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China en el espacio y el tiempo

Lunes 21 de septiembre de 2020 por CEPRID

Miguel Iradier

CEPRID

Desde Occidente, tendemos a juzgar a la China actual más por su presencia económica y el impacto de su desarrollo material en el resto del mundo que por las necesidades internas en el desarrollo de su historia; dando así una prioridad abrumadora a la óptica geopolítica sobre la cultural, que debería tener al menos una importancia comparable.

De hecho, es fácil ver que el impacto global de China va a depender en gran medida de cómo acierte a encajar todo este periodo y el futuro previsible dentro de un marco histórico para el que desearía el menor número de cambios. Para la cultura china el sentido de la continuidad a gran escala es fundamental, y a largo plazo siempre hará cuanto pueda por asimilar y hacer indetectable el origen de las influencias extranjeras. Ya lo ha conseguido en buena medida con el marxismo y el capitalismo, que pierden tanto de su significado original en la traducción que ya no se sabe si denominar al sistema chino “socialismo de mercado” o “capitalismo de estado”.

El impulso de la modernidad se sigue sintiendo como anómalo para gran parte de la población mundial, que sólo la padece como proceso de colonización cultural y pérdida de sus formas propias. Pero si en la mayor parte de los países esta aculturación es un proceso pasivo y reactivo asociado fundamentalmente a la sociedad de consumo, en China se presentó en primer lugar como una destrucción activa en el fenómeno sin precedentes de la Revolución Cultural, y sólo después adoptó las ubicuas formas del consumo. Esta profunda herida autoinflingida reclamará todavía durante mucho tiempo algún tipo de reparación, e incluso podría provocar excesos por compensación.

Quienes dicen que China quiere dominar el mundo mienten como bellacos y lo saben perfectamente. La aspiración al dominio global y sin fronteras es cosa propia de la economía-mundo del modelo liberal, que tuvo su epicentro en Londres en el siglo diecinueve y en Nueva York en el siglo veinte. Por el contrario, China ha sido por más de dos mil años un imperio-mundo, es decir, un sistema que se atiene a unos límites naturales, como por ejemplo los que tuvo el antiguo imperio romano.

A lo que puede aspirar China en todo caso es a volver a ser el centro de gravedad de todo el sudeste asiático con la huella de la cultura confuciana, como lo ha sido durante tantos siglos; pero esto es algo casi inevitable puesto que tiene cerca del 80 por ciento de su población y además es el origen de esa cultura. Sólo la sobreproyección estadounidense en la región, puramente coyuntural, y nuestro hábito moderno de pensar en términos nacionales, impide percibir lo que a escala histórica ha sido la norma.

Para China, como imperio-mundo, la condición ideal ha sido y será siempre la autosuficiencia. Otra cosa muy diferente es que en una situación tremendamente empobrecida no haya tenido otra forma rápida de recuperarse que a través de la exportación y un modelo mercantilista. Ese modelo, todavía presente, le obliga a asegurarse proveedores de materias primas así como mercados para sus recurrentes problemas de sobreproducción. La Iniciativa de la Franja y la Ruta responde igualmente a esas necesidades, así como a un giro progresivo en las asociaciones comerciales.

Dicho de otro modo, no se trata de expansionismo sino de asegurar la viabilidad del modelo en el futuro; el reflejo que lo mueve no es la conquista sino la conservación. Históricamente, incluso cuando más se ha extendido hacia el Asia Central, ha sido sobre todo para mejor garantizar su defensa. En cualquier caso, el Estado del Centro ha estado más definido por su continuidad cultural que por la oscilación de sus fronteras.

En el sistema chino el Partido Comunista permite la explotación de los trabajadores en nombre del desarrollo a la vez que juega su papel de última instancia capaz de reparar o mitigar las injusticias. Este es el “camino medio” por el que se ha optado, que los críticos más radicales de la izquierda no pueden dejar de ver como un arreglo hipócrita. Un arreglo con una lógica vertical, y una estricta separación entre gobernantes y gobernados.

Sin duda, si algo sería de desear en la China actual, no es una mayor apertura a los flujos de capital extranjeros, como querría la plutocracia internacional, sino más socialismo y más participación popular —incluso aunque sólo fuera para mantener el equilibrio; pero a pesar de todo, el sistema mixto chino, en comparación con la furia privatizadora neoliberal que impera en la mayor parte del mundo, parece todo un modelo de cordura.

Sabemos que el capitalismo sin freno ni contrapesos sólo puede llevarnos a la catástrofe; como el gobierno chino es un ejemplo casi único de cómo ejercer estos contrapesos, su influencia tendría que verse en todas partes como básicamente benéfica —si no fuera por la malevolencia de la propaganda del único imperio que lo quiere todo y no tolera que se le escape ni un pedacito de tarta.

Piénsese que en otras épocas pasadas la economía china podía suponer un 30, un 40 por ciento o incluso más de la riqueza mundial, y los europeos ni siquiera sabían que existía ese Imperio. Un 30 o 40, o incluso 50 por ciento de la riqueza mundial que, además, se basaba en su propio talento y trabajo y no en el saqueo de países ajenos [1]. Ahora, es aproximadamente de una sexta parte o un 16 por ciento del producto global, y se nos dice que quieren comerse el mundo. ¿A qué viene tanta histeria?

Es cierto que el modelo chino ni es exportable, ni se ha pretendido exportar jamás. Pero en Europa teníamos economías mixtas prósperas, en países como en Francia, hasta hace sólo unas pocas décadas; lo que es del todo irrazonable es el extremo hasta el que hemos llegado. El problema no es que el modelo chino no sea exportable ni quiera serlo, el problema es que en el resto de países ya ni siquiera se puede plantear que el estado ponga coto a los intereses de las corporaciones.

China intenta mantener siempre el equilibrio y la reciprocidad, tanto en sus relaciones exteriores como en sus asuntos internos; no es nada difícil de entender, después de todo, aunque en la práctica se convierta en un difícil arte de los compromisos. Con todo no se trata sólo de diplomacia, sino de un componente ético que en esta tradición política se le supone a la clase gobernante. La imagen política que hoy ofrecen los Estados Unidos, por el contrario, es la del desequilibrio, el abuso, el chantaje y la desconsideración más extremas.

Sería verdaderamente increíble si China llegara alguna vez a ser la primera potencia de un mundo que ni siquiera entiende y en el que bastante ha tenido con adaptarse. Es hasta impensable, para el que conozca mínimamente cómo funciona el sistema financiero mundial, y los otros sistemas de dominio paralelos. China no está a punto de devorar el mundo, es ella la que está cercada y hostigada por doquier. Tendría la más decidida simpatía de todos nosotros si no fuera por el nefasto y tóxico influjo de los medios de propaganda neocoloniales que dan el tono en casi todo el mundo.

Decir que los chinos, el otro por antonomasia, son una amenaza para el bienestar de los occidentales, es la forma perfecta de desviar la atención de los que realmente nos sojuzgan y expolian. Estos otros son mucho más otros todavía, tanto que ni siquiera tienen cara, o al menos nunca se las ve en la pantalla. Parece mentira que la gente pueda llegar a morder este anzuelo, pero lo hace, por que lo importante de la propaganda no es su verosimilitud, sino su insistencia y su ubicuidad. Así que podemos estar seguros de que la cosa no sólo va a continuar, sino que aumentará el volumen de los megáfonos.

La tentación cibernética

En realidad China tiene que lidiar más con un tiempo y ritmo que se le imponen, que con los delicados lineamientos geopolíticos. El tiempo del que hablamos es el de la propia modernidad, ahora revestido con los atributos del tsunami tecnológico y digital; un tiempo acelerado perpetuamente y cada vez más ajeno a la naturaleza, un tiempo regido por la lógica neoliberal de disolverlo absolutamente todo salvo la concentración del poder a través del capital.

Y aquí, de nuevo, nos engañamos con respecto a China. Puesto que ya lidera frentes estratégicos como la 5G, se ve a esta nación como particularmente dotada para estar en la punta de lanza del avance tecnológico; pero aunque estos despliegues no dejen de ser una exhibición de músculo y parezcan asumir la iniciativa, en el fondo son una reacción, o si se quiere, una sobrerreacción. China no controla la lógica de este gran proceso, sino que intenta lo mejor que puede no ser un juguete suyo. Trata de dominar sus formas, pero no controla su dinámica, su impulso ni su contenido. Es aquí donde se encuentran los mayores peligros.

Se dice que las tres grandes fuentes de inspiración de la cultura china han sido el confucianismo, el taoísmo y el budismo. A estas hay que sumar, sobre todo en lo tocante a las formas del gobierno, la mal llamada “escuela legalista” desarrollada desde Han Fei, o incluso mucho antes, si se quiere, por sabios como Guan Zhong. A esta escuela sería mejor denominarla “realismo tecnocrático”, u objetivismo de los estándares de gobierno. Sin duda la tendencia tecnocrática es muy fuerte en la China actual, y su tradición de objetivismo en los estándares se ve como una suerte de aproximación al desafío que supone la tecnología.

Para la clase dirigente china es muy fuerte la tentación tecnocrática de crear un sistema cerrado de realimentación cibernética en tiempo real que procure controlarlo todo. Si Chile ya estaba a punto de aplicar su famoso proyecto Cybersyn en los años setenta cuando mataron a Allende, imagínese uno lo que pueden llegar a conseguir los gobernantes de esta gran nación con la tecnología actual y la que ya está en ciernes [2].

Un sistema así puede parecer idóneo para mantener las jerarquías a la vez que se controlan los flujos monetarios o se negocia permanentemente la descentralización y la participación popular. La tentación es aún mayor si se tiene en cuenta que China no está sola en el mundo, sino que es continuamente hostigada por unos Estados Unidos que procuran desestabilizar el país por todos los medios a su alcance —y la cibernética no es sino la teoría del control y la estabilidad. Cibernética y gobierno son la misma palabra, el kybernetes es el timonel.

El destino de China se está definiendo tanto o más por este tipo de procesos temporales que por el juego de inclusiones y exclusiones de la geopolítica. Pero no sólo el de China, pues no debemos olvidar que las mismas técnicas son ya aplicadas en el resto del mundo por los grandes gigantes digitales de cuyo nombre no quiero acordarme —gigantes que por lo demás también “colaboran” estrechamente con los gobiernos occidentales, aunque en una relación de fuerzas totalmente diferente.

El símbolo de la cibernética sería la serpiente que se muerde la cola. Los gobernantes del gran dragón asiático parecen estar aún más compelidos a apropiarse de estos mecanismos de realimentación debido a que para ellos equivaldría a inmunizarse contra los desestabilizadores peligros de una tecnología ya de por sí tan difícil de controlar —igual que la plutocracia occidental procura utilizarla para aislarse de las masas y controlarlas.

Pero el dataísmo es sólo una religión sustitutiva que no puede ocultar sus abismales carencias. En China, como en cualquier otra parte. Lo más extremo de todo es que la mentalidad china ni siquiera puede ver la ciencia y la tecnología occidentales como algo suyo propio, sino que sigue siendo un cuerpo extraño, incluso con todos estos titánicos desarrollos. De aquí puede surgir lo peor y lo mejor; lo peor es que se limiten a reproducir las formas, lo mejor, que lleguen al fondo de la cuestión.

A los chinos le fascinan los cangrejos, con los que comparten el mismo reflejo atávico por defenderse y agarrar. El otro símbolo que mejor los define es la balanza, con su búsqueda del equilibrio. El primero es el símbolo del pueblo, el segundo, el de la clase dirigente. Casualmente coinciden con las casas del zodíaco de Cáncer y Libra, los dos signos cardinales que marcan el comienzo del verano y el otoño, y, en el calendario chino, el centro de ambas estaciones.

Esos serían los puntos nodales del espíritu chino dentro de la rueda del año, el primer símbolo de la totalidad para todos nosotros. Curiosamente, los signos homólogos del calendario chino son la oveja y el perro, que no definen tan agudamente esta constelación. Siempre hay algo de ti mismo que sólo pueden ver bien los otros; no sé si nos preguntamos qué es lo que de nosotros mejor comprenden los chinos.

Capitalismo y marxismo son la tesis y la antítesis en la bomba de tiempo que es la modernidad. Cada uno de ellos oscila entre la disolución y la concentración del capital, y una correlativa depauperación y aglutinamiento de la opinión pública: vienen a encarnar la “doble contradicción” de la que ya hablaba Mao Zedong, la cruz del timón en una dialéctica que no se basa en la superación idealista hegeliana ni en la idea de la historia como proceso irreversible.

El capitalismo y el marxismo tienen cada uno su propia astucia de la razón, y la idea china de equilibrio en el gobierno, la suya; pero no hace falta decir que la expectativa de aglutinamiento de la opinión pública por el marxismo falló estrepitosamente, en parte porque el capitalismo ha conseguido crear todo tipo de cuñas, y en parte porque el marxismo no tiene ningún derecho divino a reclamar la exclusividad ni de la oposición ni de la resistencia a la corriente dominante.

El problema es que el sistema operativo que lo lleva todo sigue siendo el liberal, y la crítica marxista o cualquier otra son externas tanto a su diseño y funcionamiento como a su uso. El sistema operativo es la tecnociencia moderna en su conjunto. Sin un cambio en el sistema operativo, el capitalismo liberal juega siempre con las cartas marcadas y tiene todas las de ganar.

Por supuesto, es totalmente falso decir que los chinos carecen de iniciativa —no hay más que ver que no pueden estarse quietos. Por el contrario, han demostrado de sobra una fe inconmovible en la acción continua y perseverante. Otras cosa, bien diferente, es que conozcan las múltiples ventajas de no manifestarla; o que su sistema político no aliente precisamente la expresión de los puntos de vista personales. O que tengan sobre sus hombros una modernización a la que no tienen por dónde coger.

Por esa misma fe inconmovible en la mejora y rectificación continuas, hoy la gran tentación de la clase dirigente es el Sistema Cibernético Autónomo, un monstruo autorreferencial que tanto se parece a ese otro gran animal que es la sociedad. Pero sería un gran error contentarse con eso, y, además, todo lo que tiende a cerrarse a la perfección sobre sí mismo invita a la precipitación del desastre, porque pierde el contacto con lo más básico de la realidad.

Eso es lo que ahora más necesita China para intentar abordar el magno problema de una nueva síntesis cultural a la altura de la agresión de la modernidad: un contacto con esa realidad básica que no esté mediado por el oportunismo político o las coordenadas socioeconómicas. Hace más de mil quinientos años algo parecido lo desencadenó la penetración el budismo, que ha sido hasta ahora casi la única “invasión benéfica” que ha padecido china, aun sin ignorar las múltiples intrigas y reacciones adversas que provocó en las tradiciones ya asentadas.

Una invasión mucho más modesta y reciente, aunque no despreciable, fue la del piano europeo en la sensibilidad extremo oriental, que es como si las nubes le hubieran abierto un claro a la Luna. Al menos demuestra que también lo occidental puede sintonizar con las fibras más profundas de esta cultura, siempre que exista la zona de contacto y la imprescindible afinidad.

Si el instinto reflejo de los chinos es agarrar como los cangrejos y no soltar la presa, también han demostrado que saben devolver con creces aquello que se les da de buena de fe y sin motivos ulteriores. Se dice que el chino es el menos idealista de los pueblos, y en cierto sentido bien que puede ser cierto, pero las historias de compromiso y sacrificio heroico de incontables monjes, campesinos y rebeldes de todo tipo dicen otra cosa, y su conmovedor ejemplo aún no se ha borrado. Y los chinos, a diferencia de los japoneses, saben apreciar la mezcla de lo cómico, lo trágico y lo sublime de un personaje como el Quijote.

Sólo cuando damos sacamos lo más profundo de nosotros mismos. No deja de ser detestable que las relaciones entre China y Occidente estén dominadas por los intereses más inmediatos y mezquinos, y que no haya una voluntad por llegar a zonas más profundas de nuestro interés común. Incluso la mayor parte de las “relaciones e intercambios culturales” no es apenas más que diplomacia y negocios. Es otra de las muchas cosas contra las que nos debemos rebelar.

El gran problema actual para la cultura china no es la asimilación de la tecnología, sino del núcleo duro histórico de la ciencia moderna y cómo este se extiende y se difunde hasta llegar a las partes más blandas o adaptables, que justamente son las relativas a la categoría de la información. Y su inserción, precisamente, dentro de parámetros afines a los de su espíritu objetivista, las ideas más básicas del taoísmo, el eje interno del confucianismo y la identidad en el budismo Chan de lo inmanente y lo trascendental.

El sueño tecnocrático-cibernético equivale a tener circulando al genio de la lámpara en un vaso cuidadosamente diseñado para que a la vez trabaje para uno y no se escape. Claro que de tanto atormentarlo, lo más probable es que al final consiga liberarse. La moraleja es que al final uno sólo puede contar con su propio espíritu y no con espíritus encadenados, y esto se aplica por igual a Occidente.

El eje interno y culminación del confucianismo es la doctrina del Medio Invariable o Zhongyong, que además es el punto natural de conexión con el taoísmo y la doctrina trascendental budista. El significado de este Medio Invariable se ha perdido casi por completo, y líderes políticos como Mao Zedong revelan por sus comentarios que no tenían ni idea de a qué puede referirse este concepto, puesto que no tiene nada que ver con el “eclecticismo”. Esto no debe sorprendernos, si ya Confucio había dicho que hacía mucho que era raro seguirlo entre los hombres. Tendría que ser evidente que la doctrina del Medio no es la degradación última del confucianismo, sino su aspecto más elevado.

En un libro reciente he intentado rastrear algunas conexiones absolutamente básicas de este núcleo duro de la ciencia europea, el cálculo y la mecánica clásica, con la doctrina del Medio Invariable, lo reversible e irreversible en el taoísmo, el plano trascendental del conocimiento o la problemática de los estándares y la teoría de la medida. Claro que la relación es tan obvia que me pareció innecesaria hacerla más explícita. Ciertamente no lo he hecho pensando sólo en la cultura china, sino sobre todo por una problemática común aún por resolver y sobre la que la ciencia moderna ha preferido pasar página [3].

Creo que estos asuntos fundamentales, tan ocultados, son mucho más interesantes que los abracadabras de la ciencia contemporánea y además tienen mucho más potencial —para el que sepa aprovecharlo, evidentemente.

El contacto de la tradición china con la ciencia moderna parecía una tarea imposible, si se tiene en cuenta, no sólo la dificultad del científico chino por interiorizar su espíritu, sino la destitución ocurrida con la tradición propia. Sin embargo creo que aquí hemos empezado a conectar ambas esferas de una forma verdaderamente natural. Lo único que puedo decir es que me parece que este camino debería seguirse, y que vale tanto para el Este como para el Oeste.

En un artículo próximo expondremos la estrategia del dedo meñique, o cómo desviar el tsunami tecnológico con el mínimo esfuerzo.

Notas

[1] Los Estados Unidos de América también llegaron a tener el 50 por ciento de la riqueza mundial en 1945; pero, aunque entonces la mayor parte de esa riqueza era producción interna, ese país llevaba a sus espaldas medio siglo de aventura neocolonial en Latinoamérica, el Pacífico, Filipinas o la propia China. Además, en 1945 la mayor parte de la riqueza en todo el mundo había sido destruida en una guerra en la que Estados Unidos había intervenido a conciencia para consolidar su hegemonía antes que para “defender la libertad”.

[2] “El proyecto Synco o proyecto Cybersyn fue el intento chileno de planificación económica controlada en tiempo real, desarrollado en los años del gobierno de Salvador Allende, entre 1971 y 1973. En esencia, se trataba de una red de máquinas de teletipo que comunicaba a las fábricas con un único centro de cómputo en Santiago, donde se controlaba a las máquinas empleando los principios de la cibernética. El principal arquitecto del sistema fue el científico británico Stafford Beer”. https://es.wikipedia.org/wiki/Cybersyn

[3] Miguel Iradier, “Pole of inspiration —Math, Science and Tradition”, en hurqualya.net . Está disponible en español en entradas sucesivas del blog.

Blog del autor: https://www.hurqualya.net/


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