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Elecciones en Francia: Democracia pirotécnica y promesas al archivo

Domingo 8 de julio de 2012 por CEPRID

Alejandro Teitelbaum

ARGENPRESS/CEPRID

En Francia las elecciones presidenciales dieron la victoria al candidato del Partido Socialista con diez millones de votos sobre 46 millones de votantes inscriptos. Se abstuvieron 9,4 millones y votaron en blanco 900.000. Es decir quienes no votaron o votaron en blanco igualaron el “score” del candidato triunfante, quien no llegó al 22% del total de los electores inscriptos para votar.

En el segundo turno de las elecciones legislativas se abstuvo o votó en blanco el 48,5% del electorado.

El Partido Socialista , sobre un total de 577 bancas obtuvo 278 (el 48%) y sus aliados 55 (10%) con lo cual tienen la mayoría absoluta en el Parlamento.

El sistema de dos vueltas en las elecciones legislativas permite en Francia una total distorsión de la representación popular en el Parlamento.

Si se hace una simulación de los resultados electorales con representación proporcional (que existió en Francia hace 30 años) comparándolo con el sistema actual, se obtienen estos resultados: El Partido Socialista tiene 278 diputados, con representación proporcional hubiera tenido 169. Sus aliados tienen 55 diputados y con representación proporcional hubieran tenido 33. Es decir que con representación proporcional, el PS y sus aliados no hubieran alcanzado la mayoría absoluta de que disponen ahora.

El Frente de Izquierda tiene 10 diputados y con representación proporcional hubiera tenido 40. El caso extremo es el Frente Nacional (de extrema derecha) que tienen dos diputados y con representación proporcional hubiera tenido 80.

En resumen, los diputados representan globalmente la mitad del electorado francés y dentro de esa mitad, la representación de las distintas tendencias políticas está totalmente distorsionada. La explicación que se da para justificar ese sistema totalmente antidemocrático es que así se puede lograr un Gobierno estable. No se ve muy bien la diferencia con los regímenes de partido único, salvo que en cada elección, los electores que entran en el juego (el 50% -60% aproximadamente) pueden optar entre dos o más variantes que se les ofrecen, todas destinadas a perpetuar el sistema.

Es cierto que hay opciones marginales que proponen cambios más o menos de fondo, pero varios factores influyen para que continúen siendo marginales: la ideología dominante, vehiculizada de manera sistemática y permanente por los monopolios de la información, un sistema electoral, como el descripto, que desalienta al elector, el temor instintivo al cambio y el “ombliguismo” o individualismo de buena parte de los ciudadanos y por último, aunque no menos importante, los errores políticos e ideológicos, e incluso tácticos, de los partidos y tendencias de izquierda.

El Partido Comunista que en 1946 era el primer partido de Francia con el 28% de los votos, fue desgastándose como consecuencia del abandono del objetivo estratégico de un cambio radical de la sociedad y de su oportunismo político que lo puso al servicio de los partidos de centro izquierda, en particular del Partido Socialista. Ahora agoniza con un caudal electoral propio de algo más del 2 por ciento y para seguir sobreviviendo penosamente y conservar algunos diputados no le queda otro recurso que establecer acuerdos electorales con el PS. En las últimas elecciones legislativas perdió algunos de los pocos bastiones que le quedaban desde hace decenios.

Su naufragio político se aceleró cuando, participando en el Gobierno del “socialista” Lionel Jospin, avaló la más importante ola de privatizaciones de grandes empresas y servicios en Francia después de la Segunda Guerra Mundial.

Hace pocos días le Consejo Nacional del PC, casi por unanimidad, tuvo la lucidez de decidir no participar en el Gobierno de Hollande. En las elecciones presidenciales, con el nombre de Frente de Izquierda (que integraron, además del PC otros pequeños grupos) y la candidatura extrapartidaria del ex PS Jean-Luc Melenchon, obtuvo el 11% de los votos, sobre todo gracias a las cualidades como tribuno de este último. Pero Melenchon cometió dos errores: 1) fue ambiguo en sus críticas al programa del PS, con propuestas positivas pero manifiestamente insuficiente para superar la profunda crisis actual y 2) hizo del combate al populismo de derecha representado por el Frente Nacional de Marine Le Pen un combate personal contra ésta última, no exento de diatribas.

El combate contra el populismo, tanto de derecha como de izquierda, debe ser riguroso e intransigente, ideológico, político y profundamente pedagógico, denunciando sin reserva alguna la demagogia, el discurso intrínsecamente contradictorio y la contradicción entre los dichos y los hechos de ambos populismos. Y no dejarse intimidar ni paralizar por sus contrataques, consistentes en una especie de terrorismo ideológico seudo nacionalista y seudo popular.

Esto vale no sólo para Francia sino para cualquier otro país del mundo. El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), fundado hace algunos años sobre la base de la Liga Comunista Revolucionaria, tuvo un periodo de crecimiento ayudado por la figura carismática de su líder Besancenot, pero nunca sus miembros (de distintos orígenes) acordaron sobre un programa claramente de izquierda adaptado a la realidad francesa, (la prueba es que ni siquiera se pusieron de acuerdo para darle un nombre positivo al Partido. Debe se el único partido en el mundo que se llama anti-algo). Así es como osciló entre el sectarismo político y el oportunismo ideológico y ahora, escindido, ha quedado reducido a la mínima expresión.

Lucha Obrera nunca ha logrado crecer significativamente y es, desde siempre, una especie de izquierda sectaria y folklórica. Hay analistas que se dicen de izquierda que han escrito “Francia votó socialista”. En primer lugar no votó Francia sino la mitad de Francia y en segundo lugar, ni esa mitad (ni la mitad de esa mitad) votó socialista. La realidad es que Francia tiene ahora un Gobierno con mayoría propia en ambas cámaras (algo así como la suma del poder) que pese al nombre de su principal componente, no tiene nada de socialista. En estos tiempos de crisis profunda, su gestión será catastrófica, pues apenas logrará maquillar la continuación de una política de austeridad (para quienes trabajan, no para los ricos y el capital financiero). Ya hay signos precursores: la participación de Hollande en el chantaje prelectoral de la Unión Europea y del FMI contra el pueblo griego y el “descubrimiento” de que el Tesoro del Estado francés está más vacío de lo que pensaban, lo que los obligará a achicar sus promesas en materia social (salarios, jubilaciones, etc).

Y a nivel europeo Jean-Marc Ayrault, Primer Ministro de Hollande, acaba de declarar al semanario alemán Die Zeit que “la mutualización de las deudas exige obligatoriamente una integración política más fuerte, lo que tardará varios años”. Dicho de otra manera, el nuevo Gobierno de Francia abandona su propuesta de las euro-obligaciones, tan publicitada durante la campaña electoral, y se inclina ante la canciller alemana Angela Merkel, quien propugna sangrar implacablemente a los países europeos agobiados por sus deudas y por los intereses usurarios que deben pagar al capital financiero internacional. En Francia no tardarán en comenzar las protestas populares que, si no son encauzadas por una izquierda ideológicamente rigurosa, inteligente y políticamente hábil, serán capitalizadas por un nuevo conglomerado –en formación- de buena parte de la derecha tradicional y de la extrema derecha.


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