CEPRID

CLASE MEDIA Vs BURGUESIA COMPRADORA (I)

Sábado 1ro de septiembre de 2012 por CEPRID

Rashid SHERIF

CEPRID

I.- Mundo colonial e imperial, apéndice de la prehistoria de la Humanidad

En su famoso discurso magistral en la Conferencia Tricontinental de La Habana, Amílcar Cabral había sin duda aportado nuevas nociones teóricas para abordar –fuera de los esquemas clásicos- el tema específico de cómo definir las clases sociales en países africanos, y hasta diríamos en varios países del Gran Sur, caracterizados históricamente por el tránsito desde colonia a neocolonia. Desde un principio ¿acaso se puede usar el término de “clase social”? Decía Amílcar Cabral que fundamentalmente la “burguesía” en países africanos ha sido creación del sistema colonial para mejor servir los intereses neocoloniales de las metrópolis. No era ni podía ser una verdadera clase burguesa en el sentido marxista del término por carecer de las capacidades económicas de clase, condición básica de su identidad como tal, contrariamente a la realidad e historia de la burguesía nacional de países industrializados occidentales. Por consiguiente, esa “burguesía” colonial y neocolonial surge con otro propósito y queda condenada a ser dependiente, como parte integral de la superestructura al servicio del régimen neocolonial. Y su dependencia fundamental se extiende a los niveles socioeconómicos, políticos y culturales. No es casualidad si ella no tiene capacidad económica de clase: es propiamente creación del poder colonial para servir sus propósitos y por supuesto no puede ni debe representar una estructura autónoma en competencia con sus amos. Solo cuentan su obediencia y sus leales servicios al imperio. En cuanto a su cara local, sirve de pantalla como capa social encubridora del estado neocolonial el cual adapta mejor su dominación a los nuevos tiempos post-guerra y con más rentabilidad, dando la ilusión a los pueblos sometidos de que ahora gozan de una independencia nacional, con bandera propia y himno nacional.

Repetimos, su carencia de desarrollo como clase obedece al hecho de que no puede ni debe pretender competir con las necesidades de mercado abierto a favor del capital de países del Norte. Facilita el intercambio de materia prima (barata) desde el Sur con precios dictados precisamente por las potencias vendedoras de productos (caros) industrializados del Norte: es el esquema de intercambio desigual entre economía dependiente del Sur y la base dominante de economías del Norte. De este modo, esta seudo burguesía neocolonial africana urbana llamada compradore, a menudo aliada al latifundio y su estructura arcaica semi-feodal, está condenada al subdesarrollo. Ella se encuentra atrapada por su propio destino histórico exógeno el cual le impide ser portadora de valores patrióticos con alguna proyección hacia los objetivos de independencia y soberanía nacional. Su destino es necesariamente ligado, diríamos hasta ontológicamente ligado al propio destino de su metrópolis, la burguesía imperial y el capitalismo global. De este modo, objetivamente, no se puede juzgarla como traidora de los intereses del pueblo ya que nunca creció y se desarrolló para defender dichos intereses, aunque demagógicamente haya tratado de dar la ilusión de representar estos intereses.

El objetivo de defender los intereses del pueblo y la patria no le ha tocado jamás. Ella defiende los intereses imperiales, y localmente defendiendo sus propias migajas. Por consiguiente, partiendo de las fuerzas imperiales que velaron por su desarrollo relativo y la controlan, a las cuales ella obedece, sería legítimo identificar a esta falsa burguesía con las fuerzas enemigas del pueblo. Si durante el poder colonial las fuerzas extranjeras representaban al enemigo físicamente presente con la violencia de su cuerpo represivo armado, el sistema neocolonial sustituye físicamente a ese enemigo foráneo por su delegado y representante, la seudo burguesía compradore, ahora a cargo de las fuerzas represivas contra el pueblo. Es así como no sería legítimo hablar en África —y en varias otras latitudes del Gran Sur—de una burguesía nacional. Tampoco y de una vez sería apropiado hablar en éste caso de una clase burguesa. Entonces, si no es ni clase social estructurada con su propia capacidad económica de clase, y por ende no es ni burguesía ni mucho menos nacional, ¿Qué sería?

Tanto por su origen ligado al proceso colonial, como por su distancia abismal en relación con los intereses del pueblo; por su identificación y mimetismo excesivo con la burguesía “metropolitana”, esta agrupación social minoritaria aparece como una excrecencia, un monstruo antinacional engendrado por el poder colonial a los efectos de un pasar-el-poder-formal con la finalidad de engañar al pueblo con la falacia de una seudo independencia; a la vez seguir controlando la colonia en mejores condiciones de saqueo y explotación. Lejos de ser burguesía, se merece una apelación alternativa más apropiada como oligarquía neocolonial, así de simple. Como sabemos, las luchas de los pueblos africanos por su independencia —salvo casos particulares que exigen un análisis específico— antes y después de la Segunda Guerra Mundial no han podido desembocar sobre autenticas luchas de liberación nacional para la verdadera independencia y soberanía nacional. Esta tarea histórica inevitable le toca a las generaciones actuales de patriotas acaso partiendo de los movimientos insurreccionales populares cuya chispa salió recientemente de Túnez y se ha extendido tanto en África como hacia el Medio Oriente, y más allá en territorios del Norte, como se sabe.

Según escribe Franz Fanón en los Condenados de la Tierra, la burguesía compradore representa una monumental traba a la independencia y el desarrollo de los países africanos. Es un verdadero desgaste del tiempo en vano por décadas de neocolonialismo administrado localmente por esa capa social entreguista antinacional, tiempo precioso perdido y con generaciones perdidas en un continente desgarrado y tan sufrido desde siglos. Fanón afirma que al derrocar al neocolonialismo y su agente local la seudo burguesía compradore, todo queda por hacer y por empezar radicalmente desde el principio para levantar la obra gigantesca de la nación soberana. En esto no se equivoca. En otro continente y situación casi similar, la lucha del pueblo cubano por su independencia y soberanía ha exigido prácticamente arrancar con una tabula rasa, emprendiendo desde un principio lo que dos siglos atrás le había tocado a la burguesía industrial europea desarrollar a favor de todo el país y que en nuestras latitudes conlleva varios objetivos radicales: lucha contra el feudalismo agrario y el capitalismo dependiente parasitario de la falsa burguesía, lucha contra el analfabetismo, reforma agraria y urbana, nacionalización de los recursos naturales, la banca nacional al servicio del desarrollo entre otros objetivos básicos de la soberanía.

Estos objetivos representan la misión histórica mínima de una verdadera burguesía nacional con capacidad económica de clase, para el desarrollo nacional y por ende el crecimiento de las fuerzas productivas con su consecuente relación social de producción. Esta capacidad económica de clase es la que en última instancia define una burguesía nacional, como bien afirmaba Cabral. Lo que en Venezuela se denomina “deuda” del pasado, no es más que la prueba fehaciente de la incapacidad fundamental de la seudo burguesía por asumir el destino nacional. Resulta que la sobrecarga del presente obliga a aceptar el reto de la sobre determinación de las tareas de soberanía dentro del contexto de liberación nacional. A la vez, esta sobrecarga proyecta realizaciones que van más allá de lo que una verdadera burguesía nacional hubiera podido realizar en su mandato histórico y hasta a su favor como clase dirigente nacional. El gran acumulo de tareas exige hoy necesariamente otra orientación de la economía en base a la liberación de las fuerzas productivas con un proyecto social de redistribución equitativa de los bienes nacionales. Es precisamente lo que le toca ahora al pueblo venezolano luego del pueblo soberano de Cuba y también el heroico pueblo de Vietnam en su lucha de liberación nacional. Se trata de tareas históricas imprescindibles, cada país con su propia creatividad y proyecto para asentar las bases de la gran obra subsiguiente ligada a la acumulación cuantitativa y cualitativa de las fuerzas productivas y asociativas hasta llegar a ser el pueblo verdadero sujeto pleno y legitimo del cambio radical social (ver Parte V), según una estrategia horizontal ascendente capaz de enfrentar el reto de la revolución en la revolución.

II.- El mimetismo colonial “es una neurosis introducida en medio de los colonizados con su propio consentimiento” –Jean-Paul Sartre Clase media o pequeña burguesía son todavía términos, al igual que burguesía, que se ajustan mal a nuestras realidades africanas. Entendemos con Amílcar Cabral que la seudo-burguesía, la que hemos llamado anteriormente oligarquía neocolonial, no tiene capacidad económica de clase como requisito mismo de su creación por las fuerzas coloniales e imperiales. Entonces con más razón aún no podemos hablar en nuestro contexto africano –y más allá en regiones del Gran Sur- de “pequeña burguesía” o hasta de “clase media” en sentido pleno de la palabra. ¿Cómo orientarnos?

La oligarquía urbana constituye, como su nombre indica, una ínfima minoría, agente intermediaria contratista del capitalismo global y aliada con latifundistas; se incrustada de forma parasitaria en la finanza, el sistema de importación/exportación, se alimenta directa y abusivamente del Estado neocolonial que dirige. Mientras su apéndice, la llamada “clase media” se extiende a amplios sectores de pequeños y medianos empresarios, artesanos con valor agregado a su trabajo, sectores terciarios de los servicios en general, a la vez integran la superestructura social política y cultural. Mantiene una función neocolonial de intermediaria al servicio de la oligarquía, a la vez mediadora entre ésta y el pueblo. El término usual de “media” seria entonces más apropiado como inter-mediaría y mediadora a la vez. Por carecer de una verdadera identidad propia, a la vez que se trata de una amplia agrupación social heterogénea urbana-suburbana, con ciertos criterios elitistas, la llamaremos por lo que representa, capa social intermediaria (CSI). El acceso a los estudios superiores a partir de la escuela pública ha favorecido por décadas el crecimiento y desarrollo de la CSI fomentando la oportunidad sea de reafirmación social para los ya acomodados, sea para unos pocos con recursos modestos su palanca del ascenso social, una oportunidad de cruzar la línea divisoria que separa el pueblo (rural y urbano) de la CSI. Esta última se sitúa repetimos entre la oligarquía neocolonial y la masa indiferenciada del pueblo oprimido, de allí su posición como intermediaria y mediadora. El destino caótico e incierto de la CSI sufre un oleaje constante entre sus aspiraciones a integrar la oligarquía y la tendencia hacia la pauperización por las fluctuaciones criticas del sistema capitalista global occidental. A la vez, su crecimiento como cuerpo social útil llega a otorgarle una posición privilegiada cercana de los instrumentos del poder estatal y hasta algunas posiciones estratégicas en el seno de la estructura estatal civil y militar.

A este nivel, oligarquía neocolonial y CSI son complementarias con destino común: servir la metrópolis imperial. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento sociocultural y en parte económico de la CSI alzó su perfil y alentó su aspiración a jugar un rol político en primera plana a favor de la independencia nacional formal en el contexto colonial, luego junto con la oligarquía bajo régimen neocolonial. Su gran oportunismo y su aptitud en manejar el aparato burocrático del Estado le confiere todavía una capacidad de maniobra y control a falta de un efectivo poder político. Aquí interviene un malentendido: contrariamente a la demagogia de la oligarquía neocolonial en su discurso hacia el pueblo, la CSI llega a creer y hacer creer en su misión patriótica confundiendo sus intereses con los del pueblo oprimido en las aéreas rurales y urbanas. Sus condiciones económicas, como ya mencionado, fluctúan entre privilegios relativos con ansia de crecimiento y expansión, y tendencias a un proceso de pauperización. Esta condición de inestabilidad y precariedad es responsable de la angustiante inseguridad de la cual sufre la CSI, con miedo de perder privilegios logrados y desespero por acrecentarlos. Al igual que la oligarquía neocolonial y a falta de autenticidad, sus modelos sociopolíticos, económicos y culturales provienen de la burguesía occidental dominante. Su ideología, estilo de vida, modas y hasta la lengua extranjera del colonizador que usa a diario para comunicar incluso en el seno familial, son producto de un mimetismo degradante como identidad prestada y reafirmación constante de su estatus dependiente.

Sartre se refiere a la “neurosis” consentida, para apuntar tanto a la miseria moral e intelectual de la CSI en su grotesca y vana monería por su caricatural mimetismo del idioma y la cultura del colonizador –todo lo cual la aleja del pueblo-, como a su complicidad activa en la masiva invasión de esa cultura foránea enajenante introducida y falsamente apropiada bajo el régimen neocolonial. Fanón había insistido cada vez en el mismo tema. Al no tener una capacidad socioeconómicas propia, la CSI vive “en-deça” (más acá) de sus ambiciones a la vez por encima de sus medios, permanentemente en contradicción consigo misma al tener que sobrevivir cumpliendo su humilde misión intermediaria en los servicios y mediadora entre la oligarquía (servidora del imperio) y el pueblo en general; sin renunciar a su pretensión al poder en nombre del pueblo. Estas fracasadas ambiciones “en porte-à-faux”, se reflejan en lo que Heidegger pudiera llamar aquí también “la conscience malheureuse” y que Sartre denomina “neurosis”. No es de sorprender si gran parte de la clientela de los psiquiatras en práctica privada se cuenta entre esa población urbana.

Por estas razones, cuando se trata de la lucha por la independencia verdadera como lucha de liberación nacional, Amílcar Cabral establece una condición radical sine qua non para que esta CSI pueda cumplir con una misión patriótica. El afirma que “la pequeña burguesía debe suicidarse como clase”, renunciando a su estatuto intermediario y sus privilegios ligados al sistema neocolonial para que pueda resucitar luego como fuerza aliada y plenamente identificada con el pueblo y así coincidir efectivamente con los objetivos de liberación nacional. Sin embargo, la CSI no se suicida como tal y no le queda más remedio que cumular las contradicciones. El conjunto social de la CSI como tal cuando pretende dirigir al pueblo no realiza ni puede realizar el “hara-kiri”, tampoco renuncia a sus privilegios; sino más bien trata y logra sacar mayores ventajas socioeconómica y políticas en el seno del recuperado viejo Estado burocrático neocolonial, por ser su fuente de poder y motor esencial. Por su ambición ilusoria de dirigir esta lucha con un papel hegemónico, a la vez por su propia fragilidad socioeconómica y cultural, la CSI a pesar suyo no llega en convertirse en la clase dirigente del proyecto independentista. Más aún, suponiendo que las circunstancias le fueran favorables mediante alianzas internas y externas –como se observa a menudo en países neocoloniales del Sur-, con el peso de su pasado burocrático, con su enajenación mental por mimetismo neurótico colonial, por su falta de audacia y valores propios, la visión política y económica de la CSI no supera el horizonte del neoliberalismo de mercado imperante en las economías dependientes del Sur.

Hay que mencionar aquí el equivalente de lo que Althusser decía en relación con el cuerpo teórico con que se había armado al proletariado para su lucha en los países industrializados europeos: han existido y seguirán existiendo en países del Sur individualidades esclarecidas y grupos solidarios salidos del seno de la CSI pero en clara ruptura con ella, los que han aportado y siguen aportando desde afuera varios instrumentos teóricos e ideológicos a favor de la estrategia de lucha del pueblo y la liberación nacional.

En última instancia, y teniendo en cuenta el proceso continuo de fragmentación de la CSI tanto producto de su propia inestabilidad esencial como bajo el impulso de las luchas sociales, quedaría una opción al alcance de amplios sectores de la misma para escapar del rol fútil como simple intermediaria y mediadora dentro del sistema neocolonial, aceptando primero su incapacidad congénita para dirigir como fuerza hegemónica la lucha de liberación. Luego asumiendo un papel honroso como aliada de las luchas del pueblo. Siendo la patria de todos, solo la lucha solidaria conjunta ofrecería a la CSI un espacio digno y un verdadero futuro integrándose al proceso liberador y luego a la construcción de la nueva sociedad. Al abrazar esta misión histórica, la CSI se liberaría del estigma neocolonial y de su propia “neurosis”. En países del Sur, la gesta histórica de liberación nacional reside precisamente en el hecho de que las fuerzas del pueblo como un todo –lejos de la vieja tradición europea con mentalidad obrerista reductora- luchan a favor de una patria común integradora e incluyente, con un Estado-nación independiente y una soberanía territorial. Se trata de una oportunidad única oferta a la CSI para que abandone definitivamente su ilusorio sueño de “clase” con su mimetismo europeo y su enajenada y enajenante mente colonizada; para que renuncie de una vez a su vano y extenuante esfuerzo neurótico asimilacionista a la burguesía occidental que la desprecia, al identificarse ahora plenamente a los objetivos liberadores del pueblo, su gloriosa pasada historia de lucha, sus profundas raíces culturales y sus valores integradores patrióticos. A partir de esta mutación sociopolítica y cultural radical pasaría a ser no más como CSI sino parte integrante del pueblo e integrada al mismo; renacería temporariamente como capa social transitoria-patriótica (CST-P), lista para enfrentar junto con el pueblo a los verdaderos enemigos del desarrollo y dignidad de la nación: el imperialismo y sus agentes locales oligárquicos. Es solo así, aliada al pueblo, fiel servidora del pueblo, con todas sus fuerzas previamente acumuladas con criterios revisados en la praxis, renacida CST-P, como entraría entonces en la historia por vez primera y de forma legítima la nueva fuerza patriótica ya no más “transitoria” sino plenamente integrada en el seno incluyente de la patria común en construcción: la patria de ciudadan@s tod@s.

Sin embargo, esta proyección ideal de un movimiento global integrador no aparece por milagro. Es preciso que las fuerzas populares organizadas en su lucha de liberación contra la oligarquía y las fuerzas imperiales, alcance un nivel cualitativo cada vez mayor para llegar a atraer y a la vez presionar suficientemente a varios sectores de la CSI como para forzar su decisión en escoger su campo dentro de una polarización de fuerzas entre patriotas y oligarcas pro-imperialistas. Al momento en que se agudizan suficientemente estas contradicciones, sea por oportunismo o instinto de conservación, amplios sectores de la CSI pudieran tomar conciencia de sus propios intereses y visualizar su futuro en positivo –como CST-P-, renunciando de una vez a su supervivencia dentro del sistema neocolonial mediante su alianza con las fuerzas patrióticas en el seno del poderoso frente anti-imperialista, lo que en Venezuela como en Túnez se ha llamado el Gran Polo Patriótico. En este nuevo contexto de la lucha nacional global antiimperialista no se hablaría más de un hara-kiri de la CSI ya que el papel dirigente del movimiento de liberación nacional está siendo asumido por un colectivo elegido a la base, legitimo vocero del pueblo en lucha, obedeciendo al mismo, legitimado y centrado en el mismo. Tal vez, varios elementos radicales originarios de la CST-P, por su valor físico a la vez político e intelectual, integrarían esta dirigencia tanto a nivel horizontal (movimientos sociales) como vertical (aparato estatal). Mientras, como conjunto, la nueva vocación de más amplios sectores de la CST-P seria acompañar al pueblo como aliados activamente identificados con sus valores y tradición de lucha.

En la medida en que el pueblo con soberanía desarrolle estas nuevas energías y acumule mayores fuerzas profundizando el proceso de cambio, al forjar un relevo cualitativo propio, el papel hasta aquí dominante de la CST-P, en las estructuras y el funcionamiento del Estado habrá de disminuir y no debería mantenerse jamás como cuerpo, fuerza burocrática del pasado ya que sería capaz de frenar gravemente el proceso liberador. A la vez que la CST-P integre este proceso de cambio de la sociedad, la lucha ideológica con la batalla de las ideas tendría necesariamente que intensificarse de forma estructurada y organizada con una clara perspectiva estratégica a todos niveles de la sociedad en mutación. Las fuerzas del pueblo organizado al crecer con nuevos valores socioculturales nacionales y universales, en el proceso continuo según la noción de ruptura-salto cualitativo, han de mitigar hasta atenuar el impacto de la influencia sincrética todavía negativa de sectores no superados de la CSI todavía presentes en el tejido social, producto del rezago del pasado burocrático asimilacionista con de-formación y mimetismo pro-occidentales por parte de sectores de la CSI en el seno del aparato del Estado. A medida en que el proceso de cambio se intensifica y profundiza con la decidida voluntad del pueblo activo y protagónico sujeto de su historia presente, este esfuerzo de superación del pasado debería tomarse muy en serio, con vigilancia y activa preparación por una rigurosa y coherente política de cuadros, hasta encaminar dicho rezago del pasado hacia su desaparición. Gracias a la perspectiva visionaria del Tío Ho, la sociedad vietnamita –en tiempo de guerra y de paz- es hoy un ejemplo elocuente de este mismo proceso exitoso transgeneracional de mutación social e integración de energías populares por la certera política de alianza orgánica y estratégica entre todas las fuerzas patrióticas.

Podemos recordar brevemente la gran movilización de amplios sectores de la CSI en Túnez durante y después de los días de la insurrección popular hasta la fecha, con sus mujeres y su juventud al frente, ocupando las calles día y noche, aportando con su gran aliento y arrojo, también agua, comida, cobijas y atención médica a los insurrectos; enfrentando a la vez las balas de la policía, francotiradores y milicia fascista, en medio del frio cortante durante las noches invernales de diciembre y enero. Aquella ciudadanía acomodada tanto femenina como masculina, dejó el calor y la seguridad de sus hogares para lanzarse a las calles, decir “BASTA”, levantando sin cesar con pasión y fervor a la vez lemas patrióticos, progresistas y antiimperialistas. Tenían al Che, santo y guerrillero heroico por bandera: todo un símbolo universal de lucha. Como ya sabemos, el ejemplo de las mujeres tunecinas insurrectas luchando en las calles ha sido tan contagioso que sus hermanas en África (Marruecos, Egipto) y del Medio Oriente (especialmente Jordania, Yemen y Bahréin) se han lanzado con la misma gesta, pese a la furiosa presión de tradiciones opresivas de la mujer en aquella parte del mundo oriental y la tremenda represión policiaca sufrida por largos meses. En Túnez, estas fuerzas de la CSI se han unido y se han verdaderamente fundido en el seno del pueblo alzado con una espectacular espontaneidad, fuera de toda consigna por organizaciones políticas, gremiales o hasta asociativas, sin líderes tampoco —ausencia que se debe a varias décadas de represión dictatorial. Es así como en Túnez, ha surgido al calor de la lucha insurreccional popular y pacifica un espirito de victoria llevado conjuntamente por un brote espontaneo de nuevas fuerzas patrióticas, como para iniciar una alianza entre una CST-P y el pueblo rebelde. El futuro de las luchas antiimperialistas por la soberanía nacional aportará la respuesta en cuanto a la continuidad, durabilidad y organización de una alianza orgánica entre estas fuerzas patrióticas insurrectas.

En estos tiempos nuevos, estableciendo tentativos paralelos, observamos en las coyunturas actuales tanto en el seno de la sociedad venezolana como en el caso de la sociedad tunecina durante y después de la insurrección popular, como se han elevado las luchas de estos pueblos –en distintas condiciones- hasta alcanzar un grado mayor de polarización entre fuerzas patrióticas, integrando el pueblo en su conjunto con la CST-P, como gran polo patriótico, en oposición frontal con la oligarquía (y fuerzas islamistas reaccionarias en Túnez) al servicio de las fuerzas imperiales, enemigas de la humanidad.

III.- “Sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria” -Lenin

1. Teoría, humanismo & universalidad (visión desde el Norte)

En los años 60, el filosofo francés Louis Althusser escribía en “Lire le Capital”, que la teoría llegó al proletariado “desde afuera”. Hacía alusión a los grandes pensadores como Marx, Engels, Rosa Luxemburg, Lénin y muchos otros. Estos provienen de clase social estructurada con su base económica solida, tradición segura y cultura propia, condiciones que facilitan una acumulación de conocimientos a lo largo de generaciones. Si bien estos pensadores provienen de la clase media o pequeña burguesía, a la vez viven y piensan en ruptura con su clase de origen. Piensan su sociedad a la vez desde adentro y afuera con la perspectiva y la distancia, con la subjetividad propia de la identificación con los intereses de la clase oprimida, precisamente a punto de partida fundamental de los intereses del proletariado al cual entonces ellos aportan sus instrumentos intelectuales para forjar los conceptos teóricos indispensables a la praxis revolucionaria. Con este punto de partida, ellos van rompiendo la pretensión hegemónica y universalista de la burguesía dominante de su tiempo. Todo lo contrario, ellos en países del norte industrializado y colonizador formulan la universalidad “desde afuera” del proletariado explotado y a la vez la sitúan desde “adentro” de la praxis liberadora de ese proletariado a favor del conjunto de la sociedad y del género humano, lo que Marx llama el fin de la prehistoria humana para el advenimiento de la verdadera historia de la Humanidad: una hazaña intelectual algo así como el robo del fuego prometeico.

Sin embargo, con el capital global triunfante después de la caída de la ex-Unión soviética con la pretensión hegemónica de los EEUU en un mundo unipolar, se levanta el canto de las ballenas anunciando el fin de la historia. No se habla más del universalismo burgués ni de valores humanistas de fachada. El imperialismo global no necesita más de mascaras para lanzarse a la aventura más riesgosa de su historia, interviniendo con todo su poderío a diestra y siniestra en países del Sur.

2. Teoría, humanismo & universalidad (visión desde el Sur)

Mientras aquellos pensadores de las luchas del proletariado han forjado sus conceptos partiendo de la realidad de sus países industrializados del Norte, las condiciones específicas de los países dependientes del Sur, exigen de forma imperiosa un enfoque distinto pensando con cabeza propia fuera del eurocentrismo que ha plagado nuestra intelectualidad moldeando su modo de pensar desde perspectivas exógenas. Nuestro punto de partida en ruptura con aquellos moldes es la lucha de liberación nacional de corte antiimperialista con la tarea a la vez correlativa y concomitante de la construcción de la nueva sociedad. Nadie tiene receta para esta obra ni nadie detiene la verdad. Es preciso forjar nuevos instrumentos teóricos para aportar desde afuera y adentro siempre partiendo de las luchas en el terreno, el enfoque conceptual que a su vez esclarece y orienta la praxis. No se había equivocado El Che en la Sierra Maestra cuando afirmaba que el guerrillero es un “reformador social” con el fusil al hombro, lápiz en la mano, emprendiendo desde ya la tarea del cambio social.

Nuestro camino hacia la universalidad arranca con la lucha titánica contra el más grande enemigo de toda la humanidad, el imperialismo hegemónico de EEUU. Y lo trágico es que hasta aquí el Sur lucha solo o casi solo en nombre de la humanidad en su conjunto. Precisamente, la “tasa desigual de explotación”, descrita por Istvan Meszaros in El desafio y la carga del Tiempo Histórico, sitúa al proletariado de los países industrializados del Norte como beneficiario y por ende objetivamente co-participe del saqueo y explotación de los países del Sur. No es de extrañar entonces si las luchas de los pueblos del Sur no encuentran eco al Norte, ni solidaridad, ni estrategia común de lucha entre Sur explotado y Norte explotador contra el capital global, enemigo común situado al Norte. Durante la guerra de Francia contra el pueblo argelino que pagó su independencia con un millón de muertos y otros tantos heridos y desaparecidos, miles de mujeres ultrajadas, François Mitterrand, entonces ministro del interior y jefe del partido socialista, amenazaba en Argel a los patriotas argelinos alzados en armas, calificándolos de bandas criminales que había que erradicar con la fuerza del ejército francés. El PCF por su parte pretendía que no podía solidarizarse con la lucha independentista del pueblo argelino por el hecho de que las tropas coloniales eran compuestas mayormente de hijos de obreros y campesinos franceses.

En Asia, por años Vietnam luchó solo primero contra las tropas coloniales francesas, luego japonesas, para de nuevo derrotar a la elite de las tropas francesas en Dien Bien Phu. Acto seguido, le tocó llevar a cabo un esfuerzo aún mayor durante la guerra de liberación contra las fuerzas imperialistas de los EEUU. Las protestas estudiantiles y populares en EEUU se levantaron años más tarde por el alto número de bajas de soldados provocadas por el aguerrido pueblo vietnamita, el desfile por televisión norteamericana de los ataúdes de soldados y marines y la clara percepción de que los EEUU estaban perdiendo esa criminal guerra colonial.

Numerosos ejemplos en el pasado lejano y reciente atestiguan de esa divergencia abismal de intereses entre pueblos dominados del Sur y los del Norte manipulados y/o cómplices de sus gobiernos de turno. Hace poco, en la Plaza del Sol en Madrid, los llamados indignados –y ciertamente lo eran con legitimidad- protestaban contra la drástica disminución de su nivel de vida y alto desempleo. A la misma hora, su gobierno “socialista” participaba con sus aviones de guerra al otro lado por la costa sur mediterránea en el bombardeo criminal de las fuerzas de la OTAN contra la población civil indefensa de Libia. ¿Acaso pueden pretender que no sabían? A la misma hora, protestas en Madrid y toda España seguían limitadas a las reivindicaciones gremiales y locales. ¿Acaso no son moralmente co-responsables del crimen? ¿Acaso el pueblo español no iba a beneficiar de la rapiña ya organizada de las riquezas de petróleo, gas y agua del pueblo libio? ¿Acaso no realizan que la cuenta a pagar para salvar su economía de la crisis sistémica del capitalismo global, la están pagando pueblos del Sur como Afganistán, Irak, Libia y ahora Siria, en las nuevas aventuras coloniales europeas y de EEUU?

Sin embargo, hemos de salvar honrosas excepciones de personalidades, grupos sociales y activistas en países del Norte que denuncian a las fuerzas imperiales de sus países y la pasividad cómplice de sus conciudadanos.

En última estancia, tal vez les ha tocado a los pueblos dominados del Sur la misión prometeica de liberarse liberando al mismo tiempo a la humanidad en su conjunto.

3. Eurocentrismo & criticismo abstracto hasta desde el Sur

Si bien conocemos la obliteración ideológica eurocentrista, también somos familiarizados con voces desde el Sur - autodenominados intelectuales formatados por mentes occidentales- haciendo eco a ese mismo estilo. Estos, desde posiciones contemplativas y acomodaticias, como sobrevolando nuestras realidades por arribita se inclinan para emitir su juicio a nombre del derecho a la crítica –más bien el hipercriticismo- de los procesos en marcha en algunos países progresistas del ALBA. Se trata de una crítica con sabor amargo y tono depresivo, a buena distancia del terreno de las luchas y sin jamás por supuesto llegar a formular propuestas alternativas practicables. A partir de una lista previa -sacada de los libros o manuales, una suerte de “grille de lecture”- de medidas radicales de cambio social, estos “sabios” con lentes eurocentristas pretenden otorgar certificados de buena conducta o a menudo más bien en el caso de las experiencias bolivarianas presentarlas como pálido reflejo caricatural populista del peronismo de la época en Argentina. Por supuesto, su sentencia es clara y anticipada: el proceso bolivariano está condenado de antemano al fracaso como lo ha sido el peronismo. De alguna manera están diciendo aquí que la historia se repite como una farsa. ¿A quien lo dicen y quien se aprovecha de tal “profecía” de cuatro centavos en medio de una contienda electoral cuya suerte supera de lejos los intereses nacionales venezolanos?

Otros contemplativos aunque desde el propio país pero también a distancia de la lucha, con similar radicalismo abstracto y estéril, vociferan más alto aún para denunciar en nombre de “ruptura” y “tercera vía” un nuevo sistema colonial de dominación del capital extranjero (chino, ruso y occidental) en Venezuela con barniz bolivariano. ¿Qué dirán entonces de la revolución ciudadana en Ecuador y del proceso “atípico” de Bolivia?

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