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El testimonio que cambió la percepción de la violencia machista

Viernes 20 de mayo de 2016

La valentía de Ana Orantes llevó a la sociedad la realidad de un debate que se había obviado | Dos décadas después el problema persiste y es estructural

Sergio Noguero La Vanguardia 19-05-2016

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El testimonio de Ana Orantes le costó la vida (LVD)

“Estoy como enterrada en vida y sólo quiero llorar”. Tras 40 años de infierno, Ana Orantes tuvo el valor de pedir el divorcio y explicar su calvario. Había vivido cuatro décadas sometida a un marido que nunca la había querido y para el que no era más que una pertenencia, un objeto a su servicio. No sólo ella vivió esa suerte. Sus cuatro hijos habían crecido entre maltratos y abusos, además de ser testigos directos de las crueldades de su padre.

Cargada de coraje y tras haber conseguido la separación de su marido, el 4 de diciembre de 1997, Orantes explicó en la televisión andaluza todo lo que había sufrido durante su matrimonio. Su testimonio reflejaba una realidad que muchas mujeres habían sufrido pero que no tenían valor a confesar. Sus palabras, desgarradoras, describían a una mujer sometida y anulada ante los deseos de un hombre que disfrutaba del maltrato, se consideraba la única autoridad y que era incapaz de procesar cariño o empatía más allá de su propio egoísmo.

Pero la valentía de Ana no pudo tener peor final. Dos semanas después de que la entrevista fuese emitida, José Parejo se vengó de lo que él había considerado un acto de rebeldía de su exmujer. Ante la mirada de su hijo de 14 años, el agresor apalizó a Orantes hasta dejarla inconsciente, la ató a una silla en el patio de su casa y le prendió fuego tras rociarla con gasolina. La policía, alertada por el adolescente, no pudo hacer nada. La valentía de Ana Orantes le había costado la vida.

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La muerte de Orantes fue portada de todos los medios. El tiempo nos deja observar con perspectiva lo que su testimonio supuso (LVD)

Un asesinato simbólico

La cruel realidad de la violencia machista había entrado en directo en todas las casas de España. Un problema real y conocido copaba las portadas, abría informativos y alimentaba las tertulias. Nadie le podía dar la espalda a una certeza que la sociedad había obviado durante años. El asesinato de Ana Orantes cambió la percepción de la sociedad sobre la violencia contra la mujer. Y obligó a los medios a reflexionar sobre el tema.

Durante años, el periodismo no reflejó un problema estructural en la sociedad española. La violencia de género no era tratada como un problema social, sino que se informaba de las mujeres asesinadas como si el motivo del acto violento fuese puntual y aislado. El análisis y la pedagogía sobre el problema apenas tenían presencia y si la tenían, era de manera residual.

Hasta la caída del franquismo, la mujer fue tratada por el Código Penal como una menor de edad, incapaz de decidir sobre la administración de sus bienes ni decidir sobre su propio cuerpo. La violación en el matrimonio no estaba prohibida, el adulterio se penaba exclusivamente si lo llevaba a cabo una mujer e incluso estaba permitido el maltrato bajo el amparo del derecho a “corregir a la esposa”.

La Constitución de 1978 empezó a cambiar 50 años de denigración política. Con la llegada de la democracia se reconoció la igualdad de géneros y se prohibió la discriminación sexual. Durante la década de los años 80 y principios de los 90 se reguló la separación por malos tratos, se introdujo el delito de violencia doméstica en el Código Penal y se lanzaron varios Planes de Igualdad.

Se había avanzado, pero la lacra de la violencia contra la mujer seguía siendo una realidad que no marcaba ninguna agenda. Ni la política ni la de los medios.

Una nueva ley para acabar con la lacra

En ese contexto, el asesinato de Ana Orantes sacudió a toda la sociedad española. Era necesario actuar. Así lo indicaron las asociaciones de mujeres, que señalaron al sistema judicial como una de las principales causas del problema. Los medios también se sumaron a la crítica y cambiaron el enfoque del tratamiento de la violencia contra la mujer: por primera vez la voz que importaba era la de las víctimas, más allá de las instancias políticas.

Fruto de la sacudida, la legislación española evolucionó para intentar poner fin a la lacra. El primer paso se dio en 1999. Se eliminó la denuncia previa por parte de la persona que sufre los maltratos como requisito indispensable para perseguir la violencia doméstica. Pero no era una solución definitiva: el problema era estructural.

Tras un largo proceso de diagnóstico de las causas de esta violencia, el Parlamento español aprobó por unanimidad la Ley Integral 1/2004. La nueva legislación no sólo se centraba en medidas judiciales dedicadas a actuar contra el maltrato, buscaba la prevención. Para ello se modificaron aspectos de la ley educativa y en las referentes a la publicidad, en pos de construir una estructura social basada en el igualitarismo y la no violencia.

El gobierno socialista de Zapatero tuvo un papel importante en la nueva legislación

¿Y ahora qué?

Sin embargo, más de una década después de la aprobación de la Ley Integral, el problema se mantiene sin visos de mejora. En 2005, el primer año en el que la nueva ley entró en vigor, 63 mujeres fueron víctimas de la violencia machista. En 2015 al menos 60 perdían la vida a manos de sus parejas o personas con las que habían mantenido una relación. Unas cifras que se elevan exponencialmente si se suman los feminicidios contra prostitutas u otros asesinatos de mujeres a manos de hombres cuyos motivos no han sido esclarecidos.

Hoy la situación está estancada. La sociedad se enfrenta a un problema que no sabe cómo resolver y al que se ha acostumbrado; sólo aquellos casos que son impactantes como el de Ana Orantes tienen un hueco en los medios más allá de lo testimonial; las corrientes machistas ponen en duda el problema y recelan de las medidas de prevención, alegando que son muchas las denuncias falsas contra los agresores…

Dos décadas después del asesinato de Ana Orantes, se ha avanzado en la lucha contra la violencia de género. Pero sigue existiendo un problema estructural contra el luchar.

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