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ALBA: La respuesta de los pueblos y sus gobiernos al capitalismo

Martes 5 de abril de 2011 por CEPRID

Carlos Antón

CEPRID

Para nosotros, la patria es América (Simón Bolivar)

No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva. (Juan Carlos Mariátegui)

En octubre de 2009, se reunió en Cochabamba, Bolivia, la VII Cumbre de los presidentes de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA). Las resoluciones aprobadas, constituyeron un punto de inflexión con respecto a las cumbres anteriores, de tal forma que se puede afirmar que la declaración final de la VII Cumbre, es un documento político cuya envergadura trasciende al continente y es el más avanzado –a nivel mundial- en esta etapa histórica.

En su Convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá, realizada el 7 de diciembre de 1824, Simón Bolívar expresaba:

“Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos.

Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios, y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria, obtenida por nuestras armas contra el poder español”.

Lamentablemente el sueño de Bolívar no pudo realizarse. Las oligarquías criollas aliadas con el imperialismo inglés, impidieron la unidad ansiada. Ciento ochenta años más tardes, el 14 de diciembre de 2004, Fidel Castro y Hugo Chávez firmaron la declaración conjunta para la creación de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Entre sus párrafos afirmaban:

“[…] coincidimos plenamente en que el ALBA no se hará realidad con criterios mercantilistas ni intereses egoístas de ganancia empresarial o beneficio nacional en perjuicio de otros pueblos. Solo una amplia visión latinoamericanista, que reconozca la imposibilidad de que nuestros países se desarrollen y sean verdaderamente independientes de forma aislada, será capaz de lograr lo que Bolívar llamó ‘ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza, que por su libertad y gloria’ y que Martí concibiera como la América Nuestra para diferenciarla de la otra América, expansionista y de apetitos imperiales.

Expresamos así mismo que el ALBA tiene por objetivo la transformación de las sociedades Latinoamericanas, haciéndolas más justas, cultas, participativas y solidarias y que, por ello, está concebida como un proceso integral que asegure la eliminación de las desigualdades sociales y fomente la calidad de vida y una participación efectiva de los pueblos en la conformación de su propio destino”.

Con estos antecedentes se llega a la Cumbre de Cochabamba en 2009, a la que asistieron: el presidente de Bolivia: Evo Morales, el de Venezuela: Hugo Chávez; el de Nicaragua, Daniel Ortega; la canciller hondureña, Patricia Rodas; el vicepresidente cubano Ramón Machado Ventura, el primer ministro de San Vicente y Las Granadinas: Ralph E. Gonsalves, el primer ministro de el Gobierno de la Mancomunidad de Dominica: Roosvelt Skerrit; el primer ministro de Antigua y Barbuda: Winston Baldwin Spencer y el Viceministro de Comercio Exterior e Integración de Ecuador: Julio Oleas Montalvo.

En esta reunión no sólo se avanzó en respaldar los procesos de cambios en los distintos países de la alianza; además se firmó del acuerdo marco del Sistema Único de Compensación Regional de pago (SUCRE), que como dijo el presidente de Venezuela, en las Líneas Chávez: “En él se condensa la voluntad de un proyecto alternativo viable y justo para nuestra región, de cara a los estragos de la crisis financiera. De la crisis, enfaticemos, no sólo del capitalismo como modelo sino de la lógica misma del capital”.

Para afirmar más adelante que:

“Un modelo económico regional unificado a través de una moneda propia, desde su lectura política, no sólo implica mayor equidad y soberanía en el intercambio: la construcción de una nueva arquitectura económica y financiera debe venir acompañada de una profunda voluntad de producir justicia social, económica, ambiental.

Y esta tarea no podría ser posible sin la participación directa de los movimientos sociales, campesinos, feministas. Ellos son la base fundamental del pueblo organizado en la Alianza Bolivariana y el sustrato ideológico de nuestra historia: quien conoce desde cada localidad, desde cada región, en su historia e identidad, los modos más justos de intercambio, de producción de cultura y dignidad, de trabajo agroecológico de la tierra y de una economía justa y popular; es el pueblo organizado que vive en constante lucha por sus necesidades y sus reivindicaciones. El poder popular en su más clara expresión”.

En la declaración final de la VII Cumbre, esta comienza afirmando: “Por su esencia, el capitalismo y su máxima expresión el imperialismo, están destruyendo la propia existencia de la humanidad y nuestra Madre Tierra. La crisis económica global, la crisis del cambio climático, la crisis alimentaria, y la crisis energética son de carácter estructural y se deben, fundamentalmente, a patrones de producción, distribución y consumo insostenibles, a la concentración y acumulación del capital en pocas manos, al saqueo permanente e indiscriminado de los recursos naturales, a la mercantilización de la vida y a la especulación a todos los niveles para beneficio de unos pocos”.

Paralelamente a las reuniones de los mandatarios de los países del ALBA, se realizó la 1º Cumbre del Consejo Plurinacional Intercultural de los Movimientos Sociales de los Países del ALBA – TCP.

Entre las declaraciones de las comisiones que los movimientos sociales acercaron a los mandatarios, figuraron el Planteamiento político de las mujeres de la ALBA; la de la Comisión para la Soberanía Alimentaria para el Vivir Bien, entre otras. En la declaración de las mujeres se afirma: “La ALBA es coincidente en su propuesta con principios y reivindicaciones históricas planteadas por el movimiento de mujeres. Sus principios de solidaridad, cooperación, reciprocidad, complementariedad, diversidad e igualdad, han sido la base de las prácticas y contribuciones económicas de las mujeres, ligadas prioritariamente a la reproducción integral de procesos y condiciones de vida, y son también el eje de nuestras visiones sobre un nuevo sistema económico. Así, la ALBA confluye con la aspiración de las mujeres latinoamericanas y caribeñas de levantar una sociedad integrada desde una perspectiva incluyente, que recoja y potencie la policroma diversidad de sus pueblos, superando injusticias y desigualdades”.

Entre los acuerdos que se han plasmado hasta la actualidad dentro del ALBA, sobresalen la instauración del Banco del ALBA, el Sistema Unitario de Compensación Regional de Pagos (SUCRE), una especie de moneda virtual que reemplaza al dólar como moneda de intercambio. Además están en ejecución diversos programas en sectores como la salud pública, educación, cultura, energía, agricultura, comercio, alimentación, telecomunicaciones, minería, industria y finanzas.

Sin embargo el ALBA es mucho más que acuerdos económicos. Esta propuesta forma parte de un proyecto más ambicioso que, en Venezuela a pasado a denominarse socialismo del siglo XXI. En tanto, en Bolivia y Ecuador aunque sus presidentes y dirigentes reivindican públicamente el socialismo, en este momento histórico impulsan el proceso en la dirección de realizar cambios estructurales que permitan efectuar profundas reformas democráticas. Reformas que son resistidas por las oligarquías locales y el imperialismo que ven peligrar su dominio con el ascenso de las masas a la vida política.

En estos países, la lucha de clases, se presenta bajo distintas formas. Mientras en Venezuela está en el centro de la discusión la participación de la clase trabajadora en los cambios estructurales que impulsa el gobierno y en la gestión directa y democrática de las empresas nacionalizadas y; en Bolivia los movimientos sociales luchan en forma combinada por la instauración efectiva de un Estado plurinacional al tiempo que intentan mantener bajo el control de ese Estado los recursos naturales saqueados durante siglos por los capitalistas. En Ecuador, en tanto, la situación es similar a la boliviana en lo referente a la defensa de los recursos naturales. Con respecto a los pueblos originarios subsisten todavía contradicciones entre estos y el gobierno de Rafael Correa.

Naciones del Tercer Mundo vs metrópolis imperialistas A fines del siglo XIX, las fronteras de los distintos Estados latinoamericanos se encontraban definidas conformando un damero de 19 países, en los cuales las oligarquías locales se habían consolidado como sus clases dominantes. Sin embargo en todos los casos eran dependientes de Inglaterra y en menor medida EEUU; aunque este último país pasó en el siglo XX a ocupar el rol de potencia imperialista hegemónica.

El viejo proyecto de la unidad de los pueblos latinoamericanos había sido derrotado. Y la contradicción con el imperialismo se expresaba fragmentada y los pueblos enfrentaban como podían -en la mayoría de los casos a través de luchas heroicas- a la tutela imperial y las burguesías locales. Hasta 1959, cuando triunfó la revolución cubana, en el 100% de los casos todos los procesos de liberación fueron abortados y/o derrotados. Algunos, pudieron mantenerse cierto tiempo en el gobierno, realizar algunas reformas sociales y/o políticas, pero finalmente caían como consecuencia de sus contradicciones internas o por la acción política y militar imperialista.

El siglo XXI

Los trabajadores y los pueblos del planeta se enfrentan a grandes retos. Si bien la contradicción básica del sistema capitalista continúa expresándose entre la producción social de riquezas por parte de los trabajadores y la apropiación privada de las mismas de parte de las burguesías; en el plano político esa contradicción se expresa dentro de otras que se dan en distintos planos, pero que están interrelacionadas.

En primer término tenemos el choque interimperialista entre las distintas potencias. Al mismo tiempo en las metrópolis, las burguesías imperialistas chocan con su propia clase trabajadora. Casos como las revueltas en Francia, Gran Bretaña ó como sucedió en abril 2011 en Wisconsin (EEUU), son un ejemplo. Por otra parte y en relación con el Tercer Mundo, el imperialismo aliado con las burguesías locales de los países dependientes enfrenta la rebelión, todavía parcializada y muchas veces fragmentaria de los trabajadores. Finalmente tenemos la agresión imperialista contra los pueblos y países del Tercer Mundo en su conjunto, combinando la fuerza militar y el poderío económico.

En los últimos años del siglo XX, la denominada globalización neoliberal (eufemismo para no hablar de capitalismo a secas) ha ratificado que no existen fronteras para el capital. También se ha reafirmado, una vez, más el carácter internacional de la clase trabajadora. Sin embargo la certeza de estas dos afirmaciones, no impide que el imperialismo continúe atacando a las naciones, de forma tal que para los trabajadores y los pueblos no puede ser indiferente la lucha nacional, que obviamente es distinta a como la expresan las burguesías nativas o las pequeñas burguesías progresistas.

Durante años se persistió en el error de considerar a la contradicción nación <>imperio, como la de una Estado-nación, en particular, con las metrópolis imperialistas. En América Latina esta visión deja aprisionado dentro de las fronteras de cada Estado, el concepto de nación. Esta forma de enfocar la lucha antiimperialista, aún hoy es defendida por fracciones de clases de los países del ALBA, y que en muchos casos forman parte de los equipos de gobierno.

Es ilustrativo que estos sectores no reniegan, por ejemplo, de las nacionalizaciones de empresas multinacionales; por el contrario el pensamiento pequeño burgués radical anima la expropiación de las empresas imperialistas sustituyéndolas por empresas estatales. Sólo que esas acciones no se enmarcan en un proyecto más independiente de la burguesía, internacionalista; por el contrario por su naturaleza de clase su objetivo final es lograr cierta dosis de autonomía con respecto al centro imperial.

En algunas circunstancias el imperialismo -sobre todo cuando ha perdido su iniciativa política- está dispuesto a aceptar este nuevo status quo. Y tanto Washington como Bruselas pueden tolerar todo nacionalismo, siempre que no esté combinado con la acción política independiente de la clase trabajadora. Y ese nacionalismo burgués permitido, que intenta constreñir la revolución a las fronteras nacionales, que antepone sus reivindicaciones sectoriales y mezquinas conduce a la capitulación y a la derrota de los pueblos. Un ejemplo paradigmático en América Latina, lo constituye Brasil que desarrolla un proyecto capitalista con altos grados de autonomía ante los centros imperialistas dominantes, pero que no cuestiona la matriz básica (el capitalismo) que origina su existencia.

Frente a ese nacionalismo burgués, se levanta otra forma de pensar y sentir la Nación, asentada en los intereses estratégicos de los trabajadores y las masas explotadas y oprimidas latinoamericanas que comienzan por ajustar cuentas con las propias burguesías; pero que en lugar de detenerse en las fronteras de sus Estados buscan construir una unidad que termine con los falsos antagonismos entre nuestros pueblos. Esta lucha nacional no puede ser consecuente si no se enraíza con la lucha internacional de todos los trabajadores latinoamericanos en la construcción de la unidad política de Nuestra América. Es por eso que el sentido estratégico del ALBA, reconoce implícitamente en su creación la imposibilidad de la clase trabajadora y sus aliados de mantener el poder en cualquiera de los países sin estar conectados con el movimiento revolucionario de América Latina. Es decir que esa lucha antiimperialista será inconclusa en la medida que no se inscriba en un proceso permanente que avance en la destrucción del capitalismo como sistema de dominación.

Aquí es donde reside la mayor herejía de la revolución bolivariana: proyectar mucho más allá de las fronteras de su Estado nacional el proceso de transformaciones y rebelión que se da en Venezuela. De la misma manera que Bolívar y tantos héroes independentistas de Nuestra América fueron perseguidos por el colonialismo español, los modernos inquisidores imperialistas condenan a los bolivarianos. Lo que más temen los gringos y las burguesías nativas es que los pueblos de América continúen con este ejemplo y echen a andar por el sendero de la revolución.

Contradicciones en el campo popular

Al analizar la actual etapa política latinoamericana una buena parte de la izquierda en general, ha entrado en colisión con la realidad. En sus exigencias a los gobiernos de radicalizar los procesos de transición en curso; confunden sus aspiraciones -como izquierda- con el estado real de la conciencia de los pueblos. En estos casos se corre el riesgo de intentar caminar tan aprisa que se separan de las masas llevándolas hacia un callejón sin salida. Y esto no significa desconocer los errores que puedan cometer las direcciones políticas que lideran los países del ALBA y tampoco se trata de minimizarlos. Pero para superar esos errores y radicalizar la transición, es necesario que miles de trabajadores y trabajadoras identifiquen con claridad al enemigo para luchar políticamente contra él. Cuando esto sucede los procesos avanzan; pero como la conciencia de clase –sobre todo en los periodos de transición- va cambiando y se expresa de diferentes maneras, cuando la conciencia de las masas retrocede los procesos se estancan.

Paralelamente, en el interior de estos procesos populares subsisten contradicciones que se desprenden del carácter de clase de los gobiernos. Por ello responder a la pregunta: ¿Qué clase social, o que fracción de clase hegemoniza estos procesos, quién dirige en Venezuela, Bolivia o Ecuador? no es un mero ejercicio retórico; porque todos estos gobiernos están en disputa. Y no es menor que sean ganados por las burguesías locales que intentan cobrar vuelo propio; o que finalmente los y las trabajadores conquisten definitivamente el poder para profundizar los cambios sociales y políticos.

De cualquier manera, está claro que no es la burguesía o la derecha oligárquica e imperialista quien gobierna. Pero tampoco dirige la clase obrera, ni los indígenas originarios y campesinos.

Dirige y gobierna la pequeña burguesía democrática radicalizada, que no está ganada por el imperialismo y que tiene en muchos casos profundas actitudes antiimperialistas y anticapitalistas. Con ser esto un paso adelante de gran importancia, sin embargo no es suficiente. La pequeña burguesía por su carácter de clase intermedia se encuentra constantemente tironeada por la burguesía o por la clase trabajadora. De allí que uno de sus rasgos característicos –y que se trasunta en su accionar político cotidiano- es el oscilar de posiciones muy radicales a otras conservadoras. Al mismo tiempo hay otro rasgo que distingue esta pequeña burguesía radicalizada, y que le es inherente como sector de clase, sea que actúen en Bolivia, Argentina, Venezuela o cualquier otro lugar del planeta: ellos son los protagonistas de la historia, no las masas; aún cuando en su discurso se las reivindique en forma constante y explícita. Y esa concepción -que es muy difícil de erradicar- tiene profundas implicancias políticas en los países del ALBA.

Esta situación sólo podrá ser modificada en la medida en que la conciencia y la práctica política de los trabajadores y los pueblos incline la balanza en la dirección de cambios más radicales e impulse al actual sector dirigente a radicalizar su programa y aceptar subordinarse a la vanguardia revolucionaria, es decir a la clase trabajadora organizada en su herramienta política. Vanguardia que por otra parte, en estos países, igual que en el resto de América Latina está por construirse y su ausencia es determinante en cierto estancamiento de los actuales procesos revolucionarios.

Porque todos los procesos de transformación están transición, en el corazón de ellos estallan contradicciones y conflictos, sea entre los gobiernos y la clase trabajadora; o entre los gobiernos y los partidos y/o agrupaciones políticas que se reivindican de izquierda o revolucionarios. Ejemplos sobran, la relación entre Correa y los movimientos sociales. El gasolinazo de diciembre 2010 en Bolivia que llevó a la COB y diversos movimientos sociales a salir a la calle para rechazarlo es ilustrativo de lo que sucede cuando un gobierno deja en manos de tecnócratas de la pequeña burguesía la resolución de problemas políticos y sociales. Pero también ha sido ilustrativa la actitud y la rápida rectificación de Evo Morales que aplicó sin dudar la consigna de «mandar, obedeciendo», al derogar el decreto presidencial que aumentaba la gasolina.

La clase trabajadora y el pueblo ante el desafío de la construcción del ALBA

Hay que considerar a la clase trabajadora en un sentido amplio. Es decir como un conjunto que abarca a todos los que vivimos de la venta de la fuerza de trabajo. En la moderna división del trabajo, junto al proletariado industrial existe un fuerte proletariado rural y urbano no fabril, un numeroso campesinado pobre, fracciones de capas medias asalariadas que crecen cuantitativamente en forma vertiginosa, trabajadores que por diversas razones se desempeñan como cuentapropistas y que en el capitalismo moderno forman un conjunto numéricamente considerable. Junto a todos ellos también hay otros sectores oprimidos, como las mujeres que sin ser necesariamente proletarias, han comprendido la necesidad de derrocar al sistema capitalista como condición para lograr la liberación femenina.

En Latinoamérica, además, atravesando a toda esa heterogeneidad de clase, se encuentran los pueblos originarios, que forman parte de todas las fracciones mencionadas. En su caso su lucha tiene un doble carácter. Por una parte chocan con las burguesías criollas que han actuado, desde los Estados, como imperialistas internos oprimiendo sus naciones ancestrales; y al mismo tiempo son explotados -por esas mismas burguesías- como trabajadores y trabajadoras.

A pesar de que todo esto nos lleva a desterrar la falsa contradicción entre los nuevos movimientos sociales y los trabajadores ocupados; ante este panorama social tan heterogéneo, se multiplican los debates sobre el papel de la clase trabajadora como vanguardia en los procesos de transformación revolucionaria. Por ello es más grave aún el efecto que las políticas capitalistas han realizado en la conciencia de nuestra clase fracturando y rompiendo los lazos de hermandad y solidaridad construidos durante décadas pasadas.

Y por que están fragmentadas y dispersas las masas, está fragmentada y dispersa la primera línea en el combate de clase contra clase.

Por ello y a pesar del enorme avance que han significado los procesos iniciados en los países del ALBA asistimos a un período en el cual las luchas de los trabajadores, todavía, se muestran sin unidad política propia y por esta razón es que el movimiento obrero aparece diluido y sin objetivos políticos estratégicos claros.

Esta situación ha producido un notable retroceso en la conciencia de los trabajadores. En buena medida por el avance de la ideología dominante de la burguesía. Pero también por la influencia ideológica del reformismo, del socialcristianismo y de la socialdemocracia, que han impulsado en las últimas décadas seudoteorías autonomistas presentadas con ropaje revolucionario, en las que se cuestiona el rol estratégico de la clase trabajadora en los proyectos de cambio y transformación. Con esas teorías, lo que se ha logrado es sumar más confusión y desarmar a la clase y al pueblo teórica y prácticamente en su lucha contra la burguesía.

En consecuencia la fractura social y la confusión política ha llevado a muchos sectores populares a priorizar sus intereses corporativos-gremiales por encima de sus intereses históricos como clase. Por esta razón a menudo las luchas reivindicativas (sean sindicales o sociales) –que se dan en el marco del sistema- cobran mayor importancia que la lucha general contra el imperialismo.

A pesar de que cualquier trabajador o trabajadora tiene conciencia sobre su lugar en la sociedad, en períodos normales se encuentran bajo la dominación de la ideología de las clases dominantes. Para definir con claridad al enemigo de clase y luchar políticamente contra él, es necesario dar un salto cualitativo en esa conciencia. Ese se produce cuando los trabajadores, o un capa importante de ellos comprenden en profundidad el papel que juega el Estado y las clases dominantes, los límites del sistema capitalista y en forma general y todavía difusa aspiran a un tipo de sociedad igualitaria. Es el momento en que la lucha de los explotados y oprimidos se transforma en lucha de clases y los trabajadores se precipitan a la arena política para disputarle el poder a la burguesía.

Estos distintos momentos de la conciencia de clase no están separados rígidamente como en compartimentos estancos. Por el contrario se entrecruzan, porque no hay un desarrollo lineal de la conciencia. Fundamentalmente, porque en procesos contradictorios como son los revolucionarios, el avance -o retroceso- de cada hombre o mujer del pueblo es parte de un proceso colectivo condicionado social e históricamente. Porque ese paso a la conciencia política, es social no individual, entonces se expresará en la organización independiente, en la herramienta política -que de acuerdo a las características de cada sociedad- construirán los trabajadores y los pueblos para plasmar su emancipación social y política.

Y en esa lucha, de la clase obrera y sus aliados por alcanzar sus objetivos estratégicos, al mismo tiempo, defienden los genuinos intereses de la nación en su conjunto.

En cambio la burguesía al defender los suyos no puede dejar de entregar la nación al imperialismo.

Los movimientos sociales y el ALBA

A partir de 2009, comienza a verificarse un cambio cualitativo. Ya el ALBA, no es sólo una propuesta que llevan adelante las dirigencias políticas de los Estados de la alianza. Ahora también han comenzado a transitar el camino de su construcción, las masas latinoamericanas. Y en este accionar se encuentran caminando, aportando, construyendo y luchando junto a otros sectores de los pueblos, los Movimientos Sociales del ALBA.

La Carta de Belém

El 30 de enero del 2009 en la ciudad brasileña Belén, diversos movimientos sociales aprobaron la Carta de los Movimientos Sociales de las Américas (ver la Carta completa en: http://movimientos.org/noalca/albasi/show_text.php3?key=13773 )

En su documento los Movimientos Sociales afirman que “La unidad e integración de Nuestra América, está en nuestro horizonte y es nuestro camino” y para lo cual expresan la necesidad de ir “Construyendo la integración desde abajo de los pueblos” e ir “Impulsando el ALBA y la solidaridad de los pueblos, frente al proyecto del imperialismo”.

También expresan que:

“Este proceso de integración de movimientos y organizaciones sociales, impulsa los principios del ALBA, y a su vez quiere promover diversos mecanismos y potencialidades que ofrece el ALBA, para potenciar la integración latinoamericana desde los pueblos”.

Y entre sus principios recalcan que:

“La integración de nuestros pueblos, desde abajo, partiendo de los movimientos populares, e inspirados en las batallas anticoloniales, anticapitalistas, antipatriarcales y antiimperialistas, que desde más de 500 años vienen librándose en estas tierras, tiene como principios fundamentales: […]La solidaridad permanente entre los pueblos […] El respeto a la autodeterminación de los pueblos, a la soberanía nacional y popular. […] La defensa irrestricta de la soberanía en todos los órdenes: política, económica, social, cultural, territorial, alimentaria, energética. […]”

Entre los objetivos propuestos figuran entre otros puntos: “ El rechazo a las políticas, planes y leyes mineras, de hidrocarburos, agronegocios, agrocombustibles, […]que destruyen a las comunidades, desconocen sus derechos fundamentales, eliminan la diversidad cultural, destruyen los ecosistemas y el ambiente. […] La denuncia del modelo de agricultura de las trasnacionales […]y la propuesta de apoyar un modelo de agricultura popular, campesina, indígena, promoviendo la reforma agraria integral. El repudio al pago de las deudas ilegítimas y el reimpulso a la lucha continental contra el pago de la deuda externa. La lucha por la anulación de los tratados de libre comercio con Estados Unidos y Europa, como el TLCAN, con Centroamérica, Chile, Peru; y por la no aprobación del tratado con Colombia. […]”

Al mismo tiempo sostienen que son prioridades:

“Elevar la movilización de masas contra el capital trasnacional y los gobiernos que actúan como cómplices del saqueo. Es la movilización de masas la que creará la fuerza necesaria para promover transformaciones populares. […] Sostener y reafirmar la autonomía de los movimientos populares en relación a los gobiernos. Desde esa autonomía establecer una relación desde los movimientos, con los gobiernos que promueven el ALBA. […]”

Ante el nuevo contexto latinoamericano, consideran que “hay numerosas oportunidades para ir gestando una nueva ofensiva de los pueblos”. Pero que “existen también muchas amenazas a los procesos en curso”; por lo tanto los Movimientos Sociales de Nuestra América consideran que: “No hay manera de enfrentar las políticas del gran capital trasnacional y del imperialismo, desde las resistencias dispersas de nuestros pueblos. No es posible tampoco delegar los procesos de integración latinoamericana en los gobiernos (por más que éstos tengan una responsabilidad indiscutible en promoverla). Lo que se avance desde los gobiernos en esta dirección, será un estímulo a la creación de lazos de cooperación solidarias, que apoyaremos y sostendremos como parte de las luchas antiimperialistas. Pero es imprescindible estimular procesos de integración, basados en un poder popular, creado desde las raíces mismas de la lucha histórica de nuestro continente”.

Conclusión

Estamos en un momento de la historia en la que el capitalismo -más que nunca- descarga todo el peso de su crisis sobre los pueblos oprimidos y la clase trabajadora,en tanto los gobiernos centrales auxilian a las empresas multinacionales y la banca internacional con millonarios endeudamientos de los Estados. En ese marco las guerras que promueve y lleva adelante el imperialismo -además de expresar el choque entre las potencias capitalistas- se puede afirmar que son una guerra mundial contra los pueblos y los países del Tercer Mundo en su conjunto.

En este contexto, entonces, la propuesta del ALBA cobra una dimensión mayor. Ya no sólo es la promoción de un sistema donde se erradique la explotación del hombre por el hombre; ahora la lucha contra el capitalismo implica, como lo ha afirmado tantas veces Fidel, “la lucha por la supervivencia de la especie humana”.

Esa es la lucha que debemos encarar entonces los pueblos, los movimientos sociales y la clase trabajadora de Nuestra América junto con las direcciones políticas de las naciones del ALBA. Porque, no podremos librarnos del atraso y del sometimiento al que nos someten las metrópolis imperialistas si no es uniendo a todos nuestros Estados en una poderosa Federación Latinoamericana antiimperialista, anticapitalista y socialista. Y esta grandiosa tarea histórica no pueden llevarla adelante las burguesías locales, sino los pueblos y la clase trabajadora latinoamericana.

Esos pueblos a los que se refiere la II declaración de La Habana cuando dice:

“Con lo grande que fue la epopeya de la independencia de América Latina, con lo heroica que fue aquella lucha, a la generación de latinoamericanos de hoy le ha tocado una epopeya mayor y más decisiva todavía para la humanidad. Porque aquella lucha fue para librarse del poder colonial español, de una España decadente, invadida por los ejércitos de Napoleón. Hoy le toca la lucha de liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa del mundo, frente a la fuerza más importante del sistema imperialista mundial y para prestarle a la humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron nuestros antepasados.

Pero esta lucha, más que aquélla, la harán las masas, la harán los pueblos; los pueblos van a jugar un papel mucho más importante que entonces; los hombres, los dirigentes importan e importarán en esta lucha menos de lo que importaron en aquélla.[…]

[…] Ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o en el tráfico de las ciudades o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Ya se les ve por los caminos un día y otro, a pie, en marchas sin término de cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos” gobernantes a recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida; se les ve, llevando sus cartelones, sus banderas sus consignas; haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.

Porque esta gran humanidad ha dicho: ¡Basta! y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente.[…]”

La tarea es inmensa, pero es necesario reafirmar que el concepto que se hace referencia al comienzo. El ALBA, va mucho más allá que los acuerdos circunstanciales entre sus actuales Estados miembros, inclusive va mucho más allá de las razones de Estado. Estratégicamente el ALBA se inscribe en todos los procesos de unidad y liberación que se han dado en Nuestra América desde las guerras de la independencia del XIX. Y en esta lucha será central y determinante el papel político que jueguen -o no jueguen- los trabajadores y trabajadoras latinoamericanos.

Carlos Antón es miembro del Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social


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