Xarxa Feminista PV

Mujeres, Filosofía, Ciencia y Género

¿QUÉ ES EL FEMINISMO DE LA DIFERENCIA? Por Victoria Sendón de León.

Sábado 2 de octubre de 2004

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Cena con Victoria Sendón

A Gretel Ammann...,

tan consciente de sus diferencias : mi homenaje.

(17/01/47 - 02/05/00)

Hace un par de días estuve charlando con dos jóvenes mexicanas, Martha y Artemisa, acerca de cuestiones feministas que aún parece les inquietan: concretamente sobre la definición o peculiaridades de la diferencia frente a la igualdad, un discurso que yo creía superado, endogámico y sin verdadero interés. ¡Después de veinte años!. ¡Sorprendente! Pero las vi tan entusiasmadas exponiendo sus puntos de vista que no tuve por menos que forzar una puesta a punto de mis experiencias y conclusiones a fin de aclarar-me y aclarar-les cuestiones arrumbadas en el baúl de la memoria y de las emociones, pues cuando las evocaba tuve que reconocer que no sólo revoloteaban en mis neuronas, también -¡cómo no!- en mi corazón, derivando en un apasionado diálogo lógico y visceral como todo lo valioso, como aquello que ya forma parte de la vida. Me sentí hasta más joven recordando rostros, nombres y situaciones que brotaban de una experiencia intensa al hilo de este devenir de lucha y vida que llamamos feminismo, de militancias festivas y fiestas plenas de sororidad, encuentros y desencuentros que aún confortan y desgarran.

Con las ideas aun frescas y el corazón caliente, en una tarde tonta de domingo, con música de los setenta al fondo para ayudar a la memoria, me propongo relatar sencillamente lo que allí se expresó improvisadamente por si algunas de las jóvenes que van llegando al movimiento están interesadas todavía. Y digo sencillamente porque si me meto en berenjenales muy sesudos perderé la inmediatez que intencionadamente deseo mantener. Ni citas ni tecnicismos deseo que me corten el hilo de lo que fue una conversación viva y reconfortante por la inteligencia, precisión y cercanía de mis interlocutoras. No quiero que redactar estos papeles a vuelapluma me lleve más de unos pocos días. Con esta intención me pongo a ello y que os aproveche el pastel, que no pastiche, que en esta tarde tonta de domingo voy a meter en el horno de la escritura. Sólo me resta añadir que se trata de una versión muy personal con la que no deseo hablar en nombre de nadie, salvo de mí misma. Como tampoco creo que el apelativo de "feminismo de la diferencia" sea propiedad intelectual de alguien en particular, espero que ninguna se ofenda por mi modo de concebirlo.

El punto de partida no es inocente. Estoy convencida de que una no elige al azar. El temperamento, los genes, la educación y la experiencia condicionan más de lo previsto.¡Cómo no! Por eso me pregunto y me respondo a la vez por qué en los primeros setenta, las hijas del 68 nos encaminamos hacia dos feminismos diversos que, estoy convencida, se complementan por más que se empeñen en excluirse. Si uno u otro no existieran habría que inventarlos. Unas eligieron lo urgente y otras nos encaminamos hacia lo importante. Creo que ni unas ni otras estábamos dispuestas a ser una generación perdida. De modo más o menos consciente sabíamos que estábamos transformando el mundo (Marx) y cambiando la vida (Rimbaud) Y todas, sin duda, hacíamos historia. Más de lo que imaginábamos, pues el feminismo, de modo diluido o light, ha impregnado ya todos los rincones de la sociedad del dos mil. Y un plus: ha sido el movimiento político más importante de las últimas décadas. Ya veremos si una OPA hostil consigue homologarnos a lo políticamente correcto o somos capaces de superar esa peligrosa trampa de autocensura.

Pues bien, las feministas de lo urgente se lanzaron hacia la ardua tarea de cambiar las leyes para las mujeres en un entorno de mejoras sociales. Había que librarse del estatuto de sometidas y acceder al de iguales, al de ciudadanas. Chapeau!. Otras, que sin duda apoyábamos todos esos cambios, debatíamos sobre cuestiones que nos parecían más importantes porque cambiaban la vida. Empezamos a contarnos las experiencias vividas en "grupos de autoconciencia", las inquietudes y dudas referentes a la sexualidad y a las opciones en torno a ésta. La autoestima y la fuerza comenzaron a crecer en aquellas reuniones informales que acababan en divertidas cenas y confidencias que produjeron en nosotras una verdadera "catarsis". Descubrimos lo que era la amistad y la complicidad entre mujeres en un ambiente sin jefes, sin novios, sin maridos, sin secretarios generales que mediaran entre nosotras y el mundo, una burbuja virtual que estalló y nos lanzó al mundo con mucha más seguridad en nosotras mismas. No nos sentíamos solas y los lazos entre nosotras siguen, en muchos casos, aun vivos, por más que nos hayamos replegado "cada mochuela a su olivo". Aquello pertenece ya a la experiencia vivida, al descubrimiento de un mundo que realmente conseguimos transformar, al menos dentro de nosotras. Y con la certeza, además, de que estábamos haciendo política, ya que lo que intentaba el feminismo era otorgar tal estatuto también a lo privado. Verdaderamente nos convertimos en mujeres nuevas y para siempre. ¿Por qué elegimos distintos caminos? Ya lo he dicho: imponderables de todo tipo.

El alimento teórico.

Las feministas de la igualdad contaban con abundantes fuentes en las que beber; a las de la diferencia nos gustaba más el vino. De hecho, estábamos permanentemente embriagadas de entusiasmo. No íbamos a permitir que nos aguaran la fiesta. Mejor, las fiestas. Había que celebrar la vida y la celebramos. Y eso marca.

Desde la Ilustración, el tema de la igualdad estaba sobre el tapete. Ellas tenían abundante letra escrita para teorizar y reinterpretar. Y no digamos con la aportación de las teorías socialistas, sin olvidar a Simone de Beauvoir y su tema del Sujeto. Nosotras, las de la diferencia, nos encontramos con un panorama que planteaba la crisis del sujeto y prefiguraba la posmodernidad. Nuestros lagares rebosaban incertidumbre y cuestionamientos sin cuento. Todo era nuevo porque partíamos de lo que se estaba pensando al hilo de la propia época. Las teorías de la emancipación nos importaban un bledo porque no creíamos en ellas. No queríamos ser mujeres emancipadas. Queríamos ser mujeres libres porque sí, por derecho propio, y así íbamos viviendo todos los "simulacros" de la libertad, todas las osadías del atreverse, todas las explosiones de la dicha.

Condorcet era una antigualla que no valía la pena ni desempolvar. Foucault, Deleuze y Guattari, Derrida, Chomsky y otros muchos estaban diciendo cosas más frescas, que si nos venían al pelo las tomábamos y si no, las despreciábamos: ni dios ni amo. No queríamos doctrinas ni doctrinarios. Leímos con avidez las primeras teorías feministas radicales que nos llegaban de USA. No había viaje a París sin que nos viniéramos con lo último de la editorial Des Femmes. También recurrimos a la doctora Shaeffer, que nos desveló nuestra potente y creativa sexualidad.

¡Eureka! Fue divertido y tremendo descubrir tantas cosas a la vez. Nuestro gozo era equiparable a nuestra perplejidad. Nunca estuvimos seguras de nada y supongo que seguimos buscando. Las feministas de la igualdad continuaban con sus campañas militantes y sus apoyos teóricos más académicos, evidenciando siempre lo evidente. Pero también aportando investigaciones sociológicas y de otro tipo, que han servido para los consabidos "planes de igualdad" que la Administración tuvo que poner en marcha gracias a la presión y a los trabajos de aquellas mujeres. Nosotras, las de la diferencia, nos metimos en rollos más psicoanalíticos. No en vano había sido Freud el primero en plantear, de modo más o menos científico, la indescifrable sexualidad femenina. Por supuesto que lo repudiamos, pero nos dio pie para pensar en nosotras mismas desde dentro. Luego vino Lacan con su propuesta lingüística del inconsciente y se puso de moda lo referente al deseo. "¿Qué deseamos realmente las mujeres?" era uno de los leitmotiv de nuestras conversaciones. Y, por fin, Luce Irigaray. Eran muy difíciles de leer, pero algo nos iba calando. Así pues, el alimento teórico del movimiento en sus dos versiones era distinto. El de la igualdad más académico y ortodoxo; el nuestro más underground y herético. Y eso también marca.

Con Irigaray empezamos a caer en la cuenta de que nosotras éramos "feministas de la diferencia". ¿Por qué? Porque nuestro camino hacia la libertad partía precisamente de nuestra "diferencia sexual". Esa era la piedra filosofal.

Supimos entonces que el mundo como representación no era más que una proyección del sujeto masculino, es decir, "lo mismo". Y "lo mismo" sólo se pregunta por aquello que puede responderse y que puede, de nuevo, representar. Para ser sujeto desde "lo mismo" basta con verse reflejado. ¿Cómo ser sujeto desde lo Otro? ¿Cómo ser sujeto en un mundo de representación masculina?. Todo un reto apasionante.

La cuestión clave que exponía Irigaray ¿era espejo o speculum? Es decir, ¿se trataba de reflejar el mundo (con el espejo) para hacer una crítica feminista o de explorar la caverna (con el speculum) de la diferencia sexual? ¿Sociología o Psicología?. El feminismo de la igualdad enfrentó un mundo androcéntrico con un espejo crítico. El de la diferencia exploró con su speculum nuestras propias ignotas diferencias para, desde ahí, crear un mundo. Habrá que reconocer que lo primero, aunque más aburrido, es mucho más fácil. Lo segundo es titánico.

Las amistades peligrosas.

No sólo afinidades teóricas, sino políticas, fueron las que nos separaron. No podemos olvidar que muchas de las feministas de la igualdad pertenecían o provenían de partidos políticos de la izquierda. Su monotema en todo congreso, conferencia o mesa redonda que se preciara era "Mujer y lucha de clases". Pensaban que una vez realizada la revolución socialista sólo era cuestión de meter en el programa las "reivindicaciones feministas" y listo: puros ajustes logísticos. Primero fueron marxistas, luego socialistas, después socialdemócratas y ahora progresistas, que debe ser algo así como "ilustradas". Las de la diferencia éramos más bien ácratas, de tendencia un poco hippy, radicales, despelotadas, que todo hay que decirlo. Hoy, después de la caída del muro de Berlín, las de la igualdad, para no quedarse huérfanas, supongo que habrán cambiado a los barbudos Marx y Engels por los empelucados revolucionarios parisinos del XVIII. Nosotras nunca tuvimos padres, y nuestras madres quién sabe cómo andarán. Pero las seguimos amando. Con todo, la mayoría, de uno y otro lado, nos enfrentamos ahora, un poco perdidas, a un mundo más hostil si cabe que nos ridiculiza por seguir definiéndonos como feministas. Sin embargo ¡no pasarán! O pasarán por encima de nuestros cadáveres. Exquisitos cadáveres de un tiempo de vino y rosas.

Dos modos de hacer política

Ellos eran cazadores y nosotras agricultoras: un tópico. Lo sé, pero me sirve para la metáfora. Hay un modo de hacer política masculino y otro femenino. El primero reclama conducir grandes rebaños con el pastor al frente armado de cayado, y los perros que impiden que se desmadre el ganado. ¡Oh, las multitudes siguiendo a un líder! El sueño de toda política masculina: la revolución de las grandes masas o la sumisión de ellas, que es lo mismo.

Tal vez las de la igualdad soñaran alguna vez con esos espejismos. Al final del camino, "la tierra prometida". Las de la diferencia hemos soñado voluptuosamente con "un paraíso perdido" en el que comernos todas las manzanas prohibidas. La igualdad sigue su camino consiguiendo leyes y normativas que van mejorando la vida de las mujeres, sin duda. Son logros más vistosos que, a veces, hasta salen en los periódicos o en las noticias de la tele, sobre todo si se refieren a temas morbosos, como la violencia doméstica o las violaciones. Es, por lo visto, cuando existimos.

Las de la diferencia, sin saberlo, se han multiplicado como hongos y van plantando sus semillas en multitud de pequeños espacios en los que se sigue buscando, no sólo el cambio de las estructuras y los derechos básicos, sino también el cambio de las mujeres. Es una política de agricultoras que se afanan en los pequeños huertos de las mil transformaciones. Sembramos y sembramos sabiendo que fructificará. Aunque sigamos siendo invisibles.

El qué y el cómo.

Por muy importante que sea el qué, no debe lograrse a cualquier precio. Vamos consiguiendo pequeñas emancipaciones: económicas, profesionales, domésticas, políticas o personales, pero el precio de la igualdad, en muchos casos, ha sido muy alto: soledad, agotamiento, triples jornadas, venta de la propia alma, claudicaciones, enfrentamientos, dispersión, enfermedad en muchos casos. Con frecuencia ha supuesto una competitividad y un esfuerzo más allá de lo aceptable.

En este sentido, las feministas de la diferencia siempre hemos tenido muy claro que la vida no es negociable. Por eso nos planteamos el cómo. Llegar más allá de la igualdad, sí, pero ¿cómo? Ni el dinero ni el prestigio ni el éxito valen el sacrificio del gozo, de la libertad interior, del tiempo personal, de la amistad ni siquiera del dolor compartido. No se trata de que las mujeres lleguemos a la política para seguir haciendo "lo mismo", ni que podamos ser igual de mediocres que muchos hombres en condiciones adversas para nosotras, porque las feministas de la diferencia nos planteamos la política no sólo para hacer cosas diferentes, sino de distinto modo. Tal vez por eso no estemos.

Nunca hemos querido tener una sexualidad semejante a la masculina de "aquí te pillo, aquí te mato", ni la promiscuidad que ellos reclaman simplemente para ser iguales, porque en la libertad sexual nos interesa más el cómo que la cosa en sí. Es un pequeño ejemplo extensivo a los demás asuntos, pero lo señalo como muestra de algunas de las consecuencias de plantearse la igualdad como fin. El precio de las cosas constituye el baremo de nuestra implicación. Sólo se vive una vez -que yo sepa, de momento- y nada interesa tanto como hacer de esta vida (tal como están las cosas) un acto de rebeldía inteligente. A veces ese acto de rebeldía no consiste más que en sobrevivir cuando la muerte sale al camino en cada encrucijada. Otras, por el contrario, nos reclama una resistencia numantina ante la insistente oferta de una vida fácil en la aceptación de "lo que hay". Muy frecuentemente tendremos que aceptar que no podemos transformar el mundo, pero nunca renunciaremos a cambiar la vida porque sabemos que la "revolución" sin "evolución" es una trampa demasiado vista como para reincidir. Simplemente : el qué sin el cómo no interesa.

Cuestionar el modelo.

El tema de fondo de nuestros desencuentros siempre ha sido el mismo: el modelo. Cuando se plantea la igualdad parece como si se hiciera desde un peldaño, o muchos, más abajo. La igualdad de las mujeres con los hombres. ¡Peligro!. El feminismo de la diferencia, en cambio, plantea la igualdad entre mujeres y hombres, pero nunca la igualdad con los hombres porque eso implicaría aceptar el modelo. No queremos ser iguales si no se cuestiona el modelo social y cultural androcéntrico, pues entonces la igualdad significaría el triunfo definitivo del paradigma masculino. El panorama quedaría reducido a hombres y "hombrecitos": todos "casi" iguales. Es muy triste convertirse en una mala copia de un patético modelo. Claro que queremos la igualdad ante la ley, igual salario a igual trabajo y las mismas oportunidades ¡cómo no! Pero no es suficiente, ni siquiera deseable.

Sospecho que una determinada forma de entender la igualdad proviene de una idealización del sujeto masculino, versión Simone de Beauvoir seducida por la misoginia de Sartre. La contraposición entre la naturaleza y la libertad sartriana es la que se expresa entre el en-sí y el para-sí. Para los hombres, la libertad; para las mujeres, la necesidad, lo natural, el cuerpo como destino. Beauvoir atribuye a los hombres la producción y la trascendencia a lo largo de la Historia, es decir, el "para-sí", mientras que las mujeres quedamos encerradas en el "en-sí", en nuestra maldita naturaleza de reproductoras, que constituye un serio obstáculo para conseguir la libertad, o sea, la cualidad de Sujeto. Sin duda que Simone daba cuenta de la situación de la mayoría de las mujeres de su época, pero esa constatación no puede elevarse a categoría, es decir, no se puede hacer de ella ontología ni metafísica. En todo caso, sociología. Además, parece que ignora en cierto sentido la multitud de cosas que las mujeres hemos hecho e inventado para hacer posible el nivel de humanidad y civilidad que ahora tenemos. Claro que las mujeres hemos trascendido nuestra condición de hembras, pero habitualmente en condiciones de dominación, unas condiciones que no han permitido la brillantez que ha otorgado nuestra civilización a los logros masculinos, esa trascendencia sublime que supone Sartre y, detrás, Simone de Beauvoir.

Siendo consecuentes con lo que plantea Beauvoir, la propuesta de la igualdad y emancipación desde semejantes presupuestos sólo puede lograrse negando la diferencia sexual femenina en beneficio de un Sujeto universal y neutro que, lógicamente, sería masculino, por más que incluyera tanto a hombres como a mujeres en la etapa gloriosa de la igualdad. Es absurdo contraponer naturaleza y libertad, pues nuestra libertad nace de nuestra naturaleza, que la dota tanto de posibilidades como de límites. Pero, claro, la lógica occidental juega siempre con las oposiciones de un estrecho pensamiento binario: o esto o lo contrario. Las feministas de la diferencia nunca hemos deseado una igualdad que aniquile nuestra diferencia sexual, ni un Sujeto universal que consagre el modelo masculino de ser, de ser libre, de trascenderse y de otros idealismos que no son más que huidas hacia adelante por el miedo a la propia naturaleza. En definitiva, el rechazo varonil a la materia que nos enraiza y nos hace verdaderamente humanas. ¿Igualdad a costa de negar nuestra diferencia, nuestra naturaleza, nuestra realidad más real? ¡Qué dislate!.

Aclarando conceptos.

En este punto es en el que nos tiramos los trastos. Ignoro si se trata de una guerra ideológica o de intereses. Seguramente de las dos cosas. O, tal vez, de confusiones muy arraigadas. Cuando insistimos en la diferencia, el latiguillo de las feministas de la igualdad es siempre el mismo: "Sí, claro, somos diferentes ¡qué más quieren los hombres! Eso es lo que ellos han dicho siempre de nosotras para mantenernos sometidas, que somos diferentes. Lo que no soportan es que seamos iguales." La verdad es que dicho argumento me ha parecido, en cada ocasión, un argumento muy simple, sobre todo en boca de mujeres con gran autoridad académica. ¡Claro que ellos han utilizado nuestra diferencia para someternos! Y sobre todo nuestra capacidad de gestar nuevos seres. La posibilidad de ser madres y nuestra mayor ligazón a la especie por la crianza y otras derivaciones ha jugado en contra de las mujeres en un modelo androcéntrico. ¡Qué duda cabe! Hay incluso quién propone la liberación de las mujeres a través de la gestación "in vitro", el útero artificial y la incubadora. Después... ¡hala! niños para el Estado. Es algo así como cortarte la cabeza sólo por que te duele. En fin, que es fundamental separar los hechos de los conceptos, porque los hechos se mueven en el devenir del acontecer histórico y los conceptos corresponden a esencias más o menos fijas. O.K.?.

Lo que sucede es que una de las características fundamentales de la dominación masculina es que ha utilizado las diferencias a favor de la desigualdad. Las diferencias de edad, de raza, de religión, de lengua, de etnia, de clase y de sexo han dado lugar a múltiples desigualdades. Pero la diferencia nada tiene que ver conceptualmente con la desigualdad. Esta ha sido una consecuencia perversa.

El concepto clave que hemos de tener en cuenta para no seguir diciendo tonterías es el siguiente: lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad. Hemos contrapuesto igualdad a diferencia cuando en realidad no es posible conseguir una verdadera igualdad sin mantener las diferencias. Lo contrario no sería más que una colonización a saco. A esto respondería el feminismo de la igualdad que la supuesta diferencia no es más que el producto de una socialización en la desigualdad. Y en este argumento se pone de manifiesto otra confusión más: la confusión de "la diferencia" con el "género", que sería una diferencia construida como desigualdad. En palabras de Irigaray, supone una confusión con "lo diferido", es decir, con las infinitas mediaciones que han determinado un "ser mujer" socialmente construido.

Si lo entendiéramos bien, veríamos que las diferencias encierran una potencialidad extraordinaria. Sin diferencias no hay cambio ni pluralidad, todo sería homogéneo y estático. La anulación de las diferencias nos está llevando al modelo único, al pensamiento único, a la economía global. Un sistema que, lejos de anular las desigualdades, las afianza y profundiza. ¿Quién sale reforzado? Sin duda que el modelo dominante y dominador, el más fuerte. Eso sí: "todos podemos jugar en la Bolsa de valores", incluso los que ganan veinte rupias al día. ¡Menos mal! ¡Qué consuelo!.

Las diferencias entre los sexos existen. La investigación genética, hormonal, cerebral y psicológica nos lo están demostrando cada día. Pero, claro, esas diferencias están enraizadas en la naturaleza y la naturaleza significa, en la jerga hegeliana-sartriana-bouveriana, el "en-sí", algo a superar y trascender por la libertad del sujeto en el "para-sí". Me recuerda demasiado al mandamiento bíblico de "¡Dominad la tierra!". Doblegar la naturaleza, trascenderla, explotarla y después renegar de ella. Sospechoso camino, vive dios.

La atalaya de la historia.

En el siglo XX que recién dejamos, han sucedido cosas demasiado significativas como para no sacar conclusiones. Tenemos la suerte de disfrutar de una perspectiva privilegiada.

La lucha de clases en su versión de revolución proletaria nos ha puesto en bandeja el modelo de lo que nunca deberíamos hacer las feministas. También aquella revolución tuvo sus días gloriosos de vino y rosas. Después apareció la hoz y el martillazo, los gulag, las purgas de intelectuales y disidentes, el muro de Berlín y la espantosa agonía de un sistema no sólo corrupto, sino triste, muerto de antemano. Más que agonía, fue la descomposición de un cadáver. De todos modos, los mejores frutos de la lucha obrera los recogimos en Occidente, no allí donde se hizo la revolución, sino aquí, con las mejoras que se consiguieron para los trabajadores. La lucha sindical y de partidos de izquierda fue muy efectiva en los países con un sistema democrático de gobierno. No podemos ni comparar las condiciones económicas y sociales a las que estaba sometida la clase obrera con los logros de los que actualmente puede disfrutar. Eso, sin duda, es mejor, mucho mejor, que nada. Sin embargo, lo que se pretendía no se consiguió, con el agravante además de la desmovilización de los propios agentes. ¿Qué se pretendía en realidad? La abolición de una sociedad dividida en clases. Aquello que decían Hegel y Marx de que la condición del esclavo era la verdad más verdadera, más abominable, del amo, aquello de que su papel de antítesis, su fuerza de negación, habría de producir un salto dialéctico, una realidad nueva en la síntesis..., pues parece que no funcionó. Por supuesto que ha desembocado en una situación nueva, pero no en aquella por la que se luchaba. Digamos que la clase dominante, los valores de la clase dominante, han acabado por imponerse, han colonizado el imaginario, los deseos, las proyecciones y las aspiraciones de la clase dominada. El proletariado no ha creado su propia cultura, su modelo de sociedad alternativo ni siquiera la unión necesaria, no. Los obreros sólo quieren vivir como la clase adinerada, no tienen conciencia de clase y se movilizan únicamente cuando se trata de sus salarios o del puesto de trabajo. Incluso hay muchos que votan a la ultraderecha por el miedo a la competencia del "extranjero". Es ingenuo, lo sé, hablar ahora de dos clases sociales, pero estoy exponiendo grosso modo para entendernos. En todo caso, tal vez sólo el desclasado voluntariamente se mantenga puro, tal vez guarde en sí la llama que le hizo tomar una opción de clase. Por más que muchos piensen que han perdido el tiempo.

Pues bien, algo así puede ocurrir en la lucha de las mujeres. Mientras la tendencia hacia la igualdad nos va consiguiendo "mejoras", no podemos relegar una conciencia crítica que cuestione el modelo en sí, pues nos quedaríamos a medio camino. La igualdad es un buen punto de partida, pero no de llegada. En la lucha de sexos puede ocurrir lo mismo: que las mujeres no tengamos otra aspiración que ser como los hombres, sin introducir ninguna variable que constituya "diferencias significativas" respecto al modelo dominante. Como mucho, terminaríamos haciendo beneficencia con las más desfavorecidas. El camino hacia la igualdad no cambia la estructura de dominación sexista, al contrario: la reafirma. Es un modo de colonización. Insisto en que la función del feminismo de la diferencia consiste en mantener la conciencia crítica frente al modelo, en propiciar realmente el cambio. Ya estoy escuchando la pregunta insidiosa, "pero ¿qué cambio?" Si conseguimos la igualdad ¿qué otro cambio vamos a pretender? La respuesta... en el siguiente capítulo.

Lo significante y lo in-significante.

En nuestra civilización jerarquizada, los que están arriba -y un hombre siempre está por encima de las mujeres que se le pueden equiparar- son los que han ido construyendo un modelo en el que lo significante, lo valioso, es aquello que se ajusta más fácilmente al esquema viril. Es más, yo diría algo tan burdo como que lo más importante tiene que ver con los efectos que produce la testosterona: la fuerza, la competitividad, la acción, la conquista, la producción... frente a la paciencia, la solidaridad, el sentimiento, el cuidado o la reproducción. Oh, sí, ya sé, ya sé. Las mujeres también somos fuertes, competitivas, dinámicas, emprendedoras y todo eso; así como ellos pueden ejercer de tiernos, amantes padres, sentimentales y solícitos. Por supuesto. No estoy hablando de personas concretas, sino de paradigmas: Del paradigma construido de lo viril y del correspondiente femenino. Tampoco estoy hablando de esencialismos que tanto se nos achacan a las feministas de la diferencia cuando se piensa que nosotras nos hemos encerrado en una urna de cristal autocomplacidas en nuestra ternura, sensibilidad, esteticismo, etc. Nada de eso. Cualquiera, mujer o varón, pueden ser una cosa, la otra, o las dos indistintamente. A lo que me refiero es a la valoración que se hace de determinadas funciones, roles, actitudes o aptitudes. Y para calibrar lo que existe y no existe a la medida del paradigma viril no tenemos más que fijarnos en los medios de comunicación: Hay realidades noticiables y otras que no son periodísticas ni telemáticas ni.... Es decir, hay cosas significantes y otras in-significantes. ¿O pensáis que es inocente todas las horas de fútbol, comentarios sobre el mismo, entrevistas, recapitulaciones, tertulias, chismes, penas y glorias de ese simulacro de guerra del que no es posible descansar en todo el año? La economía de los grandes números, los liderazgos políticos, la lucha entre pueblos y cosas así ocupan tiempo y páginas sin límite para contarnos lo que es el mundo. Las páginas más visitadas en Internet son las de sexo duro para disfrute de sádicos, proxenetas, salidos y otros especímenes. Y no digamos los video-juegos para niños y adolescentes en los que se premia tanto el matar a un marcianito como atropellar a una ancianita en la autopista. El esquema del triunfador está muy cerca del financiero, del político con éxito, del presentador mediático, del futbolista goleador. Si una mujer alcanza el éxito en alguno de estos campos, no será considerada verdaderamente exitosa si no está felizmente casada, felizmente enamorada o felizmente entregada a sus hijos bienamados. El baremo que corresponde al esquema viril es lo significante. Lo demás es absolutamente in-significante, por eso no nos enteramos nunca de lo que están consiguiendo las mujeresde un pueblo perdido de los Andes donde las investigaciones interesantísimas que realizan en una Universidad de Boston,por decir algo.Es tan invisible comoel "techo de cristal" que se cierne sobre nuestras cabezas y que, por fas o por nefas, impide una realización personal y profesional acorde con los esfuerzos y la valía de una mujer concreta. Es más, que la prostitución, femenina en su inmensa práctica, sea incluida en una instancia a la que llaman "libertad sexual del individuo", está poniendo de manifiesto que la explotación brutal de las mujeres constituye algo "normal" a los ojos del paradigma viril. Cínicamente ponen en situación recíproca de libertad a la prostituta y al cliente. Ahora, todo tipo de periódicos publican anuncios de "contactos" como si de una cosa legítima se tratara porque ven como algo normal, e incluso sano, eso de la prostitución. A nadie sin embargo se le ocurriría publicar: "blanqueo dinero negro" porque no se lo considera políticamente correcto, amén de punible. ¿Qué nos dice todo esto? Que existe, no sólo una dominación real de la que las mujeres somos las víctimas, sino también una dominación simbólica que ni siquiera la vemos porque anida en nuestro inconsciente. Vemos, pues, que existen explotaciones visibles y materiales que son posibles porque previamente existe una dominación tácita y simbólica que consigue hacer pasar por normal lo que es aberrante. El imponderable por el que se decide lo que existe y lo que no, lo que es valioso y lo devaluado, el éxito y el fracaso no es otro que el código implícito en las sociedades de dominación en las que impera el modelo viril. Precisamente esta clase de dominación es la que a las feministas de la diferencia nos interesa solucionar, de lo contrario todas las luchas en favor de las mujeres se convertirán en parches, ya que el modelo se reproduce a sí mismo "in eternum" por inercia y por inconfesables intereses. Crear orden simbólico Hablar de lo simbólico provoca con frecuencia reacciones de escepticismo cuando no de sarcasmo, lo que no es comprensible desde una perspectiva seria. La definición de que los seres humanos somos "animales racionales", que con cierto voluntarismo se fuerza hacia lo racional, ha sido superada por otra definición más abarcante y que nos delimita claramente del reino animal, sobre todo desde que nos hemos enterado de que algunos de ellos poseen una mayor capacidad para operaciones aritméticas básicas que nosotros, como sucede con ciertos monos. Pues bien, esa definición más ajustada a nuestra realidad de humanos es que somos "animales simbólicos", para empezar porque somos capaces de lenguaje simbólico por el que sustituimos cosas por conceptos.

Haciéndolo muy simple podríamos decir que poseemos un código personal, cultural e incluso de género por el que traducimos los significantes (realidades de cualquier tipo) a significados determinados. Es decir, que las cosas no son lo que son, sino lo que significan. Y ese código, que sería como un lenguaje cifrado, es el símbolo. Pero lo que las cosas significan para cada quién tiene también que ver con nuestras estructuras psíquicas más profundas; así pues, el código (símbolo) también pone en comunicación el inconsciente con el consciente. O, si queréis, el "imaginario" con el "Yo".

El feminismo de la diferencia es consciente de que la realidad estructural sigue funcionando y repitiéndose a sí misma porque el mundo simbólico androcéntrico continúa inalterable. Es decir, porque la dominación simbólica, agazapada, está inscrita en el inconsciente de nuestra civilización. Pierre Bourdieu ha publicado un pequeño estudio muy interesante sobre la sociedad de la Cabilia, en la que el dominio patriarcal es evidente: la división del trabajo, la sumisión de las mujeres o la primacía del varón se viven con toda naturalidad y sin ser cuestionados. La conclusión del "socioanálisis" de Bourdieu es que lo que en esa sociedad es evidente y se muestra a la luz del día, está reflejando lo que en nuestras sociedades avanzadas anida en estructuras simbólicas tan profundas que a veces no las podemos detectar, de suerte que lo que en la Cabilia es real, entre nosotros es simbólico. Se trata, pues, de una dominación inconsciente. Hay que afinar muchísimo para conseguir detectar y desentrañar la dominación simbólica que se nos ha impuesto y que nosotras mismas acatamos sin conciencia de ello. Sólo, tal vez, en contraste con otro orden simbólico podría salir a la luz todo lo que de dominación existe en nuestras conductas, nuestros sueños, nuestras mentiras, en nuestros deseos jamás contados. Pero ¿cuál es ese otro orden simbólico? Existe sólo de modo incipiente: hemos de crearlo. Y crear orden simbólico pasa por el proceso de autosignificarse. Lo que hacemos las mujeres puede ser significativo y valioso, sea igual o no a lo que hacen los hombres, pero depende de cómo lo hagamos. Se crea orden simbólico con el modo de vivir, de hablar, de amar, de relacionarse, de trabajar, de ejercer el poder o de crear cuando todo eso se hace significativo, cuando no es "más de lo mismo" y, por tanto, podemos asignarle una significación diferente. Aunque lo difícil es, precisamente, hacerlo significativo. Tan difícil como "hacer visible lo invisible", lo que exige una política consciente por nuestra parte. Un modo muy efectivo es a través del arte: el cine, la literatura, la música, las plásticas diversas utilizan símbolos que van al corazón del problema. Pero también creando "lugares propios" que no sean meros guetos, sino que pongan de manifiesto un "modo" peculiar de estar en el mundo, un modo prestigioso de seguir siendo diferentes. El movimiento pacifista, por ejemplo, ha conseguido cambiar la "significación" de la figura del héroe (el símbolo más definitivo en la civilización patriarcal) que antes encarnaba el guerrero, hasta el punto de que la carrera militar está cada vez más degradada y su acceso al alcance de cualquiera. Ya no se trata de algo prestigioso, sino de todo lo contrario. Claro que como el sistema es muy versátil, el héroe es ahora el financiero. Para crear orden simbólico es muy efectivo el humor con el que desprestigiar determinados roles, funciones, jerarquías y figuras que encarnan el dominio simbólico de modo solemne, honorífico, significante y prestigioso. La creación del orden simbólico es una tarea específica del feminismo de la diferencia, una tarea nada fácil y en absoluto espontánea, pues hay que darle muchas vueltas al asunto para no caer en "esencialismos".

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