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El machismo de los empresarios agrarios expulsa a las mujeres del campo andaluz

Jueves 25 de febrero de 2016

Público

andaluces.es - Raúl Solís / 25 feb 2016

Carmen lleva 37 años cogiendo aceitunas, desde los trece. Ha hecho de todo: ha colocado debajo de los olivos los mantones donde cae la aceituna después de varear los olivos, ha vareado, ha quitado la hierba que crece alrededor del tronco, ha cogido la sopladora. Con máquina, a mano, de pie o de rodillas. A jornal o de sol a sol. Pero desde hace tres años no consigue coger una sola aceituna: “El empresario agrícola que antes me contrataba me dice que ahora sólo quiere hombres”.

“Pero bueno, vamos a ver, mi marido saca su jornal, pero no el mío”, le dice Carmen al empresario que se niega a contratarla. “Yo mujeres no quiero, un hombre apaña más una familia que una mujer”, le responde machaconamente el propietario de los olivos donde Carmen empezó a trabajar siendo una niña y que ahora, a sus 50 años, es rechazada por ser mujer.

Mercedes tiene 51 años y lleva 16 contratada por el mismo empresario, pero este año la dejaron de llamar por salir en defensa de sus compañeras. “Salimos en Canal Sur denunciando la discriminación que sufrimos las mujeres en el campo. Nos dieron vacaciones de Navidad porque la aceituna estaba dura y el día de vuelta al tajo, volvieron todos menos yo, que era la única mujer de la cuadrilla”, se lamenta.

Así, este año sólo ha trabajado doce días, a pesar de que la campaña de la aceituna no ha sido mala y ha durado hasta hace pocos días. Con 12 días trabajados, está muy lejos de conseguir los 35 jornales que necesita para poder cobrar el desempleo agrícola –popularmente conocido como el PER-, 420 euros durante seis meses.

Vive de los cheques de comida que le facilita el alcalde de su pequeño pueblo serrano de Jaén, a la espera de que en mayo se monte en una caravana para recorrer España de feria en feria y “así ir tirando”.

ACEITUNA VERSUS CONSTRUCCIÓN

“Nosotras no queremos cheques de comida, queremos trabajar”, reivindica esta mujer que todo lo que entra en su casa es lo que ella consigue. A su hermana, viuda y con una hija menor de edad, tampoco la llaman para trabajar.

“Antes de la crisis, cuando ellos se fueron a trabajar a la construcción, en los tajos había mitad hombres y mitad mujeres. Había casi una situación de pleno empleo en las mujeres del campo”, recuerda Paqui López, de CCOO, que señala que la campaña de la aceituna de esta temporada ha sido dramática para las mujeres.

De casi pleno empleo, se ha pasado a que las mujeres aceituneras de Jaén se hayan organizado ante la gravedad de su situación para recoger firmas y presentarlas a los alcaldes de la zona y al presidente de la Diputación Provincial, quien se ha comprometido a poner cartas en el asunto para que no ocurra lo mismo en la campaña de recogida de la aceituna del año próximo.

La discriminación laboral de las mujeres del campo no ocurre solamente en la provincia de Jaén. Exceptuando la recogida de fresa en Huelva, “un trabajo muy delicado que las mujeres hacen mejor que los hombres” -asegura Emilio Perrón, de UGT-, la expulsión femenina de las tareas agrícolas es generalizada.

SU HERMANO COBRABA MÁS

A medida que las tareas se mecanizan, peor. “Con el argumento de que no tenemos fuerza, cuando nos llaman nos condenan a los trabajos más duros”, señala Beatriz, que recuerda que su hermano era menor que ella y, sin embargo, cobraba más. Ahora ya no existe discriminación formal en los convenios, pero las tareas manuales que realizan ellas están peor pagadas que las labores mecanizadas que se destinan a ellos. La discriminación es más sutil, en lugar de discriminar por género, ahora es por categorías profesionales.

De los 497.000 trabajadores andaluces inscritos en el régimen agrario de la Seguridad Social, 242.000 son mujeres, ligeramente por debajo del 50%, aunque en algunas provincias andaluzas el número de mujeres supera al de los hombres. Ellas trabajan en todos los cultivos y en todas las tareas que le permite el machismo agrario que la crisis ha resucitado, después del espejismo de la bonanza económica.

A pesar de la supuesta paridad en el número de trabajadores registrados en el sistema agrario, los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) hablan con meridiana claridad: el paro ha descendido un 21% en el campo andaluz, aunque el paro femenino ha subido un 2%. Y las que consiguen trabajar, ganan un 40% menos que los hombres, según ha denunciado CCOO-Andalucía esta semana con motivo del Día de la Igualdad Salarial entre hombres y mujeres, conmemorado el 22 de febrero.

UNO (NO UNA) POR CASA

“Antes de la crisis, las mujeres empezaron a coger su sitio en el campo”, indica Mónica Vega que, hasta hace cinco años que pasó a ser secretaria general de la Federación Agroalimentaria de CCOO en la provincia de Sevilla, era manijera de una cuadrilla de 75 mujeres que podaban frutales, regaban, cogían cítricos y melocotones y hasta aplicaban los productos fitosanitarios a los cultivos. “Hacían de todo”, recalca.

“Vinieron las vacas flacas, revienta el boom inmobiliario y los hombres empiezan a pedir trabajo en las labores que ocupaban antes de irse al ladrillo. Y así, como quien no quiere la cosa, empiezan a dejar a las mujeres paradas”.

A Amalia le ocurrió lo que relata Mónica Vega. Años cogiendo naranjas, siendo una trabajadora cumplidora, y ahora “me vuelvo loca” buscando cuadrilla. “Como hay tanto paro, seleccionamos siempre a uno por casa y como tu marido está trabajando, lo sentimos mucho”, le han dicho en más de una ocasión a esta sevillana de Alcalá del Río que se queja amargamente de la discriminación que padece en carne propia.

Y así, a sus 47 años, al llevar seis meses sin conseguir una sola peonada, es expulsada del Sistema Especial Agrario de la Seguridad Social. Deja de ser cotizante, no puede cobrar el desempleo y, de ser una trabajadora que se ganaba la vida sin pedir nada a nadie, su única tarea ahora es pedir ayuda a los Servicios Sociales. “Yo no quiero ayudas, yo quiero trabajar porque, mírame, estas manos mías saben hacer de todo en el campo”, concluye su relato esta mujer, que cuenta indignada que su profesión es “jornalera sin jornal”.

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