CEPRID

Cuatro años más en Africa

Viernes 14 de diciembre de 2012 por CEPRID

Conn Hallinan 

Dispatches From The Edge

Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por María Valdés

África es, probablemente, la región más compleja y podría decirse que también la más conflictiva. Mientras el mundo se ocupa de la guerra civil en Siria y los peligros que representa para Oriente Medio, poca atención se da a la guerra en el Congo, una tragedia que ya se ha cobrado la vida de 5 millones de vidas, y junto a la cual la crisis en Siria palidece.

África representa el 15% de la población mundial, pero sólo el 2,7% de su Producto Interior Bruto (PIB), que se concentra en sólo 5 de los 49 países sub-saharianos. Sólo dos países (Sudáfrica y Nigeria) representan cerca del 33% de la producción económica del continente. La esperanza de vida es de 50 años, mucho menor en aquellos países asolados por el SIDA. El hambre y la desnutrición son peores que hace una década.

Al mismo tiempo, África es rica en petróleo, gas, hierro, aluminio y metales raros. En 2015, los países del Golfo de Guinea proveerán el 25% de las necesidades energéticas de EEUU. África tiene, por lo menos, el 10% de las reservas mundiales de petróleo conocidas. Solo Sudáfrica posee el 40% del suministro mundial de oro. El continente tiene más de un tercio del cobalto mundial y provee a China -la segunda economía mundial- del 50% del cobre, aluminio y mineral de hierro y aluminio.

Pero la historia ha vuelto las cosas contra África. El comercio de esclavos y el colonialismo infligieron profundas y duraderas heridas en la región, y continúan sangrando hoy. Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, España y Portugal hicieron rodajas el continente sin la menor consideración por su pasado y población. La mayor parte de las guerras que asolaron y siguen causando estragos en África hoy en día son un resultado directo de los mapas elaborados en oficinas europeas que delimitaron dónde y cómo saquear el continente.

Pero en la última década, el mundo se ha vuelto del revés. China, anteriormente cautiva de las potencias coloniales europeas, es ahora el mayor socio económico de África, seguido de cerca por India y Brasil. El consumo está creciendo, mientras el Banco Mundial predice que para el 2015 el número de nuevos consumidores africanos igualará al de Brasil.

En resumen, el continente está lleno de economías vibrantes y enorme potencial que no pasa desapercibido en las capitales de todo el mundo. “La pregunta para los ejecutivos de las empresas de bienes de consumo ya no es si deben entrar en la región, sino dónde y cómo”, dice un informe de la consultora AT Kearney. Las negociaciones de África sobre su nuevo estatus mundial no sólo tendrán un profundo impacto en su pueblo, sino en la comunidad global. Es la última frontera para los inversores.

El historial de EEUU en África es vergonzoso. Washington apoyó el régimen de apartheid en Sudáfrica y respaldó a los líderes más corruptos y reaccionaros del continente, incluido el despreciable Mobutu Sese Seko en el Congo. Como parte de su estrategia en la Guerra Fría, EEUU cooperó y fomentó las guerras civiles de Mozambique, Angola y Namibia. Los estadounidenses tienen mucho que responder en la región.

Militarización

Si hay una caracterización de la política de EEUU para África es la militarización creciente de su diplomacia en el continente. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Washington tiene importantes fuerzas militares en África, supervisadas por una organización de nuevo cuño: AFRICOM.

EEUU tiene entre 12-15.000 marines y Fuerzas Especiales en Djibouti, ex colonia francesa, en la costa del Mar Rojo. Posee 100 soldados de sus Fuerzas Especiales en Uganda, supuestamente combatiendo al Ejército de Resistencia del Señor. En el año 2007 colaboró activamente con Etiopía en su invasión a Somalia, incluyendo el uso de su armada naval para bombardear el sur del país. En la actualidad está reclutando y entrenando fuerzas africanas para luchar contra Al-Shabab, organización islámica extremista de Somalia, y lleva a cabo entrenamientos de contra-terrorismo en Mali, Chad, Níger, Benín, Camerún, República Centroafricana, Etiopía, Gabón, Zambia, Malawi, Burkina Faso y Mauritania.

Dado que gran parte de las operaciones militares de EEUU involucran a sus Fuerzas Especiales y a la CIA, se ha hecho difícil determinar cuánto de generalizada es su intervención. John Pike de GlobalSecurity.org considera que “es mucho mayor de lo que cualquiera se imagina”.

En conjunto, puede decirse que las aventuras militares de EEUU han salido mal. La invasión etíope [de Somalia] desplomó a los moderados de la Unión de Tribunales Islámicos, transformando al grupo Al-Shabab, entonces pequeño, en un actor principal. La crisis actual de Mali ha sido causada por la guerra de la OTAN en Libia, gestada por el AFRICOM, y los tuaregs locales y los grupos islamistas se han apoderado del norte del país gracias al armamento robado de los arsenales de Gadafi. El respaldo dado por el AFRICOM al ataque de Uganda contra el Ejército de Resistencia del Señor en la República Democrática del Congo tuvo como resultado la muerte de miles de civiles.

Mientras la administración Obama ha llenado África de soldados y armas, ha abandonado en gran medida la lucha por la reducción de la pobreza. A pesar del plan de la ONU para el Desarrollo del Milenio adoptado en el año 2000, África subsahariana no alcanzará las metas del programa para la reducción del hambre, la pobreza y la mejora de la salud infantil y materna. En lugar de aumentar la ayuda, tal como el plan lo requiere, EEUU ha reducido esa ayuda o ha empleado la condonación de deuda como una forma de cumplir sus obligaciones. Al mismo tiempo, Washington ha incrementado la ayuda militar y la venta de armas. Una cosa que África no necesita es más soldados y más armas. Hay una serie de iniciativas que la Administración Obama podría adoptar y que supondrían una diferencia importante en la vida de cientos de millones de africanos. En primer lugar, podría cumplir con las metas del Milenio de la ONU incrementando la ayuda al 0,7% de su PIB y dejar de usar la condonación de deuda como parte de esa fórmula. Cancelar las deudas es una buena idea, al permitir a distintos países redestinar sus recursos financieros para mejorar los sistemas de salud y su infraestructura, pero no considerarla como parte de un paquete de ayuda general porque eso es mezclar manzanas y naranjas.

En segundo lugar, debe desmilitarizar su diplomacia en la región. De hecho, tal como lo ilustran Somalia y Libia, las soluciones militares muchas veces empeoran la situación. Detrás de la consigna de la “guerra contra el terror”, EEUU está entrenando soldados en todo el continente. La historia demuestra, sin embargo, que esos soldados están tan dispuestos a derrocar los gobiernos civiles tanto como combatir a los “terroristas”. Amadou Sanogo, el capitán que destituyó el gobierno de Mali el pasado mes de marzo, cuando se inició la actual crisis, se formó en EEUU. También está el problema de quiénes son los “terroristas”. Casi todos los grupos así designados se centran en cuestiones locales. Boko Haram, de Nigeria, sin duda es una organización letal pero ha sido la brutalidad de las fuerzas policiales y militares de Nigeria lo que ha encendido su fuego y no Al-Qaeda. El “fantasma” del continente, Al-Qaeda en el Magreb Islámico, constituye una amenaza pequeña y aislada y representa un punto de vista más que una organización. La persecución de “terroristas” en África puede terminar enfrentando a EEUU con los grupos insurgentes del Delta del Níger, los bereberes en el Sahara Occidental, y los tuaregs en Níger y Mali.

Lo que África necesita es ayuda y un comercio orientado a la creación de infraestructura y empleo. Vender petróleo, cobalto y oro genera ingresos de divisas, pero no puestos de trabajo permanentes. Esto requiere crear una economía de consumo, con una dimensión de exportación. El apego de EEUU al “libre comercio” obstaculiza la posibilidad de esos países para construir economías modernas. Actualmente los africanos no pueden competir con las grandes industrias del “primer mundo”, muchas veces subsidiadas. Tampoco pueden construir una infraestructura agrícola cuando los agricultores locales no pueden competir con los precios subsidiados del trigo y el maíz norteamericano. Debido a esos subsidios, el trigo estadounidense se vende a un 40% por debajo de su costo de producción, y el maíz a un 20%. En resumen, los africanos necesitan “proteger” sus industrias, igual que hizo EEUU en su etapa industrial temprana, hasta que puedan estabilizarse. Esta fórmula de éxito ha sido seguida por Japón y Corea del Sur.

La Fundación Carnegie y la Comisión Europea determinaron que el “libre comercio” terminará por destruir la agricultura de pequeña escala en África, tal como lo hizo en México con los agricultores de maíz. Dado que el 50% del PIB de África se basa en la agricultura, el impacto sería desastroso, llevando a que los pequeños agricultores a perder sus tierras y a la sobrepoblación de las ciudades donde los servicios sociales ya son insuficientes.

La Administración Obama tampoco debería hacer de África un campo de batalla en su competencia con China. El año pasado, la Secretaria de Estado Hillary Clinton describió las prácticas comerciales de China con África como un “nuevo colonialismo”, un sentimiento que no es compartido en el continente. Un estudio de Pew Research Center demostró que los africanos ven la participación de China en la región considerablemente de forma más positiva que aquel de EEUU. Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica, recientemente ha elogiado la “relación con China”, pero también aseguró que el “patrón de comercio vigente” es insostenible porque no ayuda a crear la base industrial de África. Recientemente China prometió una inversión de 20.000 millones de dólares en ayuda para infraestructura y agricultura.

Un hecho preocupante es la “fiebre por la tierra” para adquirir tierras agrícolas en África por parte de países que van desde EEUU hasta Arabia Saudita. Considerando el cambio climático y el crecimiento poblacional, los alimentos, como dice el Der Spiegel, “son el nuevo petróleo”. La tierra es abundante en África y su costo representa una décima parte del costo de la tierra en EEUU. La mayoría de la producción generada por los inversores extranjeros es de escala industrial, con su consecuente agotamiento de los suelos y la degradación del medio ambiente por el uso masivo de pesticidas y fertilizantes. La Administración Obama debería adoptar el exitoso modelo de “agricultura por contrato”, donde los inversores aportan capital y tecnología a los pequeños agricultores, estos mantienen la propiedad sobre sus tierras y se garantiza el precio para sus productos. Esto no sólo elevaría la eficiencia de la agricultura, sino que daría empleo a la población local.

La Administración Obama no debería debilitar sino fortalecer las organizaciones regionales. La Unión Africana trató de encontrar una solución pacífica a la crisis en Libia porque sus miembros consideraban que la guerra podría expandirse y desestabilizar los países en la región del Sahara. EEUU y la OTAN ignoraron deliberadamente los esfuerzos de la Unión Africana, pero las predicciones de dicha organización han resultado proféticas.

Por último, la Administración Obama debería unirse a India y Brasil y pujar por la designación de un país africano como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Sudáfrica, Nigeria, o ambos). India y Brasil también deberían ser designados miembros permanentes. Actualmente, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad representan a los ganadores de la Segunda Guerra Mundial: EEUU, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. En 1619, un barco holandés atracó en Virgina e intercambió su carga de esclavos africanos por alimentos, dando inicio así al comercio que destrozaría el corazón del continente africano. Nadie sabe con certeza cuantos africanos fueron transportados al Nuevo Mundo, pero sin duda superaría la cifra de 10 millones. Al día de hoy África refleja el horror del comercio de esclavos y la brutal explotación colonial que le siguió. Es tiempo de enmendar el daño.


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