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Deporte y feminismo: una relación difícil

Jueves 10 de marzo de 2016

Pikara 09-03-2016

Matilde Fontecha

El patriarcado ha entendido la importancia de impedir que las mujeres desarrollen su competencia motriz, no se ha despistado al suponer que la actividad física es una herramienta para la libertad integral de las mujeres. Pero, ¿por qué le ha pasado desapercibido al feminismo?

Una mujer que desarrolla las capacidades del movimiento —la coordinación, la orientación espacio-temporal, el equilibrio, la estructuración del esquema corporal, el conocimiento y control del propio cuerpo, la fuerza y resistencia musculares, la resistencia cardio-respiratoria, la velocidad, la flexibilidad y la agilidad— es una persona más competente para cualquier situación vital.

Estas cualidades se desarrollan a través de la práctica físico-deportiva. Además, el deporte aporta libertad de movimiento corporal, estimula el abandono del espacio privado doméstico y facilita las relaciones personales y sociales. En definitiva, empodera a las mujeres.

Son razones de peso para que desde el orden patriarcal se pongan obstáculos a la práctica deportiva de las mujeres. Por las mismas razones, debería haber sido una reivindicación del feminismo.

Si no incluimos las capacidades del movimiento en el contexto de las restricciones vitales de las mujeres, queda incompleto el mapa de estudio de su empoderamiento

Uno de los motivos por los que no se ha acometido el estudio del tema mujer y deporte es el rechazo al deporte mediático y la influencia que ejerce sobre toda la sociedad.

Y sí, es lógico que, desde una perspectiva crítica, el deporte élite sea inaceptable a causa de la falta de democracia en sus instituciones, su presencia y tratamiento en los medios de comunicación, el papel que juega en la alienación de la ciudadanía, etc. No obstante, en vez de rechazarlo o eludirlo, es necesario poner la lupa de la igualdad sobre este tema para cambiar la perspectiva. Será la única manera de entender que el deporte, además de discriminar a las mujeres de su ámbito, desempeña un papel de primer orden en apuntalar el sistema patriarcal y reforzar la desigualdad entre mujeres y hombres.

Aunque es cierto que en muchos sentidos hay que diferenciar el deporte élite de los demás niveles de actividad motriz, ambos gravitan alrededor de dos ejes: el cuerpo y el movimiento humanos, por lo que comparten muchos elementos relativos a la discriminación de las mujeres. Son dos temas tan fuertemente imbricados que hay que acometerlos como las dos caras de una moneda. Por un lado, la actividad físico-deportiva puede ser una eficaz herramienta para el empoderamiento de las mujeres; por el otro, el deporte institución se erige en la más pesada de las rémoras hacia la igualdad de género.

Algunos de los temas más significativos que actualmente es necesario incluir en la agenda feminista podrían agruparse en cuatro bloques temáticos:

– La discriminación de las mujeres en las instituciones deportivas. El trato que reciben las niñas y las mujeres en el mundo del deporte es ya impensable en otras esferas sociales, es anacrónico e incumple las leyes de igualdad. La mayor discriminación recae en las deportistas, que se encuentran en situación de sumisión, pero también afecta a otras mujeres pioneras en desarrollar su profesión en el ámbito deportivo: entrenadoras, árbitras, médicas, fisioterapeutas, técnicas, directivas, etc.

– El papel que juega el deporte mediático en la discriminación de todas las mujeres. En los tiempos que corren de debilitación de la democracia no debe menospreciarse el papel que juega el deporte en la pérdida de los derechos de las mujeres, en dos aspectos. El primero: el deporte es el escaparate de la ausencia de las mujeres, inculcando la idea de que el rol de deportista es solo de hombres. El segundo: la escasa proporción de mujeres deportistas que aparecen en los medios no suele ser por su competencia y logros deportivos, sino por la belleza de su cuerpo, lo que refuerza el recrudecimiento del sexismo que estamos viviendo en toda la sociedad.

La tiranía del estereotipo del cuerpo de mujer se opone al cuerpo motrizmente hábil, al cuerpo en movimiento para el bienestar, la libertad y la salud en la vida cotidiana

– El acoso y abuso sexual contra las mujeres en el deporte. Esta manifestación de la violencia de género en el mundo del deporte es mucho más habitual de lo que se quiere hacer creer. Está normalizado, se perpetra con impunidad y se niega su existencia.

– La importancia de la competencia motriz para el empoderamiento de las mujeres, tema en el que nos centramos en este artículo.

Si tratamos de establecer algunos nexos entre los aspectos que limitan la competencia motriz de las mujeres, aparece un claro hilo conductor: el placer. El placer negado por la tradición judeo-cristiana, el placer corporal en general y, en particular, el derivado del cuerpo en movimiento.

Porque, el deporte es cuerpo, pero nunca ha sido cuerpo de mujer.

El cuerpo de mujer es otro cuerpo, es el que soporta el peso de la cultura que restringe sus posibilidades corporales y vitales.

El feminismo ha abordado la necesidad de tomar el control de nuestro cuerpo y, gracias a eso, hemos avanzado en los derechos sexuales y reproductivos. Sin embargo, se ha olvidado del conocimiento y control de la máquina corporal: la importancia de la competencia motriz como parte indispensable de la identidad y autonomía de las mujeres.

Si no incluimos las capacidades del movimiento en el contexto de las restricciones vitales de las mujeres, queda incompleto el mapa de estudio de su empoderamiento.

Sabemos que si la mujer no posee la gestión de su propio cuerpo no es posible desmontar la desigualdad estructural que la somete, pero en este ejercicio de adueñarse del propio cuerpo, hemos olvidado que la autonomía corporal precisa del desarrollo motriz.

De cualquier manera, esas capacidades del movimiento, que se han obviado en el estudio del cuerpo desde la perspectiva feminista, no se han desarrollado por motivos que guardan relación con dos antiguas prohibiciones que se encarnan en el cuerpo de las mujeres: la libertad de movimiento y el derecho a disfrutar. Aspectos a los que hay que sumar los conceptos de masculinidad y feminidad y la ocupación del espacio público.

Si se analiza la creencia de la ineptitud de las mujeres para el deporte desde un paradigma objetivo, se ve con claridad que las mujeres han demostrado su competencia motriz en infinidad de tareas domésticas y laborales, que han dejado patente su destreza tanto en actividades que requieren un alto nivel de coordinación como en las que precisan del desarrollo de la fuerza, la resistencia o la agilidad, pero el problema surge cuando quieren poner en práctica esas mismas habilidades corporales para hacer deporte, sobre todo, los tradicionalmente masculinos.

Algo está fallando

Hemos vivido cambios sustanciales en la vida de muchas mujeres, la más decisiva el acceso masivo a la educación. En pocas décadas hemos pasado de ser mayoritariamente analfabetas a superar a los hombres en rendimiento académico. No obstante, estos resultados no se reflejan en la ocupación de puestos laborales, el acceso a la toma de decisiones ni en la equidad de sueldos.

En absoluto voy a quitar mérito a la formación de las mujeres, que ha sido la llave de la puerta principal hacia la igualdad, pero algo está fallando. En mi opinión, solo con el desarrollo intelectual no es suficiente. La batalla de la igualdad se está perdiendo en el cuerpo, a través del cual se sigue controlando a las mujeres. Es el momento de plantearnos nuevas estrategias de empoderamiento que supongan adueñarse de su cuerpo en sentido integral. Para lo cual pondría el énfasis en dos frentes. Uno, rebajar los niveles de feminidad, romper con ese modelo de belleza que nos está ahogando, con la maldición de creer que solo podemos ser queridas por la imagen que proyecta nuestro cuerpo. Romper con ese anhelo de gustar que implica derrochar tiempo, dinero y energía, así como soportar altas dosis de incomodidad y sufrimiento en la persecución de una quimera.

A las niñas se las orienta hacia la práctica de actividades que elevan la feminidad al máximo exponente y que implican más disciplina que diversión, como la gimnasia o el patinaje artístico

La imposición actual de la vestimenta y el calzado, así como los obstáculos para la práctica deportiva conectan con un aspecto corporal vital que también ha quedado fuera del análisis feminista: la limitación de la movilidad de las mujeres. No hemos caído en la cuenta de que el empeño en hacer de las mujeres seres motrizmente inútiles tiene como objetivo obstaculizar la gestión del propio cuerpo.

La tiranía del estereotipo del cuerpo de mujer se opone al cuerpo motrizmente hábil, al cuerpo en movimiento para el bienestar, la libertad y la salud en la vida cotidiana. Así mismo, se opone a la práctica deportiva con excepción de las actividades que refuerzan la estética femenina.

Estos son motivos cardinales para incluir en el currículum escolar la educación afectivo-sexual y el desarrollo de las capacidades motrices, de manera que, junto con las intelectuales, relacionales, emocionales, afectivas y artísticas, procuren una educación integral.

Las niñas deben adquirir una alfabetización motriz básica, unos hábitos estables y saludables de actividad física desde la primera infancia. De lo contrario, por una parte, le negamos la posibilidad de esa fuente de bienestar que puede ser el movimiento y, por otra, limitamos su desarrollo como persona hábil, lo que va en detrimento de su autonomía e identidad personales.

¿Una relación imposible?

La difícil relación entre el feminismo y las Ciencias de la Actividad Física y el Deporte -CCAFD- es uno de los obstáculos para la evolución del deporte hacia la igualdad, en dos sentidos diametralmente opuestos. En un sentido, desde el ámbito de las CCAFD se puede señalar: la ausencia de mujeres que hayan reivindicado sus derechos en el deporte de alto nivel, la ausencia de feministas en los departamentos universitarios de CCAFD, la carencia de investigación desde la perspectiva de género, la falta de formación en temas de género del profesorado y demás personas que desarrollan su labor en el ámbito deportivo: deportistas, periodistas, personal de gestión y dirección, entrenadoras/es, monitorado, personal médico…

En sentido opuesto: el rechazo desde el feminismo y la coeducación a integrar las CCAFD en sus proyectos, master o estudios; no entender el papel del fenómeno deporte en la discriminación social de las mujeres; y no rescatar el aspecto vital del deporte para el placer, la salud y la autonomía de las mujeres.

Es cierto que las chicas no están ocupando el espacio público, los parques o las playas jugando o haciendo acrobacias sobre monopatines, pero sería precipitado sacar la conclusión de que no tienen interés en ese tipo de actividades.

La exclusión de la competencia motriz de los proyectos coeducativos tiene que ver con las propias vivencias negativas de muchas feministas con el deporte

Hay que ir al origen de la actitud de las mujeres ante la práctica deportiva, determinada por las imposiciones sociales, no siempre explícitas, que se transmiten a través de la socialización primaria.

En los últimos años se ha recrudecido la tendencia a abocar a las niñas a considerar que su valía reside en su apariencia corporal, en el mantenimiento de una imagen impecablemente femenina, lo que es incompatible con la práctica deportiva, a excepción de aquellas actividades que refuerzan la estética de la feminidad. Porque aprenden que la imagen de mujeres haciendo esfuerzo físico, enfrentándose, sudando o desaliñadas, es rechazada socialmente.

No puede negarse que a muchas mujeres no les gusta hacer deporte, que no disfrutan con el ejercicio físico, pero el motivo principal es que carecen de hábitos de práctica motriz. Estos se adquieren antes de la adolescencia a través de experiencias positivas. Por eso, las mujeres a las que sí les gusta hacer deporte suelen ser quienes desde niñas han sido estimuladas por la familia o entorno cercano, cuyos hábitos deportivos son decisivos para que las niñas descubren el placer del movimiento.

Deporte para disfrutar, no para sufrir

El placer es una de las claves para entender la relación mujer y deporte. Las mujeres, en general, no practican deportes fuente de diversión como los de equipo o los que se practican en el medio natural. Casualmente, son deportes que exigen largos desplazamientos y pernoctar fuera de casa.

Las mujeres hacen actividad física en el polideportivo del barrio, por motivos de estética o salud, actividades tediosas, exentas de todo placer. Por el contrario, en la práctica deportiva de los hombres prevalece el aspecto lúdico, practican en equipo y el objetivo es la diversión.

Asimismo, a las niñas se las orienta hacia la práctica de actividades que elevan la feminidad al máximo exponente, y la peor de sus consecuencias es que, en vez de diversión, implican altas dosis de disciplina y sufrimiento, como la gimnasia, la danza clásica, la natación sincronizada, el patinaje artístico, etc.

Incluso, en la misma disciplina siempre es más duro el entrenamiento de las chicas que de los chicos. En danza clásica, ellas tienen largas horas de entrenamiento con zapatillas de punta, mientras ellos solo utilizan zapatillas de media punta; en gimnasia artística ellas deben aunar la pericia en las agilidades con una exigente preparación estética del movimiento, lo que añade horas de clase de ballet; el nivel de dificultad de la barra de equilibrio de chicas es muy superior a ningún aparato de chicos; la gimnasia rítmica, debe aunar un nivel de coordinación segmentaria increíble en el manejo de los aparatos -pelota, maza, cuerda, aro y cinta- con acrobacias y figuras corporales de gran dificultad; en natación sincronizada, a la preparación de una gimnasta debe añadirse el dominio del medio acuático.

Entre los motivos que han excluido la competencia motriz de los proyectos coeducativos, en mi opinión, figuran las propias vivencias de las feministas que implementaron dichos proyectos. Ellas no tuvieron una relación de disfrute con el deporte, por el contrario, sufrieron aquella asignatura obligatoria hasta el bachillerato, la gimnasia, que solía producir un rechazo de por vida a la práctica físico-deportiva.

En conclusión, el Feminismo no ha tenido en cuenta que el cuerpo de mujer también está diseñado para la actividad deportiva y que caminar, correr, jugar, practicar deportes de adversario o de equipo, esquiar, bailar, remar, nadar, pasear en bicicleta o competir, puede ser una experiencia positiva a la que no tienen por que renunciar.

Y este sería uno de los retos que tenemos por delante: que las mujeres realicen actividad físico-deportiva para divertirse, que descubran el aspecto hedonista del juego motor. Esta es la mejor manera de desarrollar la competencia motriz para la autogestión corporal, herramienta esencial para su empoderamiento.

*Matilde Fontecha imparte ‘Educación física y su didáctica’ en la Universidad del País Vasco. Itziar Abad la entrevistó para Pikara.

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