CEPRID

El ecologismo de los pobres, veinte años después: India, México y Perú (I)

Domingo 13 de diciembre de 2009 por CEPRID

Joan Martinez Alier

Ecoportal

Desde el punto de vista de los pobres, podemos interpretar el desarrollo del capitalismo (o del sistema de mercado generalizado) como una Raubwirtschaft o economía de rapiña continuada y creciente para impulsar la acumulación de capital y cubrir los gastos de los ricos. Entendidos así, los movimientos sociales de los pobres a menudo tienen un contenido ecológico (quizás sólo implícito), al intentar resguardar los recursos naturales fuera de la economía crematística, mercantil, bajo control comunitario.

La página web de Envío Digital de Nicaragua recoge con el título El ecologismo de los pobres “la reflexión presentada por Juan Martínez Alier, especialista en Economía Ecológica, en el Seminario-Taller de la nueva izquierda latinoamericana, celebrado en Lima en febrero 1992”. Recuerdo bien la ocasión, se trataba de introducir temas ambientales en la discusión del llamado Foro de Sao Paulo ante la conferencia de Naciones Unidas en Río de Janeiro de junio del 1992. Mis amigos peruanos me habían invitado a esa reunión. La tensión en las calles era evidente, faltaba ocho meses para que el líder de Sendero Luminoso fuera apresado. Estaban presentes políticos y economistas reconocidos de la izquierda latino-americana, como Aurelio García, asesor de Lula a quien había conocido en la Universidad Estadual de Campinas muchos años antes. Estaba Daniel Ortega, estaba la plana mayor del PRD de México. Ellos, como potenciales gobernantes, temían que la Cumbre de la Tierra entronizara la moda del ecologismo, un lujo de los ricos que les impidiera el desarrollo económico y limitara la soberanía sobre sus recursos naturales. En Río de Janeiro se establecerían tratados internacionales sobre cambio climático y sobre biodiversidad pero esos temas estaban lejos de sus preocupaciones. No se sentían concernidos ni por las injusticias climáticas ni por la biopiratería. No reclamaban todavía ninguna deuda ecológica aunque el tema estaba a punto de ser planteado por algunos ambientalistas latinoamericanos. La pérdida del bosque tropical húmedo, tan relevante para el Perú, Brasil, México, les era indifente.

En 1988 James O’Connor, economista marxista conocido por su libro La crisis fiscal del Estado de 1973 (que hoy es otra vez muy pertinente al haber aumentado tanto las deudas públicas con la crisis del 2008-09), había lanzado la revista Capitalism, Nature, Socialism propugnando el eco-socialismo, y de acuerdo con el yo publicaba desde 1990 en Barcelona Ecología Política (www.ecologiapolitica.info). También con la editorial Icaria publiqué en 1992 mi libro De la economía ecológica al ecologismo popular, reeditado por la editorial anarquista Nordan de Uruguay. Algunas ONGs y redes ambientalistas latinoamericanas coincidían en la perspectiva del “ecologismo popular” o “ambientalismo popular” (que son sinónimos).

Pero mis intentos en Lima en 1992 de empujar a la izquierda política latinoamericana hacia el eco-socialismo cosecharon un fracaso rotundo y hasta algunos chistes. Hablando claro, el ecologismo les parecía una pendejada. Me faltó fuerza. No les dije aún que los glaciares de los Andes se fundirían más de prisa que el capitalismo. Sin embargo, nuevos movimientos sociales como los seringueiros en Acre (Brasil) planteaban ya estas cuestiones. Una gran parte del bosque amazónico puede desaparecer antes que el capitalismo y, sin duda, por efecto del capitalismo.

Años después, las candidaturas presidenciales de Marina Silva en Brasil y de Marco Arana en Perú en el 2010 y 2011 indican finalmente un cambio. Pero para los presidentes latinoamericanos, sean neoliberales como Alvaro Uribe o Alan García o social-demócratas como lo ha sido exitosamente Lula, o de la izquierda nacionalista como Hugo Chávez o Cristina Fernández, el ecologismo popular es algo molestoso cuando no un enemigo. “Ecologismo infantil” lo llama Rafael Correa (aunque apoya la iniciativa Yasuní ITT y la Constitución de Ecuador del 2008 es ambientalista). Negarse a la extracción de las riquezas, vivir como mendigos sobre montañas de plata, parece absurdo a los partidarios de un desarrollismo que, devolviendo la crítica, llamamos anticuado y “senil”. Alan García, que ha ratificado un TLC con Estados Unidos, quiere a toda costa hacer disponibles las tierras indígenas y comunitarias para inversiones en rubros de exportación. Usando la metáfora de “el perro del hortelano”, se pronuncia contra los indígenas del Perú que llevan allí milenios y que han sobrevivido 500 años de racismo extremo, de apartheid español y criollo. Un entusiasmo similar une a todos los presidentes de Sudamérica en las grandes obras públicas, el IIRSA, para fomentar otra vez las exportaciones primarias una vez salgan de la crisis económica del 2008-09.

Marina Silva (que procede del movimiento de seringueiros en Acre) dimitió en el 2008, tras años de combate desde el ministerio de Medio Ambiente frente al anti-ecologismo de Lula. No obstante, el ecologismo popular avanza, arrastrando un cortejo de víctimas no contabilizadas, como respuesta espontánea ayudada por ONGs y redes ambientalistas frente a la extracción de biomasa, minerales, combustibles fósiles, agua, y la producción de residuos, a costa de los más pobres y menos poderosos.

No se había acabado la historia

Les dije en Lima en 1992 que había grupos en Estados Unidos y otros lugares que, con su alegría por el triunfo occidental en la guerra fría (muy celebrado de nuevo en 2009, vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín), no querían ver que las luchas sociales en un mundo más y más desigual iban a continuar. No veían tampoco que los lamentables regímenes de la URSS y la Europa del Este más bien frenaron que fomentaron esas luchas, al engañar a una parte de los pobres del mundo, al dividirlos entre sí: los fieles a Moscú y los que conservaron una mayor lucidez en otras tradiciones socialistas o continuaron con rebeliones espontáneas o resistencias sordas. La losa de los partidos burocráticos "comunistas" se había levantado finalmente y otros pequeños partidos cuya referencia era la Revolución de Octubre de 1917, compuestos muchas veces de gente honesta aunque sectaria, no tenían ya ningún sentido. Les dije que los obstáculos ecológicos al crecimiento económico se harían sentir cada vez más y seria difícil entretener a los pueblos con la promesa del crecimiento económico para todos. Tanta ceguera voluntaria debería ir acompañada de orejas de burro.

El mercado afecta negativamente la ecología. ¿Y las economías planificadas?

La economía ecológica afirma con razón que el mercado no garantiza que la economía encaje en la ecología, ya que el mercado infravalora las necesidades futuras y no cuenta los perjuicios externos a las transacciones mercantiles. Ahora bien, a pesar de este defecto fundamental, el mercado impone una búsqueda de ganancias, lo que contribuye al uso más eficiente de los recursos, tal como se vio tras el crecimiento de los precios del petróleo en 1973. Veamos pues, si el mercado perjudica la ecología, ¿qué había ocurrido en las economías planificadas? No sólo supusieron una explotación de los trabajadores en beneficio de una capa burocrática sino que se apoyaron en una ideología de crecimiento económico a toda costa, mostraron gran ineficiencia en el uso de recursos (debido en parte a la ausencia de incentivos que el mercado proporciona) y además por ausencia de libertades carecieron de movimientos ecologistas que contribuyeran con sus acciones a incrementar los costos que empresas o servicios estatales deben pagar cuando destrozan el ambiente. Así, no pudo haber un movimiento antinuclear fuerte en la Unión Soviética. Por tanto, la desaparición de esos regímenes abría buenas perspectivas para otras corrientes socialistas (donde socialismo quiere decir igualdad, visión mundialista, control comunitario -no estatal- de los medios de producción) y especialmente para el eco-socialismo basado en el ecologismo de los pobres. Los marxistas debían reciclarse, si tenían tiempo, pero los liberales no habían ganado.

El ecologismo no es un movimiento de las clases medias de los países del Norte

Podía parecer que el ecologismo era un movimiento de países ricos que creció a finales de los 1960 y principios de los 1970, y que en la década de los 1980 se implantó electoralmente en algunos países de Europa. Para algunos, el ecologismo sería únicamente un nuevo movimiento social mono-temático, propio de sociedades prósperas, típico de una época post-materialista. Había que rechazar esa interpretación. En primer lugar, el ecologismo -con otros nombres- no era nuevo. En segundo lugar, las sociedades prósperas, lejos de ser post-materialistas, consumen cantidades enormes y crecientes de materiales y de energía y, por tanto, producen cantidades crecientes de desechos. Si acaso, la tesis de que el ecologismo tiene raíces sociales que surgen de la prosperidad, se podría plantear, no en términos de una correlación entre riqueza e interés "post-materialista" por la calidad de vida, sino precisamente en términos de una correlación entre riqueza y producción de desechos y agotamiento de recursos. El movimiento antinuclear de Estados Unidos sólo podía nacer allí donde el enorme consumo de energía y la militarización llevaron a la construcción de centrales nucleares. (También en México ha habido oposición a centrales nucleares como en Patzcuaro y Laguna Verde, y en Brasil en Angra dos Reis). Desde luego, sería absurdo negar ese ecologismo de la clase media ilustrada, aliado a veces con sectores populares. Pero –les dije- también existía un ecologismo de la mera supervivencia, un ecologismo de los pobres y de indígenas empobrecidos que pocos habían advertido en los países ricos hasta el asesinato de Chico Mendes en diciembre del 1988 aunque en el Sur había tantísimos ejemplos.

Son movimientos ecologistas -cualquiera que fuera el idioma en que se expresen- en cuanto que sus objetivos son definidos en términos de las necesidades ecológicas para la vida: energía (incluyendo las calorías de la comida), agua, espacio para albergarse. También son movimientos ecologistas porque tratan de sacar los recursos naturales de la esfera económica, del sistema de mercado generalizado, de la racionalidad mercantil, de la valoración crematística (reducción del valor a costos y beneficios monetarios) para mantenerlos o devolverlos a la oikonomia (en el sentido con que Aristóteles usó la palabra, parecido a ecología humana, opuesto a crematística).

¿La pobreza es causa de la degradación ambiental?

La indagación sobre el ecologismo de los pobres podría presentarse bajo títulos como "la expansión del capitalismo y sus consecuencias para el medio ambiente y para los pobres" o, en otro paradigma, "las consecuencias sociales y ecológicas de la modernidad". Pero en estas formulaciones los pobres están presentes como seres inertes mientras que ellos han sido actores principales para mantener los recursos naturales.

Se presenta una objeción. Aceptemos que hay movimientos de pobres (rurales y urbanos) por acceder a los recursos naturales (tierra para cultivar, bosques y tierras de pasto, agua para regar el campo o para usos domésticos en las ciudades, zonas urbanas verdes), pero esas luchas para acceder a los recursos naturales, ¿implican una voluntad de conservación, o son en sí mismas una amenaza de destrucción? La respuesta es que el sistema de mercado generalizado y/o el control del Estado sobre los recursos naturales implican una lógica de horizontes temporales cortos sin asumir los costos ecológicos. Entonces los pobres, al pedir acceso duradero a los recursos y servicios ambientales contra el capital y/o contra el Estado, contribuyen al mismo tiempo a su conservación.

La ideología del progreso hizo olvidar la Naturaleza y el trabajo doméstico

Así como la ideología machista patriarcal influyó en la desatención de la ciencia económica hacia el trabajo doméstico no remunerado, de la misma forma la ideología del progreso ha influido en la desatención que la ciencia económica muestra hacia los servicios ambientales a la economía, no valorados en dinero o subvalorados.

La participación de las mujeres en las luchas ecologistas populares es tal vez más importante que la de los hombres, al contrario que en las luchas sindicales. ¿Por qué? ¿Podemos suponer que las mujeres están más cercanas de la Naturaleza, que se identifican con ella, a causa de su papel biológico en la reproducción de la especie? ¿O es que su papel en la división social del trabajo, sus trabajos especializados en el ámbito doméstico, hacen de ellas las agentes de la satisfacción de las necesidades de la vida, el aprovisionamiento de alimentos, de agua y de combustible? Por esto, para investigar el ecologismo de los pobres hay que estudiar los trabajos y la conciencia de las mujeres. La imagen difundida por la comisión Brundtland (1987) fue que la pobreza es, tanto o más que la riqueza, causa de degradación ambiental. Imaginan campesinas que queman hasta la última rama del último árbol de la aldea porque no pueden comprar gas para cocinar, o campesinos que sacrifican la fertilidad del suelo porque no tienen dinero para comprar fertilizantes. Tanto en el campo como en la ciudad, los más pobres no tienen agua de buena calidad y en cantidad suficiente con los consiguientes riesgos para su salud. (En esos años trágicos, había reaparecido el cólera en Lima).

A menudo la pobreza es pues causa de degradación del ambiente. Admitámoslo. Entonces, “ecologismo de los pobres” no significa que la gente pobre siempre se comporte o pueda comportarse como ecologistas.

Significa lo siguiente: en los conflictos ecológico-distributivos que surgen del creciente metabolismo de la economía, los intereses y los valores de los pobres muchas veces les llevan a favorecer la conservación de la naturaleza.

El ecologismo popular o eco-socialismo

Desde el punto de vista de los pobres, podemos interpretar el desarrollo del capitalismo (o del sistema de mercado generalizado) como una Raubwirtschaft o economía de rapiña continuada y creciente para impulsar la acumulación de capital y cubrir los gastos de los ricos. Entendidos así, los movimientos sociales de los pobres a menudo tienen un contenido ecológico (quizás sólo implícito), al intentar resguardar los recursos naturales fuera de la economía crematística, mercantil, bajo control comunitario.

Esta perspectiva se opone a la economía convencional, que ve una causa de degradación del ambiente en la tragedy of the commons, y que propone la atribución de derechos de propiedad sobre el ambiente y el intercambio en el mercado de los valores ecológicos, o la intervención del Estado con medidas reguladoras, siendo así que los Estados, como agentes de industrialización y de militarización, están entre los mayores enemigos del ambiente.

Esos movimientos sociales -explícitamente ecologistas o no- luchan contra la contaminación del aire en los barrios populares de las ciudades y por espacios verdes contra la especulación urbana, luchan en los suburbios de las ciudades pobres por tener la suficiente agua potable, son luchas históricas contra el dióxido de azufre en Río Tinto en la Andalucía de los años 1880, o en la Oroya, en Perú, contra la Cerro de Pasco Copper Corporation cuarenta años después. Son luchas contra las empresas papeleras para conservar los bosques, y para conservar la tierra contra las centrales hidroeléctricas, para salvar la pesca artesanal -considerando el mar como sagrado, como en Kerala. Son luchas en los campos de algodón de Centroamérica y luchas del sindicato de César Chávez en California contra el DDT y otros pesticidas, luchas por la salud en los puestos de trabajo y también contra la militarización.

Puede parecer que la incidencia del ecologismo de los pobres es sólo local pero también comprende aspectos internacionales. En 1992 se discutía el NAFTA, el tratado de libre comercio entre EEUU, México y Canadá. En Lima dije que la agricultura campesina mexicana era desde el punto de vista de la eficiencia energética y de la conservación de la biodiversidad del maíz superior a la de los Estados Unidos. Sin embargo, México exportaba petróleo barato a los Estados Unidos, que regresaba a México en parte convertido en maíz de importación de un gran costo energético y de débil interés genético. Pero este maíz podía arruinar fácilmente la agricultura campesina de México. Una reacción nacionalista pro-campesina adoptaría un horizonte temporal más largo, negándose a exportar petróleo salvo a precios que no olvidaran las necesidades de las generaciones mexicanas futuras. México en vez de firmar el NAFTA debería ingresar en la OPEP.

El eco-socialismo es más propio del Sur que del Norte, precisamente porque en el Sur las luchas anticapitalistas son muchas veces luchas ecologistas. Además, la perspectiva ecológica abría de nuevo la discusión sobre el "intercambio desigual", ponía a la orden del día una teoría del subdesarrollo como efecto de la dependencia que no sólo se manifiesta en la infravaloración de la fuerza de trabajo de los pobres del mundo, o en el deterioro secular de los precios de las materias primas exportadas, sino también en el intercambio desigual entre los productos no renovables o lentamente renovables - comprendidos los elementos fertilizantes del suelo incorporados en las exportaciones agrícolas - y los productos importados de escaso valor ecológico. Esta era la historia de la exportación de petróleo y de gas, y de otros minerales y metales, pero también la del guano y la harina de pescado de Perú. Podíamos añadir aquí también la reacción contra las exportaciones del Norte al Sur de residuos tóxicos y los conflictos generados por el aumento del "efecto invernadero". (Pocos años después añadimos los efectos de la exportación de decenas de millones de toneladas de soja, como Walter Pengue iba a estudiar en Argentina).

En algunas regiones del mundo la cuestión de la existencia de un ecologismo de los pobres, carecía de interés. Por ejemplo en la historia del ambientalismo norteamericano existe la ideología de Gifford Pinchot de que la conservación de los recursos es compatible con su explotación según un rendimiento sostenible y la ideología de John Muir y del Sierra Club, de preservación de algunos espacios en su estado salvaje puro. En los Estados Unidos, en esta controversia de los primeros años del siglo XX, era inútil preguntarse de qué lado estaban los pobres. (Pero en la década de 1980 nació Estados Unidos un tercer movimiento ecologista por la justicia ambiental y contra el “racismo ambiental”, que debería haber mencionado ya en Lima en 1992).

Las luchas anti-capitalistas son, aun sin saberlo, luchas ecologistas Los críticos ecológicos de la ciencia económica identificados con los pobres del mundo llegaban a la conclusión que los pasivos ambientales se hacen visibles cuando causan protestas entre grupos sociales: ésa es una perspectiva marxista porque vincula la crítica ecológica de la economía con las luchas sociales. Un Marx revisitado y renovado. El movimiento Chipko en los bosques del Himalaya y la lucha contra las represas en el valle del Narmada eran conocidos en los ambientes ecologistas de Norteamérica o de Europa del Norte, pero no lo eran tanto en México, donde también había luchas indígenas para la conservación de los bosques contra las empresas papeleras. Ni en Brasil donde había luchas contra las plantaciones de eucaliptos de Aracruz, contra la hidroelectricidad (con la red “Atingidos por Barragens”), la minería de exportación y la ganadería.

Recién descubríamos los movimientos ecologistas espontáneos del Sur históricos y actuales, independientes de la influencia del Norte. Así, en la India los trabajos del ecologismo activista podían verse en los magníficos informes titulados The State of India’s Environment publicados por Anil Agarwal del Centre for Science and Environment. Sin embargo, en 1992 los activistas latinoamericanos rara vez se citaban entre sí y lo que ocurría en la India no repercutía en "las Indias". (Lo que pasaba en Africa llegaría con fuerza al ecologismo popular internacional en 1995 con la muerte de Ken Saro-Wiwa y sus compañeros en conflicto con la Shell y la dictadura militar. En ese año se fundó Oilwatch con activistas de Ecuador, Nigeria y otros países). Un nuevo ecologismo socialista o neo-narodnista El ecologismo agrarista, tal vez hubiera complacido al propio Marx ya que al final de su vida simpatizaba con el ala más radical del narodnismo ruso. La etiqueta de narodnik o agrarista (como se decía en México) o campesinista o "populista" significaba en Rusia en la segunda mitad del siglo XIX: la creencia en la transición directa al socialismo sobre la base de la comunidad campesina. Por eso el marxismo de Mariátegui fue calificado de "populista". El eslogan ruso “Tierra y Libertad” fue adoptado por el Zapatismo en 1910 en México tal vez por la vía de anarquistas españoles.

Desde 1970 se ha criticado la agricultura moderna y, en general, la economía actual, porque implica un gasto de combustibles fósiles, una contaminación del ambiente y una pérdida de biodiversidad mayor que la agricultura "tradicional" y que la economía pre-industrial. Esa corriente enlaza con la nueva economía ecológica y enlaza también con el ecologismo espontáneo de los pobres. Puede parecer que una actitud pro-campesina no pone el acento en la diferenciación social. No obstante, en la medida en que el ese eco-socialismo o agrarismo ecologista es una defensa de una economía moral, de una economía ecológica, contra la penetración del sistema de mercado generalizado, el enfoque puede ser útil para entender algunas luchas sociales en el Sur, y no sólo para entenderlas sino también para apoyarlas. Hay que usar la palabra narodnismo con sus connotaciones rurales, porque los trabajadores rurales ocupan un lugar verdaderamente privilegiado en el ecologismo de los pobres. Ellos tienen acceso directo a la energía solar y si disponen de acceso a la tierra cultivable, también tienen acceso a los elementos fertilizantes del suelo, al agua de lluvia. Aunque los campesinos vendan en el mercado la mayor parte de su cosecha, pueden retirarse del mercado más fácilmente que otros trabajadores.

Traduciendo narodniki por "populistas", como se hace habitualmente, la inclusión de los pobres de las ciudades en el ecologismo de los pobres, sería obvia. Pero la palabra "populista" no tiene en castellano la significación socialista (igualitarismo, control social y comunitario de los medios de producción, visión mundial, desaparición efectiva del Estado) que encontramos en los narodniki como en las otras corrientes de la Primera Internacional. El uso de la palabra narodnik no debe excluir a la población urbana.

Podríamos preguntarnos si el ecologismo de los pobres es simplemente una manifestación del fenómeno general de resistencias nativas y localistas contra la expansión capitalista en la periferia del mundo, o bien si se trata de un ejemplo más del escepticismo actual respecto al progreso de la civilización, que según los ideólogos post-modernos se manifiesta en la resurrección de las religiones, en los nacionalismos de pequeña dimensión, en la derrota de la visión de la historia como una análisis universal del pasado que lleva a un proyecto colectivo para el futuro.

La respuesta a estas preguntas es negativa. El ecologismo de los pobres, es la ideología y la práctica de las luchas populares para la preservación de los recursos naturales en la esfera de la economía moral, y es también una defensa que podemos apreciar en términos científicos, de una economía que valora la biodiversidad y usa razonablemente de los flujos de energía y materiales, sin esperanzas injustificadas en las tecnologías futuras. Ese ecologismo no es un ejemplo post-moderno de falta de confianza en el progreso social y científico sino (como decía Victor Toledo, el etno-ecólogo mexicano) una vía de modernidad alternativa.

Hay una confluencia entre el ecologismo de los pobres y corrientes políticas de izquierda -cuyo origen remoto está convencionalmente fechado en la época de la Primera Internacional, hacia 1870- y corrientes de pensamiento y prácticas alternativas, naturistas, pacifistas y feministas, desde el siglo XIX hasta nuestros días. Estas raíces incluyen las luchas indígenas para conservar los recursos naturales y otras luchas campesinas y obreras, sino también nacionalismos pequeños, defensivos, anti-estatales. Por ejemplo, el nacionalismo francés ha sido pro-nuclear, mientras que el nacionalismo bretón es anti-nuclear. Entretanto, la izquierda más alejada del ecologismo popular sería las dos ramas políticas principales del marxismo: el leninismo y la socialdemocracia.

Ecología y marxismo

Ahora que los Estados europeos con planificación económica centralizada y dictaduras burocráticas desaparecían, debíamos recordar los debates de la Primera Internacional sobre los distintos modos de entender el socialismo. Así, que la crítica de Bakunin contra Marx era adecuada. Los narodniki o populistas rusos (como Piotr Lavrov) habían valorizado políticamente al campesinado y la economía comunitaria. Las dos ramas principales de herederos del marxismo, la Socialdemocracia -dispuesta a participar en la carnicería sin sentido de 1914-18 y también en guerras coloniales -y el Leninismo- que desembocó en un desastre - no son las únicas corrientes nacidas del movimiento obrero y radical del siglo XIX. Era hora de recuperar las ideas del anarquismo y del populismo ruso, a la vez que las de Tolstoi, William Morris y Gandhi, tanto más cuanto en estas corrientes hubo una mayor sensibilidad ecológica que en los marxismos predominantes. Al otro lado, en el liberalismo, la sensibilidad ecológica estuvo también ausente.

No sólo el pseudomarxismo de origen estalinista, felizmente difunto, sino también la Nueva Izquierda europea y norteamericana rehusó entrar en la discusión ecologista. La arrogancia de origen leninista que algunos grupos residuales marxistas exhibían ante el ecologismo era francamente ridícula. (Ya muy tarde, algún autor disidente del Este, como Wolfgang Harich, había defendido un “Comunismo sin Crecimiento” – el subtítulo de su obra era “Babeuf y el Club de Roma”, aludiendo al informe Meadows para el Club de Roma de 1972. Otro autor de Alemania oriental, Rudolf Bahro, de gran notoriedad en los años 1980, cruzó la frontera y se afilió a los Verdes).

El marxismo no fue ecologista y por eso no hubo una historiografía ecológica marxista. Tampoco hubo una historiografía ecológica "burguesa". La noción de Raubwirtschaft en algunas páginas de la geografía humana de Jean Brunhes era más radical que la visión de la longue durée (largo plazo) en Braudel, donde la geografía evoluciona lentamente, la economía va más rápido, y la política es un asunto de corto plazo. Pero precisamente en la época de los Habsburgo en España y de Felipe II, la ecología de la zona americana del imperio español sufría unos cambios sin precedentes y un gran colapso demográfico. Los cambios ecológicos no se sitúan siempre en la longue durée. Actualmente, el gran consumo innecesario de energía y de materiales en algunos países del mundo y la acumulación de gases que provocan el efecto invernadero, son cambios ecológicos que van mas de prisa que los cambios en el sistema económico. Son cuestiones que no formaron parte de la historiografía marxista ni de la historiografía económica habitual.

Existían ya economistas marxistas interesados por las contradicciones entre la ecología y la economía. Uno de ellos, Elmar Altvater -en Die Zukunft der Marktes de 1991, El Futuro del Mercado, y también en su libro anterior sobre la explotación de la Amazonia- retoma las ideas de Frederick Soddy (1877-1956) sobre la contradicción entre la ley de la entropía y la ilusión de un crecimiento continuo de la economía. Insiste también en la confusión capitalista entre crecimiento real de la riqueza y crecimiento ficticio del capital financiero, de la deuda privada y pública. De otro lado, desde 1988, la teoría de James O’Connor explicaba "la segunda contradicción del capitalismo". A la "primera contradicción" entre la acumulación de capital y la falta de poder de compra de la clase obrera metropolitana explotada y del depauperado proletariado y campesinado coloniales, hay que añadir una "segunda contradicción". La expansión capitalista estropea sus propias "condiciones de producción" (particularmente las condiciones ecológicas), y los intentos del capitalismo para reducir los costos de la producción externalizando los gastos ambientales, han provocado movimientos ecologistas de protesta.

Este análisis de O’Connor -y también de Enrique Leff en Ecología y Capital (1986)-, explicaba al mismo tiempo la dinámica económica, ecológica y social. Estos nuevos movimientos sociales tienen una composición social diversa. Se oponen no sólo a las empresas sino también al Estado ya que este es responsable de la disponibilidad de las "condiciones de producción": la zonificación urbana, infraestructuras viarias, el agua potable, el aire respirable, minerales y combustibles fósiles producidos geológicamente hace millones de años y que deben de mantenerse a buen precio a costa de una guerra si es necesario. De hecho, añadiría yo, el capitalismo estropea no solo las “condiciones de producción” sino las propias condiciones de existencia de grupos sociales arrinconados.

No hubo aún integración entre el marxismo y el ecologismo

Uno podía encontrar en los textos de Marx diversos atisbos ecológicos y la presencia del concepto de “metabolismo social” pero el marxismo y el ecologismo no se habían integrado todavía. El gozne analítico de esa integración (les dije en 1992) ha de ser la redefinición de los conceptos de fuerzas productivas y condiciones de producción. El enfoque eco-socialista no destaca ya la contradicción entre la tendencia al crecimiento de la formación de capital y la explotación de la clase obrera, sino que resalta las dificultades que la escasez de recursos y la contaminación crean a la acumulación de capital. Hasta ahora, el marxismo ha sido más economicista que materialista-energetista. Es decir, la crisis del capital por el menoscabo de sus condiciones de producción sólo se haría sentir a través de valores de cambio, por la elevación de los precios. Efectivamente, en los 1970 las tasas de ganancia del capital disminuyeron al subir los precios de algunos recursos naturales lo que hizo crecer las rentas percibidas por sus propietarios, pero en la década de 1980 la tendencia había sido la contraria.

Eso no nos dice nada de interés sobre la articulación entre la ecología y la economía capitalista, ya que precisamente la problemática ecológica no se manifiesta necesariamente en los precios, pues los precios no incorporan costos ecológicos ni aseguran la reproducción de la naturaleza ni incluyen tampoco los trabajos gratuitos necesarios para la reproducción social. Son los movimientos sociales y no los precios los que ponen de manifiesto algunos de los costos ecológicos o pasivos ambientales. Que el petróleo hubiera bajado de precio no indicaba en 1992 que fuera más abundante que quince años atrás, indicaba solamente que el futuro estaba siendo infravalorado. Los precios de mercado pueden cuestionarse si se adopta un horizonte temporal más largo, que revalorice el precio de los recursos energéticos agotables. La cuestión es cuál es el sujeto social capaz de adoptar esta estrategia de revalorización frente los vecinos del Norte, que contemplan las importaciones de petróleo y gas natural no ya en términos de ventajas comparativas -falsamente computadas- sino en los términos inapelables de "seguridad nacional".

Ciencia, religión y sociedad

Las sociedades o grupos sociales actúan sobre el ambiente según las representaciones que se hacen de sus relaciones con él. Estas representaciones favorecen las extracciones devastadoras o, por el contrario, ejercen un efecto limitador sobre ellas. Por eso puede decirse que la historia natural es también historia social. Hasta la gran experiencia colonial de 1492 y hasta la industrialización masiva de Europa, la relación con el ambiente no ha sido pensada como dominación y transformación de la naturaleza sino como intercambios con las fuerzas naturales a menudo sacralizadas en mitos o cosmologías religiosas. Tal vez algunas religiones, como el cristianismo, estaban ya predispuestas al abuso de la naturaleza, pero en cualquier caso la predisposición no se pudo manifestar en la escala actual. La salinización de tierras de regadío es un fenómeno pre-industrial y no-occidental. También puede ponerse en entredicho la eficiencia de algunas formas tradicionales de uso de la naturaleza. La agricultura itinerante de roza-tumba-y-quema, que provocaba las iras ignorantes de los administradores coloniales en África, se ha presentado más tarde como modelo de conocimiento agronómico y botánico indígena e incluso se ha elogiado como parangón de eficiencia energética. Otros autores han señalado el hecho evidente que, si en el input energético de la agricultura itinerante incluimos la vegetación quemada, su eficiencia energética sería inferior incluso a la de la agricultura moderna, basada en combustibles fósiles. Si las calorías de la vegetación quemada no se han incluido en tales estudios del flujo energético en la agricultura, es porque se suponía la regeneración del bosque, lo que no siempre ha ocurrido.

Ahora bien, la escala de la actual civilización industrial no tiene precedentes. Vivimos de recursos almacenados en épocas geológicas remotas. En un año de producción económica consumimos muchos años de reservas. Las anteriores civilizaciones no hicieron esto. Por tanto, como afirmaba J.P. Deléage, en las civilizaciones "en las que los humanos son la fuerza productiva principal, la adaptación al ecosistema es el principio fundamental del funcionamiento de la sociedad", y puede esperarse que la misma atención que nuestra civilización dedica al desarrollo de tecnologías basadas en la expoliación de recursos naturales, se haya dedicado en esas otras civilizaciones a la observación y conocimiento del ambiente con vistas a su uso sostenible. Esa es la razón para pensar que las poblaciones tribales y campesinas son de por sí buenas conocedoras de las condiciones ecológicas, sin apelar a las virtudes innatas del hombre rústico.

No se debe despreciar el conocimiento popular que se expresa en la agro-ecología espontánea, o en la tradición vegetariana popular, o en la medicina alternativa, en nombre del gremialismo científico de agrónomos y médicos. Todas estas tradiciones naturistas -muy vinculadas, además a tradiciones del movimiento obrero de raigambre anarquista-, deben ser valoradas pero eso no supone, en modo alguno, sumarse alegremente a la filosofía irracionalista para la que da más o menos lo mismo la astrofísica que la astrología.

Joan Martinez Alier - CEIICH-PUMA, UNAM, México.


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