CEPRID

El capitalismo por dentro (Parte II)

Sábado 12 de mayo de 2012 por CEPRID

Alejandro Teitelbaum

Argenpress/CEPRID

Las sociedades transnacionales

El núcleo fundamental del sistema capitalista en su etapa actual está constituido por las sociedades transnacionales.

Por un lado está la visión apologética del papel de las sociedades transnacionales... “Ellas promueven el crecimiento y la ganancia…reúnen nuevas masas de capitales, desarrollando recursos inutilizados y dando nuevas oportunidades al talento. El resultado ha sido elevar el nivel de vida, tanto en las naciones industrializadas como en los países en vías de desarrollo" (Business Week, 19 de diciembre de 1970, "Special Report: The Multinationals ride a rougher road", p. 57. Citado par Christian Palloix en L’économie mondiale capitaliste et les firmes multinationales, T. II, pág. 95. François Maspero, editor. Paris, 1975).

Por otro lado está el análisis basado en los hechos como, por ejemplo, el que hicieron hace ya treinta años un grupo de economistas franceses y el que hizo Stephen Hymer en 1970, los que conservan una rigurosa actualidad.

Michalet, Delapierre, Madeuf y Ominami, escribieron en Nationalisations et Internationalisation…(Ed. La Découverte/Maspero, París, 1983, pág. 147): "La culminación de la regulación monopolista privada a escala mundial conducirá a una reestructuración drástica y, sin duda, irreversible, de los Estados- naciones. Estos se convertirán en territorios amorfos cuyas funciones económicas estarán determinadas desde el exterior por oligopolios internacionales. Esos territorios serán a la vez grandes espacios abiertos y fragmentados. Se impondrá una estructura dualista, hecha de un sector "moderno" y otro "tradicional". En el primero, ampliamente internacionalizado, estarán concentradas las sedes de los grandes grupos, las industrias de alta tecnología, las grandes instituciones de enseñanza, los dirigentes y los ingenieros mejor formados, ellos mismos muy movibles y hablando el mismo idioma, los laboratorios y todo el complejo de medios de comunicación internacionales. El sector "tradicional" agrupará la masa de la población, con baja remuneración y calificación, dedicada a las tareas subcontratadas por el sector moderno en las que, quizás, un tiempo de trabajo más corto será compensado por la reducción de la cubertura de las necesidades sociales, la que será preferida al desempleo, cuya tasa será elevada".

Stephen Hymer, escribió en 1970 ["The efficiency (contradictions) of multinational corporations", The American Economic Review, Mai 1970, (nº 2, p.441)]: "…Debemos notar que la firma multinacional plantea más cuestiones de las que puede responder la teoría económica. Las FMN son típicamente grandes firmas que operan en mercados de competencia imperfecta y la cuestión de su eficacia es la de la eficacia de la toma oligopólica de decisiones, un terreno en el que la mayoría de los economistas del bienestar fallan, especialmente con la hipótesis de que la competencia asigna de manera eficaz los recursos y de que hay una armonía de intereses entre la maximización de las ganancias y el interés general. Además, las FMN plantean a un nivel bastante elevado problemas políticos y sociales tales como la explotación, la alienación, la dominación, como así también las relaciones o interdependencia entre las firmas y los Estados nacionales (incluyendo la cuestión del imperialismo), que no pueden ser analizadas en términos puramente económicos".

Muchos se obstinan en llamar “mundialización neoliberal” al sistema socioeconómico actualmente dominante, como si se tratara de una enfermedad pasajera y curable del capitalismo. La llamada “mundialización neoliberal” no es otra cosa que el sistema capitalista real actual, cuyo núcleo central es un puñado de grandes sociedades transnacionales que extienden sus redes de dominación sobre todo el planeta.

Según un reciente estudio, publicado en setiembre de 2011, de un grupo de investigadores del Swiss Federal Institute of Technology, de Zurich, el grueso del poder económico mundial confluye en 737 grandes corporaciones, la mayoría de ellas bancos y grupos financieros que, a través de diversas redes y vínculos, controlarían el activo del 80% de las grandes sociedades transnacionales. Pero según el mismo estudio, un grupo más concentrado, que llaman “super-entity”, de sólo 147 corporaciones controlaría el 40% de dicho activo. ( « The network of global corporate control », Stefanie Vitali, James B. Glattfelder et Stefano Battiston, ETH Zurich, 19 septembre 2011, http://www.scribd.com/doc/70706980/The-Network-of-Global-Corporate-Control-by-Stefania-Vitali-James-B-Glattfelder-and-Stefano-Battiston-2011).

No hay pues, un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal, caracterizado por crisis periódicas (que ahora se suceden prácticamente sin pausas de recuperación), de guerrerismo, de racismo, de brotes neofascistas y de degradación ambiental y otro capitalismo “posible”, estable y eficiente, que funcionaría con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y de otras calamidades.

En el período premonopolista y concurrencial del sistema capitalista, se distinguían tres procesos relativamente autónomos: a) el proceso de producción; b) el proceso de circulación y c) el proceso de realización de la producción, regidos cada uno por sus propios capitales: el capital industrial, el capital comercial y el capital bancario.

Pero con el surgimiento del capitalismo monopolista, que se consolida en la segunda mitad del siglo XX con la llamada revolución científica y técnica (electrónica, informática, etc.) cesa la relativa autonomía de las tres esferas (producción, circulación y realización), el capital financiero asume un papel hegemónico y desaparece la competencia como mecanismo autorregulador (o relativamente autorregulador) del mercado. Las sociedades transnacionales pasan a ser las estructuras básicas del sistema económico-financiero mundial y sustituyen al mercado como método de organización del comercio internacional. Sin que por ello deje de existir la competencia entre los grandes oligopolios, que suele ser encarnizada y sin cuartel.

De modo que cuando actualmente se oye hablar del mercado y de que "el funcionamiento de la economía debe quedar librado a las fuerzas del mercado" debe entenderse que el funcionamiento de la economía (y de la sociedad en general) debe quedar sometido a la estrategia decidida por el capital monopolista transnacional cuyo objetivo básico es maximizar sus beneficios, apropiándose por cualquier medio del fruto del trabajo, de los ahorros y de los conocimientos tradicionales y científicos de la sociedad humana.

Las primeras sociedades transnacionales aparecieron hacia fines del siglo XIX, primero como grandes empresas nacionales que acumularon capital y poder empleando todos los medios, incluidos la extorsión y el crimen y comenzaron a extenderse fuera de las fronteras. Por ejemplo la Standard Oil, fundada por John D. Rockefeller en 1870 en Cleveland, Ohio (Harvey O’Connor, El imperio del petróleo, Editorial América Nueva, México, 1956).

Durante decenios las sociedades transnacionales estuvieron centradas en la actividad productiva: la extracción y el comercio de materias primas y la fabricación y el comercio de productos industriales, sectores a los que se fueron agregando la prestación de servicios, la comunicación, la electrónica, la informática, la biotecnología, etc. Hasta pasada la primera mitad del siglo XX la actividad industrial y comercial de las grandes empresas transnacionales fue quizás su rasgo dominante pero no exclusivo. Por ejemplo, Harvey O’Connor, refiriéndose a la Standard Oil de Nueva Jersey, heredera de la Standard Oil fundada por Rockefeller en 1870, escribe: ésta… "sólo retiene, piensa y planea. Retener el control de 322 compañías…ya es ciertamente faena. Cuando algunas de tales subsidiarias…se clasifican entre las más altas corporaciones del mundo, pensar y planear viene a ser mucho más importante que retener".

La adopción de las decisiones estratégicas en un centro que tiene sólo esa función y está separado de la actividad industrial y comercial, la que es confiada a empresas subsidiarias o a subcontratistas, es un rasgo sobresaliente de la economía mundializada contemporánea, pero es una forma de organización del sistema que no estaba ausente en los albores de la formación del capitalismo monopolista transnacional. El proceso de constitución de las grandes empresas transnacionales es el resultado de la concentración y acumulación del capital, que dio lugar a la formación de grandes oligopolios y monopolios cuya base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el capital bancario, fenómeno que Rudolf Hilferding llamó capital financiero (Hilferding, El capital financiero, 1910) para destacar lo que él consideró el papel hegemónico del capital bancario en esa fusión. Los grandes monopolios transnacionales también consolidaron su base financiera constituyéndose como sociedades anónimas, que absorbieron el ahorro popular a través de la emisión de acciones (participaciones en el capital y en los beneficios -o pérdidas- de la empresa) y obligaciones (títulos de crédito contra la empresa que además devengan un interés).

Paul Sweezy (Teoría del desarrollo capitalista, Cap.XIV, punto 5, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1945) critica el enfoque de Hilferding, quien describía "la tendencia del capitalismo como si implicara la sujeción creciente de todos los aspectos de la vida económica a un círculo cada vez más estrecho de grandes bancos" y agrega Sweezy que "esta opinión es fundamentalmente engañosa. Hilferding confunde una fase transitoria del desarrollo capitalista con una tendencia permanente" y destaca la capacidad de autofinanciación de las grandes corporaciones sin desconocer el papel de los bancos y coincide con el análisis de Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) en que lo que caracteriza al capitalismo moderno es la concentración de la producción y la acumulación de capital, la formación de monopolios y oligopolios y la coalición o fusión del capital bancario y del capital industrial, al que prefiere llamar "capital monopolista" y no "capital financiero".

Pero sobre el fondo de una tendencia permanente, y a ritmo cada vez más acelerado, de concentración y acumulación del capital (industrial, comercial, de servicios y financiero) a escala mundial, la preeminencia del capital financiero dentro del capital monopolista, que Sweezy llama "fase transitoria del desarrollo capitalista", es sin duda actualmente el rasgo dominante del sistema.

Otro rasgo del gran capital transnacional es que puede actuar simultánea o sucesivamente en la economía real y en la especulación financiera, en la producción, en el comercio y en los servicios. También, por distintas razones, las grandes sociedades transnacionales que constituyen su principal estructura suelen cambiar de localización territorial y de nombre.

La hegemonía actual del capital financiero es el resultado de un cambio profundo de la economía mundial a partir del decenio de 1970, facilitado por la desregulación del sistema financiero y la libre circulación de capitales.

Es el momento que marca el fin del Estado de bienestar, caracterizado por la producción en masa y el consumo de masas, impulsado este último por el aumento del salario real y por la generalización de la seguridad social y de otros beneficios sociales. Es lo que los economistas llaman el modelo “fordista”, de inspiración keynesiana, caracterizado en la producción por el trabajo en cadena (taylorismo), iniciado en Estados Unidos y que se extendió a Europa sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial.

El agotamiento del modelo del Estado de bienestar obedeció a varios factores entre los que cabe destacar dos: la reconstrucción de la posguerra, que sirvió de motor a la expansión económica, llegó a su término y el consumo de masas tendió a estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios empresarios. También incidió el “shock” petrolero de comienzos de los años 70. Para dar un nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, se hizo necesario incorporar la nueva tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios y eso requirió grandes inversiones de capital.

Alguien tenía que pagar la factura. Comienza entonces la época de la austeridad y de los sacrificios (congelación de los salarios, deterioro de las condiciones de trabajo y aumento de la desocupación) que acompañaron a la reconversión industrial. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica en los países más desarrollados impulsó el crecimiento del sector servicios y se produjo el desplazamiento de una parte de la industria tradicional a los países periféricos, donde los salarios eran –y son- mucho más bajos.

Las "ventajas comparativas" de los Estados pasaron a ser "ventajas comparativas" de las sociedades transnacionales con diversa implantación territorial.

En esas condiciones toma cuerpo la llamada “mundialización neoliberal”: el pasaje de un sistema de economías nacionales a una economía dominada por cuatro centros mundiales: Estados Unidos, Europa y Japón y un grupo constituido en una primera etapa por los "cuatro tigres de Asia": Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur. Más recientemente este panorama se ha modificado sustancialmente con el surgimiento de nuevas potencias económicas, cuatro en particular: China, India, Rusia (que se recupera de la dislocación del “socialismo real”) y Brasil. Es el grupo llamado BRIC. Que pasó a llamarse BRICS desde la reciente adhesión de África del Sud. De estos cuatro centros se destacan netamente tres por la concentración del capital financiero y porque en ellos están basadas la mayor parte de las grandes sociedades transnacionales. En orden de importancia: Estados Unidos, China y Europa. Pero ese orden puede cambiar en pocos años: China aventajando a Estados Unidos y el BRICS pasando delante de Europa.

Con la incorporación de las nuevas tecnologías la productividad aumentó enormemente, es decir que con el mismo trabajo humano la producción pasó a ser mucho mayor.

Se abrieron entonces dos posibilidades: o se incitaba el consumo de masas de los bienes tradicionales y de los nuevos bienes a escala planetaria con una política salarial expansiva, una política social al estilo del Estado de bienestar, se reducía la jornada de trabajo en función del aumento de la productividad para tender a una situación de pleno empleo y se reconocían precios internacionales equitativos a las materias primas y productos de los países pobres, o se tendía a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio conservando bajos los salarios, el nivel de ocupación y los precios de los productos de los países del Tercer Mundo.

La primera opción hubiera sido factible en un sistema de economías nacionales, en las que la producción y el consumo se realiza fundamentalmente dentro del territorio y entonces es posible el pacto social de hecho entre los capitalistas y los asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema “mundializado” la producción se destina a un mercado mundial de "clientes solventes" y ya no interesa – o interesa poco- el poder adquisitivo de la población del lugar de producción.

En las condiciones de la mundialización acelerada, los dueños del poder económico y político a escala mundial con su visión de "economía-mundo" y de "mercado global" apostaron a la segunda alternativa (bajos salarios, bajos niveles de ocupación, liquidación de la seguridad social, precios bajos para las materias primas, etc.) a fin de mantener y aun elevar su tasa de beneficios.

Esta opción tuvo como consecuencia acentuar las desigualdades sociales en el interior de cada país y en el plano internacional, con lo que se creó una neta diferenciación en la oferta y la demanda de bienes y servicios. La producción y oferta de bienes se orientó no a la gente en general sino a los llamados “clientes solventes”. Fue así como la oferta de bienes de lujo aumentó enormemente y la oferta de nuevos productos como ordenadores y teléfonos portátiles encontró una gran masa de clientes en los países ricos y muchos clientes en la primera periferia no demasiado pobre. Entretanto, los bienes esenciales para la supervivencia (alimentos, servicios de salud, medicamentos, vivienda digna de ese nombre, etc) quedaron fuera del alcance de la gran mayoría del sector más pobre de la población mundial: los tres mil millones de seres humanos que viven con menos de 2,5 dólares por día. La idea de servicio público (salud, educación, etc, para todos) y de un derecho irrevocable a los bienes esenciales para vivir con un mínimo de dignidad, fue reemplazada por la afirmación de que todo debe estar sometido a las leyes del mercado.

Predominaron entonces, sobre todo en Estados Unidos y en Europa, tasas de crecimiento económico bajas, a causa de que un mercado relativamente estrecho (virtual congelamiento del salario real y deterioro de los beneficios sociales) imponía límites a la producción y surgió el fenómeno de las grandes masas de capitales ociosos (incluidos los petrodólares), puesto que no podían ser invertidos productivamente.

Pero para los dueños de dichos capitales (personas, bancos, instituciones financieras) no era concebible dejarlos arrinconados sin hacerlos fructificar.

Es así como el papel de las finanzas al servicio de la economía, interviniendo en el proceso de producción y de consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado por el nuevo papel del capital financiero: producir beneficios sin participar en el proceso productivo. Esto último se concreta básicamente de dos maneras.

Una consiste en que los inversores institucionales gestores de fondos de pensiones, las compañías de seguros, los organismos de inversión colectiva y los fondos de inversión compran acciones de sociedades industriales, comerciales y de servicios. Los fondos de inversión colectan fondos provenientes de los fondos de pensiones, de empresas, compañías de seguros, particulares, etc, y los emplean en la compra de empresas industriales, comerciales o de servicios, que conservan si son muy rentables o por razones estratégicas o si son deficitarias o poco rentables, las “sanean” despidiendo personal y luego las venden con un margen de ganancia considerable. Esos grupos financieros pasan a intervenir asi en las decisiones de política de las empresas con el objeto de que su inversión produzca la alta renta esperada, imponiéndoles estrategias a corto plazo. Y la otra manera en que crece el papel del capital financiero especulativo es que los grupos financieros (fondos de inversión, etc.) invierten en la especulación (por ejemplo con los llamados productos financieros derivados) y lo mismo hacen las empresas industriales, comerciales y de servicios con parte de sus beneficios, en lugar de hacerlo en la inversión productiva. Así se generalizó la práctica de obtener beneficios creando productos financieros o adquiriendo los ya existentes y haciendo con ellos operaciones especulativas.

Además de los productos financieros tradicionales (acciones y obligaciones) se han creado muchos otros. Entre ellos los productos financieros derivados, que son papeles cuyo valor depende o "deriva" de un activo subyacente y que se colocan con fines especulativos en los mercados financieros. Los activos subyacentes pueden ser un bien (materias primas y alimentos: petróleo, cobre, maíz, soja, etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso una canasta de activos financieros. Así los precios de materias primas y de alimentos esenciales ya no dependen sólo de la oferta y la demanda sino de la cotización de esos papeles especulativos y de ese modo los alimentos pueden aumentar (y aumentan) de manera inconsiderada en perjuicio de la población y en beneficio de los especuladores.

Por ejemplo cuando se anuncia que se fabricarán biocarburantes los especuladores “anticipan” que el precio de los productos agrícolas (tradicionalmente destinados a la alimentación) aumentará y entonces el papel financiero (producto derivado) que los representa se cotiza más alto, lo que repercute en el precio real que paga el consumidor por los alimentos.

Las inversiones en productos financieros implican diversos niveles de riesgo. Con la esperanza de cubrir dichos riesgos se han inventado una compleja serie de productos financieros que inflan cada vez más la burbuja y la alejan aun más de la economía real.

Chesnais escribe: ...”los inversores financieros, como así también los bancos centrales creyeron tener finalmente una técnica milagrosa que garantizaba al sistema bancario contra el riesgo: la titulización generalizada. ¿Qué es esta titulización (en francés “titrisation”, aunque la expresión original en inglés es “securitization”)? Pues consiste en “transformar las acreencias en manos de establecimientos de crédito, sociedades financieras, compañías de seguros o sociedades comerciales (las cuentas-cliente) en títulos negociables”. Estos títulos tienen nombres estrafalarios pero es obligado mencionarlos. Están en primer lugar los RMDS (Resiential Mortgage Backet Securities), adosados a los préstamos inmobiliarios. Se encuentran luego los CDS (Credit Default Swaps), derivados de crédito que conllevan la transferencia con intereses y elevadas comisiones del riesgo ligado a la posesión de obligaciones de empresas (estos CDS eran instrumentos de cobertura de riesgo, pero pasaron a ser instrumentos de colocación especulativa). Están finalmente los CDO (Collateralized Debt Obligations), que son “títulos derivados de títulos” que suponen dos operaciones sucesivas de titulización y una total opacidad sobre la composición del “producto sintético” (François Chesnais, El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera. Publicado en castellano en Herramienta Nº 39, Buenos Aires, octubre 2008 y en francés en Inprecor Nº 541-542, Paris, septiembre/octubre 2008).

Michel Drouin, por su parte, escribe: "El desarrollo de los flujos de capitales internacionales, impulsado por la desregulación y la descompartimentación casi general de los mercados financieros, hizo de los años 80 el decenio de la mundialización financiera… Las operaciones financieras, cuyo volumen estaba ya desconectado del volumen de las transacciones en bienes y servicios, se hicieron autónomas, es decir movidas no por la lógica de las transacciones corrientes sino por la de los movimientos de capitales. La esfera financiera basó su desarrollo sobre ella misma a partir de la búsqueda de un beneficio surgido de la variación de los precios de sus propios instrumentos. El carácter especulativo de esta lógica de crecimiento permite hablar del surgimiento de una economía internacional de la especulación" (Michel Drouin, Le système financier international, Edit. Armand Colin, Paris, enero 2001).

Con esta "economía internacional de la especulación", se aceleró la acumulación de grandes capitales en pocas manos a expensas sobre todo de los trabajadores, de los jubilados y de los pequeños ahorristas. En el caso de las participaciones del capital financiero (fondos de pensiones, compañías de seguros, fondos de inversión, bancos, etc.) en industrias y servicios, la elevada renta que exigen y obtienen los propietarios de dichos capitales está fundada en la degradación de las condiciones de trabajo en esas industrias y servicios. Es bien conocido el fenómeno de que cuando una empresa anuncia despidos sus acciones suben.

Estas fueron las formas en que el capital transnacional mantuvo y mantiene una alta tasa de beneficios y un acelerado ritmo de acumulación y concentración a pesar del crecimiento económico lento y de la existencia de un mercado restringido.

No obstante el papel dominante que desempeña actualmente el capital financiero, no cabe duda que la base permanente de la economía capitalista es el capital productivo, sin el cual el capital financiero (hegemónico no) no podría existir.

Por esa razón el gran capital transnacional no sólo desempeña el papel principal en el sistema financiero sino que realiza actividades productivas en las esferas más diversas: desde la extracción de materias primas hasta la prestación de toda clase de servicios (Bancos, seguros, salud, comunicaciones, información, fondos de pensiones, etc.) pasando por la producción de una gran variedad de mercancías: bienes de consumo inmediato como los alimentos, bienes durables como automóviles, etc. y también en la esfera de la investigación en todos los órdenes, especialmente en la tecnología avanzada: electrónica, ingeniería genética, etc.

Hasta hace algunos decenios existió una neta separación en las facultades atribuidas a las distintas instituciones que se ocupan de servicios financieros.

Pero desde comienzos de los años 80 se produce un amplio movimiento de desregulación.

Se borra la diferencia entre moneda y activos financieros, desaparecen los límites entre los diferentes segmentos del mercado: mercado monetario, mercado de crédito a mediano plazo, mercado financiero, etc. Se hacen cada vez más difusas, cuando no se borran, las fronteras entre los bancos comerciales, cuya función principal consiste en recibir depósitos y conceder préstamos y los Bancos de inversión, que se dedican a sacar empresas a Bolsa, diseñar y ejecutar OPA’s, fusiones, ventas de divisiones enteras entre empresas, emisiones de bonos, operaciones de trading de gran volumen en los mercados financieros, etc. La tradicional separación entre agentes de cambio e intermediarios financieros desaparece y se achica la clásica intermediación bancaria para la obtención de capitales en préstamo pues éstos se pueden obtener emitiendo títulos de distinto tipo que se colocan directamente en el mercado.

Se produce así una verdadera hipertrofia, totalmente incontrolada, de la esfera financiera y se crea un enorme capital ficticio, como ya lo denominó y lo describió Marx en El Capital (Tomo III, Capítulo XXV - Crédito y capital ficticio).

Las crisis

En pocos años los productos financieros derivados (futuros, opciones, forwards, swaps, etc.) con fines especulativos o supuestamente destinados a cubrir riesgos se multiplicaron exponencialmente y su monto de hizo astronómico y totalmente despegado de la economía real. Todos esos productos financieros circulan, en los hechos, como moneda, de manera que el papel de la moneda de representar los valores creados en el proceso de producción se ha distorsionado totalmente, pues la relación entre los valores reales creados en el proceso productivo y los ficticios que circulan en el mercado financiero es del orden de entre 10 a 1 y 20 a 1, según diferentes estimaciones. Existe una sensación de euforia económica y circulan slogans tales como “¿qué espera para hacerse rico?”, hasta que, inevitablemente, estalla la crisis.

Es en ese marco que se producen las crisis financieras, como la que comenzó en 2007 y estalló a escala planetaria en 2008, que son diferentes de las crisis cíclicas clásicas del capitalismo en las que, después de un período más o menos largo de crecimiento económico, la producción sobrepasa las posibilidades del mercado (sobreproducción). Esta modalidad especial de crisis fundamentalmente financieras no son crisis de sobreproducción pero producen graves “efectos colaterales” sobre la industria y el comercio.

Estas crisis tienen como centro de gravitación el capital-dinero y que, por tanto, se mueven dentro de la órbita de los Bancos, de la Bolsa y de las finanzas. Aunque las consecuencias son similares: las empresas quiebran, los despidos se generalizan, aumenta la desocupación y se acentúa la concentración monopolista hasta que le economía se recompone sobre los escombros de la crisis que deja un tendal de víctimas entre los trabajadores y los empresarios.

Los actuales choques financieros, dice Chesnais (La mondialisation financière, François Chesnais, editor, ed. Syros, Paris, 1996, Cap. 8) son el resultado de una configuración específica del capitalismo en su etapa actual. No es el resultado, como en las crisis capitalistas “clásicas” hasta mediados del siglo XX, de una caída brutal de la producción y del comercio.

Se estaría en presencia -sigue diciendo Chesnais- de una interacción particular entre la esfera de la producción y la esfera de las finanzas. Por un lado existe una disminución regular y durante un largo período de la tasa de crecimiento en los países más industrializados, que se puede describir como una sobreproducción crónica que los grandes grupos oligopólicos logran por lo general controlar con medidas en la esfera de la producción e hipertrofiando la esfera financiera. Dicho de otra manera: si la producción no aumenta a un ritmo elevado y el desempleo aumenta, la tasa de ganancia que obtienen los capitalistas en la esfera de la producción tiende a estancarse o a disminuir y si la gente se empobrece (desocupación y salarios congelados) consume menos, es decir que el mercado, donde los capitalistas realizan el beneficio, se achica.

La “solución” capitalista a estos dos problemas (descenso de la tasa de ganancia y amenaza de crisis de sobreproducción por achicamiento del mercado consumidor) consiste en la hipertrofia y desregulación del sistema financiero que les permite, por un lado, despojar a los trabajadores y a los pequeños ahorristas en la esfera financiera compensando así el descenso de la tasa de ganancia en la esfera productiva y, por otro lado, expandir enormemente el crédito a fin de crear un poder adquisitivo artificial en las clases más modestas que viven endeudadas y se endeudan cada vez más.

Hasta que no pueden responder por sus deudas y en ese momento las “soluciones” capitalistas a las contradicciones inherentes al sistema dejan de funcionar y se producen las crisis financieras, porque el sistema real, es decir la esfera de la producción y del intercambio y su contradicción fundamental (la apropiación privada en forma de plusvalía que se interpone entre la producción social y el consumo social) resurge: se acaba el espejismo de la prosperidad y los pobres están más pobres que antes.

Se suceden las reuniones de los principales “líderes mundiales” con el objetivo proclamado de aportar soluciones para superar la crisis pero en realidad con el doble propósito de distraer a la opinión pública mundial con un show demagógico y ponerse de acuerdo sobre algunas medidas destinadas a preservar al sistema y, dentro de él, la hegemonía del capital financiero parasitario.

Y relanzar la gran farsa del supuesto control de los paraísos financieros. En cuanto al control de los paraísos financieros, la famosa “lista negra“(ahora de diferentes tonalidades) de paraísos fiscales fue elaborada por la OCDE hace diez años y no sirvió para nada. La razón es muy simple: buena parte de los paraísos fiscales (que no figuran en las listas) están en territorio de las grandes potencias o controlados por éstas: la City de Londres, la isla de Jersey, la isla de Man, el Estado de Delaware en Estados Unidos, Mónaco, Macao, Hong Kong, las islas Caimán, etc.etc. Y quienes se sirven de los paraísos fiscales son las grandes empresas transnacionales, los grandes bancos y sus clientes y los grupos financieros, que son intocados e intocables. Además, la “lista negra” o “gris” es como una puerta giratoria. Así como se entra se sale. Según un autor, el profesor Michael Krätke (Paraísos fiscales. Publicado por Sin Permiso http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=1716. 2 de marzo de 2008.) se estima que los más ricos tienen alrededor de un 30% de su patrimonio colocado en plazas financieras offshore. Más de un quinto (23%) de todos los depósitos bancarios del mundo se halla en los paraísos fiscales, al menos 3 billones de dólares según cálculos conservadores. Casi el 50% de las transacciones financieras transfronterizas mundiales pasan por ellos. Dice Krätke que de acuerdo con los cautelosos análisis del Tax Justice Network, los capitales disimulados en los paraísos fiscales evaden impuestos por un monto de entre 250 y 300 mil millones de dólares cada año.

Es una buena parte del dinero que falta para reactivar la economía, aumentar el poder de compra de los más pobres y en general para mejorar la situación de las 3000 millones de personas que viven en el mundo con menos de 2,5 dólares por día.

Como señaló recientemente Eva Joly, más que controlar a los paraísos fiscales habría que controlar directamente las finanzas de las grandes empresas, los grupos financieros y los bancos que los utilizan. Eva Joly, que fue hasta 2002 jueza de instrucción en Francia a cargo de la investigación de grandes “affaires” y renunció a causa de las presiones políticas que recibió destinadas a trabar su acción, escribió: “...yo pensaba que estábamos ante una criminalidad superficial, marginal, accidental, una especie de falta de moral individual. Hoy tengo la certidumbre de que la criminalidad financiera está incrustada en la economía y que ensombrece nuestro porvenir” (nuestro el subrayado) (Eva Joly, Notre affaire à tous, Ed. Les Arènes, Paris, junio 2000, pág. 183).

Las crisis financieras no son una enfermedad curable del capitalismo, que se deben a la irresponsabilidad de los gestores de las finanzas (aunque las operaciones riesgosas de los “traders” y de sus patrones contribuyen a su agravación): son parte estructural del capitalismo en su etapa actual, mundializado y totalmente privatizado en la esfera de la producción y de las finanzas, con las clases dirigentes y gobernantes totalmente a su servicio.

Los líderes políticos no tienen el interés ni la posibilidad de restablecer los criterios económicos y las formas de regulación (muy limitados) que existieron en la inmediata posguerra. A pesar de que ahora no cesan de denostar contra la desregulación financiera (que ellos mismos promovieron y consintieron) y preconizan y practican el intervencionismo estatal, como es el caso de la estatización parcial (y temporaria) de General Motors. Intervencionismo que dura hasta que las aguas financieras vuelven a su cauce y todo se reprivatiza, para mayor gloria y beneficios del capital monopolista.

La función de los líderes políticos se limita en lo esencial a engañar e intentar calmar a la opinión pública y a poner todos los recursos del Estado (es decir las riquezas creadas por el trabajo humano) al servicio del capital financiero y de la preservación del sistema.

Como escribió Galbraith refiriéndose a la crisis del 29: “Entonces como ahora, la intervención del Estado para ayudar a esas instituciones (Bancos y otras instituciones financieras) era aceptable. A diferencia de la ayuda a los pobres para los gastos sociales, no se veía en ello una carga financiera” (Galbraith, John K., Voyage dans le temps économique, Editions du Seuil, Paris, octubre 1995, Cap.8 (La grande depression). Otras formas que permiten al capital financiero transnacional apropiarse en forma parasitaria del fruto del trabajo ajeno, es decir sin intervenir en el proceso productivo, son la privatización de la seguridad social, de la que se han hecho cargo fondos privados de pensiones, la sustitución de parte del salario o de otras remuneraciones de que es acreedor el personal de las grandes empresas por acciones o por opciones sobre acciones de la misma empresa (stock-options), etc., que son distintas formas de robar o estafar, como dicen los economistas Labarde y Maris (La bourse ou la vie, la grand manipulation des petits actionnaires, edit. Albin Michel, Paris, mayo 2000).

El capital financiero, además de estos mecanismos “legales” destinados a obtener una tajada cada vez mayor de los valores creados en la esfera productiva, se apropia directamente de los bienes de los trabajadores, jubilados y pequeños ahorristas, cometiendo verdaderas estafas.

Por ejemplo en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financieros transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.

Después de Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron implicados los dos más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase.

En el caso de WorldCom, un pequeño ahorrista que en marzo de 2000 compró 10.000 dólares en acciones se encontraba en julio de 2002 con que sus acciones valían sólo 200 dólares (Despacho de AFP del 21/07/02).

Una situación similar se produjo también en algunas transnacionales basadas en otros países, como Vivendi y otras en Francia. La acción de Vivendi llegó a cotizarse a 141,60 el 10 de marzo de 2000 y valía sólo 9,30 el 16 de agosto de 2002.

En síntesis, el capital financiero transnacional está funcionando como una bomba aspirante de las riquezas producidas por el trabajo (es decir en la esfera de la producción de bienes y servicios) a escala mundial, riquezas que de esta manera se concentran en pocas manos y en ciertas regiones del planeta.

De modo que a la tradicional expropiación del fruto del trabajo que practica el capital en la esfera de la producción (obtención de plusvalía), se ha venido a sumar la que realiza el capital financiero especulativo sin participar en dicho proceso.

El pago de la deuda externa (real o supuesta) por parte de numerosos países –que no son todos “periféricos” como ocurría hasta hace poco - contribuye en no poca medida a alimentar la caja del capital financiero transnacional.

Cabe señalar al respecto que los préstamos a los Estados y/o la compra de las deudas públicas son inversiones seguras y muy fructíferas para el capital financiero, con tasas de interés a menudo muy elevadas. Si la deuda externa ha sido primero un útil para la colonización y luego una herramienta de recolonización esgrimido contra los países del Sur, ahora es un instrumento de chantaje en manos del capital financiero para someter a los gobiernos de los Estados del Norte, como lo prueba la situación en los países de la Unión Europea. Para comprender los mecanismos de la deuda se puede consultar “¡Investiguemos! la deuda! Manual para realizar auditorías de la deuda del Tercer Mundo”, Coedición CETIM y CADTM. Ginebra, octubre 2006.

Las crisis financieras no son una enfermedad curable del capitalismo, debida a la irresponsabilidad de los gestores de las finanzas (aunque las operaciones riesgosas de los “traders” y de sus patrones contribuyen a su agravación): son parte estructural del capitalismo en su etapa actual, mundializado y totalmente privatizado en la esfera de la producción y de las finanzas, con las clases dirigentes y gobernantes totalmente a su servicio.

En realidad los dirigentes políticos y los dirigentes económicos son intercambiables y a veces son los mismos, especialmente en Estados Unidos: pasan del directorio de las grandes corporaciones a funciones de gobierno y viceversa.

Goldman Sachs, que en 2008 pidió y obtuvo una ayuda del Gobierno de Estados Unidos de 10 mil millones de dólares (que ya rembolsó) anunció el 14 de julio de 2009 un beneficio neto de 3440 millones de dólares en el segundo trimestre del año, lo que representó un incremento del 65% respecto del mismo período del año anterior y el mejor trimestre en sus 140 años de existencia. Además, constituyó una provisión de 6 mil millones de dólares destinadas a las primas y “bonus” de su personal. En el primer trimestre de 2011 obtuvo un beneficio de “sólo” 2.740 millones.

Goldman Sachs se benefició con la quiebra de su competidor Lehman Brothers, que Bush y su Secretario del Tesoro Paulson (ex presidente de Goldman Sachs) no quisieron socorrer. Goldman Sachs estuvo directamente representado en el Directorio de la Reserva Federal de Nueva York (parte importante del sistema de 12 conglomerados bancarios que constituyen la Reserva Federal de los Estados Unidos) por Stephen Friedman hasta la renuncia de éste en mayo de 2009. Pero el holding financiero no corre el riesgo de perder el trato preferencial de que goza en la Reserva Federal y quedar desprotegido: William Dudley que desde enero de 2009 sucedió a Timothy Geithner (actual secretario del Tesoro del Presidente Obama) en la presidencia de la Reserva Federal de Nueva York, trabajó para Goldman Sachs hasta 2007.

Esta “rotación” entre las altas finanzas y las funciones políticas dirigentes adquirió ahora en Europa características casi grotescas: Mario Draghi, nuevo Presidente del Banco Central Europeo, fue vicepresidente para Europa de Goldman Sachs Internacional y como tal trabajó para disimular una parte de la deuda soberana de Grecia; Lucas Papademos, actual primer ministro de Grecia, como presidente del Banco Central Helénico participó en la disimulación de la deuda griega con el asesoramiento de Mario Draghi; el gestionario de la deuda griega es Petros Christodoulos, un ex “trader” de Goldman Sachs; Mario Monti, nuevo Primer Ministro de Italia fue consejero internacional de Goldman Sachs y Luis de Guindos, el nuevo Ministro de Economía de España, es un ex de Lehman Brothers.

La crisis financiera en la Unión Europea

La llamada “troika” (FMI, Unión Europea y Banco Central Europeo) está actuando en las crisis de varios países europeos para favorecer los intereses del capital financiero transnacional en detrimento del interés nacional y en perjuicio de las condiciones de vida de sus pueblos. Conviene señalar que, de conformidad con el Tratado Europeo de Lisboa, el Banco Central Europeo NO PUEDE prestar a los Estados pero si puede hacerlo (y lo hace largamente: 500 millones últimamente) a los Bancos, los que le dan en garantía al BCE títulos de la deuda de los Estados, en muchos casos muy mal cotizados.

En Grecia se acumuló una enorme deuda por mala gestión, por pago de intereses muy elevados sobre las deudas y por compras desproporcionadas de armamentos. Grecia ocupó el quinto lugar en el mundo entre los compradores de armas convencionales en el periodo 2005-2009. El 31% de esas armas las compró a Alemania, el 24% en Estados Unidos y otro 24% en Francia, ahora sus principales acreedores.

La “troika” le impone a Grecia “condicionalidades” consistentes en privatizar el patrimonio nacional para recaudar 50 mil millones de euros destinados a pagar a los acreedores, le exige congelar y en muchos casos bajar los salarios y las jubilaciones y en general reducir considerablemente los gastos sociales.

Y para asegurar que Grecia cumpla con las drásticas medidas de austeridad, Alemania quiere imponerle una especie de protectorado europeo.

Cuando los inversores compran títulos de la deuda griega (o de cualquier otro país) pueden asegurarse contra el riesgo de no ser rembolsados con un CDS (credit default swap), un “producto derivado” (con el cual a su vez los inversores pueden especular a la alza en el mercado de CDS que funciona de manera autónoma) si se considera que el riesgo es grande. No están obligados a aceptar quitas en sus créditos ni prolongación de los plazos de vencimiento. Y si los Bancos finalmente no pueden recuperar sus créditos aparece el Estado (los contribuyentes) para salvarlos

De modo que el único que siempre gana es el capital financiero transnacional.

El 30 de enero de 2012 Alemania logró que 25 Estados europeos sobre 27 (Gran Bretaña y la República Checa no firmaron) suscribiesen un “contrato” de rigor presupuestario, que requiere la ratificación de sólo 12 Estados para entrar en vigor, donde están previstas sanciones automáticas para aquéllos que no lo respeten. No es un Tratado dentro del sistema institucional europeo sino un paso más hacia la privatización del derecho regional, del que quedará excluido el Parlamento europeo y donde desempeñará un papel fundamental la Comisión Europea, la correa de transmisión del poder económico en las instituciones europeas. Se trata de reforzar y hacer obligatorias para los Estados signatarios las políticas de austeridad, recesivas, antisociales y favorables al capital financiero aplicadas hasta ahora. El 29 de abril de 2010 Eric Woerth, entonces Ministro del Gobierno francés explicaba con todo cinismo por France Inter: “Ayudando a Grecia nos ayudamos a nosotros mismos. Los 6 mil millones [de euros prestados por Francia a Grecia] no provienen de la caja del Estado. Se toman prestados [en los mercados financieros] a un interés del 1,4 o 1,5% y se prestan a los griegos al 5% aproximadamente. De manera que nosotros ganamos en la operación. Es bueno para el país, es bueno para Grecia y sobre todo es bueno para la zona euro. Hay que tranquilizar a los mercados. Siempre es así, hay que tranquilizar a los mercados [...] hay que tender una red pública de seguridad”. Nuestro el subrayado.

Finalmente, a principios de marzo de este año, el 85,5% de los acreedores privados aceptaron participar en la reestructuración de la deuda de Grecia, lo que fue presentado por los líderes europeos como la “salvación” de Grecia.

En realidad la operación ha consistido en la salvación del capital financiero a expensas en primer lugar del pueblo griego y que repercutirá también sobre los otros pueblos europeos.

Los acreedores privados poseedores de 206 mil millones de euros de obligaciones griegas aceptan borrar unos cien mil millones en las siguientes condiciones: recibirán nuevas obligaciones con un valor nominal 53,5% inferior a las antiguas obligaciones, lo que parece un “sacrificio” de su parte, pero no lo es.

En primer lugar cambian los antiguos títulos casi sin valor por otros mucho más seguros. En segundo lugar en el momento del cambio recibirán el equivalente al 15% de la totalidad de sus créditos en plata fresca. El 31,5% restante en nuevos títulos que serán emitidos bajo la ley británica a fin de impedir que cualquier futuro gobierno griego “caiga en la tentación” de cuestionar dicha deuda. Dichos títulos estarán garantizados por el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y los Estados europeos. Además los acreedores de Grecia poseedores de los CDS (Credit Default Swaps, seguros de créditos incobrables) estarán cubiertos por los mismos.

Después de haber saqueado a Grecia durante años el sector privado financiero sale muy bien librado pues de hecho transfiere los riesgos al sector público (léase los pueblos).

¿Qué obtiene Grecia de todo esto? Los Estados europeos se han comprometido a aportar 130 mil millones a Grecia, de los que 30 mil millones van a parar directamente a los acreedores privados (el 15% de plata fresca mencionado más arriba). Otros 35 mil millones el Gobierno griego debe utilizar para recomprar otra parte de la deuda antes de anularla. Otros 25 mil millones serán destinados a recapitalizar los bancos griegos. De modo que de los 130 mil millones 90 mil millones están destinados al capital financiero. No queda prácticamente nada para ayudar a la economía griega a salir de la recesión.

Además los 130 mil millones no son un regalo, son un préstamo. De tal manera que, según cálculos de algunos expertos, después de toda esta operación de “salvación”, la deuda pública griega pasará de representar el 161% del PIB a “sólo” el 159%.

Con el agregado que Grecia queda bajo la tutela de la Troika ( Unión Europea, FMI y Banco Central Europeo) que vigilará que Grecia cumpla con lo convenido . (Información extraída del artículo de Martine Orange Grèce: les banques se sauvent, le désastre est toujours là. Publicado en Mediapart, Francia el 9 de marzo de 2012)

Hace tiempo que se le atribuye al mercado capitalista la calidad de inherente a la sociedad humana, como los fenómenos fisiológicos son inherentes a los seres vivientes. No como parte de un periodo determinado en la historia de la humanidad caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción y de cambio. Periodo que nada permite suponer (sino más bien todo lo contrario) que durará indefinidamente.

Pero hace ya algunos años se le ha agregado al mercado características antropomórficas y se dice que está “inquieto”, “nervioso”, “tranquilo”, etc.

Y cuando los mercados “se ponen nerviosos” hay que “tranquilizarlos” garantizando las ganancias capitalistas y, llegado el caso, con una “red pública de seguridad” (destinada a salvar a los Bancos y a otras instituciones financieras con los dineros del Estado, es decir de los contribuyentes).

Pero cuando son los pueblos los que se ponen nerviosos a causa de las políticas de austeridad que se les impone, primero se los trata de tranquilizar contándoles el cuento de que “no hay otra alternativa” (el famoso TINA de Thatcher: "There Is No Alternative") y si salen a la calle a protestar se los “tranquiliza” con diferentes formas de represión y con la criminalización de los ciudadanos que defienden sus derechos más elementales.

Las agencias de calificación

Las agencias de calificación son la fuerza de choque del capital financiero. Las tres principales son Standard and Poor’s, Moody,s y Fitch. Son instituciones privadas que se ocupan de poner notas a empresas y a Estados – que van del riesgo mínimo (AAA) al riesgo máximo (CCC)- que pueden correr los inversores financieros que prestan a dichas empresas y Estados. Existen hace tiempo y comenzaron poniendo notas a empresas y Bancos pero después extendieron su radio de acción a los Estados.

Una nota baja (riesgo alto) tiene por consecuencia automática que la empresa o el Estado que reciba un préstamo pagará un interés más elevado.

Estas agencias no tienen nada de independientes pues pertenecen a grandes capitales privados: el 13% de Moody’s pertenece al multimillonario Warren Buffet (Berkshire Hathaway), Fitch pertenece mayoritariamente a la sociedad financiera francesa Fimalac y el 20% de su capital al grupo Hearst y Standard and Poor’s al grupo estadounidense McGraw-Hill Companies.

Cobran por sus servicios a las empresas que quieren ser calificadas y a las que utilizan las notas.

De modo que grupos privados estrechamente vinculados al capital financiero decretan la lluvia o el buen tiempo para los Estados que necesitan recurrir a préstamos del capital financiero transnacional. Si la nota es alta (poco riesgo) el Estado pagará un interés bajo por los préstamos. Si la nota es baja (riesgo alto) el Estado pagará un interés alto, entrando así en un círculo infernal de endeudarse cada vez más y pagar intereses cada vez más altos.

Y deberá aplicar los ajustes exigidos por los acreedores que se traducen en recesión, más desocupación, congelación de salarios, privatización de los servicios públicos, recorte de los gastos sociales, etc. Las notas no son para nada objetivas, sino que responden a la estrategia de provocar una gigantesca y permanente transferencia de recursos de las masas populares hacia el capital financiero transnacional.

Hace pocos días se habló de la posibilidad de que la Unión Europea recortara los poderes de las agencias de calificación. Sobre todo su insólita facultad de ponerle notas a los Estados - que estos aceptan sumisamente- por encima de toda institucionalidad de derecho público nacional o internacional. Pero todo quedó en “agua de borrajas”, como se suele decir.

Por cierto la crisis no afecta a estas agencias. Últimos datos conocidos de sus beneficios: Fitch 525 millones de euros en el año octubre 2010-septiembre 2011; S & P 442 millones en los nueve primeros meses de 2011 y Moody’s 367 millones en el mismo período.

Además, estas agencias parece que no son “trigo limpio”: en enero de 2012 la Guardia de Finanzas italiana allanó las oficinas de Standard & Poor’s en Milán en el curso de una investigación que realiza la Fiscalía de Trani (Italia) sobre dicha agencia y sobre Moody’s por supuestos delitos de especulación abusiva, manipulación de mercados y uso ilícito de información privilegiada.

No sería muy aventurado suponer que estas agencias trabajan contra el euro y a favor del dólar, como dijo Antonio Tajani, Vicepresidente de la Comisión Europea y Comisario de Industria, Turismo y Espacio (El País, España, 23/01/12, página 20).


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