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El sufrimiento añadido de las mujeres en Gaza: “Los ataques israelíes son aterradores, pero lo son más cuando tengo la regla”

Domingo 10 de marzo de 2024

Con el acceso limitado a productos sanitarios, medicamentos y aseos, y en un contexto de hacinamiento y de falta de intimidad, las mujeres gazatíes hacen frente a un reto más en medio de la guerra: la menstruación

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Una mujer palestina se lamenta tras un ataque israelí contra el campamento de refugiados de Rafah. EFE/EPA/HAITHAM IMAD

Aseel Mousa - Gaza - 8 de marzo de 2024 The Guardian / elDiario.es

Mona, de 17 años, solía sobrellevar los intensos dolores menstruales tomando bebidas calientes y analgésicos, y envolviéndose en mantas. Ahora, vive en un refugio abarrotado en la localidad de Rafah –donde se hacinan casi un millón y medio de gazatíes– y ni siquiera tiene acceso a compresas o a un baño. A menudo vomita debido a los agudos dolores y tiene que lidiar con esta situación, así como con los sangrados, en la casa que comparte con 45 personas desplazadas, donde no hay intimidad.

“En el lugar donde nos refugiamos sólo hay un baño compartido por hombres, mujeres y niños. Me da vergüenza hacer cola cuando tengo la regla y me causa ansiedad mental y física”, afirma la adolescente.

Cinco meses después de que Israel lanzara su ofensiva sobre Gaza, la mayoría de las personas atrapadas en el territorio pasan hambre y apenas tienen acceso a agua potable, saneamiento o energía eléctrica. Pero para las mujeres, la guerra también representa un horror adicional cada mes. “Los bombardeos israelíes y los desplazamientos han generado un estrés inmenso, pero tener la regla en estas circunstancias hace que la guerra se sienta de forma totalmente diferente”, explica Mona.

Naciones Unidas calcula que casi 700.000 mujeres y niñas de Gaza tienen su ciclo menstrual, que sobrellevan cada mes con escasa intimidad y sin compresas, inodoros ni agua limpia. En los refugios gestionados por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) sólo hay un retrete por cada 486 personas de media. “Los bombardeos israelíes son aterradores, pero lo son aún más cuando tengo la regla”, agrega Mona.

Sarah, de 27 años, vive en Egipto, pero estaba visitando a sus tías en el norte de Gaza cuando empezó el conflicto y quedó atrapada en la Franja. Tuvo su primera regla en tiempos de guerra en el centro de Deir Al Balah donde se refugió con unos amigos del colegio tras quedar separada de sus familiares durante una frenética evacuación.

“Intenté conseguir compresas por todos los medios y me sentí profundamente avergonzada por no poder conseguir ninguna”, cuenta. Cuando la ofensiva israelí se desplazó hacia el sur, la joven huyó a Rafah, donde se ha reubicado en una tienda de campaña sin ni siquiera los servicios sanitarios básicos.

Más estrés y más dolor

“La inminente llegada de la regla se ha convertido en una pesadilla”, dice Sarah. “Tengo que compartir el baño con más de cien mujeres y niños: no hay compresas ni analgésicos en las farmacias y todos los supermercados han cerrado porque se han quedado sin mercancía”.

El frío en su tienda y los dolores de estómago por beber agua contaminada se suman a los calambres menstruales. Consideró la posibilidad de intentar detener la regla con fármacos, pero tampoco pudo encontrarlos. “Los bombardeos israelíes son aterradores, pero se vuelven aún más horripilantes cuando tengo la regla”, afirma la joven. “Siento que mi salud mental se resiente cuando se juntan los bombardeos y el dolor menstrual”.

Las compresas son tan difíciles de encontrar que una chica refugiada en una escuela de la UNWRA en el campamento de Maghazi relata que se ha visto obligada a lavar las compresas usadas para poder volver a utilizarlas. Explica que las compresas recicladas o el jabón que utilizaba para lavarlas le causan irritación, pero no tiene otra opción debido a la falta de compresas nuevas.

Por su parte, Mona consiguió algunas compresas durante la distribución de ayuda humanitaria, pero eran de tan mala calidad que contrajo una infección al usarlas. Entonces recurrió a trozos de tela rotos y ahora ha recurrido a los pañuelos de papel, aunque no absorben la sangre del todo. “He buscado compresas en muchas farmacias, pero por desgracia no las he encontrado”, lamenta. “Incluso cuando hay compresas disponibles, la calidad es extremadamente mala y los precios son desorbitados”.

Además, ahora sangra con más frecuencia que antes, lo cual atribuye al estrés. Hasta octubre, su principal preocupación era sacar buenas notas para poder acceder a la facultad de Medicina. Ahora su única preocupación es sobrevivir día tras día. “Antes tenía periodos regulares, pero ahora me viene la regla dos veces al mes. Atribuyo este cambio al miedo y la tensión”.

Traducido por Emma Reverter.

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