Actualidad del Che respecto a la revolución social en nuestra América
Sábado 21 de julio de 2018 por CEPRID
GERMÁN SÁNCHEZ OTERO
Cubadebate
El Comandante de la boina negra y la estrella reluciente piensa la revolución mientras la ejercita. Las ideas teóricas y políticas de Che sobre la revolución social en la América Latina y el Caribe, son coherentes con su praxis histórica y analítica. El marxismo para él es una teoría ecuménica que surge y existe para explicar y transformar un sistema universal antihumano. Esto supone una estrategia mundial y un quehacer solidario del mismo tamaño: el internacionalismo, sustentado en un deber y en una necesidad, inherente a los auténticos procesos socialistas que se proponen avanzar sin complejos ni titubeos hacia la utopía comunista.
¿Qué conceptos integran el pensamiento del Che acerca de la revolución en nuestra América? Son muchos: abarcan el imperialismo y el subdesarrollo, a las clases sociales y sus luchas, el papel del Estado y el carácter de la revolución. También incluye sus ideas sobre estrategia y táctica, y respecto de la vanguardia y los sujetos sociales de la revolución. Entre las fuentes que nutren ese sistema de ideas, están su conocimiento de la historia latinoamericana y sus vivencias juveniles en el continente, la participación en la lucha armada cubana, su desempeño como dirigente de nuestra Revolución y los análisis que realiza sobre la transición socialista. De su conceptualización de la sociedad latinoamericana y del escenario mundial, nace su certeza acerca de la posibilidad del cambio revolucionario de naturaleza socialista en el continente. Y también se derivan sus concepciones sobre cómo alcanzar tal objetivo.(1)
Ciertos énfasis y filos polémicos de sus ideas, están marcados por los debates que se ve obligado a emprender frente a sectores tradicionales de la izquierda latinoamericana, que quieren convertir el triunfo de la Revolución Cubana en una excepción histórica.
Ello explica la insistencia suya en determinadas lecciones de nuestra Revolución, que a veces puede dar lugar a que se interpreten de modo acrítico. No es casual que comience de este modo su primera obra que aborda el tema: “La victoria armada del pueblo cubano sobre la dictadura ha sido, además (…) un modificador de viejos dogmas sobre la conducta de las masas populares de la América Latina”.(2) Y consagra otro ensayo a analizar si ella es o no una excepción en América Latina, y en casi todos sus demás trabajos y discursos sobre la región, alude a tal debate, necesario para desbrozar los nuevos conceptos.
Lucha ideológica y teórica en el ámbito del movimiento revolucionario y bregar simultáneo contra el imperialismo y la dominación burguesa para alcanzar el poder y desarrollar la revolución socialista: tales son las coordenadas que guían el pensamiento del Che sobre la revolución social al sur del rio Bravo. Es este un legado suyo primordial y resulta indispensable estimular el cruce de ideas entre los luchadores revolucionarios, que a título personal o colectivo contribuyan a formular respuestas certeras a las complejas y cambiantes realidades de la región, en la búsqueda de auténticas revoluciones.
A la vez, es menester prevenirnos contra el empleo extemporáneo de algunas afirmaciones o tesis suyas en las actuales circunstancias políticas del continente y del mundo. Él nunca reduce nuestra experiencia a una repetición dogmática: “La Revolución Cubana ha mostrado una experiencia que no quiere ser única en América”. Y critica a quienes “tratan de implantar la experiencia cubana sin ponerse a razonar mucho si es o no el lugar adecuado”.(3) Además, ciertas ideas suyas no resultaron válidas en el decurso de la historia y no hay porqué sonrojarse. Nada de ello eclipsa su grandeza ni su vigencia esencial. ¿Por qué la lucha armada?
¿Qué piensa, por ejemplo, sobre la vía armada y en específico respecto de la lucha guerrillera? Dice: “Es importante destacar que la lucha guerrillera es una lucha de masas, es una lucha de pueblo”.(4) Esa misma consideración, con palabras semejantes, la encontramos al menos en diez lugares diferentes de sus escritos.(5)
No deja espacio para las ambigüedades: “Queda bien establecido, que la guerra de guerrillas es una fase de la guerra que no tiene de por sí oportunidades de lograr el triunfo”. (6) “Ahora bien, es preciso apuntar que no se puede aspirar a la victoria sin la formación de un ejército popular”.(7)
Sostiene que en la América Latina existen las condiciones objetivas para la Revolución. Esa conclusión la deduce de sus vivencias en el continente y de sus estudios desde los años juveniles sobre la historia y la sociedad latinoamericanas. De tal convicción, fundada en un saber científico, no razona que sea posible en todas partes y en cualquier momento iniciar la lucha armada: “Esa violencia debe desatarse exactamente en el momento preciso, en el que los conductores del pueblo hayan encontrado las circunstancias más favorables”. (8)
¿Cuáles serían éstas? –se pregunta: “Dependen, en lo subjetivo, de dos factores que se complementan y que a su vez se van profundizando en el transcurso de la lucha: la conciencia de la necesidad del cambio y la certeza de la posibilidad de este cambio revolucionario”.(9) A esos factores y a las condiciones objetivas, une otro elemento también subjetivo: “la firmeza en la voluntad de lograrlo” y agrega el último, de índole objetivo: “las nuevas correlaciones de fuerzas en el mundo”.(10)
Siempre tiene en cuenta el repertorio de factores a considerar en el inicio y desarrollo de la lucha armada y nunca abona consignas, dogmas, ni clichés.
¿Por qué enfatiza la importancia de las condiciones subjetivas y el papel activo de la vanguardia? Si ello por sí mismo es válido, y se inscribe en su correcta interpretación de Marx y Lenin y en la tradición del pensamiento y los quehaceres revolucionarios de nuestra América, existen razones circunstanciales que explican esta postura. Frente a la “cultura política” defensiva de la espera, junto a Fidel él yergue la cultura política de la voluntad y de la ofensiva: “El deber de los revolucionarios latinoamericanos, no está en esperar que el cambio de correlación de fuerzas produzca el milagro de la revoluciones sociales en América Latina, sino aprovechar cabalmente todo lo que favorece al movimiento revolucionario ese cambio de correlación de fuerzas y hacer las revoluciones”(11). Por eso insiste: “Lo definitivo es la decisión de lucha que madura día a día, la conciencia de la necesidad del cambio revolucionario, la certeza de su posibilidad”.(12)
Tal criterio no pasa por alto el complejo tejido de la estrategia y las tácticas: “Los revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha por su programa liberador. La real capacidad de un revolucionario se mide por saber encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación, en tener presente todas las tácticas y en explotarlas al máximo”.(13)
El afán de exaltar el papel de la lucha armada en la creación y desarrollo de las condiciones subjetivas de la revolución, lo lleva a exceder en parte su significación: “Esas condiciones se crean mediante la lucha armada, que va haciendo más clara la necesidad del cambio”.(14)
Si bien el ejercicio exitoso de la lucha armada, donde sea posible, hace más clara “la necesidad del cambio” y la visible derrota del ejército permite ver al pueblo la posibilidad de tal mutación radical, en la generación de las condiciones subjetivas de la revolución, antes y durante el avance decisivo que suscita la lucha armada, concurren factores diversos que no deben desestimarse. Él no desconoce tales realidades.(15) Sus afirmaciones extremas, como la antes citada, son explicables a la luz de su opinión del imperativo de colocar en el lugar central a la lucha armada, relegada por los revolucionarios durante más de veinte años antes del triunfo cubano en 1959 y muchos, después, siguieron resistiéndose a aceptarla como una opción en el repertorio de luchas de la izquierda.
Luchas pacíficas y vía pacífica
¿Niega la lucha cívica, y en particular la lucha electoral? No pretendo justificar sino explicar ciertos extremos de sus ideas. En varias ocasiones aborda el tema: “Sería error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que sería imperdonable limitarse tan sólo a lo electoral y no ver a los otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el poder (…) pues si no se alcanza el poder, todas las demás conquistas son inestables, insuficientes, incapaces de dar las soluciones que se necesitan”.(16) Una vez más aparece un eje central de sus ideas: la conquista del poder.
Alude a las condiciones especiales de Uruguay cuando visita este país en 1961. Y respeta asimismo el proyecto de la izquierda chilena. Al respecto es premonitorio, como si hubiese viajado en una máquina del tiempo al Chile de 1973. Dice: “Y cuando se habla de poder por vía electoral, nuestra pregunta es siempre la misma: si un movimiento popular ocupa el gobierno de un país por amplia votación popular y resuelve, consecuentemente, iniciar las grandes transformaciones sociales que constituyen el programa por el cual triunfó, ¿no entraría en conflicto inmediatamente con las clases reaccionarias de ese país? ¿No ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que ese ejército tomará el partido por su clase y entrará en conflicto con el gobierno constituido”.
En tales circunstancias, adiciona: “Puede ser derribado ese gobierno mediante un golpe de Estado (…), puede a su vez el ejército opresor ser derrotado mediante la acción popular armada en apoyo a su gobierno”.(17)
Tal alternativa prevista por él es importante subrayarla, porque evidencia su flexibilidad para interpretar situaciones como la chilena de entonces. No niega la posibilidad de su triunfo, pero alerta sobre la necesidad de preparar al pueblo subjetiva y materialmente en el uso de las armas.
También aclara la distinción entre lucha pacífica y vía pacífica y señala las consecuencias de esa confusión: “Recuérdese nuestra insistencia: tránsito pacífico no es logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración del poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada”.(18)
Reiteradas veces aborda el tema de la función de la clase obrera y el campesinado en la revolución. Por ejemplo, refiriéndose a la relación guerrilla–campesinos–obreros, afirma que la primera debe buscar el apoyo de “(…) las masas campesinas y obreras de la zona y de todo el territorio de que se trata”.(19)
No desarrolla suficientemente sus criterios en torno al lugar que le corresponde a las luchas reivindicativas y políticas obreras. Ni tampoco a la inserción de ese quehacer en un proceso revolucionario signado por la lucha armada, cuyo escenario principal él lo ve en el campo, por razones que explica muchas veces.(20) Sin embargo, no deja de formular la noción esencial, desde el ángulo de la estrategia que considera acertada: “… la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos, en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad desde el campo, en la disolución del ejército (…)”.(21)
Esta última afirmación, muestra el apego del Che a la experiencia cubana. Desde nuestros días, es menester –y posible– asumir una mirada más abarcadora y a tono con las nuevas realidades de cada país. Considerar, por ejemplo, los cambios ocurridos en las estructuras de clases a consecuencia de las mutaciones de las formaciones sociales capitalistas de la región; la transnacionalización y privatización extrema de las economías; el crecimiento de los sectores marginales e informales; la disminución de la clase obrera y la modificación de su composición, con mayores niveles de explotación e integración al status quo; la disminución neta del campesinado tradicional y la agudización de la crisis social derivada del modelo neoliberal.
Durante los últimos cincuenta años, ocurren diversas experiencias que complejizan ese juicio del Che, vigente en varios de sus postulados estratégicos, si se actualizan de modo pertinente. Por ejemplo, los impactos políticos y sociales y los correlatos –tanto nacionales como hemisféricos– que se derivan de los procesos de cambios abiertos por la Revolución Bolivariana. O más recientemente, la nueva ofensiva imperial y de las clases pudientes en varios países donde han avanzado procesos políticos de centroizquierda.
Criterios sobre las fuerzas armadas
Esa necesaria adecuación también concierne a su criterio sobre las fuerzas armadas. Aunque él avisa a tiempo que “… el imperialismo ha aprendido a fondo la lección de Cuba”(22), todavía en los primeros años después de 1959 esto no se traduce en el fortalecimiento de las fuerzas armadas y sobre todo en la especialización de ellas para el combate contrainsurgente. De ahí que el Che en mayo de 1962 se refiera a la “extrema debilidad de los ejércitos mercenarios para moverse en los grandes territorios de América”.(23) Por otra parte, según las realidades históricas hasta el tiempo en que él vive, las fuerzas armadas casi siempre tienen una conducta monolítica y son un instrumento dócil del imperialismo. Así lo ve Che, aunque él distingue “gente aislada” que puede incorporarse a la revolución.
Ese criterio suyo mantiene actualidad en la mayoría de nuestros países. Sin embargo, las experiencias de Perú durante el mandato de Velasco Alvarado y de Omar Torrijos en Panamá –poco tiempo después de morir Che–, son indicios de las reservas patrióticas y antimperialistas que pueden existir en las fuerzas armadas de algunos países. Lo ocurrido a partir de 1999 con el proceso revolucionario bolivariano conducido por un líder cívico–militar excepcional, ratifica la necesidad de no generalizar los criterios del Che a todo momento y lugar. Como tampoco es válido extrapolar la experiencia singular de la Revolución Bolivariana en cuanto al papel de los militares y la alianza cívico militar, que allí ocurre gracias a la singularidad de ese proceso, marcado por el genio y el ángel de su líder.
Estos nuevos hechos no contradicen el núcleo de su análisis –que se ubica en la conducta de los institutos militares frente a la lucha armada revolucionaria y como instrumentos del sistema dominante–, pero sí aportan ingredientes políticos novedosos que él seguramente habría considerado.
Opiniones acerca de los gobiernos democráticos
A la dirección de nuestra Revolución y a Che como parte de ella, se les ha acusado muchas veces de promover en los años sesenta del pasado siglo una política de exportación de la revolución y de enfrentar a ultranza a los gobiernos democráticos latinoamericanos. El asunto tiene una obvia significación actual, pues demuestra la continuidad entre la política de la Revolución Cubana de ayer y de hoy.
Che, en circunstancias de existir algunos gobiernos democráticos respetuosos de la Revolución Cubana, tiene hacia ellos igual respeto; asimismo, es cuidadoso en desearle éxitos a cualquier avance de los pueblos latinoamericanos, si aquellos son logrados incluso por la vía de la cooperación externa de Estados Unidos y sin beneficiar a Cuba.
Así, en julio de 1960, expresa: “… no es mi misión aquí enumerar los gobiernos de América, enumerar en estos últimos días, las puñaladas traperas que nos han dado y echar leña al fuego de la rebelión”.(24) O sea, a pesar de las acciones anticubanas de esos gobiernos y su complicidad con la agresión de Estados Unidos contra Cuba, evita el enfrentamiento público. En esos momentos no se han roto los vínculos diplomáticos ni expulsado a nuestro país de la OEA; ante todo, él es respetuoso de la soberanía de esos países.
En agosto de 1961, ya definido el carácter socialista de la Revolución Cubana, en su memorable discurso en Punta del Este, Uruguay, de cara a los representantes de toda la comunidad americana, subraya: “Nosotros nunca hemos abandonado a las naciones latinoamericanas, y estamos luchando porque no se nos expulse, porque no se nos obligue a abandonar el seno de las repúblicas latinoamericanas”.(25)
Su posición constructiva la lleva a una expresión más elevada, al afirmar respecto de la Alianza para el Progreso: “Y nosotros estamos interesados en que no fracase, en la medida que signifique para América Latina una real mejoría en los niveles de vida de todos sus 200 millones de habitantes”.(26)
Y aún después de ser Cuba expulsada de la OEA (1964), él hace distinciones entre los gobiernos de América Latina y expresa la disposición cubana a tener relaciones con un grupo de ellos —Uruguay, Chile y Costa Rica—, “pero Estados Unidos no lo permite”.(27)
Es importante recordar a ese Che multifacético, que supo hacer de la política un vehículo idóneo de la estrategia revolucionaria, en plena identidad con Fidel y la posiciones de nuestro gobierno
A poco de triunfar la Revolución Cubana, Che escribe que el futuro de ella “está ligado íntimamente al de todos los países de América Latina”. Y subraya que la Revolución “no está limitada a la nación cubana, pues ha tocado la conciencia de América y ha alertado gravemente a los enemigos de nuestros pueblos”.(28) En consecuencia, “la batalla de Cuba es la batalla de América” y “si Cuba gana (…) América entera habrá ganado en esta pelea”.(29)
El 1 de enero de 1959, Cuba inaugura una nueva época en la historia de América “en la cual nos ha tocado la enorme dignidad de ser la vanguardia de la liberación”.(30) Por eso, invierte la idea inicial y completa su pensamiento: el destino de las revoluciones populares en el continente “está íntimamente ligado al desarrollo de nuestra Revolución”.(31)
Cuba debe “pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación”.(32) Ese concepto lo repite una y otra vez en sus escritos y discursos. Ser la primera revolución en América es un orgullo, pero supone el enorme deber de una vanguardia.
¿De qué modo concibe el papel de la solidaridad del pueblo cubano con las luchas de sus pares latinoamericanos y de todo el mundo? ¿Cómo, de qué formas y por qué vías practicar tal deber?
Cuando un joven cubano le escribe diciéndole que se ofrece para ir a luchar por la liberación del pueblo dominicano, le responde en carta fechada el 5 de febrero de 1959: “Dedíquese por ahora a trabajar entusiastamente por nuestra Revolución, que será la mejor ayuda que podamos ofrecer al pueblo dominicano, es decir: el ejemplo de nuestro triunfo completo”.(33)
Para el legendario Comandante, el primer deber internacionalista de los cubanos –junto a la defensa de la Revolución– es construir el socialismo rápido y bien. Por eso insiste en “perfeccionar nuestra calidad de ejemplo”(34) y exhorta una y otra vez a “trabajar todos los días pensando en nuestra América y fortalecer más y más las bases de nuestro estado, su organización económica y su desarrollo político”.(35)
Por cierto, tal relación entre el deber cotidiano en la creación de la nueva sociedad y la solidaridad, es una idea matriz en las concepciones internacionalistas de Che, apenas exaltada en la divulgación de su pensamiento: “tenemos que darle a nuestro trabajo el sello de responsabilidad y de seriedad que entraña el ser espejo donde se miran todos los pueblos de América”(36) (…) “tenemos que realizar nuestro plan, cumplirlo, sobre cumplirlo si es posible y levantar nuestro nivel de vida a alturas insospechadas en América”.(37)
Piensa, además, que al dar a conocer la obra de la Revolución es menester entregar un balance equilibrado y exacto, esquivar la apología y no ocultar los errores de nuestro proceso: “Somos el primer país socialista de América, (…) una experiencia viviente que muestra a la luz del conocimiento público todos sus aciertos y sus errores”.(38)
Durante sus discursos pronunciados en fábricas, en las tribunas internacionales u otros escenarios suele analizar, divulgar y alentar las luchas de los pueblos latinoamericanos, caribeños y del resto del mundo.
La causa de Puerto Rico –”sigue luchando por dar el primer paso, el más difícil quizás”–, las luchas de los pueblos de Guatemala, Venezuela, Colombia, Paraguay, Chile, República Dominicana, Nicaragua, Argentina y de los demás países latinoamericanos –”ruidos precursores de una erupción que se avecina”– son todas alzadas por su verbo solidario, como las del Congo, Argelia, Angola y otros países africanos o la de Vietnam. No hay, en rigor, ninguna expresión de bregar popular y revolucionario que el Che no conozca a fondo y deje de mencionar y estimular con hermosas palabras.
En respuesta a las acusaciones que se hacen a Cuba de injerencia en los asuntos internos de otros países, rechaza tal infundio y a la vez proclama ante la Asamblea General de la ONU: “No podemos negar nuestra simpatía hacia los pueblos que luchan por su liberación y debemos cumplir con la obligación de nuestro gobierno y nuestro pueblo de expresar contundentemente al mundo, que apoyamos moralmente y nos solidarizamos con los pueblos que luchan en cualquier parte del mundo, por hacer realidad los derechos de soberanía plena proclamados en la Carta de las Naciones Unidas”.(39)
Y más, él piensa que una misión de Cuba –totalmente compatible con el derecho internacional– es trasladar por todos los medios de difusión a su alcance el ejemplo de otros pueblos en lucha. En tal sentido, coloca a Vietnam en la primera de las prioridades, dada la heroica guerra que en esos momentos desarrolla contra la agresión de Estados Unidos: “Nuestra misión aquí, en Cuba, es recoger ese ejemplo vivo (…) y además trasladar su ejemplo por todos los medios, a la América oprimida”. (40)
Tales ideas se relacionan con su insistente reclamo de trabajar en el ámbito ideológico y político por persuadir a los pueblos de la vía acertada para su liberación y en ayudarlos a entender con hechos e ideas, la posibilidad real de iniciar el camino del desarrollo independiente y socialista.
Imperialismo, internacionalismo y liberación
Para Che, la tendencia a desaparecer del imperialismo no significa un curso histórico lineal, pues este sistema encierra energías renovadoras y de sobrevivencia, tiene capacidad de golpear y contragolpear, e incluso, de consolidar posiciones y pasar a la ofensiva temporal. El mundo de hoy “está profunda y antagónicamente dividido en agrupaciones de naciones que representan tendencias económicas sociales y políticas muy disímiles”. En su análisis de las contradicciones de nuestra época, luego de subrayar la fundamental –”la que existe entre los países socialistas y los países capitalistas desarrollados” – precisa: “Con ser aquella la más importante contradicción no es, sin embargo, la única”. Y subraya las que existen entre los países capitalistas desarrollados y los pueblos subdesarrollados del mundo, que “tienen también una importancia fundamental”.(41)
Con sus ideas acerca del fenómeno del subdesarrollo y la dependencia, formuladas a partir de la teoría del imperialismo, no sólo se coloca en el territorio del conocimiento científico social más avanzado de su tiempo. Realiza aportes al pensamiento revolucionario, que contribuyen a la fundamentación de las vías para enfrentar al imperialismo a escala internacional y a las soluciones nacionales para lograr la liberación.
Su concepto del subdesarrollo –”desarrollo distorsionado”(42)– explica ese fenómeno como una deformación del capitalismo, una modalidad intrínseca a ese sistema mundial que abarca a la mayoría de los países del mundo.
Ante esa realidad, proclama en la Unctad la única solución posible: “la supresión absoluta de la explotación de los países dependientes por parte de los países capitalistas desarrollados, con todas las consecuencias implícitas en este hecho”.(43)
Y en su mensaje a los pueblos a través de la Revista Tricontinental, lo reitera con más énfasis: al imperialismo hay que batirlo y destruirlo en una gran confrontación mundial. Lucha diversa y compleja, donde la participación que corresponde a los pueblos sojuzgados “es de eliminar las bases de sustentación del imperialismo” y el elemento esencial de esa finalidad estratégica, es la liberación real de los pueblos.(44)
Promueve la acción unida y solidaria de los países subdesarrollados, con el apoyo de las naciones socialistas, para imponer al imperialismo un nuevo tipo de relaciones económicas. Formula un nuevo concepto: la equidad, derivado de sus estudios sobre el funcionamiento peculiar de la Ley del valor a escala internacional. Lo define como “la desigualdad necesaria para que los pueblos explotados alcancen un nivel de vida aceptable”.(45)
Parte del criterio solidario de que la liberación de un país cualquiera “es una derrota del sistema imperialista mundial” y afirma: “el desgajamiento no sucede por el mero hecho de proclamarse una independencia o lograrse una victoria por las armas de una revolución, sucede cuando el dominio económico imperialista cesa de ejercerse sobre el pueblo”.
En consecuencia, agrega, a los países socialistas les interesa que se produzcan estos desgajamientos “y es nuestro deber internacional, el deber fijado por la ideología que nos dirige, el contribuir con nuestros esfuerzos a que la liberación se haga lo más rápida y profundamente que sea posible”.(46)
A partir de esa certeza, fundada en su criterio de que el internacionalismo es un deber y una necesidad, y del imperativo de aplicar el concepto de equidad en las relaciones de los países socialistas con los subdesarrollados que alcancen su liberación política, concluye: “el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación, debe costar a los países socialistas”.(47)
Junto al reclamo de que se generalice tal conducta entre los países socialistas más desarrollados, exige a los gobiernos de los países subdesarrollados aludidos, posiciones firmes y dignas frente al imperialismo y acciones transformadoras en sus países en favor del pueblo.
La causa de la liberación de nuestro continente y la suerte de Vietnam –con todo el significado que después la historia demostrara– convocan la epopeya internacionalista de Che iniciada en Bolivia. Por encima de la derrota en este país, el núcleo fecundo de su decisión histórica pervive: De ello es prueba el afán emancipador e integracionista crecientes en nuestros pueblos, incluida la Bolivia de la “era Evo”, marcada por la irrupción del pueblo profundo que hace muchos años descubriera al Che.
El proyecto revolucionario continental que él decide iniciar en Bolivia, tiene su matriz estratégica propia y también posee la marca de la coyuntura: entonces era necesario y urgente dar un fuerte impulso a la lucha armada en la región y demostrar en grande la viabilidad de otras revoluciones.
Patriotismo e internacionalismo
¿Cómo concibe Che la lucha continental?
El tema de la correlación entre lo nacional y lo continental y el factor tiempo en la lucha revolucionaria latinoamericana, lo define con precisión: “Habíamos predicho que la guerra sería continental. Esto significa también que será prolongada”. (48)
En consecuencia, de ningún modo “podemos decir cuándo alcanzará estas características continentales, ni cuánto tiempo durará la lucha”.(49) Así pues, el sentido regional de la lucha revolucionaria no significa esperar a que ésta comience en todos los países, ni se desarrolle por igual en ellos: debe iniciarse “cuando las condiciones estén dadas, independientemente de la situación de otros países”. (50)
A partir del criterio de que Estados Unidos va a intervenir en un momento del desarrollo de la revolución –por razones conocidas– sostiene: “Dado este panorama americano, se hace difícil que la victoria se logre y consolide en un país aislado.” (51)
Por ende, el patriotismo no es sólo el amor a la tierra patria y a sus símbolos. Ser patriota verdadero es estar dispuesto a morir por la causa mayor de la humanidad y en cualquier suelo del mundo. Y cuando ello ocurre, se es entonces patriota de ese pueblo.
Desde las selvas bolivianas, en uno de los comunicados públicos que él escribe en nombre del Ejército de Liberación Nacional, termina diciendo: “todo hombre que luche con las armas en la mano por la libertad de nuestra Patria merece, y recibe, el honroso título de boliviano, independientemente del lugar donde haya nacido. Así interpretamos el auténtico internacionalismo revolucionario”. (52)
Esta especie de autodefinición, resume cuanto pueda decirse del patriotismo y el internacionalismo en el Che: “he nacido en la Argentina. Soy cubano y también argentino… Me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica como el que más”. (53)
Él quiere desde Bolivia contribuir a desarrollar un proyecto de lucha continental, en el que se fundan los valores patrios y latinoamericanistas, en el crisol del internacionalismo más puro. Lo anima el sentimiento de cumplir con uno de sus sueños de siempre: desde Bolivia, trasladarse a luchar a su propio suelo natal, a la patria chica. Pues si en su visión solidaria se opone a toda manifestación de nacionalismo estrecho, ama a la patria de origen y no deja de sentirse nunca argentino.
Internacionalismo, socialismo y el hombre nuevo
Además de ser un compromiso ético insoslayable y una necesidad práctica para enfrentar y derrotar al imperialismo, la solidaridad entre los pueblos es necesaria para la formación de los nuevos valores humanos.
En ello seguro piensa el Che, al recomendarle a sus hijos cuando finaliza la carta que escribe antes de partir a Bolivia: “Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”.
Sin internacionalismo no hay socialismo. Y no sólo por su decisiva importancia material: “No puede haber socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad”.(54)
Esta advertencia suya, es reiterada en El Socialismo y el Hombre en Cuba: si se olvida el internacionalismo, la Revolución deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra.
Para evitar tal acomodamiento voraz y lograr que el internacionalismo resulte un valor primordial en la formación del hombre nuevo, expresa en su excepcional carta–ensayo–manifiesto al uruguayo Carlos Quijano: “Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente, se transforme en hechos concretos”.
Che en nuestra América hoy
Los escenarios de la América Latina y el Caribe se han modificado en los primeros años del presente siglo, al surgir varios procesos signados por el ascenso de gobiernos donde predominan partidos de izquierda y centroizquierda. A ello contribuye mucho el legado de luchas de los pueblos del continente, y la solidaridad hacia ellos durante décadas de la Revolución Cubana y su papel de paradigma. En esta nueva realidad, el Che es enarbolado con singular vigencia y crece su influjo en las nuevas generaciones.
La creciente ola arranca en 1999 con la Revolución Bolivariana, siendo decisivo el papel de su líder Hugo Chávez, quien le imprime un empuje inédito a la concertación y a la unión de nuestros países. Desde muy joven siendo cadete, Chávez encontró al Che y lo sumo a sus fantasmas dilectos en el panteón bolivariano. A partir del año 2003, el proceso emancipador liderado por el barinés es favorecido por el ascenso de gobiernos asociados a partidos de izquierda y centroizquierda en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Paraguay y El Salvador, además de configurarse un cuadro más progresista en el Caribe.
El papel de Cuba resultó cardinal en el desarrollo acelerado de esa nueva situación política regional, de enormes potencialidades y también con grandes dificultades y riesgos. La proeza histórica de Cuba durante más de cincuenta y cinco años, se ha sustentado en dos vertientes: Una tenaz y creativa resistencia frente al imperio y la incesante promoción, apoyo y estímulo, de maneras diversas e imaginativas, a todo tipo de luchas y cambios favorables a los pueblos. Tal protagonismo de Cuba en la América Latina y el Caribe, bajo la guía tenaz de Fidel y a lo que tanto aportara Che en vida y después siguió haciéndolo desde su ejemplo, ha sido decisivo en el origen de las actuales circunstancias. En lo adelante no puede ser menor ni menos eficaz.
La Revolución cubana –el Partido Comunista, el Estado, la sociedad civil…– tiene la responsabilidad histórica de ser un aliado fundamental de las fuerzas políticas y sociales empeñadas en acelerar y radicalizar los avances, y concertar posiciones para contrarrestar las acometidas y nuevos planes del imperio y las fuerzas conservadoras.
Continuar esa política, como ha venido haciéndolo el PCC con el liderazgo de Raúl, de vocación bolivariana, martiana y fidelista, de la que el Che es también artífice y símbolo, resulta además indispensable para nuestra seguridad nacional e influirá mucho en el curso socialista de Cuba.
Los hechos contradicen la idea de que el neoliberalismo haya sido derrotado en la América Latina; pasó a la defensiva, se enmascaró, atenuó sus nefastas secuelas, mas sigue siendo preponderante en muchas partes. Y ese adversario no se puede ocultar, ni torearlo sin fin, ni tampoco intentar cogerlo por los cuernos a ultranza: Es necesario conocer sus debilidades, no temerle a sus fortalezas y derrotarlo en buena lid, con la única estrategia que puede socavarlo: acumular fuerzas para alcanzar el poder revolucionario del pueblo, con fines anticapitalistas y de orientación socialista. Y atreverse a hacerlo, aunque las mediaciones políticas obliguen a tenaces, variadas y eficaces luchas, con la paciencia impaciente de los vencedores que mueven la historia. Otra vez el Che está ahí, delante.
Hacerse ilusiones sobre la inminencia de una catástrofe en Estados Unidos o del capitalismo mundial, es erróneo y riesgoso. Incluso en el área económica, muchos especialistas coinciden -aunque ahora se vaticina otra gran crisis cíclica como la de 2007-, en que los Estados Unidos pueden mantener su supremacía, en fase de declive, durante algunas décadas. Así ocurre también en la América Latina.
Es menester evitar una lectura equivocada sobre los retrocesos del poder hegemónico del imperio, que en parte han empezado a ocurrir. Resulta fundamental conocer cómo funciona integralmente el sistema capitalista mundial y, en particular, sus modos de reproducirse en nuestra América y en cada país. Es muy importante determinar, por ejemplo, que aunque el peso económico relativo de Estados Unidos tiende a disminuir en dimensiones fundamentales –v. g. en el comercio y las inversiones-, su influencia en la totalidad del sistema ideológico, político, militar, diplomático y cultural, sigue siendo abrumadora. Y los hechos recientes vienen demostrando que los errores y debilidades de los procesos revolucionarios y progresistas de los últimos años en la región, se pagan caro frente a ese poderío multifacético y rapaz siempre en acción.
Debe recordarse que durante el predominio absoluto del neoliberalismo y el mundo unipolar, las palabras “socialismo” e “imperialismo” desaparecieron del lenguaje de casi todos los partidos y dirigentes de la izquierda, más aún de centroizquierda. Hugo Chávez, entre otros méritos, tiene el haber definido entre enero de 2004 y principios de 2005 el curso antimperialista y socialista de la Revolución Bolivariana. Por sus propios medios y en otras circunstancias, llega a la encrucijada que el Che identificara 40 años antes -revolución socialista o caricatura de revolución- y decide avanzar hacia el socialismo bolivariano, cristiano, marxista, guevariano… inventándolo para Venezuela.
A partir de ahí y de las nuevas realidades que desatan los procesos de Bolivia y Ecuador, y del debate en ese contexto sobre el socialismo del siglo XXI –también promovido por Chávez– ha comenzado a replantearse en América Latina el tema del socialismo, aunque todavía en un grupo minoritario de partidos y dirigentes. Y en esa búsqueda, delante, está el Che.
Como tantas veces él expresara, los éxitos del socialismo en Cuba cada vez más van a estar relacionados con el avance de las ideas y de las posiciones anticapitalistas en la izquierda, de orientación socialista. Y ese es nuestro primer deber internacionalista: crear en Cuba el socialismo auténtico –y por ende atractivo para los pueblos- que él imaginara y comenzara a demostrar con hechos sustantivos su viabilidad.
Tamaña proeza, inmensa como su figura histórica: probar con resultados convincentes que el socialismo es en verdad superior al capitalismo en todas las dimensiones de la existencia humana. ¿Será por eso que seguimos necesitando tanto al Che al celebrar su cumpleaños noventa?
Notas:
(1) El primer y casi excepcional autor extranjero en adoptar tal enfoque correcto es Michael Löwy, en su obra El Pensamiento del Che Guevara. Siglo XXI Editores, Argentina, 1974.
(2) Ernesto Che Guevara: Principios generales de la lucha guerrillera. En: Escritos y Discursos. Tomo I, p 31. Ed de Ciencias Sociales, La Habana, 1985.
(3) La influencia de la Revolución Cubana en la América Latina. Ob. Cit. T IX, pp. 201–201.
(4) Esencia de la lucha guerrillera. Ob. cit, t I p. 33.
(5) Se puede encontrar en Ernesto Che Guevara, Escritos y discursos: Esencia de la lucha guerrillera, t I p37; ¿Qué es un guerrillero?, t I pp. 179–180; Guerra de guerrillas, un método, t I p. 205; Cuba ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo, t IX, p. 30; Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana, t IX, p. 237.
(6) Esencia de la lucha guerrillera, Ob. cit., t. I, p. 37.
(7) Guerra de guerrillas: un método. Ob. cit, t. I, p. 205.
(8) Idem, p. 195.
(9) Idem.
(10) Idem.
(11) Idem. El Che cita aquí una frase del discurso pronunciado por Fidel el 26 de Julio de 1963.
(12) Idem p. 208.
(13) Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo? Ob. cit. T IX, p. 33.
(14) Idem, p. 30.
(15) “Naturalmente, cuando se habla de las condiciones para la revolución, no se puede pensar que todas ellas se vayan a crear por el impulso dado a las mismas por el foco guerrillero”. OB. cit., t. I, p 32.
(16) Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo? Ob. cit., t. X, p. 33.
(17) Idem, pp. 33–34.
(18) Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana. OB. cit., t. IX., p 229.
(19) Guerra de guerrillas: un método. Ob. cit., t. I, p. 189
(20) Táctica y estrategia de la revolución Latinoamericana. Ob. cit. T IX, p. 237.
(21) Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo? Ob. cit., t. IX, p 37
(22) Ídem, p. 31.
(23) La influencia de la Revolución Cubana en la América Latina. Ob. cit, t. IX, p 209.
(24) Discurso en la inauguración del Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. Ob. cit., t. IX, p. 17.
(25) Discurso en la quinta sesión plenaria del Consejo Interamericano Económico y Social, en Punta del Este, Uruguay. Ob. cit., t IX, p. 66.
(26) Idem, p. 66.
(27) Conferencia en el programa televisado Face de Nation. Ob. cit. T IX, p. 325.
(28) Ob. cit, t. IV, p. 20.
(29) Ídem p. 86
(30) Ídem p. 159
(31) ídem, t. IX, p. 214
(32) Ob. cit. t VIII, p. 271.
(33) Ídem, p. 67.
(34) Ídem, p. 13.
(35) Ob. cit., t IX, p. 374.
(36) Ídem, t VI, p. 8.
(37) Ídem.
(38) Ob. Cit, t VII, p. 12.
(39) 39 Ob. cit. t. IX, p. 302.
(40) Ídem, p. 247.
(41) Ídem, p. 254.
(42) Eugenio Espinosa. El pensamiento de Ernesto Guevara sobre la economía mundial, en Pensar al Che, t II, La Habana, Editorial José Martí, 1988.
(43) Ernesto Che Guevara. Ob. cit., t IX, p. 256.
(44) Ídem, p. 367.
(45) Ídem, p. 273.
(46) Ídem, p. 343.
(47) Ídem.
(48) Ob. cit., t I, p. 206.
(49) Ídem, p. 201.
(50) Ídem, p. 202.
(51) Ídem, p. 201.
(52) Ob cit., t III, p. 220.
(53) Ob. cit., t IX, p. 309.
(54) Ob cit., t IX, p. 343.