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La culpa la tiene Toni Cantó

Sábado 7 de junio de 2014

Andrea Momoitio presencia cómo la policía trata como sospechosa a una mujer agredida por su pareja. Una cuestionable actuación policial escudada tras el mito de las denuncias falsas.

Andrea Momoitio Pikara Magazine 06-6-2014

Once y media de la noche. Aún, cinco de junio. Bilbao. Pequeña ciudad de un país desarrollado (o arrollador). Estoy haciendo la cena y escucho unos gritos desgarradores. De mujer, como prácticamente todos los gritos desgarradores que he oído en mi vida. Mi novia y yo bajamos las escaleras corriendo. Vivimos en un sexto. Llegamos al portal y nos encontramos a una mujer, una de las nuestras, sangrando de diferentes cortes en las dos manos. A su lado, él. Su pareja. El agresor. Ella se esfuerza en explicarnos lo que ha pasado:

- Él ha ido a la cocina. No sé que ha traído y me ha hecho esto.

- Pero, ¿ha sido un accidente?

- No, accidente, no.

Él se defiende. Dice que no ha hecho nada. Mientras yo me quedo con ella, mi novia sale en busca de alguna patrulla. Vivimos en San Francisco, un céntrico barrio bilbaíno atestado de agentes. Su presencia siempre es evidente y se hace evidente en cada uno de sus gestos. Hoy, sin embargo, parecen estar escondidos.

Apenas quince minutos después de escuchar los gritos, el portal está lleno de policías. Cinco miembros del cuerpo de la policía autonómica vasca y tres municipales. Todos, hombres. Preguntan, con insistencia y sin tacto, qué ha pasado. Ella, responde con el rostro asustado:

- No sé. Ha ido a la cocina y me ha hecho esto. No sé con qué.

Piden que se identifique. Ha nacido en Nigeria. Ella dice que en 1990, pero lo cierto es que parece mayor. El resto de los policías desplegados en la escena fuman, charlan, atienden el teléfono. Otro, habla con el agresor. Él argumenta que ella le ha robado 350 euros. Intervenimos:

- Hemos escuchado unos gritos terribles. Ella no se ha movido de aquí.

- Aunque parezca mentira – responde uno de los uniformados- también hay hombres víctimas.

- Claro, claro que parece mentira – respondemos a la vez.

Meten a la mujer a nuestro portal. Le piden que saque todo lo que tienen en el bolso y en todos los bolsillos.

- Tranquilas, que a registrarla va a venir una mujer – matizan.

Y así es. Una policía, que podríamos confundir con una de las nuestras, llega en taxi a la escena. La situación ya era entonces kafkiana. Registran a la mujer y, tal y como era de suponer, no lleva el dinero que le acusaban de haber robado encima. Los agentes buscan por debajo de los coches y en las papeleras. Nada. Ni rastro.

- Es increíble cómo habéis actuado – criticamos.

- No deis nada por hecho. Hay muchísimas denuncias falsas.

Y para cuando queremos reaccionar, tres policías nos están explicando cómo estan hartos de vivir situaciones en las que las mujeres denuncian a sus maridos porque eso, y cito textualmente, “les aporta grandes beneficios, sobre todo a las de ciertas etnias”. La víctima sigue en el portal. Entran y salen. Cierran la puerta y no podemos ni ver ni escuchar qué está pasando dentro.

- Eso no es cierto. Hay datos que demuestran que las denuncias falsas son anecdóticas.

- No es verdad – sigue el que parecía más dolido con el tema-. Incluso hay un juez imputado por demostrar que es habitual poner denuncias falsas. No es políticamente correcto, pero es así.

- No hay que juzgar -prosigue el que parece el jefe del grupo – pero es lo que vemos habitualmente.

Mientras tanto, llega la ambulancia. Atienda a la víctima y deciden, previa llamada telefónica a un médico, que es buena idea llevarla al hospital. Uno de ello sigue hablando por teléfono intentando saber quién es. No tienen documentación y la información que les ha dado parece falsas. Se la llevan al hospital y tendrá que acudir como requerida por tener papeles. Eso dicen los hombres uniformados, que siguen entonces argumentando lo común que son situaciones en las que las mujeres denuncian a sus parejas para ganar algo a cambio.

-¿Cómo ha quedado el otro VG? – se preguntan entre ellos.

- ¿VG es violencia de género – consulto.

- Sí

- ¿Atendéis muchos casos?

- Sí. Llamadas muchas. Denuncias ciertas, no tantas.

La discusión continua. Argumentan y argumentan, dicen que no están valorando, que sólo se limitan a contarnos lo que han podido observar. Intentamos hacerles entender que ellos, como policías – no seres humanos- no pueden juzgar, que la justicia es cosa de los jueces y las juezas y que ya respondieron al llamado de Toni Cantó con datos.

- El Supremo no es Dios – sentencia uno de ellos.

Tú tampoco, pienso. Y menos mal. Nuestro futuro sería más cierto y menos peligroso en manos de un dios arbitrario. Al menos no iría uniformado.

El agresor sigue aquí. Cinco pisos debajo de mi casa. La sangre aún puede verse en el portal.

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