CEPRID

LA DEMOCRACIA ES UNA OBLIGACIÓN UNIVERSAL

Martes 13 de diciembre de 2011 por CEPRID

Mailer Mattié

Instituto Simone Weil/CEPRID

La crítica de la joven filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) a la sociedad moderna, supone el perfil de un mundo nuevo. En su libro Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (1934), encontramos ya un primer esbozo de una sociedad alternativa, a partir de un firme y lúcido cuestionamiento de las ideologías; considerando el trabajo manual como valor supremo de la cultura, llegó a concluir que la nueva civilización habría de surgir alejada de la religión de la economía y de la producción. No obstante, será en sus últimos ensayos escritos en Londres, casi una década después, donde desarrollará los aspectos esenciales de su pensamiento sobre una probable sociedad futura; ideas que propuso como respuesta a los retos de posguerra en Europa y en Francia en particular. En estos textos,1 en efecto, Simone Weil precisó los requisitos que podrían conducir a la construcción de lo que denominó una verdadera democracia centrada en los seres humanos; su pensamiento, pues, cobra notable actualidad, precisamente frente a los cruciales desafíos que animan a los nuevos movimientos sociales en Europa y en otras regiones del planeta.

La democracia que conocemos –afirmó Weil-, es prisionera de las nociones de persona y de derecho; por tanto, se encuentra limitada al ámbito de la reivindicación definido más por el interés ideológico de los grupos sociales y menos por la justicia. Debido al monopolio del derecho –sostuvo-, el grito de los oprimidos descendió al tono de la reivindicación. En efecto, la persona, aun cuando es sujeto de derecho sobre la libertad y la propiedad individuales, está siempre en peligro debido a su vulnerabilidad respecto a la satisfacción de sus necesidades y, por tanto, vive sometida a la colectividad -el Estado, el sistema económico y laboral, la familia, la religión, la educación, etcétera- que tiende a comprimirla. El desarrollo de la verdadera democracia, entonces, es posible solamente a partir de su liberación de las nociones de derecho y de persona. Un proceso que implica, de hecho, la redefinición de la realidad y del ser humano que recupera su dimensión universal, sagrada, anónima e impersonal vinculada al bien, la verdad y la belleza; valoración capaz de liberar al individuo de la opresión colectiva a la cual le somete la sociedad moderna, aun en los sistemas democráticos vigentes. A su juicio, este constituiría uno de los problemas más urgentes de una actividad política alternativa que pretenda contar con la participación directa de los ciudadanos en las decisiones sobre la vida pública.

La construcción de la nueva realidad implicaría, desde luego, la creación de diversas instituciones, libres de los dictámenes exclusivos del derecho y de las reivindicaciones. Las instituciones de la verdadera democracia –afirmó Weil- no existen; hay que inventarlas, porque son desconocidas e indispensables. Estas expresarían el reconocimiento del carácter impersonal de los seres humanos, lo que solo es posible si se revelan sus necesidades y sus obligaciones. Es decir, expresarían el mandato que advierte que todos los seres humanos estamos obligados, según nuestra posición en la sociedad, a solucionar las privaciones que puedan destruir o mutilar la vida de los demás; una obligación general cuyo grado de rechazo o aceptación permitiría evaluar el sistema social y, por tanto, el horizonte democrático de sus instituciones. La democracia verdadera, pues, se fundamenta en el reconocimiento de la satisfacción de las necesidades humanas como una obligación universal –pública y privada, no subordinada a ninguna otra consideración política, económica o social-, organizando todas las formas de poder y sus instituciones como medios e instrumentos al servicio de este deber.

Weil distinguió claramente el contenido del ámbito de las obligaciones al definir Las necesidades terrenales del cuerpo y del alma,2 cuyos satisfactores si bien pueden variar entre las diferentes culturas, están sin embargo limitados por las necesidades y las carencias de los demás. Así, los seres humanos necesitan alimento, calor, sueño, higiene, reposo, ejercicio físico y aire puro; no obstante, el alma humana reclama un conjunto de obligaciones complementarias, integradas en una red de vínculos sociales definida por elementos comunes en relación con la cultura, la lengua, la historia y las perspectivas de futuro que aseguren el arraigo. Dichas obligaciones son: igualdad y jerarquías legítimas; libertad y obediencia consentida; verdad y libertad de expresión; soledad y vida social; propiedad personal y colectiva; castigo y honor; trabajo en tareas comunes e iniciativa personal; seguridad y riesgo. En una democracia verdadera, entonces, cada necesidad se identificaría con una obligación, a la vez que el arraigo –echar raíces- constituiría la necesidad primordial de todos y cada uno de los seres humanos. Simone Weil, de hecho, consideró un crimen aquello que pudiera causar desarraigo, incluyendo la destrucción de las tradiciones culturales, la guerra, la injusticia económica o la educación cuando vulgariza el conocimiento y siembra la indiferencia hacia la verdad y el bien. Concibió, pues, la declaración de las obligaciones como el fundamento ideal para el desarrollo de la vida social, al ser adoptada plenamente por el pueblo y convertida en leyes, de tal forma que su incumplimiento pudiera ser susceptible de castigo. De esta manera, la vieja realidad constituida por el derecho y la noción de persona daría paso a la construcción de un contexto social definido por obligaciones comunes y universales, proceso que exigiría la sustitución y creación de nuevas instituciones. En primer término, cualquier solución implicaría la supresión de los partidos políticos, organizaciones que Weil definió como maquinarias orientadas, mediante la propaganda, a la fabricación de fanatismos y exaltaciones colectivas al servicio exclusivo de su propio fortalecimiento, convirtiendo así el bien público en una ficción. En su lugar, una democracia verdadera exigiría la designación de hombres y mujeres cuya jerarquía legítima emanara del prestigio adquirido en sus propias comunidades; conocedores de las necesidades y de los anhelos del pueblo y competentes para traducirlas en leyes y garantizar su cumplimiento. Una transformación, pues, que consistiría en situar las necesidades humanas en el centro de la vida social y de la cultura, el lugar que usurpan en la sociedad contemporánea los intereses económicos y sus ideologías, corrompiendo todas las instituciones y envileciendo las aspiraciones de la humanidad.

Notas

1- Simone Weil. Profesión de fe. Antología y crítica alrededor de su obra. Edición y traducción Sylvia María Valls. México, 2006. En: http://www.institutosimoneweil.net/images/weil-book%20dumi%20july.pdf

2 - Simone Weil. Obligaciones hacia el ser humano. En: http://www.institutosimoneweil.net/index.php/faq/36-texto-civ/60-obligaciones-hacia-el-ser-humano

Mailer Mattié es economista y escritora.


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