CEPRID

EEUU y el cambio de régimen en Venezuela (I)

Martes 14 de mayo de 2019 por CEPRID

Carlos Fazio

La Jornada

En el marco de una guerra global de clases expansionista y agresiva, en los últimos 20 años, durante cuatro sucesivas presidencias de demócratas y republicanos en la Casa Blanca: William Clinton, George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump, la diplomacia de guerra de EEUU ha venido impulsando una política de cambio de régimen en Venezuela contra los gobiernos constitucionales y legítimos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

El accionar abierto y clandestino de EEUU se inscribe en la dominación de espectro completo, noción diseñada por el Pentágono antes de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, que abarca una política combinada donde lo militar, lo político, lo económico, lo jurídico/para-institucional, lo mediático y lo cultural tienen objetivos comunes y complementarios. Dado que el espectro es geográfico, espacial, social y cultural, para imponer la dominación se necesita manufacturar el consentimiento. Es decir, colocar en la sociedad determinados sentidos comunes que de tanto repetirse se incorporan al imaginario colectivo e introducen, como única, la visión del mundo del poder hegemónico. Eso implica la formación y manipulación ideológica (adoctrinamiento) de un grupo y/o una opinión pública legitimadores del modelo.

Para la fabricación del consenso resultan clave las imágenes y la narrativa de los medios de difusión masiva, con sus mitos, medias verdades, mentiras y falsedades. Apelando a la sicología de masas y la propaganda negra se imponen a la sociedad la cultura del miedo. La fabricación social del temor incluye la construcción de enemigos internos.

Manuales del Pentágono dan gran importancia a la lucha ideológica en el campo de la información y al papel de los medios y las redes sociales (Internet y teléfonos móviles) como armas estratégicas y políticas para generar violencia y caos planificado. Uno de esos documentos señala que las guerras modernas tienen lugar en espacios más allá de simplemente los elementos físicos del campo de batalla. Uno de los más importantes son los medios en los cuales ocurrirá la contienda de la narrativa. La percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo. Al final del día, la percepción de qué ocurrió importa más que lo que pasó realmente.

La percepción puede ser creada con base en una noticia falsa y ser impuesta a las masas mediante campañas de operaciones sicológicas en los medios y/o en las redes de Internet (guerra social en red), o mediante tanques de pensamiento (thinktank), centros académicos, fundaciones, ONG e intelectuales orgánicos, a partir de matrices de opinión elaboradas por expertos de inteligencia y militares. Las campañas de intoxicación (des)informativas explotan los prejuicios y las vulnerabilidades sicológicas, económicas y políticas de la población de un país objetivo, y manejan un guion propagandístico desestabilizador, con eje en denuncias de corrupción y represión, etiquetando al régimen de turno como dictadura, y agitando como banderas la defensa de los derechos humanos, la libertad de prensa y la ayuda humanitaria.

Antes de que Hugo Chávez llegara al gobierno el 2 de febrero de 1999 ya se había comenzado a construir su leyenda negra y en los medios hegemónicos clasistas y racistas venezolanos se referían a él como El Mono Chávez, Gorila rojo, un negro en Miraflores, y a sus seguidores los llamaron hordas chavistas.

Luego, y a la par que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) creaba la organización serbia Otpor (Resistencia) y entrenaba a sus miembros en las técnicas del golpe suave con el objetivo de derrocar a Slobodan Milosevic en la ex Yugoslavia, se fue fraguando el golpe de Estado de 2002 en Venezuela, que como parte de una guerra no convencional y asimétrica de cuarta generación, utilizó al Internet y a los medios masivos (Venevisión, Globovisión, Radio Caracas Televisión y entre otros a los periódicos Tal Cual, El Nacional y El Universal), para promover matrices de opinión antichavistas y proyectar información manipulada, distorsionada y falsificada, con la intención de desacreditar al gobierno bolivariano.

Fracasados el golpe, el lockout (cierre patronal) de las corporaciones empresariales de Venezuela agrupadas en Fedecámaras y Conindustria, y el sabotaje de la gerontocracia de PDVSA (el ente petrolero estatal), el 24 de marzo del 2004, al rendir testimonio ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes estadunidense, el general James T. Hill, jefe del Comando Sur del Pentágono, acuñó la denominación populismo radical en clara referencia a Hugo Chávez. Pronto el término se usó con fines de propaganda masiva y se adaptó en México a Andrés Manuel López Obrador, el mesías tropical (E. Krauze dixit).

En diciembre siguiente triunfaba la revolución naranja de factura estadunidense en Ucrania, y en 2005, con financiamiento de Washington, eran enviados al Centro de Acción y Estrategias No Violentas Aplicadas (Canvas), de la Universidad de Belgrado, en Serbia, cinco líderes estudiantiles venezolanos para entrenarse en las políticas de cambio de régimen según las técnicas insurreccionales de las revoluciones de colores y los golpes suaves de Gene Sharp. Entre ellos figuraban Yon Goicochea, Freddy Guevara y Juan Guaidó.

Desde 2005, a partir de la experiencia acumulada tras los errores tácticos cometidos en el breve lapso transcurrido desde la llegada de Hugo Chávez al gobierno: golpe de Estado, lockout patronal, sabotaje petrolero, guerra mediática y otras argucias desestabilizadoras para un cambio de régimen en Venezuela, la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono tenían sobre del terreno, no obstante, los recursos humanos necesarios para desarrollar una guerra híbrida contra la revolución bolivariana: la combinación de manifestaciones de masas estudiantiles para una revolución de colores (golpe suave) con milicias armadas para una guerra no convencional (golpe duro).

Dos años después, Yon Goicoechea, Freddy Guevara, Carlos Graffe, David Smolansky y Juan Guaidó, los estudiantes entrenados en Serbia y autonombrados la Generación de 2007, eran alabados por el entonces embajador de EEUU en Caracas, William Bronwfield, como los líderes emergentes que desafiaban al chavismo.

Para entonces, los cinco activistas y otros estudiantes también reclutados en la Universidad Católica Andrés Bello −cuyo rector era el jesuita Luis Ugalde, una de las fuentes principales de los libelos antichavistas de Enrique Krauze−, habían asistido a los cursos de formación de cambio de régimen de Gene Sharp en el Instituto Fletcher de la Universidad Tufts, en Boston, EEUU.

El movimiento estudiantil había sumado fondos del Instituto Cato de los hermanos Koch en Washington, DC, del Instituto para una Sociedad Abierta deGeorge Soros, de la Fundación Konrad Adenauer del partido democristiano alemán (el de la señora Merkel) y la fundación FAES, del neofranquista José María Aznar, y eran los cuadros que debían impulsar en Venezuela la llamada revolución caléndula, símil de las revoluciones rosa (Georgia, 2003), naranja (Ucrania, 2004) y tulipán (Kirguistán, 2005).

Con ese cometido, Goicoechea, Guevara, Guaidó et al participaron en 2007 en las violentas manifestaciones callejeras (guarimbas) antigubernamentales derivadas de la no renovación de la concesión de espacio radioeléctrico a Radio Caracas Televisión (RCTV), por vencimiento del plazo legal (la estación privada había participado de manera activa en el golpe de Estado de 2002, llamando incluso al magnicidio de Hugo Chávez en franca violación de la Constitución).

En esa coyuntura, el movimiento estudiantil manos blancas llevó a las calles venezolanas las tácticas indirectas del paradójico caos sistémico organizado y dirigido del Instituto Albert Einstein de Gene Sharp y el grupo Otpor, utilizando incluso un logotipo similar al de la organización serbia, que incluía la palabra Resistencia y una mano (símbolo utilizado también por Felipe Calderón en su campaña electoral de 2006 contra Andrés Manuel López Obrador, bajo la consigna AMLO, un peligro para México).

Con otro elemento afín a todas las revoluciones de colores: la guerra de cuarta generación, que incluye como armas operacionales y estratégicas acciones sicológicas clandestinas y campañas de (des)información televisadas, así como la guerra social en red (vía plataformas como Facebook y Twitter) como la forma más eficiente para diseminar y viralizarel mensaje para la administración de las percepciones y el control invisible de la sociedad objetivo.

Ante los reiterados fracasos de sus planes desestabilizadores, en noviembre de 2010, ya con Barack Obama en la Casa Blanca y con la bendición del ex embajador de EEUU en Caracas, Otto Reich −experto en propaganda negra del reaganismo e implicado en el tráfico de cocaína del escándalo Irangate para financiar a la contra nicaragüense que adversó al gobierno sandinista−, círculos de la inteligencia estadunidense organizaron una reunión de activistas estudiantiles venezolanos en un hotel de la Ciudad de México.

En el encuentro, denominado Fiesta Mexicana, participaron miembros de la Generación 2007 (Goicoechea, Guevara, Smolansky, Guaidó) y dirigentes estudiantiles como Gaby Arellano, Daniel Ceballos y Amílcar Fernández, además de dos generales retirados. De la reunión, que contó con el apoyo político del ex presidente mexicano Vicente Fox, surgió un plan para derrocar al presidente Chávez generando caos a través de prolongados espasmos de violencia callejera.

Dirigido a generar un golpe suave en Venezuela, el complot Fiesta Mexicana sería combinado a partir de 2012 con el desarrollo de una infraestructura de apoyo clandestino y la formación de un grupo subversivo capaz de realizar una guerra de guerrillas (rural y urbana), ejecutar acciones terroristas y sabotajes estratégicos contra las fuerzas del gobierno e infraestructura crítica, diseminar propaganda, traficar contrabando y reunir información de inteligencia, según el manual de la guerra no convencional del Pentágono (Special Forces Unconventional Warfare, también conocido como TC 18-01).

A partir de entonces, la combinación de las técnicas de una revolución de colores (golpe suave) con las de la guerra no convencional (golpe duro), sumergió a Venezuela en una guerra híbrida que llega hasta nuestros días, cuyo objetivo es fragmentar al Estado y hacer colapsar al gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro. Con la Casa Blanca (primero Obama, luego Trump) ejerciendo un liderazgo velado.


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