AYER Y HOY DE LA RESISTENCIA A LAS DICTADURAS
Jaime Pastor

Hace veinticinco años quienes luchábamos contra la dictadura franquista recibimos con tremendo dolor el trágico triunfo de un golpe militar en Argentina. Nuestra generación se había forjado en la solidaridad con el pueblo de Vietnam, pero también con los de América Latina que querían hacer realidad aquel llamado del Che a "crear dos, tres, muchos Vietnam".

En septiembre de 1973 habíamos conocido ya el golpe de Pinochet contra el intento de transición pacífica al socialismo en Chile y observábamos indignados cómo el imperialismo estadounidense ponía en práctica una estrategia "contrainsurgente" en nombre de la "libertad" en todo el subcontinente.
Poco después de la instauración de la dictadura militar argentina vimos a muchos compañeros y compañeras procedentes de ese país llegar a nuestras tierras para, muy pronto, identificarse con la lucha que estábamos desarrollando en unos momentos de transición política en los que queríamos romper con el franquismo y sus secuelas. Pero, desgraciadamente, no logramos que esa ruptura se realizara y, lo que es casi peor, no conseguimos impedir ese pacto de la "desmemoria" que presidió el consenso entre las principales fuerzas políticas de derecha y de izquierda.

Conocedor de la experiencia del exilio en Francia durante cuatro años y de la clandestinidad y la ilegalidad durante el franquismo, no me fue difícil comprender las dificultades y las preocupaciones de quienes empezaron a formar parte de la "colonia" argentina en Madrid y en otras partes. Pero su interés por nuestra lucha y su implicación activa en la exigencia de solidaridad con la que ellos seguían desplegando contra la dictadura argentina demostraron muy pronto que la mayoría de ellos no renunciaban al compromiso político con los valores y objetivos que defendieron en su país. Por eso su lucha aquí forma parte de nuestra memoria internacionalista y combatiente en el esfuerzo común por alcanzar un mundo nuevo.

Afortunadamente, siempre con las Madres de la Plaza de Mayo como símbolo, la lucha contra el olvido de los crímenes de la dictadura argentina ha ido dando algunos frutos en estos últimos años. La impunidad de los genocidas ha sido denunciada y la reapertura del juicio político y moral a aquel régimen ha permitido que los jóvenes de hoy puedan conocer la verdad. Por desgracia, aquí no hemos conseguido todavía hacer el juicio que se merece a la dictadura franquista y a muchos que, habiendo sido incluso ministros de aquélla, todavía están en posiciones de poder político y económico. Basta recordar la medalla concedida recientemente a un antiguo torturador franquista y las escasas protestas frente a este hecho para comprobar la frágil cultura democrática presente en nuestra sociedad.

Hoy, veinticinco años después, vemos cómo una nueva generación se rebela en Argentina contra otro tipo de "dictadura": la de las grandes corporaciones transnacionales, la del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y la de un gendarme del Norte que pretenden imponer una de las políticas neoliberales más duras contra un pueblo ahora empobrecido. Esta vez, no hace falta que gobierne directamente el ejército ni que estén suprimidas formalmente las libertades básicas; es el gobierno elegido en las urnas el que está dispuesto a aplicar un "estado de emergencia" al servicio del "blindaje político" de unas medidas que amenazan la supervivencia de millones de personas. Pero estamos viendo ya que el pueblo no permanece impasible y que una amplia movilización general contra esa política está presidiendo este trágico aniversario. Toda nuestra solidaridad ha de estar con ellos en estos momentos decisivos, sabiendo que no están sólos sino que forman parte de un amplio movimiento contra el capitalismo global.

También en el Estado español mandan aquéllos que comparten los mismos intereses y las mismas directrices emanadas de las grandes instituciones financieras internacionales. Por eso también aquí nos debemos sentir identificados con los trabajadores y jóvenes argentinos. Se trata de una misma lucha contra un neoliberalismo depredador que pretende imponer un nuevo orden global, dispuesto a arrasar con las conquista democráticas y sociales que a lo largo del pasado siglo el movimiento obrero y popular fue arrancando. Por eso también quieren quitarnos la memoria de esas luchas y de los genocidios que para acabar con ellas llevaron a cabo. Porque la recuperación de esa memoria ayudará a las nuevas generaciones a no ceder ante la primera derrota y, sobre todo, a sentirse parte de una larga historia de resistencia que no deberá acabar hasta que logremos edificar un mundo en el que todos los que cayeron por el camino reciban su justo homenaje.