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Hostias virtuales a feministas felices

Sábado 18 de marzo de 2017

Las personas que defienden el movimiento feminista están sufriendo acoso a través de internet, insultos e incluso amenazas de muerte

ANITA BOTWIN / ANDREA MOMOITIO 15 DE MARZO DE 2017 CTX Público

El activismo feminista se encuentra ahora en Internet ante las resistencias que empieza a vencer en las calles. Anita Botwin y Andrea Momoitio relatan algunas de las situaciones de violencia que sufren en la red: ¿Es suficiente con la denuncia pública? ¿Qué particularidades tiene que tener la autodefensa 2.0? ¿Sirve de algo nombrar a @policia?

Irantzu Varela es la creadora de El Tornillo, el microespacio feminista de La Tuerka. Seguro que habéis visto alguno de sus vídeos en los que, cargada de ironía y sentido del humor, aterriza a un lenguaje cotidiano conceptos de la teoría feminista. El éxito de su sección ha sido apabullante y Varela se ha convertido así en uno de los rostros más conocidos del feminismo en Internet. ¿Otro ejemplo? Alicia Murillo y su famoso El Conejo de Alicia. Al otro lado del charco, las cómicas feministas Malena Pichot y Charo López. Es un buen momento para el movimiento feminista, que ha encontrado en la red un espacio de divulgación de sus prácticas y preceptos teóricos inigualable. Hay cuestiones que ya no se discuten; los medios de comunicación más alternativos llevan a sus portadas temas relacionados con la agenda feminista; hay una eclosión de portales webs especializados en cuestiones de género; tuiteras y tuiteros famosos cuestionan el machismo; los medios tradicionales se hacen eco del cierre de páginas feministas como Locas del Coño. Ante tal impacto del movimiento feminista en Internet —que corresponde al éxito que nuestras reivindicaciones y demandas tienen también en la calle— cabe suponer que la respuesta del machismo iba a ser virulenta también.

El feminismo se organiza en red para promulgar su ideario, que, si bien es muy complejo y diverso, puede resumirse en una apuesta por construir un mundo en el que merezca la pena y sea posible vivir. Para las mujeres, las lesbianas, las trans, esto nunca ha sido una verdad de Perogrullo y, aún hoy, nuestras vidas están expuestas a múltiples violencias. Hace poco, los routers hacían ruido al conectarse. Aún es pronto para entender qué impacto tiene la red en nuestras vidas, para saber cómo está marcando nuestra generación o de qué manera está impulsando los movimientos sociales, pero sí que podemos intuir que lo 2.0 es una extensión de ese mundo real, que cada vez lo es menos.

Quizá ya no tenga sentido esa distinción entre lo que ocurre en la red y lo que ocurre en la calle, puede que ya no podamos contestar a cuánto tiempo pasamos conectadas a Facebook porque las redes sociales son ya un escenario más de nuestras vidas, tan real como la barra del bar en la que damos por finalizados los días. La gran diferencia, eso sí, es la posibilidad del anonimato que ofrece la red, que se transforma en la oportunidad de decir todo aquello que ya no se dice con impunidad. Lo políticamente incorrecto, los chistes y los comentarios machistas que ya no toleramos como sociedad, resisten en cuentas de Twitter, foros, páginas de Facebook, perfiles de Instagram, cuentas de YouTube, en las que muchos hombres —muchos, muchos, muchos— se organizan para evitar que el feminismo siga avanzando a este ritmo vertiginoso. Esto es imparable, y lo saben; ya no hay marcha atrás, y lo lamentan; estamos ganando, y no pueden soportarlo.

El feminismo ha denunciado siempre el lugar de opresión en el que nos encontramos las mujeres. La mitad de la población mundial, aún considerada como un colectivo del que se puede hablar en singular, sufre a diario las consecuencias de una socialización de género que todavía hoy nos educa para relegarnos a un segundo plano, que evita que opinemos en público con tranquilidad, que provoca que sigamos pidiendo perdón y permiso antes de hablar. Las mujeres que trabajamos en cualquier ámbito que nos sitúa en el plano de lo público nos enfrentamos no sólo a críticas feroces sino que, lejos de lo público, en el mundo digital, también estamos sufriendo violencias machistas. Algunas de nosotras estamos recibiendo amenazas desde cuentas de Twitter anónimas en las que adjuntan imágenes escalofriantes de lo que podría ocurrirnos si seguimos adelante denunciando las injusticias o llamando a la organización del movimiento feminista para poner en común el acoso al que nos vemos sometidas cada día. Ante esta situación se hace más que urgente la búsqueda de herramientas que nos ayuden a empoderarnos también en el mundo virtual, más complejo y anónimo, donde denunciar las cuentas de las que recibimos amenazas, utilizando las opciones que ofrecen las propias redes sociales, no es sencillo ni del todo exitoso.

ALGUNAS DE NOSOTRAS ESTAMOS RECIBIENDO AMENAZAS DESDE CUENTAS DE TWITTER ANÓNIMAS EN LAS QUE ADJUNTAN IMÁGENES ESCALOFRIANTES DE LO QUE PODRÍA OCURRIRNOS SI SEGUIMOS ADELANTE DENUNCIANDO LAS INJUSTICIAS

Nos enfrentamos con esta situación a varios debates de difícil solución a corto plazo. Por un lado, la falta de herramientas para el activismo en Internet, que provoca una indefensión brutal entre quienes utilizamos la red para divulgar el pensamiento crítico. Sobre todo, en el caso de las mujeres, que seguimos demasiado alejadas del mundo de la tecnología sufriendo las consecuencias de haber sido socializadas entre mariposas y princesas. Las redes sociales ofrecen métodos de denuncia que sólo sirven como parche. El número de cuentas que conseguimos cerrar no es proporcional al número de cuentas nuevas que se abren para seguir haciendo frente al discurso feminista. Somos muchas, pero ellos también. Ante situaciones de acoso, tanto en el entorno digital como en el mundo 1.0, lo habitual es que tendamos a aconsejar la denuncia policial como estrategia de defensa. En algunos casos, en los que las amenazas de muerte son incontestables, podría caber la posibilidad de éxito, pero imagínense qué podría pasar si acudimos a una comisaría a denunciar que en Twitter nos han dicho que somos putas, bolleras, gordas o feas. Ese es, por cierto, el arsenal de insultos más habitual, que choca de frente con cómo las putas, las bolleras, las gordas y las feas estamos utilizando también las redes sociales para hacer público lo orgullosas que estamos de nuestros michelines, de nuestro puterío, para contar los beneficios del rollo bollo o para lucir nuestras maravillosas verrugas y estrías.

Mucha policía, poca diversión

¿Denunciar estos hechos ante la policía es buena idea? No tenemos una respuesta clara para esta pregunta, que planea sobre nosotras cada vez que recibimos amenazas en la red. Al fin y al cabo, este tipo de ciberacoso machista y agresivo es nuevo para nosotras e imaginamos que para quienes nos leen también. Algunas han tomado la decisión de denunciar, pero el acuerdo común tácito parece haber sido poner de manifiesto que esto está ocurriendo, que no podemos dejarles campar a sus anchas porque después puede ser demasiado tarde.

Esta apuesta por hacer públicas las agresiones que estamos sufriendo se enfrenta con el Don’t feel the troll —no responder a quien te molesta— tan extendido en la cultura digital. Pero este trol ya no es alguien que simplemente incordia o insulta, es alguien que amenaza con imágenes explícitas de mujeres reales agredidas sexualmente e incluso asesinadas. Actuar contra las personas que se organizan en Internet para evitar que el movimiento feminista pueda impulsar su ideario como si se tratara de simples troles invisibiliza la gravedad de las amenazas a las que nos enfrentamos.

Además, como hemos sido tan bien educadas en nuestro rol de género, enseguida nos asaltan las dudas cuando tratamos esta cuestión porque podemos intuir que los riesgos no son reales, que para violencia brutal la que están sufriendo las compañeras de Honduras o los manteros en Barcelona. El sentimiento que nos agarra al recibir imágenes de mujeres asesinadas con mensajes amenazantes se mueve entre el miedo, la rabia, el dolor y la impotencia. ¿Quiénes son esas mujeres, por cierto? ¿De dónde han sacado esas imágenes? ¿Quién las asesinó? ¿Cómo eran sus vidas? ¿Cuántos de sus sueños quedaron sin cumplirse? ¿Cuántas están aún por venir?

No podemos más que reconocer también el privilegio desde el que hablamos de la violencia que sufrimos, conscientes de las situaciones realmente graves que viven otras compañeras, pero temerosas también de jerarquizar, invisibilizar o no denunciar las situaciones de acoso a las que nos enfrentamos nosotras por denunciar en Internet que estamos hartitas de tanto heteropatriarcado. Joder, que sólo queremos que dejen de matarnos. No pedimos tanto, ¿no?

Quizá sea el momento de aferrarnos a nuestro bate morado virtual y con la ayuda de compañeras expertas en este ámbito hacer frente a estos nuevos ataques, contraatacando como sólo nosotras sabemos hacerlo, con ironía, fuerza y, sobre todo, sentido común ante tanta violencia. ¿Es la autodefensa el mejor ataque? ¿Qué opciones tenemos más allá de la denuncia pública para protegernos de estas situaciones? Si bien asumimos que la posibilidad de violencia directa es más que improbable, el derecho a vivir vidas libres de violencias supone también el derecho a vivir sin tener que ver imágenes de ese tipo, sin tener que tranquilizar a nuestras familias, sin tener que quitarle hierro al asunto, sin tener que decir que todo está bien, que no pasa nada, que no nos afecta. Duele y remueve.

No hacemos esta denuncia pública con el único objetivo de mostrar las amenazas que hemos recibido nosotras porque esperamos que se trate de algo anecdótico y puntual. Denunciamos públicamente este tipo de acoso machista, sobre todo, porque tenemos la posibilidad y, por tanto, creemos también que tenemos la obligación moral de hacerlo. Estamos hablando de las redes sociales, sí, de esa nube que fluctúa entre la realidad y la ficción, pero hay algo de cierto y tangible: el peligro que suponen quienes emiten estos mensajes amparados por el anonimato... Al apagar el ordenador, ¿a quién tratan así? Eso es lo que debe preocuparnos.

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