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‘El cuento de la criada’: Ovarios fértiles bajo capas rojas

Sábado 23 de mayo de 2015

Pikara 21-05-2015

’1984′ de Orwell o ‘Un mundo feliz’ de Huxley describen Disneylandia al lado de esta extraña novela distópica. Bien pensado, podría ser también una caricatura grotesca y terrible pero cierta de la situación de la mayoría de las mujeres. Feminista o no, es un libro brutal, que golpea directamente en la boca del estómago.

Ahora nunca voy al río ni a caminar por los puentes. Ni al metro, aunque allí mismo hay una estación. No se nos permite la entrada, ahora hay Guardianes y no existe ninguna razón oficial para que bajemos esas escaleras y viajemos en esos trenes, por debajo del río y a la ciudad principal. ¿Para qué querríamos nosotras ir de aquí para allá? Podríamos tramar algo malo, y ellos se enterarían.

Me encantaría que Margaret Atwood fuera mi tía, oh sí, no por supuesto una “tía” de las del libro, ese monstruo literario del que no digo nada más para no desvelar una de las muchas sorpresas de esta novela escrita en el año 1985. Y me gustaría que fuera algo mío y cercano porque es una mujer guapa, con el pelo rizado, culta, activista, amable, feminista, amante de los pájaros y poeta, entre otras muchas más cosas todas ellas fascinantes y envidiables.

A la literatura de Margaret Atwood llegué por recomendación del señor Stephen King y lo hice con la novela ‘El año del diluvio’, en la que me encontré con un mundo apocalíptico tras una catástrofe medioambiental, con una sociedad distópica que ya había retratado en un libro anterior: ‘Oryx y Crake’.

Portada de ’El cuento de la criada’Por sociedad distópica entiendo un lugar espantoso que en ‘El cuento de la criada’ describiría como mundo de mierda en el que las mujeres, entre otras cosas, no pueden ir en metro, como relata la cita y, por supuesto, tampoco pueden leer. Es un mundo infernal, una teocracia, dicen en los resúmenes de la novela, que solamente de imaginarlo posible se tira una de los pelos y se caga (una también) en dios. Jehová, el del Antiguo Testamento a saco, los militares al frente de la república, una guerra constante no se sabe muy bien contra quién, ultraortodoxos dictando las normas y en fin, un panorama de miedito. Ah, sin olvidar que las únicas mujeres habilitadas para ejercer un cierto poder sobre otras mujeres son unas lagartas.

Supongo que se trata de sobrevivir y a la solidaridad que le den mucho por la entrepierna.

A medida que voy escribiendo me voy dando cuenta de que los hombres no quedan muy bien parados en este universo de pesadilla porque o son peones prescindibles o son comandantes puteros. Ni arte, ni libros, ni música. Bien es verdad que el objetivo es acabar con las emociones humanas, sobre todo con las buenas, y la cultura las provoca y las estimula. Pero ¿sería eso posible? Seguramente sí, no deja de ser cierto que sensibilidad y cultura han avanzado de la mano aunque haya alguna excepción que desmienta la afirmación que acabo de hacer (véase Hitler por ejemplo). Pero me gusta pensar que una sociedad constituida por personas cultas es más libre y por tanto está más a salvo de la barbarie y la dictadura.

Sé que no estoy contando el argumento a la manera clásica pero no quiero hacerlo porque de verdad que este es un libro de ir descubriendo, de ir sorpresa tras sobresalto tras espanto tras accesos de ira que aumentan de grados centígrados a cada página.

Hay que perderse por la república de Gilead y cruzar los distintos y numerosos controles que hay en las ciudades, pero eso sí, advierto, si eres mujer, solamente podrás hacerlo vestida de rojo, en pareja y en silencio. ’1984′ de Orwell o ‘Un mundo feliz’ de Huxley describen Disneylandia al lado de Gilead.

Lo terrible es que esa sociedad dirigida, mutilada, inculta, muda y sometida podría estar a la vuelta de la esquina: no es tan difícil convencer a la mayoría de que el horror es amor, ¿verdad?

Hay que entrar de puntillas en el dormitorio de las Esposas las noches en las que el sexo está previsto, acotado y ordenado, tras una ceremonia estúpida y ridícula. Esconderse tras las cortinas para contemplar de qué forma el sexo puede convertirse en un acto desagradable y humillante. Y eso que yo creo ardientemente en las bondades de los tríos… Y hasta aquí puedo leer.

Es guay no saber mucho de qué va este flashback de la voz protagonista del libro, no tener idea qué puñetas de mundo está describiendo o de quiénes son esas tías ni esas criadas, e ir averiguándolo a golpe de emoción de un color muy rojo (y muy protagonista) y con muy poquita paciencia.

‘El cuento de la criada’ es seguramente el primer libro con el que me he mordido las uñas de pura rabia contenida, de dolor asfixiante, de impaciencia y de miedo. Una novela extraña porque es diferente, o al menos a mí me lo ha parecido, a todo cuanto he leído, incluidas distopías y ciencias ficciones varias.

Lo terrible, bajo mi humilde y feminista punto de vista, es que esa sociedad (que no ciudadanía) dirigida, mutilada, inculta, muda y sometida de la que nos habla Atwood podría estar a la vuelta de la esquina: no es tan difícil convencer a la mayoría de que el horror es amor, de que llevar el rostro cubierto es una forma de respetar y amar a las mujeres. ¿Verdad?

Tras los últimos crímenes brutales de ISIS o del Estado Islámico, es relativamente fácil imaginar que una inmensa mayoría de ciudadanos diera luz verde a un mundo distópico como el que inventa Margarte Atwood en aras de la seguridad. Los yihadistas a las puertas de Europa, los fundamentalistas arribando a las playas españolas, italianas y griegas, aviones y drones sobrevolando Málaga, Taormina y Atenas, el toque de queda, poderes absolutos para la cúpula militar, eliminación de Internet, y más y peor y todavía peor hasta volver atrás, a la libertad de prensa, de expresión, de comunicación, a la libertad para salir a la calle y pensar distinto es imposible.

Y quizás derrotemos a los fundamentalistas musulmanes pero entonces también será fácil caer en manos de los fundamentalistas cristianos y de ahí a la prohibición de la falda corta va una Semana Santa (¡ya están aquí! En Alicante habrá que procesionar con falda corta, blusa sin escote, media tupida y moño discreto).

En un mundo durísimo para todos, las mujeres son quienes más difícil lo tienen para sobrevivir (sí, como ahora, pero todavía peor, oh sí). Dicen que es un libro feminista, quizás, probablemente… ¿Lo es? Sí, imagino que sí porque está claro que la vida de sometimiento a los hombres y al régimen imperante, la prohibición de la lectura o la de salir en parejas a la calle, el silencio como norma fundamental, la tortura como castigo y la prohibición del sexo por purito placer se plantean en forma de advertencia y de denuncia.

Bien pensado, ‘El Cuento de la criada’ podría ser también una caricatura grotesca y terrible pero cierta de la situación de la mayoría de las mujeres. Lo sea o no lo sea, es muchas otras cosas, tremendas, brutales.

El cuento de la criada me ha golpeado directamente en la boca del estómago pero lo ha hecho días después de terminar su lectura. Y con esta reseña he descubierto que me han quedado cicatrices. Pero todo es positivo, ¡odio salir indemne de un libro! En un tiempo que es siempre demasiado corto habré olvidado los nombres (que no se le pase a nadie el nombre de la protagonista) y me será difícil recordar exactamente el argumento, pero la cicatriz seguirá ahí recordándome que hay que leer y que hay que luchar. Y que a los fundamentalistas hay que darles una patada en el culo en cuanto asoman la zarpa.

*Me llamo Sandra Rodríguez-Orta Rigo. Me tendría que haber dedicado al punto de cruz. Procastino todo lo que puedo. Estudié Filosofía. Adoro a mi hijo. Leo compulsivamente. Escribo, cómo no. No soy, ni de lejos, tan lista como me decían. Me da miedo la gente. Odio salir indemne de un libro. Hablo demasiado. Si le haces daño a un animal, te mato. Blog: http://leerenalaska.blogspot.com.es/ Twitter: @sandraenalaska

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