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“Cuídate para cuidar”, las trabajadoras del hogar mueven el mundo

Sábado 12 de agosto de 2017

Lucía Muñoz 04-08-2017 Pikara

La chacha, la criada, la chica. En los mejores casos, la señora de la limpieza. Rosario, Roxana, Ruth son mujeres que sí nos representan. Mujeres que a pesar de ser el último eslabón de una larga cadena se arremangan lo que haga falta para sacar la mierda que manchan sus derechos, nuestros derechos.

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Mujeres del colectivo Nosotras. / Foto: Lucía Muñoz

“Cuídate para cuidar”. Es el lema de la asociación Nosotras, una colectiva de mujeres migrantes, principalmente de Bolivia y afincadas en Granada, que trabaja por y para la reivindicación del empleo del hogar y de cuidados. Roxana Gutiérrez es la presidenta, pero aquí ninguna es más que la otra en una escala horizontal por la igualdad. Después de dejar su Bolivia natal hace más de una década en busca de un futuro mejor en su carrera como psicóloga y sexóloga, aún está en un continuo aprendizaje de reconocerse a sí misma como empleada del hogar y de cuidados . Una búsqueda que comparte con otras mujeres en la misma situación. “Apostamos y necesitamos la unión y la colectividad. No estamos solas en esta lucha inmensa con la que hemos creado una red que funciona desde las propias experiencias para seguir trabajando en el autoempoderamiento”.

Empoderamiento. Esa palabra aún tachada en muchos discursos, pero cada vez más arraigada en los colectivos sociales. En la asociación Nosotras lo tienen muy claro. “El empoderamiento forma parte del día a día, igual que el miedo. Hay miedo también de autoorganizarse, pero a través del empoderamiento lo estamos superando. Es indispensable porque trabajamos en espacios privados y detrás de esas puertas nadie sabe qué está pasando”, explica Roxana. Y esto es lo que le ocurría a Ruth Castro, también trabajadora del hogar y de cuidados, que ahora dice alto y claro: “Ya no tengo miedo”.

EL 90% DE LAS TRABAJADORAS DOMÉSTICAS Y DE CUIDADOS SON MUJERES; DE ELLAS, EL 46,7% MIGRADAS

Ella, como muchas de sus compañeras, temía por su estabilidad económica y administrativa si se quejaban de su situación precaria: “Antes era impensable por miedo y necesidad al trabajo decir en el empleo que mi hijo se ha puesto malo y que tengo que salir. Me aguantaba y escondía a mi hijo. Ahora ya no”.

El 90 por ciento de las trabajadoras domésticas y de cuidados son mujeres; de ellas, el 46,7 por ciento migradas. “Estamos volviendo a un sistema patriarcal en el que la misión de la mujer es la de los cuidados”, incide Roxana. Otra compañera de Nosotras, Rosario Solís, apunta que “hasta ahora la sociedad no ha cambiado la forma de pensar. Sigue siendo machista. Tenemos que tratar de vernos de igual forma, sin diferencias ni de labores, ni de trabajos, ni de sueldos. Si las migrantes hacemos este trabajo es porque nadie quiere hacerlo y el colonialismo sigue estando presente”.

Sin derecho a paro

Migrantes. Trabajadoras del hogar y de cuidados. Con vivencias de situaciones de explotación laboral y precariedad. En la mayoría de los casos, no son dadas de alta en la Seguridad Social: un tercio de las trabajadoras lo hacen en negro, según colectivos como Territorio Doméstico. Esto no les ayuda para regular su situación administrativa en el país, un hándicap más para reivindicar sus derechos. Y si a esto se suman los salarios, casi que se puede hablar de esclavitud: ganan dos euros a la hora de media, según la colectiva.

Pero lo que más desean estas empleadas es encontrar un reconocimiento y valoración dentro unas políticas de Seguridad Social que las excluyen por completo como trabajadoras. “Estamos en un subconjunto del conjunto de los trabajadores y, aunque pagamos Seguridad Social y por tanto cotizamos, no tenemos derecho a desempleo. Nosotras mismas llegamos a precarizarnos por necesidad, porque si se reconocieran nuestros derechos cotizaríamos hasta el último minuto. Y eso beneficiaría al país. No entendemos por qué nos niegan nuestros derechos y no se ratifica el Convenio 189 que elaboró la Organización Internacional del Trabajo en 2013”, contesta muy segura Ruth.

Este convenio subraya que las empleadas del hogar deben de tener los mismos derechos laborales que cualquier otro sector. Mientras que países como en Alemania, Bolivia, Portugal, Bélgica o Suiza ya lo han firmado, en total 24 en todo el mundo y seis de ellos de la Unión Europea, España aún sigue sin ratificarlo, algo que deja en el limbo a más de 600.000 personas cuidadoras, según Territorio Doméstico. Una cifra que sólo Chipre supera dentro de la Unión Europea.

ESPAÑA NO HA RATIFICADO EL CONVENIO 189 DE LA OIT, QUE DEJA EN EL LIMBO A MÁS DE 600.000 PERSONAS CUIDADORAS

En 2012, el Gobierno de España hizo lo que parecía un gran cambio. Modificó el régimen especial del empleo del hogar y de cuidados al régimen general, así las profesionales tendrían que cotizar desde las primera hasta la última hora, por lo que la afiliación en la Seguridad Social se incrementó de 100.000 a 400.000 personas en este trabajo. Sin embargo, además de cuidar vidas y de ser la razón por las que otras personas pueden conciliar sus vidas, también se deben encargar ellas mismas de darse de alta y de realizar los contratos, pidiendo a los empleadores que cumplan los acuerdos establecidos. Acuerdos que obvian las horas de más que cargan a sus espaldas, o la dignidad de un trabajo que hoy en España es el único que no tiene derecho a desempleo.

Pero la lucha también está de puerta para afuera, en la calle. Y hoy, se recogen firmas, más de 100.000 de momento, a través de una campaña de sensibilización y denuncia para exigir en las instituciones más locales y al Gobierno de España -gobierno clasista y de derechas del Partido Popular- que ratifique de una vez por todas el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo. Y que así este colectivo pueda tener derechos tan justos y necesarios como establecer un contrato, una remuneración clara de dinero y no en especie como pagan a muchas mujeres, unos períodos de descanso, jornadas laborales con principio y fin y, por encima de todo, acabar con las vejaciones y discriminaciones.

Trabajar sin un día de descanso. Prácticamente las 24 horas al servicio de una casa que no es su hogar. No son heroínas, son mujeres de carne y hueso que se ven obligadas a aceptar trabajos precarios debido a la inexistencia de prestaciones económicas por desempleo, a pesar de cotizar en la Seguridad Social y pagar los impuestos de sus servicios cada jornada. Unos pagos que tampoco cubre los riesgos laborales a los que están expuestas. El trabajo de cuidados y del hogar está supliendo las carencias en servicios y prestaciones que deberían ser puestas a disposición de la población por parte de las Administraciones Públicas, según la colectiva.

Trabajar de rodillas, vivir con la cabeza alta

Rosario trabajaba en Bolivia en una clínica dental, en España tuvo que cambiar obligatoriamente su carrera, por sobrevivencia. Rosario ve muy lejos poder dedicarse a su profesión en un país que ni le convalida su título, ni le da otra opción que la fregona. “Ningún trabajo es denigrante, pero somos personas que estamos capacitadas para hacer otras cosas y todas queremos surgir y seguir adelante. Avanzar”, reflexiona.

Frente a la discriminación, la unión. Y para ello, se organizan en talleres de autocuidados que imparten ellas mismas. Relatan sus situaciones y preocupaciones, se escuchan y, a través de estas experiencias, encuentran las respuestas. Quizás, lo más importante es que han aprendido a decir ‘no’. “Hay que decir que no a la explotación, a la humillación, a la denigración y a las injusticias. Nosotras movemos el mundo porque somos una parte fundamental de todos los hogares”, reivindica Rosario. Una de las cosas que más satisface a Rosario es que ha podido salir del espacio de una burbuja privada a un espacio público, donde conoce a gente y a más culturas que le hacen crecer como persona.

De esta manera, en los talleres se conocen a sí mismas. Lo personal y profesional se convierte en una política inclusiva y plural adaptada a las necesidades de cada una. Actividades como el teatro del oprimido se ha convertido en una herramienta de empoderamiento personal y colectivo. Ahora, mujeres que desde que llegaron a España nunca habían salido de Granada, van a jornadas en otros puntos del país donde comparten con otras colectivas y adoptan modelos.

Todo un trabajo donde, nunca mejor dicho, “llevamos nosotras la sartén por el mango”. Las trabajadoras del hogar y de cuidados hacen más que limpiar. Son cocineras, psicólogas, médicas, intermediarias, estilistas, detallistas. Pendientes de la salud de quien le rodea y del equilibrio en el bienestar emocional de las personas que cuidan. Determinan la calidad de nuestra vida. Un lujo que se agradece convirtiéndolas en esclavas, en lugar de cuidarlas; porque sin ellas, ya no se mueve el mundo

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