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Ejércitos humanitarios: solidaridad con fusil

ANALISIS DE LAS ‘INVASIONES BENÉVOLAS’

diumenge 18 de març de 2007, per  atom

Dossier publicat a "Diagonal"

El fortalecimiento de los grupos insurgentes en Afganistán, los ataques estadounidenses que han costado la vida a decenas de civiles y, recientemente, la muerte por explosión de una mina de la soldado española Idoia Rodríguez han provocado una pérdida de inocencia entre la opinión pública sobre las verdaderas actividades que llevan a cabo las tropas españolas en Afganistán.

Frente a los discursos del ministro de Defensa, para quien el Ejército actúa “para generar paz, y no para hacer la guerra”, las más de 4.000 muertes de 2006 por actos violentos desmienten la condición humanitaria del despliegue en el país asiático. Pero Afganistán sólo es un caso más. En las últimas décadas, el adjetivo ‘humanitario’ ha acompañado a decenas de intervenciones militares en las que los intereses y las violaciones de derechos llevan a recelar de las razones oficiales.


SU ALTO COSTE Y ESCASA EFICACIA LLEVAN A DUDAR DE LAS RAZONES SOLIDARIAS
Ejércitos humanitarios: solidaridad con fusil
Miguel Ángel de Lucas / Redacción
Kosovo, Afganistán, Haití, Indonesia... las misiones militares para llevar paz o ayuda humanitaria se multiplican. Pero la falta de eficacia y los problemas que generan estas misiones rara vez se reconocen.

Ministerio de Defensa“Las tropas españolas están en Afganistán para generar paz, no para hacer la guerra”, declaró el 24 de febrero el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, tres días después de la muerte de la primera soldado española en el país asiático. Sus palabras, no obstante, chocan con la realidad de un país donde más de 400 personas han perdido la vida de forma violenta desde principios de año, donde al igual que sucede en Iraq se producen atentados suicidas contra las tropas de ocupación como el que el 28 de febrero provocaba 15 muertes, o donde el fuego entre tropas ocupantes y la insurgencia se lleva por delante a cientos de civiles.

En las últimas semanas, el recrudecimiento de la situación en el país asiático y las noticias de ataques directos al destacamento español parecen derrumbar el aura benévola con que cuenta en la opinión pública la misión afgana. Un barniz humanitario conseguido mediante métodos duramente criticados por numerosos analistas y ONG. Tanto al comienzo de la guerra, donde el Ejército de EE UU inauguró la fórmula de lanzar bombas acompañadas después por paquetes de comida, (unos víveres que, para mayor confusión, presentaron colores y tamaños similares a las bombas de racimo). Como durante la posguerra, donde participan las tropas españolas dentro de la misión de la OTAN y en la que la fusión humanitario-militar ha llegado al límite con los Equipos de Reconstrucción Provincial (PRT, por sus siglas en inglés), unidades militares encargadas de reparar infraestructuras, atender a población civil y al mismo tiempo recurrir a las armas. La tendencia no es nueva. En 1999, la intervención en Kosovo marcó un punto de inflexión, al ser bautizada por primera vez de forma oficial con el nombre de “guerra humanitaria”. Durante los diez años previos, entre 1988 y 1998, las intervenciones de carácter humanitario triplicaron las producidas en las cuatro décadas anteriores. Un incremento del 1.200%.

Y actualmente cuesta encontrar actuaciones militares que no vayan acompañadas de ese adjetivo. Para Itziar Ruiz-Giménez, académica especializada en intervencionismo humanitario, en este boom solidario de los Ejércitos no cabe pasar por alto un interés puramente publicitario para legitimar a las Fuerzas Armadas. El objetivo: devolver crédito a una institución con una historia marcada por golpes de Estado, dictaduras militares y férreos apoyos a los sectores sociales más reaccionarios.

“La sonrisa de un niño”
“Acabada la Guerra Fría y a falta de un nuevo enemigo, el Ejército busca justificarse con el discurso humanitario, no hace falta más que ver las campañas de reclutamiento”, señala Ruiz-Giménez. Cada año, las distintas formas de publicidad de las Fuerzas Armadas superan los 18 millones de euros de presupuesto. En los anuncios, el mensaje solidario ocupa el lugar preferente. En esta línea, la campaña de 2004 marcó un antes y un después, al basarse en imágenes de un soldado repartiendo agua a la población con una entrañable voz en off recordando cómo “la sonrisa de un niño no tiene precio”. Esta usurpación causa un fuerte malestar entre buena parte de las ONG. Es pura cuestión práctica. Cuando los militares reparten ayuda con una mano y disparan con la otra, la relación de confianza que procuran las ONG se ve seriamente dañada. Más que reducir la imagen hostil del Ejército, también la ayuda pasa a ser blanco de las hostilidades.

Entre 1996 y 2004, por ejemplo, más de 300 cooperantes fueron asesinados en todo el mundo. Uno de los casos más graves se dio en 2004 en Afganistán, con el asesinato de cinco trabajadores de Médicos Sin Fronteras visiblemente identificados que propició la salida de esta organización del país. Ataques, con todo, a los que contribuyen intentos de instrumentalización de la ayuda como el expresado por el ex secretario de Estado de EE UU, Colin Powell, para quien “los agentes humanitarios son fuerzas multiplicadoras y parte esencial del equipo de combate de EE UU”.

2.500% más de ‘ayuda’ militar
El reciente informe 2005, un año de desastres naturales... y mucho más se refiere al caso español. El estudio, realizado por el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), critica cómo el gasto computado como “humanitario” dentro de los presupuestos militares aumentó en un 2.500% en 2005, hasta alcanzar 24,2 millones de euros. Para el IECAH, esta cifra se canalizó a “intervenciones de eficacia discutible”, (ver recuadro) o bien en “operaciones militares que cuestionan el carácter humanitario de esta ayuda, como Haití y Afganistán”. El informe, realizado en colaboración con Médicos Sin Fronteras, denuncia el uso interesado del humanitarismo, que “tira por tierra los principios de neutralidad, independencia e imparcialidad que son la base misma de la ayuda humanitaria”.

Autores como Carlos Taibo van más allá, y han señalado cómo “el intervencionismo humanitario es una estrategia más al servicio de los intereses más tradicionales de las grandes potencias. Si así lo queremos, es una estrategia más inteligente, porque en términos de opinión pública genera efectos menos lesivos”. Así, no faltan motivos para recelar de los ejércitos humanitarios. De entrada, que las grandes potencias sólo actúan cuando entran en juego sus intereses. Que, a menudo, los países que defienden los derechos humanos son causantes de los problemas que acuden a resolver.

Que jamás se interviene contra los estados poderosos. O que, con frecuencia, las actuaciones van acompañadas de importantes abusos contra los derechos humanos, así como el auge del comercio clandestino o las redes de prostitución. Los efectos colaterales (malos tratos, vejaciones sexuales o proxenetismo) saltan en ocasiones a la prensa como “hechos aislados”. Sin embargo, su práctica es algo más que esporádica. Según el informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU La violencia perpetrada contra la mujer en tiempos de conflicto armado (1997-2000), las agresiones sexuales cometidas por cascos azules aumentan y las mujeres pueden ser víctimas de violación o abusos graves por parte de las fuerzas asignadas a su protección. Las atrocidades cometidas por los ejércitos humanitarios ha dado para escribir muchos libros al respecto.

Uno de ellos, realizado por el colectivo antimilitarista Gasteizkoak, recuerda ejemplos como el caso de cascos azules holandeses en Bosnia, acusados de incitar a niñas para que se prostituyeran a cambio de dos cigarrillos. O el abandono del enclave de Srebrenica que posibilitó la masacre de más de 8.000 musulmanes. Cascos azules italianos acusados de matar a siete somalíes sobre los que, según avisaron, iban a “practicar tiro al blanco”. O una red de prostitución en Sarajevo controlada por tropas de la OTAN.

Todos los casos se encuentran documentados. Y las misiones españolas también cuentan con varios episodios oscuros. Desde mujeres militares acosadas por un sargento, un teniente con acusaciones por violaciones al que se destina en Bosnia o diplomáticos expedientados por corrupción. Según apunta Ruíz-Giménez, estas situaciones no son aisladas, “hay que tener en cuenta la falta de formación en el respeto a los derechos humanos de las Fuerzas Armadas”. Una actitud que queda ejemplificada en las declaraciones del responsable de la misión de paz en Camboya y ex representante de la misión de paz en la ex Yugoslavia, ante las denuncias de abusos en Camboya con la participación de cascos azules: “¿Y qué quieren que haga si son hombres?”.


Haití: humanitarismo golpista
GLADYS MARTÍNEZ
El 29 de febrero de 2004, el presidente electo, Jean-Bertrand Aristide, fue defenestrado por el levantamiento de un grupo armado apoyado por una intervención militar de EE UU, Canadá y Francia. Pocas horas después, el Consejo de Seguridad de la ONU refrendaba la ocupación mediante la autorización del despliegue de una Fuerza Multinacional Provisional que más tarde se convertiría en la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH). Aunque su objetivo teórico es el mantenimiento de la paz, las tropas de la ONU se han visto involucradas en continuas violaciones de los derechos humanos y asesinatos. Al menos 26 civiles desarmados fueron asesinados en este barrio por soldados de la ONU el 6 de julio de 2005, y más de 30 el pasado 22 de diciembre. En este contexto, unos 200 soldados españoles estuvieron desplegados entre noviembre de 2004 y marzo de 2006, encargados, al igual que el resto de tropas, de formar a la policía haitiana, un cuerpo profundamente represivo y acusado de corrupción y violaciones de derechos.

Hoy, un contingente de guardias civiles y policías continúa en el país. El 7 de febrero, 100.000 haitianos salieron a la calle para pedir el fin de la ocupación de las Naciones Unidas.


Costosa foto en Indonesia
En 2005 el envío de 594 soldados (el quinto contingente militar mundial) a la operación ‘Respuesta Solidaria’ para atender a las víctimas del tsunami en Indonesia supuso un ejemplo de altos costes y escasa eficacia. Se gastaron ocho millones de euros sólo en el envío del Buque Galicia, con un hospital incorporado. La acción humanitaria debe coordinarla el Ministerio de Exteriores, pero Moratinos sólo supo del envío decidido por José Bono en Defensa a través de la prensa. El barco tardó en llegar 44 días a la zona del desastre y su llegada a las costas generó malestar en el Gobierno indonesio. La rentabilidad mediática fue un factor preferente. La misión no tuvo apenas eficacia. Pero en todos los medios se dio la noticia del socorro militar.


Más fiascos del Ejército español
MOZAMBIQUE: Los militares dejaron el campo de Chaquelane cuando pocos días antes habían llegado 35.000 nuevos refugiados (Fuente: MSF). LOS BALCANES: En Bosnia, seis policías de la ONU, algunos españoles, son expulsados de la fuerza internacional por vínculos con prostitución. En Kosovo, Cáritas y el Ejército forman dos campamentos de refugiados. Coste de Cáritas: 1,2 millones de euros (aprox.) para 2.000 personas. Coste del campamento del Ejército: 48 millones (aprox.) para 5.000 personas. En Albania, los legionarios mostraron poco conocimiento del terreno ante la prensa: “Nos han explicado que es un país antiguo, a mí me sonaba de un partido de la selección”.


OTAN, corrupción, violencia y talibanes
M. de L. / Redacción
Tras seis años de invasión, el presidente títere Karzai no controla mucho más de la capital, Kabul. El narcotráfico bate récords y los ataques de la insurgencia se disparan en un país desengañado de las promesas internacionales.
El 21 de febrero, la explosión de una mina causaba la muerte de la militar española Idoia Rodríguez. No es la primera baja del Ejército español, que está resultando uno de los más castigados con la aventura afgana. De tener en cuenta el accidente del Yakovlev en el que viajaban 62 militares, la caída de otro helicóptero en 2005 con 17 ocupantes y el fallecimiento de un militar peruano del destacamento español, el coste en vidas alcanza las 82 personas. Nada, eso sí, comparable a los fallecidos en el lado afgano, donde sólo el último año se registraron 4.000 muertes.

Semejante sacrificio no se ha visto traducido en avances para la paz o la seguridad del pueblo afgano. Al contrario, a la luz de los datos, la situación actual en el país asiático ha empeorado con creces durante los últimos meses. Como indica Nuria del Viso, analista de cuestiones internacionales especializada en Afganistán, “las que se dibujaban como amenazas situadas en un futuro indefinido se hicieron realidad: escalada de la insurgencia, aumento del narcotráfico, escasos avances en la rehabilitación del país y un creciente desencanto de la población. Los acontecimientos se han deslizado hacia un punto de difícil retorno, creando uno de los peores escenarios posibles”.

En el lado económico, Afganistán, líder exportador de la adormidera de la que se obtiene la heroína, volvió a batir un récord en la producción de opio. En 2006 generó el 92% de la producción mundial. En las antípodas de su erradicación, actualmente cerca del 40% de la economía se vincula al narcotráfico, que beneficia a buena parte del Gobierno.

En el plano político, la autoridad del presidente designado por EE UU, Hamid Karzai, únicamente es efectiva en la capital del país, Kabul, y ciertas áreas controladas por las fuerzas internacionales. Los territorios controlados por los ‘señores de la guerra’ escapan al control del Gobierno. Los talibanes han recobrado fuerzas, con una influencia que alcanza la tercera parte del país. Y los ataques de la insurgencia se multiplican a medida que aumenta el desencanto.

En la política española, la llegada de ataúdes ha reabierto el debate sobre la presencia en Afganistán. BNG e IU han pedido la retirada. El Estado Mayor de la Defensa en cambio pide más tropas. El Centro Nacional de Inteligencia (CNI) advierte del riesgo del deterioro de la seguridad. En teoría, según declaró el 24 de febrero el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, las tropas están dedicadas a la “paz, seguridad y reconstrucción civil”. Pero la práctica es otra. Desde 2003, la misión de la OTAN, destinada a ‘la seguridad’ y donde se integra el contingente español (ISAF), convive de forma simultánea con la ‘Operación Libertad Duradera’, encabezada por EE UU y dirigida al combate con los talibanes. Pero los límites entre ambas han ido confundiéndose. Las complicaciones en Iraq llevaron a EE UU a trasladar parte de sus funciones a la OTAN, que ha pasado a mantener combates abiertos con la insurgencia.

A seis años de la invasión, las causas humanitarias quedan en un segundo plano. Más allá de una tímida presencia en el Parlamento, la situación de la mujer apenas ha cambiado. Y de Bin Laden, cuya captura sirvió para justificar la aventura afgana, hace tiempo que no se tiene rastro.

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