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Apertura en Cuba: regresa el cuentapropismo

Jueves 12 de abril de 2012 por CEPRID

Luciana Chamorro

Envío/CEPRID

Llegué a Cuba en los últimos días de enero de 2011. El vuelo desde Miami venía lleno de cubanos llevando lo que me parecían equipajes personales cinco o seis veces más pesados que la cuota permitida. Mucha gente llevaba hasta ocho piezas, muchas envueltas en plástico hermético y etiquetadas como “alimentos”. Mi profesora vive en Cuba y llevaba cuatro maletas, una llena de frijoles. En cuarenta minutos aterrizamos en La Habana. Al salir del aeropuerto lo primero que vi fueron vallas con consignas: “La libertad no se puede bloquear”, “8 horas de bloqueo nos quita recursos para reparar 40 preescolares”. Otras vallas hablan de Cuba independiente y de valores socialistas: la solidaridad y el sacrificio.

Esos primeros mensajes oficiales contrastaron con lo que había visto en el aeropuerto y con lo que se me hizo evidente durante el tiempo que pasé en Cuba: una gran discrepancia entre los ideales oficiales y la realidad. Las maletas repletas hablan de las cosas a las que no pueden acceder los cubanos y de las que desean: frijoles, una televisión de pantalla plana, repuestos para el carro, un equipo de sonido…

DESEMPLEO ESTATAL Y MICRONEGOCIOS

Tras el desplome de la URSS la economía cubana ha creado una nueva dependencia: del turismo y de las divisas que se cobran a las remesas que vienen del exterior, las más abundantes de Estados Unidos. Esta nueva dependencia, los efectos del bloqueo estadounidense y una productividad agrícola muy baja -sólo garantiza un 50% de las calorías que consume la población- se traduce en una seria escasez de muchos alimentos. Aun los básicos, como la leche, están a la venta sólo esporádicamente y no se encuentran en La Habana, donde lo que se vende es leche en polvo en tiendas donde se compra con pesos convertibles (los CUC, equivalentes al dólar) y a un precio inaccesible para la mayoría de la población.

Llegué cuando iniciaban las más recientes reformas económicas. Entre las novedades que encontré está la aceptación oficial de la ineficiencia existente en las empresas estatales. La consecuencia ha sido un masivo desempleo en el Estado y una visible oleada de pequeños negocios privados, que han salido a luz pública después de existir en la clandestinidad durante años. Ahora ya pueden conseguir licencias para actuar legalmente. Entre los nuevos negocios hay centenares de nuevas cafeterías y “paladares” (restaurantes). Su estilo, precios y ofertas reflejan, entre otras muchas cosas, la influencia de la industria turística, los cambios en los deseos de consumo de la población cubana y los procesos de estratificación de la sociedad, ya que las diferencias en los ingresos de la población empiezan a hacerse cada vez más notorios.

En 1994 ya hubo reformas económicas. Fueron un imperativo de sobrevivencia tras el colapso de la URSS. Y aún más importante, creo que le dieron al Estado formas de reincorporar al proyecto revolucionario a millones de cubanos cuentapropistas que ya estaban operando por fuera de la economía estatal, en el mercado negro. En aquella etapa, aunque los cuentapropistas pasaron a ser legales, aparecían a los ojos del Estado como “traidores” o, al menos, como no revolucionarios. Las reformas actuales evidencian un cambio en el discurso oficial sobre el autoempleo y, en cierto modo, reestructuran el significado de Socialismo y de Revolución y apuestan a mantener el control y la legitimidad del régimen.

¿QUÉ ES EL “HOMBRE NUEVO”?

Para poder entender las implicaciones de las reformas económicas que se desarrollan hoy en Cuba, y el por qué podrían plantear una contradicción con el proyecto socialista cubano, es necesario regresar a la economía planificada que se mantuvo hasta 1990, y analizar la relación que durante años existió entre la población y el trabajo.

Un principio de la Revolución cubana era transformar a las mujeres y a los hombres cubanos. Según Ernesto Guevara en su texto El socialismo y el hombre en Cuba (1965), ese “hombre nuevo” es alguien que ha logrado la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación. Para que ese ideal fuera posible, el primer paso era liberar las necesidades materiales de esa persona de su aporte productivo a la sociedad. En otras palabras, el trabajo debía alcanzar una nueva condición: hombres y mujeres trabajarían por la satisfacción de producir, de crear y de contribuir a la sociedad y no por satisfacer sus necesidades básicas, como harían en un sistema capitalista. No venderían su fuerza de trabajo, sino que cumplirían un deber social. Esto les permitiría desarrollar sus potencialidades y vivir una vida plena.

Con estas ideas el Estado asumió el control de todas las actividades económicas, entregando salarios mínimamente diferenciados según las distintas ocupaciones. Y con el fin de liberar a las personas de sus necesidades materiales, asumió una amplia gama de servicios sociales: salud y educación gratuitas, alimentación subsidiada a través de “la libreta”, entrega de ropa, juguetes, electrodomésticos y otros productos subsidiados y servicios de agua, luz y teléfono a tarifas muy subsidiadas.

Todo esto supuso una re-educación de la sociedad cubana. En este contexto ideológico, mantener incentivos para que la economía fuera productiva ha sido uno de los mayores desafíos de la Revolución, un desafío que pretenden afrontar las actuales reformas. Una broma frecuente en Cuba es afirmar que es “el único país del mundo en donde uno puede sobrevivir sin trabajar”. En 1970 los niveles de ausentismo en los centros de trabajo -todos estatales- llegaron al 29%. La economía sufre donde hay pocos estímulos materiales para trabajar o para ser productivo en el trabajo y donde existe un modelo centralizado en el que órdenes y normas bajan de arriba y se aprueban arriba.

Hasta 2009 el gobierno cubano insistía en que el desempleo era sólo 1.7%. El compromiso revolucionario de evitar el desempleo visible ha sido exitoso, pero lo ha sido a costa de la eficiencia, contratando a más trabajadores de los que requieren las empresas estatales y asignándoles bajos salarios.

En 2007, Pavel Vidal, un economista del Centro de Estudios de la Economía Cubana, señaló que el salario nominal promedio aquel año era de unos 400 pesos cubanos (unos 17 dólares). Como resultado de la inflación, esa cantidad representaba solamente el 24% del poder adquisitivo de 1989. Desde que Vidal escribió esto el salario promedio ha subido a 450-500 pesos, aunque sigue siendo cierto que el gobierno continúa garantizando salud y educación gratuitas, y que algunas profesiones tienen algunos beneficios extra: facilidad para comprar un carro o acceso a una cuenta de Internet los médicos.

CON DIVISAS Y CON REMESAS

Después del colapso de la Unión Soviética la economía cubana tuvo que reorganizarse adoptando medidas que mantuvieran vigente el sistema socialista. Esa etapa, conocida en Cuba como “período especial en tiempo de paz”, fue de extrema escasez y de enormes dificultades cotidianas para toda la población. La crisis alimenticia fue tremenda. Ariana Hernández-Reguant escribió entonces: Para responder a la emergencia de enfermedades relacionadas a la desnutrición, los medios buscaron reeducar a la población respecto a sus hábitos alimenticios, promoviendo recetas como la ensalada de hojas de boniato o de cáscaras de plátano machucadas o la cáscara de toronja frita.

En Cuba se habla constantemente, y hasta con humor, de las penurias del “período especial”, recordado como la más sombría crisis económica en la historia nacional. En un festival de cineastas jóvenes en La Habana, un joven realizó un documental satírico sobre el exagerado incremento de matrimonios que hubo entre 1991 y 1994. En aquellos años el gobierno entregaba a los recién casados una caja de cerveza y les daba la oportunidad de comprar electrodomésticos a un precio bajo. Como resultado, miles se casaron múltiples veces para acceder a estos beneficios. El gobierno tuvo que establecer que sólo se admitiría un matrimonio cada tres años.

En un intento de captar divisas para pagar las importaciones, a partir de 1993 el gobierno cubano permitió la circulación del dólar estadounidense. Esto marcó el comienzo de una economía dual: una en pesos convertibles (los CUC) y otra en moneda nacional, los pesos. Hasta hoy, el acceso a una o a otra moneda determina los bienes que se pueden consumir y hay tiendas en pesos y tiendas que sólo venden en CUC.

En aquel año Cuba se abrió plenamente al turismo y el gobierno permitió la entrada de remesas de Estados Unidos. También permitió que un pequeño porcentaje de la población se dedicara al cuentapropismo: pequeños negocios privados. Mientras los empleados del Estado siguieron ganando salarios en moneda nacional, la nueva minoría de cuentapropistas se beneficiaba de la presencia de turistas y accedía a los CUC. Como explica el sociólogo cubano Haroldo Dilla, esto instaló la economía dual: una dinámica y vinculada al mercado internacional y otra, la nacional, regida por la planificación central y subsidiada por la internacional.

El discurso oficial consideraba todas las reformas “un mal necesario” para mantener a flote el país. Aunque anunciadas como políticas temporales, nunca se le ha puesto un final oficial al período especial y lo que se ha visto es un proceso de negociación: momentos de mayores o menores incentivos o de mayores o menores restricciones, mientras se mantenía la ineficiencia estatal, con exceso de empleados públicos.

APERTURA ECONÓMICA SIN APERTURA POLÍTICA

Durante las reformas que siguieron al colapso de la URSS los cubanólogos fueron sorprendidos viendo que no se materializaban sus teorías sobre la liberalización política de Cuba, que calculaban seguiría a la liberalización económica. Esperaban que las contradicciones entre los ideales socialistas y las inequidades que creaban las reformas deslegitimarían al gobierno y producirían un cambio de régimen. No fue así. El gobierno cubano ha sido capaz de mantener el poder por dos vías: limitando esas reformas y renovando constantemente el significado de Socialismo y de Revolución.

Es fácil concluir que nada ha cambiado en Cuba desde la caída de la URSS porque el mismo liderazgo político se mantiene y porque el pueblo continúa apoyándolo. Esta idea la contradice Sujatha Fernández cuando propone que concibamos la hegemonía como un proceso de reincorporación parcial, o de los esfuerzos de actores en varios niveles para asimilar en los discursos e instituciones oficiales las expresiones y prácticas contra-dominantes. La hegemonía siempre está en proceso de hacerse y rehacerse. Pero en un momento de crisis, cuando el sistema enfrenta los desafíos de una variedad de grupos, podemos ver mucho más claramente ese proceso. Fernández escribe sobre los espacios para el debate y el disenso que el gobierno cubano patrocina en el campo de las artes, sobre todo en el cine. Y señala que, aunque no disputan los discursos hegemónicos, las películas cubanas proponen o contienen discursos o ideas contra-hegemónicas, contradicciones que intentan resolverse en el guión de la película y en formas que permiten una síntesis entre las ideas viejas y las realidades nuevas.

Este concepto de hegemonía se puede aplicar para entender cómo y por qué aquellas y las actuales reformas económicas -que parecen contradictorias al discurso oficial- vienen incorporándose en el discurso hegemónico y así mantienen, a la vez que transforman, lo que significa en Cuba Revolución y Socialismo. De esta forma, el gobierno cubano ha podido mantener el poder e incluso fortalecer su influencia sobre la sociedad.

DESOBEDIENCIA Y RESISTENCIA ECONÓMICAS

Creo que las reformas económicas, sobre todo el cuentapropismo, el autoempleo, también respondieron a la creciente “desobediencia económica” que representaba el mercado negro y a las transacciones informales con que los cubanos buscaban “resolver”. Dando permisos para ciertos oficios y, a la vez, restringiéndolos, el gobierno facilitó a miles de cubanos que sobrevivían dentro de un sistema económico paralelo un espacio “dentro de la Revolución”. Esta política de incorporación parcial ha sido crucial para darle estabilidad al régimen.

Cuando se da en un país socialista, la emergencia de una economía informal constituye un espacio de contestación al sistema. Emerge en oposición al sector “formal” -en Cuba, el Estado y el sector de las cooperativas- y se sitúa en los márgenes de las regulaciones estatales. Más aún, disputa los valores planteados por la Revolución sobre el carácter social del trabajo, centrándolos en el beneficio del individuo. Para los ciudadanos cubanos, involucrarse en el mercado negro no fue solamente una necesidad de sobrevivencia. Fue también una forma de resistencia, una manera de recuperar algún control sobre lo que consumían, cuándo y cómo lo consumían.

Desde 1968, cuando se prohibió cualquier expresión de empresa privada, siempre existió en Cuba un amplio mercado informal -mayoritariamente ilegal-, que suministraba bienes y servicios no disponibles a través del Estado. Con el período especial se acentuó la brecha entre lo que el gobierno podía proveer o no y esto hizo más visible el mercado negro. Existe consenso entre funcionarios gubernamentales, analistas nacionales y estudiosos extranjeros en que la crisis económica de los primeros años 90 expandió el alcance y el tamaño del mercado negro. Entre 1990 y 1992 las transacciones en el mercado negro se incrementaron del 17% al 60%. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) calcula que, aún antes de la legalización de la circulación del dólar, la población cubana poseía ya 200 millones de dólares, lo que indica la amplitud de la “resistencia” del pueblo cubano a las restricciones estatales para recibir dinero del exterior. También es un índice de la naturaleza globalizada de esa economía de resistencia.

LA POLÍTICA DE “HACERSE LA VISTA GORDA”

Por la incapacidad del Estado de responder a la demanda con oferta también hubo una tolerancia oficial a ciertas prácticas ilegales que permitían a la economía cubana mantenerse a flote.

La antropóloga Amelia Rosenberg ofrece una descripción de primera mano del espacio gris en que se movía la empresa privada ilegal: Otros servicios privados no autorizados (y no gravados) disponibles en casas, además del alquiler de videos, incluían manicuristas, pedicuristas, peluqueras, servicios de lavandería y de masajes, reparación de fontanería doméstica, alquiler de cuartos y para ver televisión por satélite, venta ilegal de café, frijoles, queso, leche en polvo, huevos frescos, pescado y mariscos congelados, dulces caseros, queques decorados, vinagre de contrabando, ropa importada y CD de música. Todos escaparon de serle informados al presidente del CDR (Comité de Defensa de la Revolución) del barrio y aparentemente él no se percató.

Esta política de “hacerse la vista gorda” era, y sigue siendo, el mecanismo predominante en la negociación entre la población y el gobierno. El primer paso en la incorporación de nuevas ideas en el canon de la economía planificada cubana era permitir algún margen de maniobra a ciertas actividades económicas y a la circulación de bienes y servicios que estaban fuera del ideal oficial sobre qué es lo que debe tener el ciudadano cubano. Esta política le dio al gobierno la oportunidad de permitir algunas actividades, sólo algunas, sin tener que aceptar en el discurso oficial que las permitía.

AUTORIZACIONES Y RESTRICCIONES: EL TEMOR A PERDER EL CONTROL

El proceso de incorporación de estas actividades “dentro de la Revolución” y su aceptación ha sido un proceso de negociación paulatino entre el gobierno y la población. Esta negociación, de carácter no-lineal, está marcada por momentos de mayor o menor aceptación, impulso o restricción. Ileana Fuentes describe la historia del cuentapropismo cubano como una historia de tira y afloja, en la que el gobierno da dos pasos adelante y uno atrás. Ha sido una política de incongruencias y de acoso constante de las autoridades a los cuentapropistas.

Al comenzar en 1993 el autoempleo inició legalizando 55 actividades (Ley 141/93), pero la misma ley estableció restricciones específicas a la aplicación de las licencias. En 1994 la Ley 147 penalizó el enriquecimiento ilícito. En 1995 se incrementó el número de actividades permitidas de 55 a 117. En 1996 llegaron a ser 157, pero entre 1997 y 1999 se restringieron de nuevo 37 actividades. A partir del verano de 1997 las “casas particulares” que alquilaban cuartos, y que habían empezado a operar semiclandestinamente en los primeros años 90, fueron incluidas en la lista de trabajos permitidos. En 2001 se suspendió la entrega de nuevas licencias.

Hubo otras restricciones informales:la falta de crédito para desarrollar los negocios privados, la prohibición de crecer (los “paladares” no podían tener más de 12 sillas para limitar el número de clientes), la prohibición de contratar a personas ajenas a la familia. Entre 2001 y 2003 la población cuentapropista se redujo de 170 mil a 150 mil.

La lógica detrás de estos cambios constantes era el temor a perder el control sobre el proceso y la presión que existía para que la apertura económica derivara en apertura política. También existía en el gobierno la percepción de que estos negocios privados representaban una amenaza o una competencia a las empresas estatales dedicadas a lo mismo, especialmente en la economía turística.

Hasta hoy, las restricciones gubernamentales y los requisitos para las licencias funcionan como espada de Damocles que el Estado mantiene sobre las cabezas de los cuentapropistas. El gobierno hace cumplir las leyes cuando le interesa y en otros casos ni las tiene en cuenta. Algunos requerimientos tienen una especificidad singular: por ejemplo, pizzas, queques o sandwiches no pueden ser servidos en plato o con cubiertos si el cuentapropista no tiene una licencia para usarlos, que es más cara.

LOS LEGALES DEPENDEN DE LOS ILEGALES

El mercado negro nunca desapareció. Se calcula que por cada cuentapropista legal cuatro hacían ese mismo oficio ilegalmente. Hoy, aunque la lista de oficios legalizados se ha ampliado, la mayoría de ellos depende todavía del mercado negro. El mercado legal y el ilegal siguen dependiendo uno del otro y operan simultáneamente. Un restaurante puede tener una licencia para operar, pero probablemente adquiere ilegalmente productos, como camarones. O los compra en el mercado negro o los roba en las empresas estatales. Es muy común que un restaurante privado ofrezca comida que no incluye en la carta, como langosta. No es legal comprarla, pero el mesero llega a la mesa y explica los “platos especiales no incluidos en el menú” que puede ofrecer.

El sistema de control para la comercialización de la comida y la falta de un mercado de mayoreo permite pensar que estos fenómenos no desaparecerán pronto. Mientras resulta importante la distinción legal entre autoempleo con licencia y sin licencia, esto nunca es una distinción clara, porque la mayoría de los legales tienen que relacionarse de algún modo con quienes actúan en la ilegalidad.

Un aspecto crucial para que un negocio tenga la capacidad de “ir tirando” son las fuertes redes informales de amistad de las que los cubanos dependen en sus intentos por “resolver”, mecanismos conocidos como “sociolismo”, por la palabra “socio”. Crear relaciones es absolutamente crucial para navegar en la economía cubana, al igual que en otros muchos aspectos de la vida. Porque hice amistad con un vendedor del agromercado pude adquirir algunos productos fuera de temporada: limones y chile picante. A cambio, le ayudé a traducir al inglés los nombres de ciertas verduras para que pudiera comunicarse mejor con los turistas. También presencié las incontables veces que mis amigos cubanos se metieron en buenos lugares en las filas o entraron gratis en algún lugar gracias a un amigo que trabajaba ahí o que conocía a alguien. Todas estas redes informales sirven para mantener a flote el negocio del cuentapropista.

“PARA PRESERVAR EL SOCIALISMO”

A la par del proceso de cambios en el modelo económico cubano, también ha cambiado el discurso oficial hacia el autoempleo, lo que resalta la dimensión política de las reformas en curso. Ariana Hernández-Reguant señala que discursivamente el gobierno cubano separó en el período especial lo político de lo económico, y basó su legitimidad en una gloriosa historia de luchas independentistas, que iban más allá de los problemas cotidianos. El Socialismo dejó de ser un proyecto holístico para identificarse con poco más que derechos sociales básicos como la educación y la salud, que seguirían garantizados por el Estado. En aquellos años también se insistió en que la forma más segura y rápida para superar la crisis -si el país quería mantener su red de servicios sociales- era seguir apoyando a la Revolución y protegiendo los valores socialistas, todo en el intento de reducir la brecha que se abría entre los ideales y la nueva realidad de la economía de mercado.

Esta estrategia sigue vigente en la actualidad. En 2010, en un discurso a la Asamblea Nacional, Raúl Castro explicó que estas reformas se dirigen hacia la preservación del Socialismo, para fortalecerlo y hacerlo verdaderamente irrevocable.

EL TEMOR A UNA NUEVA CLASE BURGUESA

Pese a seguir viendo las reformas como necesarias para la continuación y el fortalecimiento del Socialismo, el gobierno cubano ha variado su discurso respecto al lugar que los cuentapropistas deben ocupar en la sociedad. Como escribe Victoria Pérez Izquierdo en su estudio para el Centro de Estudios Demográficos de La Habana, al inicio el autoempleo se definió oficialmente como las actividades desarrolladas por agentes económicos fuera de los sectores fundamentales de la economía socialista, siendo éstos el Estado y el sector cooperativo. Esta definición ubica el autoempleo fuera de la economía socialista. Entre otros, Ana María Jatar-Hausmann ha llamado “legal pero no legítima” esta posición ambivalente de los cuentapropistas con licencia en la Cuba de los años 90. La consecuencia es que el gobierno cubano creó un estigma alrededor de quienes decidieron tantear en el autoempleo, aún con oficios legales. Ese estigma persistió durante años. Los cuentapropistas fueron considerados una especie de “parias con permiso” dentro de la economía. Fidel Castro los tildó de “parásitos” en un discurso de 2006.

Los intentos de disuadir el autoempleo se basaron en el temor de que toda esa gente se convirtiera en una nueva clase burguesa, enriquecida a costa de otros y a costa de poco trabajo. El proceso de controlar y limitar las licencias prueba la voluntad del gobierno de reducir el sector.

Hay algo nuevo en las reformas actuales, que liberalizan las regulaciones. El gobierno ha entrado en una nueva etapa de su proceso de negociación y en ella el autoempleo está ganando cierta legitimidad dentro del canon revolucionario. Ya Cuba no está en un “período especial” que justifique las reformas como indispensables y se le ha explicado a la población que las reformas se orientan a una “renovación” del modelo económico para conseguir eficiencia y aumentar la productividad.

RAÚL CASTRO: “NO HABRÁ RETROCESO”

Los anuncios de 2010 sorprendieron a muchos, especialmente porque incluían el reconocimiento oficial del problema del subempleo. En abril de 2010 el Presidente Raúl Castro expresó que había más de un millón y medio de trabajadores excedentes en el Estado. En septiembre anunció que entre octubre de 2010 y marzo de 2011 medio millón saldría del Estado. La reducción del empleo estatal busca ganar eficiencia. Trataremos de crear 465 mil trabajos en el sector privado: 250 mil cuentapropistas y 215 mil en otras actividades, dijo Castro, refiriéndose con “otras actividades” a las empresas de capital mixto y a las cooperativas.

Anunció también que se autorizarían 178 actividades de autoempleo, muchas de las que estuvieron suprimidas durante años, y 9 actividades nuevas. El cronograma para los despidos en el Estado se atrasó y cuando estuve en La Habana había poca información de la cantidad de gente despedida y de cuál sería su destino. Entre octubre y diciembre de 2010 más de 100 mil personas habían solicitado licencias para instalar negocios privados.

En enero de 2011 Cubadebate expresó que lo que Cuba estaba viviendo era una cruzada contra los errores, la supresión de prohibiciones absurdas y la erradicación de concepciones erradas que limitan el desarrollo de las fuerzas productivas. Dentro del nuevo discurso, de “actualización del modelo económico”, los medios empezaban a deconstruir la imagen previa de ver a quienes se involucra¬ban en el autoempleo como estafadores y traidores. En el diario Granma del 24 de septiembre de 2010 se leía: Debemos alejarnos de aquellas concepciones que condenaron el trabajo por cuenta propia casi a la extinción y que estigmatizaron a quienes decidieron sumarse a él legalmente en la década de los noventa.

El discurso oficial renegocia constantemente -aunque no transforma totalmente- el sentido de la Revolución y el del Socialismo derivado del “hombre nuevo” del Che Guevara. Ahora apuesta a la prosperidad de la economía. En su segundo discurso a la Asamblea Nacional el 18 de diciembre de 2010, Raúl Castro reiteró el cambio de mentalidad que debe acompañar ese proceso. Lo que le corresponde al Partido y al Gobierno hacer en primer lugar es facilitar su gestión y no generar estigmas ni prejuicios hacia ellos, ni mucho menos demonizarlos. Y para eso es fundamental modificar la apreciación negativa existente en no pocos de nosotros hacia esta forma de trabajo privado. Los clásicos del marxismo-leninismo, al proyectar los rasgos que debían caracterizar la construcción de la nueva sociedad, definieron -especialmente Lenin- que el Estado, en representación de todo el pueblo, mantendría la propiedad sobre los medios de producción fundamentales. Nosotros absolutizamos ese principio y pasamos a propiedad estatal casi toda la actividad económica del país. Los pasos que hemos venido dando y daremos en la ampliación y flexibilización del trabajo por cuenta propia son el fruto de profundas meditaciones y análisis y podemos asegurar que esta vez no habrá retroceso.

El cambio de discurso, sobre todo la justificación del trabajo por cuenta propia incluyéndolo dentro de la ideología marxista-leninista, es un signo del intento del gobierno de incorporar el autoempleo a la Revolución y no sólo aceptarlo como una necesidad económica, tal como lo hacía el discurso oficial en 1993.

ENTRE CAFETERÍAS Y PIRATAS

A diferencia de lo que Amelia Rosenberg describe en su etnografía de los primeros años 2000, cuando las actividades económicas informales fueron relegadas al “ámbito privado” y no eran visibles al ojo público, llegué a Cuba en un momento diferente: nuevos negocios por toda la ciudad.

Caminando por la calle 23 de El Vedado con mi amiga Julia, que había vivido en La Habana un año antes, ella percibió claramente los cambios. Contamos nueve cafeterías en las tres cuadras que desembocan en la Universidad de La Habana. Sólo una había hace un año. Son cafeterías muy pequeñas donde se vende comida. Para limitar su enriquecimiento tienen prohibido poner mesas y sillas. De las nueve, tres vendían pizzas: de jamón, de queso o de cebolla, o la completa, con los tres ingredientes. Los precios oscilaban entre 10 y 20 pesos nacionales. Las otras cafeterías vendían frijoles negros y arroz (“moros y cristianos”), alguna carne (casi siempre de cerdo), ensalada de repollo y algún acompañamiento, generalmente boniato. Los precios oscilaban entre 25 y 35 pesos. La carne se puede sustituir por un huevo frito. La mayoría de estas cafeterías también venden sandwiches de jamón y queso o de jamón y mayonesa por 5 a 10 pesos. Los estudiantes comentaban sobre esta novedad de opciones, aunque la mayoría creía que no sobrevivirían si no diversificaban las ofertas.

Otro de los negocios que está proliferando es el de venta de música y películas pirateadas en CD y DVD. En las diez cuadras que caminaba todas las mañanas para llegar a la Universidad había tres ventas. Pude comprar todas las películas nominadas para los Oscar por 25 pesos. Una práctica que en buena parte del mundo es ilegal, es legal en Cuba, un país donde se controla tan severamente la circulación de información. Es un ejemplo bien concreto de cómo el gobierno trata de incorporar “a la Revolución” actividades que antes representaban el mercado negro. Es también un camino para obtener más impuestos y tal vez para controlar más abiertamente qué materiales circulan, aunque no me pareció que hubiera censura sobre alguna película.

PARA FRENAR LA MIGRACIÓN DE LA JUVENTUD

Después de graduarse en la Universidad, se le asigna a los estudiantes cubanos un trabajo durante dos años. Esto les asegura un empleo y le permite al gobierno emplearlos en las tareas menos atractivas. La mayoría de los cubanos han estudiado en la Universidad, pero hay restricciones al ejercicio de su carrera en el sector privado. Un arquitecto, por ejemplo, no puede ser arquitecto por cuenta propia. Y trabajar como arquitecto para el Estado no le ofrece un ingreso digno de sus aspiraciones.

Quienes se involucran en autoempleo lo hacen sobre todo porque les ofrece mayores ingresos. Quienes entrevisté se refirieron siempre a la ventaja que es trabajar para sí mismos, aunque se quejaban también del estrés y de la incertidumbre que representa no tener un ingreso fijo.

Entre los cambios anunciados en 2010 está permitir a las personas jóvenes establecer un negocio propio. Hasta ahora sólo los jubilados o las amas de casa podían solicitar una licencia de cuentapropistas. El cambio parece querer frenar los deseos de emigrar de tanta gente joven. Una gran proporción de los migrantes que salieron en los años 90 de la isla tenía entre 18 y 35 años. Hay razones generacionales: el desinterés y la desconfianza en el proyecto revolucionario de una juventud desmotivada que prefiere priorizar sus proyectos personales.

¿DÓNDE CONSEGUIR LOS PRODUCTOS PARA VENDER?

A pesar de las liberalizaciones, el sistema tiene todavía muchos obstáculos que hacen muy complicado manejar un negocio privado de comida en La Habana. De eso se quejan frecuentemente los dueños. La dificultad principal es conseguir los productos, un problema especialmente relevante para las pequeñas cafeterías, que tienen clientes cubanos que pagan en moneda nacional, ya que los productos que venden los tienen que comprar en CUC. Los panaderos hablan constantemente de la dificultad para obtener la harina y la mantequilla. Y aunque los precios de esos dos productos cambian continuamente, tratan de mantener los precios de lo que venden intentando variar la producción para hacerla más atractiva. En una de las tres pizzerías cercana a la Universidad me dijeron que su mayor problema era conseguir queso. Un kilo de queso les cuesta aproximadamente 5 CUC y venden cada pizza en 12 pesos nacionales (unos 50 centavos de CUC). El costo excesivo del queso les obligó a subir los precios ya en el segundo mes de operación, pero no perdieron la clientela masiva de universitarios ya captados. La pizzería contigua no tuvo la misma suerte y cerró después de un mes de abrirse.

La falta de un mercado de mayoreo es una de las estrategias diseñadas por el gobierno para impedir preventivamente el enriquecimiento de los dueños de negocios privados. Brindar licencias para autoempleo a la vez que limitarlo es una clara señal de la incorporación parcial de estos nuevos agentes económicos. Es una decisión aparentemente política y no económica, ya que ha terminado dañando el delicado equilibrio del mercado minorista.

La rápida aparición de tantos negocios de comida acabó muy pronto con los stocks de los proveedores locales de alimentación en muchas comunidades. Un taxista me preguntó si le permitía hacer una parada en una panadería estatal. Había pasado casi a diario durante las tres últimas semanas para comprar pan y no lo hallaba, porque todo lo vendían a los pequeños negocios de comida que habían inundado la ciudad.

SON NECESARIAS LAS REMESAS Y EL ESPACIO

Una tendencia muy visible es la de obtener una segunda licencia para tener un ingreso adicional. La doble licencia fue posible con las reformas de 2010. Una de las nuevas pizzerías que se abrió durante mi estadía fue el negocio de un graduado reciente de la Universidad. Su único incentivo para producir y vender pizzas es económico. Sus padres ya están involucrados en el cuentapropismo porque alquilan a turistas un cuarto de la casa. Observé que la mayoría de las pequeñas cafeterías son operadas por familias que también incursionaron en el negocio del alquiler de casas particulares, lo que les ha permitido acumular algún capital.

Por la inexistencia de oportunidades de financiamiento resulta indispensable tener algunos recursos previos para abrir algún negocio, lo que perpetúa las desigualdades creadas por el sistema en cuanto al acceso a mayores ingresos o a la recepción de remesas del exterior. Una investigación de 1995 hecha por el periodista independiente José Manuel Cafiano, indicó que en La Habana Vieja había 116 paladares, entre legales e ilegales y más de dos tercios de los dueños admitieron haber creado sus negocios con recursos que les llegaron del extranjero.

Para abrir un negocio se necesita también disponer de un espacio físico dentro del hogar, lo que abre también interrogantes sobre quiénes tienen acceso a las nuevas oportunidades. En el tradicional espíritu de “resolver”, los cubanos buscan soluciones creativas cuando se tiene un espacio limitado. Una pizzería cercana a la Universidad diseñó un sistema para operar el negocio desde el tercer piso de un edificio: uno llega al lugar y desde la acera ve a un hombre asomado al balcón del tercer piso, le grita la orden y en unos minutos y con una polea le bajan la pizza en un balde de plástico y con la polea recogen el pago. El método supone una prueba de confianza, porque no sería nada difícil salir corriendo con la pizza sin pagar.

Según algunos estudiosos, las actuales reformas económicas están revelando diferencias estructurales por razones de raza en la sociedad cubana. Alejandro De la Fuente señala que es más imposible para los cubanos negros abrir un paladar, porque viven habitualmente en barrios densamente poblados y en casas muy pequeñas donde no hay suficiente espacio para emprender este tipo de negocios.

UNOS NEGOCIOS ABREN, OTROS CIERRAN

Muy pronto se hizo también evidente que el prolongado proceso para permitir el autoempleo en Cuba ha dejado una amplia y curiosa estela de confusión sobre qué es legal y qué no lo es.

En un artículo en enero de 2011 de la publicación digital Diario de Cuba se documentan las preocupaciones de mucha gente que estaba sacando licencias, sin tener nada claras las fronteras de sus nuevas profesiones. Milagros quiere saber si como mecanógrafa se le permite usar una computadora o solamente su vieja máquina de escribir y Lázaro se pregunta si viola la ley por anunciar la oferta de velas y de collares en su tienda de Santería… La confusión es tal que la radio oficial Radio Rebelde ha abierto sus micrófonos al público por varios días, con expertos del Ministerio de Trabajo, para contestar preguntas sobre las licencias.

En conversación con dos panaderos me dijeron que la mayoría de la gente que saca licencia no lee la letra menuda de los contratos que firman. Los abogados lo hacen así para que nadie entienda, así que hay que cuidarse. Mucha gente sacó su licencia sin saber en qué se metía y devuelven la licencia. El día en que fuimos a solicitar la licencia, había dos filas: una para abrir un negocio y otra para cerrarlo, me dijeron.

CUBA ES YA UNA SOCIEDAD DISTINTA

En el contexto de las actuales reformas un debate interesante ha sido el de hasta dónde debe avanzar la privatización. Según un texto de Camila Pineiro en la revista oficial Rebelión, una empresa socialista no tiene que ser administrada necesariamente por el Estado, pero sí tiene que ser administrada por la sociedad, por sus trabajadores y por la comunidad donde se inserta. Bajo esta lógica, un cuentapro¬pista o un ciudadano que trabaja en una cooperativa orientada por intereses sociales es ya una empresa socialista. La amenaza a esa forma de entender el socialismo viene al contratar empleados, ya que el dueño individual “capitalista” toma todas las decisiones y los trabajadores le venden su fuerza de trabajo perdiendo todos sus derechos a decidir. Según la teoría marxista, este tipo de relación permite el desarrollo del individualismo, el egoísmo, la apatía y la insensibilidad hacia las necesidades de los demás.

Lo que no reconoce la discusión teórica de Pineiro es que la crisis económica de los primeros años 90 y las subsiguientes reformas de mercado ya han producido una inevitable y profunda transformación en la sociedad cubana y en sus valores y han extendido el imaginario de lo que es posible y deseable. La antropóloga Amelia Rosenberg publicó una etnografía en la que habla de la lucha constante que tiene que librar la población cubana para obtener los bienes materiales.

En la introducción explica que los protagonistas de su libro son familias cubanas ordinarias que buscan cosas básicas que hacen la vida agradable. Ni su pobreza ni sus deseos son extremos, no viven una vida terrible, no padecen hambre, pero sí trabajan duramente porque quieren vivir mejor. Anhelan bienes y servicios de calidad a precios accesibles, que creen están al alcance de la gente en otras latitudes. Se sienten frustradas con los servicios estatales, que ofrecen menos que nunca y anidan resentimientos porque no reciben una recompensa adecuada a su trabajo.

Basándome en mi propia experiencia, concuerdo con Rosenberg. Creo que las políticas redistributivas de Cuba han tenido mucho éxito al mantener una red de seguridad importante, incluso durante el período especial. Uno no ve en las calles las señales evidentes de pobreza extrema y miseria que vemos en otros países de América Latina. No hay chavalos pidiendo limosna ni ves gente descalza. Y cuando escribí este texto todos los cubanos tenían acceso a una provisión mínima de alimentos a través de “la libreta”, aun cuando en los meses que pasé en la isla las provisiones subsidiadas se estaban reduciendo considerablemente. Desde marzo de 2011 la libreta incluía sólo arroz, frijoles, azúcar y 80 gramos de pan al día y por persona, además de la posibilidad de comprar hasta 5 libras de viandas. Las cantidades que ofrece “la libreta” a precios muy baratos duran sólo 10-15 días. Todo lo que se pase de esa cantidad hay que comprarlo a precios no subsidiados.

Concuerdo también con Rosenberg en que los cubanos libran una lucha constante para conseguir productos esenciales que ahora son “lujos” y antes se podían conseguir: jugos, yogur, leche, carne roja, mantequilla…La lucha por estos “lujos” rige toda la vida cotidiana. ¿Cómo conseguir los 3 CUC (casi 20% de un salario estatal) para comprar un litro de aceite de cocinar o los productos esenciales para la higiene personal? Una salida es dedicarse a alguna actividad del mercado negro para ganar esas monedas o conseguir esos productos a menor precio. Con las actuales reformas el autoempleo ofrece oportunidades para ganar legalmente mayores ingresos y así poder comprar lo que ahora se vende en el “mercado liberado” y las historias de los años más oscuros del período especial, cuando no existía literalmente nada para comprar, ya son del pasado.

En la Cuba de hoy se puede encontrar casi cualquier producto. El problema es cuánto tiempo y cuánto dinero hay que invertir para encontrarlo. En las tiendas que operan con CUC, los pesos convertibles, tiendas en divisas o shopping, puedes encontrar una amplia gama de productos… o a veces pasillos llenos del mismo producto, según la suerte que traiga ese día. En uno de mis días en La Habana encontré mantequilla de maní, abundante cantidad de mayonesa rosada y una extraña leche con chocolate de soya importada de España.

SOÑANDO CON CONSUMIR

Entre las dificultades que surgen de la legitimación del autoempleo está precisamente la asociación con lo ilegal o con el dinero fácil de quienes tienen acceso a las remesas, venden productos en el mercado negro o trabajan en el “jineterismo”, término empleado para describir a quienes reciben dinero de los turistas sirviéndoles desde guías hasta de prostitutas.

En la economía dual que existe en Cuba tener CUC es un imperativo de sobrevivencia y la mayoría de la gente ha buscado una manera de “resolver” fuera de su trabajo estatal. Alguna de esta gente gana mucho y alimenta ese imaginario que prevalece en las sociedades de consumo, deseando que algún día sea una realidad en Cuba. Aunque no se puede decir que los cuentrapropistas son ya una clase social, es evidente que los cambios en la economía cubana, en los que son protagonistas, están contribuyendo a la diferenciación de una sociedad supuestamente “no diferenciada”. Estos “nuevos ricos” desarrollan nuevos hábitos de consumo y exigen que nuevos servicios y productos existan también en la isla.

Creo que los cuentapropistas no deben ser pensados ni como un grupo homogéneo ni como una “clase” emergente”. Hay también una brecha muy amplia entre el ingreso de alguien con licencia “para forrar botones” y alguien que alquila cuartos a turistas. Es muy difícil también distinguir a los cuentapropistas de los otros grupos de población que tienen acceso a CUC y que, en muchos casos, son las mismas personas trabajando en sectores diferentes, tanto legales como ilegales.

NUEVAS OPCIONES DE EMPLEO, NUEVAS EXPECTATIVAS DE CONSUMO

Los cambios se aprecian en la Universidad, donde muchos estudiantes hablan constantemente de los bienes deseados y de los servicios que quieren obtener o hacen alarde de las cosas que han conseguido y que evidencian sus conexiones con el extranjero.

Durante un evento en la Universidad una muchacha hacía permanente ostentación de su iphone, hacía gestos exagerados mientras tomaba fotos y lo mostraba a sus amigos. Las marcas internacionales y la tecnología más avanzada los acerca al mundo que está aún fuera de Cuba. Dentro de la Universidad descubrí una red de universitarios que vendían ropa de marcas gringas entre clase y clase o la daban a sus amigos para que la vendieran a cambio de una comisión.

Hoy prolifera en Cuba una cultura de consumo que se alimenta de los regalos de los parientes que viven fuera y de amigos extranjeros y que se nutre de lo que la población ve en la televisión nacional y en los cines, que proyectan muchas películas de Hollywood. En Cuba todo el mundo sabe todas las cosas que están disponibles en otros países y se imagina que fuera de Cuba la vida es más fácil. Nuestra profesora hindú-americana nos contó de una conversación que tuvo con un taxista. Él le preguntó de dónde era y ella le pidió que adivinara. Él respondió: “Seguro que de un país en que puede tener una casa y dos carros.”

Los nuevos caminos para el consumo están, por un lado, generando nuevas opciones de empleo y por otro, definiendo qué nuevos servicios se deben permitir para satisfacer las demandas de los “deseos” consumistas. Uno de los cambios más importantes que vi, a la par del auge de los nuevos negocios, fue la calidad creciente de la publicidad con que se presentan. Antes era ilegal hacer propaganda y la economía informal funcionaba exclusivamente por redes informales, de forma muy aislada y en espacios privados. Apenas se notaba que en una casa funcionaba un comedor o una cafetería o que dentro alguien reparaba zapatos. El mercadeo se concibió como un mecanismo capitalista de opresión.

Aunque resultaría ridículo comparar a Cuba con cualquier otra sociedad de consumo, la mayoría de los nuevos micronegocios tienen alguna forma de identificación, un rótulo o una valla delante de la casa que informa sobre el menú y los precios. Mi amiga Julia me dijo que un año antes, aun en los paladares legales “más lindos” la calidad de la presentación de los menús era muy mala, sobre todo porque no podían mencionar ni la mitad de su oferta, que eran platos ilegales. Con el estallido repentino de la oferta todo empezó a cambiar.

¿QUÉ FUTURO VEN?

¿Hacia donde los cuentapropistas ven el futuro de sus negocios? Los dos graduados que recientemente abrieron una panadería hablan con confianza. Aspiran a un lugar donde la gente se siente a tomar un café o un té y se coma un pastel, algo así como “El Café de París”, una pastelería habanera que gusta mucho a los turistas. Ése es su sueño, pero dicen que no tienen ni la capacidad ni el capital para hacer eso y que el Estado no lo permitiría. Si actualizaran su licencia para tener sillas y mesas tendrían que registrarse como un paladar y no podrían pagar los impuestos que el Estado impone a los paladares. Ellos consideran que el gobierno restringe su negocio y consideran que la clave para crecer es la diversificación.

Al establecer el gobierno, nombrados explícitamente, 178 oficios permitidos, con los límites que cada licencia tiene, el Estado limita la creatividad potencial de los cubanos y su capacidad de prosperar en una economía competitiva.

EL GOBIERNO CUBANO: RECEPTIVO Y CAPAZ

El autoempleo “estilo cubano” le da a los ciudadanos una alternativa que los disuade de involucrarse en otras vías de protesta, de operar plenamente en el mercado negro o de irse del país. A la vez, la característica “controlada” de estos espacios de autoempleo le permite al Estado vigilar estas actividades y controlar recursos económicos.

Dentro de este contexto, el conjunto de las más recientes reformas al sistema económico parece intensificar este proceso: se nota un cambio en el discurso oficial respecto a estas actividades y empiezan a surgir especulaciones sobre la posibilidad de que los cuentapropistas tengan acceso a la seguridad social y a la jubilación, como cualquier empleado estatal.

No obstante, hasta ahora los tipos de licencias permitidas, con la excepción del alquiler de casas particulares y los paladares, son oficios que se consideran dentro de la economía informal en otros países y que no representan oportunidades de trabajo estables: un reparador de calzado o una vendedora ambulante de maní, por ejemplo. Me pregunto si la mayoría de los ciudadanos-consumidores cubanos inconformes, que son graduados universitarios jóvenes, quedarán satisfechos con estas opciones, una vez que se saturen los mercados informales con paladares u otros micronegocios.

Mediante sus modalidades de trabajo, la utilización de redes informales de amistades y la continuidad de la tradición de trabajo ilegal ya legalizada en el autoempleo permitido, los cubanos seguirán resistiendo al sistema y a sus restricciones. En la medida en que cumplan las regulaciones o se las salten, producirán más cambios en la legislación.

Creo que esta experiencia demuestra que el gobierno cubano es receptivo, aunque responde parcialmente buscando mantener siempre el control ante cualquier cambio que emprenda. Demuestra también capacidad para hacer girar el énfasis del proyecto revolucionario: hoy lo pone en la productividad y en la eficiencia, dos pilares de una economía capitalista, logrando justificarlas dentro del Socialismo e incorporando nuevas ideas contra-hegemónicas en su proyecto.

¿HACIA DÓNDE?

¿Hacia dónde llevarán a Cuba estas reformas? ¿Qué tan lejos llegará la receptividad del Estado cubano? ¿Habrá más reformas en la medida en que algunas de las dificultades y desafíos enfrentados por los cuentapropistas, como la escasa provisión de insumos, se reconozcan? ¿Cómo seguirá afrontando el Estado las contradicciones que surgen de lo que ya son cambios muy evidentes en las actitudes, valores e ideas de las que algunos ciudadanos se van apropiando? Y algo crucial: Cuba está viviendo una inversión extraña de la pirámide salarial. Las actividades informales, legales o ilegales, producen más ingresos que los salarios estatales más altos, que exigen niveles de educación mayores: los médicos ganan 450 pesos, equivalentes a 18 dólares, y los técnicos informáticos 540, unos 21 dólares.

Si esto sigue así, ¿qué incentivos habrá para estudiar en la Universidad o para trabajar en el sector estatal? Muchas interrogantes me quedaron sin respuesta.

ESTUDIANTE DE ANTROPOLOGÍA Y ESTUDIOS LATINOAMERICANOS EN LA UNIVERSIDAD DE PRINCETON. TEXTO RESUMIDO DE SU TRABAJO DE INVESTIGACIÓN EN CUBA.


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