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Presentación.

 

Durante la larga noche del fascismo fuimos un país sometido, reprimido, oscurecido por ese mundo triunfal de lo que hubimos de llamar el Régimen. Lo triste no fue sólo la represión, los fusilamientos, las cárceles, fue también, y no en el menor grado, la brutal capa de oscuridad, tristeza, retraso, miseria moral y degradación cultural y política en que la dictadura sumió a toda una sociedad que había sido durante los años anteriores una de las más vivas, creativas, brillantes del mundo, y lo había sido no sólo en su generalidad, con centenares de miles de ciudadanos participando de todo tipo de tareas creadoras, sino también en sus capas mas cultivadas que dieron la generación de escritores, artistas, pensadores, científicos, etc., mas cultivada y rica de toda nuestra historia.

 

Era aquel un régimen fascista cultivador de lo mas basto, mas mediocre, mas degradante, de cuánto era posible esperar. La clerigalla mas oscurantista y pervertida dominando toda la sociedad, y detrás de esa mezquina maquinaria, la brutalidad de aquellos militares triunfadores del arribaespaña, del franco, franco, franco, y a su lado aquella masa de ridículos vencedores populacheros de camisas azules y correaje con la que el Movimiento franquista chupó del presupuesto nacional durante tantos años.

 

Por eso es importante que la historia no olvide la antorcha de la libertad, que las luces nunca se apagaron, que los paredones y las cárceles no pudieron impedir cada día la consigna pintada clandestinamente en el muro, la protesta airada de los mineros, de los metalúrgicos, de los braceros del campo, la voz de los intelectuales, el grito de los estudiantes, de los artistas que no podían aceptar el silencio impuesto. Día a día, nunca faltaron las compañeras y los compañeros que se reunían en medio de duras medidas de seguridad, que escribían un panfleto, una proclama, que luego iban a su fábrica, a su aula, a su barrio y reunían - con miedo pero con la mas firme decisión - a éste o aquél pequeño grupo de personas cercanas y les trasmitían noticias vedadas, informaciones conseguidas con grandes esfuerzos de movimientos sociales o políticos aquí y allá, les informaban de lo que estaba pasando en las cárceles o en el exilio, les animaban a luchar, les pasaban libros, folletos, y tantos otros materiales fabricados o recibidos de fuera con enormes esfuerzos, hasta que al cabo de los meses estallaban las huelgas, saltaban manifestaciones de protesta, ocurrían acciones guerrilleras, surgían miles de voces que con valor y decisión se enfrentaban a la guardia civil y a la policía político-social. Y así lo hicimos una y otra vez buscando derribar aquella miserable dictadura. Y si fracasamos fue por nuestra arraigada capacidad de desunir, por las lamentables directrices que desde fuera traían muchas voces dirigentes que ignoraban la realidad del interior, por el enorme dogmatismo que asoló la época y en el que caíamos todos los partidos y la inmensa mayoría de los militantes en las duras condiciones de la clandestinidad. Y a pesar de todo eso, nunca dejamos de denunciar, de llamar ladrón al que robaba y mentiroso al que mentía, de señalar con el dedo al sátrapa local, al explotador, al arribista, al policía y su corte de soplones, nunca dejamos que la voz del pueblo fuera silenciada, hicimos saber a aquellos curas y a aquellos militares y policías que no había paredones ni cárceles suficientes en el mundo para hacernos callar y que podrían golpearnos no ya cuarenta, sino cien años, y no habrían conseguido nada. Nada mas que su propia vergüenza, nada más que sangre inútilmente derramada que cada día se volvía contra ellos.

 

No podemos olvidar a los nuestros, a los que cayeron, a los que quedaron en el camino y a los que han llegado hasta hoy con sus recuerdos, su memoria, su voz aún firme, su testimonio de dignidad humana. Nadie pudo callarles entonces en las mas duras condiciones. ¿Les hará callar el vergonzoso olvido?. El fascismo no les venció, ¿les vencerá la desidia y la ingratitud?.

 

Queremos promover un esfuerzo colectivo que parta de ayuntamientos, de asociaciones vecinales, de partidos y sindicatos, que busque que en cada pueblo, en cada rincón del país, se recoja la memoria de los que lucharon y fueron encarcelados, exiliados, torturados y fusilados, de los que hicieron posible esta libertad, esta convivencia actual. Queremos que, al igual que en todos los países de Europa, surjan las calles de los voluntarios de la Libertad, los parques de los resistentes, las placas que recuerden que aquí o allá fueron fusilados hombres y mujeres por sus altos valores y por defender la dignidad y la libertad. No hay en ello revanchismo, hay la necesidad de educar, de enseñar a los más jóvenes, de transmitir un legado que en las mas duras condiciones hemos llevado vivo hasta ellos, con muchos defectos pero con las mas altas virtudes. Sólo queremos que esos valores, el amor a la libertad, el respeto y la tolerancia, la cultura, la paz, la necesaria dignidad, sigan viviendo hoy en nuestra sociedad y duren para siempre mejorándose cada día, ya que nosotros nos costó tan caro mantener esos ideales en pie a lo largo de la larga noite da pedra.

Queremos que la sociedad toda reconozca a nuestros guerrilleros que pasaron en las montañas ocho, diez o doce años, combatiendo la dictadura con las armas en la mano, y los reconozca como auténticos héroes, queremos borrar para siempre la ignominiosa imagen fabricada por el aparato propagandístico del régimen y por la guardia civil, que los quería asimilar a bandoleros y a perversos criminales. La guerrilla fue dura, durísima, pero las tremendas condiciones en que tuvieron que luchar aquellos compañeros les eleva, a pesar de las cosas tremendas que tuvieron que hacer, que pasar y que sufrir y de lo duro que fue el tratamiento que recibieron. Pocos guerrilleros han sobrevivido, normalmente eran asesinados en frío o se suicidaban antes de caer en manos de sus torturadores, pero los que han llegado a conocer esta democracia y los que ya no viven, merecen que se les honre como verdaderos defensores de la libertad. Esa es ahora nuestra obligación y dejarles de lado sería un nuevo crimen no menor que aquellos que cometieron las fuerzas de la represión.

 

Y queremos recordar las cárceles, queremos que aquellos que perdieron en ellas su juventud, su vida más productiva, sean ahora reconocidos por toda la sociedad y se les trate con el respeto y la categoría que ganaron tan elevadamente con su inmenso sufrimiento. Y queremos que cada pueblo y cada ciudad honre a sus hijos exiliados, les dedique un recuerdo, una casa de juventud, un parque, una calle o plaza, que todos sepan que ésos de los que habla esa placa, lucharon por la libertad de todos y su recuerdo permanece vivo entre nosotros.

 

Cuando hicimos la tan renombrada transición, que por cierto no fue tan modélica ni tan pacífica como muchos intentan torcidamente presentar, callamos y cedimos en todo menos en lo esencial: las libertades sin cortapisas y la democracia con todos sus mecanismos de defensa de los derechos básicos y las libertades públicas. Pero no quisimos pasar cuentas, no excluimos a nadie, no quisimos enturbiar un agua que ya bajaba muy oscura, quisimos ceder para que nadie sintiera que se le dejaba atrás. Nosotros fuimos modélicos en nuestro trato a los antiguos déspotas, a los antiguos opresores, que hasta los torturadores se les dejo vivir sin ser molestados. Hoy han pasado ya veinticinco años, nadie podrá decir que nuestra voz pone en peligro el sistema, mas bien es algo evidente que nuestra voz es de todo punto necesaria para que el sistema viva, se afiance cada día, para que nunca mas, nunca mas vuelva la larga noche del fascismo.

 

 

Nuestra Asociación propone una serie de campañas en esta dirección coincidentes con los sesenta años después. En próximas fechas iremos dando nuevos textos en los que procuramos explicar esta serie de iniciativas a desarrollar en el otoño e invierno de este año y la primavera del 2.000.