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Debate en la izquierda.- Alemania: La crítica de Rosa Luxemburgo a la participación de la izquierda en gobiernos burgueses

Lunes 31 de diciembre de 2012 por CEPRID

MICHAEL BRIE

CEPRID

La participación de la izquierda en gobiernos que están dominados por otras fuerzas siempre ha generado debate. Normalmente se habla de cinco objeciones contra la participación gubernamental de la izquierda: (1) El capitalismo no puede ser cambiando en su esencia; (2) sólo una revolución puede resolver los problemas básicos; (3) el Estado es el único instrumento político de control de la clase económica dominante; (4) la participación gubernamental necesariamente debilita a la izquierda y (5) entrando en gobiernos de derechas, la izquierda permite la continuación de políticas de derechas.

Primera objeción: El capitalismo no puede ser cambiado en su esencia

La primera objeción contra la participación de la izquierda en gobiernos es que hasta ahora no ha resultado en una transición progresiva del capitalismo. Sin embargo, esto también es aplicable a todas las otras formas políticas de izquierda, incluso de las políticas de gobiernos controlados por partidos socialistas o comunistas- por lo menos si se asume, como hace el autor, que los acontecimientos que ocurrieron posteriormente a la Revolución de octubre no estaban en posición de traer un orden socialista que hiciera justicia, de forma aproximada, con los ideales democrático-emancipativos que guardarían y extenderían los logros de las sociedades burguesas y que producirían una nueva forma de desarrollo más avanzada y desarrollada que el capitalismo.

La confrontación clásica al reformismo se origina en el debate con Bernstein sobre su serie de artículos “Problemas del socialismo” (1896-1898) y su escrito “Los prerrequisitos del socialismo y las tareas de la socialdemocracia” (1899). La respuesta de Rosa Luxemburgo fue “Reforma o Revolución” que fue publicada por primera vez en el Leipziger Volkszeitung y que se convirtió en la eminente respuesta Marxista. Al mismo tiempo, también se revelaron los problemas básicos del Marxismo ortodoxo. Bernstein había visto la imposición de reformas sociales por parte de los fuertes sindicatos y reconocía la democratización política como condición para el cambio en la sociedad que al final conduciría a un punto más allá del capitalismo. Rosa Luxemburgo llamó la atención sobre el hecho de que los sindicatos no podían hacer nada para abolir la “ley de salarios” capitalista. Los sindicatos no podían, por lo tanto, derrocar el sistema de salarios. Sólo podían, en el mejor de los casos, contener la explotación capitalista dentro de unas barreras “normales”, pero de ningún modo abolir la explotación.

El modelo de sociedad capitalista detrás de tales posiciones asume que en esas economías y en las sociedades marcadas por dichas economías, sólo pueden ser influyentes tendencias capitalistas (si uno ignora el minúsculo sector no capitalista de la producción), con la excepción, naturalmente, del caso del movimiento obrero políticamente organizado que pone al conjunto del sistema en cuestión. La lucha sindical, según esas concepciones, lleva la ley de salarios a su plena implementación. Las regulaciones del Estado Social solamente garantizan la utilización ordenada del capital, el Estado no es nada más que el instrumento de poder de la clase capitalista; cualquier lucha por una mejora enfocada sólo en lo que se obtiene está, de hecho, ayudando a los dominadores.

Empezando por las medidas del Estado Social de finales del siglo XIX, hay acuerdos colectivos y regulaciones legales que han ido más allá de las soluciones elementales contra los problemas existentes. Las relaciones económicas empezaron a formarse bajo principios de justicia social, la reducción de la desigualdad social y el reforzamiento del poder de los asalariados dependientes. Los intereses sociales de reproducción a largo plazo fueron impuestos contra los intereses de la utilización del capital a corto plazo. A través de todos esos procesos, se han validado tendencias que están en contradicción con la “lógica del capital”. Déjenme llamar a esas tendencias de modo general “de lógica social”. Responden al interés general de la realización de derechos humanos, sociales, culturales y políticos.

La adopción de tales ideas implica que a través de luchas sociales y políticas, a través de compromisos forzosos e incluso de entendimientos temporales con los dominadores (debido a enormes catástrofes), pueden surgir también elementos, estructuras y tendencias dentro del viejo orden. Estos elementos no sólo aparecen como “movimientos políticos anti-sistema”. Es hora de romper finalmente con la contradicción existente entre el desdén, teóricamente guiado, hacia estos elementos y estructuras, y la defensa práctica y simultánea de los mismos.

Segunda objeción: Sólo una revolución puede solucionar los problemas básicos

Rosa Luxemburgo subrayó el contraste entre revolución y reforma de la siguiente manera: “Y el socialismo propiamente dicho, en suma, es el resultado de la conquista del poder político por el proletariado y de un cambio social completo. Para los otros, es el resultado de cambios imperceptibles en el seno de la empresa capitalista y los ministerios burgueses”.

Una estrategia de transformación tiene, en el pensamiento de la política de reformas socialista, elementos esenciales de una política activa que da forma a las sociedades contemporáneas y a la extensión de logros emancipatorios. Desde una visión revolucionaria, se adopta la idea de la inevitable ruptura con la dominación de la propiedad capitalista privada y de la revolución en las relaciones de poder vinculadas a dicha ruptura.

Desde ahora, según el Marxismo ortodoxo, las ideas sobre el capitalismo y las propias del capitalismo deben ser cambiadas, pero también lo deben ser las ideas sobre la transición de uno hacia el otro. La concepción Marxista de revolución junto con la concepción de los reformadores marxistas ha sido marcada por la idea-guía de la concentración y centralización. Desde el “Manifiesto Comunista”, “El Capital”, “Del socialismo utópico al socialismo científico”, “La mujer y el Socialismo” de Bebel, y las obras de Lenin “La catástrofe que nos amenaza” o “El Estado y la Revolución”, siempre se ha argumentado que una tendencia del capitalismo era la concentración de la producción hasta que la clase obrera se encontrara distribuida en unidades muy grandes. De este modo la gestión anarquizante de la economía que se produce por la propiedad privada, entra en una contradicción insalvable con las empresas de gestión social. La revolución socialista, en cuyo proceso todos los medios de producción estarían concentrados en una sola mano, sería sólo la concertación de esta tendencia a la centralización. En el caso ideal, el conjunto de la economía sería supuestamente regulada, como el servicio postal alemán, como una empresa o fábrica unificada (Lenin). La diferencia radicaba sólo en si esto iba a ocurrir a través de la revolución o de la reforma.

Ya es hora de reconvertir las mecánicas revolucionarias del Marxismo dogmático en la dinámica viva transformadora de un socialismo libertario que gane fuerza a partir de la liberación de la gente de las relaciones a las que ha sido sometida por su propio desarrollo. Esto, sin embargo, requiere una completa revisión de la filosofía Marxista ortodoxa de la historia, que ve en el capitalismo la más alta y aguda forma de explotación, aún superando a todas las formaciones pre-capitalistas en su alienación y crueldad. Como ya se ha desarrollado en otros textos, no obstante, las “grandes épocas de formación económica y social” (Marx) en su tendencia son pasos de liberación sucesivos – pese a que esta liberación fuera limitada a ciertos grupos sociales, incluso si esta liberación iba acompañada de una nueva explotación. La respectiva forma superior de producción de riqueza, donde ciertas sociedades se imponen sobre otras, produce, al mismo tiempo una mayor productividad y un desarrollo de la individualidad, aunque esta pueda ser distribuida de manera desigual desde un punto de vista social.

Basándonos en Marx, la formación y el criterio teórico del progreso se determina de la siguiente manera: las sociedades progresistas son aquellas que comparadas con otras permiten una mayor fuerza de productividad, llevando en ellas un nivel de libertad más alto del desarrollo individual junto con un nivel más alto de su transformación en desarrollo social o desarrollo productivo social.

Este progresismo depende, en primer lugar, de las relaciones de propiedad y poder que definen la distribución de funciones sociales de la producción de libertad humana. En segundo lugar, está condicionado por las formas de socialización que determina la forma de intercambio de la riqueza. La tercera condición es que, en cada caso, ni la socialización ni las estructuras de poder y propiedad socaven las “fuentes de toda la riqueza […]: el suelo y el trabajador”.

Tal concepción del potencial real del progreso histórico evidencia que el socialismo es parte integrante del proceso histórico de la lucha por la emancipación, que empezó en los siglos XV y XVI y tuvo importantes etapas en las grandes revoluciones burguesas y en los movimientos reformadores junto con las luchas del movimiento obrero, el movimiento feminista, la lucha contra la esclavitud, el movimiento anti-racista y los movimientos pacifistas y ecologistas. Es un proceso que se orienta positivamente hacia una creciente libertad e igualdad. Asume dimensiones socialistas, donde, por la consciente elaboración de la producción social y las condiciones reproductivas, desplaza la dominación del beneficio y la represión estatal y busca la eliminación de su control sobre la vida del pueblo. La política socialista busca forjar un proceso de transformación que se distinga tanto de la reforma tradicional como de los paradigmas revolucionarios ortodoxos.

La tercera objeción: El Estado es sólo un instrumento de la clase económicamente dominante

La tercera objeción contra la participación de partidos socialistas y comunistas en gobiernos fue formulada de la siguiente manera por Rosa Luxemburgo: “Mientras el parlamento sea un órgano de clase usado por la burguesía para sus luchas fraccionales, y por lo tanto, el terreno más apropiado para la resistencia sistemática de los socialistas contra el dominio de la burguesía, queda excluido para los representantes obreros el papel de participar en dichos gobiernos”. Ella ofrece la siguiente justificación para esto: “Cuando uno es llamado a aplicar el resultado de las luchas entre partidos que se dan en el parlamento y en el país, el poder central es, principalmente, un órgano de acción cuya capacidad de vida se basa en su homogeneidad interna”.

El gobierno de un Estado nacional para Luxemburgo representa una institución que es sólo la organización política de la economía capitalista y de aquellos en cuyas “acciones únicas” reina una “total armonía”. Ya que las funciones del gobierno están inseparablemente asociadas entre ellas, hay una “responsabilidad solidaria de sus miembros individuales”, y parece ser un “plan completamente utópico […] el pensar que una rama puede conducir a una política burguesa mientras otra lleva a cabo una política socialista, y el poder central podría, de este modo, ser conquistado por la clase obrera poco a poco o rama a rama”.

Las contradicciones internas de las economías con estructuras capitalistas encuentran sus formas políticas de movimiento en la estructura del Estado marcadamente capitalista. En contraste con Rosa Luxemburgo, Nicos Poulantzas declara que “dentro del Estado” las contradicciones entre las fracciones de las clases dominantes “asumen formas de contradicciones internas entre las diferentes ramas y aparatos”. A causa del funcionamiento del Estado en compromisos de clase para poder permitir la cohesión de una sociedad dividida en contradicciones de clase, la acción de su poder ejecutivo es también un campo de lucha social. No es por casualidad que en los gobiernos de centro-izquierda a menudo el ministro de finanzas y el responsable del Banco Central estén dirigidos por gente que forman parte de la élite del bloque neoliberal, mientras que en otros sectores del poder ejecutivo aparezcan aquellos cercanos a los sindicatos y a los movimientos sociales. Esto no sería necesario si el ejecutivo fuera necesariamente homogéneo. La expulsión de Oskar Lafontaine del gobierno Schröder fue un paso necesario para hacer posible la exacerbación de la política neoliberal en Alemania bajo la coalición roji-verde. El Estado es, al mismo tiempo, foco de cristalización y terreno de lucha social y conflictos.

Die Linke, por lo tanto, no se opone al Estado como un ejército asediado que no tiene ninguna influencia sobre la guarnición de la fortaleza asediada. Sin duda, sus luchas están enormemente influidas por el Estado, por su forma legal, institucional y cultural, como cualquier observador de las diferentes culturas nacionales puede reconocer. Eso también significa que la lucha por la democratización y socialización del mismo Estado debe ser retomada en una nueva forma.

Joachim Hirsch nombró cinco tendencias básicas del Estado burgués que en sus funciones son adecuadas para la conservación de la dominación del beneficio en la economía y en la sociedad: (1) la preferencia de las prácticas “sociales” como la burocracia, los partidos, los modos electorales, la representación y el sistema legal que reafirma y salvaguarda el aislamiento y la relegación del estatuto único de la socialización capitalista; (2) la prevención de la reconciliación de los huecos entre los dominados y la creación de la unidad de las clases dominantes, en particular por la relativa autonomía y unidad contradictoria del sistema de aparato del estado y su aislamiento limitado de las influencias sociales; (3) la renuncia de instrumentos que pongan el dominio del beneficio seriamente en cuestión; (4) la articulación del personal del Estado como un estrato especial, y (5) la dependencia sistemáticamente condicionada del Estado de los impuestos, cuya formación depende de un proceso relativamente sin obstáculos de utilización del capital. En cada uno de esos campos, se le pide a Die Linke que formule alternativas para transferirlas a la reforma del Estado, a su base económica, política, legal y cultural.

Die Linke, por lo tanto, debe luchar por un cambio emancipatorio de la forma de estado por el cual las mencionadas instituciones y otras aseguran los diferentes roles y estructuras que garantizan el dominio de la utilización del capital sin que, en el proceso, se destruyan los logros de la economía y la política modernas. El neoliberalismo ha demostrado lo decisiva que es la lucha por los servicios públicos, el modo y la cantidad del cobro de impuestos, la constitución de los bancos centrales, etc., ya que son instrumentos para forzar un cambio en la orientación de la política. Un proyecto central de la izquierda en Brasil es la transferencia del monopolio del presupuesto parlamentario a un presupuesto participativo. La reforma básica de devolver servicios públicos como parte de la producción local de espacios participativos y solidarios debe ocupar un lugar central en la agenda política de Die Linke. Una transformación política que debe partir de las contradicciones contemporáneas y llevarlas más allá. Además, esta lucha debe ser llevada también al interior del Estado. De este modo el Estado no se convierte en el único, ni siquiera en el espacio más esencial; este espacio se llena con la sociedad civil y con la lucha por la hegemonía, pero, el que deja esta lucha de lado, sentirá el poder del Estado sin haber aprovechado las posibilidades disponibles para cambiarlo.

Cuarta objeción: La participación en el gobierno debilita a la izquierda

La cuarta objeción mantiene que sólo se pueden cambiar las cosas fuera del gobierno. La participación gubernamental necesariamente debilita al partido. Como escribe Rosa Luxemburgo: “No obstante, lejos de imposibilitar los éxitos prácticos, las reformas directas, en particular de carácter progresista, la oposición fundamental de cualquier partido minoritario en general, y en particular, sin embargo, para el partido socialista, son la única manera efectiva de conseguir un éxito práctico”. Era posible controlar las concesiones de la mayoría burguesa de tres modos: “ofrecer, a causa de las demandas más avanzadas, una competición a los partidos burgueses y empujarlos por la presión electoral de las masas; entonces, exponer al gobierno ante el país y ante la influencia de la opinión pública; finalmente, agrupar, por su crítica dentro y fuera de la Cámara de representantes, a las masas populares incluso más allá y, de este modo, alimentar un poder que genere un respeto que la burguesía y el gobierno tengan que tener en cuenta”.

Según Rosa Luxemburgo la participación gubernamental hace que la crítica al gobierno, y por la tanto la ilustración de las masas, sea imposible, se provoquen compromisos a cualquier precio y, de este modo, la izquierda se entregue a la mayoría burguesa debilitando su fuerza extraparlamentaria. De modo que no sólo no se haría más, sino que se haría menos que desde las bancadas de la oposición. La condición más importante para escapar de esta trampa de la participación gubernamental es la fuerza de la izquierda fuera de las instituciones del Estado. Es imprescindible su poder en los movimientos sociales y en las organizaciones emancipatorias que buscan los intereses sociales de las clases subalternas, y también se necesita una clase media que le tenga simpatía y sea solidaria. Los partidos, en última instancia, sólo pueden ser potentes fuerzas de izquierda dentro de la izquierda, y no sus representantes monopolísticos.

La fuerza o la debilidad de la izquierda extra parlamentaria no es directamente dependiente de los partidos de izquierda, pero los partidos pueden contribuir a ella. Pueden (1) mantener una directa, solidaria y crítica cooperación en base a una forma de diálogo extensivo y transformarla en un fuerte punto de vista de su estrategia; (2) desarrollar proyectos comunes de apoyo mutuo en conflictos extra parlamentarios (e intra parlamentarios) hasta llegar a proyectos legislativos comunes; (3) encontrar formas de integración personal (en especial en listas electorales de Die Linke); (4) invertir recursos en reforzar las fuerzas extra parlamentarias que siempre están discriminadas en relación con los partidos. Es importante también la lucha común contra las políticas hostiles a los sindicatos y a la legislación. También al revés, la lucha por nuevas regulaciones que refuercen las fuerzas de la sociedad civil y la organización de fuerzas subalternas para poder reducir, de este modo, el desequilibrio en la acción. La izquierda partidaria en el gobierno no debe, por lo tanto, restringirse sólo a este rol y la izquierda extra parlamentaria no debe subordinarse a la lógica de la representación.

Quinta objeción: A causa de la participación gubernamental la izquierda sólo permite la continuación de políticas de derechas

Durante el cambio al siglo XX, Rosa Luxemburgo señaló una quinta objeción a cualquier participación de la izquierda: “El ministerio de Millerand significa… lejos de inaugurar una nueva era de reformas sociales en Francia, el parar la lucha de la clase obrera por reformas sociales antes de que haya empezado, significa ahogar el único elemento que podía generar algo de sana vida moderna a la osificada política social francesa”. Y más de cien años después, mirando el gobierno de Lula en Brasil, uno puede decir: “Todos los instrumentos macroeconómicos de intervención hace tiempo que fueron cedidos- pero la crisis económica hizo necesario buscar un consenso social más amplio. Con un gobierno dirigido por la derecha tradicional en Brasil, esto estaba descartado. Aquí amenazaban la agitación y la caída del gobierno como en Argentina o Bolivia. Entonces, la confianza del capital en el Partido del Trabajo y en su candidato fue muy útil para poder reciclar las políticas neoliberales”.

Die Linke puede y debe intentar introducir nuevas formas de transformación fundamental desde una posición de gobierno. Como ha sido argumentado en otras partes, se encara con la contradicción de enfrentarse a tres líneas conflictivas al mismo tiempo: se confronta con tendencias abiertas de barbarismo, se sitúa en oposición fundamental a las visiones imperiales y autoritarias de la política junto al liberalismo económico y al mismo tiempo entra en conflicto con la política socialdemócrata y social-liberal basada en el capitalismo financiero contemporáneo. La social-democracia de hoy es tanto aliado en la lucha contra las dos primeras visiones como oponente en tanto que no intenta sobrepasar las bases de la crisis contemporánea.

La ambivalencia de resultados de las participaciones gubernamentales más recientes se hace evidente en los apéndices que hacen referencia a las experiencias en América Latina, India y África del Sur. Pero también en Europa es claro: Los resultados positivos, hasta ahora, son negativos a causa de la incapacidad de crear una formación estable contra-hegemónica capaz de retar al neoliberalismo en sus elementos básicos y tomar una senda de transformación estable. Sin embargo, esta es la próxima tarea. Rosa Luxemburgo escribió en 1900: “Así que el barco del socialismo libre de dogmas volvió a puerto de su primer viaje experimental en aguas de la práctica política con los mástiles rotos, el timón hecho pedazos y cadáveres en la cubierta”. Hoy en día la izquierda en proceso de refundación está construyendo el nuevo barco de la izquierda socialista transformadora. El estudio de los naufragios del pasado, en ese proceso, es tan importante como el análisis de las nuevas condiciones.

MICHAEL BRIE es filósofo y director del Instituto de Análisis Social de la Fundación Rosa Luxemburgo (Instituts für Gesellschaftsanalyse der Rosa-Luxemburg-Stiftung) de Berlín, Alemania. También es miembro de la Junta Asesora de ATTAC.


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