CEPRID

Cuba.- ¿Cómo leer el 15 N?

Lunes 29 de noviembre de 2021 por CEPRID

Julio Carranza

Segunda Cita

Abundan textos, a mi juicio algunos serios, otros no, sobre cómo leer lo que sucedió en Cuba con la frustración de la anunciada marcha, que según las convocatorias realizadas debió haber sucedido el pasado 15 de Noviembre.Para muchos, yo incluido, esta convocatoria fue contaminada desde el principio por una agenda política antigubernamental y antisistema en medio de un ambiente de fuerte agresión al país.

O sea, el análisis de lo que sucedió no se debe reducir solo a lo que puede haber de negación por parte del gobierno al no autorizar una marcha de ciudadanos molestos que quieren expresar pública y legítimamente sus demandas, derecho consagrado por la Constitución vigente. Hay que incluir que no se trataba de una actividad independiente y auténtica de la ciudadanía (como debe ser). Más allá de si este era o no el espíritu de sus organizadores, se trataba de una actividad que, independientemente de su origen y causas, fue de manera inmediata asumida por una agenda contra el sistema cubano que tiene una historia de décadas y que Donald Trump se ocupó de llevar al “éxtasis” y con él una extrema derecha ubicada fuera del país, que no tiene límites en un ataque que consideran debe ser total, bloqueo y hasta invasión militar incluida. Por ahí están en las redes sociales las abundantes declaraciones al respecto.

Los organizadores y promotores de la marcha no lograron y apenas intentaron despojar su convocatoria de ese fardo pesado e inaceptable para la mayoría del pueblo de Cuba, por molesto que este pueda estar debido a las múltiples dificultades de la vida cotidiana y de los efectos de una política gubernamental con errores de diseño e implementación; con efectos tan negativos como la actual inflación, tema que hemos tratado en otros textos. En realidad, lejos de tomar distancia clara del trumpismo declarado de la extrema derecha, se escudaron en el pueril argumento de que “se aceptan todos los apoyos”.

La economía cubana ha estado sometida a una pinza que aprieta fuerte. El bloqueo reforzado y la pandemia, que redujo el turismo y otras actividades a practicante cero, con efectos terribles para el país, lo cual no justifica el tercer factor, que hizo de la situación de los últimos dos años una “tormenta perfecta”: o sea, una reforma económica imprescindible que avanza de manera desintegrada e inexplicablemente lenta, como demuestran las evidencias de las consecuencias del “ordenamiento monetario”, que se decidió implementar desde inicio de año sin que estuvieran creadas las condiciones para garantizar su control y éxito.

En realidad, con la convocatoria a la marcha no se logró el perseguido y proclamado objetivo de provocar un estallido social, mayor al del pasado 11 de julio, y con él finalmente la transformación de la actual crisis económica y los malestares de todo tipo que esta provoca en la población, en una crisis política que derrotara al gobierno socialista a través de manifestaciones masivas, como ha sucedido en otros países del mundo.

Casi nadie salió a la calle en ninguna plaza del país. Las sábanas blancas no ondearon en los balcones, como se había solicitado; pocas flores blancas adornaron las ropas de los transeúntes. El principal animador de la marcha, que la había preparado con la imaginación de un dramaturgo, se fue precipitadamente hacia España y realiza contradictorias declaraciones para justificar su decisión de huir a la “hora de los mameyes” y, a la vez, se ha buscado la animadversión de “tirios y troyanos” al declarar por una parte que el bloqueo es contraproducente y sirve de “pretexto” al gobierno de Cuba y que debería ser levantado —inaceptable para la beligerante derecha del exilio cubano en el exterior— y por otro que “en Cuba existe una tiranía brutal como pocas veces se ha visto”, lo cual es una afirmación de un fatuo dramatismo que no es creíble para ningún observador objetivo de la realidad.

El propósito  no se alcanzó, era imposible; la “oposición” es dispersa, sin programa claro, sin suficiente base social, con liderazgos débiles, con apoyos ubicados fuera del país que no salen de su “zona de confort”, con fuertes contradicciones internas y con una subordinación (declarada o no, deseada o no) a la política de agresión liderada por el gobierno de Estados Unidos.

Ahora bien, sería un error peligroso por parte de las autoridades políticas del gobierno de Cuba hacer una lectura equivocada y triunfalista de lo sucedido.

De una parte, si se mira con objetividad lo que han sido las últimas tres décadas para Cuba, es impresionante que se haya logrado mantener el poder político en medio de las peores condiciones que se puedan imaginar: una isla pobre en recursos naturales, subdesarrollada, bloqueada, agredida y empeñada en mantener un sistema económico y político que no encaja en lo que ha predominado en el mundo después de la caída del muro Berlín y la desaparición del socialismo europeo, proceso acompañado de un reforzamiento de la hegemonía norteamericana que, en lo que a Cuba se refiere, no ha cesado en una hostilidad creciente, con la excepción del breve “oasis” ocurrido con la administración de Barack Obama.

De otra parte, el éxito político con el que se han transitado los últimos treinta años, en las peores condiciones posibles, no quita el desgaste inevitable de una crisis que no se ha logrado superar. Con periodos un poco mejores y otros peores, se puede afirmar que la crisis económica que comienza en Cuba a principio de los 90s no ha sido superada en ya más de 30 años: más de una generación. El desgaste al que da lugar una situación así, independientemente de sus causas, es inevitable en cualquier tiempo y lugar.

En una ocasión, cuando a principios de los 90s, realizaba una visita académica a la universidad John Hopkins, en los EEUU, le pregunté a una alta funcionaria del Departamento de Estado que, teniendo en cuenta la desaparición del campo socialista y el “fin de la guerra fría”, qué haría EEUU respecto a Cuba; su respuesta fue: “la pregunta no es que va a hacer EEUU, la pregunta es que va a hacer Cuba”; “nosotros”, agregó, “tenemos todo el tiempo del mundo”. Hasta cierto punto tenía razón.

El que el éxito del gobierno cubano en sostener el poder político frente a adversidades tan enormes no haya estado acompañado desde el principio de una profunda reforma económica, tiene consecuencias muy peligrosas, cuyas expresiones se aprecian en el potencial de movilización que pueden tener intentonas como la del pasado 15 de Noviembre. Sería un error suponer que esos riesgos han quedado totalmente superados con el evidente fracaso de esta.

En mi opinión, una lectura objetiva y auténticamente revolucionaria de la situación debe basarse en la apreciación de los diversos problemas que están afectando a la población, en especial a una juventud que necesita expectativas y que sólo afianzaría su relación de compromiso con un proceso liderado por el gobierno si este atiende eficazmente sus demandas y le abre mayores espacios de participación política real, dando progresivamente todas las libertades que la situación permita, no más pero no menos. Aún estamos lejos de esto.

En esa lógica, el avance de una reforma económica dinámica, integral y fundamental, como la que amparan documentos aprobados y ratificados como el de la Conceptualización, es una pieza clave, con bloqueo o sin bloqueo. El bloqueo, cuyos efectos ciertamente son terribles, no se puede convertir en un factor que paralice lo que se debe hacer, lo que se debe transformar, lo que se debe superar y cambiar. Esto supone una agenda política compleja y llena de riesgos e incertidumbres, pero es la única posible para preservar ya no solo el socialismo sino también un proyecto nacional en Cuba.

La exitosa superación del desafío que planteó la reciente convocatoria a “marchar”, sumada a la apertura después de la parte más crítica de la pandemia, abre una nueva oportunidad para completar la agenda de cambios que el país y sobre todo su economía necesita. Sin embargo no se trata de una “ventana de oportunidad” amplia y cómoda, sino de un espacio reducido y complejo para poder “escapar hacia adelante” y preservar todo lo que se puede y debe preservarse de lo logrado por el proceso revolucionario, a la vez que recuperar una vía al desarrollo.

Por esto no se puede tratar de una medida hoy y otra mañana, por bien direccionadas que estas estuvieran; se trata de transformaciones integrales y conectadas en la secuencialidad que estas exigen. Los errores de diseño e implementación del “ordenamiento” no se deben repetir; ya no hay condiciones políticas para “controlar el daño”.

Hay que resolver las urgencias y lo estratégico: la transformación profunda de la economía toda y del modelo de producción agropecuaria en particular (“los frijoles son tan importantes como los cañones”); hay que incentivar la producción de bienes y servicios, dinamizar el empleo, etc. La diversificación de las formas propiedad y gestión, así como la descentralización de las empresas estatales, cuyo liderazgo se debe preservar, deben ir en serio. La democratización de la vida nacional, con un poder popular que realmente mire hacia abajo, con la mayor autonomía a los municipios y una elección más democrática de sus representantes a todos los niveles, de manera que se represente la actual diversificación de la sociedad, debe ir también en serio y no limitarse a campañas temporales. El diálogo, el debate, el intercambio responsable de ideas y de propuestas entre todos (con la excepción de los que se opongan a la soberanía de la nación) debe ir en serio.

Se debe hacer una lectura adecuada del momento que se abre con la superación del desafío planteado por la marcha que se pretendía y que tuvo tras de sí el “aliento” de la política de EEUU (probablemente la principal causa de su fracaso) y avanzar en las transformaciones. Están en juego el consenso y la viabilidad del proyecto nacional.

Como hemos expresado el tiempo es una variable crítica y la historia suele no dar segundas oportunidades.


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