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Europa: paisaje de la batalla

Domingo 8 de diciembre de 2013 por CEPRID

Jesús Sánchez Rodríguez

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Desde el inicio de la crisis económica en 2008 y, especialmente, desde la traslación de su epicentro a Europa, el viejo continente ha visto como tres oleadas de convulsiones paralelas han hecho temblar la construcción de la Unión Europea y a los distintos Estados que la forman. La primera oleada es la económica, con una primera etapa de estímulos hasta mayo de 2011, a partir de ese momento Alemania impone el cambio a las políticas de austeridad en su beneficio y el de las grandes corporaciones y grupos financieros europeos. Esta oleada llevó aparejada diferentes rescates financieros a la banca y otros sectores en graves apuros, rescates económicos a los países de la periferia y duras medidas de recortes en derechos sociales y laborales que han golpeado a las clases trabajadoras de todo el continente con diferente intensidad. El resultado es una Europa dividida por los efectos de la crisis, donde geográficamente la zona norte es menos impactada, y la zona sur sufre con intensidad las consecuencias de la crisis. Globalmente, Europa se mantiene en recesión estos años, sin conseguir superar los efectos de la crisis económica.

La segunda oleada es la social y surge como respuesta a los efectos de la oleada económica, se traduce en el crecimiento de un gran malestar social entre los sectores populares que da lugar a fuertes movilizaciones sociales y laborales, incluyendo diferentes huelgas generales en los países de la periferia de la Unión Europea. Las movilizaciones son de carácter defensivo y tienen lugar, generalmente, como respuestas puntuales a cada una de las decisiones gubernamentales de recortes de derechos sociales y laborales. Tampoco tienen una coordinación continental y la mayoría de las veces ni siquiera estatal. El resultado es que las intensas movilizaciones, con carácter defensivo y escasa coordinación, no consiguen modificar las medidas de recortes de los diferentes gobiernos.

La tercera oleada es la política, se traduce especialmente en una crisis política en los diferentes Estados, con inestabilidad de los gobiernos, que son reemplazados uno tras otro cada vez que se celebran elecciones. La intensidad de la inestabilidad política es paralela a la económica y social. Encontrándose en un extremo Grecia, con fuertes convulsiones, y en el otro Alemania, donde la victoria reciente de Merkel sitúan a este país al margen de la inestabilidad política. Pero este tipo de inestabilidad también se traslada a las instituciones europeas que empiezan a ser vistas por una mayoría de los ciudadanos más como parte del problema que como la solución. El resultado político de los diferentes cambios de equipos gubernamentales es la tendencia predominante al dominio de los gobiernos conservadores, y al basculamiento de la socialdemocracia hacia la derecha asumiendo las soluciones neoliberales de los primeros. Otro resultado preocupante es el ascenso electoral de las formaciones de extrema derecha en la mayoría de Europa.

Sin embargo, dentro de este entorno general de dominio de las soluciones y valores conservadores han existido algunos momentos clave donde se generaron situaciones que pudieron haber producido un cambio de profundidad en la correlación de fuerzas y en la lucha social que se desarrollaba en el viejo continente pero que terminaron, finalmente, frustrándose. Nos vamos a referir a varios de los más importantes, sin seguir un orden cronológico.

Una herramienta democrática para frenar los planes de recortes

La primera situación representa el único tímido intento socialdemócrata en Europa de oponerse a los paquetes de medidas de recortes, en este caso contra las clases populares griegas con ocasión del primer rescate. Abrumado por los recortes que se imponían desde Bruselas y que iban en contra del programa con el cual el PASOK ganó las elecciones y presionado por la rebelión permanente que sacudía Grecia desde hacía tres años, el primer ministro Papandreu propuso la convocatoria de un referéndum en el otoño de 2011 para someterlos a la decisión de los ciudadanos. El reto alarmó al establishment europeo por un doble motivo. En primer lugar porque el simple hecho de celebrarse la consulta supondría que las decisiones de la tecnocracia comunitaria, al servicio de los intereses de la gran burguesía europea, serían objeto de una decisión democrática por quienes van a sufrir sus consecuencias. Este elemento democrático invalidaría el poder inmenso de la tecnocracia al quedar sometidos a la decisión popular sus planes para aplicar el programa de reformas antipopulares y a favor de los intereses corporativos y financieros. En segundo motivo es que seguramente la decisión hubiese sido un voto negativo del pueblo griego, lo que hubiese supuesto tener que negociar otras condiciones para el rescate que no hiciesen recaer el sacrificio sobre los sectores populares u obligar a Grecia a salirse del euro. En el primer caso supondría una victoria estratégica para las clases populares europeas frente al poder de la tecnocracia, al tener aquellas un ejemplo a seguir. En el segundo caso, Europa entraría en una grave situación de turbulencia debido al crecimiento de las tendencias a la desintegración de la zona euro.

Por lo tanto, todos los poderes comunitarios se lanzaron contra la consulta de Papandreu sometiéndole al chantaje de desbloquear 8.000 millones comprometidos y que Grecia necesitaba imperiosamente solamente si el referéndum era desconvocado. La socialdemocracia griega entró en pánico y el referéndum fue dejado de lado bajo la condición de que los conservadores apoyasen al gobierno del PASOK para hacer frente a la rebelión social. Toda la socialdemocracia europea ha asumido los planes neoliberales sobre la gestión de la crisis que imponen la gran burguesía y la decisión de Papandreu fue tacticista y no resistió la más mínima presión. Desde ese momento el PASOK se alineó con el resto de los partidos socialdemócratas y colaboró con los conservadores griegos formando en estos momentos un gobierno de coalición con ellos.

Un simple comportamiento democrático como era dar la palabra al pueblo para que decidiese sobre su destino se podía haber transformado en una herramienta formidable contra la tecnocracia y los planes antipopulares de la gran burguesía europea. Pero solo un auténtico gobierno de izquierdas podría haber llevado hasta el final el reto al establishment.

Un ejemplo de lucha sindical

La segunda situación vino planteada por la potente resistencia ofrecida por los sindicatos franceses en el otoño de 2010 a los planes de recortes de los derechos de jubilación por parte del gobierno de Sarkozy. En comparación con otros paquetes de medidas antipopulares como los que han tenido lugar en Grecia, Portugal o España, los recortes en pensiones en Francia era una agresión menor, pero los sindicatos franceses son los mejor organizados y más combativos de Europa y decidieron lanzar una formidable ofensiva contra la medida gubernamental. Lo que se encontraba en juego en esa ocasión era la capacidad del movimiento sindical para oponerse a los planes antipopulares de la gran burguesía europea para gestionar la crisis y el terreno elegido fue donde los sindicatos europeos tenían más fuerza y decisión de luchar, Francia.

El menor impacto de la crisis económica en Francia respecto a otros países europeos había supuesto que las medidas de ajuste aplicadas fuesen de menor intensidad. El cierre de empresas había dado lugar a conflictos puntuales y el primer acto de las movilizaciones se produjo en enero de 2009 en Guadalupe, con una huelga general contra la carestía de la vida. Pocos días después tendría lugar la primera huelga general francesa, acompañada de manifestaciones, que abrirá un ciclo de movilizaciones que iría creciendo hasta alcanzar su clímax en octubre de 2010. Aunque en marzo tuvo lugar la segunda huelga de 2009, a partir de ese momento las movilizaciones decaen durante más de un año. Sin embargo en la primavera de 2010, el proyecto de reforma de las pensiones del gobierno Sarkozy reactivó las movilizaciones con una intensidad que superaría durante algunos meses a la de los sindicatos griegos.

En mayo de 2010 arrancó un ciclo de intensas movilizaciones sindicales con tres características principales, las huelgas generales eran acompañadas con numerosas manifestaciones por todo el país, en realidad el seguimiento de las huelgas no fue muy intenso más allá de los transportes y algunos servicios públicos, pero los sindicatos consiguieron sostener en esos meses unas fuertes movilizaciones en las calles en torno a los tres millones y medio de manifestantes; en segundo lugar los sindicatos consiguieron mantener un elevado apoyo de la opinión pública, a pesar de las incomodidades que las manifestaciones y las huelgas producían, especialmente cuando, en la fase final, intentaron bloquear el país cortando el suministro de combustible; y, finalmente, mantuvieron la unidad sindical, consiguieron el apoyo de toda la izquierda y sumaron al movimiento estudiantil en la misma lucha. Todo un ejemplo de estrategia que, junto a su tradición de luchas, compensó con creces su debilidad de afiliación.

En mayo y junio se produjeron dos huelgas generales, y tras el paréntesis del verano, los sindicatos echaron todo el peso entre septiembre y noviembre, antes de que el proyecto de pensiones de Sarkozy se convirtiese en una ley aprobada por el Parlamento. En octubre se realizaron siete huelgas generales, algo insólito en las últimas décadas en Europa. En sectores importantes, sobretodo el relacionado con los combustibles se dio un salto cualitativo con el sistema de huelgas renovables - es decir, que cada 24 horas se decidía su continuación - y el bloqueo de los depósitos de combustibles con el objeto de paralizar el país. Prácticamente se alcanzó el límite donde pueden llegar las movilizaciones obreras dentro de la legalidad burguesa sin entrar en una fase insurreccional. Las comparaciones con el mayo del 68 se hicieron inevitables en ese intenso mes de octubre, porque alcanzados esos niveles de movilización la situación empezó a ser en cierto modo incontrolable y cualquier acontecimiento imprevisto podía romper la estrategia de apuesta elevada pero controlada de ambas partes. Pero el tiempo jugaba en contra de los sindicatos como bien sabían éstos y el propio Sarkozy. La conversión en ley del proyecto por el Parlamento suponía una barrera que los sindicatos no iban a traspasar. Por ello forzaron las movilizaciones en octubre al máximo, y por eso mismo el gobierno conservador aguantó ese mes absolutamente inflexible. La ley de pensiones fue votada por el Parlamento a finales de octubre y ratificada a primeros de noviembre. Las movilizaciones cesaron súbitamente y los sindicatos fueron derrotados en una de las batallas más importante en Europa a causa de las consecuencias de la crisis.

La derrota no fue total para los sindicatos en Francia, porque desgastaron al gobierno conservador y Sarkozy perdió las siguientes elecciones presidenciales a favor del socialista Hollande que, como el resto de la socialdemocracia europea, se terminó también amoldando a los planes neoliberales de Bruselas. Pero también fue otra oportunidad perdida para frenar esos planes, una victoria total de los sindicatos franceses consiguiendo la retirada de la ley de pensiones hubiese sido un claro ejemplo a seguir por el resto del movimiento sindical europeo.

La ola de indignación contra los planes de recortes sociales

Un tercer momento clave se produjo con la eclosión del movimiento de los indignados en España en la primavera de 2011. Este movimiento tuvo resonancias mundiales provocando la aparición de otros similares a lo largo de todo el planeta y fecundó las protestas que se desarrollarían en España a partir de ese momento. Suponía la entrada en escena de las clases populares en acciones espontáneas de protestas ante la actitud tibia y contradictoria contra el desmantelamiento del Estado de Bienestar de los sindicatos mayoritarios en España. Éstos habían convocado una huelga general contra el gobierno de Zapatero por la reforma laboral, pero luego pactaron con dicho gobierno el aumento de la edad de jubilación a los 67 años, en claro contraste con la actitud de los sindicatos franceses por los mismos motivos.

La influencia de este movimiento se hizo sentir claramente en la ola de protestas con que los sectores populares contestaron las medidas de recortes del siguiente gobierno del PP. Su eclosión apareció como la esperanza en la capacidad de las clases populares en enfrentarse y resistir los planes de la gran burguesía europea para desmantelar los derechos históricos conseguidos a través de décadas de luchas. Representaba la ilusión en el dinamismo de las clases populares en reaccionar cuando la socialdemocracia traicionaba sus intereses, los sindicatos mayoritarios se mostraban tibios y la izquierda política se encontraba en posiciones minoritarias. Pero, con todo el impulso que supuso su aparición, también mostró en su mismo nacimiento sus límites. Su aparición en España fue seguida inmediatamente por la celebración de elecciones municipales y regionales que mostraron el vuelco electoral hacia la derecha. Aún podría argumentarse en esos momentos que el movimiento de los indignados no había llegado a tiempo para influir en el comportamiento electoral, lo cual requeriría algo más de tiempo. Seis meses más tarde se celebraron elecciones nacionales en España y de nuevo el electorado confirmó el vuelco a la derecha con una victoria por mayoría absoluta del PP.

Las formas de las protestas que se levantaron contra la política del PP estaban claramente influenciadas por el movimiento de los indignados, pero no conseguían un crecimiento de importancia del apoyo a la izquierda política, más bien respondía al sentimiento de desapego de las clases populares con los partidos políticos clásicos por el desprestigio que habían alcanzado con la crisis y sus consecuencias. Un ejemplo claro de esta situación lo representa el Movimiento 5 Estrellas italiano que, con su línea de rechazo a la vieja política, arrastró a un tercio del electorado en las últimas legislativas para luego, desde una posición simplista y negativa, propiciar un gobierno de coalición entre los progresistas y Berlusconi, mostrando así su impotencia y cayendo este Movimiento en el mismo desprestigio.

Syriza: la esperanza de la izquierda europea

El último momento en el cual apareció una coyuntura capaz de provocar una inflexión en las posiciones defensivas de las clases populares europeas se situó en la primavera de 2012 con dos procesos electorales en Grecia y Francia donde las fuerzas de la izquierda partían con importantes expectativas de victoria, capaces de formar gobierno en el primer caso y de condicionarle en el segundo, las dos fuerzas políticas en disposición de dar un giro a la correlación de fuerzas en Europa eran Syriza y el Frente de Izquierdas francés. No se trataba de un sueño de izquierdas sin fundamento. El Frente de Izquierdas había demostrado una enorme capacidad de movilización durante la campaña presidencial. Su líder, Mélenchon, llenaba sus mítines con una asistencia que hacía palidecer de envidia al resto de las formaciones políticas francesas. El mitin de la Bastilla permitió albergar esperanzas de una fuerte representación que condicionase la política del PS. La esperanza en Syriza era aún mayor. En la primera vuelta de las elecciones griegas, el 17 de mayo, tuvo un ascenso espectacular, pasando del 5% obtenido en 2009 al 17%. En la segunda vuelta, un mes más tarde, el porcentaje ascendió al 27%, pero las fuerzas reaccionarias griegas e internacionales tomaron claramente conciencia del peligro y pusieron en marcha la contraofensiva: reagrupamiento de la derecha, campaña propagandística del miedo, amenazas veladas y abiertas. Lo propio en este tipo de coyunturas históricas, nada de que asombrarse En ambos casos se trataba de procesos de reagrupamiento de la izquierda favorecidos por las intensas movilizaciones sociales que habían conocido ambos países, aunque en ambos casos también los sectores más dogmáticos, el KKE griego y el NPA francés, siguieron al margen de tal reagrupamiento. Este hecho demostraba que las movilizaciones habían dado sus frutos políticos y que, a su vez, eran una condición fundamental para el reagrupamiento y crecimiento de la izquierda. En el caso concreto de Syriza se había conformado como una coalición de distintos partidos de izquierda al calor de la rebelión social que recorría Grecia durante varios años, y tras la traición del PASOK a su programa y a los intereses populares echándose en brazos de la derecha y apoyando los planes de recortes y sacrificios impuestos desde Bruselas a cambios de los rescates. También representaba el fin del aislamiento y la incomprensión entre diversos partidos que, bajo la presión de la rebelión social en curso, ofrecían con su unidad una alternativa política a las clases sociales en oposición al frente de derechas formado por los socialdemócratas y conservadores. Por primera vez durante la crisis económica que recorría Europa la izquierda aparecía como alternativa real de gobierno.

Sin embargo la expectativa de que los resultados de ambos procesos electorales produjesen un punto de inflexión en el curso de los acontecimientos en Europa también se frustró en esta ocasión. En Francia, por la holgada victoria presidencial y parlamentaria de la socialdemocracia y los resultados inferiores a los esperados del Frente de Izquierdas. En Grecia por la victoria final de la coalición favorable a Bruselas entre conservadores y socialdemócratas, pese al mencionado ascenso espectacular de Syriza. Ni la catarata de huelgas y movilizaciones en Grecia, ni el formidable desafío sindical y los gigantescos mítines electorales del Frente de Izquierdas en Francia fueron capaces de producir un vuelco electoral suficiente para que la izquierda política se transformase en un actor de primera fila en el escenario europeo para romper la correlación de fuerzas favorables a la gran burguesía europea.

Si hubiese que condensar el balance global, desde la perspectiva de la izquierda y de las clases populares, de la situación en Europa tras estos cinco años de crisis, recortes y movilizaciones, éste se podría resumir en empobrecimiento de los sectores populares y desmantelamiento del Estado de Bienestar; incapacidad de las movilizaciones para alcanzar sus objetivos; y continuación del dominio político, de los valores y los partidos de la derecha, impidiendo así a la izquierda el acceso a posiciones de poder desde las que defender los intereses de las clases populares.

Sin embargo, no se puede finalizar sin resaltar que las movilizaciones sociales son la condición necesaria para obstaculizar y frenar los planes de la gran burguesía europea; para posibilitar el avance las formaciones políticas de izquierda y sus programas representativos de los intereses de los sectores populares; y para posibilitar que se den nuevas situaciones como las cuatro evocadas en este artículo con potencial para producir un cambio en la actual correlación de fuerzas. Ni la crisis, ni la batalla social en Europa han finalizado.

Jesús Sánchez Rodríguez es doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog:http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección:http://www.scribd.com/sanchezroje


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