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Violencia sexual y drogas: autodefensa frente al alarmismo mediático

Viernes 23 de diciembre de 2016

Frente a las informaciones sensacionalistas en la prensa sobre la llamada burundanga, colectivos de reducción de riesgos proponen formación para la prevención y la protección, más información sobre las sustancias y estrategias de cuidados.

Inés Giménez Pikara 19-12-2016

La autodefensa feminista nos prepara para prevenir situaciones de agresión e identificar las estrategias de dominación que alimentan el “terror sexual” y la desapropiación del cuerpo. Algo ha llovido desde que Def Con Dos escribiera Agrupación de Mujeres Violentas. ¿Pero qué pasa cuando la violencia se da en un estado de pérdida de conciencia fruto de la ingesta inducida de una droga alucinógena o depresora? ¿Cuáles son los protocolos y medidas para prevenir y reaccionar ante estas situaciones? ¿Cómo podemos regular los usos voluntarios y prevenir los abusos de terceros? Este es un debate incipiente, que ha generado unos cuantos titulares alarmistas, pero que apenas se ha abordado con la profundidad, la interdisciplinariedad y la integridad que merece.

Alarmismo mediático

En Colombia ya hace años que comenzaron a darse denuncias por el uso de drogas para llevar a cabo asaltos económicos y robos a través del conocido “paseo millonario”. La prensa registra entre 40 y 50 asaltos de este tipo solo en Bogotá, pero en su mayoría son asociados a hurtos que muchas veces salen mal y las personas terminan muertas. “En ellos – indica Julian Andrés Quintero, de Acción Técnica Social (ATS) – la escopolamina y las benzodiacepinas son utilizadas para quebrar tu voluntad y que les des las claves de tus tarjetas o saques todo el dinero de tus cuentas”. Según reporta Julián Andres, el tratamiento informativo de estos casos ha destacado que, por algún grado de misticismo ritual, quienes cultivan, preparan y suministran escopolamina son mujeres… y que son una o dos mujeres muy lindas quienes abordan a hombres borrachos y, en un descuido, les mezclan la escopolamina en las copas. En el Estado español, en cambio, la burundanga (escopolamina) ha sido bautizada por los medios como “droga de la violación” o “droga de sumisión química”. Su presencia en titulares se intensificó a raíz de la violación sexual múltiple ejecutada en sanfermines. En este y otros casos, la escopolamina se usó para rebajar la conciencia y crear episodios de amnesia, de modo que se dificultara la resistencia, la identificación y la denuncia.

¿La atención prestada rompió el silencio y permitió mayor conciencia y denuncia o publicitó estrategias de agresión que acaban multiplicando esta práctica? Este nudo gordiano, en consonancia con lo que Albert Bandura señalaba en los años 70 en su “teoría del aprendizaje social”, ha rodeado otras discusiones sobre la violencia machista, pero no hay pruebas concluyentes. Es un hecho que los casos reportados de violación sexual (compendiadas como “agresión sexual con penetración” por parte del Ministerio del Interior, aunque hay voces que señalan que esta idea debiera ser más extensiva) se han reducido en el Estado en los últimos años, de 1.513 en 2011 a 1.229 en 2015. Aunque no hay existen datos desagregados por violación por uso de sustancias, nada puede hacer pensar que estos casos son hoy mayores, sino sencillamente que son más visibles. En todo caso, ni silenciar las violencias ni hacer de ellas un fenómeno dramático-mediático parece ser una buena idea. Al igual que el imaginario de la violencia doméstica puede enfatizar en ojos morados y labios partidos o poner el acento en mujeres empoderadas que saben detectar los síntomas de abuso y reaccionan ante ellos, el tratamiento mediático sobre las (erróneamente) llamadas “drogas de la violación” o de “sumisión química” podría naturalizar ciertas prácticas o impulsar protocolos de acción y prácticas eficaces para la prevención de los usos abusivos hacia otros sin caer en el fantasma de la prohibición. Además, la información no solo se puede dar a través de los medios de comunicación de masas.

Ximena Steinberg, doctora en bioquímica de la Fundación Ciencias para la Cannabis, con sede en Chile, recomienda que los usuarios conozcan los efectos que tienen sobre ellos las sustancias de uso voluntario (alcohol y otros depresores y estimulantes), pues sólo de esa forma serán capaces de reconocer cuando se encuentran bajo una reacción no propia o desconocida. En estos casos, resulta útil actuar rápidamente para encontrar un lugar público donde resguardar tu seguridad y comunicarte con alguien que te ayude a conseguir asistencia médica. “Es muy relevante también que la comunidad circundante sepa reconocer los síntomas de intoxicación en otros y pueda ser parte de la máquina de apoyo”, añade.

Reducción de riesgos

Varias organizaciones en el Estado español se dedican precisamente a proporcionar información desprejuiciada y de calidad sobre drogas desde una óptica de reducción de riesgos. Entre otras, encontramos Energy Control, Ailaket (Euskadi), Hegoak (Nafarroa) y la recién nacida Consumo ConCiencia (Zaragoza). Javier Sánchez, fundador de esta última, indica que es necesaria una información veraz y precisa, estrictamente científica, sobre las drogas ilegales. Por ello, imprescindible evitar la desinformación y el sensacionalismo para poder hacer una auténtica prevención basada en el conocimiento, de los posibles problemas asociados al uso de sustancias psicoactivas.

A Sánchez le preocupa que los medios, e incluso algunos protocolos médicos, confundan drogas alucinógenas y sedantes en sentido estricto (como la escopolamina, el GHB, el PCP o la ketamina) con drogas psicodélicas y estimulantes, como el LSD y la psilocibina, a pesar de que no se parecen ni en su estructura química ni en sus efectos. Las de este segundo grupo, “en ningún sentido podrían ser drogas de sumisión química ya que sus efectos no pueden anular la conciencia o la capacidad de respuesta de defensa respecto a un intento de abuso de agresión, sino que conservan la memoria y la conciencia tanto durante el viaje como posteriormente”, aclara. La escopolamina en cambio sí es un alucinógeno en sentido estricto, que puede “llevar al sujeto a olvidar que ha ingerido (o le han hecho ingerir) una sustancia, y después probablemente no recuerde nada o casi nada del trance vivido”. Además, apunta que, para su regulación, hay que tener en cuenta el margen de seguridad de estas drogas (la distancia entre la dosis activa mínima y la dosis mortal), ya que mientras sustancias como el LSD son prácticamente inocuas desde el punto de vista fisiológico y sus usos terapéuticos son crecientemente reconocidos, “los alucinógenos del tipo escopolamina o de otros componentes presentes en datura, beleño o mandrágora, tienen mucho menor margen de seguridad, su toxicidad es alta y sí pueden ser mortales.”

Generar la red de protección comunitaria que propone Ximena Steinberg es una buena estrategia pero no es sencilla de implementar. Esta chilena reconoce que ello exige “un profundo trabajo de deconstrucción y re-aprendizaje para menguar nuestros sesgos morales y la culpabilidad que rodea al uso de sustancias”. Su reflexión nos conecta con los cuestionamiento de los dogmas del prohibicionismo, cuya piedra angular a nivel global son los tratados de fiscalización internacional de Drogas (1961, 1971 y 1988), así como una serie de acuerdos de cero tolerancia a determinadas sustancias psicoactivas clasificadas como “de alta peligrosidad”, en beneficio de otras, farmacológicas, consideradas legales.

En este sentido, es preciso un acercamiento crítico a las políticas de drogas prohibicionistas, pues un sistema jurídico-político que persigue, estigmatiza y siembra miedos y mitos sobre los usos voluntarios de drogas genera más daños a la salud y una falta de respuesta ante las situaciones de crisis. Además, uno de los efectos de la prohibición ha sido precisamente la falta de investigación para tratar efectos indeseados causados por ciertas sustancias psicoactivas, y apenas hay algunos reportes de caso sobre los efectos de algunas sustancias, cuya variabilidad entre unas personas y otras es altísima.

En este contexto, los protocolos de atención médica por intoxicación con escopolamina y GHB, recomiendan naloxona, flumazenil y fisostigmina, como lo harían con muchas otras sustancias psicoactivas depresoras, y atención de sintomatología si es necesario (apoyo respiratorio, etc), pero apenas hay tratamiento especializado. Además, casi siempre se utilizan benzodiazepinas (como el orfidal (Lorazepan) o el Nolotil (Metamizol) si hay un cuadro psicótico lo que, según expertos, no siempre es necesario. Por ello, en conversación vía skype, Ximena indica que se necesitan nuevos protocolos que comprendan que van ciendo sustancias nuevas todo el tiempo. “Yo me pregunto – inquiere -, ¿cómo saben los médicos qué utilizar si una persona llega con sobredosis por una droga nueva que se sintetiza a través del hígado? Además, a nivel político el sistema de fiscalización de estupefacientes debe considerar que si prohíbe una sustancia, saldrá otra al mercado, más desconocida, y quizá más peligrosa, en su remplazo”.

Efectos secundarios

La escopolamina, extraída de plantas solanáceas como el beleño blanco, el estramonio, la escopolia, la mandrágora o la Brugmansia arborea, es más conocida en América Latina como floripondio o borrachero. A pesar de sus riesgos, señala Javier Sánchez, es preciso recordar que como otras sustancias psicoactivas no es “buena” o “mala” en sí misma, todo depende del uso que se haga de ella. Aunque Ximena Steinberg admite que la toxicidad de estas sustancia es tan alta que es un peligro si cae en manos de gente con poco criterio, tras revisar literatura científica, apunta que hay reportes de caso sobre su uso terapéutico como anestésico, con fines antieméticos (para tratar vómito o nauseas) y para el tratamiento de disfunciones motoras como el parkinson. Además es utilizado por varios pueblos amazónicos con fines medicinales.

Sin embargo su margen de seguridad es muy bajo comparada con otras sustancias. Si para drogas como el cannabis no se conoce dosis mortal y el margen del LSD supera el 1- 200 (se ha ensayado hasta del 1-600); el de la escopolamina es de 1 – 7. Piel seca, hipertermia, ausencia de saliva y sudor, alteración cardíaca, visión borrosa y desorientación, son algunos de los síntomas de intoxicación con ella. Según indica la Guía de detección clínica de la sumisión química del Clinic de Barcelona, dura un promedio de seis horas en sangre, 48 horas en la orina, y aún más tiempo en las uñas y piel, por lo que resultaría interesante que hospitales y centros de atención primaria incorporaran este último tipo de pruebas para determinar casos de sospecha de intoxicación inducida. “Por ello -indica Sánchez-, las personas que sospechen agresión con ella deben saber que si es posible es más fiable acudir esa misma noche a urgencias, para poder detectar la presencia de sustancias en sangre.

Por su parte, la atropina, alcaloide natural extraído de la belladona, podría ser utilizado – según reportes de caso – en algunas disfunciones oculares, intestinales y cardíacas, y como antídoto en intoxicaciones por organofosforados (insecticidas y plaguicidas); y la ketamina, que algunos estados de la Comisión de Estupefacientes han buscado restringir, es utilizada no sólo como anestésico veterinario, sino también en como anestésico quirúrgico y obstétrico en aquellos países donde los opiáceos están limitados y en muchas situaciones de crisis humanitaria. Considerando esto, Javier Sánchez reflexiona que las clasificaciones de sustancias prohibidas y legales están hecha en base a motivos económico-político-sociales, no en base a una protección a la salud. “Las drogas, las legales y las ilegales, pueden proporcionar bienestar o malestar y daños, e incluso la muerte, en función del uso preciso que se haga de ellas”, apunta.

En términos médicos pues, necesitamos más investigación sobre cómo afrontar el uso de ciertas sustancias y prevenir la mala dosificación. Aquí una vez más nos encontramos con condicionantes estructurales ya que, tal y como apunta Ximena, la investigación generalmente aceptada por la comunidad científica (los estudios clínicos doble ciego randomizados con placebo), son muy costosos y difícilmente un laboratorio los va a financiar si no piensa sacar rentabilidad económica del mismo. En términos éticos y políticos, no es lo mismo consumir un hipnótico en una rave por voluntad propia que beber algo que ha sido adulterado sin nuestro conocimiento, y es ahí cuando empezamos a hablar del control de los cuerpos y donde es preciso legislar. En materia mediática, es necesario un poco de memoria y rigor. El uso de drogas para cometer violencia sexual y su espectacularización lleva pasando décadas, y es que los usos políticos y el miedo propagado por algunos medios no solo silencian parte de la historia, sino que también generan monstruos, fantasmas y desinformación.

Los monstruos, las otras, la información deseable

Según reportaba Interviú en 2007 de 1996 a 2004, en Francia se registraron más de 200 agresiones sexuales relacionadas con drogas; en 2005 en Alemania más de 300 chicas reportaron violaciones bajo los efectos de alguna droga, y en el Reino Unido, en tan solo dos años, hubo casi 1.200 casos denunciados. Más allá de los datos estadísticos, en esta época nos encontramos también con la estigmatización de algunos de los sectores más vulnerados de la sociedad. Este fue el caso, por ejemplo, del alarmismo mediático en torno al “beso de la muerte”: El Rohipnol (flunitrazepam) y el Halcium, dos benzodiazepinas hipnóticas de rápida absorción, presuntamente utilizado por trabajadoras sexuales (putas, según los medios) para dejar inconscientes a sus clientes y así robarles. Entre los clichés y estigmas sobre drogas más destacados, que a menudo han criminalizado la pobreza, la raza y la minoría sexual, también encontramos los fumadores de opio asiáticos en el sur de EEUU en los años 20 o la estigmatización de las “crack mums” afro de los 80.

De este estigma social que rodea a la mayoría de las sustancias estupefacientes quedan excluidas otras, como el alcohol, “vehículo de ebriedad culturalmente aceptado en Occidente y masivamente inducido”, que ejerce una labor de control social nada soslayable, subraya Sánchez. La droga más presente en agresiones sexuales en contextos de ocio nocturno es precisamente el alcohol. Así como indicaban el Plan Nacional sobre Drogas (PNSD) en Madrid y estudios de medicina legal que concluía que de 306 mujeres víctimas de agresión sexual en contextos festivos, 107 tenían drogas en sangre: 61,7% etanol, 40,2%, fármacos, fundamentalmente benzodiacepinas 27,1% drogas ilícitas, especialmente cocaína.

Por todo esto, el fundador de ConsumoConCiencia apunta que sería deseable que la gente tuviera más formación farmacológica, y conociera la posología y efectos de las sustancias más presentes en la calle. “A largo plazo, pero trabajando desde ya mismo, lo ideal sería, claro, que hubiera un abordaje estructural del problema; tanto de la violencia incrustada en la raíz del sistema, como de la insana vivencia de las relaciones sexuales e interpersonales”, reflexiona.

Quizá resulte más interesante conocer qué protocolos son necesarios para el tratamiento por intoxicación y qué estrategias de autodefensa, individual y comunitaria son posibles, que propagar miedos sobre el uso maniqueo de sustancias presuntamente llevado a cabo por algunos colectivos o levantar fantasmas sobre los riesgos que corre una mujer sola en un bar.

Breve glosario de sustancias alucinógenas y sedantes:

- Escopolamina: Es un alcaloide natural extraído de plantas del género Solanácea (escopolia, datura, mandrágora, brugmansia, y otras). Es un “anticolinérgico” poco específico. Su dosis letal es muy baja (sobre 1.5mg/kg vía oral) y presenta una alta biodisponibilidad vía tópica (velocidad a la cual la dosis alcanza su diana terapéutica) Reportes de caso indican usos terapéuticos como antihemético, en disfunciones motoras como parkinson, anestésico. En bajas dosis resulta estimulante, y en altas dosis sedante. Sus efectos tóxicos aumentan en combinación de otros depresores del SNC como alcohol y antagonistas de receptores de dopamina. Los tratamientos por intoxicación existentes recomiendan usar Ddextrosa, furosemida IV, ácido ascórbico para evitar que continúe entrando al Sistema Nervioso Central y fisostigmina.

- GHB, ácido gamma butírico o GABA: Es de origen natural. Es producto de fermentación alcohólica de cervezas y vinos. También se sintetiza en laboratorio. Actúa sobre GABAa y receptores de GHB. Reportes de caso indican que se puede utilizar para tratar narcolepsia e insomnio, como anestésico y como paliativo para la abstinencia de alcohol y opiáceos. De forma “recreativa” se utiliza como sedante. Su dosis letal es alta (LD50 sobre 100mg/kg vía oral), pero tiene un estrecho margen terapéutico. Presenta un efecto de breve duración, con 1hr aproximada y sus efectos tóxicos se exacerban al ser combinada con alcohol y otros depresores del SNC (sedantes o tranquilizantes). La mayoría de los protocolos médicos existentes para tratamiento de urgencia recomiendan tratamiento con naloxona, flumazenil y fisostigmina.

- Atropina: Es un alcaloide natural extraído de la Belladona, vegetal perteneciente a la familia solanácea. Es un anticolinérgico poco específico sobre receptores muscarínicos (SNC, corazón, intestino). Reportes como los de Moulton y Frier (2011) estiman su dosis letal media en 450mg vía oral para adulto, y sus dosis tóxicas sobre los 20mg vía oral en adulto. Se ha reportado uso terapéutico en algunas disfunciones oculares, intestinales y cardíacas, y se usa como antídoto en intoxicaciones por organofosforados (insecticidas y plaguicidas). A nivel recreativo es un psicotrópico estimulante en bajas dosis y sedante a dosis mayores. Sus efectos tóxicos aumentan en presencia de otros depresores como el alcohol y antagonistas de receptores de dopamina. La Fisostigmina es la sustancia recomendada en protocolos para casos de intoxicación.

- Metoxicamina (MXE): Es de origen sintético, y un análogo de la ketamina. Es un promotor de la liberación de dopamina y un inhibidor de su recaptación. Su dosis letal se desconoce. Su dosis oral tóxica es cercana a los 100mg en adulto. (Zawilska, 2015; Chiappini y col., 2015). Se utiliza oralmente y tiene una duración media de 2-5 horas. Carece de uso terapéutico conocido (Su consumo humano no está aprobado), aunque hay algún estudio que lo propone como antidepresivo que reemplaza ketamina. De forma recreativa es un psicotrópico sedante y disociativo. Aunque no existe protocolo para tratamiento por intoxicación se sugiere el uso de benzodiazepinas para bajar el cuadro psicótico.

- Fenciclidina (PCP): Es de origen sintético, análogo de la ketamina. Es un agonista de receptores NMDA y receptores opioides, un promotor de la síntesis de catecolaminas como dopamina, noradrenalina y serotonina, y además es un inhibidor de su recaptación. Como efecto paradojal de intoxicación, aumenta la comunicación excitatoria. (Bey y Patel, 2008). Se desconoce su dosis letal desconocida. Su dosis tóxica oral es de 25mg en adultos aproximadamente. Carece de uso terapéutico conocido y recreativamente se utiliza como psicotrópico sedante y disociativo. Protocolos médicos recomiendan uso de benzodiazepinas de uso clínico para bajar el cuadro psicótico.

- Alfa-pirrolidinopentiofenona (a-PVP): muy presente en drogas llamadas “sales de baño”. Es de origen sintético, de la familia de las catinonas, análogo de la mefedrona. Es promotor de la liberación de catecolaminas noradrenalina, dopamina y serotonina, e inhibidor de su recaptación. Se desconoce su dosis letal. Su dosis tóxica oral está situada sobre los 80mg, endovenosa sobre 30mg y sobre 50mg vía inhalación nasal. Sus efectos duran unas 2-6 horas. Carece de usos terapéuticos conocidos. Es estimulante y disociativo. Para tratar su intoxicación y el cuadro psicótico se utilizan benzodiazepinas, haloperidol o propofol (Espert Tortajada y col., 2015; Beck y col., 2015)

- Mefedrona (MMCAT): De origen sintético, de la familia de las catinonas. Está inspirada en catinonas naturales de la planta Khat. Promueve la liberación de dopamina, y aumenta la expresión de receptores de serotonina 5-HT; además es un inhibidor de catecolaminas. Se utiliza oralmente y por inhalación nasal. Se desconoce su dosis letal. Su dosis tóxica se encuentra sobre 300mg vía oral y sobre 150mg vía inhalación nasal. (Angoa-Pérez, 2016). Carece de uso terapeutico, aunque se propone como antidepresivo y para paliar el síndrome de abstinencia. Es un psicotrópico estimulante y disociativo. Para casos de intoxicación se recomienda un tratamiento sintomático, y eventualmente benzodiazepinas de uso clínico para bajar el cuadro psicótico.

Información recopilada a partir de estudios de caso por la doctora Ximena Steinberg, quien indica que los valores y los números asociados a la toxicidad y posología de cada sustancia van a ir cambiando (dada la escasa investigación al respecto), pero que pueden servir como una guía general.

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