Xarxa Feminista PV

El ciberacoso nuestro de cada día

Domingo 15 de mayo de 2016

Parece que el acoso vende. Que interesa. Pero ya me planteo seriamente si se consume con indignación o con morbo. Entonces, estratégicamente, ¿denunciar esto es mejor o peor para el feminismo?

Barbijaputa Pikara 11-05-2016

Siempre que hablo de ciberacoso, me pregunto si estoy haciendo bien en denunciarlo públicamente o si sería mejor callarme para no parecer victimista. Pienso en cómo están las feministas en países de Latinoamérica, que por el mismo activismo que hacemos aquí, allí pueden matarte fácilmente. Pero lo cierto es que el hecho de que podamos darnos con un canto en los dientes a este lado del Atlántico nunca ha parado a las feministas para denunciar muchas otras formas de opresión. Y así es como entiendo que debe ser.

Yo, al igual que muchas feministas en Internet, tengo que leer, día sí día no, cosas como “feminazi muerta, abono para mi huerta”, “algo malo pasa en este país si Barbijaputa no ha sido asesinada aún”, “ojalá te viole un moro”, “lo que necesitas es que te metan un buen pollazo”. Recibo correos de mis redes sociales, de mi web y de mi email, avisándome de que alguien ha intentado entrar o ha pedido un cambio de contraseña. Recibo tantos intentos de violar mi privacidad que ya lo vivo con normalidad, como quien recibe un email de su banco. Y lo mejor es que ni siquiera puedo denunciarlo a ningún sitio, porque nadie ha conseguido aún entrar; hasta entonces no puedo hacer nada, sólo recibir los avisos día tras día de que alguien está intentando invadir mi intimidad y acceder a datos privados. Datos que ya he tenido la precaución de eliminar de todos sitios.

Entrar en mi propio correo es una yincana. Tengo doble verificación para todo. Tengo que introducir una clave primero en el sitio, luego me llega un aviso al móvil: “¿Eres tú? introduce este otro código”. Introduzco ese otro código. Entonces me llega un email: se ha accedido a tu correo desde esta IP, si notas algo sospechoso, pulsa aquí. Y si no tengo el móvil encima, directamente no puedo revisar mi correo en mi propio ordenador. Recordemos que no soy Snowden, que soy una chica que lo único que hace es opinar todo lo libremente que puede -o que la ley mordaza le permite-. Pero esto es lo que pasa cuando te metes donde no te llaman y hablas de lo que no debes, que de una u otra forma tienes que cambiar tus hábitos y rutinas.

También recibo fotos de erecciones por email y hasta públicamente en Twitter. Tener que verle la polla a quien te la quiera mostrar, porque sí, porque “así aprendes”, y quedarte para ti la sensación de que te acaban de agredir sin necesidad de tocarte o hablarte… la verdad es que a veces se me hace insoportable. (Curiosamente, en estas ocasiones no comparto con mis seguidores la agresión, me la quedo para mí, porque me resulta tan repugnante que no quiero que otras tengan que sufrirla. Es como “esto es demasiado, no quiero incomodar a este nivel a quien me sigue”). Así que, o no digo nada, o digo “me acaban de mandar otro pene”. Je. Risas.

En cada entrevista que me hacen, no suele faltar esta pregunta: “¿Qué tipo de amenazas recibes?” Da igual si me entrevistan como activista feminista o como autora de un libro, esa pregunta no falla. Lo cierto es que, ahora que estoy haciendo muchas entrevistas para la promoción de un libro, los medios suelen dar el protagonismo al acoso que sufro y no al libro en sí. Parece que el acoso vende. Que interesa. Pero ya me planteo seriamente si se consume con indignación o con morbo. Para lo que sí sé seguro que sirven las denuncias públicas es para que te tachen de victimista y te terminen, en muchas ocasiones, echando la culpa a ti de las amenazas que tú misma recibes. Porque el ciberacoso no sólo son promesas de violaciones o deseos de que te asesinen, también están los juicios cuando protestas, furibunda. Y casi siempre (por no decir siempre) son de hombres: “Te gusta mucho quejarte”, “amenazas recibimos todos”, “da la cara, eso no es excusa”, “te lo buscas tú solita”, etc. Es un juicio doble: primero unos te acosan y amenazan y luego otros te culpan de ser amenazada. Y ya no sabes muy bien si te ataca la rabia más por lo primero o por lo segundo.

Estratégicamente, ¿denunciar esto es mejor o peor para el feminismo? Realmente no lo sé. Pero callar que esto pasa, y que pasa por ser feminista, me parece igual de negativo que no hacer visible que la violencia contra la mujer se produce por el hecho de ser mujer. Porque, al final, estamos hablando de lo mismo: las acosadas en la calle son mujeres, y los acosadores son hombres. Y en las redes es exactamente igual. Mucho peor si eres feminista, claro. Porque eres de las que pone directamente al hombre y al sistema en el centro de la cuestión, y no tachándolo todo de “un loco que”, como la sociedad se empeña en llamarlos.

A lo largo de todos estos años en Internet, todas y cada una de las amenazas que he recibido han sido siempre por parte de hombres. Es cierto que también hay mujeres que te critican por “exagerada” y por “histérica”, repitiendo frases que ellas mismas han recibido a lo largo de su vida y que han interiorizado como la verdad absoluta, repitiéndolo sin más análisis. Pero las amenazas, los intentos de invadir tu privacidad, los deseos de que te asesinen y de que te violen, o las promesas de que ellos mismos lo harán tarde o temprano, son siempre de hombres.

Creo que si cada una de nosotras no dejara pasar ni uno solo de estos insultos y amenazas y lo compartiera en sus redes sociales, Internet se convertiría en un campo de batalla. Pero es que a lo mejor se tiene que convertir en un campo de batalla. Al fin y al cabo, para nosotras ya lo es.

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