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¿Feminizar la política o un pellizco de políticas públicas feministas?

Domingo 25 de diciembre de 2016

Aportamos una explicación de por qué el movimiento feminista defiende que el municipalismo ha de pensar políticas públicas que sean transversales y no solo en políticas específicas, como por ejemplo en materia de violencias machistas.

Nieves Salobral, activista feminista 19/12/16 Diagonal

Antes de que se constituyeran estos nuevos gobiernos locales del cambio, el movimiento feminista propuso en la mesa municipalista la necesidad de pensar políticas públicas que fueran transversales.

¿Qué implica la transversalidad? La implementación no solo de políticas específicas, por ejemplo en materia de violencias machistas, sino que simultáneamente incorpore medidas en todos los ámbitos de la vida pública: participación política, candidaturas, empleo, cultura, etc.

La razón fundamental era que el modelo cultural patriarcal continuaba dando coletazos, reclamando abiertamente por muchos obispos, políticos y empresas una supuesta norma ’natural’ de relaciones familiares y sociales, sobre la que sustentar sus privilegios y posición de poder como BBVAh –Blanco, Burgués o de economía saneada, Varón, Adulto y heterosexual–. Pero también, que el patriarcado nos modula de manera amortiguada, atravesando todos los caminos de la comunicación, sentimientos, prácticas y saberes, por lo que habitualmente nos pasa desapercibida su presencia. ¿Cómo lo hace?

No precisamos muchos WC diferenciados, basta con uno accesible unisex

Nacemos abiertos al mundo, sin protocolos ni buenas prácticas de relación, y por este mismo motivo de apertura somos ecodependientes e interdependientes, necesitamos para vivir al planeta y a otros. Con ellos nos estructuramos subjetivamente bajo un orden social simbólico, normativizado moralmente, en el que nos sumergimos, con resistencias de carácter singular, para obtener un reconocimiento social.

Todavía ese orden se rige por un ideal binario y hetero, un sujeto masculinizado y otro feminizado, unidos por una producción amorosa de complementariedad, convivencia, descendencia y acumulación de propiedad privada.

La subjetividad masculinizada presupone la exención de trabajos de cuidados, y una autosuficiencia que le haga empresario de sí, para progresar adecuadamente en el mercado laboral. Mientras la feminidad construye su empresariado hacia la producción de amor, entendido como afecto, sexo y trabajos de cuidados que sostienen y orientan moralmente la vida del varón y las criaturas.

Explicado de otra manera, que nos volquemos en ser excelentes esposas cuidadoras para lograr pareja, con quien actuemos maternalmente y no como amantes, por cierto, únicas dos vertientes patriarcales para la feminidad que nos recuerda Joaquín Caretti en Feminización no es maternización. El resto de amores se comprenden fallidos, y en el mejor de los casos, meras imitaciones sustitutorias.

Entre esos fines la feminidad ha desarrollado una ética diferenciada, como afirma Mª Eugenia R. Palop en Feminizar la política, pero que cultiva una distribución de los cuidados, fundamentalmente entre redes familiares de mujeres. Lo han hecho bajo el sistema coactivo de la Sección Femenina, modulando los sentimientos y conductas de nuestras antepasadas, como destaca Justa Montero en Feminizar la política. O cuidando voluntariamente, con el fin de alcanzar poder y estatus social, procurado a través del esposo, como lo analizó la antropóloga feminista Michelle Z. Rosaldo (1979) en el artículo Mujer, cultura y sociedad: una visión teórica: "Así, por ejemplo, la mujer norteamericana tradicional puede obtener poder solapadamente, jugando con la vanidad de su marido –dirigiendo su vida pública desde la intimidad–".

Actualmente muchas mujeres perpetuan esta misma complicidad patriarcal y neoliberal, que apuntaba Rosaldo, cuando la socióloga feminista, María Jesús Izquierdo, en la entrevista El poder de los hombres es generado por el trabajo de las mujeres, afirma: "La mujer siente al hombre como su instrumento para triunfar en la vida, tener dinero, prestigio". Asimismo, se puede escuchar hoy, en muchas aulas de secundaria o entre redes de mujeres adultas, viejas sanciones estigmatizadoras –"puta"–, conductas de aislamiento y acoso hacia aquellas ’otras’ que ponen en peligro el logro de ese instrumento.

Estas prescripciones de la ética de los cuidados son reaccionarias –heteropatriarcales y neoliberales– cuando promueven relaciones basadas en la responsabilidad femenina sobre los cuidados. Así las mujeres cooperan movidas por una norma sexual familista nuclear, se auto-explotan entre ellas para el patriarcado y el capital y se controlan sexualmente, o se discriminan a cambio de poder procurado por el otro.

Situemos el argumento relacional en su justa calidad de necesario, sin calificativos, y traigamos al centro la singularidad como meta para las políticas feministas

Si las relaciones feminizadas son atravesadas por normativas patriarcales, y la ética de los cuidados –según Carol Gilligan (1986) en La moral y la teoría: psicología del desarrollo femenino– aporta una mirada responsable de las mujeres hacia sí mismas y hacia los otros diferentes, ambos concretos y contextualizados; entonces situemos el argumento relacional en su justa calidad de necesario, sin calificativos, y traigamos al centro la singularidad como meta para las políticas feministas.

El interés del patriarcado, el racismo y el capitalismo en jerarquizar las diferencias de género, clase, raza, orientación o identidad sexual y de género, capacidad funcional, etc., es convertirlos en lugares de opresión múltiple a través de su interacción, para segmentar la sociedad en grupos, explotarlos y así cumplir con su fin: acumular más capital.

Una mujer mestiza y lesbiana sufrirá una triple discriminación, puesto que la intersección de esas diferencias interaccionarán para exponerla a ser más explotada. Rita Segato (2013) lo argumenta con profundidad en La escritura en el cuerpo.

Luego en el diseño de políticas públicas feministas las protagonistas son quienes soportan discriminaciones. La autonomía de las mujeres y otras identidades apremian una formulación de medidas que se comprometan con la corresponsabilidad colectiva –instituciones, grupos, varones, mujeres y otras identidades– sobre los cuidados y la diversidad. Y las perspectivas de la interseccionalidad y transversalidad abren ese acceso universal atendiendo a la singularidad, porque no precisamos muchos WC diferenciados, como ilustra Lucas Platero, basta con uno accesible unisex.

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