Xarxa Feminista PV

Superheroína o nada

Lunes 10 de abril de 2017

Las víctimas de violencia tienen derecho a nombrarse y construir su propio relato, al margen de las expectativas sociales

Empoderarse también es llorar, pedir ayuda y validar las emociones que surgen después del trauma para poder desvictimizarse

Keren Manzano 04/04/2017 - eldiario.es/ Pikara

Hay que ir con cuidado. El deseo de ’estar a la última’ no pasa por alto a los intelectuales y activistas más ’progres’ y aún menos cuando sus ideas reafirman las actitudes transgresoras. ¿Acaso no nos complace romper las normas? Pero incluso el pensamiento o las acciones transgresoras se convierten en norma cuando toda una comunidad lo replica. Un discurso bien intencionado va en camino de erigirse como la nueva norma. Ensalza a las mujeres ’empoderadas’ después de haber padecido violencia. Rechaza a las víctimas.

La industria cinematográfica nos lo pone en bandeja. Un sinfín de mujeres poderosas y dominantes nos interpelan a través de la pantalla. El estreno reciente de Elle (2016) brinda un referente glorioso. Una mujer blanca, de clase media y con una posición de directiva en una empresa es asaltada y violada en su propia casa por un desconocido. La protagonista no pide ayuda, no llora, se recompone al momento y continúa con su vida como si nada hubiera pasado. Pero la obsesión por vengarse hará que no se detenga hasta identificar al hombre que la violó para desatarse violentamente. Esta vengadora poderosa ofrece un espejo en el que muchas personas han querido mirarse.

Algunas voces femeninas entre la crítica cinematográfica la reciben con los brazos abiertos. Opinan que la película es "ferozmente feminista". Otras, la definen como un "fascinante estudio del feminismo moderno". Consideran que la protagonista es una "heroína que se libera del control de los demás" y que "está determinada a establecer su propio camino". La protagonista de esta película no comulga con el imaginario social de la víctima que ha quedado devastada tras sufrir violencia. Al contrario, el personaje encarna un nuevo ideal: la mujer empoderada y cabreada que se mantiene en pie de guerra, pese a todo.

Me pregunto, ¿hemos sucumbido ante el arquetipo masculino e individualista del héroe? El viaje del héroe vende películas, nos muestra un proceso hacia el triunfo. Identificarse con ese rol es poderoso y nos lleva a la acción, pero deja a un lado la política de los cuidados, se aparta de las emociones. Voy más allá, ¿sentimos rechazo hacia el carácter culturalmente femenino que va ligado a la condición de víctima? Observar lo vulnerable nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad. La ira, en cambio, nos hace sentir grandes e imponentes.

La experiencia personal de violencia no ha dejado de requerir una validación externa. Si antes pedíamos que las personas que atraviesan experiencias traumáticas se mostraran destrozadas, ahora les exigimos que sean un ejemplo de ’empoderamiento’ y superación, como si su deber fuera encarnar los ideales de nuestra lucha política. Queremos que sean superheroínas y, aunque esa figura ficcional puede ser un buen referente al que aspirar, si aterrizamos en el mundo real, cumplir con esas expectativas sociales supone un doble castigo.

Elige: superviviente o víctima. Esas dos categorías se presentan como si fueran excluyentes. Y es comprensible. El rechazo hacia la categoría de víctima es fruto de un esfuerzo por desestigmatizar y promover cambios positivos de la imagen social de las mujeres que han padecido violencia y abusos, porque entendemos que tratar a alguien de víctima es paralizante, resta agencia y señala la vulnerabilidad de esa persona. Pero nombrarse como víctima también es identificarse como alguien que ha sufrido un daño emocional, físico o de otro carácter. Es reconocer la necesidad de protecciones y apoyo y, en algunos casos, es una garantía de derechos. También es darse permiso para validar sentimientos dolorosos, el primer paso de un proceso previo a la desvictimización.

Ninguna estrategia social tiene que pasar por el rechazo a las mujeres que se nombran como víctimas y que se duelen por lo acontecido públicamente. Las personas afectadas tienen derecho a nombrarse y a construir su relato libremente. Que sus relatos tengan cabida solo si cumplen con las expectativas sociales es condenable y revictimizador, sea como sea. Hay que ir con cuidado.

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