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En el futuro es inescapable producir alimentos propios (y II)

Miércoles 10 de diciembre de 2008 por CEPRID

GRAIN

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El Colorado

Asoma la mañana en El Colorado, pueblo de unos 13 mil habitantes, del interior formoseño, provincia del interior argentino. Es sábado muy temprano, pero ya se ve gente en la plaza; esperan la llegada de los casi cien "pequeños" productores de la "Asociación de feriantes de El Colorado" que traen sus productos para vender o intercambiar: zapallos, porotos, maíz, verduras en general, frutas, mandioca, batata, leche, queso, ricota, huevos, chivos, cerdos, pavos, gallinas, etcétera. Antes de promediar la mañana, ninguno de los casi 30 puestos de la feria tiene productos, se ha vendido todo. Así sucedió, todas las semanas, mientras duró el pico de los cortes de ruta y el resultante desabastecimiento alimentario local, provocado por el "paro de los estancieros".

Esta iniciativa había surgido al calor de la crisis de 2001-2002. Los primeros años supo ser una alternativa ante los problemas de la población urbana para acceder a los alimentos. En la feria se encontraban productos que tenían como precio máximo un 20% menos que en los comercios. Poco a poco, los comercios del mercado formal se recompusieron como las principales bocas de expendio de alimentos en la localidad, ofreciendo productos provenientes de los complejos agroalimentarios controlados por grandes empresas agroindustriales. Esto hizo que la feria fuese perdiendo su primer ímpetu y centralidad. Tanto en su origen como en su actual y breve reverdecer, la feria de los pequeños productores, de los campesinos, se erige como alternativa a los circuitos dominantes. Cuando el "sistema" no responde afloran, como "ruinas emergentes", estas estrategias "de abajo", forjadas por los mismos campesinos, basadas en el cara a cara con los consumidores y vecinos, al margen de las cadenas concentradas y centralizadas de producción, procesamiento y distribución de alimentos.

No es un caso aislado. En Chaco, Misiones, Corrientes, Santiago del Estero existen experiencias de este tipo, protagonizadas mayormente por ex productores algodoneros o tabacaleros reconvertidos. Es probable que ahí, al igual que en El Colorado, las crisis o momentos de suspensión de la provisión alimentaria, vía cadenas agroindustriales, hayan constituido oportunidades para la emergencia y expansión de aquellas cadenas agroalimentarias "alternativas" o "campesinas". Diego Domínguez, "Ruinas emergentes", Página 12, 19 de septiembre de 2008 Ubicada actualmente en los márgenes de la economía mundial, hay en el mundo gente que cuando desafía los supuestos económicos en la teoría y en la práctica encuentra apoyo en las tradiciones de sociedades y culturas antiguas. Por todo el mundo hay experiencias de comunidades que no encajan en las clasificaciones distorsionadas por los anteojos de los economistas.

Esta gente ve su resistencia como un modo de reconstituir creativamente sus formas básicas de interacción social, a fin de liberarse de las cadenas económicas. Crea así, en sus vecindades, pueblos y barrios, nuevos ámbitos de comunidad que le permiten vivir en sus propios términos.

Son los herederos de comunidades e incluso de culturas completas que fueron destruidas por la forma económica industrial de interacción social. Tras la extinción de sus regímenes de subsistencia, trataron de adoptar diversas formas de acomodo a la forma industrial. El no haberlo logrado, fue una precondición para reinventar sus ámbitos, con el estímulo adicional de la crisis del desarrollo.

Después de igualar su comida con las actividades técnicas de producción y consumo, vinculadas a la intermediación del mercado o el Estado, carecían de ingresos suficientes y sufrían escasez de alimentos. Ahora están regenerando y enriqueciendo sus relaciones entre sí y con el medio, nutriendo de nuevo su vida y sus tierras. Por lo general, logran lidiar bien con los faltantes que aún les afectan, a veces severamente -como consecuencia del tiempo y esfuerzo requerido para remediar los daños causados por los métodos desarrollistas. No es fácil salirse de las cosechas comerciales o librarse de la adicción al crédito o los insumos industriales: pero el cultivo intercalado, al que muchos comienzan a regresar, regenera la tierra y la cultura, y con el tiempo mejora la nutrición.

A pesar de la economía, la gente común, en los márgenes, ha sido capaz de mantener viva otra lógica, otro juego de reglas. En contraste con la economía, esta lógica se halla inserta en el tejido social. Resumen y fragmentos de "Mitos y realidades del desarrollo sustentable", de Gustavo Esteva, junio, 1996.

Una historia reciente de la generosidad y visión indígena en la conservación y el fortalecimiento de las semillas ancestrales es la del Caracol Zapatista de Oventic, en Chiapas, que como otros pueblos de México revitaliza su maíz nativo intercambiando semillas, de manera más consciente, por sus canales de confianza. Lo nuevo es que ahora los campesinos tsotsiles de la zona, agrupados en su proyecto autonómico, decidieron comenzar a enviar semillas zapatistas adondequiera que se requieran. Ahora en África, mientras las grandes fundaciones y los gobiernos y los organismos como FAO, buscan establecer mecanismos para introducir paquetes tecnológicos y semillas de laboratorio, híbridas y transgénicas, los zapatistas ya están enviando semillas ancestrales nativas, libres de contaminación transgénica a poblaciones en Mali, y en Kenya. Para algunas de las comunidades que la recibieron en Mali, eran tan buenas las semillas que en vez de consumir la primera cosecha después de completar su ciclo, apartaron una buena cantidad que ya comienza a fluir a otros sitios en África. Más información en info@schoolsforchiapas.org

Hay una relación inversa entre el tamaño de una finca y el monto de cultivos producidos por hectárea. Mientras más pequeñas son, mayor es el rendimiento. Eso lo descubrió el economista Amartya Sen en 1962, y lo confirman docenas de estudios ulteriores.

En algunos casos la diferencia es enorme. Un estudio reciente de agricultura en Turquía encontró que las fincas de menos de una hectárea son veinte veces más productivas que las de más de 10 hectáreas1. Las observaciones de Sen se han probado en India, Paquistán, Nepal, Malasia, Tailandia, Java, Filipinas, Brasil Colombia y Paraguay. Y parecen sostenerse en todas partes. El descubrimiento sorprenderá a cualquier industria, porque hemos llegado a asociar eficiencia con escala. En la agricultura la controversia levanta ampollas porque desde la industria parece muy extraño porque lo común es que los pequeños productores no cuenten con maquinaria propia, tengan menos capital o acceso a créditos y no estén enterados de las más recientes técnicas.

Algunos investigadores argumentan que esa relación inversa entre tamaño y rendimiento es el resultado de un artefacto estadístico: los suelos fértiles sustentan mayores poblaciones que las tierras desgastadas, por lo que con mucha productividad los tamaños de las fincas parecerían menores. Pero estudios posteriores han mostrado que dicha relación inversa se mantiene en diversas tierras fértiles. Más aún, funciona en países como Brasil donde las grandes haciendas son las que se apoderaron de las mejores tierras.

La explicación más plausible es que los agricultores en pequeño le invierten más trabajo por hectárea que los grandes agricultores. Esta fuerza de trabajo consiste en gran medida de sus propias familias, lo que significa que sus costos laborales son menores que en las fincas grandes, con mejor calidad de trabajo. Con más labor, los campesinos pueden cultivar su tierra más intensamente: pasan más tiempo terraceando o construyendo sistemas de irrigación; plantan muy pronto después de la cosecha; plantan muchos cultivos diferentes en el mismo campo.

La Revolución Verde proponía lo contrario: mientras más grandes la fincas, contarían con más acceso a crédito, y podrían invertir en nuevas variedades y expandir sus rendimientos. Pero conforme esas nuevas variedades se diseminaron entre los pequeños agricultores se vio que no era cierto.

Si los gobiernos fueran serios acerca de alimentar al mundo, deberían de romper los grandes terrenos, redistribuirlos entre los pobres mediante una reforma agraria seria y concentrar su investigación y su financiamiento en apoyar las pequeñas fincas. Hay muchas razones para defender a los pequeños agricultores de los países pobres. Los milagros económicos de Corea del Sur, Taiwán y Japón surgieron de sus programas de reforma agraria. Lo mismo ocurre en China, pese a que su despunte se retrasó cuarenta años por la colectivización.

El crecimiento basado en las pequeñas fincas tiende a ser más equitativo que el crecimiento que surge de las industrias alimentadas con mucho capital. El impacto ecológico de las pequeñas fincas es mucho menor pese a que la tierra es utilizada con más intensidad. Donde las pequeñas fincas son absorbidas por las grandes empresas, los desplazados se mueven a otras tierras y apenas si logran sobrevivir. Alguna vez seguí a unos campesinos expulsados de Maranhão, en Brasil, y fui testigo de cómo despedazaron la tierra de los Yanomami a más de 3 mil kilómetros de distancia.

Pero el prejuicio en contra de los agricultores en pequeño es inconmovible. Da pie a uno de los más extraños insultos en inglés: cuando le llamas a alguien campesino, lo acusas de ser autosuficiente y productivo. Los campesinos son igualmente odiados por los capitalistas y por los comunistas. Siempre han intentado ambos apoderarse de sus tierras, y tienen la idea fija de menospreciarlos y demonizarlos. En su perfil de Turquía, el país donde sus campesinos son 20 veces más productivos que los grandes propietarios, la FAO dice que "como resultado de tener muchas fincas pequeñas, los rendimientos agrícolas… se mantienen bajos". La OCDE afirma que "es indispensable frenar la fragmentación de la tierra" en Turquía "y consolidar propiedades más grandes para elevar la productividad agrícola2. Ni la FAO ni la OCDE proporcionan evidencia alguna. George Monbiot, "Small is Bountiful", The Guardian, 10 de junio de 2008, www.monbiot.com La Red Ecovida de Agroecología, formada en 1998 (y compuesta por unas 3 mil familias de agricultores familiares reunidos en unos 200 grupos, más 35 ONG y 10 cooperativas de consumidores) tiene por objetivo organizar, fortalecer y consolidar una agricultura familiar ecológica en 24 regiones que alcanzan a 170 municipios en los Estados de São Paulo, Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul, en el sur de Brasil. Los núcleos regionales promueven la capacitación de sus miembros, el intercambio de alimentos e información, y la credibilidad del producto ecológico mediante un sistema participativo de garantía que involucra activamente a agricultores y consumidores.

Como la comercialización es un cuello de botella para expandir la propuesta, por las dificultades de mantener un mercado local abastecido durante todo el año con productos diversos, de calidad y en suficiente cantidad, se ideó una alternativa construida con el trabajo colectivo de la Red Ecovida. Y desde 2006 funciona el llamado Circuito Sur de Circulación de Alimentos.

El circuito funciona con base en siete estaciones-núcleos y diez subestaciones. Hay reuniones bimensuales para discutir las disposiciones, la operación y el monitoreo de las actividades, se consensan los precios y se revisan las cuentas de las transacciones realizadas entre las organizaciones en el periodo anterior. Para integrase en el Circuito es necesario que los alimentos ofrecidos sean ecológicos y estén certificados por el sistema participativo de Ecovida. Deben ser oriundos de la agricultura familiar y producidos en sistemas diversificados que aseguren un alto nivel de autoabasto alimentario. La economía de esta agricultura familiar es concebida como el total del abasto alimentario propio de las familias más los productos trocados en los mercados, privilegiando la seguridad alimentaria de los productores y los consumidores con criterios de justicia y transparencia. Las organizaciones de la red que venden, también se comprometen a comprar productos de otras organizaciones del circuito, permitiendo ampliar la oferta de alimentos en los diferentes espacios (ferias, entregas a domicilio, puntos de venta, autoabastecimiento de las familias y grupos de Ecovida, mercados institucionales y otros). Eso favorece la reducción de costos y el flete, ya que los camiones siempre viajan cargados entre las estaciones-núcleos. La circulación de dinero es menor, ya que, en muchos casos, los productos se truecan. Natal João Magnanti, Centro Vianei de Educação Popular, Santa Catarina http://www.ecovida.org.br

Notas:

1 - Fatma Gül Ünal, octubre de 2006. Small Is Beautiful: Evidence Of Inverse Size Yield Relationship In Rural Turkey. Policy Innovations. http://www.policyinnovations.org/ideas/policy_library/data/01382)

2 - http://www.new-agri.co.uk/00-3/countryp.html, y OECD Economic Surveys: Turkey, volumen 2006 número, 15, p. 186


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