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La querella de las feminazis y la rueda de ratón

Viernes 27 de mayo de 2016

Mari Cruz Pikara 21-05-2016

La querella de las mujeres, ese debate tan antiguo como el patriarcado y tan vigente como el mismo… Desde el Génesis nos vienen queriendo engañar con el mismo cebo. Ese cebo tan jugoso en lo alto de la ruedita del ratón. Nos lo ponen ahí colgando y dicen “A ver, mujeres, mujercitas ¿quién quiere este cebito de aquí arriba? Y si entramos, podemos tirarnos cien años o cien siglos rodando y rodando desesperadamente mientras ellos desde fuera se deleitan del show.

Confieso que de ratona he pecado también en muchas ocasiones, creyendo que el cebo caería en mis manos un día y que podría salir y decir al mundo ¿veis? Se puede.

Pero la verdad, tras el pasar de los años y varias metamorfosis desde mi etapa de ratona, he dejado de correr en esa rueda fastidiosa y al hacerlo me he dado cuenta de la enorme energía y tiempo perdidos en el camino.

Que las mujeres somos malas ya nos lo contaban en la Biblia. El Génesis nos culpa directamente de la expulsión del paraíso y desde ahí ha sido un no parar. A Aristóteles, que Zeus lo tengan en su gloria, se le ocurrió decretarlo e investirlo de autoridad. Y a los señores que montaron las universidades en la Edad Media, les dio por darle a Aristóteles toda la razón e incluirlo en los manuales médicos, teológicos y filosóficos y mantener eso hasta incluso bien entrada la Ilustración: las mujeres somos malas per se, lo que justifica la supremacía del hombre en el mundo. Punto final.

Entonces muchos otros hombres se dignaron en debatir esto y argumentaron que no; que éramos buenas por naturaleza. Si no ahí estaba la Virgen María para demostrarlo. ¿Y la bondad natural de una madre? ¿Y las mujeres piadosas? ¿Las santas, las monjas?

Cuando Cristina de Pizan se incorporó al debate, en el Siglo XIV, otras mujeres tuvieron a bien hacer lo propio. Comenzaron a tratar de explicar por qué estos argumentos sobre nuestra maldad estaban errados. El debate quedó abierto y lejos de acabar, continúa a día de hoy con maneras nuevas.

Que un debate tan absurdo siga vigente después de siglos de toma y daca, sólo se explica con el cebo y la rueda de ratón. Y solo se explica si vemos que, más allá del jugoso cebo hay un sistema patriarcal interesado en mantenernos activas dentro de una rueda creyendo que avanzamos cuando en realidad sólo seguimos dando vueltas hasta la extenuación.

Los cebos cambian periódicamente porque al mismo cebo una se acostumbra y ya no pica. Ayer se nos llamaba “malas” y hoy se nos llama “feminazis”. Se nos dice que a ver qué pasa con el feminismo, que mucho pedir derechos cuando resulta que no somos tan buenas. Que también maltratamos y hasta matamos. Y que ojo, algunas mujeres, tela, lo malas que son cuando llegan al poder.

Entonces muchas mujeres entran como locas a la ruedita, contrargumentando que sí, que es verdad, pero que las estadísticas sobre violencia dicen que nosotras agredimos mucho menos y que las estadísticas y que esto y lo otro y etc. Y muchas otras mujeres entran con que no, que nosotras somos buenas y generosas porque ser mujer es lo más grande y porque la naturaleza y porque la capacidad creadora y porque la generosidad innata y porque blablablá. Y es ahí cuando de pronto te das cuenta de que cuanto más tratamos de atrapar el cebo del “feminazis” para desmontarlo, más tiempo y energía perdemos para deleite de nuestro patriarcado custodiador. Mientras corremos y corremos ahí, estamos controladas, desgastadas y divirtiendo al personal.

Cuando sales de la rueda y lo miras desde afuera te planteas cosas muy esenciales. Te planteas por ejemplo, que a ver por qué tenemos que demostrar que somos buenas o merecedoras de unos derechos humanos básicos.

Te das cuenta de que ser mujer y expresar tu malestar o tu rabia sigue estando socialmente penalizado. Que en vez de denunciar los abusos y atropellos cometidos a nuestros cuerpos durante siglos, deberíamos ser dulces y emitir un “ejem, disculpen, por favor, ¿podrían, si son tan amables dejar de violarnos y matarnos? Es que nos molesta profundamente. Gracias”.

Pero sobre todo, sobre todo, cuando sales de la rueda de ratón te das cuenta de que no vale la pena desgastarse en una carrera sin fin, prediseñada por mentes perversas. Que hay mucho pan ahí afuera para comer; muchísimo más para repartir; no digamos para celebrar. Pero que sobre todo hay mucho, mucho campo ahí afuera para correr y llegar a sitios bien diversos.

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