BUSH Y SU SANTA ALIANZA, EN EL IMPERIO CONTRAATACA
Tambores de "guerra permanente" en la gestión del capitalismo global

Por Ramón Fernández Durán

"Ha ocurrido una desgracia nacional (...) Ha sido un acto de guerra. La libertad y la democracia están siendo atacadas (...) El terrorismo contra nuestro país no quedará impune. Quienes cometieron estas acciones, y aquellos que les protegen, deberán pagar por ello. No haremos distinciones (...) Debemos construir una coalición internacional contra el terrorismo(...) La guerra que nos espera es una lucha monumental entre el bien y el mal (...) Va a ser larga y sucia (...) Aquellos que nos hacen la guerra han elegido su propia destrucción (...) O se está con nosotros, o con el terrorismo (...) Dios está con nosotros (...) Dios bendiga a América". (Declaraciones de George Bush tras los atentados del 11 de septiembre)

"Esta marcha no es la de Marcos, ni la del EZLN, es la marcha de los pobres y de todos los pueblos indios. Quiere mostrar que el tiempo del miedo se ha acabado" (Discurso del Subcomandante Marcos a la llegada a México D.F.)

Un paisaje inquietante para el poder antes de la "batalla"

El año 2000 había sido definido como "el de la protesta mundial contra la globalización" (Bello, 2001), tras la revuelta espectacular de Seattle en 1999. A continuación, el siglo XXI empezó con un auge espectacular del llamado movimiento antiglobalización a escala global: movilizaciones en Davos y Cancún contra los encuentros del World Economic Forum; encuentro mundial: "Otro mundo es posible", en Porto Alegre; marcha zapatista a México distrito federal; contestación masiva a la conferencia de la OCDE en Nápoles y a la cumbre de las Américas en Quebec -que obligó a los dirigentes americanos a reunirse protegidos tras una enorme valla de alambre y hormigón-; explosión de piqueteros en Argentina contra las políticas del gobierno De la Rúa, que exige imponer el FMI; importantes movilizaciones contra la cumbre de la UE en Gotemburgo, con tres heridos por armas de fuego; foro alternativo y gran manifestación en Barcelona, contra la reunión programada del BM, que finalmente se había visto obligado a desconvocarla, ante la previsible contestación social... Todo ello culminaría con las movilizaciones masivas de Génova, las más amplias hasta ahora (más de 200.000 personas), en donde la brutal represión del gobierno Berlusconi provocó la primera muerte en el movimiento antiglobalización, la de Carlo Giuliani, así como cientos de heridos y detenidos (muchos de ellos torturados).

Por primera vez, en muchos años, y como consecuencia principalmente de las grandes movilizaciones contra las cumbres de los organismos internacionales, y de su repercusión mediática, se crea una conciencia mundial de interconexión entre las diferentes luchas locales y sectoriales, que adquieren nuevas formas de expresión, que ya no se agotan en sí mismas, que se van reforzando unas a otras, y que van dotándose de una perspectiva común: la lucha contra el capitalismo global. Se ha llegado hasta hablar de un nuevo mayo del 68 a escala planetaria (Negri, 2001), y de la conformación de un nuevo sujeto antagonista, caracterizado por su enorme diversidad y amplitud. Este sujeto estaría superando las identidades primarias (nacionales, étnicas, religiosas, de género...) para ofrecer un frente común de resistencia plural ante el despliegue del capitalismo global. Un verdadero peligro para las estructuras de poder, como han reconocido los principales medios de comunicación. El Financial Times, lo ha llegado a caracterizar como un "movimiento formidable", que se organiza como movimiento de movimientos, en gran medida al margen de partidos y sindicatos, y que funciona como un "enjambre de mosquitos" a la hora de acosar a su presa: las instituciones del capitalismo global (Harding, 2001). Si bien, habría que reconocer que el movimiento antiglobalización, en sus diferentes corrientes, se encuentra débilmente organizado, en general, en Africa (salvo Sudáfrica), y en los países del Este y Rusia, y que en muchos países del mundo árabe musulmán, así como en China, su presencia es casi inexistente.

Los medios resaltaban, interesadamente, que la gran mayoría de los activistas son "proglobalización", pero eso sí, que lo que pretenden es que esta globalización alcance a todos, sea más equitativa y tenga un rostro humano. Pero, a su vez, muchos comentaristas constatan el carácter crecientemente anticapitalista de las protestas, y la puesta en cuestión del progreso, y de la pretendida bondad del libre comercio mundial y del desarrollo tecnológico. En suma, del desarrollo capitalista como tal. Se ha llegado a afirmar, con estupor, que el movimiento antiglobalización sería como una nueva suerte de luddismo del siglo XXI, que quiere acabar con el capitalismo global y la civilización occidental. Ante este estado de cosas, el poder, a lo largo de este año, ha ido cambiando ostensiblemente sus formas de enfrentarse al movimiento. Se ha producido un fuerte incremento del nivel de represión y criminalización, como hemos podido observar en Gotemburgo, Barcelona y, muy especialmente, Génova. Y se ha llevado a cabo un intento claro de dividir al movimiento entre antiglobalizadores "buenos" (aquellos "moderados", es decir "reformistas", y "no violentos") y antiglobalizadores "malos" (aquellos "radicales", es decir "anticapitalistas", y "violentos").

Pero como reconocía, justo después de Génova, un intelectual del PSOE: "Si la oposición a la globalización ha ido creciendo cuando las cosas iban razonablemente bien en Europa y EEUU, hay que imaginar lo que puede suceder si las esperanzas de despegue se evaporan en América Latina, el sureste asiático vuelve al borde de la crisis y Europa y EEUU se aproximan al estancamiento" (Paramio, 2001). De hecho, ya antes del 11 de septiembre, el capitalismo global estaba caminando hacia la recesión, pues los tres principales motores de la economía mundial, EEUU, Europa y Japón se estaban parando (con distintos ritmos) al mismo tiempo, por primera vez en treinta años. Es decir, estaba cayendo el crecimiento en todo el "Norte", que en definitiva es el que tira principalmente del Sur y el Este. Un descarrilamiento, pues, a cámara lenta. Una crisis muy distinta a la de 1997-1998, cuando entraron en barrena los llamados "mercados emergentes", de la Periferia, a consecuencia de las crisis financieras que los azotaron, pero continuó un crecimiento boyante en EEUU y Europa. La razón es que el capital que huía de los mismos, se refugiaba en el Norte, a ambos lados del Atlántico, haciendo subir espectacularmente las bolsas, sobre todo en EEUU.

Sin embargo, desde hacía año y medio, las bolsas de los países centrales, y en especial los valores tecnológicos, de la llamada "nueva economía", habían entrado en crisis, asestando un golpe al "capitalismo popular". Y las clases medias del Norte conocían, por vez primera, el lado amargo de la inversión en los mercados financieros. La explosión de la burbuja financiero-especulativa en los espacios centrales atlánticos , tenía por tanto una verdadera dimensión mundial, pues el dinero no disponía de alternativas hacia dónde dirigirse (salvo, por el momento, el sector inmobiliario occidental), ya que los "mercados emergentes" periféricos estaban también en crisis. Lo cual provocaba una evaporación del llamado "efecto riqueza", de los espacios centrales, que había estado tirando de la economía mundial durante los últimos tiempos. Al tiempo que crecía moderadamente la inflación. Es decir, un escenario parecido al de los 70, caída del crecimiento y subida paralela de precios, aunque ésta última fuera menor en la actualidad. Pero con una diferencia fundamental. Hoy en día la deuda mundial (de los Estados, de las empresas, de las personas) es una bola de nieve imparable, que debe crecer para impulsar el crecimiento, beneficiando al capital financiero. Y que a su vez, puede mantenerse, todavía, sin estallar, porque, hasta ahora, ha habido crecimiento económico.

Todo ello estaba profundizando la crisis de legitimidad del poder político en todo el mundo. En los espacios periféricos las crisis financieras, el endeudamiento externo salvaje, los programas de ajuste estructural, la pobreza, el paro y la conflictividad social, están provocando una aguda crisis del poder político, que en ocasiones está derivando en una casi quiebra de los Estados (Indonesia, Ecuador, Argentina, Turquía...), siendo particularmente dramática la situación del África subsahariana, donde los Estados están desapareciendo prácticamente y reina el caos más absoluto. En los espacios centrales el desmontaje del llamado Estado social, la creciente precariedad y exclusión social, la quiebra del universo de las clases medias, y el auge de la contestación social (movimientos antiglobalización), estaba afectando seriamente la imagen del poder político. Y a ello se sumó también la profunda crisis de la imagen de un G-8, los países más ricos del mundo (junto con Rusia), que por primera vez se tenía que reunir tras una fortaleza amurallada, al abrigo de decenas de miles de manifestantes que pretendían penetrar en ella. A pesar de que Berlusconi decidió en el último momento invitar a algunos presidentes de los países más pobres del mundo, para diluir la imagen de directorio político mundial exclusivo. El hecho es que, en Génova, se profundizó la sensación de que el capitalismo global funciona en beneficio de los espacios centrales, y que no hace sino ahondar el abismo que separa a éstos de sus periferias.

Se ha hablado poco de la percepción de la cumbre del G-8 de Génova desde los espacios periféricos. Pero era curioso cómo sus medios de comunicación cubrían la cumbre de los mandatarios que controlan (o mejor dicho, simulan controlar) el orden del capitalismo global. Resaltaban que era patético verles encerrados a bordo de un crucero, al abrigo de las masas, y oírles decidir que su próxima reunión sería en un lugar inaccesible de las montañas rocosas, de Canadá. Cabe recordar que esta imagen de distanciamiento entre el Centro y las Periferias Sur y Este, se manifestó de forma brutal durante la guerra de Kosovo, cuando Occidente, y su brazo armado, la OTAN, se saltó el orden jurídico internacional, y la autoridad de las NNUU, y decidió lanzar una guerra contra un Estado soberano por razones "humanitarias". Grandes estados de la Periferia Este y Sur (Rusia, China, India y hasta Brasil) denunciaron en su día semejante atropello. Cada día es más patente que el poder político es un poder ("vacío", como lo define el subcomandante Marcos) al servicio del capital transnacional (el verdadero poder, hoy en día), sin margen de maniobra para responder a las necesidades de sus ciudadanos, con vínculos con los poderes mafiosos (Berlusconi, p.e.), con una deslegitimación en alza (hasta ahora) y con un carácter cada vez más despótico y represivo.

Asimismo, en 2001, hemos podido ser testigos de derrotas considerables de los intereses del capital transnacional, y de su imagen. En concreto, el fracaso, o incapacidad, ante la contestación social y el enfrentamiento de gobiernos del Sur (Sudáfrica, Brasil...), de las grandes corporaciones farmacéuticas del Norte para hacer prevalecer sus derechos de patente sobre los medicamentos para tratar el SIDA. A pesar de que las normas de la OMC, en cuanto a la propiedad intelectual, así lo establecían. Y, en otro orden de cosas, también este año hemos podido asistir atónitos a la firma de un acuerdo mundial del clima, absolutamente descafeinado, en el que EEUU, en solitario, se negaba a estampar su firma. EEUU el país que más gases de efecto invernadero emite (más del 25% mundial, con sólo un 4% de la población), se negaba en rotundo a participar en el intento de hacer frente al principal problema ecológico que enfrenta la Humanidad. La UE había rebajado las "exigencias" de Kioto para que EEUU lo ratificara; "exigencias" ya de por sí muy insuficientes, y promercado, como habían criticado muchas voces científicas (el propio IPCC -Panel Intergubernamental para el Cambio Climático- de NNUU) y movimientos sociales y ecologistas del mundo entero. Sin embargo, la administración Bush, íntimamente ligada con los intereses petroleros (Bush, Cheney y Rice han estado -y están- vínculados directamente con las empresas del petróleo) e industriales, rechazó cualquier tipo de compromiso internacional. EEUU ha estado propugnando un "unilateralismo", en beneficio propio, que se ha visto reflejado también en diversidad de terrenos , pasando por encima de los intereses de la llamada "comunidad internacional", a la que dice representar cuando le conviene.

En estas circunstancias, se produjeron los ataques contra los símbolos capitales del poder financiero y militar del capitalismo global. Unos hechos que han propiciado un cambio absoluto de escenario, y que han sido, como ha dicho Chomsky (2001), un verdadero regalo para la derecha dura y patriotera de EEUU. Estos acontecimientos muy probablemente tengan tanta importancia como la caída del muro de Berlín, es decir, estamos ante unos sucesos que cambian el curso de la historia, aunque los cambios por supuesto se construyen a partir de la situación vigente. No hay nada nunca absolutamente nuevo, como se nos quiere hacer creer, para ocultar las raíces históricas de los conflictos. Y, asimismo, estos sucesos van a repercutir de forma decisiva sobre las dinámicas del llamado movimiento antiglobalización. Tanto porque irrumpe en escena un actor: sectores del "fundamentalismo islámico", que atacan frontalmente al capitalismo global occidental, pero no desde una perspectiva liberadora, sino fanática, ultrarreligiosa, hiperviolenta, excluyente, patriarcal y misógina, pretendiendo defender los intereses de la "nación" islámica y la soberanía sobre sus recursos, en nombre de Alá. Como porque los ataques han buscado, y posibilitado, una respuesta militar y policial, que goza de amplio apoyo social, en los países centrales, desde donde parte la contestación del poder, que puede tener consecuencias muy graves para el movimiento antiglobalización. Es preciso, pues, analizar estos hechos en detalle, para ver cómo nos tenemos que enfrentar a los mismos.

Apocalipsis en Manhattan: Occidente golpeado en su corazón financiero

El 11 de septiembre se producía un increíble y brutal ataque suicida contra dos de los máximos símbolos del poder del capitalismo global, y en concreto de su potencia hegemónica, EEUU: las Torres Gemelas y el Pentágono. Pero de entre ellos, curiosamente, el que adquirió más relevancia, no sólo por su espectacularidad y dimensión, sino por su repercusión planetaria, fue la destrucción del principal centro financiero mundial: el World Trade Center, de Nueva York. La ciudad más globalizada de la "economía global". Lo cual también es un indicador de la importancia del poder financiero en el actual capitalismo global. En el ataque parece que murieron más de 6.000 personas, de más de 80 países, pues no en vano en las Torres Gemelas residían más de 500 empresas de 28 países, con 50.000 empleados, que desarrollaban actividades financieras relacionadas con Wall Street. Entre ellas, los principales bancos de inversión del mundo; es decir, aquellas instituciones implicadas en la especulación financiera que ponen de rodillas, diariamente, a gobiernos y poblaciones de todo el planeta. Y con el derrumbe de las torres se terminó de estrellar contra el suelo, también, el llamado Sueño Americano, que ya venía renqueando en los últimos años, aquejado por múltiples crisis internas (40 millones de pobres, varios millones de personas "sin techo", más de dos millones de presos...). Se certificaba, pues, el fin de una era. De repente, quedaba crudamente manifiesta la vulnerabilidad de EEUU; y de su urbanismo, que multiplica rascacielos colosales, y por consiguiente su fragilidad. Un gigante, pues, con pies de barro (sobre todo en lo que a sus desequilibrios económico-financieros se refiere), que se veía obligado a aislarse del mundo exterior por el aire varios días, y a cerrar su principal centro financiero, Wall Street, durante casi una semana.

Por primera vez, en casi doscientos años, EEUU sufría un ataque en su territorio , y se ponían en evidencia los fallos del mejor sistema defensivo del planeta. La alta tecnología militar demostraba su impotencia más absoluta. Y su población, que desconoce todo del mundo exterior, pues diariamente se le oculta lo que en él acontece, y por supuesto el papel de la potencia hegemónica en su devenir, descubre aterrada, y estupefacta (al no entender), que en él habitan multitudes que les odian. Los medios piden venganza, y su población también. Pero en esta ocasión la respuesta es más difícil que en Pearl Harbor, pues no hay un enemigo visible. Bush, que aparece llorando en la televisión, lanza unas primeras proclamas terribles, llamando a una cruzada de Occidente contra este acto de guerra. E invoca la bendición divina: "God Bless America" (Dios bendiga América), pues EEUU, que es la concreción del Reino de Dios en este mundo, y faro guía para toda la humanidad, ha sido herido en su orgullo, y desea tomarse directamente la venganza contra los culpables, y aquellos estados que les cobijan. Una ola de patriotismo, espontánea, pero también incentivada desde el poder, recorre el país. La gente compra armas, quiere alistarse, y empapelan de banderas las ciudades de costa a costa. Y en todos los actos de repudio, Dios está presente todo el tiempo. Como en el dólar, cuyo lema: "In God we trust" (en Dios confiamos), indica bien el espíritu que impregna las estructuras de EEUU. En el colmo de la reacción conservadora, los predicadores televisivos llegaron a culpar a los grupos de derechos civiles, feministas, homosexuales y proderecho al aborto de los ataques "por haber vuelto la ira de Dios hacia América".

Ante este ataque a la principal potencia del capitalismo global, y a su American Way of Life, las reacciones en los centros de poder de Occidente fueron de solidaridad inmediata. Y como una piña se manifestaron en defensa de los valores occidentales. Schroeder expresó que el ataque era una "declaración de guerra al mundo civilizado". Le Monde abría con la cabecera: "Todos somos americanos". "Golpe a nuestra civilización", era el titular del editorial de EL PAÍS. Y, asimismo, el editorial del Financial Times resaltaba que "el ataque terrorista era un asalto al modo de vida occidental". Por otro lado, en una reacción intempestiva el ministro del Interior italiano, veía en el ataque a EEUU una continuación de las protestas de Génova" (Birnhaum, 2001). La OTAN, el brazo armado de la economía de mercado occidental, es decir del capitalismo global, se reunía de urgencia tras la declaración de Bush de que los atentados eran un acto de guerra, y se ponía a disposición de EEUU, de acuerdo con lo estipulado en su artículo 5 , manifestando su apoyo incondicional. Mientras tanto, se adivinaba la alegría de las masas en el mundo árabe y musulmán, al tiempo que sus medios condenaban el atentado, pero criticaban a Washington por su política proisraelí. Rusia, con su vista puesta en Chechenia, se comprometía a colaborar con la OTAN, en la lucha contra el terrorismo. Y China, India, Indonesia y Filipinas, todos ellos con importantes conflictos con sus poblaciones musulmanas, aparte de otros conflictos internos (p.e., Tibet y Falung Long en China), se manifestaban también dispuestos a participar en una coalición mundial contra el "terrorismo" internacional, sabiendo que de esta forma podrían tener las manos libres para lidiar con sus tensiones domésticas.

Por doquier, se apuntaba que volvía a resonar el temor a un "choque de civilizaciones", sobre el que ya había alertado Samuel Huntington, asesor del Departamento de Estado de EEUU, en la primera mitad de los noventa. Su tesis era que una vez desaparecida la bipolaridad Oeste-Este, tras la caída del muro de Berlín (y por tanto, los conflictos entre clases sociales y proyectos políticos alternativos) se profundizarían las tensiones Centro-Periferias, lo que derivaría en conflictos crecientes entre el Occidente (judeocristiano) y las "civilizaciones" periféricas, cuyas culturas se estructuran principalmente en torno a la religión (islamismo, hinduismo, budismo...). Entre ellas, resaltaba el carácter más difícilmente permeable a los valores occidentales del Islam, que se configuraba como el nuevo enemigo del capitalismo global, en la postguerra fría, una vez desaparecido el "comunismo". Más tarde, para echar más leña al fuego, Berlusconi, en unas declaraciones, que fueron tachadas de "desafortunadas" (salvo por el Wall Street Journal), manifestaba que "la civilización occidental era superior al Islam, y que Occidente seguirá occidentalizando e imponiéndose a los pueblos. Pues ya lo ha conseguido con el mundo comunista y con una parte del mundo islámico" (EL PAÍS, 28-9-2001).

Esta visión de los hechos ha sido azuzada, hasta extremos inconcebibles, a pesar de ciertas llamadas a lo políticamente correcto, por los medios de comunicación de masas occidentales; liderados en todo momento por la CNN, y en menor medida, por la BBC-World, si bien ahora les ha salido un competidor en el mundo árabe: Al Yazira. Son ellos los que imponen una determinada interpretación de los acontecimientos en la Aldea Global. Ha sido un enorme ejercicio de propaganda, con una dimensión nunca vista en la historia de la humanidad. Pues el mayor espectáculo del mundo, hasta la actualidad, había dejado a Hollywood por los suelos. Ya que había desbordado, con mucho, su superproducción "Estado de Sitio", que escenificaba un atentado palestino en pleno centro de Manhattan. Nunca un hecho terrorista (ni ningún otro acontecimiento: muerte de Lady Di, Olimpiadas, mundiales de Fútbol...) había sido visto en directo por tantos miles de millones de personas en todo el planeta. Y "nunca a lo largo de la historia de la humanidad las personas se han visto obligadas a pensarse de forma tan global, en tanto que humanidad, a escala mundial" (C., 2001). Ante ello, la dictadura de la imagen, ocultando la complejidad de lo real, ha utilizado como nunca también su tremendo poder de hipersimplificación mediática, como contrapartida a esta acción espectacular diseñada para la realidad virtual, y planteada como respuesta (mediática) a la guerra del Golfo. Se ha resaltado la violencia espectacular, y hemos podido ver centenares y hasta miles de veces los aviones estrellándose contra el World Trade Center, y a las torres derrumbándose envueltas en llamas. Estas imágenes han pasado ya a formar parte de la cultura visual de la nueva era, en la que hemos entrado de lleno. Si bien se han ocultado las peores imágenes del horror, para no provocar un derrumbe, adicional, de la moral de los ciudadanos estadounidenses. El control de la información, la manipulación de la verdad, la anulación de la razón, se está poniendo en función de la militarización del pensamiento de nuestras sociedades.

El poder de los medios se ha utilizado, asimismo, como nunca, junto con la actuación incondicional de los bancos centrales de los países de la OCDE, y especialmente de EEUU y "Europa", para hacer frente al mayor ataque al sistema financiero mundial desde el crash de 1929. Su objetivo era intentar desactivar el pánico en la economía mundial, y en especial la posibilidad (real) de un colapso del sistema financiero internacional. Después de casi una semana de cierre obligado de Wall Street, el cierre más largo desde la Gran Depresión, se apela al patriotismo de la población de EEUU (donde la mitad de la misma juega en bolsa) para que no acuda a vender sus títulos y no provoque un desplome en los mercados. Al tiempo que la Reserva Federal y el Banco Central Europeo ponen en marcha una enorme inyección de liquidez (más de 100.000 millones de dólares, y la misma cantidad en euros), rebajan conjuntamente sus tipos de interés, y se permite alterar los mecanismos de funcionamiento de Wall Street (posibilitando que las empresas pudieran recomprar sus propias acciones), todo ello con el fin de sostener las cotizaciones, e impedir su caída libre. De cualquier forma, parece que la llamada al patriotismo sirvió en este caso para poco, y Wall Street sufrió su peor semana en setenta años. Es decir, desde 1929. Todo lo cual fue acompañado de fuertes caídas en las bolsas mundiales.

Las caídas fueron particularmente intensas en los llamados "mercados emergentes" del sudeste asiático y de América Latina. La Bolsa de México ni tan siquiera se atrevió a abrir, mientras permanecía cerrada Wall Street. Y se produjo una huida generalizada hacia, lo que los expertos llaman, "la calidad". Es decir, subieron los bonos de los principales países (esto es, la renta fija estatal), el oro, y el franco suizo, pues aunque el euro se revalorizó ligeramente frente al dólar, fue la divisa helvética la que actuó, curiosamente, como verdadera divisa refugio mundial. Y cayeron en picado las cotizaciones de las aseguradoras, las líneas aéreas y las empresas de turismo. Mientras que permanecía cerrado Wall Street, los principales medios financieros, y muy en concreto el Financial Times (editorial, 13-9-2001), advertían contra una reacción irracional por parte de EEUU: "el Sr. Bush tendrá que tener extremo cuidado de no convertir una mala situación en un desastre (...) Los EEUU no se pueden permitir tener más enemigos al lanzar ataques poco meditados". Y continuaba en otro artículo apuntando: "Una mayor escalada de la tensión internacional puede provocar un estallido de confianza que la política monetaria sería incapaz de remediar. El futuro de la economía global, no menos que el de la seguridad global, depende de las decisiones que el presidente Bush está a punto de tomar" (Baker y Cooks, 2001).

El capital transnacional, y en especial sus sectores financieros, estaba francamente asustado de que una reacción no meditada del poder político y militar de EEUU, pudiera precipitar al capitalismo global en una nueva Gran Depresión, ahondando la recesión global en marcha, y crear una situación mundial incontrolable. Esto permite entender cómo fueron desarrollándose los acontecimientos en cuanto a la respuesta a aplicar. Y cómo la actuación del poder político y militar fue siendo reconducida , como consecuencia de las enormes presiones que el capital transnacional debió ejercer tras bastidores. El poder político había hinchado pecho, de manera ostensible, tras los acontecimientos del 11-S, pues ello le permitía legitimarse ante la llamada opinión pública, contrarrestando las tendencias sumamente negativas de los últimos tiempos. De hecho, el propio Bush conseguía un respaldo doméstico abrumador, a pesar de las dudosas condiciones en las que había accedido a la presidencia, y de una actividad presidencial contestada internamente, y especialmente en el exterior. Es por eso por lo que se va esbozando una estrategia que permitiera alcanzar diversos objetivos, al tiempo que se intentaba refrenar, dosificar y encauzar la intervención en una zona del mundo, que va desde Oriente Próximo hasta Asia Central, que es un verdadero avispero, por la situación creada por el mismo Occidente durante siglos.

Un conflicto postmoderno lanzado desde la "premodernidad"

En Oriente Próximo, entre los siglos XI y XIII el poder feudal europeo occidental y el papado lanzan sucesivas cruzadas sobre "Tierra Santa", ahondando el divorcio entre el mundo cristiano y el Islam. Más tarde, el dominio colonial europeo, y sobre todo su desaparición, fracturó el mundo islámico en una serie de Estados rivales, con identidades nacionales forzadas, que reemplazaron el mundo más poroso e interrelacionado de los viejos imperios. Sobre todo en Oriente Próximo, tras el fin de la Primera Guerra Mundial y la desaparición del Imperio Otomano (los ochenta años que denunciaba Bin Laden, en su primera intervención ante las cámaras). Posteriormente, la creación del Estado de Israel, a partir de la resolución de las NNUU de 1947, que establecía la partición de Palestina, sobre la base de una nación y un credo, y que se imponía a través de la limpieza étnica, significaba la creación de una verdadera bomba de relojería en Oriente Próximo, de efectos retardados, cuyas sucesivas explosiones iban a proyectar su impacto sobre todo el mundo árabe y musulmán. Las guerras árabe-israelíes de 1967 y de 1973 (que dio lugar a la primera crisis energética), así como la invasión del Líbano en 1982 por parte de Israel (con las matanzas de Sabra y Chatila), que contó con el beneplácito de EEUU, serían hitos importantes en este conflicto. Un conflicto en gran medida condicionado, hasta 1989, por la existencia de la URSS. Pero una vez que cae el muro de Berlín, es Occidente, y en concreto EEUU, el que impone sus criterios e intereses en esta zona, ya sin ningún contrapeso. Los acuerdos de Oslo, son el resultado de ello, y la situación que han creado, aún antes de Sharon, ha sido el estado de Apartheid en que viven los territorios de la Autoridad Palestina en Gaza y Cisjordania, sometidos a un acoso constante y a una mengua continua de la superficie sobre la que se asienta aquella. Recientemente, Sharon había hecho explotar la situación, intentando aplastar a la Autoridad Palestina mediante bombardeos aéreos y dinamitando en la práctica los acuerdos de Oslo, habiéndose recrudecido aún más las tensiones después del 11-S.

Por otro lado, en Oriente Medio, desde que en 1938 se descubre el petróleo en lo que más tarde sería Arabia Saudí, la zona cobra una importancia estratégica debido a las importantes reservas de oro negro que alberga en su seno, las más importantes del mundo. De ahí, quizás, la razón del establecimiento del Estado de Israel, una cabeza de puente occidental, en sus cercanías, una vez que iba a desaparecer la presencia colonial en la zona, de Francia y Gran Bretaña. Y también el apoyo indiscriminado al régimen despótico del Sha de Persia, de carácter prooccidental. Cuando cae éste, a causa de la revolución Jomeinista, Occidente (y en concreto EEUU) apoya a Irak, incentivando que inicie una guerra contra Irán, para controlar su papel díscolo en una zona de altísimo valor estratégico. Todo ello provocaría la segunda crisis energética internacional (1979-1980) . Más tarde, tras la caída del muro de Berlín, y la desaparición de la URSS, que altera también los "equilibrios" de la Guerra Fría en esta zona, Iraq decide anexionarse Kuwait, creyendo contar con un cierto visto bueno de EEUU, con el fin de convertirse en uno de los principales productores mundiales de crudo, y en una verdadera potencia regional.

Pero EEUU aprovecha esta ocasión, como excusa, para imponer un mayor dominio occidental, y en concreto propio, en la zona, al tiempo que inauguraba el Nuevo Orden Mundial, de Bush padre, tras el fin del conflicto entre bloques. Nacía, pues, el nuevo marco geoestratégico del mundo del capitalismo global. La presencia de EEUU se iba a consolidar en las monarquías del Golfo Pérsico, lo que se iba a considerar como una profanación de su "tierra sagrada", especialmente en Arabia Saudí, donde están la Meca y Medina. Más tarde, en 2000, Arabia Saudí (que había nacionalizado sus recursos fósiles en 1975) permite la entrada de inversión extranjera para explotar conjuntamente los recursos petrolíferos y de gas natural, permitiendo hasta la venta de la tierra a empresas externas, lo que provoca importantes críticas del fundamentalismo islámico. La razón de esta medida era afianzar el apoyo de EEUU y "Europa" a un régimen con gran contestación interna, como única vía de garantizar su permanencia en el poder (Caffentzis, 2001). Al tiempo que, con una ambigüedad calculada, el régimen Saudí había estado financiando a sectores fundamentalistas, para intentar ganarse la simpatía interna y externa del mundo árabe musulmán.

Y previo a todo este parto, en las cercanías de esta zona, en el Afganistán musulmán, en Asia Central, un área también con importantes recursos de combustibles fósiles, el conflicto entre bloques había jugado una de sus principales partidas. Tras la invasión de Afganistán por la URSS, en 1979, al final de una década de debilidad occidental, y en concreto de EEUU , la presidencia Reagan se va a lanzar a la derrota del "Imperio del Mal". En este sentido, la desestabilización del dominio soviético en Afganistán, iba a ser una de sus bazas importantes, aparte de por supuesto obligar a embarcarse a la URSS en una loca carrera de armamentos. Ambas contribuirían al desmoronamiento posterior del gigante soviético, pues Afganistán se iba a convertir en el "Vietnam" de una superpotencia en declive. De hecho, las tropas soviéticas abandonan Afganistán en febrero de 1989, vencidas por la Yihad (la Guerra Santa, de liberación "nacional", contra el invasor extranjero), tan sólo unos meses antes de que cayera el muro de Berlín, que iba a significar el principio del fin de la URSS y su área de influencia. En esta Guerra Santa contra el Ejército Rojo, el apoyo de EEUU a las guerrillas fundamentalistas, los muyahidines, fue fundamental, y se puede decir que Bin Laden es en gran medida un producto de la CIA. Reagan llamaba a estas guerrillas: "luchadores por la libertad". Pero todo ello se ha convertido en un verdadero boomerang para EEUU, y en definitiva para Occidente. "Washington ayudó a crear un monstruo anticomunista que se ha vuelto en contra del amo que lo impulsó" (Petras, 2001).

En definitiva, se puede afirmar que secularmente ha existido un menosprecio cultural y religioso por parte de los poderes occidentales, y en el imaginario de sus sociedades, hacia el Islam, y el mundo árabe musulmán. Ello se ha transformado en un profundo sentimiento de humillación, máxime en el mundo árabe, creador de una de las civilizaciones más importantes de la historia, razón por la cual se siente gravemente maltratado. Por otro lado, en este amplio espacio existe una importante presencia de las fuerzas antimodernas, como resultado de la menor integración en las dinámicas del capitalismo global, y por el carácter refractario de su sistema de valores, y por tanto de sus sociedades, a la penetración occidental. De hecho, el Islam, en principio, no permite el interés en los préstamos de dinero, aspecto central del sistema monetario y financiero internacional. Todo ello hace que en paralelo con los procesos de globalización económica y financiera, desde los años setenta, empiecen a crecer poco a poco los movimientos islamistas radicales, ante el temor al acelerado proceso de desestructuración de la cohesión social tradicional y la pérdida de identidad cultural. Lo que se refuerza en los ochenta con los estallidos sociales que propician la aplicación de los Programas de Ajuste Estructural, impuestos por el FMI, en muchos países de la región (Caffentzis, 2001).

Más recientemente, tras el trauma que supuso la guerra del Golfo en el mundo árabe musulmán, el bloqueo a Irak, con brutales consecuencias sobre su población civil, los bombardeos indiscriminados a que ha sido sometido este país, por parte de EEUU y Gran Bretaña, el desalojo del poder y represión del FIS en Argelia (auspiciado desde los centros de poder europeo, con el apoyo de EEUU), el doble rasero de Occidente respecto del conflicto israelí-palestino, y el apoyo de EEUU a regímenes corruptos y despóticos de la zona, despreciados por sus poblaciones , han hecho que los sectores fundamentalistas radicales se desarrollaran con más intensidad. Si bien en algunos países, como Argelia o Egipto, la represión de los sectores fundamentalistas se ha intentado extirpar manu militari, con un resultado de más de 100.000 muertos en el caso de Argelia. Para amplias masas del mundo árabe musulmán, estas fuerzas del fanatismo e integrismo religioso, que llaman a la Guerra Santa, parecerían: el último recurso para prevenir la desaparición de la identidad islámica, supraestatal y supranacional , contra las dinámicas de la secularización y modernización del capitalismo global, que conllevan además una expansión sin precedentes de la pobreza y exclusión, y, por consiguiente, de la desesperación; así como una vía para volver a recuperar la total soberanía sobre los recursos de la región. Además, en muchos casos, los movimientos fundamentalistas han contribuido a desarrollar la provisión de ciertos servicios sociales básicos (educación, asistencia médica y sanitaria, manutención...), que los Programas de Ajuste Estructural, aplicados por sus gobiernos bajo el mandato del FMI, habían desmantelado para la inmensa mayoría de su población (Caffentzis, 2001). Es por todo eso por lo que "la Yihad se ha convertido en una terrible maquinaria terrorista capaz de hacer que el mundo se tambalee" (Kepel, 2001), pues no en vano hay más de mil doscientos millones de musulmanes en todo el mundo, de ellos, siete millones en EEUU y once millones en la UE (EL PAÍS, 16-9-2001).

Esto permite entender las causas que originaron los acontecimientos del 11-S, que han creado un conflicto que se podría considerar absolutamente postmoderno, típico del capitalismo global, a pesar del carácter premoderno, o mejor dicho antimoderno, de parte de las razones que lo mueven. El hecho de que el que se inmole en esta Guerra Santa vaya al mejor lugar en el paraíso, hace que la alta tecnología militar, o los controles policiales de todo tipo, poco, o nada, puedan hacer contra los que manifiestan su determinación por el suicidio; el Islam prohibe el suicidio, excepto en la guerra contra un enemigo externo, y sobre todo en la Guerra Santa. Se ha dicho que es una "guerra asimétrica", en la que los "terroristas" no poseen ni fuerzas armadas, ni aviación, ni navíos contras los que se pueda combatir, pero disponen una enorme capacidad de destrucción y disrupción, por su capacidad de inmolación, como ha quedado patente el 11-S.

Estas fuerzas tienen además un carácter difuso, son una especie de "Amenaza Fantasma", manejan importantes rentas provenientes del petróleo y aprovechan las dinámicas del propio capitalismo global para atacarlo, pues utilizan sus redes financieras, se benefician de las mismas, y hasta parece que especularon con las acciones de las empresas que iban a ver sacudidas sus cotizaciones por el 11-S. "Este terrorismo (...) es posnacional tanto en su base social (los movimientos de la Yihad en todo el mundo), como en su organización (redes globales...) y en sus objetivos (representaciones del capitalismo y de la cultura occidental). Este terrorismo (...) no ataca a los poderes reales, sino a sus símbolos (...) El poder de Bin Laden no es real sino simbólico (...) La superioridad es tal que matando a Bin Laden físicamente (...) Bush sólo conseguirá aumentar su poder simbólico" (Köhler, 2001). Asistimos, pues, a la aparición de una nueva geografía del conflicto, sin fronteras precisas ni actores reconocibles. Una guerra de nuevo tipo, posmoderna, que ya se venía incubando, típica del capitalismo global del siglo XXI, que responde al cóctel explosivo de agravios históricos, desestructuración y exclusión debidas a la globalización económica y financiera, nacionalismos agresivos, fundamentalismos religiosos, limpiezas étnicas...

Ante esta "guerra" de nuevo cuño Occidente vacila, en un primer momento, sobre cómo actuar. Pues las guerras que Occidente ha conocido desde los siglos XVII y XVIII, cuando se empieza a configurar el estado moderno, eran guerras entre estados, o coaliciones de estados, o, en su día, también, para conquistar territorios en ultramar; aparte de las guerras revolucionarias para acceder al poder del estado, o para crearlo ex novo, en el caso de guerras antiimperialistas de liberación nacional, que se dan sobre todo en el siglo XX. Cuando cae el muro de Berlín los conflictos adquieren más bien una dimensión intraestatal, como resultado de la fragmentación, e integración diferencial, que inducen los procesos del capitalismo global en los dominios del Estado nación. Los estados han ido perdiendo paulatinamente el monopolio de la violencia, pues en los últimos tiempos se produce también una verdadera desregulación y privatización de la misma (expansión de las mafias y el crimen organizado, de las fuerzas paramilitares, de los ejércitos privados y mercenarios, de las policías privadas...) En esta deriva, el hundimiento del World Trade Center marca un verdadero punto de inflexión en el pensamiento militar hegemónico, y en especial en las estrategias de dominio y control del capitalismo global. Pues, "¿cuándo han sido atacados Europa o EEUU por gentes de sus colonias, o las áreas que dominan?" (Chomsky, 2001). Es en estas complejas circunstancias, y con un movimiento contra el capitalismo global en auge en importantes zonas del mundo, en las que se produce el diseño, y la puesta en práctica, de una respuesta occidental, de amplio alcance, liderada sin concesiones por EEUU.

Occidente lanza una cruzada internacional contra el "terrorismo"

La respuesta militar tardó casi cuatro semanas en concretarse, aunque la guerra en sus múltiples dimensiones (política, económica, financiera, mediática...) se activó desde el primer momento, si bien no es exagerado afirmar que el capitalismo global siempre está en "guerra" (de mayor o menor intensidad, y más o menos "virulenta") para garantizar su propio despliegue y crecimiento. Las razones de este "retraso" en plasmar la contestación bélica, en su plano militar, se debe a las fuertes tensiones que se debieron producir entre el poder político y militar, y el poder económico y financiero, así como dentro de ambos polos. Cabe resaltar, al respecto, el cambio en la línea editorial de la revista The Economist, una de las voces más influyentes del pensamiento capitalista neoliberal, entre su primera y segunda edición después del 11-S. En la primera, apuntaba que "América debe tener cuidado en los próximos días de no crear más mártires potenciales, a través de su intervención militar, de los que pueda destruir" (The Economist, 15-9-2001). Una semana más tarde, el mensaje editorial había cambiado, pues se afirmaba que "la guerra debe ser llevada a cabo, y debe ganarse. El ataque no puede quedar sin respuesta, o parecerá que somos débiles. Luchar será duro, pero no luchar será peor. No hacer nada invitaría a peores consecuencias que hacer algo, por peligroso que esto sea (...) pues si América no puede responder a este golpe, nadie puede (...) El objetivo de este golpe es la pura desestabilización, tanto de la propia América como del statu quo mundial (...) Y más en concreto, el objetivo es la desestabilización de Oriente Medio y Próximo y Asia Central, para socavar y hasta eliminar la presencia de América e Israel, así como para cambiar y destruir los regímenes que gobiernan los países de dicha región turbulenta (...) Pero no brindar apoyo, y en algunos casos luchar al lado de América, sería una locura a gran escala, pues incentivaría un mayor terror, aparte de que provocaría que América se desentendiese de ayudar a Europa en un futuro" (The Economist, 22-9-2001).

Este mensaje del editorial de The Economist, sería más tarde el mantra que, más o menos, repetirían muchos líderes políticos occidentales, especialmente europeos (Blair, Chirac, Schroeder, Aznar...). El premier británico llegó a afirmar, además, que "si la democracia no libra esta batalla, acabará perdiendo la guerra". Este cambio en la actitud también se pudo apreciar en otros de los principales medios de expresión financieros, como p.e. el Financial Times. Por otro lado, el Wall Street Journal, llamaba desde el principio a una respuesta contundente, quizás porque la agresión le había afectado de lleno, y el ansia de venganza ante el fuerte impacto sufrido, y el prestigio herido, tal vez le obnubilase un análisis más sereno de los hechos. De esta forma, se va tejiendo, poco a poco, una respuesta a la agresión sufrida que diera respuesta a las ansias de venganza del pueblo estadounidense, moldeada también por sus líderes políticos y de opinión, que sirviera asimismo para articular una respuesta "consensuada" común por parte de los países occidentales a través de la OTAN, que ayudara igualmente a articular también un frente más amplio de países contra el "terrorismo" internacional, a través de las NNUU, intentando incluir dentro de la misma a los países árabes moderados y a los principales países no occidentales (Rusia, China, India, Indonesia...; es decir a los principales "mercados emergentes"), y que lograra además desactivar cualquier desacato a este nuevo orden, pues como dijo Bush ante el Congreso: "el que no esté con nosotros, está con el terrorismo". Para ello se iban a emplear todo tipo de mecanismos de convicción, intimidación, y hasta de coerción, entre los cuales jugarán un papel muy importante los económico-financieros. Pues, "el mercado de capitales (y todo lo que se relaciona con ellos) no es una institución económica aislada, sino que es un instrumento de dominación política (occidental), y especialmente de EEUU" (Birbaum, 2001).

De cualquier forma, aún siendo éstas las coordenadas generales de la respuesta que se diseña, conviene analizar más detalladamente algunos de los aspectos que la preceden y la acompañan, y sobre todo intentar saber cuál es la verdadera "agenda oculta" que se esconde detrás de la misma. En primer lugar, cabe resaltar la importancia de que el atentado del 11-S fuera catalogado por Bush como un acto de "guerra"; el propio Chirac le corrige en un primer momento en su visita a Washington, con poco éxito . Al caracterizarlo de esta forma, y no como crimen, EEUU se arrogaba el derecho a la legítima defensa, de acuerdo con la interpretación interesada de la carta de las NNUU, activaba la respuesta incondicional de la OTAN, como establece su artículo 5, permitía una interpretación más benévola de las indemnizaciones a pagar por las compañías de seguros, que caerá sobre las espaldas de los contribuyentes, y le posibilitaba también iniciar su propia "guerra" contra el "terrorismo", sin someterse a las secuencias lógicas, y determinadas, según la ley, que conlleva la persecución de un crimen , es decir, le brindaba la potestad de tomarse la justicia por su mano. Y lo que es más importante, el calificar estos actos como "guerra", le permitía a Bush conseguir poderes extraordinarios para actuar, sin control, dentro y fuera de EEUU (Caffentzis, 2001).

Bush trata de apelar al sentimiento de rechazo moral que hubiera podido suscitar en gran parte de la población mundial, y por supuesto en la propia, la masacre del 11-S, para justificar una intervención de EEUU y Occidente que desborda muy ampliamente la pretendida necesidad de hacer justicia en torno a los responsables de la misma. La justicia que se plantea es una justicia que sobrepasa la ley del talión (del "ojo por ojo, y diente por diente"), del código de Hamurabi, que regulaba la venganza babilónica, echando por la borda siglos de desarrollo del Estado de derecho y del marco jurídico internacional; y además, como bien se ha dicho, no sabe bien de quién va a ser el "diente" o el "ojo" que se va a masacrar. El primer nombre que se le da a la operación es "Justicia Infinita" (atributo "divino"), pero luego se le cambia la acepción, quizás poco aceptable para el mundo islámico (y para los propios europeos), por la de "Libertad Duradera", para eliminar también la posible confusión de que la guerra se acabará cuando se logre dar caza, o liquidar, a los responsables de estos actos, pues dicen que quieren a Bin Laden "vivo o muerto" (como en el Far West). Es decir, no se pretende tener las manos atadas con objetivos muy concretos, pues los objetivos de la intervención son mucho más vastos. En definitiva, como veremos, van a ser los relativos a toda una nueva forma de concepción de la gestión del capitalismo global, de cara al turbulento siglo que acaba de comenzar, así como otros más específicos (y por supuesto más complejos) en relación con la región de Asia Central y sus áreas cercanas.

Es por eso por lo que se plantea desde el primer momento que la guerra (por venir) va a ser "amplia, larga y sucia", y que se va a dirigir no sólo contra las redes de fundamentalistas islámicos radicales, sino también contra los Estados que les dan cobijo o apoyo. La lista que se confecciona de ambos es considerable. Y no sólo eso, sino que la coalición internacional que se monta contra el "terrorismo", va a suponer un estado de "guerra permanente" del Bien (el capitalismo global) contra el Mal (todo aquello que lo ponga en cuestión, sea el integrismo islámico o el llamado movimiento antiglobalización, si bien esto no se menciona explícitamente, por supuesto). Pero también mucho más que eso, pues se apunta que los Estados que no estén con "nosotros", están con el "terrorismo", esto es, con aquellos que se oponen al capitalismo global. No cabe, pues, la neutralidad. Es el mismo mensaje que el de Bin Laden: el que no está con la Guerra Santa (Yihad), está con los infieles. Y además, aquellos países que se planteen vías propias de "desarrollo", que entorpezcan la apertura de sus mercados al capital transnacional, que impongan condiciones a la entrada de la inversión extranjera..., en definitiva que no se alineen incondicionalmente con los poderosos, pueden llegar a ser catalogados de Estados díscolos que coquetean con los que impulsan el "terrorismo" internacional. Por lo que se justificará que se apliquen todo tipo de medidas económicas, comerciales, financieras, políticas... y hasta, llegado el caso, militares, contra ellos. Ésta, de alguna forma, ya venía siendo la pauta, en una versión light, que se quería imponer en el Nuevo Orden Mundial que se inaugura tras el fin de la Guerra Fría, pero la existencia todavía de distintos tipos de conquistas alcanzadas a lo largo del siglo XX lo impedía. Hoy en día se quiere acabar con todo ello y hacer de la gestión económica, financiera, política, y sobre todo policial y militar del capitalismo global un todo absolutamente interrelacionado, pues el despliegue y dominio del capital a escala mundial, ya es imposible hacerlos sin una creciente dimensión policiaca y militar, que se impondrá sin condiciones sobre la estructura democrático formal de nuestras sociedades.

Para ello es preciso remodelar, aún más, nuestras sociedades de masas, con el fin de conseguir el reagrupamiento de las mismas en torno a las estructuras de poder en base al miedo colectivo, desplazando quizás poco a poco al "entretenimiento", como forma de adocenamiento social; y construir un nuevo tipo de individuo, incapaz de razonar por sí mismo, cada vez más solitario y al margen de relaciones sociales, totalmente dependiente para su supervivencia del mercado, y por tanto absolutamente maleable a los intereses del poder. En este sentido, la actualidad de la novela de George Orwell, 1984, es plenamente vigente. Orwell "describió la naturaleza y los dispositivos disciplinarios de los sistemas totalitarios con una exactitud y profundidad asombrosas" (Fdez Savater, 2001), y en la actualidad, como estamos caminando paulatinamente hacia un sistema totalitario de gestión del capitalismo global, sus reflexiones son absolutamente pertinentes. "Así, sin salir de 1984, Osama Bin Laden se equipara al "enemigo Goldstein" contra el que los mass media organizan los 'dos minutos diarios de odio', la Love Parade berlinesa se asocia a los inventos del 'Ministerio del amor', el 'doblepensar' recuerda la hipocresía de las superpotencias en política internacional o incluso la disonancia cognitiva estudiada por los psicólogos, el vocabulario maquinal de los presentadores de televisión tiene parentesco con la 'neolengua' (...) ese vocabulario empobrecido cuyo sólo uso prohibe todo juicio crítico a los personajes de su famosa obra 1984" (Fdez Savater, 2001). Y en el máximo del paroxismo del "doblepensar", el Gran Hermano, que necesita ser amado, pero también temido, nos intenta imbuir la conciencia colectiva de que la "Paz" es la "Guerra", y la "Libertad" es la "Esclavitud".

El Imperio del Bien, el capitalismo global, el fundamentalismo de libre mercado, se instalará pues en la "guerra permanente", como un componente normal, más, de nuestra vida cotidiana. De ahí que nos hayan advertido que la guerra será "larga"; Cheney ha llegado a decir que "puede no terminar nunca" (EL PAÍS, 22-10-2001). "Un estado de 'guerra permanente' no sólo en los territorios relacionados directamente con el conflicto, sino sobre todo el planeta, incluido los países occidentales. Eso supondrá la reducción de los espacios de democracia colectiva y de la garantía de los derechos individuales (...) La presencia de un 'enemigo invisible' comportará la limitación de la libertad de todos, en nombre de la seguridad (...) Avanza así un proceso de militarización planetaria, tanto desde el punto de vista internacional como interno: mientras los ejércitos adquieren cada vez más un papel de 'policía internacional', la policía interna acentúan su carácter militar (como se ha demostrado en Génova). Otra consecuencia (...) será la explosión de los gastos militares, (policiales) y de 'inteligencia' (el nuevo nombre de los servicios secretos, que es más elegante) Pero debe quedar claro que el 'enemigo invisible': no son ciertamente los grupos terroristas, casi siempre (...) magnificados por los servicios secretos occidentales, sino que somos 'nosotros'. Es decir, las poblaciones civiles de cualquier parte del mundo (...), los movimientos sociales y políticos de oposición, a los que se les niega la práctica de una política alternativa, no estando prevista la posibilidad misma de una alternativa al Imperio del Bien, y, por supuesto, los inmigrantes en todo el planeta, obligados a la clandestinidad forzada y a la 'invisibilidad' (más aún después del rebrote de xenofobia y racismo, especialmente antiárabe, que ha supuesto el 11-S)" (Maestri, 2001). Y este estado de "guerra permanente" auspiciará un avance de los valores masculinos más retrógrados, y, probablemente, una regresión sin precedentes de las conquistas del movimiento feminista, así como de la presencia de los valores femeninos y de la mujer en la sociedad, pues la "guerra" configura un mundo de "hombres".

Como parte subsidiaria de esta nueva guerra de control global, se plantea asimismo la estrategia de "presencia avanzada" (occidental) en aquellos territorios donde existen "intereses vitales" para el capitalismo global; es decir, de soberanía "limitada" para los mismos. Entre los cuales destaca Oriente Medio, por sus estratégicas reservas de crudo, y más recientemente Asia Central, donde se encuentran también muy importantes reservas de petróleo y gas, las segundas en importancia a escala mundial, en gran medida inexplotadas (Caffentzis, 2001). La propia OTAN, en su replanteamiento como institución militar tras el fin de la Guerra Fría, es decir, en su conversión total en brazo armado del capitalismo global, ya definió tempranamente en Roma (1991), y amplió y concretó mas tarde en Washington (1999), su nueva concepción estratégica. Dentro de la cual cumplía un papel trascendental la llamada "presencia avanzada". Es decir, la posibilidad de actuar (y permanecer) más allá del ámbito noratlántico, al que estaba circunscrita su actuación durante el conflicto entre bloques, sin definir límites geográficos, jurídicos o motivaciones precisos, y pudiendo saltar por encima de las NNUU, si se consideraba necesario.

La "guerra" se pone en marcha en todas sus dimensiones

La concreción de toda esta estrategia se plasma a diferentes niveles. En EEUU el Congreso da plenos poderes a Bush para emprender la guerra, con un solo voto en contra, es decir, con una unanimidad que recuerda a los congresos del Partido Comunista de la exURSS. Todo el país parece que está detrás del presidente. Se tramitan, asimismo, nuevas leyes antiterroristas, que suponen un retroceso muy importante de los derechos civiles, al tiempo que implican un control potencial exhaustivo de Internet; es decir, se establece un feroz reforzamiento del control social. Se plantea, asimismo, que la CIA recupere su licencia para matar, y se propone una mayor autonomía de las distintas agencias de seguridad: FBI, CIA y NSA (Agencia de Seguridad Nacional). Se crea la figura de un "zar" antiterrorista, al frente de un superministerio para la protección de la Patria, que las coordinará a todas ellas. Se va a establecer un tribunal marcial para delitos de "terrorismo", con juicios a puerta cerrada, sin garantías constitucionales. El ejército se despliega en aeropuertos y ciudades, al tiempo que se intensifica la presencia de las distintas fuerzas de seguridad. Etc. Todo ello está convirtiendo poco a poco al país más poderoso del mundo, aquel que se presenta a sí mismo como el líder internacional de la democracia, en un Estado policial y militar. Además, "los acontecimientos del 11-S están siendo utilizados por Bush para borrar la política en la conciencia de una nación ya de por sí despolitizada" (Birbaum, 2001). Y mientras tanto, EEUU, presionado por los poderes económicos y financieros para que no actúe sólo, y lo haga de forma "inteligente", pone firmes a todo el mundo.

En primer lugar a "Europa". La UE, y los gobiernos europeos, condicionados desde el primer momento por los acuerdos de la OTAN, en torno a su artículo 5, apoyan el derecho legítimo de EEUU a una respuesta. En la Alianza Atlántica el poder de EEUU es incontestable , y no se cuestionan abiertamente las modalidades que puede adoptar la intervención. A posteriori, un Consejo Europeo extraordinario ratifica esta decisión, y aprueba también un reforzamiento de la lucha antiterrorista en la UE, así como de sus políticas de defensa. El primer ministro belga, presidente de turno de la UE, acude (junto con Prodi, y bajo su tutela, por supuesto) a Washington a expresar la solidaridad y apoyo de "los quince", más el de los trece países candidatos a la ampliación, algunos de ellos ya miembros de la OTAN. El balance que hacen los centros de poder europeos, de cara a su opinión pública, es que es positivo que EEUU abandone su "unilateralismo", y que cuente con la OTAN y otras instancias internacionales, especialmente NNUU (tras haber pagado EEUU sus deudas pendientes con esta organización), de cara a su intervención. La OTAN cede todos sus medios para la futura acción militar de EEUU, y Gran Bretaña declara que es una "guerra justa", y se muestra dispuesta a participar en ella. Y hasta Los Verdes alemanes, de origen pacifista, que participan en el gobierno, apoyan el derecho a una respuesta militar de EEUU, que no se sabe bien en qué va a consistir.

Mientras tanto, Rusia abre su espacio aéreo para una futura intervención de EEUU, al tiempo que exige un mayor protagonismo en la toma de decisiones internacionales. Uzbekistán, un antiguo miembro de la URSS, y en la actualidad de la CEI, permite a EEUU el uso de su territorio para lanzar un ataque contra Afganistán, convirtiéndose en su aliado. India ofrece sus bases, también, para luchar contra los talibanes, pensando quizás en sus problemas en la Cachemira musulmana, y celosa también del acercamiento de EEUU a Paquistán. Y Paquistán, una dictadura militar, con un importante sentimiento proafgano en su población, y una importante penetración del islamismo fundamentalista, se erige (presionado por EEUU, a cambio de compensaciones económicas, y envidioso de que India pueda conseguir apoyo internacional en su represión sobre Cachemira) en primera línea de frente del ataque occidental. Este país pasa de estar proscrito por EEUU, por su acceso al control de armamento nuclear, a ser un aliado "indispensable" en la lucha contra el "terrorismo". China ve también con buenos ojos la intervención de EEUU en Afganistán, pues la mayoría de sus provincias occidentales están pobladas de musulmanes, y se alegraría, como el resto, del fin del régimen Talibán que proporciona refugio a sus movimientos de oposición. Pero en esta región de delicados equilibrios, e inmensas riquezas fósiles sin explotar, todas estas potencias, incluida Irán (que se opone a la intervención), son hostiles a cualquier intento de hegemonía de EEUU, y de Occidente en general, en Asia Central.

A escala global, se construye la mencionada coalición contra el "terrorismo" internacional, que agrupa, aparte de los ya mencionados, a unos sesenta estados (de los casi 190 que hay en el mundo). Y se promueve a partir una resolución histórica del Consejo de Seguridad, con el pleno apoyo de sus cinco miembros permanentes (EEUU, Francia, Gran Bretaña, China y Rusia), que tiene carácter imperativo (artículo 7 de la Carta de NNUU) y que exime de su ratificación por los parlamentos nacionales respectivos. Pero la construcción concreta de la coalición contra el "terrorismo", de cara a un cierto arropamiento de la intervención armada, resulta más compleja de lo que en principio se prevé, y mucho más que la creación de la coalición internacional que respaldó en su día la llamada Guerra del Golfo. Gran número de los llamados países árabes "moderados" (Arabia Saudí, Egipto, Marruecos...), por temor a la contestación interna, se distancian en esta ocasión de un apoyo explícito a la estrategia de EEUU y Occidente. Y hasta Indonesia, de mayoría musulmana, que en un primer momento dio su apoyo incondicional a Washington, se ve obligada a distanciarse de EEUU ante el fuerte auge de la contestación interna.

Se podría afirmar que en la actual coalición internacional contra el "terrorismo" participan, aparte de los estados occidentales y de la OCDE (Japón, incluido; que por cierto ha tenido una débil presencia internacional en esta crisis ), aquellos países más modernizados e integrados en el capitalismo global, es decir, los países centrales más los llamados "mercados emergentes", es decir, las principales "potencias" de la Periferia Sur y Este (Rusia, los países del Este, China, India, Paquistán, Argentina, Brasil, México, Corea del Sur, Singapur, Indonesia, Tailandia, Filipinas, Africa del Sur...); entre las cuales hay compañeros de viaje nada presentables, desde el punto de vista democrático. El resto de países de América Latina, Africa, y el mundo árabe y musulmán, que están en una situación más dependiente, o periférica, respecto de la economía global, simplemente no están. Todo lo cual anima a pensar que se está tejiendo una verdadera alianza de grandes y medianas potencias, del Centro y de las Periferias Sur y Este, indudablemente con una estructura jerarquizada (EEUU, UE y países de la OTAN, resto de países de la OCDE, y países periféricos según su importancia económica y militar), para la gestión de esta nueva era del capitalismo global. A todos estos países se les permitirá lidiar como deseen con sus conflictos internos, sin que haya una intromisión internacional, en tanto en cuanto se comprometan a participar en la lucha contra el "terrorismo" internacional. Esto es, siempre que acepten las normas de funcionamiento del capitalismo global, definidas por sus principales centros de poder.

Una vez construida toda esta urdimbre, no sin importantes tensiones, se produce la primera fase de la tan "esperada" respuesta militar; pues EEUU se reserva el derecho a llevar a cabo acciones ulteriores contra otros países y organizaciones. El país elegido para este primer castigo es Afganistán, porque se dice que alberga a Bin Laden, y a estructuras de su red Al Qaeda, pero no se menciona la trascendencia del control de esta región por la importancia de sus recursos fósiles. Afganistán es un país destrozado, tras más de veinte años de ocupación extranjera (1979-1989) y luchas intestinas, dominado en la actualidad por los talibanes , con un gobierno de fuerte contenido integrista y patriarcal, donde las mujeres están en una situación de semiesclavitud, absolutamente ausentes de los espacios públicos y ocultas tras la Burka. El ataque es liderado por EEUU, con el apoyo de Gran Bretaña, curiosamente los países con los centros financieros más importantes y desregulados del mundo (Wall Street y Londres); al que se irán sumando más tarde, según se informa, Francia, Alemania, Canadá y Australia, que aportarán sus fuerzas conforme se desarrolle la operación.

Es de destacar que en esta avanzadilla de Estados guerreros, los que probablemente intenten establecer las condiciones del control del "botín" de la región, están cinco de los miembros del G-7, faltan Italia (quizás por las "desafortunadas" declaraciones de Berlusconi) y Japón, y sin embargo participa un país del Pacífico, Australia, vinculado al mundo anglosajón. Y entre ellos figuran los tres principales países de la UE: Alemania, Francia y Gran Bretaña, pues todavía Bruselas no dispone de una política de defensa operativa propia para participar como tal. Gran Bretaña siempre se ha alineado tras EEUU, pero Francia normalmente ha mantenido una cierta distancia respecto de Washington, incluso dentro de la OTAN, y Alemania, hasta ahora, ha tenido también restricciones internas (a través de su constitución) para participar en aventuras militares. Pero Alemania y Francia (y por extensión la UE) no quieren quedarse atrás en operaciones militares que van a diseñar, probablemente, un nuevo marco geopolítico en Asia Central. La OTAN como tal no participa directamente en la respuesta militar, aunque ofrece su total apoyo a las operaciones. Es decir, unos participan en el plano militar, los arriba mencionados, otros en el plano logístico, el resto de miembros de la Alianza Atlántica, y otros en labores de "inteligencia", esto es, los miembros de la coalición internacional contra el "terrorismo".

Tanto en EEUU como en Gran Bretaña, ha habido un apoyo masivo de la población (de acuerdo con las encuestas) a esta operación de represalia contra Afganistán, un país vilipendiado. Del orden de un 90% de sus conciudadanos adultos apoyaban, en un primer momento, la "guerra" y a sus presidentes, que se han comparado ya con Roosvelt y Churchill; y a más de un 60% de los mismos no les importaba que pueda haber víctimas inocentes en el conflicto. Ello ayudará, por supuesto, a aplicar sin oposición no sólo las medidas represivas previstas, sino asimismo las reformas desreguladoras (sin fin) que exige el despliegue del capitalismo global. En los países árabes y musulmanes, la situación es muy otra. En todos ellos ha habido un amplísimo rechazo de sus poblaciones a la intervención occidental, capitaneada por EEUU y Gran Bretaña. Y en la mayoría han tenido lugar amplísimas movilizaciones, que se han plasmado con un carácter especialmente virulento en Paquistán, Indonesia, Nigeria y Kenia. La acción militar se contempla, en este amplio mundo, como un ataque contra un país musulmán, contra un pueblo indefenso y contra la religión islámica, en la línea del "choque de civilizaciones" buscado por Bin Laden, cuya figura se acrecienta por momentos de cara a sus poblaciones. Máxime tras su aparición pública por televisión, con su mensaje directo a las preocupaciones del mundo árabe y musulmán, y su llamamiento a la guerra santa; estas imágenes llegaron al mundo entero, a través de la cadena árabe Al Yazira. Algunos de los países árabes y musulmanes, p.e. Paquistán, Arabia Saudí o Indonesia, corren un serio riesgo de desestabilización interna, con los problemas que ello llevaría aparejado de cara a la gobernabilidad del mundo islámico, y en especial de Oriente Próximo y Medio y Asia Central, y por extensión a la gobernabilidad a medio plazo del propio capitalismo global. Es por eso por lo que la llamada "guerra de la propaganda", se ha planteado como instrumento crucial para ganar esta confrontación.

La "guerra de la propaganda", clave en la estrategia de "guerra permanente"

El semanario The Economist titulaba su edición del 6 de octubre (previa al conflicto armado): "La Guerra de la Propaganda". En ella se alertaba que esta "guerra de la información" era trascendental para mantener cohesionada a la coalición "antiterrorista", y que los mensajes a transmitir debían estar orientados tanto al mundo árabe musulmán, como a la propia población de los países occidentales. Se criticaban los mensajes emitidos en un primer momento (necesidad de impulsar una "cruzada", superioridad de la cultura occidental), y se señalaba que era preciso poner el énfasis en que era una guerra contra el terror, y no un ataque indiscriminado contra el mundo islámico; si bien se apuntaba que "por el momento, la mayoría de los árabes no se cree una palabra de lo que escucha de Washington, y que su percepción es que Sharon es más criminal que Bin Laden". En este sentido, se hacía hincapié en la necesidad de contener a Sharon, y en la urgencia de impulsar la creación de un estado palestino, para desactivar el conflicto en Oriente Próximo. Por otro lado, se llamaba la atención sobre el cambio que en la opinión pública doméstica (occidental) se podría derivar: de las imágenes de potenciales riadas de personas hambrientas y desamparadas abandonando Afganistán a causa de la guerra (cuando ya hay más de cuatro millones de refugiados en los países limítrofes, en especial en Pakistán); así como del auge previsible de las movilizaciones pacifistas en Occidente (que ya han empezado, con fuerza en algunos casos: Washington, Peruggia-Asisi, Londres, Berlín, Gante..., impulsadas por el movimiento antiglobalización), por su potencial repercusión social. Al tiempo que se avisaba del peligro de una posible ampliación de la operación a Irak, pues ello haría que se rompiese la coalición "antiterrorista".

Esto permite situar mejor la importancia que se le ha dado al mensaje de que la guerra no es contra el Islam, ni contra el pueblo afgano, sino contra los talibanes, y al hecho de que también en este caso se ha pregonado que esta guerra, además de "justa", es sobre todo "humanitaria". De ahí, en el colmo del cinismo, el lanzamiento de comida (con el lema "comida regalada por el pueblo de EEUU"), que resulte además cultural y religiosamente aceptable, así como de medicinas, que se ha dado en paralelo con los bombardeos. Al igual que ahora sí se pone en cuestión la ausencia de derechos humanos, civiles y sociales para las mujeres afganas, y se justifica también la intervención militar (de cara a la audiencia occidental) para defender estos derechos. Acciones como éstas resaltan la trascendencia que se le está otorgando a la confrontación mediática. En especial, en este caso, por la existencia de focos de difusión de noticias no controlados, como Al Yazira que emite desde Qatar, de alcance global. Durante la Guerra del Golfo, la CNN tenía el monopolio de la información que veía el mundo entero, cosa que ahora ya no es así. Tanto en EEUU como en Gran Bretaña se ha planteado que los medios de comunicación controlen y refrenen (es decir, censuren), aún más, la emisión de noticias o versiones de los acontecimientos del "otro bando". Y en EEUU se han llegado a censurar hasta 150 canciones, muchas de ellas críticas con la guerra de Vietnam, y en especial Give Peace a Chance ("Dad una oportunidad a la paz"), de John Lenon. "'Esta será la guerra de información más intensa que se pueda imaginar. Seguro que ellos van a mentir y que nosotros vamos a mentir', explicó con toda naturalidad un responsable del Pentágono" (Gallego-Díaz, 2001). Y al mismo tiempo se han hecho grandes presiones para que Al Yazira controle su línea informativa, y para que entreviste a Colin Powell o a Condoleeza Rice. Es decir, para que ofrezca una versión de los hechos acorde con la línea de actuación occidental, y censure las proclamas de los sectores fundamentalistas.

En esta "guerra de la propaganda", que ha logrado ocultar cualquier otro tipo de problemas, hemos podido ser testigos de los mayores desatinos. El portavoz del Vaticano ha corregido al Papa por su postura en contra de la guerra. Bush ha comparado a los terroristas islámicos con los "fascistas", definiéndolos como "los totalitarios del siglo XXI", declarándose él como el principal defensor de la "libertad" y la "democracia". Sharon comparó a Israel con la Checoslovaquia de 1938, que fue ofrecida por las potencias europeas a Hitler como moneda de cambio para conservar la paz en el continente; y, por extensión, asimiló también a los árabes con el nazismo y a EEUU con las titubeantes potencias europeas de la época. Rumsfeld, secretario de defensa de EEUU, ante la evidencia presentada por los talibanes a los medios occidentales del bombardeo de zonas civiles, edificios de la Cruz Roja y oficinas de las NNUU, llegó a comentar: "Si empezamos a ceder porque se nos va a atacar por defendernos, estamos perdidos. Y no vamos a estar perdidos" (EL PAÍS, 15-10-2001). Esto último puede ser un indicador de cómo están manejando la guerra de la información los talibanes, y muy en concreto Bin Laden Se podría quizás afirmar que Bin Laden está ganando la guerra de la propaganda. De hecho, un lugarteniente suyo recomendó, a través de Al Yazira, a la población musulmana de Occidente que no volara en aviones y que no viviera en rascacielos, y resaltó que "en el mundo musulmán hay miles de jóvenes que aman la muerte, tanto como los americanos aman la vida", lo que extendió el miedo a nuevos ataques indiscriminados.

El entorno en que se desarrolla la guerra de la información se puede complicar bruscamente para Occidente si se alteran las complejas piezas del presente "equilibrio" de Oriente Próximo y Medio y Asia Central. Si la situación en Oriente Próximo se complica con el estallido de una guerra abierta de Israel contra Palestina, como ya viene sucediendo estos días (cuando se escriben estas líneas), tras el asesinato de un ministro del gobierno de Sharon, cuando el "proceso de paz" se ha dado por finalizado, e Israel se ha declarado en "guerra" con la Autoridad Palestina, habiendo ocupado con los tanques diversas ciudades palestinas. Si en Paquistán o Arabia Saudí se producen golpes de Estado, que impliquen cortar los lazos con Occidente. Si se recrudecen las tensiones bélicas entre India y Paquistán en torno a Cachemira, con la posibilidad (no descartable) de una confrontación nuclear. O si el régimen Indonesio sucumbe ante el empuje de las movilizaciones islámicas. EEUU, y Occidente, se pueden ver obligados a implicarse en una guerra aún más abierta, y amplia, en Oriente Medio y Asia Central, para garantizar su control y acceso a recursos energéticos básicos para la buena marcha del capitalismo global, sin los cuales éste sencillamente no puede funcionar ni expandirse (como exige su propia lógica interna). En esas condiciones la posibilidad de ganar la partida de la batalla de las conciencias del mundo árabe musulmán se puede dar definitivamente por perdida, abriéndose probablemente escenarios de gravedad inusitada.

Si a ello se suma la histeria colectiva generada en EEUU, y en menor medida en otros países occidentales, por la difusión de virus de Antrax, vinculada con redes del terrorismo islámico, que ha hecho que se cerrara hasta el Capitolio, se podría también decir que se ha logrado sembrar el miedo colectivo en EEUU y en las poblaciones occidentales. Esto puede ser un problema considerable para los poderes políticos occidentales, pues han vendido a sus opiniones públicas la guerra exterior, y la reducción de libertades internas, como el bálsamo que iba a permitir erradicar el "terrorismo" y garantizar la seguridad doméstica. Pero si como es previsible aquél se acrecienta y se dispara el pánico ciudadano ante amenazas bacteriológicas, químicas o nucleares, es posible que sectores considerables de población se empiecen a cuestionar la pretendida conveniencia de instalarse en un estado de "guerra permanente", externa e interna. En especial en Europa, donde las élites políticas están mucho más alineadas con la guerra que sus poblaciones. Y máxime si los poderes políticos y económicos son incapaces de garantizar una mínima seguridad económica, y en definitiva vital, en un momento en que probablemente se entre en un escenario de depresión-deflación global, con despidos masivos y brusca pérdida de poder adquisitivo para importantes sectores sociales; como resultado de la profundización de la recesión mundial que ya estaba en marcha, y que se ha visto súbitamente agravada por los acontecimientos del 11-S, y sus secuelas posteriores. De ahí pues la importancia de analizar la "guerra" que se desarrolla asimismo en la dimensión económico-financiera, absolutamente interconectada con la que se desenvuelve en otros planos.

El capital al servicio de la guerra, la guerra al servicio del capital

Ya se comentó la actuación coordinada que se produjo, en los primeros días tras los sucesos del 11-S, entre los poderes monetarios y financieros, de las dos orillas del Atlántico, y por extensión de toda la OCDE, para hacer frente a lo que podría haber sido, caso de no actuar diligentemente, una crisis sistémica en el sistema financiero internacional. Más tarde, ante la evidencia de la brusca caída (adicional) del crecimiento económico que se iba a derivar del impacto del 11-S, y de su grave repercusión sobre determinados sectores (líneas aéreas, aseguradoras...), se arbitran en EEUU importantes paquetes de ayudas estatales para hacer frente a las consecuencias del 11-S, salvaguardar la salud económica de ciertas empresas (compañías aéreas, principalmente), reforzar el gasto público en materia de seguridad y defensa, y, en definitiva, volver a impulsar el crecimiento económico. De la noche a la mañana, se olvidan las recetas neoliberales de reducir el gasto público y alcanzar superávits presupuestarios, y se pone a trabajar al estado (es decir, a los contribuyentes), a través de una mayor deuda pública, en beneficio de un capitalismo asistido; pues todo ello se va a dar en paralelo con una mayor bajada de los impuestos a las grandes empresas y al capital que opera en bolsa, con el fin de impulsar la inversión.

A posteriori, en la reunión del G-7 que tiene lugar en Washington, en sustitución de la asamblea general del FMI y BM, que se suspende como resultado del 11-S, se establece el compromiso por parte de los países más poderosos de "impulsar el crecimiento de la economía global y preservar la salud de los mercados financieros" (el subrayado es nuestro)(EL PAÍS, 7-10-2001). Se quiere establecer también una "coalición" de las economías más potentes para evitar el derrumbe de la economía mundial, y en especial de sus mercados financieros, pues no en vano las bolsas de todo el mundo han perdido un 50% de su valor desde abril del año 2000 (Estefanía, 20001). Una caída verdaderamente espectacular. The Economist (20-10-2001) llamaba también a actuar de forma rápida y conjunta, pues "es una utopía esperar que la explosión de una de las mayores burbujas financieras de la historia, combinada con la repercusión del ataque más serio que se haya producido nunca sobre el territorio estadounidense, vaya a ser seguida por una recesión suave (...) De hecho, es posible que la economía mundial esté a punto de sufrir su caída más fuerte desde los años treinta ".

En el encuentro del G-7, el FMI propone relanzar la economía en los países centrales en base a combinar reducciones de impuestos, aumento del gasto público y descenso de los tipos de interés, al tiempo que plantea el lanzamiento de la nueva Ronda de la OMC en noviembre en Qatar. Una nueva desregulación del comercio (con la privatización de servicios: sanidad, educación, agua, transporte...) y de las inversiones a escala mundial, en beneficio del capital transnacional de los países centrales . Esta ronda quedó abortada en Seattle, su relanzamiento (clave, se dice, para impulsar el crecimiento) es demandado también por las principales medios del mundo económico y financiero (The Economist, Financial Times, Wall Street Journal...). Por otro lado, Bush acaba de conseguir también, debido al efecto 11-S, poderes especiales del congreso para negociarla, y la UE es asimismo firme partidaria de ella. En esta ocasión, es decir al tratarse de una recesión que está afectando de lleno a los países centrales, y en especial a EEUU (Japón ya estaba en recesión y la UE se estaba viendo arrastrada a ella por EEUU), que puede repercutir fuertemente sobre los mercados financieros, al FMI no le tiembla la mano para proponer, en contra de su ortodoxia, un mayor gasto público (y su consiguiente endeudamiento estatal) con el fin de que todo este castillo de naipes no se desplome. Pero el FMI no es sino la voz de un amo que son los grandes poderes económicos, y especialmente financieros, sobre todo el mundo de Wall Street.

Es curioso cómo reaccionan los poderes europeos ante esta propuesta del FMI formulada en el seno del G-7. Los países europeos del G-7, y la Comisión Europea, se comprometían a llevar a cabo las reformas estructurales precisas para impulsar el crecimiento, pero se distanciaban de relanzar el gasto público, pues obligados por el llamado Pacto de Estabilidad a caminar hacia el equilibrio presupuestario, no quieren comprometer esa senda de virtuosismo, pues ello afectaría directamente a la cotización del euro en relación al dólar. Un hecho especialmente delicado cuando el euro se ha devaluado en torno a un 30% desde su introducción en 1999, cuando éste va a empezar, dentro de nada, a circular físicamente (pues no estaría bien visto por la opinión pública europea una mayor devaluación, y el propio capital europeo vería disminuir el valor de sus activos a escala global, así como su capacidad de compra de todo tipo de activos en otras partes del mundo) y cuando, además, los principales inputs energéticos (el petróleo y el gas natural) de la economía comunitaria se cotizan en dólares en los mercados mundiales, y hay que pagarlos, por tanto, en dicha divisa.

Los acontecimientos del 11-S han demostrado que todavía el euro no es una alternativa al dólar a escala mundial. Ello se debe seguramente a la falta de un proyecto político y militar consistente, por ahora, que respalde la moneda europea. El euro es una divisa fuerte pero no es aún una moneda refugio , y eso a pesar de que el dólar tiene un tipo de interés inferior al euro. EEUU tiene ya los intereses más bajos desde principios de los sesenta, pues los ha bajado en siete ocasiones en este año para reactivar el crecimiento. De cualquier forma, ante la gravedad de la caída del crecimiento en la UE, también diversos gobiernos están propugnando ya la necesidad de suavizar el Pacto de Estabilidad, para poder impulsar la actividad económica, y animan al Banco Central Europeo a que baje los tipos de interés para propiciar asimismo el crecimiento. Pero el BCE tiene un mandato claro, el control de la inflación, para conseguir un euro fuerte, que pueda competir con el dólar, y no se deja seducir por los cantos de sirenas de los políticos, preocupados por la conflictividad social, o del FMI que propone también bajada de los tipos, que en el caso del euro pueden terminar beneficiando al dólar. En esta dimensión económica de la "guerra" se juegan muchos intereses, no siempre coincidentes, entre los principales centros de poder económicos y financieros a ambos lados del Atlántico Norte.

Y en éstas llegó el ataque militar. Un verdadero golpe de testosterona que catapultó a los mercados bursátiles hacia arriba, recuperando éstos, en pocos días, las cotizaciones previas al 11-S, al tiempo que el dólar ganaba el terreno perdido. ¿Se puede considerar esta reacción extraña? ¿Cómo es posible que los mercados suban cuando la recesión se profundiza?. En primer lugar, decir que, en general, siempre que el poder militar, en concreto el estadounidense, ha sacado músculo, las cotizaciones bursátiles han tendido a subir, al menos momentáneamente, y el dólar se ha revaluado. El capital, en especial el financiero, opera cada vez más en el corto plazo, y responde a la seguridad que le proporciona el entorno en los plazos más inmediatos, al menos en lo que respecta a las variaciones más coyunturales. Todos los operadores bursátiles, y en especial los especuladores, estaban esperando las bombas, es decir, la demostración de poder occidental, para lanzarse como locos a comprar acciones en las bolsas (renta variable) y dólares. El dinero volvía a salir de sus guaridas (bonos del Estado, oro, franco suizo), porque sabía que se presentaba una oportunidad de oro de hacer negocio jugando sobre seguro: un mercado al alza. El problema es: ¿por cuánto tiempo? Los últimos en volver a las guaridas seguro que se llevan un revolcón espectacular. Y serán probablemente pequeños inversores, sin un conocimiento suficiente de la jungla del dinero, que como veían que escampaba, salen a cazar cuando ya han pasado los grandes predadores y han arrasado con las oportunidades de negocio.

De todas maneras, el capital sabe también que la operación militar que se ha emprendido, y las que puedan llegar después, van a crear un mundo crecientemente inseguro, pero parece que no le importa. O más bien, es que no puede hacer otra cosa, la propia lógica del despliegue del capitalismo global conlleva esta creciente inseguridad mundial. Pero aparte de ello, la dictadura del tiempo real en el que operan cada vez más los mercados financieros, le ha hecho perder, tal vez, una mínima visión del medio y largo plazo para garantizar su propia capacidad de crecimiento y acumulación. El propio The Economist (22-9-2001) planteaba que: "un largo conflicto antiterrorista puede conllevar muchos de los riesgos de una guerra, sin ninguno de los beneficios que la acompañan". Y hasta ahora las bajadas de los tipos de interés, si no han impulsado el crecimiento, al menos han conseguido mantener a flote el mercado inmobiliario en los países centrales, a ambos lados del Atlántico, en donde se han refugiado también importantes volúmenes de capital ante la caída espectacular de las bolsas. Pero es muy probable que los precios de los activos inmobiliarios se empiecen a desplomar, si se profundiza la recesión mundial. Lo cual supondrá una evaporación adicional del llamado "efecto riqueza", generando probablemente crisis bancarias en cadena, al igual que aconteció en Japón cuando estalló la burbuja inmobiliaria a principios de los noventa. Además, "la caída del mercado inmobiliario puede afectar a los que pagan hipotecas, que pagarán por un piso que valdrá mucho menos. (En el caso de Japón) el 40% de sus familias tienen hipotecas que están por encima del valor de su casa" (Thurow, 2001).

Escenarios como el indicado pueden afectar a la capacidad de consumo de las clases medias occidentales, las que tiran en gran medida del crecimiento mundial. En el capitalismo global actual, basado en el consumo masivo, la confianza del ciudadano en el futuro, también es clave para que éste se anime a consumir. Y como consecuencia del 11-S, de la evolución del conflicto bélico, y de sus efectos, se está produciendo una pérdida brutal de confianza, que va a ser un verdadero handicap para volver a reactivar el crecimiento. Aspecto éste crucial para que no se derrumben adicionalmente los mercados financieros (es decir, para que no se desinfle aún más la burbuja especulativa que se había ido acumulando desde los setenta). Asimismo, la confianza y la seguridad son elementos muy importantes para los actores del mundo económico y financiero, y los sucesos del 11-S, así como la creciente inseguridad internacional, van a repercutir también sobre la voluntad y capacidad de inversión de las empresas, así como sobre los costes de seguridad añadidos (seguros, inversiones en seguridad) para desarrollar su actividad. Y propia la dinámica de la globalización económica (la Fábrica Global), con su necesidad de garantizar los transportes internacionales, y los flujos comerciales, puede verse seriamente dañada, y encarecida, por la falta de seguridad. Es por todo ello por lo que surgen incógnitas acerca de por qué el capitalismo global, y en concreto EEUU, se ha lanzado a una estrategia de "guerra permanente".

La guerra hoy en día no cumple la misma función que en las primeras décadas del siglo XX, que pudo servir, p.e., para acabar con los últimos coletazos de la Gran Depresión , pues hoy en día el consumo de masas es fundamental, y la guerra detrae el consumo. Además, la guerra no se produce entre estados centrales, como en el pasado, lo que podría "ayudar" a destruir exceso de capacidad productiva sobrante, pues la guerra sobre Afganistán se lleva a cabo sobre un territorio prácticamente "vacío", desde el punto de vista de inversión en capital. Indudablemente las empresas de armamento, y en concreto las estadounidenses, se benefician de la situación bélica, por el incremento del gasto estatal en defensa. Y, asimismo, los principales exportadores de armas son los países centrales, y especialmente EEUU, pues sólo EEUU acapara el 50% de las exportaciones mundiales (EL PAÍS, 17-10-2001). Pero todo ello no logra explicar las razones para involucrarse en una guerra de esta dimensión y previsible duración.

Quizás las razones para que EEUU, y su Santa Alianza (a la que arrastra de sí), se embarquen en una guerra "larga" tengan que ver principalmente con la crisis de hegemonía que amenaza a EEUU, que ya venía incubándose y que se ha intensificado tras el 11-S, y por consiguiente con el intento de mantener esta hegemonía (y los privilegios que ello supone) vía manu militari. EEUU mantiene unos desequilibrios económicos con el resto del mundo descomunales, con un déficit por cuenta corriente que alcanza al 4,5% de su PIB. Este "agujero" brutal hasta ahora se ha podido cubrir por el flujo masivo de capitales del resto del mundo hacia la economía estadounidense, atraídos por unos mercados financieros boyantes y por la fortaleza del dólar. Pero si el dólar se deprecia, como resultado de una falta de confianza del resto del mundo en la potencia de EEUU, estallarían dichos desequilibrios, al reducirse el flujo de capitales hacia EEUU, provocando probablemente una caída aún mayor de dicha divisa, y una dislocación absoluta de la economía estadounidense, que afectaría también a "Europa" y Japón, y por extensión al conjunto del mundo. Es por eso por lo que parece que se intenta mantener la confianza en el dólar mostrando músculo militar. Esta estrategia puede servir a corto plazo, pero es dudoso que se pueda mantener inalterable, y que se acepte por otros actores, en escenarios de creciente inseguridad mundial. Además, si el conflicto militar se empantana, y se desestabilizan algunas de las piezas del tablero geoestratégico de Oriente Próximo y Medio y Asia Central, el dólar probablemente se depreciaría. El problema es que parece que por el momento, y en el futuro próximo, no se vislumbran otros actores que puedan disputar esa hegemonía, y reemplazarla. Así pues, la estrategia de "guerra permanente" se tiene que aceptar sin rechistar, para mantener el statu quo vigente.

Ramón Fernández Durán
Miembro de Ecologistas en Acción
Madrid, octubre, 2001


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