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Tensiones entre Oriente y Occidente en torno a Ucrania: ¿Por qué no escuchamos lo que dice Rusia?

Viernes 18 de febrero de 2022 por CEPRID

Bruno Drweski

Investig’Action

Traducido del francés por Edgar Rodríguez para Investig’Action

Ocultar la historia y los intereses económicos, monopolizar el debate, demonizar al adversario… La propaganda de guerra está en pleno apogeo con Ucrania. Se dice que los rusos son unos locos furiosos que amenazan con invadir Europa. La versión de la OTAN, ampliamente difundida por los medios de comunicación occidentales, tiene el mérito de encender las mentes crédulas, pero no permite comprender lo que está en juego en el conflicto. Por ello, Bruno Drweski analiza cómo se viven las cosas en el otro lado. Y como buen mecánico, descifra los intereses de las clases sociales en juego. Siempre es útil echar un vistazo al motor de la historia.

Se repite como un mantra que Rusia es un enemigo de la democracia con tradiciones irremediablemente autoritarias, a pesar de que su actual sistema político es el resultado de una constitución aprobada en 1993, ciertamente a la carrera, pero con el asesoramiento de actores occidentales que tenían acceso a todos los niveles de la administración rusa e incluso a sus bases militares y a la KGB. Pocos están dispuestos a admitir que las potencias capitalistas occidentales que se creían “victoriosas” en 1991 humillaron a los rusos.

En cuanto al equilibrio de poder entre Rusia y los países de la OTAN, basta con mirar el mapa para ver que hacia su final, la URSS y luego Rusia aceptaron retroceder sistemáticamente desde 1989 y que ese “vacío” ha sido llenado por la OTAN, que ahora está casi a las puertas de Moscú. Por tanto, la tensión en torno a Ucrania es sólo la consecuencia de una Rusia que se considera obligada a mostrar firmeza después de tantos reveses. ¿No deberíamos al menos intentar comprender el origen de este sentimiento?

Hay que saber que si Rusia no se ha integrado a Occidente no es sólo por la arrogancia occidental y la sobreestimación de sus fuerzas por parte de las élites occidentales, de sus medios. Tampoco fue “derrotada” Rusia en 1991, contrariando el sentimiento autocomplaciente de los líderes de los egocéntricos países occidentales de entonces, supuestamente porque la clase dirigente soviética decidió “libremente” disolver el comunismo y la URSS por razones de intereses de clase mal entendidos.

Pero este “desprecio” por Rusia se debió y se debe principalmente a que el capitalismo necesitaba un mercado cautivo y pasivo en Rusia y en toda Eurasia, pero ciertamente no un socio, porque un socio significaría un competidor más dentro del sistema unipolar, un conflicto interimperialista más.

Estados Unidos puede aceptar perros falderos y bien entrenados con reducidos patios traseros neocoloniales como Inglaterra, Francia, Alemania Occidental desde su reunificación, porque estos países han sido penetrados por agentes de influencia estadounidenses, blandos o duros, desde 1945, por no hablar de otros países europeos pequeños. Pero aunque sólo sea por su tamaño, Rusia no podía ser asimilada como un perro faldero, por lo que resultaba ilusorio considerar su integración en el capitalismo/imperialismo unipolar.

Por ello, Brzezinski abogó abiertamente por dividir la Rusia superviviente en cuatro o cinco Estados. En aquella época las élites rusas y poscomunistas, que habían pasado del materialismo al idealismo, incluido Putin, no pudieron entenderlo inmediatamente y se dejaron engañar… excepto los grandes capitalistas rusos (los llamados “oligarcas”) que pudieron colocar el producto de su saqueo interno en “paraísos fiscales” bajo la protección del gendarme de la OTAN.

En la corte del Kremlin sigue existiendo el partido pro-OTAN, en particular la presidencia inamovible del banco nacional, y varios ministerios económicos en permanente conflicto con los “ministerios de la fuerza”, con los “siloviki” (los diplomáticos rusos) navegando entre ambos.

En este contexto, si la burguesía compradora rusa persiguió y persigue hasta hoy, tanto fuera como dentro del aparato gubernamental ruso, su estrategia para retrotraer a Rusia al Estado de perro faldero neo-yelsinista, la burguesía nacional rusa (véanse “las contradicciones en el seno del pueblo” de Mao Zedong)*, en cambio, comprendió que Rusia debía tener su capitalismo nacional compitiendo con el capitalismo estadounidense-occidental, amparado además en el poderío económico de China y de otros socios “contrahegemónicos” a su nivel.

La observación de los acontecimientos desde 1989 parece mostrar que los EE.UU. y la OTAN necesitan guerras permanentes, porque la deslocalización y la financiarización del capitalismo “post unipolar” han hecho que la única producción real que sigue concentrada en Occidente sea la de armamento, y el lobby militar-industrial es allí incomparablemente más poderoso que en la época en que Eisenhower ya advertía a su pueblo contra ello.

De ahí la guía teledirigida hacia la administración política de EE.UU. por parte de los “alzheimers avanzados” o de los “autistas” e incultos estilo Blinken/Sullivan/Pelosi/Mrs. Clinton/Power/Nuland y otros “neocons”, en todos los sentidos de esa última sílaba.

Ucrania en sí misma es un fracaso económico y estatal hoy en día, y Rusia sólo tiene que esperar a que la fruta madura y ya un poco podrida caiga del árbol. Pero el Kremlin no puede aceptar que, a través de Ucrania, Moscú esté a 4 minutos de los misiles de EEUU/OTAN que tendrían su base en Ucrania (Rusia ya ha aceptado tragarse el sapo de que Letonia, no mucho más lejos de Moscú, esté en la OTAN, y en ese terreno exige una retirada de EEUU & co. Ltd.), así que Moscú tendría que matar dos pájaros de un tiro:

1) Demostrar que Rusia ya no se echaría atrás, como ha hecho con cada ampliación de la OTAN, mostrando así sus dientes, cueste lo que cueste. Una apuesta arriesgada, pero Rusia ya no puede permitirse el lujo de retroceder, pues el enemigo potencial está a las puertas de Moscú, como en 1941.

2) Terminar de exprimir la economía ucraniana, porque la movilización del actual ejército ucraniano es muy costosa y Kiev no aguantaría seis meses a este ritmo, se derrumbaría. Los EE.UU. se ponen ante un dilema, o mejor aún, ante una contradicción: o mantienen el Estado fallido ucraniano a pérdida (lo que satisfaría al lobby militar-industrial estadounidense que vendería armas al gobierno de EEUU que a su vez las entregaría gratuitamente a Kiev, incapaz de pagar), o el contribuyente estadounidense (y Trump que amenaza con ganar las midterms y ya declara que el apoyo de EEUU a Kiev es una estupidez muy cara) no podrá aguantar una economía en crisis, y Washington tendrá que retirarse de Ucrania con el rabo entre las piernas. Esto explica la idea de la vice directora del Instituto Delors de aceptar una “finlandización” de Ucrania (véase su entrevista de esta semana en Le Soir).

Ese momento, y los chinos ya están trabajando en ello y Putin parece estar considerándolo, será el momento de salvar el pellejo de EEUU para que acepte acogerse a una política “post-Sadowa austriaco”: fingir que sigue siendo una gran potencia mientras pone las joyas de la familia en el cofre del vencedor, que el Tío Sam tendrá que seguir a partir de ahora, en el marco de un mundo multipolar, donde Washington será un actor cada vez con menos influencia.

En ese momento, las diversas pequeñas potencias europeas residuales tendrán que considerar su posicionamiento en relación con las nuevas potencias. Y ahí veremos si todavía hay una “opinión” europea capaz de salir de su letargo y aparente muerte cerebral (visible con los fenómenos Zemmour, Salvini, Johnson, Kaczynski y otros, junto a los patéticos Macron, new old new Labour, Draghi, Van Leyen y otros “deplorables”, parafraseando a Lady Clinton).

Además, en este contexto, la acción de Putin agrava las diferencias entre Washington y Berlín. Scholz se negó a reunirse con Biden y cerró su espacio aéreo a los envíos de armas británicas a Ucrania, lo que demuestra que la RFA no acepta, al margen de sus palabras “otanistas”, seguir pasivamente la línea belicista de Washington.

En cuanto al Donbás, la línea sigue siendo la misma: imponer por la fuerza el respeto de los acuerdos de Minsk, lo que requiere el apoyo de Berlín y su auxiliar parisino.

La opinión occidental simplemente ya no existe hoy en día, está domesticada por el momento, así que no hay que contar con ella, seguirá lo que le digan que siga, Macron, Zemmour, Le Pen, Pecresse, Johnson y los laboristas “moderados”, los verdes alemanes, Draghi, Berlusconi, y otros fantasmas, excepto en EE.UU. con el fenómeno Trump, que, por supuesto, la hace desviarse pero que juega con ella.

Los europeos son amorfos y están envejecidos, ya no tienen fuerza constitutiva como masas, por eso lo que cuenta para Rusia son las opiniones reales que se pueden movilizar: África, América Latina, Asia. Y en este sentido, el Kremlin se ha anotado puntos innegables a pesar de la relativa debilidad de sus activos económicos.

Y para ganar puntos en África, el Kremlin debe aparecer como un león frente a las antiguas potencias neocoloniales y postcoloniales y a Estados Unidos. Eso es lo que hace defendiendo la paz mundial y facilitando las nuevas rutas de la seda de China, que aportan al campo de la economía productiva lo que Rusia, saqueada después de 1991, todavía no está en condiciones de hacer.

No es porque Putin sea un ángel, ¡está muy lejos de serlo! Es porque Putin no puede ignorar los intereses de su burguesía nacional que apoya un Estado protector contra la economía depredadora made in USA y también, contra su pueblo que exige un Estado social y al que hay que halagar un poco con el orgullo nacional para que se trague los bocadillos como la reforma de las pensiones impuesta a petición del FMI.

Está claro que a Rusia no le interesa la guerra, está aprovechando los precios del petróleo y del gas para sacar de apuros a sus arcas y presionar militarmente a la OTAN y a su factótum de Kiev que funciona a pérdidas. Ahora Rusia debe mantenerse firme durante seis meses, y para entonces Ucrania habrá colapsado económicamente a menos que los países occidentales la rescaten, lo que aceleraría el desmoronamiento, o incluso el crack según algunos, de la economía occidental.

Por lo tanto, Putin está apostando por la debilidad de carácter de los tontos egocéntricos y etnocéntricos en el poder en Occidente. No le interesa que el dólar se derrumbe demasiado rápido, pero ya ha puesto a prueba el autismo político de las actuales élites occidentales, que no escuchan ningún argumento racional y, por tanto, no se les puede convencer de que se comprometan utilizando la razón.

Hay que llevar a estos lunáticos al borde de la quiebra para poder convencer a los “realistas” del Pentágono, la CIA y las pocas empresas civiles productivas que quedan en Occidente para dar un golpe de Estado (sea cual sea el nombre que le demos o la apariencia democrática que mantengamos) para derrocar a la coalición “autista-alzheimeriana” que está en el poder en las principales capitales occidentales (con la excepción de Alemania Occidental, donde parece que Scholz no es tan caricaturescamente estúpido como creíamos al leer el programa de la nueva coalición alemana, ya que parece capaz de escuchar la voz de sus empresarios, interesados en llevar a cabo una política de inversión industrial en el inmenso mercado ruso y euroasiático en convergencia con el chino).

Porque Alemania es casi la única potencia industrial no militar que sobrevive en Occidente, por lo que tiene una burguesía que produce otras cosas además de juguetes militares caros y a menudo ineficaces. (Véase el F-35, que se avería de forma reiterada, mientras que las armas rusas demuestran su eficacia en Siria y en otros lugares por mucho menos dinero).

Por el momento, dado el desmoronamiento de las fuerzas populares, proletarias y revolucionarias, el eje de la vida política gira en torno a las relaciones entre las burguesías imperialistas, las burguesías compradoras y las burguesías nacionales. De ahí las convergencias entre países contrahegemónicos con sistemas sociales muy diferentes.

Nota:

* Por “contradicciones en el seno del pueblo”, Mao se refería a las contradicciones secundarias entre las diferentes clases del frente popular unido que se oponían a la burguesía compradora.


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