La reforma laboral del Gobierno:
una de cal y dos de arena
Había llegado el momento de rendir cuentas sobre los
resultados económicos y de empleo arrojados por el ciclo de crecimiento que
acabamos de atravesar para, a continuación, empezar a repartir por la vía de las concesiones en los objetivos a negociar
por las partes. Los sindicatos CC.OO. y U.G.T. habían acudido a la mesa de
negociación con medidas básicamente encaminadas a la superación de la
insostenible temporalidad en el empleo, se sentaban frente a la CEOE con la
voluntad de darle un giro a los acuerdos del 97, constatado el fracaso de su
aplicación en términos de creación de empleo estable; pero la patronal, esto
parece evidente, no ha dado oportunidad
a que le recuerden el contraste entre sus escandalosos beneficios y el
raquítico incremento salarial de los trabajadores, o el contraste entre la
tímida presencia del empleo indefinido y el gran expolio de los fondos del INEM
destinado, precisamente, a ese teórico fin, en todo caso justificado bajo el
difuso y omnipresente paraguas de las llamadas "políticas activas"
La CEOE ha sido consciente de que las propuestas
sindicales eran coherentes con los objetivos recogidos en el Acuerdo
Interconfederal para la Estabilidad en el Empleo de 97 y viables
"técnicamente". Precisamente por eso ha marcado territorios
innegociables haciendo fracasar, de esta manera, el proceso y trasladando así
al gobierno la responsabilidad sobre las decisiones, sólo mirando el futuro de
sus intereses de acumulación.
La economía internacional empieza a mostrar síntomas
claros de agotamiento que marcan el comienzo de un nuevo ciclo de recesión. Se
anuncian tiempos duros ante los cuales la patronal pretende, con la ayuda de su
gobierno, tener un instrumento legal a
su medida que les permita afrontar -sin costes adicionales- próximos ajustes de
plantilla así como la consolidación e incremento de la contratación temporal y
a tiempo parcial "como mecanismo
natural y necesario para el mantenimiento de los actuales índices de productividad
y el fortalecimiento de la economía de libre mercado", contexto en el
que el empleo pasa a convertirse de forma casi irreversible en una mercancía
más que se asigna o no como cualquier otro recurso.
Compartiendo esa estrategia, tenemos un gobierno de
la derecha para el que la paz social
representa no ya el equilibrio que se podría teóricamente alcanzar con el pleno
ejercicio del papel social de las partes en conflicto dentro de la normalidad
democrática sino la legitimación de sus políticas económicas de clase. Los
sindicatos no ignoran que esa "generosa disposición" de la patronal y
sus gobiernos a sentarse en una mesa de negociación con ellos raramente se
mantiene cuando esos ostentan la mayoría absoluta y les resulta factible -y
hasta más barato políticamente- el recurso a la vía del decreto. Ya lo ha dicho
el Ministro de Trabajo, Juan Carlos Aparicio: "El diálogo social no es un fin en sí mismo" El caso es
que en esto lleva razón, ¿no?
Es evidente que el gobierno del PP ha jugado una vez
más a favor de los intereses de la patronal, como no podría ser de otra manera;
sin embargo no hay que olvidar que lo ha hecho con las cartas que se
repartieron en el acuerdo del 97 y antes de que caducara en mayo de 2001. En líneas generales, esta reforma del
gobierno no aporta ninguna novedad respecto de aquél, mantiene la misma
filosofía, es decir, nuevas contrataciones de trabajadores/as a cambio de
subvenciones así como bonificaciones en las cotizaciones empresariales a la
Seguridad Social, lo que significa la aplicación de la política más ajustada a
las pretensiones patronales de reducir las cotizaciones a la mínima
expresión por una vía tan sutil e
indirecta como eficaz. Ahora cabría preguntarse: ¿alguien con una mínima
sensibilidad de izquierdas puede creer que es aceptable subvencionar por más
tiempo a las empresas sin un compromiso posterior de reparto del producto
social?
En cualquier caso, la impresión general, si nos
atenemos a los resultados obtenidos, es que cada vez que los agentes sociales
se sientan a negociar, lo hacen para abordar nuevos retrocesos planteados por
la patronal o que, por lo menos, aparecen como las propuestas menos tímidas,
más arriesgadas.
Parece, en definitiva, que estamos abocados no sólo a
aceptar una imposición sino también las tesis que las sustentan. La idea de que
la moderación salarial, la flexibilidad del mercado laboral, el abaratamiento
del despido son aspectos positivos para la creación de empleo en la medida en
que contribuyen a elevar el beneficio, la inversión, la riqueza, nos introduce
de lleno en el cuento de la lechera...cuando llega el momento de hacer las
cuentas todo eso se rompe para exclusivo beneficio de los mismos de siempre, y
nosotros nos quedamos sin trabajo, sin prestaciones, sin nada.
Desde esa
perspectiva, el diálogo social nos ha conducido a un callejón sin salida como
consecuencia de no haber dado la vuelta a tiempo, aunque aún no es tarde si las
direcciones sindicales cambian la táctica y empiezan a pensar en la
movilización de los trabajadores y de las ideas. Sin embargo, el verdadero
dilema no es aquí y ahora si hacemos o no la huelga general, sino si
verdaderamente estamos dispuestos a prepararla con un método participativo y en
base a una plataforma reivindicativa capaz de articular no sólo las alianzas
posibles sino, además, las deseables y recuperar en la calle el terreno perdido
en las mesas. Lo que parece meridianamente claro es que existen razones
sobradas para plantearla, de hecho, colectivos de trabajadores están ya en marcha
movilizados por sus derechos e intereses -lo vemos todos los días- y, desde
luego, no podemos seguir mirando a otra parte.
Desde esta Asamblea celebramos las posiciones
mantenidas por U.G.T. y el sector crítico de CC.OO. sobre la necesidad de una
huelga general. Es hora de pasar de las palabras a los hechos.
Asamblea de Lucha contra el Paro y la
Precariedad