los años veinte y en el terreno de la biología estuvieron defendidas por mendelistas como I.I.Agol, S.G.Levit, M.L.Levin, A.S. Serebrovski y otros, como el embriólogo B.P.Tokin. También el botánico N.I. Vavilov (1887–1943) formó parte de este movimiento, e incluso el filósofo I.I.Prezent inicialmente, antes de convertirse en uno de los mayores defensores del lysenkismo. En la conferencia de abril de 1929, los mendelistas pasaron a la ofensiva contra sus oponentes, calificados de lamarckistas, acusando a éstos a la vez de mecanicismo y vitalismo. Los mendelistas sostenían que la genética formal era una demostración de la pujanza de la dialéctica materialista en las ciencias naturales. En el terreno político la corriente deborinista estaba “más próxima a una defensa del control político de la investigación científica” (354). Pretendieron acomodar el desarrollo de la ciencia a sus propios postulados ideológicos. Así, el referido Tokin no puede incluirse en ninguna de las dos corrientes en pugna, pues criticó a ambas por ser antimarxistas, manifestándose partidario de crear una nueva tendencia verdaderamente marxista en biología. Los deborinistas tampoco lograron su propósito. Hacia 1930 sus tesis fueron rechazadas por idealistas y Lepechinskaia forzó una investigación contra Tokin por parte de la Comisión Central de Control del Partido bolchevique. En el diario “Pensamiento Económico” un artículo redactado por A.K. Kol, un alumno de Vavilov, aunque apareció como editorial apócrifo, acusaba a su maestro de separar la teoría de la práctica, de acumular plantas exóticas y no concentrarse en la producción agrícola de los koljoses y sovjoses. Vavilov fue citado por el gobierno para responder de esas críticas.

Las academias fueron uno de aquellos centros de discusión científica e ideológica. No habían sido una creación soviética sino que su existencia se remonta a Pedro I El Grande en el siglo XVIII, eran de carácter estrictamente científico, se regían por sus propios estatutos y sus cargos se elegían mediante escrutinio secreto. Sin embargo, la de Ciencias Agrícolas fue fundada por Vavilov, quien en 1919, en plena guerra civil, organizó en Petrogrado un laboratorio de botánica aplicada que luego se convirtió en Instituto de Agronomía Experimental y finalmente, en 1929, en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, presidida por el propio Vavilov. Con excepción de su escaño como diputado del Soviet Supremo, ese fue el único cargo que desde 1937 ocupó Lysenko a lo largo de toda su vida y era un nombramiento de enorme prestigio incluso fuera de la URSS. Un asiento en cualquier academia era la culminación de su carrera para cualquier científico; otorgaba derecho a un sueldo vitalicio que era mayor que el de un ministro del gobierno: “Aún en la actualidad -escribía Medvedev en los años setenta- el cargo de presidente de la Academia de Ciencias de la URSS tiene más influencia que el de ministro del gobierno, y su sustitución es un asunto más importante para el Partido que el reemplazo de un ministro en la mayor parte de las ramas de la industria” (355). La Academia no era un órgano del Ministerio de Agricultura, ni del Partido bolchevique sino una asociación de científicos de las más variadas procedencias ideológicas para discutir y debatir acerca de asuntos de su especialidad (356). Desde luego la política agraria implementada en la URSS quedaba fuera de la competencia de la Academia.

Como en cualquier otro país, en la URSS coexistían tanto organizaciones científicas públicas como privadas. Funcionaban nada menos que 118 academias de ciencias, de las cuales 29 tenían relación con las distintas ramas de la biología; además había otros 965 Institutos de Investigación Científica, estaciones y explotaciones agrarias experimentales dependientes del Ministerio de Agricultura y unos pocos más dependientes de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. También existía la Asociación de Científicos y Técnicos para el Apoyo de la Construcción Socialista (Varnitso), dirigida por el bioquímico A.N.Bach, militante del Partido bolchevique desde 1912 y, junto con Timiriazev, uno de los científicos más influyentes en las discusiones de la época. Además del Ministerio de Agricultura, existía también el Ministerio de Educación y Ciencia, del cual dependía una agencia pública específica encargada de promover la investigación científica (Glavnauka). La enseñanza universitaria tampoco dependía de la Academia que presidía Lysenko sino de los referidos Ministerios. El de Agricultura, por ejemplo, disponía de 14.000 investigadores sobre el terreno. En todos esos organismos concurrían diferentes correlaciones de fuerzas entre una corrientes y otras. Pero a su vez, todos ellos dependían para su financiación del Consejo Supremo de Economía, también afectado por las polémicas científicas e ideológicas del momento. Un panorama muy distinto y muchísimo más complejo del que la campaña de linchamiento quiso hacer creer en la posguerra mundial. Lo que parece evidente es que cualquiera de esas organizaciones tuvo un protagonismo en las discusiones mucho mayor que el Partido bolchevique, que pocas “órdenes” podía impartir cuando, a su vez, estaba internamente dividido. Como escribe Bernal: “La discusión fue iniciada y llevada a cabo entre hombres de ciencia, y ellos mismos fueron quienes arribaron a la decisión final. En ningún momento dentro de esa etapa intervino en el asunto el gobierno o el partido, y el propio Lysenko no era miembro del partido comunista. En ningún sentido se puede decir que la teoría haya emanado del marxismo. Solamente uno o dos filósofos marxistas la apoyaron, y no fueron de los más eminentes” (357).

En la caza de brujas de 1948 uno de los aspectos más sobresalientes es la miseria intelectual, el menosprecio, la burla y la chabacanería, que aparecen concentrados no sobre los escritos de Lysenko sino sobre su persona. La colección de insultos y gruesas descalificaciones es descomunal. No quiero ni imaginar lo que hubiera sucedido si Lysenko hubiera podido ser involucrado, como el jesuita Teilhard de Chardin, en una falsificación como la de los restos fósiles de Piltdown (358). Al agrónomo soviético tampoco se le pueden imputar ninguna de esas acciones, tan características de la élite científica capitalista, donde es habitual que figuren como autores de cientos de artículos anuales quienes ni los han redactado y ni siquiera leído (359). No se le puede reprochar la participación en turbias manipulaciones de ese estilo. No parece haber ningún motivo aparente, pues, para esa catarata de improperios. Ni siquiera se pueden escudar en la equivocación de las tesis lysenkistas porque las soflamas de la guerra fría pasaban por alto la exposición de su contenido. Aún suponiendo que todas ellas fueran erróneas, ¿son pertinentes los adjetivos utilizados? ¿Fue Lysenko el primer científico en la historia que se equivocó? Estas preguntas no tienen ningún sentido dentro del linchamiento porque no es eso lo que se discutió: eso fue un punto de partida, un axioma y, a partir de ahí, el dogma había que utilizarlo como arma arrojadiza contra la URSS.

Lysenko sólo era una excusa. Por consiguiente, es en esos científicos a sueldo en donde -como se observa- no hay nada que argumentar porque no hay ningún tipo de ciencia; su tarea es exclusivamente política. De ahí que se permitan la licencia de denostar algo que nunca se van a tomar la molestia de examinar con un mínimo de atención. De ahí también su agresividad porque no apelan a la razón sino que tratan de suscitar emociones. Mientras los juicios son para razonar y para debatir, los linchamientos empiezan poniendo la soga en el cuello de quien -de antemano- está condenado.

Del tono de la misma da una idea el hecho de que el genetista Dobzhansky calificara a Lysenko de “hijo de puta”, y de su obra “La herencia y su variabilidad”, que Dobzhansky tradujo al inglés, dijo que era un “excremento”. Los esposos Medawar, premio Nobel de Medicina él en 1960, ofrecen otro ejemplo clamoroso de ese tono en uno de los diccionarios más absurdos que pueden encontrarse, en el cual dejan un sitio para la voz “lisencoísmo”, entre las pocas que merecen su consideración. Normalmente los diccionarios de biología contienen muchos cientos de expresiones singulares, pero no es éste el caso del redactado por los Medawar, que sólo acogen unas pocas locuciones técnicas, por lo que cabe sospechar que han incluido en él las que han considerado más relevantes, entre las cuales cabe reseñar las de “lisencoísmo” y “lamarckismo”, corrientes a las que consideran estrechamente emparentadas entre sí. Por otro lado, se trata de una obra de los años ochenta, es decir, que la furia persecutoria no tenía visos de remitir. El diagnóstico científico de los Medawar sobre el debate es que Lysenko era estúpido: “La genética no es un tema fácil, y es posible que gran parte del lisencoísmo se originara del intenso resentimiento de Lysenko hacia un tema demasiado difícil para su entendimiento”. En un diccionario calificado de “filosófico” no existen argumentos de carácter objetivo sino evaluaciones personales del tipo siguiente: Lysenko era un “genio maléfico de la genética y agrobiología rusas”, capaz “por sí solo” de detener “la enseñanza y práctica en Rusia de la ‘genética mendelista-morganista’ (esto es, de la genética) y produjo la caída de las principales personas que la practicaban” (360). En el linchamiento el propio estilo utilizado denota claramente su origen militar y nunca se desprendió de ese tufo cuartelero, más propio de sargento chusquero que de controversia académica. Si algo caracteriza al espionaje es la falta de escrúpulos, algo que ha contagiado al caso Lysenko con su singular marchamo. En cualquier pelea tabernaria la facilidad cobarde que proporciona la indefensión del contrario eleva siempre el tono de la disputa. Tan importante como la cantidad fue la calidad de la campaña. El lysenkismo se convirtió en una materia de investigación por sí mismo, saltando de las páginas de las revistas especializadas, y por lo tanto de alcance muy minoritario, a la prensa diaria, que no quiere entender de las alambicadas argumentaciones técnicas que suelen esgrimir los especialistas. Para dar cuenta del informe de Lysenko a la Academia el diario Los Angeles Times tituló su portada “La aplicación del marxismo al crecimiento de los tomates” el 25 de agosto de 1948. Se preparaba la “caza de brujas” del senador McCarthy. No bastaron los engaños y las tergiversaciones sino que para llegar al gran público también era necesario el sensacionalismo. La campaña pasó de las revistas especializadas a los diarios de información general porque ya no era una errónea tesis científica lo que se estaba criticando sino que subyacía un problema de clase, un racismo social y un odio feroz hacia el socialismo. La biología no era más que un excusa.

Los mendelistas académicos siempre consideraron a Lysenko como un advenedizo, un intruso, porque no procedía de la universidad, no tenía título. En lugar de alegrarse por la llegada de alguien ajeno a su círculo de referencia, de un trabajador humilde, les salió a relucir su estrecha mentalidad burguesa en la que encierran un odio de clase apenas disimulado. En 1937 a un profesor universitario -Vavilov- le sucedió un campesino autodidacta -Lysenko- en la presidencia de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, poniéndose por encima de todos los licenciados, a algunos de los cuales cabe imaginar heridos en su vanidad y carcomidos por los celos y la envidia. En los países capitalistas se puso de manifiesto el carácter partidista y beligerante de los científicos que se prestaron a colaborar, cuyo entusiasmo estuvo movido, más que nada, por motivos lucrativos. A ellos la defensa de unas determinadas concepciones científicas les traía sin cuidado; eran mercenarios. En sus firmas ponían sus títulos académicos pero los artículos poco más que desprecio se podía encontrar. Los lectores no merecían sofisticadas teorías genetistas sino descalificaciones absolutas.

A caballo entre su país de origen y el de adopción, Dobzhansky debía sentirse especialmente frustrado porque Lysenko había sido alumno suyo. ¿Un caso de mal aprendizaje o de enseñanza defectuosa? ¿De envidia quizá? Lo más probable es que Dobzhansky debiera eterna gratitud a su amo Rockefeller que le pagó el billete sin retorno a Estados Unidos. Probablemente se sentía frustrado porque Hitler no había logrado el propósito que perseguía cuando invadió la URSS en 1941, como había pronosticado. También pronosticó que se establecería un gobierno fascista en Estados Unidos, y falló. ¿En qué acertó Dobzhansky? El ucraniano era un científico del mismo corte que Huxley; dos años antes de lanzarse a la campaña, cuando ya se conocían las atrocidades nazis había escrito un libro titulado “Herencia, raza y sociedad” para dar una nueva fundamentación al concepto de raza, que ya no debía establecerse sobre consideraciones antropológicas sino genéticas: “Las razas son poblaciones que difieren en la frecuencia relativa de alguno de sus genes”, dice. Esta definición “científica” conduce a una clara conclusión política: “No hay razón que indique que la igualdad de todos los hombres debe constituir nuestra meta” (361). Dobzhansky fue quien propagó (362) la falsedad según la cual Vavilov murió en la deportación en Magadan (Siberia). Lo cierto es que Vavilov murió en la prisión de Saratov, una población a orillas del Volga cercana a Stalingrado y en el transcurso de la gigantesca batalla que allá se libró contra el ejército alemán. La obra de Lysenko era un excremento, pero ¿cómo calificar la de Dobzhansky?

Ayala, un sacerdote dominico epígono de Dobzhansky, es de uno de tantos partidarios de la teoría sintética capaz de escribir sobre Lysenko sin haber leído ninguno de sus escritos, por lo que sus únicas fuentes de información son los rumores, cotilleos y citas de segunda mano, es decir, un ejemplo de impecable proceder científico. Quizá haya sido esa doble condición (la de sacerdote católico y la frivolidad científica) la que le llevó a ser nombrado asesor científico de Clinton. Ayala, como tantos otros biólogos, está mucho más próximo al poder político de lo que pudo estar Lysenko en su época. Pero nadie ha considerado el doble compromiso religioso y político de Ayala como un condicionante de sus absurdas teorías científicas. Tampoco su execrable estilo crítico. En efecto, cuando Ayala tiene necesidad de proporcionar algo más de información a sus lectores contra su víctima propiciatoria, no duda en sacarse el conejo de la chistera, como si de un espectáculo circense se tratara. Se refiere a Lysenko como si hubiera intimado con él; le describe como “un charlatán oportunista con pretensiones de ser un gran científico revolucionario”, desde luego el “contraejemplo dramático” de los logros de Mendel. Donde el checo personifica la ciencia, el ucraniano personifica la política, en el peor y más vulgar sentido de la actividad política, que quizá sea el único que Ayala ha conocido. Desde luego un predicador de sacristía como Ayala no vacila a la hora de imaginar lo que quizá pudo ser el lamentable método utilizado por Lysenko: “Apoyó sus afirmaciones con experimentos rudimentarios que podían interpretarse a voluntad. Los datos en contra se negaron o denunciaron sobre la base de que nada podía ser correcto si contradecía la ideología superior del marxismo-leninismo [...] Cualquier dato, práctica o teoría se medía en función de su congruencia con la ideología marxista (363)”.

Lo cierto es Lysenko fue presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas por méritos propios en dos etapas: una primera desde febrero de 1938 hasta 1956 y otra segunda cuando volvió a ser reelegido en 1961 durante cinco años más. Luego continuó siendo miembro de la misma hasta su fallecimiento diez años después. Durante todo ese tiempo también dirigió una estación agrícola experimental cerca de Moscú en la que trabajaban 300 investigadores. No fue nunca miembro del Partido bolchevique y tampoco coincidió personalmente con Stalin (fuera de los actos oficiales, naturalmente). El agrónomo soviético inició sus experimentos por su propia iniciativa, sin ninguna clase de apoyo oficial. No existieron gigantescos presupuestos, ni inversiones, ni viveros, ni cámaras térmicas, ni sofisticados laboratorios, ni centros universitarios que le apoyaran. Todo empezó de una manera mucho más modesta y sencilla, como empezaban las iniciativas de los obreros y campesinos en la URSS, basándose en el entusiasmo y en el esfuerzo colectivo de las organizaciones rurales.

En los escritos de Lysenko sobresale la idea de la selección “artificial”, superpuesta a la selección que de una manera natural o espontánea realiza la naturaleza por sí misma, esto es, la idea de que la naturaleza no es un paisaje fijo sino que es posible actuar sobre ella en interés de los obreros y campesinos. De un modo dialéctico, Lysenko estudia la flora en su desarrollo; cita continuamente a Timiriazev para recordar la “historia” de cada especie y de cada planta dentro de ella, tratando de observar la manera en que se puede dirigir y controlar ese desarrollo. La selección “artificial” de Lysenko no tiene nada que ver con el moderno “bricolaje genético” de las multinacionales cuyas mutaciones provocan cambios imprevisibles en los organismos vivos. Lo que Lysenko pretendía obtener eran cambios planificados, a fin de orientar el desarrollo natural de los organismos para mejorar el rendimiento agrícola.

Quizá precisamente por el hecho de denominarse Lysenko a sí mismo darwinista pueda resultar interesante detenerse en uno de los puntos de la polémica en el que el agrónomo soviético se aparta de Darwin: la “competencia intraespecífica”, es decir, si existe o no lucha entre los individuos de una misma especie. Darwin defendía esa postura y, además, aseguraba que era más encarnizada cuando los individuos de la misma especie competían por el mismo “espacio vital”, momento en el estalla ineluctablemente la lucha por la existencia entre blancos y negros, entre naciones, etc. Por el contrario, para Lysenko la lucha por la existencia sólo se da entre especies diferentes. La tesis darwinista de la competencia intraespecífica -dice Lysenko- pretendía justificar un fenómeno social apelando a la naturaleza: la competencia capitalista. Por el contrario, para Lysenko “la humanidad entera pertenece a una única especie biológica”, lo que le lleva a defender que no sólo no hay competencia intraespecífica en el ser humano sino a introducir la noción de mutualismo en el reino vegetal. No existe una superpoblación que justifique la concurrencia intraespecífica. Así, habla de relaciones de vecindad entre cerales y malas hierbas. Sobre esta base Lysenko propuso una nueva técnica de “siembra colectiva”. Consiste en sembrar los granos no en hilera, uno a uno y a una distancia regular, sino por montones de 30 o 40 semillas, porque de esa forma pueden colaborar entre sí al crecimiento, sacrificándose unas en beneficio de las otras. No es un caso de lucha por la existencia intraespecífica sino de mutualismo, no por sobreabundancia sino precisamente para evitar que lo sean en el futuro.

No obstante, Lysenko no aporta una nueva teoría relevante a la biología. Él rechaza considerarse lamarckista, que es la acusación que le lanzan sus oponentes y, desde luego, es claro que no admite las concepciones ambientalistas tal y como las exponían los neolamarckistas. Se define a sí mismo como “michurinista” y entre sus defensores era corriente utilizar la expresión “darwinismo creador” para caracterizarse a sí mismos. Ahora bien, el darwinismo de Lysenko no es el neodarwinismo de la teoría sintética sino el del mismo Darwin, por lo que incluye a Lamarck, el cual está presente en su concepción general del desarrollo de los organismos. Explícitamente Lysenko se apoya en concepciones de otros autores, de quienes enfatiza determinados aspectos que juzga importantes. En consecuencia, quienes dicen criticar sus teorías, están criticando esos precedentes, que están en Lamarck, Darwin y Timiriazev. A pesar de ello, la campaña de linchamiento presenta a Lysenko como un agrónomo original y aislado, cuyas disquisiciones absurdas forman una rama separada y ya desaparecida para siempre de la biología. Además, pasando por alto la disputa entre las diversas corrientes, se responsabiliza de sus tesis a todos los científicos soviéticos, es decir, que su caso sería un mero ejemplo de un caso general, ilustrativo de las intromisiones políticas en la ciencia y de la imposición forzada de un canon científico único y exclusivo. Lysenko tampoco realiza innovaciones prácticas sustanciales a las que ya eran conocidas desde tiempos lejanos. Cuando en ocasiones su linchamiento se extiende también a Michurin, pretendiendo generalizarlo a toda la ciencia soviética, debería incluirse a botánicos de otros países cuyas prácticas eran idénticas. El caso más singular al respecto es el del norteamericano Luther Burbank (1849-1926), autor de la magnífica autobiografía “La cosecha de los años”. Es un autor tan querido entre los campesinos estadounidenses como olvidado entre los académicos: sus métodos, como los de Michurin y Lysenko, tampoco eran científicos, por lo que también estuvo sometido a numerosas “críticas” del tono de las que venimos exponiendo. Pero si sus procedimientos no eran “científicos” sí eran, por el contrario, muy creativos y productivos, mucho más que los de los verdaderos “científicos”: si Michurin había creado 300 nuevos frutales, Burbank, calificado por Medvedev como el “Michurin americano”, creó 800 nuevas variedades de flores, hortalizas y plantas, una de ellas una opuntia o cactus comestible y sin espinas (364). Burbank defendió que “todos los caracteres que se transmiten han sido adquiridos” y que “el ambiente es el arquitecto de la herencia”. Para que una planta produjera una buena fruta, había que proporcionarle las mejores condiciones ambientales; luego sus cualidades se transmitirían a su descendencia. Por aquella misma época, Lucien Daniel dedicó 37 años de su trabajo como botánico en Francia a experimentar con hibridaciones vegetativas en solanáceas y leguminosas, comprobando que eran una demostración de la herencia de los caracteres adquiridos y, por consiguiente, convenientemente mantenidos en el ostracismo. Estos y otros artesanos fueron los últimos pioneros de una estirpe de botanistas innovadores sepultados hoy por un olvido que no tiene nada que ver con la ciencia. A ellos cabría añadir al también estadounidense Frederic Edward Clements, uno de los precursores de la ecología (365) cuyas concepciones son idénticas a las de Lysenko.

Hay algo en lo que Lysenko destaca por encima de todo: su certera oposición al viraje impuesto por Weismann, Mendel, Morgan que condujo al “dogma central” de la genética. No solamente Lysenko no es en absoluto dogmático sino que el objeto de su crítica es precisamente el dogmatismo seudocientífico que se había infiltrado en el terreno de las ciencias biológicas. Por lo demás, él no fue el único en oponerse a la genética formalista. En la URSS, Oparin sostuvo posiciones científicas equivalentes y lo mismo sucedió con Waddington y Goldschmidt en el mundo anglosajón y otros en diferentes países. Pero una de las claves de toda buena campaña de guerra sicológica consiste siempre en personalizar los males -reales o fingidos- en una única persona que debe ser utilizada como chivo expiatorio. En la caza de brujas de la posguerra fueron tan importantes los silencios como las descalificaciones. La imagen a fabricar era la un científico, Lysenko, un país, la URSS, y una corriente de la biología, el michurinismo, fuera de contexto, sin precedentes y sin equivalentes, como si cayera llovido del cielo. En cualquier disciplina, la intoxicación propagandística se complementa con la censura. Hay autores cuyas obras no se traducen, no se editan, no se mencionan, no están en las librerías, tampoco en las bibliotecas... Simplemente no existen -no han existido nunca- porque son y tienen que aparecer como minoritarias, con la carga emocional que soportan todas las minorías: son activistas estridentes y vociferantes que pugnan por hacerse escuchar en todos los foros siempre que tienen ocasión, algo que las voces mayoritarias no necesitan. Éstas sepultan a la opinión mediante una multiplicación cuantitativa de sus argumentos. Basta exagerar un poco para presentar a los minoritarios como únicos, como casos individuales, casi patológicos: desvaríos ajenos a la ciencia. Es una manera vergonzante de rehuir la controversia: ignorar al adversario después de aislarle.

Notas partes V y VI

(210) D.Briggs y S.M.Walters: Evolución y variación vegetal, Guadarrama, Madrid, 1969, pg.72.

(211) G.Mendel: Experimentos sobre híbridos en las plantas, en Cuatro estudios sobre genética, cit., pgs.15-16.

(212) Marx y Engels: Cartas, cit., pg.49.

(213) La variación de los animales y las plantas, cit., tomo II, pg.826.

(214) La lógica de lo viviente, cit., pg.207.

(215) Federico di Trocchio: Las mentiras de la ciencia. ¿Por qué y cómo engañan los científicos?, Alianza Editorial, Madrid, 2003, pg.276.

(216) Filosofía de la biología, Alianza Universidad, Madrid, 1979, pg.35.

(217) R.A.Fisher: Has Mendel’s work been rediscovered?, en Annals of Science, 1, 1936, pgs.115 y stes.

(218) Ingeniería genética: ¿sueño o pesadilla?, Gediasa, Barcelona, 2001, pgs.97-98.

(219) Ingeniería genética, cit., pg.96.

(220) L’atomisme, cit., pg.45.

(221) Savants sovietiques et relations internationales, Paris, Julliard, 1973, pg.102.

(222) http://www.ugr.es/ amenende/docencia/Genes_Pais.pdf

(223) Historia social de la ciencia, cit., pg.47.

(224) Ann Finkbeiner: Los jasones. La historia secreta de los científicos de la guerra fría, Paidós, Barcelona, 2007.

(225) El Laboratorio de Radiación de la Universidad de Berkeley descubrió varios radioisótopos y elementos transuránicos fundamentales en el desarrollo del armamento nuclear bajo la dirección de Gilbert Newton Lewis (1875–1946) y Ernest O. Lawrence (1901-1958). Dentro del mismo laboratorio Glenn Seaborg (1912–1999) participó en el descubrimiento de diez elementos transuránicos, entre ellos el plutonio, elemento esencial en la fisión nuclear, por lo que en 1951 le concedieron el Premio Nobel de Química. Al mismo tiempo, bajo su dirección se fabricaron una amplia variedad de radionucleótidos empleados en el tratamiento del cáncer, como el yodo-131, el hierro-59 y el cobalto-60. Finalmente, intervino en la redacción del Tratado para la Prohibición de Pruebas Nucleares de 1963. Otros como Willard F. Libby (1908-1980), Martín D. Kamen (1913-2002) y Samuel Ruben (1913-1943) realizaron igualmente investigaciones con fines a la vez militares y médicos.

(226) En 1983 los dos principales laboratorios de armamento nuclear, el de Los Álamos y el Lawrence Livermore, empezaron a trabajar en la creación de una biblioteca génica utilizando nuevas técnicas para clasificar los cromosomas, en especial una conocida como “análisis de flujo citogenético”, en la que los cromosomas se mezclan con marcadores fluorescentes. Dado que cada cromosoma incorpora diferente cantidad de marcador, resulta posible clasificarlos enfocándolos con rayos láser y midiendo la cantidad de marcador incorporada por cada uno de ellos. En 1986 se habían conseguido clasificar por este sistema todos los cromosomas excepto el 10 y el 11. En febrero de 1986 los laboratorios nucleares elaboraron una primera biblioteca con fragmentos de ADN humano y Charles DeLisi, director de la Oficina de Investigación Sanitaria y Ambiental, propuso que el Departamento de Energía intensificara su participación en las investigaciones genéticas basadas en la nueva biología molecular. La secuenciación del genoma humano era una tarea tan gigantesca que sólo los dos grandes laboratorios nucleares estaban capacitados para abordarla. En marzo de aquel año el Departamento de Energía organizó una reunión científica en Santa Fe, Nuevo México, para discutir el proyecto de DeLisi, que los participantes respaldaron (Cfr.J.Beatty: Opportunities for genetics in the atomic age, Hellon Symposium: Institutional and Disciplinary Contexts of the Life Sciences, MIT, Cambridge, Mass., 1994; cit. Máximo Sandín: Teoría sintética: crisis y revolución, en Arbor, núm. 623-624, tomo CLVIII, noviembre-diciembre de 1997).

(227) El DDT (dicloro difenil tricloroetano) es un insecticida del grupo de los hidrocarburos clorados. Fue sintetizado en 1874, aunque su aplicaciones insecticidas no fueron descubiertas por Paul Muller hasta 1933. En 1976 se prohibió en Estados Unidos. Como es soluble en lípidos, se concentra en la grasa corporal, de manera que sus restos se siguen encontrado en el tejido adiposo de los pinguinos de la Antártida. Del mismo modo, durante la lactancia materna la leche acumula un tres por ciento de grasa mezclada con DDT, que se transmite al recién nacido. Lo mismo sucede cuando una persona intoxicada por el pesticida adelgaza: el DDT pasa al torrente sanguíneo y de ahí al sistema nervioso central. Pese a ello, la OMS anunció en 2006 que volverá a emplear DDT como insecticida contra la malaria.

(228) Las variedades de trigo son enanas por efecto de dos secuencias de ADN denominadas Norin 10. Estas variedades son menos estables en la producción de grano de año en año que las de altura normal. También son más sensibles a las fluctuaciones climáticas y a las epidemias. Otra desventaja es que necesitan grandes cantidades de fertilizantes para lograr su máximo rendimiento. Una gran parte de la producción mundial de trigo panadero depende de variedades con las secuencias genómicas Norin 10. Los japoneses fueron los primeros en utilizarlas en programas de mejora. Las obtuvieron a partir de dos estirpes que Borlaug utilizó en México. La primera es la Akogomugi mejorada a finales del siglo XIX, que se introdujo en Italia en 1911 para la fabricación de pan. La segunda es la variedad Daruma. En 1917 los japoneses cruzaron un derivado de ella, denominado Shirodaruma, con una variedad de norteamérica Fults. A su vez, el producto de ambas se cruzó con la variedad americana Turkey Red, que no tuvo impacto en la agricultura japonesa, pero en 1948 la Universidad de Washington la utilizó en un programa para obtener de variedades capaces de responder al uso masivo de fertilizantes. La variedad Brevor 14 fue la que Rockefeller, a través de Borlaug, lanzó al mercado internacional en 1953.

(229) En setiembre de 1955 Hoescht designó a Friedrich Jaehne, un criminal de guerra convicto en Nuremberg, como presidente de su Junta Directiva. Un año después Bayer nombró a Fitzter Meer, otro criminal de guerra convicto, para el mismo cargo. La I.G.Farben renacía de sus cenizas.

(230) CGIAR es el acrónimo en inglés del Grupo Consultivo de Investigación Agraria Internacional. Para formarlo, Ford y Rockefeller fusionaron en 1971 en Bellagio (Italia) varios centros de investigacion agraria que tenían dispersos por el mundo. Por medio de Maurice Strong, Rockefeller organizó en 1972 la Conferencia de la ONU sobre “medio ambiente humano” en Estocolmo e incorporó a la ONU y a la FAO (Fondo para la Agricultura y la Alimentación), el programa de desarrollo de la ONU y el Banco Mundial. Por lo tanto, a través de sus sucursales y marcas comerciales, a comienzos de los años setenta Rockefeller ya dictaba la política agraria mundial. El CGIAR financia los estudios de los agrónomos del Tercer Mundo en Estados Unidos, promueve los transgénicos y una agroindustria supeditada a las exportaciones de las multinacionales.

(231) Edwin Vázquez, en El Nuevo Día, 13 de abril de 2003. En 1951 el dirigente independentista puertoriqueño Pedro Albizu Campos denunció desde la cárcel de La Princesa de San Juan que estaba siendo sometido a radiaciones y que los estadounidenses utilizaban Puerto Rico como un laboratorio de guerra bacteriológica. Después de recibir un informe confidencial del abogado y psiquiatra forense Jay Katz, la Asociación Americana para la Investigación del Cáncer decidió por unanimidad descartar a Rhoades al premio que concedía desde 1979. Katz comprobó la veracidad de los documentos aportados por el periodista puertorriqueño Pedro Aponte Vázquez, que ha dedicado su vida a investigar el asesinato de Pedro Albizu y los experimentos de Rhoades en Puerto Rico.

(232) John G.Kameny: El hombre visto como una máquina, en Control automático, Revista de Occidente, Madrid, 1957, pg.240.

(233) Pnina Abir-Am: The discourse of physical power and biological knowledge in the 1930s: a reappraisal of the Rockefeller Foundation’s policy in molecular biology, en Social Studies of Science, vol. 12, 1982; Lily E.Kay: The Molecular Vision of Life. Caltech, the Rockefeller Foundation and the New Biology, Oxford University Press, 1993.

(234) T.H.Morgan: Evolución y mendelismo. Crítica de la teoría de la evolución, Calpe, Madrid, 1921, pg.84.

(235) C.W.Birky Jr.: Relaxed and stringent genomes: Why cytoplasmic genes don’t obey Mendel’s laws, en The Journal of Heredity, vol.85, 1994, pgs.355 y stes.; D.Gilchrist, D.M.Glerum y R.Wevrick: Deconstructing Mendel: new paradigms in genetic mechanisms, en Clinical & Investigative Medicine, vol.23, 2000, pgs.188 y stes.; J. Wagstaff: Genetics beyond Mendel. Understanding nontraditional inheritance patterns, en Postgraduate Medical Journal, vol.108, 2000.

(236) P.Mandel, P.Metais y R.Bieth: Etude comparée des acides nucléiques des globules rouges chez les oiseaux et chez l’homme, Comptes rendus de la Société de Biologie, 1948, vol. 142, pgs. 1022 y stes. Los pacientes con enfermedades autoinmunes, así como los que padecen cáncer tienen niveles más altos de difusión de ADN en plasma y suero sanguíneo que las personas sanas, lo que permite el diagnóstico de dichas enfermedades. Las mujeres embarazadas tienen ADN del feto en su torrente sanguíneo, un método no invasivo con el que se pueden diagnosticar precozmente tanto el sexo como numerosas patologías. Incluso se ha detectado ADN extracelular en el fondo de los lagos salinos del Mediterráneo. También se ha comprobado que las raíces de los guisantes excretan ADN para combatir los patógenos del suelo, lo cual ha añadido una nueva función -inédita y sorprendente- a este ácido nucleico a la ya conocida (Fushi Wen, G.J. White, H.D. VanEtten, Zhongguo Xiong y M.C. Hawes: Extracellular DNA is required for root tip resistance to fungal infection, en Plant Physiology, vol. 151, agosto de 2009, pgs. 820 y stes.).

(237) Evolución y mendelismo, cit., pgs.81.

(238) Dubinin, Genética general, cit., tomo II, pgs.231 y stes.

(239) M.Abercrombie, C.J.Hickman y M.L.Johnson: Diccionario de biología, Labor, Barcelona, 1970; también Suzuki, Griffiths, Miller y Lewontin: Genética, cit., pg.4; Kendrew califica al ADN como “papel de calco” (Introducción a la biología molecular, cit., pg.63).

(240) Evolución y mendelismo, cit., pgs.128; Scott F. Gilbert: Biología del desarrollo, Ed. Médica Panamericana, Madrid, 2005, pgs.87 y stes.

(241) Rémy Chauvin ha destacado esta separación entre genética y embriología: Darwinismo. El fin de un mito, Espasa-Calpe, Madrid, 2000, pgs.213 y stes.

(242) Marcel Prenant: Darwin y el darvinismo, Grijalbo, México, 1969, pg.110.

(243) Morgan, Evolución y mendelismo, cit., pg.50.

(244) Evolución y mendelismo, cit., pgs.51-52 .

(245) La base científica de la evolución, cit., pg.136.

(246) Evolución y mendelismo, cit., pgs.76 y 77.

(247) D’Alembert: Discurso Preliminar de la Enciclopedia, Aguilar, Buenos Aires, 5ªEd., 1974, pg.163.

(248) Vid.Javier Mazana Casanova: Microbiología e inmunología. Una historia compartida, Universidad de Zaragoza, 1990, pg.28.

(249) La base científica de la evolución, cit., pgs.13-15 y 17.

(250) Evolución y mendelismo, cit., pgs.1, 78 y 79.

(251) La base científica de la evolución, cit., pgs.270-271.

(252) La base científica de la evolución, cit., pgs.190-206.

(253) La evolución conjunta, cit., pg.20.

(254) De Aristóteles a zoológicos, cit., pg.184.

(255) Les conceptions modernes de l’hérédité, Flammarion, Paris, 1935, pgs.10, 257 y 263.

(256) Alexander Vargas: Did Paul Kammerer discover epigenetic inheritance? A modern look at the controversial midwife toad experiments, en Journal of Experimental Zoology, Molecular and Developmental Evolution, Wiley-Blackwell, agosto de 2009 (Cfr. The case of the midwife toad: Fraud or epigenetics?, en Science, 4 de septiembre de 2009.

(257) W.MacDougall: An experiment for the testing of the hypothesis of Lamarck, en British Journal of Psychology, vol.XVII, 1927. Hay sucesivos informes en los ejemplares correspondientes a los años 1930, 1933 y 1938. Es posible leer un resumen conciso en Mario Canella: Orientaciones de la biología. ¿Organicismo o micromerismo?, ¿Lamarckismo o mutacionismo?, Espasa Calpe, Madrid, 1940, pgs.191 y stes.

(258) Ch.R.Stockard: Experimental modification of the germ plam and its bearing on the inheritance of adquired characters, en Proceedings Am. Philos.Soc., vol.LXII, 1923; y The structure of the vertebrate eye as an index of developmental deficiencies: with de bearing on recent inheritance studies, en American Naturalist, vol.LVIII, 1924.

(259) El caso de Monod es una excepción porque su pretensión es la de elaborar una nueva “filosofía natural” sobre los postulados del mendelismo. Otro francés que he citado, Salet, es el ejemplo opuesto. Salet quiere impugnar la teoría de la evolución; para ello identifica ésta con el mendelismo y, por consiguiente, con el azar. Al aplicar el cálculo de probabilidades Salet concluye no que el mendelismo es absurdo sino que la evolución es un fenómeno imposible. Como siempre, no hay otra teoría de la evolución que la teoría sintética.

(260) La mathématisation du réel. Essai sur la modélisation mathématique, Seuil, Paris, 1996, pg.241.

(261) El origen de las especies, cit., pg.159; idéntica tesis en El origen del hombre, cit., pg.55.

(262) Histoire naturelle, cit., tomo I, pg.311.

(263) El origen del hombre, cit., pg.199.

(264) Biología y conocimiento, Siglo XXI, Madrid, 1980, pg.112.

(265) Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez: La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana, Temas de Hoy, Madrid, 1998.

(266) Jean Rostand: L’homme, Gallimard, Paris, 1962, pg.125.

(267) F.M.Goñi y J.M.Maculla: Introducción a la biología molecular, en Genética Humana. Fundamentos para el estudio de los efectos sociales de las investigaciones sobre el genoma humano, Universidad de Deusto, Bilbao, 1995, pg.7; en el mismo sentido: Christian de Duve: La célula viva, Labor, Barcelona, 1988, pgs.350 y stes.

(268) La genética soviética, cit., pgs.90-91. En idéntico sentido Horowitz afirmó que los “lisenkoístas” atacaban al mendelismo porque se basaba en la estadística, a la cual deseaban eliminar de la biología (Biología y cultura. Introducción a la antropología biológica y social, Selecciones de ‘Scientific American’, Blume, Madrid, 1975, pgs.58-59).

(269) Marx: Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, Ayuso, Madrid, 1971. La mayor parte de los conceptos empleados por Marx en El Capital, por no decir todos ellos (tiempo de trabajo socialmente necesario, cuota general de ganancia, etc.), son de naturaleza estocástica, lo que le conduce a proponer un criterio de alcance muy general: “En toda la producción capitalista ocurre lo mismo: la ley general sólo se impone como una tendencia predominante de un modo muy complicado y aproximativo, como una media jamás susceptible de ser fijada entre perpetuas fluctuaciones” (El Capital. Crítica de la economía política, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, tomo III, pg.167).

(270) B.V.Gnedenko y A.N.Kolmogorov: Limit distributions for sums of independent random variables, Addison-Wesley, Cambridge, Mass., 1954; A.N.Kolmogorov: Foundations of the theory of probability, Chelsea, Nueva York, 1956. Existe en castellano una traducción indirecta del ruso de la obra de divulgación sobre el tema escrita por Gnedenko y Jinchin (Khintchine en la grafía francófona de la que proviene): Introducción a la teoría de las probabilidades, Montaner y Simón, Barcelona, 1968. En esta obra no es destacable sólo el esfuerzo soviético por divulgar a un público muy extenso el cálculo de probabilidades sino que, además, se trata de una obra escrita durante la guerra mundial. Antes de 1917 Rusia ya estaba a la cabeza mundial en investigación sobre la teoría de las probabilidades (Chebichev, Lyapunov, Markov) y después de la revolución lo siguió estando, definiendo los procesos aleatorios estacionarios (Jinchin) y creando el concepto de ε-entropía (Kolmogorov). A mayor abundancia, Kolmogorov desarrolló en 1937 un modelo matemático de genética de poblaciones basado en los postulados mendelistas, similar al de Fischer (Cfr. Faustino Sánchez Garduño: Clásicos de la biología matemática, Siglo XXI, México, 2002, pgs.123 y stes.).

(271) G.Hertz: Engels y la dialéctica de la necesidad y la casualidad, en Engels y la ciencia marxista, cit., pg.99.

(272) Academia de Ciencias de la URSS y Academia de Ciencias de Cuba: La dialéctica y los métodos científicos generales de investigación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, tomo I, pg.280.

(273) Hegel: Lógica, cit., tomo II, pg.62.

(274) Essai philosophique sur les probabilités, Christian Bourgois Éditeur, Paris, 1986, pgs.32-33 y 77 a 79.

(275) “En el ámbito de la imagen ondulatoria no hay ninguna indeterminación, ninguna casualidad, sino sólo plena determinación en el sentido estricto clásico. Lo que pasa es que esa determinación se afirma de conceptos y medidas que no pueden observarse directamente, sino que están definidos y caracterizados por todos los parámetros, operadores y magnitudes propios de la forma matemática en que están representados” (Robert Havemann: Dialéctica sin dogma, Ariel, Barcelona, 1971, pgs.123-124).

(276) Ph.Cazèlle: El azar, la ciencia y la ideología, en Dialéctica marxista y ciencias de la naturaleza, Ediciones Roca, México, 1977, pg.86.

(277) La contradicción entre el determinismo y la libertad humana ya fue magistralmente expuesto por Espinosa. Según el filósofo holandés, los hombres somos conscientes de los fines que nos mueven a actuar, pero no de las causas de esa misma actividad. Por eso nos forjamos una libertad ilusoria y falsa: “Los hombres creen ser libres sólo a causa de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan”. La libertad, pues, no es algo diferente de la necesidad sino la conciencia de esa misma necesidad. Obra libremente no quien actúa al margen de las causas de su actuación sino con plena conciencia de ellas (Ética, Editora Nacional, Madrid, 1975, pgs.96, 188 y 265).

(278) Guillermo de Ockham: Exposición de los ocho libros sobre la física (Prólogo), en Los sucesivos, Orbis, Barcelona, 1985, pg.59.

(279) Academia de Ciencias de la URSS y Academia de Ciencias de Cuba: La dialéctica y los métodos científicos, cit., tomo I, pg.278.

(280) “Un suceso sigue a otro sin que seamos capaces de comprender la fuerza o poder en virtud del acual la causa opera o hay alguna conexión entre ella y su supuesto efecto [...] Todos los acontecimientos aparecen sueltos y separados. Un acontecimiento sigue a otro, pero nunca hemos podido observar un vínculo entre ellos. Parecen conjuntados, pero no conectados” (Hume: Investigación sobre el conocimiento humano, Madrid, 2003, pg.85). En los empiristas actuales la estadística es un método exclusivamente inductivo un recorrido de lo particular a lo general. Aparentemente, de ese método quedan excluídas, como es habitual, las hipótesis previas. Pero el cálculo de probabilidades es un método a la vez inductivo y deductivo y, además, por el propio carácter deductivo, hace un uso de las hipótesis que es esencial al propio cálculo y que está en el nombre mismo de algunos de los conceptos matemáticos utilizados, como el de “esperanza”, que no es más que la expectativa de un determinado resultado.

(281) Jean Louis Boursin: Las estructuras del azar, Martínez Roca, Barcelona, 1968, pgs.127-128.

(282) Serafín T.Meliujin: Dialéctica del desarrollo en la naturaleza inorgánica, Grijalbo, México, 1963, pg.272.

(283) Hegel, Lógica, cit., tomo II, pgs.57, 62 y 63.

(284) He sostenido antes que en Lamarck existía una cierta forma de actualismo y parece que ahora defiendo lo contrario. El contexto en el que utilizo ahora este concepto es muy diferente, por lo que quizá se deba hablar de un actualismo puramente metodológico o epistemológico en Lamarck, desde luego diferente del de Lyell y los biólogos de la primera mitad del siglo XIX.

(285) Histoire naturelle, cit., tomo I, pgs.160-161, 216 y 304.

(286) Prefacio a la obra de Laplace Essai philosophique sur les probabilités, cit., pg.23.

(287) Le hasard et la nécessité, cit., pg.148.

(288) Cfr.F.C.Hoppensteadt: Mathematical methods of population biology, Cambridge University Press, Melbourne, 1982.

(289) John Maynard Smith: Evolution and de théory of games, Cambridge University Press, 1982. La teoría de juegos, como la cibernética, tiene un origen militar en la posguerra mundial; es una teoría belicista disfrazada de matemática avanzada. Una de sus primeras aplicaciones prácticas la tuvo en la crisis de los misiles en Cuba. John Maynard Smith confesó que conforme se fue alejando del marxismo, se volvió más reduccionista en la ciencia; obviamente no se trata sólo de reduccionismo (John Maynard Smith: La construcción de la vida. Genes, embriones y evolución, Crítica, Barcelona, 2000, pg.63). El vínculo entre la retroalimentación cibernética y la artillería antiaérea fue reconocido por el propio Wiener, que es muy claro en este punto (Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas, Tusquets, Barcelona, 1985, pgs.27 y 155).

(290) Principes de biologie mathématique, en Acta Biotheoretica, 1937, vol.III.

(291) Academia de Ciencias de la URSS y Academia de Ciencias de Cuba: La dialéctica y los métodos científicos, cit., tomo I, pg.279.

(292) Erikson: La extinción de las especies, cit., pgs.186-188.

(293) Eugene P.Odum: Ecología. Bases para un nuevo paradigma, Vedra, Barcelona, 1992, pgs.152 y stes.

(294) En el capitalismo el excedente poblacional es relativo a la acumulación de capital, que cambia su composición orgánica, disminuyendo la parte correspondiente al capital variable (y, por tanto, los salarios), al tiempo que la población se proletariza y se crea un ejército industrial de reserva. La demanda de trabajo no depende del capital sino sólo de su parte variable y disminuye proporcionalmente de manera acelerada a medida que crece el capital total. La población obrera crece más rápidamente que el capital variable pero no de una manera constante. Esto genera un excedente de fuerza de trabajo inactiva. La mayor atracción de obreros por el capital va ligada a una repulsión también mayor. Esta superpoblación se convierte, a su vez, en palanca de la acumulación del capital o, mejor dicho, en una de las condiciones de subsistencia del propio capitalismo. Tiene que haber grandes masas de fuerza de trabajo disponible, en reserva, a las que recurrir en momentos determinados. Según Marx, “a la producción capitalista no le basta, ni mucho menos, la cantidad de fuerza de trabajo disponible que le suministra el crecimiento natural de la población. Necesita, para poder desenvolverse desembarazadamente, un ejército industrial de reserva, libre de esta barrera natural”. Las oscilaciones en el volumen de esta fuerza excedente de trabajo son las que regulan los niveles salariales (El Capital, cit., tomo I, pgs.521 y stes.).

(295) Rémy Chauvin: Las sociedades animales. Abejas, termitas, hormigas, peces, aves y mamíferos, Editorial Zeus, Barcelona, 1972, pgs.164 y stes.

(296) Anti-Dühring, cit., pg.57; carta a Piotr Lavrov de 12-17 de noviembre de 1875, en Cartas, cit., pg.87.

(297) Salet: Azar y certeza, cit., pg.77; Carrel: La incógnita del hombre, cit., pg.284.

(298) Les méthodes statistiques adaptées a la recherche scientifique, Presses Universitaires de France, Paris, 1947.

(299) Jordi Agustí: Fósiles, genes y teorías. Diccionario heterodoxo de la evolución, Tusquets, Barcelona, 2003, pgs.110-111.

(300) La genética soviética, cit., pg.100.

(301) Sinnott, Dunn y Dobzhansky: Principios de genética, cit., pgs.130 y stes.

(302) D.S.Falconer: Introducción a la genética cuantitativa, Ed.Continente, México, 1970, pgs.14 y stes.

(303) Gilbert: Biología del desarrollo, cit., pgs.56 y 606.

(304) Carlson: Embriología básica, cit., pg.78.

(305) Algunos países industrializados han detectado que comienza a invertirse la proporción de nacimientos entre hombres y mujeres, puesto que comienzan a nacer más niñas que niños. La razón de este cambio de tendencia se atribuye a la exposición a factores ambientales tóxicos, la alimentación, el estrés y el tabaco.

(306) N.P.Dubinin: Genética general, Mir, Moscú, 1981, tomo II, pg.180.

(307) José Muñoz del Castillo: Radiactividad y radiobiología, Madrid, 1919, pg.360.

(308) Balinsky: Introducción a la embriología, cit., pgs.640-647.

(309) Suzuki, Griffiths, Miller y Lewontin: Genética, cit., pg.8.

(310) Como consecuencia de la guerra fría, en los años cincuenta la OMS fue obligada a firmar un acuerdo con la AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica) que le prohibe actuar por su cuenta en materia de contaminación radiactiva, lo que incluye emprender investigaciones y emitir declaraciones sin el acuerdo previo de la AIEA. De ahí que en este punto mantenga siempre un silencio que le conduce a la complicidad.

(311) Causarum finalium inquisitio sterilis est, et tanquam virgo Deo consecrata nihil parit (La búsqueda de las causas finales es estéril, y como una virgen dedicada a Dios no produce nada, De augmentis scientiarium, 1604, §3.40, El progreso del saber, Alianza Editorial, Madrid, 1988).

(312) Engels: Dialéctica de la naturaleza, cit., pg.206.

(313) “Las almas actúan según las leyes de las causas finales, por apeticiones, fines y medios. Los cuerpos actúan según las leyes de las causas eficientes o de los movimientos” (Leibniz: Monadología, §79).

(314) La ciencia y la hipótesis, Espasa-Calpe, Madrid, 3ªEd., 1963, pg.123.

(314b) Hegel: Lógica, Folio, Barcelona, 2002, tomo II, pgs.149 y stes.

(315) Éléments de philosophie biologique, cit., pg.29.

(316) Bertalanffy: Teoría general de sistemas, cit., pg.169.

(317) Histoire naturelle, cit., tomo I, pgs.323-324; cfr. Gould: La estructura de la teoría de la evolución, cit., pg.198-199.

(318) El origen de las especies, cit., pg.150.

(319) El origen de las especies, cit., pg.173.

(320) El origen de las especies, cit., pg.182.

(321) El origen de las especies, cit., pg.208.

(322) Manuscritos filosófico-económicos, cit., pg.111.

(323) Dialéctica de la naturaleza, cit., pg.170.

(224) Suzuki, Griffiths, Miller y Lewontin: Genética, cit., pg.5.

(325) Dialéctica de la naturaleza, cit., pgs.184-185.

(326) Manuscritos filosófico-económicos, cit., pgs.111-112.

(327) Inmunidad y automultiplicación proteica, Revista de Occidente, Madrid, 1954, pgs.96-97.

(328) Waddington: Biología hoy, cit., pg.53.

(329) La naturaleza de la vida, cit., pgs.105,136,146 y 151.

(330) Psicología, lógica y comunicación, Nueva Visión, Buenos Aires, 1970, pgs.95 y stes.

(331) S.Varmuza: Epigenetics and the renaissance of heresy, en Genome, vol. 46, núm. 6, diciembre de 2003; David Haig: Weismann Rules! OK? Epigenetics and the lamarckian temptation, en Biology and Philosophy, 22, 2007.

(332) E.B.Ford: Mendelismo y evolución, Labor, 2ª Ed., Barcelona, 1973, pgs.33 y stes.

(333) Dialéctica de la naturaleza, cit., pg.240.

(334) Engels: artículo necrológico sobre Carl Schorlemmer, en Vorwärts, núm.153, 3 de julio de 1892; también en Cartas, cit., pg.123.

(335) Engels, Dialéctica de la naturaleza, cit., pg.34.

(336) Cfr. Daniel P.Todes: Darwin without Malthus: The struggle for existence in russian evolutionary thought, Oxford University Press, 1989.

(337) Cartas, cit., pg.88 y Dialéctica de la naturaleza, cit., pg.244.

(338) Marcel Prenant: Biologie et marxisme, Éditions Sociales Internationales, Paris, 1936, pgs.99 y 106.

(339) A.I.Oparin: El origen de la vida, Losada, Buenos Aires, 4ª Ed., 1960, pg.190.

(340) La base científica de la evolución, cit., pgs.120-121.

(341) Use of mentors in training hybrid seedlings and instances of pronunced changes occasioned in fruit varieties by various outside factors, en Selected works, cit., pg.113.

(342) Principles and methods, en Selected works, cit., pg.190.

(343) The origin of the life in the Earth, Pergamon Press, Nueva York, 1959.

(344) Carta a Piotr Lavrov de 12-17 de noviembre de 1875 y Anti-Dühring, cit., pg.58.

(345) V.Stoletov: ¿Mendel o Lysenko? Dos caminos en biología, Lautaro, Buenos Aires, 1951.

(346) Oparin, apuntes para una biografía intelectual, cit., pg.25.

(347) Jordi Agustí, cit., pg.167.

(348) Scientist in Russia, Penguin Books, Nueva York, 1947, pg.99.

(349) Evelyn Fox Keller: El siglo del gen. Cien años de pensamiento genético, Península, Barcelona, 2002, pg.127.

(350) Jaures Medvedev: La ciencia soviética, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, pgs.24 y 30.

(351) Julian Huxley: Vivimos una revolución, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1959, pg.20.

(352) Angus Maddison: Crecimiento económico en el Japón y la URSS, Fondo de Cultura Económica, México, 1971, pg.126.

(353) A.Bogdanov: La scienza, l’arte e la classe operaia, Mazzotta, Milan, 1978.

(354) Pablo Huerga Melcón: La ciencia en la encrucijada, Pentalfa, Oviedo, 1999, pg.383.

(355) La ciencia soviética, cit., pg.201.

(356) Gennadi Fish: A People’s Academy, Foreign Languages Publishing House, Moscú, 1949.

(357) La ciencia en nuestro tiempo, Nueva Imagen, UNAM, México, 3ordf;Ed., 1979, pg.380.

(358) Stephen Jay Gould: Dientes de gallina y dedos de caballo. Más reflexiones acerca de la historia natural, Hermann Blume, Madrid, 1985, pgs.215 y stes. En 1912 se anunció el hallazgo en Piltdown, una localidad del centro de Inglaterra, del eslabón perdido entre el hombre y el mono en una reunión de la Sociedad Geológica de Londres. Los fósiles eran una mezcla de nueve restos craneales de un homínido moderno con la mandíbula de un orangután. Además del jesuita francés, el otro artífice del fraude fue Charles Dawson, abogado especialista en antigüedades y amigo de Teilhard de Chardin, que entonces vivía en Inglaterra. En aquellos años, los hallazgos fósiles de homínidos se reducían a algunos pocos restos mucho más próximos al hombre moderno que el cráneo hallado en Piltdown. Dawson pretendía mostrar que Inglaterra era la cuna de la humanidad. Se publicaron más de 500 artículos científicos sobre el falso descubrimiento y las excavaciones de Piltdown fueron declaradas monumento nacional en 1950, pero tres años después el engaño quedó al descubierto. Fue un intento deliberado preparado minuciosamente para que pudiese resistir el análisis científico que sólo un experto podía llevar a cabo. Incluso se presentó una proposición en la Cámara de los Comunes para que retirara su confianza en la solvencia científica del Museo Británico.

(359) En biología molecular es habitual que los artículos científicos sean firmados no sólo por sus verdaderos autores sino también por los jefes de los laboratorios en los que trabajan. A principios de los años ochenta el cardiólogo John Darsee publicó casi cien artículos en un período de dos años. Algunos científicos de su laboratorio comenzaron a sospechar y descubrieron que Darsee había falsificado la mayor parte de los datos. Pero tanto su jefe como la Universidad de Harvard en la que trabajaba prefirieron ocultar la corruptela al organismo que financiaba las investigaciones. En 1986 la revista Cell publicó un artículo firmado -entre otros- por Thereza Imanishi-Kari, una investigadora del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets), y por David Baltimore, premio Nobel de Medicina en 1975. Una becaria del laboratorio, Margot O’Toole, descubrió el fraude y lo denunció. Tras varios años de investigación, en los que intervino incluso la CIA, se demostró que, efectivamente, había habido fraude del que exculparon a Baltimore porque se había limitado a firmar el artículo junto con la verdadera autora. Ésta continuó enseñando en la Universidad Tufts, mientras la becaria fue despedida y durante muchos años ningún otro laboratorio la admitió; tuvo que vender su casa y trabajar de telefonista en una compañía de mudanzas propiedad de su hermano (“Bióloga paga caro haber cuestionado un estudio”, New York Times, 22 de marzo de 2007). Además de rector de la Universidad Rockefeller de Nueva York, cargo del que tuvo que dimitir en 1991, Baltimore también es editor de la revista Science y firmó más de cien artículos entre 1986 y 1990, pero su tarea se limitó a eso, a firmar; no intervino personalmente en la redacción de la mayor parte de ellos y otros ni los leyó siquiera. Es un fraude institucionalizado y normalizado para el que el gobierno de Estados Unidos tuvo crear en 1992 un departamento especial, la Office of Research Integrity, que ha imputado por fraude a 1.500 científicos, la mayor parte de los cuales tienen relación con la biología o la medicina. Jerome Jacobsen testificó ante el Congreso de Estados Unidos que un 25 por ciento de los informes científicos (en medicina) podrían estar basados, al menos en parte, en datos que han sido manipulados intencionadamente. (360) De Aristóteles a zoológicos, cit., pgs.187 y 188. Para otros, Lysenko no era un “genio maléfico” pero estaba poseído por él: era un “poseso”. Como las brujas medievales, creía en sus propios milagros y tenía la capacidad de seducir a los demás (Joel y Dan Kotek: L’affaire Lyssenko, Complexe, Bruselas, 1986, pg.99).

(361) L.C.Dunn y T.Dobzhansky: Herencia, raza y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, pgs.144 y 152-153; T.Dobzhansky: Genética y el origen de las especies, Revista de Occidente, Madrid, 1955, pgs. 182 y stes.

(362) The supression of a science, en Bulletin of the Atomic Scientists, mayo de 1949, pg.144. La misma falsedad cometió Huxley, quien afirmó sin vacilar: “Se sabe con certeza” que Vavilov fue desterrado al extremo nordeste de Siberia (La genética soviética, cit., pg.42). Muy al contrario, Vavilov fue uno de los pocos científicos que no fue internado en un campo de trabajo.

(363) Francisco J. Ayala: La evolución de un evolucionista: escritos seleccionados, Universidad de Valencia, 2006, pg.165.

(364) Horticultor y botánico, Luther Burbank nació en Lancaster, Massachusetts. Aunque cursó estudios en la Lancaster Academy, se crió en una granja y con veintiún años compró un terreno cerca de Lunenburg, iniciándose como cultivador de plantas. En 1873 desarrolló la llamada patata de Burbank, variedad grande y resistente muy superior a la pequeña que se cultivaba hasta entonces. En 1875 se trasladó a Santa Rosa, California, donde construyó un vivero en el que estuvo experimentando el resto de su vida. Además de su cactus comestible, creó algunas variedades mejoradas de frutas y hortalizas, nuevos tipos de rosas y otras muchas plantas y flores ornamentales, así como un nuevo fruto, un cruce entre la ciruela y el albaricoque. En total, cultivó 800 nuevas clases de frutas, vegetales, nueces, cereales y flores (Katherine Pandora: Knowledge held in common. Tales of Luther Burbank and science in the American vernacular, en Isis, vol.92, setiembre de 2001).

(365) Cfr.Pascal Acot: Histoire de l’écologie, Presses Universitaires de France, Paris, 1988, pgs.70 y stes

NÖMADAS. REVISTA CRÍTICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS


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